Campo abierto

Corbin logró abrir aquel cofre que portaba, dentro del cual encontró una piedra blanquecina y varios pergaminos cuyas extrañas runas muchas veces no podía leer y, cuando podía, apenas comprendía su significado. Si bien el claritas no podía tener completamente claro si aquello sería lo que buscaban, no le parecía necesariamente lo más interesante que habían visto hasta entonces.
En el siguiente de los baúles Corbin halló una daga curva colocada sobre unas mullidas y aterciopeladas telas de color granate, con la hoja metida en una funda de bronce. Quizás pesaba bastante debido a la funda, que parecía pegada a la daga, pues era imposible separarlas.

Alehyss, por su parte, guiada por un extraño sentimiento, se arrodilló para escuchar a través de aquella madera. Y allí sintió, de forma más nítida que si probase en cualquier otro punto del suelo, que los sonidos apagados venían del subsuelo.

Corbin se guardó aquella piedra blanca y la daga antes de seguir buscando. Después de aquello, tras asegurar el estado de su compañera, fue hacia una de las puertas con intención de repetir los procesos que llevaban hasta la fecha. Sin embargo, la señal de la chrysos lo hizo detenerse y regresar junto a ella.

Alehyss y Corbin unieron fuerzas para tratar de mover aquella tabla, que no podía arrastrarse. Tras varios intentos se dieron cuenta de que, exactamente igual que una puerta, la única forma que tenían de variar su posición era girándola, "abriéndola".
Debajo de aquella especie de trampilla había otra más pequeña, esta vez metálica, como la puerta de la habitación, gruesa. Y, ya sin duda, de allí abajo venían los sonidos.

La puerta estaba tan bien adaptada a su agujero que no escapaba la luz entre ninguna rendija, de modo que no podían saber si al otro lado había iluminación o no.

En el momento en el que Corbin desplazó la puertecilla de metal, esta chirrió levemente. La rendija descubrió una luz suave, amarilla, escintilante. A través de aquella pequeña ranura podían ver cómo unas escaleras, barras horizontales pegadas a la pared, también metálicas, bajaban hasta un suelo conformado por grandes y sólidas baldosas de roca gris oscuro.
Lo malo fue que con aquel chirrido las voces cesaron varios segundos.

-¿Has oído algo?- inquirió una voz desde un punto ciego del cuarto.

En aquel momento Corbin, que tenía la trampilla sujeta, podía cerrarla, pretendiendo que no la había abierto, aunque arriesgándose a que el sonido los alertase más. También podía mantenerla así, esperando que lo pasasen por alto. O, por otra parte, abrirla y, sin más, iniciar la reyerta.

Ninguna voz volvió a sonar abajo, pero sí pudieron escuchar desde donde se hallaban cómo unos pasos avanzaban por la roca de abajo, solo un par. Tras varios segundos, Corbin y Alehyss pudieron ver un par de pies a través de la rendija.

-¿Eric? -llamó la misma voz de antes-. ¿Ya es hora del cambio?

Al no obtener respuesta, aquel hombre asió la primera de las barras metálicas que hacían de escaleras, empezando a trepar. Al llegar a la trampilla la empujaría para abrirla, buscando a Eric o al que hubiese generado aquella situación tan extraña.

-¿Pasa algo? -preguntó otra voz, más grave, desde más lejos.

Tras segundos en los que solo se escuchaba el sonido de la bota de aquel hombre contra el metal de las escaleras, los expectantes guerreros pudieron notar como, finalmente, la puerta metálica se comenzaba a abrir, empujada por la palma del hombre. Cuando su rostro asomó, era un piscis, lo primero que se encontró fue a Corbin, invocando un clair ëm yäk que se estrelló contra su cara sin darle tiempo a reaccionar, haciéndolo perder el equilibrio y caer de espaldas con un sonido sordo.

-¿Qué ha pasado? -pudieron escuchar gritar a una tercera voz, en este caso femenina.

Corbin se lanzó rápido por el agujero, apresurándose a cegar a todos los que estuviesen presentes con un ebrain aitchbrëa. El sutil brillo le permitió contar hasta a tres hombres frente a él: un aether delgado, un caeruleus y un flamma. El cuerpo del piscis seguía junto a sus pies, inmóvil. También pudo percibir movimiento a su espalda, pero pronto el fogonazo cesó.

-Clair ëm yäk -dijo la voz femenina, a su espalda.

-Garves -siseó el caeruleus desde el lado opuesto, aunque nada lo cegó. Lo usaba para neutralizar el hechizo del claritas -. Uno solo. Aparente desarmado.

Junto a la claritas había un parvus.
Uno de cada raza. Seis en total. Faltaba un chrysos, simplemente.

Alehyss se descolgó entonces, cayendo junto a Corbin.
Dos contra seis, y uno ya estaba fuera de combate. Si seguía sus propios pensamientos, aquello debería parecerle fácil. Aunque ninguno dormía en aquella ocasión.

El combate comenzó.
Corbin sintió el hechizo de la claritas rozando su brazo, su ropa, sin llegar a la piel. Sin embargo, sus clair ëm yäk alcanzaron a los adversarios cegados, al parvus y al aether, en sendos vientres, haciendo que ambos se doblasen por la cintura. Sin embargo, en aquel tiempo la claritas había desenvainado una espada y lo aguardaba, lanzando un nuevo clair ëm yäk hacia la cabeza del guerrero.

Alehyss, por su parte, se lanzó contra el caeruleus. Sund, actuando como ella había esperado, trató de cubrirse la entrepierna cuando ella disparó su rodilla hacia allí, dejando libre el vientre el tiempo justo para que ella hundiese en él su arma, arrancándole un gruñido de dolor. Sin embargo, el caeruleus aprovechó la corta distancia para disparar un âchnam a la cabeza de Alehyss, inesquivable debido a la corta distancia. Luego trató de alejarse, tambaleándose hacia la pared para apoyarse contra ella.

En aquel tiempo, el resto de los oponentes habían tenido tiempo para recuperar la visión. El parvus levantó un pervatia, ocultándose tras él para resguardarse y disparar un terra der a Corbin desde allí. El flamma, por su parte, se lanzó hacia Alehyss, ágil y rápido, con una daga en cada manos. La chica tenía que lidiar, además, con el aethes que se le dirigía.

El clair ëm yäk iba certero hacia el rostro de Corbin, se notaba que la muchacha tenía una puntería nada deleznable, pero el claritas tuvo el tiento de agacharse, evitando por los pelos la bola luminosa, que fue a estrellarse contra una pared. Luego, temerario, enfrentó su puño de metal a la espada de la claritas, y ambas armas chocaron, pero se encontró con que la fuerza de una de sus manos no bastaba para desviar la espada, que la muchacha tenía asida con las dos. Sí consiguió, sin embargo, alcanzarla en las costillas, arrancándole un grito de dolor muy breve y haciéndola retroceder dos pasos, manteniendo la guardia, jadeante.

-¿Quiénes sois? -siseó Gina, entre resollos.

El parvus, al ver que su ataque fallaba, llevó ambas manos a la tierra, pronunciando unas palabras. Corbin pudo sentir, entonces, cómo parte de la roca del suelo se deformaba un instante, elevándose y aferrando su pierna derecha hasta el gemelo, solidificándose a su alrededor.
Tras aquello, el parvus lanzó un nuevo terra der hacia su cuerpo.

Alehyss esquivó el lejano aethes y evitó ser traspasada por las dagas sin demasiados inconvenientes. Luego se decidió por la ofensiva, pese a que el flamma iba mejor armado que ella, arrancándole el metal de la izquierda con una patada que acertó dolorosamente en su mano. El respuesta, Giovert recuperó distancia, lanzando un flagrare a su cuerpo. Por su parte, el aether se abalanzó sobre ella, dirigiendo uno de sus musculosos brazos hacia el rostro de la chrysos, aprovechando el ataque del flamma para obligarla a decidir.

Sund, que se mantenía, pálido, tratando de detener la hemorragia de su vientre, apoyado contra la roca, apuntó a la cabeza de Alehyss, también, invocando un garves cuando el dolor se lo permitió.

Corbin rompió parte de la roca que lo sujetaba con el hechizo, pero, para su desgracia, pronto se dio cuenta de que el material era más fuerte de lo que creía. Y pronto un nuevo hechizo aferró su otra pierna. Parapetado tras aquel muro, el parvus se estaba dedicando a paralizarlo poco a poco para facilitar su destrucción.
Gina, jadeante, lo observaba a una distancia prudencial, como temerosa de acercarse. Finalmente, seria, lanzó dos clair ëm yäk al mismo tiempo, uno a su torso y otro a su entrepierna, esperando que alguno de los dos lo alcanzase sin que ella debiese acercarse.

Alehyss, por su parte, lo estaba teniendo difícil a su manera. Aunque se las arregló para tomar a su enemigo por sorpresa, volviendo su fuerza contra él, volcando su cuerpo. Pero no lo hizo a tiempo, y pudo sentir una fuerte quemadura en su brazo derecho.
El aether, por su parte, cayó sobre las cervicales y la espalda, soltando un quejido, quedándose allí un segundo antes de incorporarse, dolorido.

Entonces todo se volvió negro para ella, que se puso en guardia, alejándose, con intención de aguantar hasta que la luz volviese.
Los hombres no perdieron un instante: el aether se desplazó velozmente a la izquierda, y el flamma a la derecha, lanzándose cada uno de ellos por un lado hacia la chrysos con seguridad. El caeruleus, por su parte lanzó un âchnam, dirigido hacia su vientre.

Derecha, izquierda, centro. Alehyss era atacada por cada uno de sus flancos.

CAMBIO DE ESCENA PARA ALEHYSS

Tras el ebrain aitchbrëa de Corbin, que sirvió en aquel momento para neutralizar parcialmente el Garves del caeruleus, Alehyss recuperó gran parte de su visión, viendo venir entonces a los dos hombres que, al mismo tiempo, fueron deslumbrados, un instante, dándole una ventaja parcial, inesperada.