Encargo de Madame: Acaba con él.

El chico lo miró divertido, ensanchando un poco más la sonrisa, y se apresuro a negar con gesto inocente.

-¡Oh, claro que no! Este guía no tiene pensado pedirte nada, más que la voluntad, si me la ofreces -añadió, con gesto entretenido-. De hecho, estoy seguro de que te ahorraría un tanto incluso. La gente ve a un forastero como tú y enseguida disparan los precios. Deben de pensar que el tamaño del bolsillo y la altura van de la mano...

Se llevó las manos a la nuca, divertido. Se había alejado un par de pasos, pero se dio la vuelta y lo miró de nuevo, con la sonrisa ladeada. Era evidentemente un niño, pero se movía con mucha seguridad, muy relajado.

-¿Hay trato? Si no tienes un buen guía te aseguro que puede que tardes un millón de años. Y, no es por presumir, pero me sé la ciudad como si fuese la palma de mi mano.

En lo que iniciaban de nuevo el camino, Corbin, entonces acompañado y guiado ya por el chico, que avanzaba delante con tranquilidad, echando alguna que otra mirada atrás para asegurarse de que el guerrero lo seguía.
Recorrieron zonas concurridas, pero el chico no se detuvo. Parecía tener muy claro a dónde iba, e ignoraba a los que se acercaban a ellos ofreciendo algo, deteniéndose solo si a Corbin le interesase, sin mostrar mucho interés por su parte.

-A ver –le dijo, finalmente, tras un rato de marcha, bajando un poco el ritmo para hablar cómodamente mientras andaban-. Tenemos varias opciones, si buscas a alguien… “buscado”. Podemos meternos en las tabernas o tugurios: conozco algunos donde suele haber un buen número de maleantes. Y luego siempre están los suburbios, la zona de venta de armas… Y bueno, el subterráneo de esa zona está bastante lleno de chusma, también. No son muy recomendables, pero teniendo en cuenta lo que buscas-. Se encogió de hombros, risueño-. Tú dirás por dónde empezar. Yo te llevo sin problema.

Avanzaban por las calles sin detenerse. El chico parecía dispuesto a seguir las indicaciones que Corbin le diesen sin queja alguna. Tampoco hizo preguntas a Corbin sobre su procedencia o sus objetivos, más allá de la búsqueda de aquel hombre, que era de lo único que el chico estaba informado.

-Muchas veces hacen pagar para entrar a los sitios complicados –explicó el aether, con tono tranquilo, casi canturreándolo-. Sobre todo si se trata de alguien evidentemente extranjero, como es tu caso. Pero no debería pasar así para bajar a ese subterráneo. Aunque puede que sí haya que pagar para acceder a algunos de los lugares de ahí abajo-. Se encogió de hombros-. No he estado ahí más de tres o cuatro veces. Es un sitio peligroso que la gente prefiere no visitar.

Al final continuaron con su camino. Se pararon en un par de tabernas de aspecto descuidado en lo que avanzaban, y aunque Corbin dio con muchos rostros huraños ninguno era el que buscaba. Terminaron, pues, llegando al lugar que descendería a la zona subterránea: un edificio semejante al primero, aunque de peor apariencia.

Entraron y se toparon de frente con otra puerta, pero no en la pared, sino en el suelo, que comenzaba un descenso, iluminada con unos minerales que emitían un leve fulgor blanco. El chico avanzaba delante, y Corbin detrás.

El pasillo inicial parecía la entrada a una galería, pero cuando terminaron de descender este se abrió, y dio paso a lo que parecían calles normales, quizás algo más angostas, de aspecto más peligroso que los propios suburbios de arriba, pero no demasiado diferentes, Parecían un laberinto, de alguna forma, y allí había de todo, como Corbin pudo ir viendo a medida que caminaba: locales, tiendas, venta callejera… No parecía haber muchas viviendas, sin embargo, aunque sí alguna posada o taberna. Y los que por allí se movían, haciendo juego con el entorno, llevaban casi siempre armas a la vista.
Buscar a una persona allí parecía complicado, pero, al mismo tiempo, sí parecía el lugar indicado en el que encontrar a un hombre como el que Corbin buscaba.

-Bueno...-. El chico mantenía la sonrisa, pero su seguridad había menguado-. No enfades a nadie. ¿Por dónde quieres empezar?

En lo que caminaban por las calles tratando de encontrar algo el chico se pensó la pregunta de Corbin. Finalmente, tras un momento de duda, lo miró de reojo y pasó a explicarse, sin detenerse aunque rebajando la marcha.

-Se supone que buscas a alguien al margen de la ley -comentó-. Como has visto, no es difícil venir aquí abajo. Por tanto, no es raro tampoco que vengan cazarrecompensas. Eso hace que, evidentemente, los que tengan algo que esconder no campen a sus anchas por la calle. Sí he oído que hay refugios o zonas especiales en las que se reúnen las personas más indeseables, pero tienen el acceso más restringido. Seguramente tengas que demostrar que eres de fiar o entrar por la fuerza-. Rió, como si considerase aquella idea fuera de lugar-. Pero tiene que haber una forma. ¿Se te ocurre algo? Si no, siempre podemos separarnos para cubrir una zona más grande. Me muevo rápido por aquí. Quizás pueda conseguir información si voy solo -le propuso también.

Alli abajo era imposible guiarse por la posición del sol o saber qué hora era.

El chico sonrió a las peticiones de Corbin, y pronto le señalaba un par de direcciones a tomar. Acordaron reunirse una hora y media después en el mismo sitio en el que estaban en aquel momento, y después cada uno tomó su camino.

Corbin se dedicó a buscar en un par de tabernas, o más bien tugurios, que encontró llenas de gente con un aspecto bastante sombrío, aunque ninguno de ellos resultó ser el hombre al que buscaba. También se topó con algunos callejones ocupados por bandas, que pronto lo disuadieron de seguir por aquel lugar, pero ni rastro del hombre. A fin de cuentas, se trataba de un solo hombre en una ciudad.
Terminó llegando la hora de la reunión y el guerrero no había encontrado nada. Una vez hubo regresado al sitio en el que se encontraría con el chico este no estaba allí, sin embargo. Todavía tardó en aparecer unos diez minutos, y lo hizo corriendo a toda prisa con una sonrisa victoriosa y cuatro hombres detrás, a una distancia considerable. Era rápido, no podía negarse.
Esgrimía una hoja en la mano, que le entregó un poco abruptamente nada más llegar a su lado.

-Ahí tienes la dirección. ¡Deprisa, o puede que lo avisen! -le dijo, aún riendo, mirando un momento atrás, moviéndose en el sitio para no detenerse de pronto tras la carrera-. Yo me encargo de distraerlos.

Tras decir aquello se alejó de él, volviéndose de nuevo hacia los hombres, que recortaban distancias con él, provocándolos con un par de gestos ofensivos y esquivando por los pelos los hechizos que estos le enviaron. Pronto corría en dirección a un callejón. Corbin pudo ver cómo los hombres se dividían para perseguirlo desde diferentes calles.

Corbin tenía en la mano un pequeño plano con una dirección marchada. No estaba lejos de donde se encontraba. Si comenzaba a andar en ese momento, llegaría en poco más de cinco minutos.

Y allí se separaron Corbin y el chico, que se perdió entre las calles, perseguido por dos hombres.

El claritas, por su parte, ya tenía datos más fiables. O al menos se le habían expuesto como tal. Siguió las nuevas indicaciones, raudo, recorriendo calles que se cruzaban como en un laberinto sin mostrar nunca sentirse desorientado. Avanzaba rápido. Como el chico había dicho, si tardaba demasiado quizás el hombre hubiese sido advertido. Y aquello suponiendo que estuviese siquiera donde el muchacho le había dicho.

El guerrero de Brontë terminó por llegar al lugar que el mapa marcaba. Era un edificio grande, aunque no muy alto, de aspecto desgastado abandonado. Podría haber sido una nave, o una fábrica. Las puertas estaban cerradas, y las ventanas tapiadas, pero al rodearlo dio con una zona en la que una tabla ocultaba un pequeño hueco que parecía hacer las veces de puerta. Y por allí sí pudo entrar. No se oía nada dentro.

Las paredes, de piedra, aislaban bien los sonidos. Estaba bajo tierra, porque había ido a la zona subterránea de la ciudad, pero al entrar en aquel lugar fue como haber vuelvo a descender, porque los túneles eran angostos, cerrados, húmedos, oscuros. Y finalmente, tras avanzar por el pasillo a oscuras, dio con una escalinata de metal incrustada en la pared que ascendía, y en el techo una abertura cubierta con madera, una trampilla, que sí dejaba pasar algunos sonidos: voces. Habría más de una, y también sonaban pasos en la zona superior. Pero era imposible decir a ciencia cierta cuánta gente había arriba, o qué hacían.

Pese a haberse encontrado con el que era, o al menos en principio, el lugar al que debía ir, Corbin no se lanzó. Había más de una persona allí arriba, y serían todos ellos desconocidos. Prefirió obrar con cautela en vez de ser el que diese el primer paso. No era capaz de distinguir las voces o lo que decían, pero por el tono se trataba mayoritariamente de hombres, y parecían tranquilos, despreocupados.

Las voces cesaron cuando el clair ëm yäk golpeó la madera, con un sonido seco, y también pararon los pasos durante un par de segundos. Luego se pusieron en marcha hacia la trampilla, y tras un par de segundos esta se abrió. La luz escintilante, rojiza, fue la premisa del fuego.

-¿Quién anda ahí?

La voz llegó antes de que nadie se asomase, aunque pronto se entrevió la cara curtida de un hombre de mediana edad, parvus, con bigote espeso y una antorcha en la derecha. No era su objetivo.
Y Corbin tenía un instante para decidir qué hacer: su reacción marcaría lo que pasaría luego.

Arriba no se escuchaba nada, pero para el guerrero ya era evidente que el hombre no estaba solo.

Tal como planeaba Corbin, el hombre de la antorcha recibió el hechizo en la cara, y el golpe lo hizo caer por la trampilla, detrás de la antorcha, que soltó nada más ser golpeado. El sonido que el guerrero escuchó cuando el hombre golpeó el suelo y el hecho de que no reaccionase dejó claro enseguida que la aparatosa caída lo había dejado en una situación delicada, aunque parecía respirar, todavía.

-¡¿Qué cojones ha pasado?! -bramó otra voz desde arriba-. ¡¡Sonn!!

El segundo rostro no tardó en asomarse. Era un joven de rasgos estilizados, aunque algo ensuciados por una barba sin cerrar, de tres o cuatro días. Parecía mestizo, pues era demasiado grande a primera vista para ser parvus, pero muy pequeño para no serio. Buscó en la penumbra con ojos asustados, y enseguida dio con el hombre del suelo, alumbrado por la antorcha que él mismo había portado segundos atrás, que en aquel momento lamía una de sus mangas.

-¡¡Sonn!! -repitió.

Parecía no haber visto a Corbin, aunque no tardaría en hacerlo, dado el panorama. Arriba se mantenía el silencio, pero al prestar atención el guerrero podía escuchar un leve murmullo; quizás voces, quizás movimiento...

Corbin no tardó en reaccionar, y cuando invocó su hechizo el objetivo no lo había ubicado todavía. Fue cuestión de menos de dos segundos, y el chico estuvo a punto de caer también, tras recibir un golpe en el hombro, pero logro agarrarse. Enseguida desaparecía en el piso superior, con un gemido ahogado, huyendo del desconocido que lo había atacado.

-¡Sonn no se mueve! -lo oyó decir Corbin, arriba-. Alguien nos ha atacado.

Después de aquello se levantó un murmullo. El guerrero pudo escuchar entre tres y cinco voces más, aunque no pudo precisar cuántas con exactitud. Y poco después una, rasposa, de erres pronunciadas, se dirigía hacia él.

-Seas quien seas, hazte verr-. Sonaba a amenaza, o lo intentaba. Era firme, sin miedo-. Si te entrregas ahorra quizás nos pensemos el no hacerrte el daño que te merreces por lo que le hayas hecho a Sonn.

Después de aquello el silencio volvió.

Los primeros segundos no pasó nada. La tensión se palpaba en el aire, sin embargo. Parecía que todos hubiesen dejado de respirar, de moverse, de repente, en el piso superior. Y al cabo de aquel tiempo, aquellos segundos tan lentos y palpables, la voz áspera volvió de pronto, más nerviosa aquella vez, pero buscando firmeza en cada palabra.

-¡¡Déjate verr!!-. Sonó algo más cerca aquella vez-. No nos gusta la violencia. Has empezado atacando, y pese a todo nos hemos mantenido pacíficos. Ninguno de nosotrros busca prroblemas.

-Sonn tampoco -escuchó decir a la voz del chico joven, el que se había asomado ante, después de aquella otra.

Algo era cierto. Pese a la situación, ninguna de las voces había llegado a ser amenazante o agresiva en ningún momento.

El fuego crepitaba junto al hombre tendido, creciendo al contacto con su ropa, sin ser todavía peligroso.

La tensa situación enmudeció cuando Corbin, de nuevo, no respondió a la voz del hombre de acento parvus. Y tras el silencio de guerrero tampoco llegó respuesta de aquellos que estaban convirtiéndose en sus presas. Él se limitó a esperar, paciente, a que alguno se decidiese a dar un paso. Pero, de hecho, los pasos que escuchaba en el piso superior, que parecían tratar de ser sutiles sin conseguirlo por completo, no rondaban la trampilla al principio. Y cuando lo hicieron, cuando fue evidente que al menos uno de los que ocupaban el piso superior se aproximaba, lo que hizo fue cerrarla con prisa nerviosa.

Parecían haber decidido tomarse aquello como un refugio. Al no haber visto la planta superior Corbin no podía saber cómo de preparados se encontraban o cuánto podrían resistir. Aunque por sus actitudes podría parecer que no tenía que temer nada de ellos, el no conocer la situación al completo también le dificultaba las cosas. Iba a ciegas.

Su ataque no consiguió alcanzar a nadie: aunque parecía que los que estaban arriba no eran rivales para el, ni tenían intenciones de intentarlo, lo cierto era que en aquel momento se encontraban en la posición más segura, amparados por el techo y con la trampilla entre ambos. Sin embargo, Corbin pudo comprobar que bastaban un par de hechizos para hacer estallar la madera. La construcción era sólida, pero también vieja, y el tiempo pasaba más factura a la madera que a la piedra.

El silencio siguió a aquello, aunque cuando la madera se rompió el guerrero había podido oír un jadeo en el piso superior. Y, tras varios segundos de calma, por fin, una voz asustada, la del muchacho joven, que sonaba aguda y entrecortada, como si llorase.

-Solo he robado algunas cosas, nada más -sollozó-. Por favor... Dime qué quieres e iré conti...

-¡¿Qué dices?! -lo cortó la otra voz-. ¡No nos vamos a rendir!

-Ha matado a nuestro amigo-sollozó el chico, sin embargo-. Me da igual ir a la cárcel, pero no quiero morir... Por favor...

-¡Pero...!

-El chico tiene razón -dijo un tercer hombre que sonaba más calmo, más mayor-. No hemos hecho más que robar. No merece la pena morir por eso. Si quieres luchar, hazlo tú. Nosotros nos entregamos -dijo, de forma que Corbin lo oyese. EL claritas escuchó el sonido de metales caer al suelo-. Estamos desarmados. Entra y llévanos a donde sea, pero no nos mates, por favor. Nos entregaremos -sonaba firme, pero precavido.

Seguía escuchándose la respiración entrecortada del chico.