Mazmorras

Veo que se aleja cuando llego. No me importa. No es algo a lo que vaya a prestar atención.
Centro los ojos en ella cuando saluda, cuando responde. Si obvio los alrededores y solo miro los barrotes puedo llegar a imaginar que soy yo la que está encerrada. Pero evidentemente no es así.

-Te vi hace tiempo por primera vez, cuando viniste a Brontë y hablaste con... Lloyd, en el río -le digo, como si la conversación hubiese empezado hace tiempo, como si ella hubiese preguntado-. Siempre me ha parecido que todo era discreto: visitas nocturnas lejos del palacio, nombres falsos el intento de huir por encima de todo cuando las cosas se ponían difíciles. Por eso mismo me pareció absurdo que fueseis dos las que atacaseis la otra noche.

Mantengo los ojos fijos en ella. ¿Acaso estaban tan desesperadas? Ella me dijo entonces que no había venido a ver a Lyam. Ni siquiera nos hizo una petición mientras luchaba. Fue absurdamente peligroso, y las cosas absurdas nunca me han gustado.

La flamma alzó las cejas cuando Alehyss comenzó a hablar, sorprendida por sus primeras palabras. No se movió del sitio, ni dijo nada en un primer momento, limitándose a escuchar a la muchacha, pero conforme Alehyss hablaba, la flamma iba apartando la mirada, terminando por clavarla en el suelo. Apretó la mandíbula. No entendía qué hacía ahí la chrysos, por qué le decía todas esas cosas. ¿Qué quería?

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó, y su voz, aunque mantenía el tono bajo, sonó quizá un poco más dura, más agresiva. Agarró con fuerza la capa.

Mantengo el gesto serio en todo momento. Aunque ella se encuentre en esta situación no me siento triste. No la compadezco. Comprendo que la situación haya sido esta.

-Yo quiero saber por qué habéis venido a atacar Brontë de modo tan temerario -le digo finalmente. En resumen, se trata de eso, al menos por el momento.

Supongo que los líderes se habrán encargado de interrogarlas, o que lo harán pronto. Pero yo necesito sentir que entiendo lo que sucede, también. No puedo dejar de pensar en mí misma, en Jager y en lo que nos pasó una vez. Pero si él hubiese venido a Brontë como ellas esta vez tendría que haberlo movido un motivo verdaderamente fuerte. No veo por qué ha de ser diferente en este caso.
¿Quizás nuestro asedio en Aqua estropeó sus planes y tuvo que rearmarlos sin cuidado?

Dena alzó la mirada y observó a Alehyss durante unos segundos, antes de darle la espalda y acercarse a la esquina donde dormía.

—¿Y por qué debería decírtelo? —preguntó. Por encima del hombro, volvió a mirar a Alehyss. Frunció el ceño—. Si eso es lo único que quieres, entonces deberías irte.

No tenía intención de hablar.
Era de Brontë a fin de cuentas. No tenía motivos para hacerlo.

No reacciono a sus palabras. Eran de esperar. En vez de eso, me mantengo inmóvil, dejando que se aleje. Supongo que tiene razón, claro. Y no he venido aquí a insistir o a amenazar. Pero de todos modos me permito decir algo antes de hacer caso a su sugerencia.

-Deberías replantearte tu colaboración conmigo. Quizás mi acto te defensa te pasó desapercibido, quizás para ti no tenga ninguna importancia. Lo comprendo. Pero ahora estás en manos de Brontë. Y mi recomendación es que colabores, porque las cosas te irán mejor así-. Aprieto levemente la mandíbula, pensando un instante-. No me gustaría que lo pasases mal, en lo personal. Sé que eres importante para Lyam, y yo no tengo nada más en tu contra que lo que Brontë tenga en tu contra.

Eso no implica una misericordia. No siento pena porque sé que ella ha obrado de forma incorrecta. Ni siquiera juzgo lo que haya hecho. Solo sé que legalmente se considera así, y yo debo cumplir para aplicar esas normas.

La flamma apretó la mandíbula y se volvió hacia la chrysos, dejando caer la capa al suelo. ¿Y a ella qué le importaba? ¿Quién se creía que era? Quizá ella no la hubiese atacado en Aqua y quizá había aceptado a pactar con ella en la misión, pero eso era todo. No tenía interés en colaborar con ella.

Se acercó a los barrotes, sujetó dos de ellos y alzó la mirada para mirar a Alehyss. La chrysos era bastante más alta que ella.

—¿Y qué gano colaborando contigo, eh? —Curvó los labios—. Seguiré encerrada, me seguirán mandando a Mithos sabe dónde. Lo único que conseguiría es que hicieseis daño a mis otros compañeros. —Se mordió el labio inferior—. Y nadie te pidió ayudarme. Es más: ¿por qué me ayudaste? ¿Qué quieres? ¿Por qué no haces como el resto de tus compañeros? —Alzó ambas cejas—. ¿Quién eres?

Alehyss Lester, Alehyss Lester.
Lo único que sabía que era cierto de ella era que tenía una kusarigama.

Mantengo el gesto firme, pese a sus preguntas. Entiendo su enfado. No me molesta. He estado en su situación, he estado a ese lado de las barras, y sé cómo son la frustración y la impotencia.

-No es conmigo con quien tienes que colaborar, sino con los que te pregunten. Quizás por dar respuestas no saldrás libre, pero estoy segura de que el castigo para los que colaboran es menor-. En mi caso lo fue, al menos, y conozco algunos otros-. Yo no te ayudaba a ti. Ayudaba a Lyam. Es amigo mío. Y ya he dicho que sé que eres importante para él. En su momento lo traicioné, ahora lo he ayudado-. No alzo una palabra por encima de la otra en ningún momento. No estoy enfadada. Solo me siento tremendamente seria-. Si no hago lo mismo que el resto de mis compañeros es porque sé más que ellos, o quizás porque me he visto en situaciones semejantes a esta en el pasado. No sabría decirlo. No creo que importe. Solo busco la forma de conseguir lo mejor para mi bando sin que ello implique lo peor para vosotros.

La flamma soltó aire, una especie de risa, sarcástica, y negó, manteniendo los labios curvados en una sonrisa más amplia que las anteriores. ¿El castigo sería menor? ¿Estaba segura? La chrysos no tenía ni idea de lo que había hecho o dejado de hacer. Por mucho que creyese saber más que el resto, no sabía nada.

—¿Y qué crees que va a pasarme si colaboro? ¿Cuántos años crees que me quitarán? —Ladeó la cabeza, ensanchó la sonrisa—. Crees saber más que el resto, pero sabes lo mismo que los demás, realmente. —Alzó ambas cejas—. Yo no soy una espía como él. Yo soy una asesina. Una asesina a la que buscan desde hace tiempo. —La miró—. Y que no se arrepiente de lo que ha hecho. Haría lo mismo una y otra vez si volviese atrás.

Porque toda esa gente se lo merecía. Toda.

—Y si solo lo ayudas para sentirte mejor contigo misma por haberlo traicionado, entonces deberías dejar de hacerlo. —Frunció el ceño—. ¿Te ha pedido él ayuda, acaso? —Negó suavemente—. Seguro que no.

Él no haría eso.

Esbozo una sonrisa, esta vez sí, con suficiencia, alzando el mentón. No me gusta su tono. Ahora me está enervando.

-Me preguntas quién soy y luego dices que sé lo mismo que el resto. Me temo que eres tú la que no sabe a qué me refiero al afirmar eso-. Pero no la culpo. Tampoco me impresiona lo de asesina. Tampoco me hace sentir nada en especial. ¿Qué espera? ¿Miedo en mis ojos? A eso mismo me he dedicado yo también. No creo que sea un tema del que alardear, un tema que exponer como si importase. Pero si de verdad era una asesina solo ha demostrado su incapacidad para ello, tanto en Aqua como aquí.

Mantengo el gesto tranquilo. No objeto. Si no se arrepiente no seré yo la que le dé el discurso moral. No soy la indicada, desde luego, y no quiero hacerlo.
Me molesta, sin embargo, lo último que dice.

-Lo ayudaré o no por los motivos que yo quiera. No me importa que él o nadie me pida nada. Me muevo por mis decisiones, no por las de otros, y actuaré según ellas. Piensa, si lo prefieres, que lo hago por mí misma. Me es indiferente-. Estrecho un poco los ojos, pero no pierdo el tono calmado.

En todo caso, lo he ayudado más yo que tú viniendo hasta aquí. ¿Puede juzgar mis acciones alguien que ha hecho algo como eso?
Quizás no vaya a darle lecciones morales, pero menos aún voy a aceptar que lo haga ella conmigo. No he venido a tratar eso.

Frunció el ceño, se mordió el labio inferior, y las manos que sujetaban los barrotes los apretaron con fuerza. Si hubiese querido hacerlo, en Aqua podría haber acabado perfectamente con ella. Ahora la flamma se arrepentía, al ver a la chrysos ahí delante, fuera de la prisión, sonriendo con suficiencia. Debía haber hecho bien las cosas en su momento.

—¿Y qué es lo que crees saber, eh?

La miró unos segundos, notando los ojos algo húmedos. Luego, lentamente, bajó la vista. Negó de nuevo. ¿Realmente importaba? No. No entendía por qué seguía hablando con ella. Debería callarse y darle la espalda de nuevo, y la chrysos debería irse. Era estúpido que estuviesen hablando. ¿Qué esperaba conseguir la chrysos? Ella ya le había dicho que no iba a hablar, que no tenía nada que contarle. No entendía por qué la muchacha seguía ahí. ¿Y qué era lo que sabía? ¿Qué sabía? ¿Qué le habían dicho?

Dena parpadeó varias veces. No entendía nada.

—¿Quién demonios eres? —repitió, en voz baja, más para ella que para la chrysos.

Alehyss Lester tiene una kusarigama y parecía interesante cuando la vi, pero no me he vuelto a cruzar con ella. Eso era lo que el chrysos le había dicho de la chica. ¿Y ahora resultaba que sabía cosas, que eran amigos? ¿Por qué?

Le sostengo la mirada, pero no digo nada inmediatamente. Porque no quiero hacerlo, y no tengo por qué hacerlo. Quizás cree que sé una historia, que sé un cúmulo de datos sobre ella. Y no es así, claro. Pero eso no implica que no sepa nada. Sé lo que sé de Lyam, sé lo que escuché aquella noche, sé lo que vi en Aqua y hace dos noches en el bosque, sé lo que sé por Jager y por mí misma, y por tantas historias trágicas que la gente conoce, y que parece que siempre se repitan de las mismas formas.
¿Una vida dura? Lo siento. Yo no tuve la culpa de eso.

En vez de responder a sus preguntas, señalo una celda cercana con un gesto, como si, de nuevo, ella hubiese preguntado por algo como eso. Aunque sí es una respuesta de algún modo, ¿no?

-Yo estaba ahí. Si hubieses llegado antes quizás hubiésemos sido compañeras. El tiempo aquí abajo se pasa mejor si tienes alguien con quien hablar.

La miro de nuevo. Supongo que no parece tan imponente tras unas rejas. O nunca lo pareció demasiado, pero el físico es algo que engaña mucho.

-Creo que es mejor que esa historia te la cuente Lyam-. Lloyd para ella-. No me gusta revelar según qué cosas sobre mí. Imagino que a todo el mundo le pasa.

Hago una breve pausa. Estoy por suspirar, pero al final no lo hago.

-Te dejaré descansar. Imagino que no seré la única visita que tengas, ni la más grata. Quizás volvamos a vernos.

Con un gesto más, me despido. Inicio el camino de vuelta.
Al final haber venido hasta aquí no ha sido tan asfixiante. Peo me voy con la sensación de no haber aclarado mucho de lo que pretendía. O quizás lo he hecho de una forma distinta a la esperada.

*se va*

La flamma no respondió a las palabras de la chrysos y permaneció cabizbaja, notando la mirada húmeda, hasta que la chrysos se fue. Entonces se pasó una mano por la cara, y volvió a acercarse a la esquina, donde se sentó y cubrió con la capa, apoyando luego la cabeza en las rodillas, hundiendo el rostro en la tela.

Creía notar las miradas de Malia fijas en ella, y cuando escuchó unos pasos que descendían a Brontë y escuchó la voz de la caeruleus diciendo "mejor ven más tarde", supo que así era, pero no le importaba. El chrysos, dueño inequívoco de los pasos, permaneció unos segundos callado, probablemente observándola sin acercarse, pero finalmente dio media vuelta y abandonó las mazmorras. Dena no dijo nada. Sabía que volvería en unos minutos.

*fin de escena*

El chrysos bajó a las mazmorras con pasos lentos y la cabeza gacha, pensativo, cansado. Hacía ya una semana desde el ataque a Brontë y aún no sabía nada de lo que había motivado a sus antiguas compañeras a acercarse, mucho menos de lo que había hecho que la flamma apenas se defendiese. Ambas seguían sin hablar, a pesar de los constantes interrogatorios, y el chrysos notaba cómo lentamente se iba cansando más y más, notándose a la vez cada vez más confuso e inseguro, sin saber qué hacer ni por unos ni por otros. Tal vez Dena le hablase si le prometiese ayudarla, pensaba, y muchas veces había entreabierto los labios para murmurar que no se preocupase, que él la ayudaría a escapar, pero en todas esas ocasiones se había quedado quieto, con las palabras sin pronunciar y los ojos fijos en los de de ella, que lo miraba entonces con cierta confusión y que preguntaba qué pasa. Él siempre terminaba negando y bajando la vista, y entonces pasaban las horas en un profundo y desagradable silencio solo interrumpido por los lejanos pasos de la caeruleus.

Lyam alzó la vista cuando las escaleras se terminaron y observó el lugar. No había nadie, igual que ayer, pero aun así el chrysos avanzó hacia la celda de la flamma: el libro seguía al lado de los barrotes, la capa con la que la flamma se cubría descansaba en la esquina derecha del fondo, al lado del vestido con el que había llegado y la piel y algunas de las prendas que él le había bajado estaban cuidadosamente amontonadas en la esquina izquierda del fondo. Lyam parpadeó. La comida que el líder claritas le bajaba a la flamma seguía intacta, como siempre, como siempre.

*se va*

Lloyd se había ido hacía mucho pero Dena seguía sentada al lado de los barrotes, acurrucada con los brazos rodeando las frías y temblorosas piernas; tenía el pelo graso pegado a las mejillas y la vieja y raída capa sobre los hombros y miraba sin ver las baldosas del otro lado de los barrotes. Parpadeó. Apretó las rodillas; las uñas se clavaron en la carne. 

Dena pensaba que los enfados de Lloyd como tormentas: primero su expresión se oscurecía como el cielo antes del primer rayo, una intranquila calma a punto de estallar que alertaba, la mandíbula apretada, la respiración de pronto agitada: para, para; el primero de los rayos era un chispazo que saltaba por su rostro y los nudillos apretados, la voz alzándose de pronto en el primero de los gritos y las uñas hundiéndose en la carne, y pronto la tormenta empezaba y la voz se alzaba más y el puño oprimido blanqueaba los nudillos y las chispas brotaban de su cuerpo y recorrían sus brazos y su rostro como los truenos y relámpagos surcan el cielo hasta que de pronto todo cesaba sin aviso y el muchacho se notaba respirando agitádamente con chispas surcándole la piel y la mano lastimada y los ojos muy abiertos como si viesen por primera vez el mundo a su alrededor; como el sol tras la tormenta, la quietud llegaba entonces, y el muchacho bajaba la vista y retrocedía en silencio hasta abandonar el lugar.

—Si piensas que voy a quedarme sentado mientras arruinas tu vida, entonces más te vale ir haciéndote a la idea de que no va a ser así —le había dicho, después de que ella respondiese con su habitual silencio a sus preguntas, y ahí había empezado la discusión. 

Ella no quería su ayuda y él quería ayudarla, como siempre. A Dena le molestaba su insistencia, siempre le había molestado: cuando se quedaron solos en los suburbios y él se la encontraba llorando encogida en las esquinas, el chrysos siempre le pedía una y otra vez que le dijese quién le había hecho aquello y ella siempre se negaba a hacerlo y entonces siempre se enfadaban y discutían y él terminaba saliendo a las calles y ella encogiéndose más y más. 

—No te metas. No quiero tu ayuda —le había respondido, y él, serio, dijo:
—Me da igual que la quieras o no. 
—¡Mithos! ¿Por qué te cuesta tanto respetar lo que quiero? ¿Tanto te cuesta aceptar que no, Lloyd, lo siento, no quiero tu ayuda? ¡Porque no es tan difícil! 
—¡Porque te estás comportando como una imbécil desde que llegaste! ¿Por qué no colaboras con nadie? ¿Por qué no explicas por qué demonios atacasteis Brontë aun cuando sabías, y sé que lo sabías, Dena, así que no me mires así, que no ibais a poder ganar?
—Porque no me da la gana.
—¡Pues a mí no me da la gana de ver como te arruinas! 
—Eso no es asunto tuyo.
—Me da igual que no lo sea, ¡joder! 
—¡Deja de gritar!
—¡Gritaré si quiero! 
—¡Qué te den!

El chrysos se había callado entonces y la miraba apretando la mandíbula. Inspiración, espiración. Un segundo, dos, tres, cuatro. Frunció el ceño. Un nuevo chispazo le saltó por el rostro.

—Me importa una mierda lo que quieras: voy a encontrar la forma de ayudarte. Te guste o no.

Y sin dejarle contestar, se alejó. Dena escuchó cómo le soltaba un "qué coño estás mirando" a Malia cuando pasó por delante de su celda. 

La flamma apoyó la frente sobre las rodillas. 
El muy gilipollas no entendía nada. 

*fin de escena*

fdr. qué mejor lugar para probar a escribir de forma 100% diferente que el rol, pls

Tumbada en una esquina, dándole la espalda a los barrotes, con la piel de bismonte cubriéndola y abrazándose las rodillas, la flamma observaba con ojos entrecerrados los ladrillos de la pared, notando los ojos hinchados y los párpados pesados, los huesos cansados. Había escuchado los pasos de alguien hacía no sabía cuánto, acercándose, pero no se había movido y los pasos habían terminado por alejarse.   

Dena cerró los ojos y entreabrió los labios y esperó unos segundos. Nada ocurrió. Frunció el ceño. Volvió a intentarlo una y otra y otra y otra vez. Tampoco nada cambió. La flamma parpadeó y se llevó una mano a los labios, descubriéndolos secos y cortados. Parpadeó, se rozó la lengua con los dientes, moviéndolos hacia atrás y hacia delante. 
Suspiró. 

*aquí se queda (?)*

Fera aparece directamente en el interior de la celda, sentada a su lado, como si siempre hubiera estado allí. Pero es evidente que no siempre ha estado allí. Hay una tensión nueva en el ambiente, un cambio patente, vibrante como un escalofrío.

Extiende la mano con cuidado, con suma delicadeza, y arropa a la pequeña en su manta. Una mano tierna le acaricia el pelo, un flujo eléctrico retira el dolor de los músculos contraídos, un manto de magia borra de ella el cansancio y la presión que la embargan. Fera, en silencio, vuelve la vista hacia Malia y clava en ella sus ojos helados. Al momento, desaparece.

Cuando aparece de nuevo lo hace en la celda de la caeruleus, frente a ella. Con no menos ternura, toma una mano entre las suyas y la hace desaparecer consigo. Una vez más, ambas aparecen en el interior de la celda de la flamma. Entonces Fera, callada, vuelve a sentarse junto a ella, en silencio.

*Se queda*

De pronto sintió cómo algo en el ambiente cambiaba y se encogió aún más, con los ojos de pronto muy abiertos fijos en el suelo. Supo que se trataba de la líder chrysos cuando notó una mano acariciándole el pelo y una suave descarga de energía recorriéndole el cuerpo, pero tampoco entonces se movió ni habló, manteniéndose en todo momento quieta, abrazándose a sí misma con fuerza; se sentía más descansada, pero por algún motivo aquello no le gustaba.

La caeruleus, desde su celda, observó la escena con un gesto hermético que solo se rompió levemente cuando la mujer desapareció y apareció a su lado. No tardó en recomponer la expresión seria, sin embargo, y cuando aparecieron en la celda de la flamma fue con esa misma expresión con la que miró el cuerpo encogido de la muchacha. Le parecía un caracol escondido en su concha.

Malia no dijo nada y volvió la vista a Fera, tranquila. La flamma, aún en el suelo, se mantenía atenta a su alrededor.

A su silencio encuentra silencio. No esperaba otra cosa. No es diferente a la última vez, y no es diferente a su actuación habitual. Invita con un gesto a la caeruleus a sentarse, si así lo desea. Y, despacio, se vuelve hacia la flamma, con sus gestos dulces, y afloja la tensión de su cuerpo una vez más, tratando de conseguir que se incorpore, que se gire.

-No puedo ayudarte si no sé lo que te pasa, amor -. El arrullo flota en el aire, lo invade todo, posándose en el ambiente y fundiéndose con él-. Creo haberte dicho que pretendía ayudarte. También es cierto que, por lo visto, no quieres mi ayuda -. Los ojos, profundos, vuelven a su compañera-. Malia, cielo, quizás puedas ayudarla tú. No sé hasta qué punto sois cercanas, pero estoy segura de que sabes más de ella que yo, ¿verdad, querida? Me parte el alma verla tan destrozada.

Los gestos son suaves, sin más fuerza que la justa para hacerse patentes, pero también son insistentes. Fera la ha descubierto terca, pero no es algo que le preocupe. Como mínimo, su deber es intentarlo.

La voz de Fera resultaba acariciadora y cálida de alguna forma. Envolvente. Parecía quitar parte del ambiente desagradable propio de las mazmorras, pero aun así la flamma se resistía a volverse, encogiéndose más sobre sí misma, oponiéndose sin apenas hacer fuerza a los gestos de la chrysos, que la invitaban a erguirse. Malia, a unos metros de ellas, observaba la escena sin intervenir ni cambiar su expresión, quieta, como si esperaba a que alguien le diese permiso para moverse; cuando Fera lo hizo, la caeruleus no tardó en sentarse a su lado, sin dejar de mirar a su compañera, alzando solo la mirada cuando notó la propia de Fera sobre ella.

Malia parpadeó y se tomó unos segundos para responder, pero finalmente lo hizo.

—No sé qué le pasa —respondió, calmada, volviendo la vista hacia la flamma, que seguía dándoles la espalda—. El otro día discutió con su amigo el chrysos. —Parpadeó. Su mirada viajó por la celda, deteniéndose en los diferentes objetos que había en ella—. Lleva mucho tiempo sin comer, también. Ignora lo que le traen y apenas habla independientemente de quien sea la persona. Prácticamente se pasa los días durmiendo. —Volvió a mirar a la líder—. No sé cómo ayudarla, tampoco.

La voz de la flamma sonó al momento, baja como un murmullo.

—Tampoco quiero tu ayuda.

Pese a la situación, tras escuchar la explicación de Malia, cuando Dena se digna a hablar, Fera no puede evitar una risa suave, como una caricia, dulce, envolvente, fluida como un arroyo. Con un pequeño suspiro, pasa una mano por debajo del cuello de Dena y un brazo sobre su costado y, esta vez sí, la obliga a erguirse, preocupándose de no hacerle daño, sentándola sobre sí. Reacomoda la manta entonces, ignorando su actitud, con ternura, y le toma una muñeca para examinarla.

-No voy a dejarte morir, tesoro, incluso si es lo que quieres -murmura junto a su oído, con una voz difícil de definir, escalofriante, tan amable como peligrosa-. ¿Cuántos años tiene Dena, Malia? Es tan pequeña... Pero supongo que tiene la edad suficiente para saber que las cosas no siempre salen como una quiere. Es terrible, desde luego, puede suponer situaciones que no le desearía a nadie, pero no queda más que enfrentarse a ellas -. Mantiene a Dena sobre sí, apretándola contra su cuerpo, en un abrazo que puede ser reconfortante, pero también inmovilizarla-. Hay cosas que no van a salir como tú quieres, amor. Por ejemplo, no voy a dejarte malnutrida. Cuando se trata de nutrición, uno puede comer voluntariamente, pero existen otras formas de mantener el cuerpo sano, ¿sabes? Como médico, las conozco muy bien -. De nuevo, un suspiro, sutil y efímero-. Otras cosas, en cambio, pueden salir a tu gusto. ¿No quieres ver a Lloyd? Si es eso lo que quieres, no volverá a bajar aquí, vida. Yo me encargaré personalmente de ello.

La sugerencia flota en el aire, como dibujada ante ellas, prácticamente ya un hecho. Y Fera calla de nuevo, y su silencio da un cariz nuevo al ambiente.

La flamma trató oponerse a los movimientos de la chrysos, buscando apartarse de los brazos de la mujer, pero todos sus intentos fueron en vano y pronto se encontró sentada sobre la chrysos, con los ojos muy abiertos fijos en ella, moviendo la muñeca que la líder le sujetaba para intentar liberarse. Detuvo el movimiento, no obstante, cuando la líder volvió a hablar, encogiéndose de nuevo, notando los labios temblorosos.

Malia la observaba en silencio, con un gesto más relajado que antes. Cuando la líder preguntó, respondió al momento, sin apartar la mirada de la flamma, que entonces y solo entonces la miró, con el ceño levemente fruncido y varios mechones cubriéndole parte del rostro:

—Veinticinco.

La caeruleus no dijo más. Dena bajó la mirada de nuevo, escuchando a la chrysos en silencio. Cuando Fera terminó de hablar, tardó un tiempo en responder, pero finalmente lo hizo, en voz baja, sin alzar la cabeza.

—¿Y por qué no me dejas? Colaboraré si me dejas —murmuró. No respondió a la última pregunta. Parecía estar meditándolo.

Fera enarca una ceja entonces, con media sonrisa perfilada en los apetecibles labios, y alterna una mirada entretenida entre ambas chicas. Ladea entonces ligerísimamente la cabeza, y un bucle danzante se desliza por su hombro, en caída libre hacia su pecho, dando un par de suaves botes antes de asentarse en su nueva posición.

-Vaya, entonces eres mayor que Lloyd -observa con sorpresa, llegando a dejar ir una risa cristalina. No suelta a Dena cuando ella lo pide, pero examina su gesto con interés, como si en vez del exterior se estuviese introduciendo en ella-. ¿De verdad, amor? -pregunta por último, sin soltarla pero evidentemente interesada.

Malia había fruncido el ceño y observaba a la flamma con clara preocupación, ignorando la presencia de la líder chrysos. Sin embargo, pese a todo, no dijo nada, quizá porque no sabía qué decir, quizá porque lo veía innecesario. Dena miraba a la chrysos con un gesto más tranquilo, serio incluso; había logrado que los labios ya no le temblasen y su voz, aunque baja, sonaba más decidida que antes.

—Colaboraré contigo si después dejas que me cuelgue, o me muera de hambre, o me ahogue, o me corte las venas. —Parpadeó—. Y no quiero que Lloyd baje más. Eso es lo que quiero.

Malia intentó hablar. La flamma la interrumpió antes de que pronunciase palabra.

—Hablo en serio.

No quería ir a una prisión, ni quería colaborar con Brontë. Tampoco quería volver a las calles. Simplemente, quería desaparecer. Ya debió haberlo hecho hacía mucho, mucho tiempo, cuando apenas levantaba un palmo del suelo.

Fera se mantiene seria, sin mostrar más expresión ante las palabras de la chica que aquella ceja que se mantenía arqueada. Interesante, desde luego. Acaba por soltarla, permitiendo que se aleje de ella si es lo que quiera, y en su expresión pensativa aparece un rastro de sombra. Acaba, sin embargo, por recuperar media sonrisa.

-Pides muchas cosas, teniendo en cuenta tu situación, ¿no crees, cielo? -comenta, con la cabeza ladeada, estudiándola-. Empezaremos por Lloyd. No volverá a bajar, puedes estar segura. En cuanto al resto, no depende completamente de mí. Te ofrecí lo que pudiera darte, pero pides mucho, tesoro. Por el momento, lo trataré -. Se vuelve entonces a Malia-. Las condiciones son las mismas para ti, querida. Creo que no hemos tenido el placer de hablar directamente, pero quizá sepas ya que, como anfitriona, me pongo a tu disposición. Y, como le he explicado a Dena, tengo más libertad de ofreceros lo que pidáis si correspondéis a ello -. Los ojos, clavados en ella, la estudian con genuino interés-. Me gustaría saber también qué puedo hacer por ti, y qué puedes hacer tú por mí.

De nuevo, silencio. Solo que, esta vez, Dena ha quedado completamente en segundo plano.

La flamma frunció el ceño. Se había levantado del regazo de Fera y estaba de pie, a unos metros de ambas mujeres, agarrando la manta que la cubría con fuerza.

—Entonces prefiero que él siga bajando a cambio de lo otro —respondió, seria—. ¿Por qué no depende solo de ti? Dudo que a los otros líderes les importe lo que me pase. Solo queréis información, ¿no?

Seguía manteniendo el tono de voz bajo, pero esta vez su voz sonaba un poco más violenta, aunque sin llegar a resultar a agresiva. Más bien, parecía molesta, enfadada.
Dena se mantuvo al margen cuando la líder se centró en la caeruleus de la misma forma que Malia se había mantenido al margen cuando la conversación estuvo centrada en la flamma. La caeruleus, por su parte, parecía sopesar las opciones de la chrysos, sin dejar de mirar a su compañera. Terminó por encogerse de hombros.

—No hay nada que quiera verdaderamente —murmuró—. Tampoco gano nada hablando con vosotros.