Encargo de Madame: Acaba con él.

Las palabras de Corbin los hicieron callar. Durante varios segundos, dos o tres, no escuchó nada, pero entonces llegó el primero de los pasos. Bajó el muchacho, que temblaba un poco y se sujetaba el hombro en el que había recibido el clair ëm yäk. Cuando llegó abajo, miró al hombre tendido, al que había llamado Sonn todo el tiempo, de reojo, tembloroso.

-Pue... ¿Puedo ayudarlo? -preguntó a Corbin, con evidente miedo.

Tras él, ya bajaba otro: un hombre de pelo y barba blancas, parvus, con una cicatriz que le surcaba la cara en diagonal. Era mayor, pero no tanto como para temblar o parecer frágil. Miró al guerrero con ojos serios, y luego se acercó al muchacho, sin perderlo de vista.

-No somos los hombres más honrados del mundo -le dijo-, pero no todo el mundo puede buscarse la vida con tanta facilidad. Si vas a matarnos, deja ir al chico, por favor -le pidió, serio-. Es mi nieto. Quizás no he sido el mejor abuelo posible, pero eso no es culpa suya, ¿no crees?

No era el único. Un tercer hombre, con edad comprendida entre los otros dos, descendía por la escalera. Y a aquel Corbin lo reconoció. Era él. Lo supo al instante, aunque tenía el pelo algo más largo y estaba algo más sucio que en la imagen que le había mostrado.
Aquel se hizo a un lado, serio, mirándolo con cautela sin decir nada.

En último lugar bajó una muchacha: una chica pequeña, menuda, que no llegaría al metro quince. Tenía el pelo castaño claro, pero tan sucio que en algunas partes parecía negro, y la cara tan tiznada que costaba distinguir sus rasgos. Iba vestida con ropas deshechas, y temblaba mucho al mirarlo.

El chico se agachó junto a Sonn, que seguía inmóvil en el suelo, nada más recibir la respuesta de Corbin. Temblaba y lo miraba a ratos, pero terminó por estar plenamente atento a su compañero. No dijo nada, pero por las medidas que tomó parecía haberlo encontrado vivo. Aunque era evidente a primera vista, y más habiendo visto la caída y escuchado el siniestro sonido, que no se encontraba en un estado que diese mucha esperanza a nadie.
El anciano estaba con el chico. La chica los miraba encogida, pegada a la pared. Pero Corbin no parecía querer saber nada de ninguno de ellos.

El otro hombre lo miraba, muy serio, tenso. Todos estaban tensos, pero él, aunque sudaba y parecía nervioso, quizás era el que menos asustado parecía. Sus ojos oscuros no se apartaban de donde Corbin estaba.
Aquello no impidió que este lo cegase.
Todos cerraron los ojos y apartaron la vista, uno jadeó sorprendido y otro gruñó: aquello producía dolor en los ojos.
El espacio era pequeño y el guerrero no tuvo problemas para recorrerlo a tiempo, y al inmovilizarlo notó que aquel se debatía, pero poco podía hacer contra la fuerza de Corbin.

-Pelytera -gruñó, y con el hechizo su cuerpo se endureció, y Corbin notó que se debatía con más fuerza, que casi lo desestabilizaba. Pero la daga cortó de todas formas, y al contacto con la carne esta se achicharró, y la sangre comenzó a borbotear-. Cabrón... -murmuró el hombre con desprecio, con mucha menos fuerza-. Haced... algo...

Los tres miraban la sombra, cuando lograron ver: el chico sollozaba sujetando a Sonn, en viejo parecía paralizado y la chica se había encogido más todavía. Ninguno hizo nada. Quizás no se sentían capaces de triunfar si lo intentaban.

Al final murió, y nadie hizo nada más que gemir de terror. El, debido al estado de su garganta, ni siquiera pudo gritar, y cuando lo intentaba lo único que salía de su boca era sangre y un gemido desagradable. Terminó por dejar de forcejear, su cuerpo se volvió un peso inerte en manos de Corbin, y el olor era lo más extraño: parecía el de la carne al ser cocinada.

Corbin notaba las manos manchadas de sangre, pegajosas. El lugar volvía a estar oscuro, pero percibía as siluetas que quedaban, que solo temblaban ante su presencia. El chico estaba arrodillado en el suelo, y miraba hacia arriba, hacia él.

-¿Qué...?-. El sonido de su voz delataba, una vez más, que lloraba-. ¿Qué nos vas a haces a nostros..? -se atrevió a preguntar, con un flojo hilo de voz.

-Por favor, deja que los chicos se vayan -pidió el anciano, con voz más firme.

La niña no decía nada. No lo había hecho en ningún momento.

Aquella respuesta no pareció tranquilizar demasiado al chico. Quizás se debiese a los espeluznantes sonidos que hacía Corbin con el cuerpo del hombre muerto, que no eran tan distintos a los que haría con cualquier animal al deshuesarlo. Pese al terror, intentó explicarse, pero al final fue el que había dicho ser su abuelo el que lo hizo por el, viendo sus titubeos.

-No conocíamos a ese hombre -explicó, serio-. Mucha gente se refugia aquí cuando le hace falta. Gente como... nosotros -murmuró-. Él era un forastero y estaba de paso. Llegó hace unos días, y dijo que necesitaba un refugio hasta que se calmase lo que quiera que fuese... No era muy hablador, así que no sabemos mucho más sobre él. -. Hizo una pausa y miró a su nieto un momento, intranquilo-. Ni queremos saberlo... -añadió, bajando el tono.

En lo que él hablaba, la chica había intentado acercarse al túnel que llevaba a la salida, pero parecía tan paralizada que le costaba andar. El muchacho y su abuelo cargaron a Sonn con prisa, y comenzaron a alejarse, mirando hacia atrás, hacia Corbin.

-Niña, ven -terminó por apremiar el anciano, y la chica, como despertando, apuró el paso.

Corbin se quedaba solo. En aquel espacio, cerrado, flotaba el olor dulce a sangre.

Tras habérselas arreglado para que la cabeza del hombre dejase de sangrar Corbin subió las escaleras que lo llevarían al piso superior. Olía a humedad, a viejo y a polvo, pero estaba vacío. Era un habitáculo amplio pero sobrio, de suelo de madera y ventanas tapiadas. Apenas había muebles: una repisa sin adornos, con los cajones destrozados; un par de estanterías viejas, podridas, llenas de telarañas y libros gastados; un baúl abierto con mantas enmohecidas y raídas; una pequeña despensa con pan duro, carne seca, un cuenco con sal y fruta demasiado pasada; una mesa coja con un cubo lleno de agua turbia...
El sitio era bastante deprimente. En una esquina, un barreño maloliente contenía aguas menores y mayores; en otra, un saco de arpillera relleno de hierba seca hacía de colchón. Pero en medio de todo aquello había otras cosas que llamaban la atención: una bolsa junto al cubo de agua, mediada de monedas, un colgante de oro con piedras que asomaba bajo el colchón con una inscripción "Para Mary, con amor, por los años más felices de mi vida", o las propias armas, que estaban en el suelo. Había un par de puñales normales, desgastados, una espada ligera de funda oxidada, pero que resultó estar en buen estado y un kanabo de hierro, pesado, pintado de negro y descorchado en algunas partes. Por la longitud, parecía un arma parvus.

El sitio estaba en silencio. Solo estaba él

Cuando hubo terminado con aquello Corbin se puso en marcha, y pronto había puesto distancia entre aquel escondite y él. Iba cargado, y aunque era fuerte notó el peso de todo aquello. Sin embargo, no tuvo problemas para atravesar buena parte de la ciudad para ir a entregar la cabeza a las autoridades. Quizás aquella fue la parte más extraña, porque los encargados de recibirla lo miraron con algo de miedo, al ver lo que les había llevado.
Pero había cumplido su misión.

Tras haberse encargado de todo, ya habiendo cobrado la recompensa, Corbin inició su regreso a Brontë. No volvió a encontrarse en la ciudad al muchachito aether que lo había ayudado.

MISIÓN CUMPLIDA

Recompensa:

Corbin: