Sala de entrenamiento

Entro ya en un trote ligero. Hoy he dejado el entrenamiento para tarde y me voy a arrepentir. Esa racha de madrugar que me dio parece haber muerto, joder...
Bueno, es que el invierno incita al calor de las mantas. Me vale como excusa.

-¡Hey! ¡Buenas tardes! -exclamo animada al ya ocupado Kyoti nada más entrar, con una sonrisa satisfecha-. Buenos ojos te vean. ¿Qué tal va todo?

Mientras hablo me dedico a saltar un poco en el sitio, inquieta, sin acabar de decidir por donde empezar. Podría correr... Podría practicar magia... No, eso es muy lento. Mejor espada o...
Qué indecisión.

Kyoti falla el tiro cuando una voz lo hace volverse de pronto. En un momento se gira para mirar adónde ha ido la flecha, pero pronto baja el arco y sonríe a la chica. Ya hace tiempo desde la vez que la conoció. Está bien volver a verla, ahora que ya está algo más adaptado.

-Buenas tardes -repite, sacudiendo el brazo para aflojar la tensión-. Pues bueno, bien. Aunque hace mucho frío. No sé si me estaré poniendo enfermo. Bueno, no es más que una suposición, claro, y no significa que me ponga en dificultades. Es solo que no me gusta este tiempo. Que no tiene nada que ver con que me guste lo demás. No sé si me entiendes. Explico.

¿Pero por qué tiene que abrir la boca? Bueno, porque le han preguntado. Pero aún así, hay respuestas más fáciles, ¿a qué viene complicarse?

Afianza la sonrisa.

-¿Y tú? Es decir, ¿qué tal a ti?

Se me dibuja una sonrisa de suficiencia al verlo fallar. No porque yo sea mejor, pero es evidente que lo he causado. Muy mal, muy mal.

-¿Qué pasa? ¿Si te hablan, fallas? Eso es un poco inconveniente, ¿no lo crees?

Soy un poco cruel.
Una vez, cuando era una cría, nos mandaron escribir un cuento en el colegio. Una compañera de clase con la que siempre me metía me convirtió en la villana de su historia. Quizás cuando le corté la falda en venganza no lo estaba enfocando bien.

Cómo habla...

-Claro, en Ignis ahora será como primavera, ¿no? De esto de ir en mangas de camisa y sentirse un rey -comento, echando un vistazo alrededor mientras hablo-. Yo bien. Ya sabes. Bien. De puta madre, se suele decir. ¿Crees que eso es correcto? Es decir... Había que buscar a alguno que sea hijo de una a ver qué piensa...

Me echo a trotar, finalmente. Si tienes energía para hablar y no sabes qué hacer mátala corriendo, al menos.

Kyoti se tensa al instante, sintiendo claramente cómo el agobio se le sube al rostro y se le refleja en los ojos. Vuelve la vista a la flecha y de nuevo a ella. Tiene razón. Tiene toda la razón. Y él ni siquiera le ha dado importancia.

-Lo-lo-lo-lo-lo-lo siento, lo siento, lo siento mucho, practicaré -. La vergüenza se va apoderando de él-. Es que no estoy acostumbrado a ir acompañado. Ya sé que no es una excusa. No hay excusa. Practicaré más. Volveré a lanzar.

Mithos, es cierto. En una batalla, un tiro así podría ser fatal.

Se encoge de hombros, algo cohibido, cuando ella pregunta. Pero claro, tendrá que responder. A ver si encima de incompetente va a parecer idiota.

-No diría tanto -responde finalmente-. Ni mucho menos, vaya. Allí también puede hacer frío. Bueno, no este frío. Y no nieva. Es diferente, claro. Más cálido. Pero no es primavera y hay que abrigarse. Bueno, no es obligatorio, cada uno decidirá. Yo lo recomendaría. Lo de abrigarse.

A su extraña reflexión en voz alta no responde, porque ni siquiera está seguro de entender a qué ha venido. Acaba por acercarse a las dianas a buscar sus flechas, mientras ella trota.

Se me escapa algo de risa mientras se disculpa. Si cae tan rápido ya no sé si es divertido o si se hará aburrido demasiado pronto. Resiste un poco, hombre...

-Practica, practica -le digo tranquila, divertida, mientras asiento.

Yo, por mi parte, me dedico a lo mío. Al trote suave del principio le falta algo, y termino subiendo el ritmo para conseguir un paso ligero. Trato de mantenerlo sin interrupción todo el tiempo que pueda, pese a la fatiga. Solo así conseguiré ampliar mi capacidad pulmonar. Y, aunque hablar mientras lo hago no parezca buena idea, no me importa intercalar comentarios tras sus palabras. Soy así de dura.

-Supongo que cada uno interpreta lo que es el frío según lo que conoce. En un par de años te encontrarás con que si vas a tu casa en invierno todos lloriquean de frío y tú estás como un bismonte de abrigado.

O algo así me supongo.

Doy vueltas a un perímetro, vigilándolo. ¿Sabrá hacer algo divertido? Algo en grupo...

Kyoti no puede replicar, pero tampoco quiere hacerlo. En seguida se encuentra arranchando las flechas, sintiendo cierta humillación mientras recoge la última, la más alejada, que ha caído tan lejos por su falta de profesionalidad.

Se siente algo reconfortado por lo que ella dice, de todas formas. La perspectiva es buena, y también realista. Tendrá que acostumbrarse poco a poco. Sonríe.

-Sí, seguro que sí. Bueno, no seguro, pero...

Una vez ha recogido todo se asegura de no estar metiéndose en el terreno de ella. No quiere estorbar mientras ella entrena, y mucho menos quiere un accidente. Toma posición bien lejos y empieza a apuntar a las dianas, esta vez con las flechas de una en una. Ha situado varias dianas cercas, y la cabeza de uno de los muñecos asoma apenas detrás del que tiene delante. También hay que saber dar en puntos difíciles. En el bosque, muchas veces hay obstáculos para el tiro.

Kyoti tensa el arco, apunta al ojo... y dispara.

Mi ejercicio es bastante anodino. Solo doy vueltas en un circuito que he establecido yo misma echando breves vistazos a Kyoti cada vez que puedo. La verdad es que lo de las flechas no lo he hecho yo mucho. Es curioso. Es decir, parece algo aparatoso, pero es un huevo de útil.

Me hago la loca un rato, intercalando en la carrera constante diversos ejercicios que consisten en subir las rodillas hacia el pecho o en hacer cambios de ritmo en zigzag, como esquivando obstáculos invisibles.
La verdad es que relaja, eh...

Entonces, llegado un momento, sin previo aviso, mientras apunta...

-Garves -siseo, con una sonrisa malvada asomando.

La flecha sale disparada y se clava algo más abajo de lo esperado. Y Kyoti se queda quieto, sintiendo una repentina sensación de agobio. Bajando el arco, se frota rápidamente los ojos, con expresión de pánico. No tarda en volver a ver, pero ha estado ciego el tiempo suficiente como para darse cuenta de que no ha sido su impresión.

Piensa en sacar otra flecha, pero el hecho es que le tiemblan las manos. Con gesto tenso, recorre la sala hasta que sus ojos se centran en su compañera. Le ofrece una sonrisa un tanto tensa, casi temblorosa.

-Cre-creo que estoy un poco cansado -comenta, tratando de convencerse de que ese es el motivo de que le falle la vista-. Será mejor que siga en otro momento. No es...

"...por ti, ni nada." Pero consigue morderse la lengua a tiempo. ¿Ha sido ella? Pero ¿por qué iba a hacerle nada? Recoge la flecha rápidamente y la guarda. Prefiere no saber el motivo. Prefiere quedarse con la duda. No quiere problemas con sus compañeros.

Se asegura de mantener la sonrisa, tratando de parecer relajado.

La verdad, así lo digo (o pienso)... Da pena. Es como un cachorro, de alguna forma. De esto que quieres adoptarlo y acariciarlo. A lo mejor este sí que te trae el palo, no como el de Lea. Sería ya un progreso.
Su expresión no resulta demasiado saludable.

Termino por detener la carrera a los pocos para mirarlo con la cabeza ligeramente ladeada. No ha podido no darse cuenta, pero lo mejor es no hacer hincapié en ello. No decir nada será mi disculpa.

-Quizás se te está haciendo algo tarde, sí -comento, por decir algo-. Debes de llevar un buen rato, y a estas horas... Seguro que ni has cenado.

Eso... Sepulta tu culpa tras frases amables, malnacida.

Kyoti ve la salida, y parece que no hay problema en llegar a ella. Se siente un poco mal, en cierto modo. No se atreve a acusarla, pero tiene la sensación de que ha sido cosa suya. Y la forma en que lo invita a irse parece confirmar sus sospechas. Ella no lo quiere allí, y su actitud dice que es más fuerte. No compensa discutir.

Así que asiente.

-Claro -responde-. No he cenado mucho. Es decir, ni poco tampoco. Iré a tomar algo relajante y luego descansaré. Buenas noches.

Y, manteniendo la entereza tanto como puede, obligándose a aguantar con la sonrisa en los labios, abandona dócilmente la sala. En cualquier caso, descansar le vendrá bien.

Frikka no tardó en hacer algo semejante, tras el breve entrenamiento.

*Se van*

A pesar de lo que le dijo Alehyss, al bajar del mirador de la torre el chrysos se dirigió directamente a la sala de entrenamiento, con pasos largos y notando varios chispazos recorriéndole las manos que mantenía apretadas. La sala estaba vacía. Lo había supuesto mientras se había dirigido hasta allí, pero aun así agradeció no haberse encontrado con nadie.

Con pasos firmes y rápidos, se dirigió a la caja del duende, sin molestarse en calentar, y pidió:

—Quiero un combate contra mí mismo.

Y en el momento en el que su propia replica apareció ante él, se lanzó, sin armarse, a por ella, buscando golpearla con fuerza, sin preocuparse por las posibles armas que su clon podría sacar. Se enzarzó así en una pelea contra sí mismo, en la que él mantenía un estilo de combate cuerpo a cuerpo y su replica se armaba con el puñal. Durante todo el combate, no se preocupó por los cortes que pudiese recibir, centrándose solo en golpear con toda la violencia posible el cuerpo de su enemigo en un tipo de pelea con el que no buscaba practicar o mejorar alguna habilidad. No estaba entrenando; estaba peleando como antes había peleado, con golpes que no seguían una estrategia concreta, sino que simplemente se concentraban en hacer el mayor daño posible, con un estilo tosco y animal, violento, que no se preocupaba por las consecuencias y que como efecto inmediato hacía que el número de golpes que él mismo recibía aumentase. Pero no le importaba. No le importaba.

A pesar de los golpes que encajó, no se detuvo hasta que finalmente su enemigo no fue capaz de seguir. Entonces, jadeante y ensangrentado, con marcas de la daga en el cuerpo, gruñó:

—Fin del combate.

Y abandonó la sala, sintiéndome más cansado y tal vez algo más relajado.
No estaba seguro.

*se va*

fdr. he dado por hecho que fifi no está pero blj

Debo comenzar a entrenar o me quedaré atrás. Desde luego las armas no es lo mío. En Hummus he leído un montón sobre hechizos parvus pero no podía llevarlos a la práctica ya que no tenía un lugar de entrenamiento apropiado y no quería ni destrozar mi habitación ni llamar la atención de mi madre, por lo que simplemente me he aprendido el nombre de unos cuantos y, después de vencer la pereza de estos días, decido que hoy es un buen momento para empezar. A estas horas nadie vendrá a verme hacer el ridículo si fracaso, por lo que estoy tranquila. -A ver... comencemos...- Susurro para mi misma.

Me siento con las piernas cruzadas y las puntas de los dedos de cada mano juntas, las cuales descansaban sobre mis rodillas. Necesito concentrarme y captar la mayor cantidad de magia posible en el ambiente para poder canalizarla hacia una modificación mágica nueva.
-¡Brrogëo!- Grito de pronto, apuntando con mis manos hacia el suelo de la sala, el cual sólo estalla durante una milésima de segundo pudiendo advertire una pequeña grieta de no más de veinte milímetros por la cual no entraba ni una loncha de queso.
Chasqueo la lengua. - A ver...- Me rasco la cabeza.- No esperaba que me saliese a la primera pero esto... es un poco frustrante.
Sonrío con ánimo mientras frunzo el ceño con seguridad. Aquel fracaso me da fuerzas pues: peor no me puede salir. Sólo puedo seguir mejorando.
Me remango. -Vamos allá.- Me froto la nariz con fuerza y repito el hechizo una y otra vez, canalizando de manera diferente la magia hasta ir logrando que la fisura se haga poco a poco, más grande.

*se queda entrenando y cuando termina se va*

El chrysos comenzó el entrenamiento con la habitual serie de calentamientos: primero un trote ligero alrededor de la sala, en el que lentamente fue añadiendo retrocesos, pausas y cambios de direcciones, y luego rotación de articulaciones, dedos, muñecas, hombros, cuello... Una vez estuvo listo, se acercó a los muñecos que previamente había dispuesto en fila al fondo de la sala, a unos pasos de la ancha pared. En el extremo derecho de la hilera descansaban en el suelo una serie de puñales, de diferente anchura y longitud y filos, que había cogido del armario de armas; entre las armas, también estaba su propia daga.

Situándose a una distancia considerable de los muñecos, el chrysos comenzó a arrojar las armas, buscando que estas se clavasen en diferentes puntos de las figuras: el cuello, el pecho, el vientre, los brazos, las piernas. La frente, las manos. Al principio los lanzamientos eran lentos, pero con el tiempo fueron haciéndose más rápidos, permitiéndose apenas un par de segundos para pensar dónde quería apuntar. Al tiempo que la velocidad de sus lanzamientos aumentaba, él empezaba a moverse, desplazándose hacia los lados, retrocediendo y avanzando hacia las figuras.

Cuando finalmente se quedó sin armas que arrojar, recogió del suelo aquellas que no habían llegado a clavarse y extirpó las que se habían hundido en los muñecos. Apiló las armas en el extremo izquierdo de la hilera de muñecos, quedándose solo con la suya propia en la mano. Entonces se acercó a la caja del duende.

—Quiero un combate contra Alehyss Lester —pidió, serio.

Y cuando la replica apareció ante él, retrocedió. Esta vez no llevaba la espada consigo. Lo que pensaba era probar puntería con el clon. El entrenamiento consistiría, por tanto, en esquivar las ofensivas de la chrysos y en buscar los momentos adecuados para probar suerte con los lanzamientos. En caso de que fallase en su lanzamiento y el arma cayese al suelo, el chrysos pensaba recoger el arma sin usar, en principio, las manos, sino el sakrom, hechizo que había descubierto en la última misión a Ignis y del que no tenía aún muy claro el funcionamiento. Así, se decía, también practicaría magia.
En caso de que el puñal se clavase en puntos como los brazos o las piernas de la replica y que el sakrom no funcionase en aquellos casos, buscaría arrancarle él mismo el arma, recurriendo inevitablemente al combate cuerpo a cuerpo.
Hubiese sido más cómodo practicar con más armas, pero en una misión no tendría más dagas que aquella, y tenía que prepararse para un hipotético en el que no pudiese usar la espada.

*se queda*

Cuando Kyoti entra en la sala de entrenamiento, lo primero que llama su atención es la pareja enzarzada en una pelea, que se mueve a una velocidad admirable. No puede evitar quedarse un momento observando cómo se desarrolla el combate, sintiéndose de pronto más que débil. A ella la conoce. ¿Era a eso a lo que se refería cuando le dijo que estuviera preparado? Quizás Kyoti no había sabido enfocarlo.

De todas formas, traga saliva y acaba por entrar en silencio, moviéndose como un ratón, sintiéndose insignificante. Por suerte, la sala es grande, así que se aleja bien de la zona de combate para preparar sus cosas, sin atreverse siquiera a saludar a los enzarzados combatientes.

Coge sus dianas, colocándolas en posiciones difíciles. Pone obstáculos por el medio para dificultar sus objetivos, utiliza ganchos y cuerdas para colgar algunas de las figuras y, antes de proceder con ellas, calienta un poco el cuerpo, preocupándose por poner los músculos en funcionamiento. Después de todo, el entrenamiento que ha escogido para hoy requiere movimiento.

Da unas cuantas vueltas por una zona pequeña, salta y se agacha y levanta. También calienta un poco las articulaciones y estira bien el cuerpo, especialmente los brazos y las manos. No puede evitar echar miradas de reojo al combate. De todas formas, no va a molestarlos. Además, debería concentrarse en su trabajo, no en el de los demás.

Cuando por fin está listo retoma la carrera. En la primera vuelta a su zona de dianas coge el arco. En la segunda, coge el carcaj y se lo ajusta a la cadera. A partir de ahí saca la primera flecha, se concentra bien, busca un objetivo... y dispara. Rápidamente saca otra y la pone en el arco. De nuevo, emplea toda su concentración, localiza al objetivo... y dispara. Está utilizando blancos muy pequeños, muy específicos. Tiene objetivos concretos y se esfuerza por conseguirlos. Una nueva flecha. Su objetivo está tapado por otro, así que continúa su carrera, siempre en movimiento, hasta tenerlo a tiro. Concentrado, lanza contra el ojo. Una nueva flecha ocupa en el arco el lugar del anterior. Otra vez el proceso. En movimiento, busca una oreja. En esta ocasión, su objetivo es rozarla; un disparo de advertencia, que se consideraría. Tensa la flecha a la altura de su oreja, busca el objetivo, se concentra... y dispara.

Y la flecha pasa rozando la oreja, arrancando una astilla al muñeco de madera. Y entonces Kyoti se da cuenta de hacia dónde se dirige tras dar en su objetivo y abre mucho los ojos, horrorizado. Y, por una vez, la palabra que busca le sale rápidamente de entre los labios.

-¡Cuidado!

Kyoti no está seguro de si ha calculado mal el ángulo del tiro o si, sencillamente, la flecha se ha desviado. ¿No ha dicho algo así Alehyss? ¿Algo de un hechizo protector? El caso es que la flecha pasa justo por detrás de la nuca del chrysos, rozándolo apenas, y va a clavarse algo más allá, en una colchoneta. Kyoti se da cuenta entonces de que se ha tapado la boca con las manos y las retira, acercándose sin estar tan seguro de si es eso lo que debe hacer.

-Lo-lo-lo-lo-lo siento, lo siento mucho, no pretendía -. ¡Pues claro que no pretendía! ¿No es eso evidente? ¿O tal vez no lo es? -. Lo siento, de verdad, quería darte en la oreja y- ¡No! Es decir. ¡A ti no! ¡Al muñeco y...! -La lengua acaba por trabársele.

Enzarzado como estaba en el combate, el chrysos no reparó en la presencia del flamma hasta que este ya llevaba unos cuantos minutos en la sala de entrenamiento. Fue apenas un vistazo casual, de reojo, y no le prestó más atención entonces. Tal vez en otra ocasión sí le hubiese saludado incluso, pero ahora se veía en bastantes problemas para intentar no ser derrotado por la replica de la chrysos.

Alehyss era rápida y ágil y precisamente por ello él había decidido practicar puntería con su replica. Sabía que, estando ella armada como estaba, le costaría vencerla empleando solo la daga y los puños, pero no había esperado que realmente le costase tanto mantenerse dentro del combate. La mayoría de sus lanzamientos habían terminado en el suelo o en un punto que no era el que él había calculado, y a mitad de combate había visto cómo el objetivo del mismo pasaba de ser practicar puntería a probar su propia agilidad y capacidad de reacción. Y pese a todo, por algún motivo, tal vez por orgullo, se negaba a pedirle al duende el fin del combate y seguía buscando una ocasión para hundirle el puñal en el cuello.

La sala era lo suficientemente amplia para que tanto él como el flamma entrenasen sin molestarse y por eso mismo no se preocupaba por que el chico pudiese interferir con su entrenamiento en el suyo. Quizá ese fue el motivo por el que cuando escuchó la voz del muchacho tardó en reaccionar, o quizá estaba tan inmerso en su enfrentamiento que no entendió el comentario del flamma hasta que la flecha le pasó rozando por la nuca. Fuese cual fuese el motivo, no fue hasta ese momento que el chrysos se apartó, girándose al tiempo de tal forma que se quedó mirando al flamma a unos pasos de la trayectoria que había tomado la flecha, que había terminado por clavarse en un colchón.

—¡Fin del combate! —dijo, con un tono alterado, antes de que la replica pudiese asestarle otro golpe. Ya había tenido suficientes.

El chrysos observó entonces con la respiración agitada al flamma, que se había acercado. El flamma no tardó en empezar a disculparse. Parecía extremadamente nervioso o preocupado. O ambas. Probablemente ambas, de hecho.

—No te preocupes. —El chrysos miró el arco del chico. Alzó ambas cejas—. Un mal tiro lo tiene cualquiera.

Cuando su compañera se transforma en un hombrecillo viejo y extraño y se encoge hasta caber dentro de una caja, Kyoti no puede verse la cara, pero está seguro de que en pocas ocasiones ha dejado ver a nadie una expresión tan idiota. Necesita parpadear un momento y convencerse a sí mismo de que no es momento para intentar entender nada antes poder volver a dirigirse a su compañero. Está algo agobiado. Estaba tan concentrado en su entrenamiento que ha pasado por alto el del chrysos. Y, por lo que ha podido ver, el de él valía la pena bastante más que el suyo.

Carraspea, visiblemente incómodo.

-Lo siento mucho -repite, antes de darse cuenta de que él ya lo ha disculpado. Probablemente piense que es sordo o idiota-. De verdad -. ¿No puede parar de una vez?-. He interrumpido tu combate. Estaba tan distraído que... Bueno, no distraído, concentrado en lo mío. En el mío. En mi entrenamiento, yo no estaba combatiendo, solo estaba... - Bueno, por fin un poco de silencio-. Soy Kyoti -. ¿Y eso a qué viene?

Por la expresión que el flamma puso cuando la replica se convirtió en el duende, era evidente que nunca antes había entrenado de aquella forma. Probablemente, pensó el chrysos, ni siquiera sabía de la existencia de aquel objeto. Aunque aquello no le sorprendía demasiado. El flamma tenía toda la pinta de ser nuevo.

—No te preocupes —repitió, curvando un poco los labios, amable. Ignorando el resto de sus explicaciones porque, de verdad, que no hacía falta disculparse tanto, le tendió la mano que tenía libre—. Lyam. Encantado.

Después observó la sala de entrenamiento, reparando finalmente en las figuras y todos los materiales que el flamma había dispuesto para su practica. Asintió.

—Parece interesante —dijo, volviéndose hacia el flamma de nuevo. Ladeó la cabeza—. ¿Siempre entrenas así?

Kyoti estrecha con firmeza la mano que le tienden, esbozando una sonrisa aún algo nerviosa. Desde luego, si el combate del chrysos lo ha impresionado, su indiferencia respecto a la flecha no es menos. Quizás, como le explicó Alehyss, existiera aquella protección especial, pero en otras condiciones Kyoti podría haberle atravesado el cuello con aquel tiro. Sabe que ese habría sido el resultado de no haberse desviado la flecha.

Kyoti carraspea, evidentemente halagado por el comentario de su compañero. Dirige también la mirada hacia su zona de entrenamiento. La verdad es que no le ha quedado nada mal.

-S-No -responde, rascándose un momento el hombro-. Es decir... Entreno mucha puntería. Bueno, ya se ve, claro. Con el arco. Es mi arma -. Lo muestra con un gesto vago, algo aturullado-. Solía cazar mucho antes de venir. Soy curtidor. Cazo piezas -. Claro que caza piezas-. Para... la piel. Curtirla. Bueno -. Carraspea-. No se me da bien la nieve. Me refiero, no la tolero bien. Vengo de Ignis -. Por su no era evidente-. Así que ahora practico aquí. Tiro con arco -. Eso ya lo ha dicho. Hace un esfuerzo-. Pero corriendo por la sala es la primera vez que lo hago. Hasta ahora solo había entrenado quieto.

Vaya, por fin.

El chrysos escuchaba al flamma en silencio. Por algún motivo, le recordaba un poco a Inger, la caeruleus, en la forma de hablar. Se preguntaba si hablaría así siempre, todo nervios y rodeos, o si seguiría asustado por casi haberle atravesado la nuca. Una parte de él hasta lamentó que ahora mismo no se dedicase a recaudar información de los guerreros: con todo lo que el flamma hablaba, hubiese sido sencillo haber escrito un reporte solo con él.

Cuando el chico terminó de hablar, el chrysos asintió, aunque tardó unos segundos en responder.

—A lo mejor deberías probar a enfrentarte al duende. —Con la cabeza, señaló la caja del anciano—. Si buscas objetivos que se muevan, claro. Así tú también te mueves y tal.

Se encogió ligeramente de hombros.

Nada más oír la propuesta, Kyoti afianza la sonrisa y niega rápidamente. No, eso no. Para eso está todavía muy verde. Él es como Alehyss y no se da cuenta. Kyoti lo entiende; cuando uno es bueno en algo, tiende a olvidar que no tienen por qué serlo todos.

-Ya me lo han dicho. Que lo use -explica-. Pero... -Abre mucho los ojos, alzando las cejas y mirando la caja-. Es fuerte -murmura. Carraspea-. Más que yo. Ya he visto que... -Hace un gesto hacia él, bastante significativo-. El duende ataca. Creo. ¿No? Yo no sé defenderme. ¡Debería...! Pero no sé. Me enfrentaré a él. ¡No digo ahora! Algún día. Pero no ahora. No puedo aún.

Siempre le vuelve el mismo pensamiento. Un ciervo salte corriendo si lo atacas y no le aciertas. Un depredador no, y Kyoti está seguro de que no quiere saber nada de depredadores. Brontë es la guerra y sabe que eso va a cambiar, pero que sea poco a poco.

El chrysos torció una sonrisa, mirando de reojo la caja del duende. ¿Fuerte? Eso dependía de contra quién te enfrentases. Si buscabas a alguien con unas capacidades semejantes a las tuyas, entonces no deberías preocuparte por la posible fuerza del duende.

—El duende adopta la forma de la persona con la que quieras enfrentarte —dijo, volviendo a mirar al flamma. Alzó ambas cejas—. Si buscas a alguien de tu nivel, entonces no deberías tener problemas. —Ladeó la cabeza—. ¿Por qué crees que no sabes defenderte?

A lo mejor tenía problemas de autoestima o algo así. O a lo mejor le daba miedo pelear, oye, todo podía ser.

Entiende lo que el chrysos intenta decirle, pero sigue sin estar de acuerdo. Una vez más, niega con la cabeza. Todavía es pronto.

-No conozco a nadie así. Como yo. De mi nivel -explica, pensativo-. ¿Y tú? A lo mejor da igual si... Es decir, no tengo que conocerlo. ¿No? ¿O sí? Porque si tú me dices de alguien que... Si es que conoces a alguien que...

De todas formas, Kyoti tendría que ir con cuidado. No tiene nada claro que los niveles de la gente se puedan medir tan fácilmente, y no conoce gente que acabe de llegar. Y, por haber acabado de llegar, puede que su compañero tampoco los conozca. Tendría sentido.

El chrysos frunció el ceño, pensativo. No tenía demasiadas ganas de solucionarle la vida al chaval, pero aun así caviló su respuesta e inspeccionó al chaval. Alguien de su nivel. Se le ocurrían muchas personas que no parecían ser del nivel del flamma, pero no tantas que pudiesen ajustarse a lo que el chico parecía ser. Sin embargo, pasados unos segundos, se le ocurrió una idea.

—Quiero un combate contra Anna, la chrysos —dijo, dirigiéndose a la caja del duende, esperando que sirviese con dar solo el nombre de la persona, aunque no tardó en suponer que sí.

La replica no tardó mucho en aparecer. El chrysos se colocó cerca del flamma, dispuesto a detener los posibles ataques de la chrysos.

—¿Qué te parece ella? No parece muy fuerte, ¿no? —Se volvió hacia el duende—. Fin del combate.

fdr. si anna ataca, lyam protege a kyoti ok xD

Kyoti se queda mirando a la chica que aparece ante él. Si el nombre le ha sonado, la cara de ella acaba por confirmárselo. La conoce. Ella le dijo que tampoco llevaba mucho tiempo. Casi la había olvidado. Pero, de hecho, le da hasta pena enfrentarse a ella. De todas formas, es un encuentro rápido, tanto que ni él ni la chrysos llegan a reaccionar. Pronto, su mirada vuelve a Lyam. Ya no sabe si se siente mal por su propia salud o si el motivo para no enfrentar a alguien es no hacerle daño a ella.

-Supongo que no -responde, mordiéndose la lengua justo antes de empezar a explicar que no pretende considerarla débil ni infravalorarla ni nada por el estilo-. ¿Y los de verdad? Los guerreros. ¿Lo notan? Cuando os enfrentáis. ¿Son parte de las copias? Es decir, ¿son las copias parte de ellos?

El chrysos enfundó la daga y negó suavemente. Que él supiese, las copias poco tenían que ver, más allá de las habilidades y el aspecto físico, con las personas de verdad. Y ni eso, a veces. Sabía perfectamente cómo era su copia, y sabía también que se parecían en lo justo. Y ya.

—Si te refieres a un rollo alma metafísico o algo así, no. No tengo ni idea de cómo hace el duende las copias, pero solo se parecen a nosotros en físico y habilidades. —Lo miró—. Si lo que te preocupa es hacerle daño al de verdad, entonces te aseguro que eso no pasaría.

Cruzó los brazos.