Enfermería

Asentí al escuchar su primer comentario, esbozando una sonrisa, pero cuando siguió fruncí un poco el ceño y aparté la mirada, parándome a observar las sábanas. Tardé un segundo en contestar.

—Seguro que coincide —terminé diciendo, mirándolo de nuevo, sonriendo un poco.

Y realmente esperaba que así fuera.
Escuché lo que decía en silencio, respondiendo cuando la situación así lo pedía, y cuando finalmente se despidió sonreí ampliamente, asintiendo brevemente a modo de agradecimiento.

—Gracias. Por el pastel y por venir —dije. Ladeé la cabeza—. Buenas noches.

Y observé cómo se iba.

*fin de escena??*

Te suenas los mocos con suavidad subido a una de las camillas. Estás indignado con el frío y el mal tiempo que hace y te enfadas con tu cuerpo por haberse resfriado, lo cual ha hecho que te hayas pasado más tiempo del habitual en cama.

Te sientes sin fuerzas para seguir en este lugar. Lo mejor será que te vayas de este lugar.
Sientes, en medio de tu enfado, un fuerte vaído y te duermes.


*se duerme*

Dado: 3.

A veces, cuando se aburre, Johan hace algunas cosas. No tiene que buscarle explicaciones, ni pide que nadie más lo haga. Simplemente mata el tiempo de formas extrañas, porque nunca ha tenido más que formas extrañas para matar el tiempo.

Nunca ha estado en la enfermería, por lo que entra para curiosear un poco en cuanto descubre dónde está. Y, dentro de la sala, mira a los que ocupan las diferentes camas, paseándose como si fuese una habitación cualquiera.
Es cuando ve a uno dormido que se acerca, con una sonrisa tranquila. Pasa las cortinas y se sienta. Ha llevado unas manzanas y se dedica a pelar una, tranquilo, silbando un poco, con tranquilidad, no muy alto, pero sí lo suficiente como para no resultar discreto.
Cuando ya la ha pelado, la parte en varios trozos, que deja sobre un plato, y entonces se lleva uno a la boca.

Considera que las manzanas saben mejor en lugares como ese, por algún motivo.

Cada silbido te molesta en la punta de la nariz como si de una mosca pesada se tratase, por lo que no tardas mucho en frotarte con apatía el ojo derecho y volver a sentarte como si nada hubiera pasado.
Sin embargo, sí que ha pasado algo. A tu lado hay un muchacho azul comiendo muy tranquilamente.
Te frotas con tus pequeñas manos los ojos para verle bien.- Eres la primera persona azul que he visto.- Se te escapa, con ilusión. Luego te disculpas por haber sido un maleducado.- Lo siento...- Te apagas como una velita al viento cuando te mira. - Igual te molesté.- Te explicas.

Le ves en silencio. No sabes de qué hablar con él. Tienes tantas preguntas que se te acumulan todas y sólamente puedes verle en silencio, intentando escoger alguna por la que empezar.
Callas y esperas, deseando que él dé el primer paso.


*le mira*

Se despierta, y Johan deja de silbar, consciente de que lo ha causado él. Esboza una sonrisa, mordiendo un nuevo trozo de manzana, ladeando un poco la cabeza cuando él le habla.

-¿La primera persona azul que ves? -le pregunta-. Pues yo por aquí ya he visto tres o cuatro -le dice muy seguro-. Supongo que cada uno se encuentra con quien se encuentra...-. Le acerca el plato, con dos trozos ya cortados de manzana-. ¿Quieres naranja? -le pregunta, con una sonrisa tranquila, muy apacible, casi hasta demasiado-. Las he cosechado yo mismo.

Quizás no es un momento en el que Johan tenga muchas ganas de esforzarse. A veces le pasa.

Le ves con un dedo en la boca. No te fías mucho de él. Te da bastante miedo. Te preguntas si alguna vez habrá visto una naranja en su vida y coges tímidamente el cacho más pequeño del plato mientras tus pequeños y somnolientos ojos luchan por permanecer atentos a todo movimiento.- ¿De qué color soy yo?- Le preguntas. Quieres comprobar una cosa.
Te miras las manos rechonchitas nervioso y esperas.

Johan retira el plato cuando el desconocido ha cogido, con calma. Ha visto a muchos parvus, a esas alturas. Puede contar ya a cinco, según cree. Le resulta curioso, de alguna forma.
La pregunta del extraño, por otro lado, le hace ensanchar la sonrisa y entrecerrar los ojos. Eso sí que es algo complicado para él. Por varios motivos.

Lo examina con calma un par de segundos. Para Johan responder algo tan simple resulta complicado. El pelo amarillo, claro. Pero no tiene tan claro si es amarillo de verdad o si es naranja o algo semejante.
De modo que termina por irse a lo evidente.

-De color normal, como las personas. ¿Cómo se llama? "Color carne", o algo así. Seguramente tenga un nombre más apropiado-. Se sonríe, entretenido-. ¿Por qué lo preguntas?

Para él es el mismo color de tantas otras cosas, pero sabe de su existencia.

-Oh...- Su respuesta te defrauda. Esperabas encontrar a alquien que no se suppiera los colores y así poder enseñarselos y hacer una buena obra, pero por lo visto solo tiene problemas con los alimentos.

Con tus ojos entrecerrados por el sueño, le miras fijamente y te metes una mano en el bolsillo. Cuando sale, es Hebilla quien habla.- Hola.- Habla la marioneta. Tú ni te inmutas. Has practicado demasiado y hablar a través de Hebilla te da confianza. Sobre todo al principio.
-Se llama Marik. ¿Tú? - Hebilla le muerde suavemente un dedo al  piscis.- ¡Sabes a merluza!- Hebilla bota de un lado a otro, pero tú estás tan quieto que das hasta miedo. Sin embargo, ahora estás feliz pues estas siendo capaz de relacionarte y perder el miedo a hablar directamente con un desconocido.- ¡Y yo soy Hebilla!- Se explica el trapo. - Tú hazme caso a mi.- Se explica la marioneta, mientras tú le miras fijamente a sus ojos en un segundo plano.- A veces mi colega se queda dormido.

Sonríes satisfecho, para luego dar un bonito y relajado bostezo.


Dado: 5

A Johan le parece que su nuevo amigo se ha decepcionado. Eso le resulta curioso, pero divertido. ¿Acaso esperaba pillarlo en una mentira?
Y entonces saca una marioneta de alguna parte, se la encaja en la mano y Johan no puede evitar una carcajada suave, repentinamente entretenido por la situación. Desde luego, no puede evitar pensar que se trata, verdaderamente, de un tipo raro.

-Marik -repite, asintiendo entretenido, como que ha entendido-. Y Hebilla. De acuerdo. Yo soy Vilo -explica él, por su parte-. Es un placer. A los dos.

Ladea un poco la cabeza, con una sonrisa divertida. Resulta toda una sorpresa, desde luego. No esperaba hallar algo tan entretenido en una enfermería.
Sigue, sin embargo, comiendo manzana. Lo uno no quita lo otro.

-Así que Marik se duerme. Pues no parece que des conversación aburrida. Quizás la costumbre ha matado la pasión -comenta, burlón, relajado.

Hebilla salta hacia su amigo y pega su nariz a la del piscis.- Entre tú y yo.- Le susurra.- Le cuesta hacer amigos. Yo soy el único que le aguanta. Ya sabes: hay que ser buena gente y esas cosas.- Le muerde la nariz y se retira cerca tuya.
Le ves y le das un besito en la frente.- ¡Qué pesado eres!- Exclama agitándose por todo el lugar, modiéndole la nariz.
Tú sonríes en silencio y agitas la cabeza.

La estridente voz de la marioneta lo llena todo, pero poco parece importarle.

Disfrutas de que tu nuevo amigo esté sonriendo y decides continuar, siempre en un segundo plano, algo acobardado.
- ¿Pasión? ¡Ja! Intenta explicarle a la rubia esta lo que es un buen polvo!- Hebilla bufa, exasperado.- ¡Parece que no tenga sangre en el cuerpo! ¡Y mira quién está diciendo esto!- La marioneta se señala a si mismo, golpeándose en el pecho un par de veces con sus dos manitas.
-Oye, debes saber, que te he escuchado antes desde el bolsillo del saco de sueños este, que eso no es una naranja.- Hace una pausa dramática y poco a poco se va acercando hasta colocarse casi a la altura de sus ojos en absoluto silencio.- Es un melón.- remató.

Tú observas el panorama sentado mientras te frotas con la mano libre el ojo derecho y luego la nariz, mirando hacia otro lado, como si estuvieras completamente fuera de la conversación.

Dado 1

Entretenido, Johan atiende a la escena como si se tratase de una función especial para él, sin dejar de seguir con la mirada a la marioneta, que se mueve de un lado a otro, y prestando menos atención al dueño. Que es lo que este pretende, al fin y al cabo.
Él no habla mucho. El espectáculo le parece suficiente. Aunque termina por tener que hacerlo, en algún momento, para que la conversación no muera.

-Oh, bueno -comienza tranquilo-. Si no tuviese sangre no sería de color carne, sino blanco. Eso tenlo bien claro. Quizás no coma suficientes cereales -aventura, con una sonrisa divertida.

Cuando Hebilla le dice lo del melón no puede evitar una leve risa, pero niega un par de veces.
Está seguro de que eso no es cierto, aunque la función es divertida.

-Los melones en mi ciudad natal eran cuadrados -le explica enseguida-. No puede serlo.

-Mirale bien.- Exclama Hebilla.- ¡Roza las nubes de la poca cosa que es!

Hebilla le escucha atentamente pero no más que tú, pese a que empiezas a sentir un sueño horrible que se avecina sobre ti de nuevo.

De golpe, caes fulminado. A veces te ocurre demasiado fuerte, lo que provoca que te caigas boca abajo de la cama, haciendo que tu marioneta salga disparada perdiendo toda vida.

Sólo hay silencio ahora, pues estás inconsciente y felizmente dormido.
Tu cara es de felicidad plena, pues esperas soñar con tu nuevo amigo azul.

*Se duerme*


D-3.

Johan se encuentra realmente entretenido con la situación y entonces, de repente, lo ve caer, y la sonrisa se le borra de golpe. Arruga el ceño y mira alrededor, como esperando a que alguien lo culpe. Al final se le acerca y le toma el pulso, curioso, con parsimonia.
Desde luego, ha sido un buen golpe, tiene que reconocer...
Recoge la marioneta y la deja en la mesa. Luego descorre la cortina y busca con la mirada a alguien del servicio de enfermería, al que llama.

-Este hombre se ha desmayado -le indica, con tono tranquilo, aunque algo más serio que minutos atrás.

Se encarga de asegurarse de que lo acomodan un poco y luego se marcha de la enfermería con las manos en los bolsillos, extrañado.
Le ha dejado una manzana por si le entra hambre cuando despierte.

*se va*

Sendall despiertó y se lleva las manos a la cabeza. Rápidamente se reincorporó y se sientó en la cama.
Miró a ambos lados y rápidamente reconoció el lugar: el único que debía evitar a toda costa. Ya había tenido problemas con Errst en el pasado y sabía su secreto.
Se llevó una mano a la cabeza y notó que su castaño pelo estaba al descubierto y rápidamente un agobio tremendo comenzó a invadirle. ¿Dónde estaba su... todo?
Miró a ambos lados, pero simplemente encontró un pijama igual al que llevaba puesto doblado en su mesilla de noche.
Le dolía un brazo.

Recordó.
Sí. Había intentado sorprender a la intrusa cayendo desde un árbol y luego... Le dolió sólo recordarlo.
-Massen...- Se dio cuenta que seguramente ella ya... seguramente todo el mundo lo sabría ya. ¿Qué pensará de mi ahora? Estoy asustado.

Se levantó de la cama y se acercó a un espejo cercano para lavarse la cara y quitarse las legañas. Pudo ver que tenía una venda en la frente, aunque aquello no le llamó demasiado la atención. Se vio. ¿Cuántos años hacía que no se veía "así"? Se impresionó. Hasta la fecha siempre había evitado verse de esa guisa y simplemente se quedó pensando en lo extraño que parecía de aquel modo. -Quizá...- Tocó su reflejo.- Quizá sea el momento de terminar con esta farsa, Nagore.- Se dijo, con una sonrisa amarga. Tenía veinte años y ninguna esperanza de futuro. Qué triste sonaba aquello.

Volvió a su cama y se quedó allí, observando como el naranja cielo se apagaba lentamente, dando paso al rosa, luego al violeta y no muy tarde, al negro.


*se queda*

No era la primera visita que hacía a Nagore, pero sí era la primera vez que la encontraba despierta. Seguía con aquel aspecto extraño, y seguía sin conseguir sorprenderme. Era chocante, claro, pero no una sorpresa. Solo explicaba cosas, nada más.

Llevaba unos días tan caóticos que lo único que podía hacer cada vez que topaba con alguien era intentar usar toda mi concentración para evitar pensar en nada ajeno a esa persona. Un día me estallaría la cabeza, estaba segura. Pero por el momento, podía con ello. Así que le sonreí y me acerqué a la cama, con total naturalidad.

-Hola, Nagore -saludé con tono cordial. No sabía si le sentaría mal que la alterase; se había llevado una buena-. ¿Cómo estás? Qué bien verte despierta.

Arrastré un taburete junto a la cama y me senté.

Su voz me sobresalta y cuando me giro para verla, mil demonios se apoderan de mi tranquilidad para darle una buena paliza. - Ho-ho-hola.- Susurro vacilante.

De golpe aprieto las sábanas y miro hacia otro lado, agachando la cabeza. ¿Qué debería decirle? ¿Por dónde debería empezar?
Trago saliva, algo alterado. Mi voz sí que no ha cambiado. Sigue completamente sexualmente neutra, lo que me alivia.
-Oye...- Decido ir al grano.- Perdón por todo esto.- Mi tono es neutro y limpio, pero apagado y carente de la vitalidad que hasta ahora me había caracterizado.
Trago saliva.
ME encojo de hombros. Me cuesta hablar. Me cuesta horrores que me mire. ¿Cómo un vestido y un poco de pelo cosido puede hacerme cambiar tanto?
Me paso una mano por la nuca con mi delgado brazo.
-Caray... esto es embarazoso.- Me sincero, con una sonrisa.- Supongo que querrás... una disculpa o algo. - Si alguien me hubiese engañado durante años no se lo perdonaría de la noche a la mañana.

Sorbo por la nariz y me atrevo a verla de reojo.
Veo su pelo, su fino rostro, su pecho, su... esencia y, con una sonrisa algo amarga, me presento, tendiéndole una frágil mano aún con resto de pintauñas en un par de dedos.- Soy Sendall. Encantad...o.- Termino por decir, sientiendo un punzón en el pecho.

Aprieto los labios.

Desde luego, no sabía si era el cambio de aspecto o el golpe en la cabeza, pero la paz reinante era patente. Hasta me costaba reaccionar, viéndola tan poca cosa de pronto. Siempre parecía ocupar un montón de espacio a pesar de su tamaño, pero en aquel momento parecía más pequeña que nunca.

Negué, vacilante. La disculpa ya me la había tenido que dar y no había querido hacerlo. Yo quería una disculpa por que hubiera desaparecido, no porque tuviera una peluca y ropa bonita.

-No exactamente -respondí, frunciendo el ceño, pensativa-. Creo que más bien quiero saber qué es lo que quieres de mí.

Se había pasado un año dando vueltas a mi alrededor, tirando de mí de acá para allá, metiéndome en más problemas de los que podía contar. Después, había desaparecido sin dar opción a buscarla. Y luego, cuando había vuelto a aparecer, había rehuido cualquier explicación. Eso era lo que merecía tenerse en cuenta, realmente.

Sendall. Encantado. Aquello solo conseguía que todo resultase más chocante.

-El sobrino de Nagorr Brumm -aventuré, encajando una nueva pieza en mi puzzle-. Pero también eres Nagore.

Le vió en silencio, mientras jugueteaba con sus nerviosos dedos para luego encogerse de hombros.- Alguien que aguantase más de cinco minutos cerca mía.- Me sincero con una sonrisa. - Supongo que me gusta demasiado hacer el tonto. Supongo que Nagore es...- habló con frialdad.- Una forma de deshacerme del estrés al que estoy sometido por mi familia.- Aquello no era del todo verdad. Sendall daría su pellejo por poder ser una chica normal y corriente. El estrés era secundario.
-Una amiga.- Redujo su frase en dos palabras.

Escucho sus palabras y asiento en silencio.
Tuve que irme porque mi madre me obligó a volver una vez que Nagorr me hubo curado. -Comenzó a explicarse.- Nagorr no sabe nada de Nagore. Ni mi madre. Nadie. Durante todos estos años sólamente mi espejo y yo lo hemos sabido. Cuando tuve la oportunidad de venir a Brontë y conocer gente de cero, sin presiones de ningún tipo creí que... podría ser... bueno. Da igual.- Le costaba hablar de todo aquello.

-Supongo que no tuve opción. Estaba estresado porque el médico me acababa de descubrir y bueno... fue un cúmulo de situaciones y tuve que irme un tiempo. - La vió.- Cuando volví tú habías mejorado tanto en todos los aspectos que... me sentí estúpida. - Hizo una pausa.- Estúpido.- Otra.- Supongo que ahora todo el mundo lo sabe así que el viejo y aburrido Sendall volverá de nuevo para quedarse. No voy a ir por ahí vestido de mujer soportando cuchicheos ahora que todos saben la verdad.- Sonrío para quitarle peso al asunto. -Y supongo que, si la presión me supera de nuevo, me iré y buscaré otro "Brontë" donde comenzar de cero.- Sus palabras eran susurros débiles. Desde luego, Sendall era un chiquillo mucho más tranquilo que su escandalosa alter ego.

Le dió un codazo amistoso y suave.- Tranquila, si me voy, esta vez te avisaré con tiempo y un pedazo de tarta.

Se rascó un poco de esmalte de una uña con celo. En silencio.
-Estoy horrible...- Acabó por decir.- Supongo que... debo acostumbrarme ya y dejar de pensar en pajaritos preñados.- Sonrío.

Contuve una mueca. Bueno, no lo hacía fácil, pero eso lo había conseguido. Acabé por asentir. No había mucho más que pudiera hacer.

-Vale -acepté, tranquila.

Al menos no todo era una mentira. Había ido a Brontë para que Nagorr la curara y luego había vuelto a casa. No veía la necesidad de cortar el contacto de forma tan brusca por ello. También podía haber dicho que se iba sin teatros. Podía haberme dicho que Nagorr la había curado y que volvía a casa. No era para tanto. Pero en fin, no lo había hecho y eso no tenía vuelta de hoja.

Fruncí los labios a un lado de la boca, pensativa. Acabé por negar.

-No quiero presionarte, pero es bastante probable que el señor Brumm ya lo sepa -expliqué, seria-. En el palacio estamos muy vigilados, y tú siempre llamas mucho la atención. Los líderes se enteran de todo. Y si por alguna casualidad del destino no lo sabía, me imagino que después de lo del otro día ya se habrá enterado.

Callé de nuevo, pensando un momento. Luego me encogí de hombros.

-Sinceramente -añadí-, creo que levantaría más cuchicheos que Nagore desapareciera que que se quedara, si es eso lo que te preocupa. La gente conoce a Nagore, no a Sendall. Y no éramos tantos el otro día. No sé a cuántos conocías, pero... -Volví a encogerme de hombros-. De todas formas, yo te traje aquí directamente, y lo hice mientras todos estaban aún vigilando a la flamma. Con semejante caos, no creo que hayas llamado tanto la atención como crees. Por una vez en tu vida -. Hice una pausa-. En realidad, el daño ya está hecho. Más te valdría quedarte con el que te guste más, aquí o en cualquier parte.

No me hacía mucha gracia su broma, pero me obligué a sonreír un poco. Después me quedé callada, sin saber muy bien qué más añadir.

Le escuchó con algo de agobio.- No... no lo creo... Mi tío es lo suficientemente despreocupado como para no prestarle atención a estas cosas... es... demasiado conservador como para darse cuenta de lo obvio.- Le explico.

FDR: ¿Estamos hablando del mismo Nagorr que se pone medias de red en nuestras fantasías? XDDD

-.Y si el resto de líderes lo saben..- Se llevó azorado una mano al pecho, como tapándose lo inexistente.- Son unos desvergonzados y les denunciaré a todos.- Susurro, con un tono bajo pero algo más vivaz.

Rotó los ojos con sarcasmo.- ¿En serio crees que alguien echaría de menos a Nagore?- Acabó por soltar una fugaz sonrisa, algo impropia de Sendall. Parecía que Massen le permitía relajarse un poco.

-A veces lo pienso.- Continuó.- ¿De qué serviría seguir siendo Nagore si voy a vivir siempre frustrado?- Se miró las manos con rabia.- ¿No sería más lógico simplemente... vivir tal y como soy, aceptarlo e intentar... olvidarme de las fantasías?- Le pregunto. - Por primera vez en mucho tiempo estoy dudando de... quien quiero ser. O quizá sólo haya sido el golpe en la cabeza.

Necesitaba descansar algo más y pensar profundamente en cómo quería reconducir su vida.- ¿Acaso tú vas a aceptarme ahora? Soy un chico. Bueno. Un...- cerró los ojos con fuerza. Iba a pronunciar aquella palabra que tanto asco le daba.- Eunuco.- Dijo rápido, para que doliese menos-Aunque Sendall se quede, tampoco va a encontrar a nadie que... lo quiera.- Suspiró, cansado y agobiado.

(FDR: >.< nupli, lo dejamos aquí?)

No sabía qué imagen tenía ella del líder parvus, pero desde luego no era la misma que tenía yo. Nadie dejaría que en Brontë hubiera un líder "demasiado despreocupado para darse cuenta de lo obvio". Sería un absurdo en sí mismo. Yo sabía que el líder parvus se callaba muchas cosas, pero eso no quería decir que no las supiera. Estaba segura. De todas formas, callé; era su tío, así que si querían dejar aquel teatrillo era un asunto entre ellos.

Fruncí el ceño con extrañeza. Bueno, aquello sí era algo que dijera Nagore. Al fin empezaban a parecer la misma persona.

-¿Denunciar a seis magnates de los grandes continentes? -pregunté, intentando que entendiera lo absurdo de lo que estaba diciendo-. ¿Ante quién?

La miré, seria. Por más que lo repitiera, no conseguía hacerme a la idea. En mi cabeza era más bien como si, sencillamente, se hubiera cortado y teñido el pelo. Al final suspiré y negué con la cabeza.

-Lo que quieras ser es cosa tuya -declaré, desentendiéndome. Desde luego, yo no podía elegir por ella-. Solo dímelo cuando lo sepas y ya está. No te lo tomes a mal, pero no tengo el menor interés en lo que tienes o dejas de tener entre las piernas -. Le dediqué una sonrisa burlona. Bastantes quebraderos de cabeza tenía ya con esos asuntos para preocuparme por ella. Además, Nagore causaba los suficientes problemas con su personalidad para que una olvidara su cuerpo.

Acabé por levantarme y me estiré.

-Estás agotada. Será mejor que te deje descansar. Avisaré al médico cuando salga para que venga a echarte un vistazo. Si quieres algo de mí, dile a algún enfermero que me pase el mensaje y vendré a verte, ¿vale? Y dedícate a recuperarte.

Después de despedirme, fui a buscar al médico, como había prometido. Una vez hube dejado todo en sus manos, di por finalizada la visita.

*Se va*

FDR: olii se me olvidó responder XD

Chasqueó la lengua.- Sólo bromeaba.- Remató.
La escuchó en silencio y caviló durante unos instantes. -Lo haré. Pero no avises a nadie. Estoy bien.- Le sonrió y despidió con una mano. Ver al estúpido médico era lo último que necesitaba. - Nos veremos pronto.- Le apremió.
Cuando se hubo ido, su sonrisa se evaporó y simplemente: continuó pensando.

Pensar es agotador. Increíblemente agotador.

*Fin de escena*

He estado un tiempo dándole vueltas a cómo hacerlo. He investigado en la biblioteca. De todas formas, la magia no es mi fuerte. Al final, me he acercado a la enfermería a pedir ayuda. Creo que los enfermeros no están muy convencidos con lo que les he dicho, pero de todas formas, me han dado permiso para colaborar. Dicen que siempre hay alguien pasando por aquí, aunque sea por un vulgar dolor de cabeza. Dicen que mientras no dé problemas, puedo colaborar con ellos.

No sé qué opinarán los pacientes, pero he decidido no preguntar. Me limito a lo que puedo. La primera persona que he atendido es una chica más joven que yo, que se ha presentado pidiendo algo para el dolor del vientre. No es la primera vez que tengo un hechizo de curación a mi disposición, así que me concentro en buscar en mis capacidades algo parecido a ese. Pero, cuando pongo la mano en su vientre y pronuncio la palabra, furuuchiade, no siento gran cosa, y ella tampoco parece haber sentido el efecto. Me obligo a mostrar una sonrisa de disculpa. En fin...

Pruebo una vez más. Busco la magia, trato de canalizarla, me concentro en hacer desaparecer el dolor. Furuuchiade. Puedo hacerlo, sé que tengo la capacidad; en algún momento, mi cuerpo ha comprendido cómo. Y, finalmente, siento la magia que fluye y llega a ella. ¿O me lo he imaginado? ¿Puede ser que me lo haya imaginado? La miro, y veo que ella también ha sentido el cambio, pero no tarda en volver a quejarse. Lo repito. Furuuchiade. De nuevo, fluye la magia, y de nuevo busco su aprobación. Pero en el momento en que desvío la atención del hechizo, el dolor vuelve a ella. Aprieto los dientes y lo repito. Furuuchiade. Furuuchiade. Furuuchiade.

Al final, es un enfermero quien viene a pedirme que lo deje estar. Y es que, por lo visto, el efecto de mi hechizo es tan débil que ni siquiera se deshace del dolor, y apenas dura un momento. No es muy alentador. Y menos, teniendo en cuenta que me estoy mareando. Me siento sudorosa y jadeante. ¿Cómo puedo cansarme tanto por algo así?

Acepto el vaso de agua que el chico me ofrece y descanso un poco antes de retirarme. Le pregunto si le importa que vuelva alguna vez. Desde luego, el potencial está ahí, y confío en poder sacarle partido. No pone objeciones, pero me aconseja que pregunte antes de empezar mis prácticas. Al final, me despido.

He venido aquí a luchar, pero a este paso acabaré dedicándome a las curas.

*Se va*

No quiero venir todos los días, pero hoy me encuentro de nuevo ante la enfermería, buscando alguna cara conocida que sepa qué hago aquí sin necesidad de que se lo explique. No tengo la suerte de encontrarla, así que no tengo más remedio que volver a contar cuál es mi situación. De todas formas, parece que todos coinciden en lo mismo; siempre me da la sensación de que el servicio se hace a un lado cuando aparecen los guerreros.

Esta vez me indican directamente dónde puedo ayudar. Por lo visto, hay un hombre con una tos bastante fea. Empiezo que acabaré saliendo de estos entrenamientos poniéndome yo mala, pero no es algo en lo que deba pensar ahora. Le explico personalmente qué hago aquí, y me indica que la tos proviene del pecho y que tiene además la cabeza embotada y dolorida.

Inspiro hondo y me concentro. Ya no es la primera vez, así que puedo basarme en las últimas sensaciones para proceder. Pongo la mano sobre su pecho y pronuncio el hechizo, dejando fluir la energía. El hombre carraspea, y su tos cesa por un momento. No tarda, sin embargo, en volver a aparecer. Inspiro hondo, me concentro y repito el hechizo. De nuevo, la energía surge. Intento concentrarme en lo que quiero. Quiero eliminar el dolor, quiero limpiarle los pulmones, quiero que respire. La magia vuelve a fluir, y esta vez la tos se detiene un momento más. Cuando veo que vuelve, no espero, sino que lo repito otra vez, buscando no darle tregua.

El hombre pide un descanso y un poco de agua. Mientras, le pregunto sus impresiones. Todo lo que obtengo es una petición de eliminar el dolor de la cabeza. Con una sonrisa dócil, asiento y me pongo a ello. Le pregunto de dónde proviene el dolor exactamente, y me indica la parte interior de las cejas, así que es ahí donde enfoco mi energía. Esta vez se trata de eliminar el dolor y la inflamación, y en esa idea me concentro. Un nuevo furuuchiade llega a él, y me indica con un gesto que está funcionando. Me concentro en continuar, refuerzo el hechizo, insisto en él.

Para cuando lo damos por terminado, estoy de nuevo agotada, pero he durado más que la última vez, y lo sé. Él, por su parte, necesita sonarse la nariz, y me asegura que, aunque el dolor sigue, no es tan intenso como hace un momento. Le pido que deje el resto en manos de los enfermeros. Apenas he hecho nada por él, pero la sensación de fatiga es enorme. Tras darme un respiro, me dirijo a una enfermera para indicarle que he terminado y me retiro. Tendré que seguir intentándolo.

*Se va*

Una vez más, me encuentro de prácticas. Los enfermeros ya parecen informados de a qué vengo, y algunos incluso bromean con si quiero aprender algo más. Lo cierto es que, desde que llegué a Brontë, he tenido más de una enseñanza de medicina. Incluso tendré que hacerme pasar por enfermera por encargo de la líder Jillian. No me viene mal aprender.

De todas formas, hoy he venido a lo mismo de siempre. No puedo dedicarme a todo, y tengo algo que mejorar. Como mínimo, por respeto a quien me ha dado la posibilidad de aprenderlo. Una vez más, espero a que los enfermeros me indiquen dónde puedo colaborar. En esta ocasión es una joven rolliza y alegre la que me guía hasta mi paciente. Que resulta ser un mozo de cuadras al que ya conozco. Por lo visto, un caballo lo ha coceado, y la verdad es que no parece cosa de broma. Acaba de llegar, así que tengo oportunidad de participar en su recuperación desde el primer momento.

Ya que estoy, empiezo por lo que ya sé. No ha sido solo el caballo: ha sido un accidente aparatoso. Se ha desgarrado la piel en el brazo al caer, pero lo que más llama la atención es la herida que tiene en la pierna. Un rastrillo, dice. Prefiero no pensarlo. Me ofrezco a encargarme de ello, ya que puedo. La enfermera que me ha acompañado se ocupa de ayudarme, y se empeña en que lave la herida antes que nada, así que me pongo a ello. Después, aplico un fuuruchi a cada una de las heridas que le ha dejado el rastrillo. La enfermera hasta me aplaude. La verdad es que no venía a esto, pero no creo que me venga mal como calentamiento. Ella, mientras, se encarga del brazo, dejándome a mí con la consecuencia directa de la coz.

Por lo visto, no hay huesos rotos, pero el mozo se queja de lo lindo. Le pido que me indique dónde ha recibido el golpe y aplico allí mis capacidades. Furuuchiade. El primer hechizo fluye hacia su cuerpo, y durante un momento deja de quejarse. Acaba por decir que aún le duele, pero menos. Repito el hechizo. No una vez, sino varias. Una tras otra, me dedico a enviar la energía para deshacer el dolor y las contusiones. Él se va relajando, diciendo sentirse algo mejor, aunque no muy convencido. Cuando declara que no le duele, voy a encargarme de cerrar la piel del brazo, pero la enfermera me comunica que ya he hecho parte del trabajo. Supongo que tiene su sentido. Termino de cerrarla y me quedo un rato con él, descansando del esfuerzo y esperando a si el dolor da muestras de volver. En un momento dado da señales de ello, así que me aplico de nuevo, un hechizo tras otro, para cortar el problema. Al final, parece que no hay más señales de daños. De todas formas, supongo que necesitará más atención médica que la que yo le he proporcionado.

Después de un buen rato de espera, y habiendo recuperando algo las fuerzas, me despido y me marcho. Estos ejercicios me dejan agotada.

*Se va*