La desaparición de Rinny

El chico dudó un momento, pero acabó por asentir, conforme. Parecía evidente que, una vez cumplido su objetivo, quería desentenderse de toda responsabilidad. Sonrió, aliviado de verse libre del problema.

-Bueno pues yo... voy a llevar a Rina al pueblo. Tenemos que ver cómo está. Parece muy delgada... -Parecía francamente preocupado. Cuando Anna le hizo su petición, el rostro del chico se ensombreció y negó con la cabeza-. Pedir eso es sentenciarlos -explicó-. Si saben que existen, montarán una partida de caza para dar con ellos. Mejor deshacerse de ellos ahora que son débiles que tener que enfrentarlos cuando crezcan. Eso lo sabemos todos aquí, así que no diremos nada.

Echó un vistazo a sus compañeros. Era un grupo grande, de edades y actitudes muy diversas, pero todos parecían mostrar la misma devoción por su adoptada. Las crías, en cambio, habían quedado completamente al margen, y tan solo alguno de los niños les dedicaba una mirada de vez en cuando, con poco interés. Los pollos, ante el jaleo, se habían alejado un poco, manteniéndose al margen.

-Si volvéis por el pueblo, buscadme -pidió-. Soy Sellah. Me encargaré de vosotros. Ya he terminado de construir mi cabaña, así que puedo hacerlo -. Echó un vistazo a los pollos y a Dardo-. Pero venid sin animales.

Tras hablar con el chico, los dos compañeros guiaron a los pollos de vuelta al bosque. Rina, por su parte, volvió en dirección al pueblo, acompañada de los niños. Anna y Johan no tardaron mucho en llegar a la primera línea de árboles.

A Johan le parece un buen plan: los llevarán al bosque y comprobarán cómo se desenvuelven en él. Luego misión cumplida y a casa. Al final ha sido sencillo. Y no con mal final. Creyendo que una niña había desaparecido había dado vueltas a ideas mucho más tenebrosas que aquellas.

Camina delante, asegurándose un par de veces durante la marcha de que los animales los siguen, aunque al ir Anna detrás sabe que no habrá problema de todas formas. Ella, por su parte, va en silencio, aunque es un silencio diferente al de Johan, que está tranquilo, incluso distraído.
Puede oír cómo rumia sus pensamientos sin necesidad siquiera de preguntar.

Cuando lo llama tarda en volverse, aunque también se detiene. Esboza una sonrisa resignada y vuelve el rostro hacia ella, entretenido.

-¿Y los vas a cuidar? -inquiere, respondiendo a la pregunta que ella no ha formulado. Ha sonado muy a madre, pero no lo considera negativo en ese caso-. Ya has visto que es muy probable que mueran aquí, pero si estás pensando en hacerte cargo de ello debes saber que comen a diario -comenta, con un deje tirante. Acaba, no obstante, por relajar un poco la sonrisa incisiva.

Mira de nuevo a los pollos con gesto algo ausente. Son adorables para protegerse de los depredadores, pero es evidente que en ese lugar no ha dado resultado. Y no lo dará, ni con los niños ni con los adultos.
Dardo se acomoda un poco en su cabeza.

-Imagino que sí se le puede buscar un sitio mejor en el que estar, ¿no? Uno donde no haya cazadores, al menos.

Él puede enseñarles a cazar. Si funcionan como un ave de presa Johan sabe que puede soltarlos de nuevo cuando haya pasado el tiempo y estén más preparados para enfrentarse a la vida.
No es eso lo que le preocupa, claro. A Johan no le preocupa que mueran devorados por una animal mayor, ni tampoco si sus capacidades de adiestramiento serán insuficientes o si los animales podrán aprender. Lo único que podría preocuparle, en ese caso, es la responsabilidad. Pero comprende que ella, que lleva un buen rato dando evidentes vueltas a su cabeza en torno a cierto tema, no aceptará tan fácilmente la muerte de los pollos a manos de nada, porque sí ha sido embaucada con su aspecto inofensivo y tierno.

En lo que hablaban, los pollos se movían cerca de ellos. El más vivaracho de los dos jugaba por la nieve, correteando no muy lejos, y se internó en el bosque cuando ellos se detuvieron en la linde. Por un momento, parecía que se había marchado, pero al cabo de un rato apareció ululando entre unos matorrales, mirándolos con atención. El más pequeño se detuvo cuando ellos lo hicieron, medio encogido, y acabó por acercarse a Johan con el pico abierto, probablemente en busca de calor y comida.

Mientras tanto, la conversación entre los chicos se desarrollaba. Anna, por una vez, parecía ser la que quería imponer su idea. Johan, tras una leve resistencia, acabó por aceptar su decisión. Como resultado, los guerreros emprendieron el viaje de vuelta a Brontë acompañados por aquellos dos polluelos extraños, mientras pensaban en qué hacer con ellos.