Encargo de Madame: Acaba con él.

Aquella vez el encargo de madame Desmarais llevó a Corbin hasta Humus, a una de las mayores ciudades del contintente. El viaje le llevó varios días, y aunque no tenía un tiempo límite para cumplir su trabajo sabía que el tiempo corría en su contra: el hombre al que debía matar estaba siendo buscado tanto por las autoridades como por numerosos cazarrecompensas, y dado que la recompensa era superior si se entregaba vivo el claritas tendría que esforzarse. Era posible que cada segundo que pasaba el hombre estuviese más cerca de ser capturado.

El hombre al que debía encontrar era un mestizo de parvus y chrysos, le habían dicho, más alto de lo normal. Aunque en una población como aquella abundaban las razas, por lo que no sería extraño encontrar con alguna otra mezcla como aquella. No obstante, Corbin también contaba con una imagen del hombre: pelo negro ondulado, desgreñado, barba oscura, ojos azules, opacos como los de un chrysos, nariz puntiaguda y tendiendo a corpulento. Había cometido varios asesinatos con violencia y se desconocía su paradero.

Corbin solo sabía, de momento, que muy probablemente se hallase en algún lugar de la gran ciudad aquellos días. Pero era grande, y resultaría complicado dar con una sola persona en un sitio como aquel. Las posibilidades de que se cruzasen por azar eran muy pequeñas. Tenía, por tanto, que buscar la forma de forzar el encuentro.

Tras obtener un mapa de la ciudad, Corbin pudo tener clara la distribución de la misma. Tenía un segundo nivel subterráneo central, una zona bastante pequeña, que correspondía con una zona bastante rica. En la superficie, de la misma forma, la zona central era la perteneciente a la gente poderosa, y, como en anillos, el nivel económico parecía ir bajando un poco al acercarse al exterior. Por tanto, el último de los anillos correspondía a la zona más pobre y conflictiva. No parecía una franja muy ancha, como el guerrero pudo comprobar, pero existía.
Llegaba a haber, ya en aquella zona, un par de puntos más en el subsuelo. Eran zonas pequeñas, pero el plano no informaba de lo que allí había, solo de su existencia. Se encontraban en la zona norte y este. Sobre si había zonas o divisiones no pudo hallar nada en el lugar en el que se encontraba.

Si Corbin quería saber dónde se reunían los mestizos o cómo encontrar algo en los barrios más bajos tendría que visitarlos.

Spoiler:

Corbin, tras revisar sus posibilidades, decidió ponerse en marcha hacia la zona este. Buscaba ir a los suburbios, pero antes debía cruzar las zonas bajas. La zona media de la ciudad, en la que se encontraba, contaba con una diversidad racial pequeña, pero existente. Si bien llamaba algo la atención, no era raro ver aethers, algún chrysos y, en menor medida, gente de otras razas. Su presencia, por tanto, aunque no pasase inadvertida tampoco resultaba un reclamo.

Entrar a la zona baja no le fue difícil, y pronto resutó evidente la diferencia del nivel de vida. Las casas se hacían más pequeñas y viejas, la ropa de la gente era de calidad menor y las tiendas resultaban menos lujosas, pasando a aumentar el número de puestos callejeros en los que se vendían alimentos. Rondaba el medidodía, por lo que, además, de los hogares surgía olor a verduras cocidas y, en menor medida, en algunas, algo de carne.

Las conversaciones privadas no abundaban, y las que Corbin entreoyó resultaban hablar de hombres que comentaban las habilidades de sus amantes, de mujeres que criticaban a otras o asuntos similares, o alguna queja sobre los impuestos. Nada, sin embargo, parecía mencionar a Arrty Comquerr, el hombre al que Corbin buscaba.

Corbin había notado también el incremento de personas armadas en aquella zona. A veces veía a gente evidentemente extranjera con una espada prendida al cinto pasearse entre las calles, otras a los habitantes de la zona, que podían llevar escondido entre sus ropas algún cuchillo o semejantes, siendo normalmente más discretos.

Corbin pudo sentir en un momento un ruido de pisadas rápidas a su espalda, y cuando se volvió pudo ver, entre la gente, que un chico joven, de raza aether y aspecto algo desaseado se dirigía hacia él a toda prisa con una bolsa en las manos.



-¡Apártese señor! ¡Por favor! -le gritó el joven con cierto apuro, sin interrumpir la carrera.

Spoiler:

Corbin no tardó mucho en hacerse a un lado, lo que hizo que el chico alzase un momento las cejas, con cierta sorpresa, pero dibujase una sonrisa enseguida. Pasó a su lado como una flecha, dedicándole unas palabras mientras lo rebasaba.

-¡Muchas gracias, señor! –le decía entonces.

Llegó a hacerle una suerte de saludo militar con los dedos, un gesto breve, sin detener su carrera, sorteando a la gente que cruzaba la calle con una agilidad digna de admiración.

Al cabo de unos segundos, cuando el chico ya había avanzado unos buenos metros, una nueva anomalía surgió de entre la gente, que ya miraba curiosa e incluso formaba un pequeño pasillo para dejar que el hombre pasase. Era un parvus de mediana edad y barba espesa que resollaba sin poder más.

-¡¡DEMONIO DE NIÑO!! –bramó, deteniéndose cerca de Corbin, demasiado cansado como para continuar-. Maldito ladrón-. Ladró, a nadie en particular-. ¡¿Por dónde demonios se ha metido esa rata con alas?!

Tras aquel pequeño contratiempo Corbin siguió su camino. No encontró mucho en aquella zona, y pudo llegar al comienzo de los barrios bajos sin mayores dificultades. Las primeras viviendas de aquella zona llegaban a parecer iguales a las de la que venía, pero poco a poco, a medida que avanzaba, iba notando la diferencia: las calles eran más estrechas, y la suciedad más evidente, los edificios estaban desgastados y muchas veces abandonados, o al menos en apariencia. La gente que caminaba por la calle era de lo más dispar, y pudo distinguir a diversos individuos de aspecto algo oscuro. Parecía, en conjunto, una zona peligrosa.
Notaba algunas miradas fijas en él cuando avanzaba, atentos a sus gestos, como buscando algo de él, examinándolo. Había diversidad racial, y abundaban los mestizos, aunque, como en el resto de la ciudad, los parvus eran la mayoría.

-Hola, guapo –lo llamó una mujer, zalamera, desde la boca de un callejón. Extrajo enseguida una pequeña bolsa de papel de la capa, mostrándosela-. ¿Quieres comprar? Es de la mejor de la ciudad.

La zona era laberíntica, y no parecía seguir exactamente las indicaciones del mapa que Corbin llevaba. Moverse por allí no sería sencillo, y quizás recabar información tampoco.

La mujer no ocultó la sonrisa satisfecha cuando Corbin preguntó. Dedicó una breve mirada a la bolsa, como si se lo pensase, con una sonrisa de disfrute. Finalmente alzó la vista de nuevo hacia el guerrero, con la misma expresión de placidez, de disfrute, y le dio un precio.

-Tienes cara de saber diferenciar lo bueno, cariño-. Le dijo, examinándolo con interés-. Si sabes de lo que hablo estoy segura de que no lo dudarás un segundo. Hazme caso, guapo. Otros de por aquí te venderán porquería, pero yo te ofrezco de lue bueno. Pero no lo tendré siempre, claro... ¿Qué me dices?

Tras decir aquello la mujer calló, esperando a que Corbin diese su respuesta.

La negativa de Corbin hizo que la mujer frunciese el ceño enseguida, y su expresión afable dejó de serlo. Se guardó la bolsa con un gesto desagradable, como si él la hubiese insultado, y lo miró de reoj. No tardó en marmarcharse mascullando el tiempo que había perdido y lo poco inteligentes que eran los extranjeros. Corbin, poco ofendido por las palabras, siguió con su camino, sin embargo.

Iba hacia la zona subterránea, pero lod caminos se desdibujaban y era difícil saber dónde estaba. Tuvo que caminar un buen trecho y dar algunas vueltas hasta darse cuenta de que, según el mapa, había pasado un par de veces ante la que debería ser la entrada a la parte inferior. Sin embargo, no había nada que pareciese descender.
Al desandar sus pasos de nuevo para volver revisar la zona que parecía coincidir con el punto que marcaba el descenso del mapa se encontró con una casona abandonada, de ventanas y puerta tapiadas. No parecía tener nada particular, pero aquella vez la puerta de abrió con normalidad, pese a estar cubierta de tablas, y un tipo de aspecto peligroso salió de la construcción al exterior con tranquilidad, sin mirarlo siquiera, pasando a perderse en una de las calles.

Corbin no tuvo ningún problema para acercarse a aquel edificio que, desprotegido, parecía una más de tantas otras viviendas abandonadas. Ninguno de los transeúntes pareció darle importancia al tema de que acudiese a aquella zona.
Las tablas que tapiaban la puerta y las ventanas estaban exageradamente pegadas las unas a las otras, como buscando que, además de no poder entrar, uno no pudiese mirar qué había dentro. Pero, como Corbin había podido comprobar, la puerta principal se había abierto desde el interior sin ninguna dificultad aparente, lo que contrastaba un poco con el aspecto de fuerte.

Una vez cerca del edificio pudo notar un par de detalles más que no se percibían ben desde la distancia: por una parte, de entre algunos tablones llegaba a salir una luz suave, como fluorescente; por otra, en el interior del lugar, si prestaba suficiente atención y aislaba el sonido del exterior, llegaba un rumor como de movimiento, de voces, aunque nada demasiado escandaloso ni que pudiese identificar a través de las paredes.

Cuando Corbin trató de abrir la puerta se encontró con que el picaporte cedía con facilidad, haciendo todavía más evidente que las tablas que la tapiaban no eran más que un adorno, quizás una defensa contra los indeseables. Aunque, de hecho, lo que vio al abrir aquel lugar parecían más bien aquello: indeseables.

Un grupo de hombres de razas diversas, casi siempre mestizaje con parvus, hablaban en círculo en una estancia vacía y sucia, con algún sofá, alguna mesa y poco más. Parecía una suerte de zulo, y en el fondo del mismo, frente a la puerta que Corbin había abierto, había un armario que desentonaba un poco con el resto de los muebles.

-Vaya, ¿y tú quién eres? -preguntó uno de los hombres, un parvus rubio y corpulento-. ¿Has venido a comprar algo?

-No serás un poli, ¿no? -inquirió otro, un mestizo de parvus y flamma, más altoque el primero, pero también más delgado-. No hemos hecho nada malo -añadió, con una sonrisa socarrona.

-Habla, ¿qué quieres?

Corbin podía contar hasta siete hombres, y un par más sentados en uno de los sofás, pero ninguno de ellos era el parvus que buscaba.

La respuesta de Corbin hizo que los hombres se mirasen entre sí divertidos, unos a otros. Finalmente se le acercó un medio claritas más alto que el resto, aunque nunca llegó a rebasar la barrera del metro y medio. Ladeó un poco la cabeza, frotándose el rostro barbilampiño, curioso.

-Haberlo dicho antes -le dijo, con tono tranquilo-. Es nuestro negocio, a fin de cuentas. Si quieres ir abajo puedes ir abajo. No sale tan caro-. Le dio un precio-. Solo por eso y tendrás acceso a toda la zona. Tienen buenas armas, desde luego. Allí no te timarán, eso seguro, pero, por otra parte, los precios...-. Se encogió de hombros, esbozando una sonrisa tranquila-. ¿Entonces quieres bajar? Dale el dinero a Don -indicó, señalando a uno de los hombres sentados-, y asunto arreglado. Lo siento, es que la gente suele llamar antes de entrar. Creímos que eras un poli...

Los demás lo examinaban mientras tanto, con curiosidad e interés, todavía en grupo, aunque, a excepción del que hablaba, ninguno se había acercado ni hecho ningún otro movimiento, normal o extraño.

El hombre lo miró divertido un momento, pero acabó por encogerse de hombros y mirar de reojo a sus compañeros un momento.

-Es el lugar ideal para comprar y vender lo que te plazca, o para esconderse. ¿Crees que algo como eso saldría gratis? Todo tiene su precio, amigo mío. Vuelve si lo necesitas, y vuelve con el dinero, pero, por favor, llama a la puerta la próxima vez.

Corbin no tardó en salir de la casa. Llevaba un buen rato dando vueltas, la hora de la comida había pasado y no parecía haber sacado nada en claro. Llevaba recorridos unos cuantos metros por aquella misma calle cuando una voz llamó su atención.



-Parece que estás perdido-. El chico lo miraba desde el tejado de una de las casas más bajas de la zona, a poco más de dos metros de altura-. Llevas un buen rato dando vueltas. ¿Puedo ayudarte? Que te debo una -le dijo, sonriendo pícaro.

El chaval rió al comentario de Corbin, y movió un momento uno de sus bolsillos, que sonó como si llevase monedad en él.

-¿Hablas de esto? Yo solo me lo encontré -le dijo, divertido-. Pero siempre pago lo que debo. Por eso no me gusta deber nada -reflexionó, pensativo.

Acabó por sonreír de nuevo, y de un salto y un aleteo algo torpe planeó al suelo, acabando a un par de metros de Corbin, al que miró con curiosidad. A aquella distancia era un poco más evidente su baja estatura, y, sin embargo, tampoco lo era tanto como para tener que ser propiamente mestizo de parvus, dado que su edad podría justificarla en parte.

-Pero si prefieres que no te ayude...-. Lo miró con un brillo divertido en los ojos-. Allá tú. Sigue dando vueltas por toda la ciudad. Quizás en un millón de años o dos encuentres lo que buscas.

El chico se acercó un momento a ver el retrato que Corbin le mostraba, y se lo pensó apenas un segundo antes de alzar las cejas, repentinamente sorprendido.

-¡Mithos! ¡Es cierto! Un hombre me preguntó lo mismo ayer-. Dejó ir una risilla, divertido, asintiendo-. Un tipo así alto y grande-. Trató de emular el que era su aspecto, poniéndose de puntillas y subiendo los hombros, aunque su cuerpo, pequeño y delgado, no daba mucho el pego-. Ese no era parvus. En fin... Yo no vi al mestizo este, pero sí que sé a dónde fue el otro tipo. Dijo que iría a la zona noroeste. Y tiene sentido, allí se junta la peor chusma, eh-. Volvió a mirar el retrato, pensativo-. Aunque no sé cómo de chusma es este... Pero bueno-. Miró a Corbin de nuevo, con ojos golosos-. ¿Necesita un guía, señor?

Sus facciones, estatura y voz, aún de niño, lo hacían parecer más tierno e inofensivo de lo que, por lo que Corbin sabía, era.