Taller

Llego hasta el taller y me asomo con curiosidad. Lino hace lo mismo, que a mis pies. No es un lugar muy frecuentado, y las pocas veces que he venido la gente que encontraba era, casi siempre, del servicio. Hoy, sin embargo, veo una cara conocida, y le dedico una sonrisa.

-Hola Kyoti -lo saludo, entrando definitivamente en el lugar-. Espero no estorbarte. Será solo un momento.

Lo miro con curiosidad, pero acabo por girar la cara para recorrer el taller con la mirada, buscando algo. Termino por acercarme a una zona en la que hay varias herramientas y echo un vistazo, tomando algunas en las manos y examinándolas con ojo crítico. Parezco concentrada, mientras que Lino parece concentrado en el nuevo entorno y en el guerrero, al que mira a ratos desde lejos.

Miro a Kyoti de reojo, esbozando una sonrisa.

-¿Estas practicando la talla que nos enseñó el señor Rheon? -pregunto con suavidad.

Continúo con la búsqueda en lo que habla, probando en otra zona. No parezco muy convencida con lo que voy encontrando, porque sigo buscando, aunque conservo siempre una sonrisa. Especialmente cuando habla, que incluso lo miro.

-Vaya, qué suerte-. Ladeo un poco la cabeza, clavando la vista en la gema que trabaja, aunque a esta distancia no la distingo bien-. ¿Y cómo va? ¿Ya sabes qué vas a hacer con ella?

Remuevo algunas herramientas más y al final dejo ir un suspiro suave, discreto. Dejo en su sitio las que he ido tomando. Decido recurrir a mi compañero.

-¿Has visto una gubia para cuero? -le pregunto, con una sonrisa algo incómoda. Le muestro la única que he conservado-. Como esta, pero más delgada.

Asiento para mí, mostrando satisfacción por su respuesta. No es hasta que hace su pregunta que me doy cuenta de que a él no le he hablado de esto, y los ojos me brillan un momento, interesados.
No tardo en asentir. Me aliso unos pliegues de la chaqueta de punto que llevo hoy.

-Creí que lo sabías -le digo-. Hago corazas de cuero para los guerreros. Sin coste. ¿No te lo había dicho?-. Lo miro, curiosa, y me acomodo las gafas con un gesto-. A ti también, si quieres. aunque tardaría un poco, que estoy algo llena de trabajo últimamente -me disculpo de antemano.

Enseguida comienza a aturullarse un poco. Lo escucho con atención, sonriendo tranquila, y asiento en cuanto lanza su pregunta, llegando a parecer animada con la idea.

-Por supuesto. Puedo enseñarte una y hacerte una. No hay problema. Son para los guerreros, a fin de cuentas-. Ladeo la cabeza, curiosa, examinándolo-. ¿Te interesa, entonces? Por supuesto, no tiene ningún tipo de coste. Y hago otro tipo de encargos, también-. Me llevo una mano al rostro, para cubrir los labios mientras río con suavidad una broma que aún no he hecho-. Voy a empezar a necesitar una tarjeta -le digo, divertida. Niego, recuperándome-. No me hagas caso.

Me apresuro a negar, poniendo las manos por delante, interponiéndolas entre ambos cuando parece ofrecerse a ir ahora mismo a hacer todo.

-Tranquilo -le digo-. Puedes acabar eso primero. Que no te corra prisa. Solo faltaba que aun por encima de venir a distraerte...-. Niego con suavidad y me inclino un poco sobre su trabajo, curiosa-. Espera, ¿tienes muchas gubias?-. Lo miro, con renovado interés-. ¿Te gusta trabajar el cuero? La verdad es que me valdría cuando fuese, que en cuanto me sea posible iré a hacerme con una yo misma.

Lino se aburre de jugar solo y se pone a explorar de nuevo, metiendo la cabeza tras unos estantes.

Abro mucho los ojos, y alzo las cejas, lo que los hace parecer todavía más grandes. Sin darme cuenta me he acercado un poco más, llegando a invadir sus espacio un poco. Enseguida me aparto, cuando soy consciente, pero no aparto la mirada clavada en él, que lo examina.

-¿Eres curtidor? ¿De verdad?-. Mis palabras no ocultan demasiado bien la emoción, que se filtra a través de ellas sin que pueda evitarlo-. Qué interesante. Creí que era la única artesana. Al menos en relación a ese tipo de cosas... No te habían mencionado. ¿También creas corazas? ¿O te dedicas solo a curtir el cuero? -le pregunto, ávida.

Se atropella de nuevo, pero lo escucho con atención y una sonrisa radiante. Parece que por escuchar sus palabras fuese a aprender yo algo de su oficio.

-¿Hay muchos animales en el bosque? -le pregunto, curiosa-. Yo no me adentro mucho y no veo demasiados-. Me acomodo las gafas con un gesto tranquilo-. La verdad es que si tienes experiencia en asuntos relacionados con el cuero, podría estar interesada-. Ladeo un poco la cabeza-. Quizás pudieses ayudarme con las corazas. A mejorarlas -le propongo, aunque es más una propuesta lanzada al aire-. Si no te molesta, claro -añado, recuperando un poco la compostura que es habitual en mí.

Cualquiera pensaría que se trata de un sitio inusual para un entrenamiento, pero es el que he elegido hoy. Me acerco a las herramientas con curiosidad, aunque como he estado aquí hace poco conozco la localización de las que busco. Enseguida doy con una caja de clavos y cojo varios de diferentes tamaños, mirándolos un momento en la palma de mi mano y cerrándola luego en torno a ellos. Me acerco entonces a la madera: hay tacos sueltos e inservibles que parece que nadie usa para nada. Escojo dos no demasiado gruesos y me retiro a una mesa solitaria para empezar con el trabajo.

Los clavos son pequeños y ligeros. Invoco un par de haxsîr para ponerlos en movimiento en la mesa. Al principio, como siempre, se hace extraño, pero tras varios intentos el hechizo empieza a funcionar. Cojo entonces el primero de ellos, uno pequeño, entre los dedos índice y corazón, y lo sitúo en perpendicular sobre el primer trozo de madera con la punta hacia abajo. Frunzo el ceño y me acomodo las gafas, concentrada.

-Haxsîr -pronuncio, firme, y siento cómo el metal se estremece entre mis dedos, haciendo amago por penetrar en la madera, pero de forma tan débil que no hace más que una muesca minúscula.

No me desmotivo con eso y sigo probando. Las primeras veces el resultado es el mismo, por lo que busco más potencia en el hechizo; que repela más el metal. Cuando consigo esto lo que pasa es que no es capaz de hacer frente a la madera, sólida, y simplemente la ralla, saliendo en diagonal. Varias veces se me escapa el clavo de los dedos, resbalándose, y tengo que recogerlo y empezar de nuevo. Pero tras un buen rato de pruebas consigo que, por primera vez, el metal perfore la madera y el clavo se introduzca hasta la mitad.
Resoplo, contenta, y tomo uno nuevo.

Repito el proceso hasta que se normaliza. Los primeros son inseguros, y apenas se clavan, pero con el paso del tiempo se van introduciendo con más firmeza. La forma, aguda, ayuda a que se claven con facilidad, y mi hechizo solo los repele, dándoles el impulso necesario para atravesar la superficie.
Conforme con el resultado, los extraigo con el hechizo contrario, säkrom, y los devuelvo a su sitio. Tomo entonces unos clavos más largos y gruesos, solo tres, y regreso a mi puesto de trabajo. Esta vez pongo una madera sobre la otra. Mi objetivo e unir ambos tacos.

Trabajar con un objeto más aparatoso se me hace más difícil, pero termina siendo lo mismo. Necesito más fuerza, porque es más grueso, y varias veces se queda clavado solo un tercio y necesito varios intentos para lograr mi objetivo. Pero no es especialmente complicado en relación al ejercicio anterior como pensé. Al final se trata esencialmente de lo mismo.

Practico el proceso hasta que me sale con naturalidad. Llego a poder invocar un säkrom, tomando uno de los clavos pequeños con un único dedo, y al contacto con la madera invocar enseguida un haxsîr, deteniendo el hechizo anterior y pasando a ese, que cambia la dirección del movimiento y en vez de atraer el clavo, lo clava.

Me doy por satisfecha con el ejercicio tras todos los diversos intentos y lo dejo todo en su sitio. Solo me falta, entonces, manejar mejor la potencia. Hace falta más fuerza.