Los Cinco Pilares.

De nuevo, los hechizos no servían de nada. Necesitaba a Tristán. Tenía que azuzarlo contra la mujer, y cuanto antes. No sabía qué podía pasar si no lo hacía. Estábamos, a pesar de todo, en clara desventaja, y yo no tenía tan claro cuánto tiempo iba a aguantar Tristán con aquel aspecto. Porque hacía tiempo que no lo veía, pero tenía claro que aquel no era su aspecto natural. Dudaba mucho que hubiera crecido de golpe sin ayuda de Silvanus, igual que dudaba de que aquello no fuera reversible.

Lo agarré por la base de la mandíbula, dejando que, como intentaba, se me pegara. Si eso iba a infundirle valor, que lo hiciera. Pero no podíamos perder más tiempo.

-Hay que acabar con esto, Tristán -le dije, muy seria-. Hay que atacar. Si no atacamos, nunca vamos a estar a salvo. Vamos, ve contra ella. Vamos los dos. Por Silvanus. Para poder volver a casa.

No supe muy bien si lo que yo decía había servido de algo, o si era el caos a nuestro alrededor lo que lo llevó a actuar, pero acabó por lanzarse. Yo quedé a un lado, sin mucha posibilidad de actuación. En mi situación, no podía hacer más que una aportación mínima, pero no dudé en lanzar nuevos pisflivires contra la flamma, preocupándome de que fueran certeros. Quizás no sirviera de nada, o quizás solo le hiciera cosquillas. En mi fuero interno, deseaba que fueran tan molestos como estuviera en mi mano. Quizás pudieran servir de algo, colaborar en detenerla.

Uno no podía dejar de preguntarse cómo había llegado a aquella situación. El dolor entumecido llegaba a resultar tan apagado, y también el calor, que ya no parecía que estuviese en el medio del desierto luchando, con el hombro desgarrado y los colmillos de una fiera clavados en mi carne. Y me sentía hablar, pero era como si no lo hiciese yo, al mismo tiempo.
Todo pareció un poco más real cuando Vatra soltó mi cuerpo, tras recibir alguna clase de golpe, y yo dejé ir un gruñido angustiado, llevándome veloz la mano a la herida, apretando en parte para contener la sangre y en parte porque el propio dolor lo pedía.

Inger y Adain estaban cerca. “No la ataquéis”, quise decir, pero era difícil hablar. Quizás habíamos llegado a nuestro límite. Pero si aquel era mi final, o el final de mis compañeros, o el de Brontë… Entonces no había nada que perder. Aunque en mi situación parecía complicado pensar en que pudiese hacer algo.
Extendí la mano libre con dificultad hacia la espada abollada que yacía en el suelo junto a mí. Al final no habíamos luchado tanto juntos. Y allí estábamos los dos, en las últimas.

“No podéis vencerla. Ni conmigo.”

La voz de la mujer sonó en mi cabeza. Llegué a creer que era un dalirio, pero al buscarla con los ojos, que me devolvían cada vez una imagen más borrosa, vi cómo nos miraba y supe que no lo había sido.
Se acercó, pese a todo, a Vatra. Y solo quise gritarle que daba igual. Que daba igual que sirviese o no. No ganaba nada, a fin de cuentas, vendiendo su honor a un monstruo como Flavia.

¿Le importaba a alguien el honor, siquiera? ¿O habría leído demasiados libros de caballeros? Los guerreros que había visto desde mi llegada a Brontë no eran como los de los libros. Y Adain me había dicho una vez… ¿Qué me había dicho? Que lo que decía sonaba a cuentos de hadas. Que parecían unos ideales difíciles de mantener.
¿Qué había respondido yo?
No lo recordaba bien.
Quizás que que yo no era un héroe. Porque no lo era. Pero que seguiría intentando serlo…
No. Ya no aspiraba a ser aquella clase de héroe.

Algo sucedió. Vatra se rebeló de pronto, golpeando a la líder y lanzando algo en nuestra dirección. Algo que no pude ver bien. Pero sus palabras indicaban que era importante.
Sentía el cuerpo pesado, pero le mandé igualmente la orden, para que reaccionase. Y aunque me doliese todo me incorporé lo más deprisa que pude, con una mano cubriendo la herida, apretando con fuerza, y la otra libre. Ignorando el dolor traté de hacerme con aquello.
Era una botella. ¿No había salido Errald de algo como aquello?
¿Capturadla?

¿Capturadnos?

De pronto me sentí despierto, despejado. Tuve que soltar la herida, y noté la sangre resbalar por el pecho, pero no tenía tiempo. Desenrosque la tapa de aquella especie de botella.
¿Cómo funcionaba? ¿Se bebería? ¿Se lanzaría?
No parecía tener nada dentro.
¿Algunas palabras mágicas?

Apunté con la boca de la botella hacia ellas, como esperando a que algo pasase.

-Atrapa a Flavia… -murmuré con un hilo de voz, buscando que el bote me hiciese caso.

¿Y Vatra? ¿Había forma alguna de que estando las dos tan cerca…?

Vatra se estaba sacrificando. Y yo no podía hacer nada por evitarlo. Solo podía intentar que valiese la pena.

El tridente no llegó a clavarse en la espalda del traidor, cuando llegué sólo había una piedra con una katana clavada -me recordaba a una historia-. A su lado... En un baño de sangre, el chrysos tan presuntuoso. Su aspecto era enfermizo y repugnante. Su piel estaba teñida de negro y rojo. No le quedaría mucho tiempo

Miré de nuevo al cuerpo de Errald, sin dejar de tener cuidado con lo que Flavia o Vatra podían hacer.

- Aunque te conviertas en piedra puedo seguir notando ese olor que desprendes - susurré antes de dejar su cuerpo solo para acercarme al chrysos -. Ya no tienes escapatoria

Me volví rápidamente hacia el chrysos. Había mucha sangre, podría estar muerto. Necesitaba la ayuda de alguien, y yo no tenía un equipo de sutura, o ningún desinfectante. No podía hacer nada... Recordaba que Massen Dew sabía algo de magia curativa, había sido en otra misión a Ignis, en la que ella nos había curado a todos. Sin embargo, no era el momento de pedirle ayuda. A veces era inevitable perder hombres para ganar una guerra.

Conjuré un pervatia que le hiciese sombra a su cuerpo inmóvil. Aquel bochorno se hacía difícil de llevar.

- Es lo único que puedo hacer, tendrás que aguantar un poco más.

Me giré hacia los demás, la escena resultaba desconcertante. Vatra y Flavia intercambiaron gritos de traición. Todos estaban haciendo algo. Yo no sería menos, ¿pero qué podía hacer? Avancé un poco más, colcándome al lado de Massen. El panorama era bastante desconcertante. El dragón estaba encima de las flamma, reteniéndolas bajo sus enormes patas.

- Terra - los proyectiles salieron disparados después de los de Massen Dew. Sabía que no harían nada, pero no tenía mucho más qué hacer. Miré a Rick, que también estaba herido. Tenía una botella entre las manos y parecía querer hacer algo con ella... Una botella...

Me metí la mano en el bolsillo de una de mis prendas, donde notaba un bulto. No recordaba de donde la había sacado, pero tenía algo dentro. Lo saqué para comprobarlo mejor. No tenía ni la más remota idea sobre qué podía haber ahí dentro.

Desde luego la líder poco podía hacer en aquella situación por mucho poder que tuviese: Demasiado peso, demasiado daño y demasiados hechizos molestos viniendo constantemente hacia su alado cuerpo.
Chilló con agonía intentando alzar el vuelo en un último movimiento desesperado con el que quemó a Vatra y a Tristán más si cabe de lo que ya estaban.
Sin embargo, su aleteo no duró mucho más, pues del frasco que Rick sujetaba manó una rápida y densa nubecilla que envolvió a Flavia y a Vatra por completo. Tristán se apartó al notar aquella magia de la botella. Nunca había sido el dragón más valiente de Mithos.

La nube parecía arena mojada y cuanto más se revolvían las dos mujeres más se internaban en él. Vatra intentó liberarse con el fin de que sólamente Flavia quedase atrapada dentro, pero no lo consiguió. Ambas observaron sus apariencias zoológicas desaparecer ante sus ojos para volverse simplemente energía y, sumidas en un letargo mágico, ambas perdieron el conocimiento quedando atrapadas en el interior de la botella, la cual Rick tapó de inmediato.


De repente, un silencio pesado y tan denso como el desértico aire que respiraban los alcanzó.

Se reunieron lo antes posible para atender a Gerald y a Rick con urgencia. Sin embargo eran conscientes de que ninguno de ellos podría hacer nada a menos que emprendieran el viaje de vuelta a Brontë lo más rápido posible.
Miraron a Tristán con miedo, temerosos de que no pudiese cargar con tanto peso hasta el palacio. Sin embargo, no tenían otra opción. Cargaron a Gerald y a Rick los primeros y Luego subieron al resto. Recogieron a Silvanus rápidamente y observaron a Errald convertido en piedra. Por las mentes de algunos se les pasó el abandonarlo allí tirado, pero sabían que no era lo correcto. Era demasaido valioso.
Tristán lo rodeó con una de sus patas traseras y cargó con los jóvenes mientras Adain volaba a su lado, pendiente de que nadie pudiera caerse.

No hubo grandes charlas durante el viaje a casa. Sólamente preocupación y angustia por llegar cuanto antes para atender a los heridos.




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