A Ciudad Nevada pt2

Corbin no tardó en reunirse con su compañero.

-Nada que deba preocuparnos -declaró, firme-. Ya estaba a punto de volver. Nos están esperando.

Echó un vistazo a su alrededor, buscando otras posibles presencias. Se preguntó si Rick seguiría en el punto acordado o si también se habría movido. No era tiempo para aquello. No tardó en echar a andar, con su habitual seriedad.

Apreté la mandíbula, algo molesto. ¿Debía entender que, sencillamente, se había entretenido de charla? ¿Y qué le había contado a aquella mujer? ¿Había vendido información? ¿Quizás la había regalado? La miré a ella con cierta desconfianza, manteniendo mi hechizo preparado por si le daba otro arrebato histérico.

-Ya lo teníamos -respondí, algo molesto.

O, quizás, no todos lo tuviéramos. Bueno, era Dehnel quien me había hablado bien del tal Corbin. Eso dejaba un rango de duda bastante amplio con respecto a sus capacidades, como bien había podido comprobar.

Le envié un nuevo mensaje al flamma, pidiéndole que vigilara desde su posición mientras nosotros nos alejábamos de la mujer. No me apetecía caminar de espaldas, pero no me fiaba en absoluto de ella. No había tiempo que perder, y nuestros aliados nos estaban esperando. Era hora de reunirse con ellos.

Al principio trataba de observar en silencio desde la distancia, pero no tenía muy claro qué hacían, con quién hablaban o por qué se habían parado allí, y desde donde me encontraba. Las plantas, el propio árbol tras el que me escondía me impedía ver mucho más allá.
Pero no parecía estar sucediendo nada muy violento.
Al final, cuando iba a hacer amago de moverme, vi una figura aparecer y apreté la mandíbula, tratando de verle la cara, aunque desde aquella posición...
Era una mujer. Podía ser la dueña de las huellas. Seguramente lo fuese. Coincidía con lo que Corbin había dicho. Y tenía el pelo blanco como la nieve que nos rodeaba...

Estaba a punto de salir a unirme a ellos para ver qué pasaba, pero Cierzo se encargó de mandarme noticias. Que vigilara, me dijo, mientras se marchaban. ¿Ya había acabado aquello? ¿Quién era aquella dama de nieve?

Me dediqué a observar que no pasase nada extraño, siguiéndolos con la mirada y tratando de mantenerme atento a ella mientras pudiese verla. Cuando me reuniese con ellos pondríamos rumbo al fin al punto de reunión, y esperaba que por el camino me contasen lo que había pasado entre los árboles.
Al final me lo había perdido todo.

La mujer alzó suavemente las cejas al escuchar el comentario de Cierzo, pero no dijo más y se mantuvo quieta, con la mirada fija en los guerreros, que no tardaron en volver al camino inicial. La mestiza llegó a ver a Rick, aunque no hizo nada para llamar su atención, y pronto ella misma desapareció en la nieve, fundiéndose con el paisaje con pasos tranquilos.

De nuevo en el camino inicial, los guerreros tenían que avanzar hacia el improvisado campamento donde los estaban esperando. El camino, Cierzo y Rick lo sabían, era tranquilo y no demasiado largo, pero cuanto antes se pusiesen en marcha, mejor.

fdr. los guerreros han perdido una aliada.
tenéis libertad para poner que llegáis al campamento.

Por lo visto, la señorita no tenía intenciones de seguir retrasándonos. Y era un alivio, porque ya habíamos perdido bastante tiempo con seguir huellas de una extraña. Preferí no preguntar a Corbin de qué habían estado hablando. Me temía que hubiese dado más información de la necesaria (osea, ninguna), pero no había nada que pudiera hacer al respecto. De todas formas, pude entreoír lo que le contaba a Dehnel.

Cuando nos reunimos los tres, recuperé la piedra y la guardé, y recuperamos la formación para ponernos en marcha. En aquella ocasión conocíamos algo mejor el camino, y teníamos la oportunidad de llegar allí antes. Antes de lo tarde que íbamos a llegar de todas formas. Menuda presentación a Brontë.

Corbin no tuvo objeciones en comenzar el camino de vuelta. Se habían retrasado, y no podía decir que hubieran sacado gran provecho de ello. La información obtenida había sido escasa (aunque Corbin la tenía en cuenta, y de hecho la compartió con sus compañeros), y todavía les quedaba mucho por hacer.

Como antes, tomó la última posición en el grupo, y la utilizó para cubrir la retaguardia y borrar las huellas. Pudo comprobar que, en aquella ocasión, la tarea era más compleja, ya que habían ido y venido sobre el mismo camino varias veces. De todas formas, se tomó su tarea con cuidado y borró los rastros. Mientras, siguió a sus compañeros hasta donde les habían indicado que fueran, consciente de que ellos ya conocían el camino.

Corbin se encargó de explicarme la situación y no pude sino suspirar. Desde luego, si se trataba de damas, viéndolos a ambos, tenía que haber ido yo delante. Me había quedado sin conocer a la mujer misteriosa, al final. Y si no era una enemiga quizás nos hubiese podido dar información.
De todas formas ya habíamos podido ponernos en marcha. Cierzo y yo sabíamos ya buena parte del camino, de forma que no debería haber problemas con el asunto de llegar junto a los que nos esperaban. Traté, una vez más, de dar ritmo al grupo para recuperar el tiempo perdido. Mi objetivo era llegar enseguida para presentarnos y pasar al fin al trabajo.

Quizás llegásemos un poco tarde, pero habiendo un motivo esperaba que no hubiese quejas. A fin de cuentas era más importante asegurar el éxito de la operación tomando las precauciones necesarias que llegar pronto y hacerlo mal.

Cuando alcancé el punto al que había llegado con Cierzo, donde nos habíamos dado media vuelta, seguí caminando. No podía faltar mucho...

El grupo no tuvo problemas para seguir avanzando. La muchacha parecía haberse perdido entre la nieve y de nuevo no volvieron a oír o notar movimiento alguno más que los suyos propios. No tardaron demasiado en llegar al punto de encuentro, y ahí los recibió un muchacho joven, miembro de la guarda. Se encontraban en un improvisado campamento que parecía fundirse con el paisaje, haciendo que resultase complicado identificarlo si no contaban con las direcciones adecuadas; probablemente un hechizo los cubría, o al menos eso era lo que podían pensar los guerreros, quienes, parados frente a la tienda principal, escuchaban ahora las directrices de un piscis, mayor, con frondosa barba y aspecto severo.

—Desde nuestra posición, no hemos visto demasiado movimiento en los últimos días, pero aun así es conveniente ser precavidos. Aquellos que ataquen de cerca tomarán la primera posición de las filas, mientras que los que puedan atacar a distancia se quedarán en la retaguardia —explicaba, observando de uno a uno a los guerreros. A su alrededor, los de Brontë podían ver a varios miembros de la guarda piscis armándose para el inminente asalto—. Los magos se encargarán de la defensa de aquellos que no cuentan con tanto poder mágico. Avanzaremos juntos, y en caso de que se produzca alguna separación, será conveniente buscar al menos a dos personas como acompañantes.

El lugar al que los guerreros se adentrarían se encontraba en las faldas de la montaña. La guarda había notado actividad mágica, y sospechaban que algo servía de escudo para sus enemigos. Los magos se encargarían de romperlo para permitir la entrada al resto.

—¿Preguntas?

Una vez recorrido todo el camino, Corbin se encontró, junto a sus compañeros, en el campamento. Dejó que ellos se encargaran de presentaciones y preparativos, y se preocupó en observar el entorno, tratando de mantener, en todo momento, una idea clara de su situación.

No tenía objeciones a la formación del grupo, que lo situaría al frente. Corbin buscó sus puños y los extrajo, serio, mientras escuchaba las indicaciones. No dijo ni una palabra, y se limitó a esperar la orden de proceder. Ya había perdido mucho tiempo en palabras vacías por aquel día. Cuestiones más interesantes lo esperaban.

Cuando llegamos al campamento, un jovencito nos recibió, por lo visto encargado de esperarnos. No tardamos mucho en llegar a su altura.

-Los refuerzos de Brontë -nos anuncié con voz seria-. ¿Qué nos corresponde?

El chico nos llevó a la zona de instrucción, donde un oficial se encargó de organizar a las tropas. Miré alrededor para calcular cuántos éramos. Había oído rumores sobre la última expedición a Aqua, y esperaba que Brontë supiera lo que hacía al enviar tan solo tres guerreros, así como que la guarda de Aqua contara con los efectivos suficientes para una misión así. Por el momento, parecía que llevábamos la ventaja de la iniciativa, pero de la estrategia dependía que supiéramos sacarle partido.

Me mantuve en silencio cuando se pidieron preguntas. El planteamiento era tan básico que resultaba difícil encontrar algo que añadir. Me habría gustado tener la oportunidad de reunirnos a solas con los oficiales para tratar un par de detalles, pero no me parecía que el campo de instrucción fuera el lugar para ello.

Alcanzamos el lugar y enseguida nos presentamos. La situación fue explicada a grandes rasgos, y cuando los piscis nos ofrecieron la posibilidad de hacer preguntas ninguno de mis compañeros dijo demasiado. Yo, sin embargo, sí me adelanté para hablar.

-Estoy preparado -dije primero-. Yo seré de los que vayan delante, supongo. No soy muy diestro en la magia -expliqué entonces, y dirigí una mirada de reojo a mis compañeros. Por lo que sabía, Corbin se encontraría en una situación similar-. Los que marchan delante siempre suelen sufrir más daños que los demás, así que, no solo por mi seguridad, sino por la de todos los que vayamos en la primera línea, querría saber si tenéis más datos sobre nuestros enemigos. Hemos sabido que hay magos poderosos. ¿Y tenemos un número aproximado? ¿Son vuestros magos poderosos, también?

Arriesgaría mi vida por un acto noble. Pero no quería servir como escudo humano para proteger a magos de otros magos si resultaban superarnos en capacidades y número. Y si todos iban a luchar, iría detrás, por supuesto. ¿Qué detrás? ¡Delante! Pero ya había tenido tiempo de aprender que un solo hombre no bastaba para proteger a cien. Había que obrar con cabeza.
De todos modos, estaba listo para la acción. Y prefería moverme que quedarme quieto en medio del frío.

El hombre se volvió hacia Rick cuando el flamma habló. Tenía el rostro serio y en él comenzaban a apreciarse unas primerizas arrugas que no afeaban el conjunto, sino que ayudaban a dar esa imagen suya de rigidez.

—El número aproximado es de quince, aunque es un número que hemos sacado de investigaciones anteriores, no algo que hayamos podido ver con nuestros propios ojos. En nuestras filas contamos con más de veinte magos, todos ellos expertos en la materia. En cuanto a guerreros, aparte de vosotros, tenemos otra veintena más. ¿Alguna otra pregunta?

El piscis esperó a oír algún otro tipo de pregunta que responder. Una vez resueltas las dudas, ordenó a los guerreros que tomasen posiciones en cualquiera de los dos grupos, y cuando ya estuvieron las filas preparadas, comenzaron el ataque. El primer grupo en atacar fue el de los magos, que dedicaba sus hechizos a las faldas de la montaña, donde una especie de halo apenas visible parecía interponerse entre ellos y el otro lado. Una vez el halo estuvo roto, esperaron, en posición defensiva, una respuesta por parte de los enemigos. Esta no llegó, y pronto el grupo continuó su avance.

Al otro lado del halo, reinaba un fuerte silencio solo roto por los pasos de los invasores. La nieve se extendía ante ellos y a su alrededor en un primer momento no pudieron ver nada, pero cuando ya habían avanzado un buen trecho, pudieron distinguir, a lo lejos, unos pequeños puntos oscuros.

La respuesta llegó a ser satisfactoria. Desde luego, parecían suficientemente preparados. Era cierto que el esfuerzo por derrotar al mal nunca era bastante, pero tampoco podía esperan que enviasen a doscientos hombres para apresar a quince. El número sí me tranquilizó. Y aunque no había visto a sus magos y guerreros en marcha tuve que creerme sus palabras y aceptar las capacidades que les otorgaba. Más ns valía, de todos modos, esforzarnos al máximo. Si habían contado con la ayuda de Brontë teníamos que cumplir con ello.

-Todo bien -dije al hombre, asintiendo, serio-. Por mí podemos avanzar.

Me dirigí al grupo de guerreros cuerpo a cuerpo, el que me correspondía, y me coloqué hacia la parte delantera. La retaguardia era el lugar más seguro, pero no había ido allí a esconderme. Aunque no fuimos nosotros, de todos modos, los que atacamos, sino los magos. No supe a qué atacaban hasta que algo que no podía ver pareció romperse. Era como un muro de vidrio, pero seguramente lo fuese de magia. Y después llegó el silencio.
Miré alrededor, serio, erguido. Todos parecían esperar algo. Pero no pasó nada, y emprendimos la marcha de nuevo. Avanzaba en silencio, respirando vaho, con los ojos clavados en el entorno. Éramos tantos que sería imposible sorprender a nadie, y menos tras aquel ataque al muro invisible.

Anduvimos un rato cuando se divisó el primero de aquellos puntos oscuros. Hice amago de detenerme y busqué a Corbin con la mirada, volviendo pronto a los puntos, tratando de distinguir qué eran.

-¿Son personas? -pregunté, no muy seguro, pero serio. Lo preguntaba en general, a los que me rodeaban.

Mi vista no era excepcional, y a aquella distancia no tenía muy claro qué era lo que veía.
Llevé la mano a la empuñadura de Värdjas, a mi espalda, dudoso, pero preparado para desenvainar en caso de necesidad.

Además de la pregunta de Rick, no hubo ninguna otra. Corbin no estaba acostumbrado a trabajar en grupo, y menos en grupos tan numerosos, pero se esforzó por adaptarse a lo que había a su alrededor. Por el momento, no tenía más que avanzar con el conjunto, ya que se había situado entre los guerreros y eran los magos los que se estaban ocupando de lanzar ataques.

A Corbin no le gustaba la idea de ir de frente. Según habían dicho, la ventaja de su bando era considerable, pero precisamente que se hubieran preocupado tanto por mantener aquella ventaja numérica, casi de tres a uno, hacía pensar a Corbin que, muy probablemente, los niveles de poder de ambos grupos estuvieran inclinados a favor de la facción enemiga. No quedaba, pese a todo, más remedio que avanzar.

Para cuando Rick preguntó, Corbin ya había localizado aquello a lo que Rick se refería. Valiéndose de su buena vista, trató de determinar qué era exactamente aquello, además de enumerarlos rápidamente. En guardia, atento, esperaba su oportunidad de atacar.

No tardamos demasiado en ponernos en marcha. Los grupos se definieron con bastante eficacia, y me mantuve entre los compañeros que se me habían asignado, pendiente de las instrucciones que tuviera que recibir. Dado que fuimos los primeros en encontrar una tarea, colaboré con mis compañeros en destruir aquella barrera que nos impedía el paso. Al tiempo que lo hacía, traté de evaluar el nivel mágico de aquellos que me acompañaban. Prefería tener una idea lo más clara posible de con qué podía contar.

Tras deshacer el muro, solo quedaba avanzar, y así lo hicimos. Me mantuve preparado para el ataque, con las manos listas para enviar un hechizo en cuanto tuviera necesidad de hacerlo. Íbamos de frente, pero eso no quería decir necesariamente que el enemigo fuera a hacer lo mismo. Lo que tenía claro desde el principio, precisamente por la barrera que habíamos tenido que deshacer entre tantos, era que contaban con recursos, y probablemente estuviera también bien organizados.

La buena vista de Corbin reveló que aquellos puntos del horizonte no eran personas, sino pequeñísimas construcciones, viejas, con paredes que no parecían abrigar demasiado y nieve cubriendo parte de su forma. Desde su posición, apenas podían distinguir si estaban realmente habitadas o no, pero a primera vista parecía que estaban vacías. Aquello dejaba, por tanto, dos opciones: que el grupo estuviese avanzando hacia una zona ya desalojada, o que sus enemigos se escondiesen entre la nieve, valiéndose de la magia que los guerreros sabían que tenía o de otros métodos de camuflaje posibles.

Fuese como fuese, permanecer quietos en un terreno abierto donde no divisaban al posible enemigo no parecía la más práctica de las opciones. Aprovechando su teórica ventaja numérica, el líder ordenó la división del grupo: así, uno se dirigiría hacia las construcciones para averiguar qué había ahí dentro; el otro, por su parte, exploraría los alrededores. En manos de los guerreros estaba la opción de qué hacer: o bien unirse a alguna de las divisiones, o bien aguardar en el lugar.




El grupo continuó avanzando un poco más. Cuando volvieron a detenerse fue por órdenes precisas, y el motivo no tardó en ser de conocimiento general: un mensajero había llegado con nuevas muy recientes.

Según se informó a los guerreros, la guarda de Aqua había recibido noticias de una nueva localización de sus enemigos. Por lo visto, aquella base estaba ya deshabitada y no era más que un señuelo. Se ordenó, pues, la retirada, dejando un pequeño grupo a modo de prevención para examinar la base deshabitada. En cuanto a los guerreros, se les informó de que volvieran a Brontë; una vez reorganizada, la guarda informaría de la situación y se decidiría si era necesaria su participación.

MISIÓN CANCELADA