Mazmorras

Me hago un par de Fuuchi más en la espalda. Poco a poco voy notando como mejora considerablemente. El dolor ya nada tiene que ver con las fiebres de los primeros días, donde sentía el aire cortarme la carne abierta. Ahora las heridas están prácticamente cerradas y lo que siento es más similar a los golpes recibidos tras una paliza; algo considerablemente más agradable.

Como todavía me duele demasiado hacer ejercicios que conlleven utilizar la espalda o los hombros, decido pasar el tiempo haciendo sentadillas o estiramientos de piernas. Estar aquí metido me entumece y me quita el aire. Así que prefiero dejar la meditación -ahora menos efectiva- y centrarme en los ejercicios que pueda hacer. Así al menos estaré cansado por la noche y no seguiré volviendo al horario caeruleus.

Doy grandes zancadas, con las manos en la cintura, dejando la pierna trasera estirada y bajando la cadera recto. Luego recojo la pierna de atrás y hago el mismo paso. De un lado al otro de la celda.

Me aparezco junto a los barrotes, desde fuera, risueña, con un moño de apariencia descuidada, pero cuidada al mismo tiempo, como si me lo hubiese hecho de cualquier manera y tuviese una habilidad especial para hacerlo. Desde luego, es algo en lo que he puesto un empeño especial. Incluso mi ropa hoy parece más relajada que de costumbre, pero, al mismo tiempo, sería imposible para nadie encontrar ningún detalle sobrante, desordenado. Me guío siempre por una total y recta pulcritud, en todo.
Mi aroma llena el ambiente desagradable y frío, recordando por un instante al exterior, a una especie de peligroso jardín. El exterior será algo que él añore, ahora mismo.
Permanezco de perfil, a aproximadamente un metro de su celda, contemplándolo por el rabillo del ojo, ladeando finalmente la cabeza, y volviéndome luego hacia él. Esto es divertido.

-Buenas noches, Gerald -saludo, con tono dulzón, casi jocoso, sin acercarme ni un paso más a donde se encuentra-. Has elegido un lugar especialmente elegante para hospedarte.

Sus acciones me han sido un poco inconvenientes. Al fin y al cabo, él no viajará solo por sí mismo. Todavía tengo tiempo, por supuesto, pero cuanto más larga se hace la espera más me impaciento.
Soy una mujer caprichosa. Extremadamente.

Como ya me he ido recuperando, puedo permitirme el lujo de pasar el tiempo haciendo mejores ejercicios. Hacia la noche elijo las flexiones, más frescor y humedad. Tengo mucho tiempo, así que hago repeticiones hasta sudar la gota gorda. Con las manos muy abiertas, algo abiertas, a la altura de los hombros o con las manos juntas. Ahora precisamente estoy en las flexiones de relajación, con las palmas algo más separadas que el ancho de mis hombros, dando las últimas brazadas antes de que me moleste demasiado el cuerpo. Mi respiración es pesada y profunda, el vaho es plenamente visible en la penumbra al contraste con la temperatura, pero enseguida se esfuma lejos de este pequeño recinto.

Escucho como alguien aparece, o casi lo siento más que lo escucho. Siempre doy la espalda a los barrotes cuando estoy solo, evitando prestar atención a los que vengan. Me molesta cuando me distraen. Así que sigo con mi ejercicio mientras no dice nada al respecto, aunque por la forma de sentir que hay alguien sin haber escuchado pasos anteriormente asumo que se trata de algún líder o algo similar. De todos modos continúo, a pesar de su rango siguen distrayéndome.

Casi siento como si mis bocanadas se hicieran más pesadas, el sonido de mi respiración de garganta se hiciese más intenso a causa de esa extraña presión que cae sobre el ambiente. Inspiro con fuerza por la nariz, alzando el pecho haciendo fuerza con los brazos y arrugando el gesto por el esfuerzo. Y siento el olor recorrerme como oxígeno renovador, evocando la frescura de un lugar abierto como si alguien acabase de abrir una puerta de golpe. Es como si la flexión durase más tiempo que las demás y suelto un pequeño jadeo que hace aparecer otra pequeña nube de vaho brillante mientras una gota de sudor me recorre la cara hasta escaparse de ella.

Escucho entonces mi nombre, todavía con la postura mantenida con los brazos estirados, y me gisro ligeramente para mirarla. Ahí quieta, iluminada por la poca luz de las antorchas, puedo fijarme en el par de mechones que caen sobre su cara, escapados del moño que sostiene casi todo su pelo. Un aspecto maravillosamente juvenil a pesar de que no pierde un ápice de esa madurez femenina que devora los hombres con un sigilo y facilidad pasmosa. Cuando menciona mi situación no puedo evitar una media sonrisa algo tirante, levantándome para sentarme un momento en el suelo.

—Pierde mucho sin su presencia —Concedo, con un leve asentimiento, similar a cuando elevas la copa en una discusión de sobremesa. Me paso el cuello de la camiseta por la cara, secándome un poco el sudor. No hay muchas cosas que me den vergüenza, pero estar sin una buena ducha en su presencia consigue hacerme sentir algo incómodo a ese respecto. Se me ocurre algún otro comentario entretenido que responder a su frase, alguno relacionado con los latigazos, pero lo omito. Mirándola bien, la verdad es que cualquiera diría que es la mujer del líder caeruleus, pero ambos emanan una fuerte sensación de libertad e independencia, una sensación tan penetrante como la presión que ejerce su fuerza sobre los demás. Me parece enormemente envidiable, más que su poder en sí mismo.

Acabo por ponerme en pie finalmente, con gestos casi perezosos, pero no me acerco. No quiero que me huela.

—Lamento el retraso en mi partida. Espero no tener que esperar mucho más —Explico, pasándome una mano por el pelo, algo apurado, pero sin perder la media sonrisa.

Se me dibuja una sonrisa en los labios a su respuesta, como la de quien recibe el aprecio, el respeto que merece. Esa devoción oculta en sus ojos, ese deseo, ese respeto que no todos son capaces de obtener de él... Todas esas cosas son las recompensas que recojo tras tantos años de esfuerzos, escalando en posiciones, desde lo más bajo, hasta haber llegado a lo que soy ahora mismo. Por ello cualquier reconocimiento es digno de ser agradecido, aunque solo sea de manera interna. Y los irrespetuosos, los que no saben o no quieren ver en mí lo que represento, solo son estúpidos incapaces de comprender lo que realmente tiene importancia en el mundo, lo que marca los niveles, las clases, los grupos sociales, la vida, la muerte...
El poder mueve el mundo. Es un placer que sepas apreciarlo, Gerald. Que seas capaz de verlo. En mí. Resultas hasta tierno.

-Comprende que este no es lugar para alguien como yo -respondo, sin más, ladina, reacomodándome con delicadeza la boa de pelo, descubriendo apenas un instante el escote del corsé que visto, cubriéndolo enseguida, recatada, como si se hubiese tratado de un accidente.

Finalmente me aproximo, apenas dos pasos, disfrutando del sonido, del eco, de mis tacones contra el húmedo pavimento. Alguna vez, hace mucho ya, estuve en lugares como este, pero parece tan lejano que llega a ser como de otra vida. Es algo que procuro no olvidar, sin embargo. Esto es lo que me convierte en lo que soy. Olvidar cualquier detalle, por desagradable que fuese, sería rendirse a la debilidad.

-No te preocupes -murmuro, bajando el tono, sin borrar la apacible sonrisa, negando con suma suavidad-. Comprendo que todo sigue en pie. Un pequeño retraso es aceptable. Lo realmente preocupante es cómo te encuentras tú.

Sí y no a la vez. Lo necesito en condiciones para viajar. Necesito que cumpla su parte del trato, o no haré más que perder el tiempo enviándolo a él y no a otro. El tiempo corre, al fin y al cabo.

-He sabido que al final tendrás compañía- comento, bajando la vista con suavidad a mis uñas, un momento, alzando luego los ojos con el rostro algo bajo, todavía, para clavarlos en los suyos.

No hay problema con ello. Todo entra dentro de lo correcto. Mejor, incluso, con un apoyo que lo ayude a llegar a su destino.

Procuro fijarme en sus movimientos porque mirarlos es como un conjunto de pequeños placeres. Se ven tan suaves y naturales y al tiempo tan cuidados y controlados, son exactamente un baile con un ritmo silencioso. Me gusta ser consciente y dejarme llevar por él. Sus movimeintos guían mi atolondrada vista -a causa de las horas sin fijarla en nada- hacia su cuello, como casi siempre y sobre este las plumas que lo cubren con sutilza pareces deslizarse y abrir paso hasta su carne. Pero es casi un espejismo. Es como las luces que parpadean en tu pupila cuando te asalta un fogonazo de luz y cierras los ojos. Las ves de refilón y cuando mueves los ojos en su busca, desaparecen. Del mismo modo, en cuando mi vista cae por completo en su pecho, su gesto ya lo ha cubierto. Siento un ligero hormigueo a causa del acontecimiento. No hubiese sido ni remotamente importante si simplemente hubiese llegado a ver su carne.

—Por supuesto, mi señora. Por eso me sorprende y halaga verla aquí —Confieso, guardando cierta picardía, pero sin perder esa calma que me rellena al completo cuando hablo con esta mujer.

Cuanto quita importancia al asunto, su voz suena como una caricia, haciéndome sentir casi importante. La caricia se vuelve un áspero arañazo cuando llega a su última frase, borrándome la sonrisa. Lejos de sentirla como una amable preocupación, la siento como una estocada directa a mi integridad. Igual que un florete atravesando un corazón. En cuanto me mira aprieto la mandíbula y echo la cabeza hacia atrás, rehusando de ella, mirando hacia otro lado al final y echando a caminar de un lado a otro, como un animal estresado.

Me avergüenzo de esta debilidad, porque me vuelve enormemente vulnerable. Siento todo su desprecio sobre mí a ese respecto. "Ya no eres un hombre capaz" repite en mi cabeza una y otra vez con su sonrisa de desdén. Acabo por apoyar las manos sobre la pared, de espaldas a ella.

—Un hombre de confianza va a acompañarme para que no haya ningún tipo de contratiempo —Explico, con tono seguro y algo incómodo. Tomo aire un par de veces hasta volver a girarme para mirarla —Todavía estoy en condiciones. Es un mero seguro —Miento. No del todo, pero mentir es mentir a fin de cuentas. Y ella posiblemente lo sepa, pero no es eso lo que importa.

Su reacción me arranca una sonrisa, una más malvada, más entretenida, como disfrutando de su repentina caída, aunque no la dejo ver hasta que me da la espalda, de manera que no la vea. No debe verme siendo de este modo, aunque en el fondo sea completamente lógico que a veces me comporte de esa manera arrogante y caprichosa propia de mi nivel. Lo que es impropio es el restregar a otros su posición inferior, casi su patetismo. Y el chico, en cuestión, no me es desagradable. No es mi intención hundirlo.

Me aparezco, en apenas un instante, tras él, a la distancia de poco menos de un metro, con una mano apoyada sobre la parte superior de su espalda, sobre el deltoides, con los dedos semiflexionados, rozándolo apenas con las yemas, a través de la camisa, sin dejar que sienta más que una leve presión irreal. Una pequeña y cálida sensación se prolonga desde estos, ignorando su ropa, hasta su piel, y recorre las diferentes cicatrices de latigazos que puedo percibir sin ver, desdibujándolas un poco, regenerando la piel, apenas, sin borrar las marcas que serán perennes si otro no se encarga de eliminarlas, pero sí haciéndolas más difusas.
No puedo borrar lo que Aren ha hecho. Las cicatrices deben permanecer en su cuerpo como recuerdo de su error hasta que lo hagan del mismo modo en su cabeza, hasta que no pueda olvidarlas jamás y aprenda de ello. Mi benevolencia me permite, sin embargo, aliviar un poco de ese peso, como si le concediese cierta justificación por sus acciones, como si lo comprendiese y ello lo eximiese un poco, borrando apenas esas marcas, dando una extraña sensación de calidez a todo su cuerpo.

-Estoy segura de que eres perfectamente capaz de valerte, tanto solo como acompañado -siseo, sonando junto a su oído, permitiéndole el sentir mi aliento contra él un instante, pero no el volverse y encararme-. Confío plenamente en ti. No soy de las que se apiadan y actúan por compasión.

Despego la mano de su espalda, con suavidad, y me aliso el vestido un instante, sonriéndome. Es cierto a medias, pero lo suficientemente cierto como para que pueda decirlo.

-Estoy segura de que pronto saldrás de aquí -termino, alzando un poco más la voz, sonando de repente más alejada.

Ya es suficiente por mi parte, por esta noche.
Tengo más asuntos que atender.

De pronto la siento tras de mí, como una caricia o un arropo, no sé el qué, algo agradable, y me recorrer un escalofrío suave y agradable que me eriza el vello al sentir su mano cerca, suave. La zona que cubre sin llegar a tocar por completo se siente enormemente sensible, ansiosa por que recorra esos escasos centímetros y apriete la carne humdecida y sucia. Pero obviamente no va a hacerlo.

Una amplia sensación de calidez me arranca un profundo suspiro. COmo el trago de la sopa caliente a la vuelta de un largo viaje en la nieve, la caricia del agua caliente en el cuerpo cansado; un masaje sutil de cien manos acariciándome el cuerpo. Y siento que no puedo despegar las palmas de la pared, que no tengo permiso.

Mientras la sensación me embriaga, haciéndome olvidar toda incomodidad en la espalda, haciendo desaparecer toda la fatiga dolorosa de la carne amoratada y todavía herida, su susurro sí me produce un escalofrío intenso y espinal; totalmente sensual. Sus palabras llegan a mí produciendo una mejor sensación que muchas de las mejore caricias y me siento recompensado. Por mi vida, por mi esfuerzo en la lucha, por mi forma de pensar, por ganar, por sobrevivir, por algo.

Se me corta la respiración instantes antes de que todas esas sensaciones placenteras desaparezcan, como un preludio de su partida. Cuando ella ya no está, yo todavía me mantengo con las manos sobre la piedra, apoyando posteriormente la frente también. Respiro de nuevo con agitación, sintiendo el cuerpo enormemente caliente al contraste con la agradable frialdad de la piedra. Solo que ahora no tiene nada que ver con el ejercicio.

Me dedico a caminar con pasos marciales de un lado a otro, reocrriendo la pequeña celda. Mantengo las manos en la posición que tendrían al sostener la katana, con la camisa enrollada entre ellas, para poder mantener la sensación de tensar las muñecas.

Escucho a alguien bajar y, aunque inicialmente miro de reojo -a estas horas suele venir mi cerveza y compañía- sigo con lo mío. Al ver que es Frikka me detengo, curioso y, tras pasarme el dorso de la mano por la frente, me acerco a los barrotes. Voy desenrollando la camisa para luego colocármela por encima.

—¡Oh, oh! Empezaba a aburrirme —Echo la mano a la cerveza y le doy un largo trago. —Hum... Es Cierzo, que me sobrealimenta de estraperlo —Comento, divertido. Aunque tampoco es del todo mentira. Vuelvo a beber. No he vuelto a hablarle después de la conversación o discusión o cosa desagradable de la última vez, así que tampoco es que me sienta del todo cómodo.

—¿Qué tal tú por ahí arriba? —Pregunto, algo más serio.

Paro de beber un momento, carraspeando y manteniendo la boquilla de la botella en la boca, asustado momentáneamente al escuchar su frase. La miro de refilón, todavía un momento sorprendido, hasta que caigo en que no es más que una broma poco acerada. O demasiado acertarda, según se mire. Alejo la botella de mí, hacia el frente, y la observo un momento, centrándome en la etiqueta. Mejor la estiro un poco.

Dejo salir una pequeña media sonrisa cuando da su versión de vida. Mira que le gusta echar por fuera con cualquier cosa.

—Pues podrías bajarme uno de esos en vez de fumártelos todos —Comento, jocoso. Estiro los brazos con cierta pereza. —¿Y tener que aguantarte día y noche en estos cuatro metrillos? Y un cuerno —Bromeo, soltando una risilla. Vuelvo a dar un trago y se me vuelve a ir la sonrisa para ponerme un poco más serio.

—Oye, perdona.Sé que últimamente he sido más desagradable de lo normal —Comento con una ligera sonrisa entre apurada y algo amarga. —Cierzo me dijo que estabas preocupada y todo eso. Y no es que me parezca mejor que antes —Añado, con un reproche amigable —Pero bueno, pensé que no ibas a volver por aquí, así que gracias por bajar de todos modos —Acabo, mirándola con la frente algo baja para alzar la vista a ella como tanteando sus reacciones.

Sonrío con cierta incredulidad a sus comentarios sobre proteccion de territorio.

—Claaaro —añado simplemente, socarrón. No estoy mucho para mantener el ingenio.

Alzo las cejas con una nueva y pequeña sonrisa apagada mientras me apoyo la botella en los labios con el reflejo de beber, pero apenas tomando un sorbo mientras la oigo.

—Tampoco hace falta hacer como que esto ha sido una pulla igual a las gilipolleces que solemos tratar siempre —Aclaro, caminando hacia el interior de la celda un par de pasos, de espaldas a ella. Luego me giro de nuevo, rondando la zona. —Aunque mi padre solía decir que las cosas tienen tanta importancia como queramos darle —Río ligeramente, mordiendo la boquilla de la botella.

Vuelvo a acercarme algo a ella mientras sigue hablando y miro un momento al teho, encogiéndome de hombros.

—Es un mal hábito de las mujeres —Concluyo.

Doy un trago a la botella y la miro cuando comenta sobre el hecho de incluírla entre el género femenino. Mira que es estúpida.

—Sigues siendo una mujer, ¿no? No creas que nos has engañado —Bromeo, sonriendo divertido.

Escucho su comentario y asiento. Voy a decir algo, pero antes de tener tiempo me fijo en una luz ténue que se acerca. Al momento, son dos las mujeres que me acompañan tras los barrotes y observo, algo sorprendido, a Fera mientras sostiene a Frikka.

Su presencia siempre me maravilla, de hecho me gusta buscarla y mucho más cuando se deja ver en el momento menos esperado. Pero ahora mismo, tras lo sucedido, siento que es la que más derecho tiene a juzgarme y que por ello lo hace. Sé que decir que siento como si la hubiese defraudado es absurdo, porque dudo que esperase nada de mí. Pero es algo así como que la mujer a la que intentas cortejar te encuentre en la cama de su hermana.

No pierdo detalle de la escena entre ambas que es como un cuatro, una de esas ilustraciones gigantescas de los monasterios o techos de palacios como este, una imagen viva y estática a un tiempo. Al observar casi siento como si yo mismo fuese Frikka y tuviese su aliento en mi oído, sus manos sobre mí. Entonces me mira y siento como si hubiésemos estado jugando al escondite y ella acabase de encontrarme. Cuando la puerta se abre, parece que me haya entrado aire nuevo en los pulmones. Una sensaión magnífica que libera toda la presión. Asiento.

—Gracias —Acabo por pronunciar, sin ser capaz de abordar cualquier punto de su frase. Miro a los lados, buscando mi espada, pero no tengo espada desde hace mucho y siempre lo olvido. Es como si me faltase un trozo. Quiero salir, pero con ella en la puerta me resulta un tanto incómodo. Es a lo que se llama respeto, a fin de cuentas. O quizá sea parte de mi orgullo. Incluso puede que, simplemente, no quiera acercarme a ellas.

Miro a Frikka un momento cuando habla. Sí, eso se me ha pasado por la cabeza, pero ahora mismo me parece mejor callarme ese tipo de comentarios innecesarios. Siento la mirada de ella, muy distinta a las veces anteriores, y resulta bastante desagradable. Sin moverme, me fijo en como mira a Frikka, como vuelve a mirarme a mí, como parece que no se trate de la misma persona. No es el momento en sí, no es su forma de tratarme o mi forma de tomármelo. Es una brecha más. Han tardado tanto en llegar que casi pensé que no llegarían.

Me sorprendo al ver como mi arma aparece en su mano y, sobre todo, al ver como me la tiende. La escucho hablar y asiento cuando termina. No tengo intención de quedarme aquí más de las horas necesarias, pero tampoco es que no haya ayudado antes con las reparaciones. Tras un momento de duda, sostengo la katana y tardo un nuevo instante en asegurarla y traerla hacia a mí. Es una sensación electrizante, una cierta presión momentánea en el pecho. Finalmente la recojo, mirándola un instante en mi mano y acariciándola con los dedos, reconociendo su tacto. Por un lado, siento que mi brazo está completo; por el otro, siento cierta tensión.

Cuando vuelvo a mirarlas, Fera se despide de Frikka y desaparece, haciendo que la puerta parezca al fin abierta. Tardo unos segundos y la cruzo, sintiéndome algo extraño al ver a la caeruleus sin barrotes de por medio. Sonrío suavemente.

—Se me hace hasta raro —Explico, mirando a mi alrededor.

Miro a Frikka cuando se acerca, pero en el momento en que cambia de gesto de forma tan brusca me da la sensación de que me han cortado un bostezo o algo similar. La escucho antes de hacer ningún otro ademán y sus palabras me llegan a parecer incluso algo tristes. Miro la katana en mi mano. Estoy deseando recoger la vaina para guardarla. Ahora mismo resulta incómodo sostenerla así.

Acabo por hacer una mueca y tirarla al suelo para poder rodear la cabeza de Frikka con la izquierda y abrazarla sin impedimentos. Hasta en esto se nota que todo es más agradable sin barrotes de por medio.

—No te voy a pegar las ladillas —Bromeo, refiriéndome a su amago. Luego me separo de ella. —Me marcho en seguida. No tengo tiempo que perder —Le explico. Se me escapa una risilla similar a un suspiro. —Tiene su gracia. Si no hubiese armado todo esto posiblemente aún estaría buscando excusas para no marcharme —Aclaro, mirando la katana en el suelo. Empezaré a plantearme que soy un exagerado.

La miro extrañado cuando me pregunta, alzando las cejas con cierta sorpresa. Al caer en lo que dice me entra un poco la risa. Que tonta es. Le agarro la cabeza y le rasco con el nudillo.

—Así me gusta, enana, que pidas permiso a tus superiores —Bromeo, rascándole el cogote un momento más para soltarla luego. Me estiro un momento y luego pongo los brazos en jarra.

—Después de estar aquí metido creo que necesito un respiro, así que no estará de más adaptarme un poco al horario caeruleus —Comento, colocándome la camisa. Entonces me huelo el sobaco. —Ugh, aunque será mejor que antes pase por el baño... —Advierto, divertido.

Río mientras recojo la katana de suelo.

—Ya he estado una buena temporada dejándome las luces por la noche. Si eres tan machota, prueba a moverte por la mañana, cegada por la luz y chocándete las espinillas contra los muebles —Le propongo, dándole un golpe en la espalda con la palma de la mano.

Arrugo el ceño cuando dice que vendrá mañana.

—¿Estás rechazando mi oferta? Bueno, nenaa~ te arrepentirás. Muchas estarían dispuestas a pagar por estar en tu pellejo ahora mismo —Bromeo, haciéndole un par de muecas. Me coloco la espalda sobre los hombros, con cuidado de no cortarme cuando la sostengo. —Aunque venir a despedir a los héroes no suena tan mal —Añado, conforme.

La miro un momento más cuando pronuncia su petición o, mejor dicho, su orden, prácticamente. Llevo una mano a su mentón, apoyando el pulgar en su labio inferior.

—No vas a librarte tan pronto. ¿Quién demonios te crees que somos? —Respondo con una media sonrisa segura. Tiro de su mentón algo hacia arriba antes de soltarla, incordiándola un poco.

—Te concedo un desayuno caeruleus. Luego será mejor que recoja las cosas antes de que alguno se sienta amenazado —Bromeo, poniéndole una mano en la espalda para guiarla conmigo fuera de este lugar al fin.