Habitación del pasillo

Me ha decantado por una habitación de las muchas solitarias que hay en el palacio en lugar de la sala de entrenamiento. Porque no necesito tanto espacio para esto, pero la razón primordial es porque estoy algo cansado de estar acompañado y no me apetece encontrarme con gente.


Me dedico a estirar los músculos y practicar mi flexibilidad para moverme con rapidez y agilidad en cuanto me haga falta.
Hago es espagar y apoyo las palmas en el suelo, levantando mi cuerpo y poniendo toda la fuerza y tensión en mis brazos y hombros. Me muevo con gestos suaves donde pongo gran fuerza de reacción y la sostengo para buscar posturas complejas que reten mi flexibilidad y equilibrio.

Aprovecho la barra de acero que forma aprte del armazón de un gran armario de armas para agarrarme con los brazos y sostener mi cuerpo en el aite, en horizontal. Luego voy abriendo las piernas para separarlas lo más que puedo antes de bajar con cuidado.

Hago estiramientos normales, pero con gran determinación. Estiro mi pierna izquierda y doblo la derecha con el pie hacia la rodilla de la izquierda. Luego llevo mis manos a la punta de mi pie izquierdo para estirar toda la pierna. Si quier poder practicar bien este tipo de ejercicios de fuerza, resistencia, agilidad y fleibilidad debo cuidar los tendones para evitar lesiones.

Al cabo de un par de horas, acabo por dar por zanjado el pequeño entrenamiento particular y me dejo caer en un sofá de la habitación, con las pineras abiertas y los brazos caídos a ambos lados de mí. Cojo la cintura de mi camiseta de asas y la subo hasta mi cara para quitarme el poco sudor que tengo y limpiarme la nariz.

Levanto la cabeza del sofá al escuchar una voz dirigiéndose a mí. He ignorado la puerta pensando que sería un boro, pero parece que no. Sonrío de medio lado y me yergo para apoyar los brazos sobre las rodillas.

—¿Eso es lo que te ha hecho entrar siguiendo el rastro? —Bromeo. Es un comentario afortunado, por qué no decirlo. Me gusta escuchar ese tipo de cosas, sean ciertas o irónicas. En toda broma hay una parte cierta.

Hago un gesto con la cabeza señalando a su pierna.

—¿Qué tal va la herida? —Pregunto con el mismo tono animado. Hay que informarse de lo que concierne a los intereses de uno.

Hago un gesto con la cabeza como si eso me ayudase a ampliar la media sonrisa socarrona y me vuelvo a recostar hacia atrás, dejando las manos colgando sobre los muslos.

—Desgraciadamente, mi atractivo es para lo bueno y para lo malo —Respondo, presumido, viendo como se acerca. Ahora ya sólo utiliza una muleta con lo que puedo ir aventurando la respuesta a mi pregunta.

Se sienta también en el sofá, junto a mí, pero un poco más elevada por tratarse del reposabrazos. Yo no tardo en echar el tronco hacia el lugar, apoyando mi codo en el respaldo del sofá.

—Menuda confesión de principios. Eso va a darme ventaja, Alehyss Lester —Comento, sagaz, con un gesto igual de pícaro. El doble sentido de las palabras es algo maravilloso. Parece un arte tan subconsciente y certera. Porque me imagino perfectamente desesperando mucho a Alehyss Lester con esa lentitd. Es ese tipo de mujer.

No presto mucha atención cuando mira a su alrededor e incluso hago el mismo gesto cuando realiza su pregunta. Muevo ligeramente las palmas de las manos, a modo de encogimiento de hombros.

—Estaba vacía —Confesé, mirándola con mi cara de rufián.

Miro entonces sus piernas durante un momento, subiendo luego hacia su tronco y sus pechos.

—Fue una pena tener que marcharme el otro día —Informo con un tono más suave e insinuante, justo antes de volver a mirarla a los ojos.

Sus respuestas no se parecen mucho a las del otro día, donde parecía animada a continuar con mis comentarios. Pues no es que me apetezca verla para aguantarla de morros, sinceramente. Si quiere relajarse, que sea a mi manera.

—Pues tenemos percepciones distntas —Respondo a su comentario sobre que su estado es "mejor" que el de otro día. Me dejo caer del todo sobre el sofá, quedando tumbado de medio lado y de cara al respaldo.

—¿Y qué? ¿Qué quieres? —Pregunto, ya con tono indiferente. Si sólo va a contarme su vida la dejo que siga descansando.

Al escuchar como recula se me vuelve a formar una sonrisa pícara y doy un giro -casi salto- en el sofá para ponerme boca abajo y mirarla con cara de niño granuja.

—Eso ya me gusta más —Es una forma descara de darle a entender que -al menos hoy- sólo estoy dispuesto a escucharla si no va a aburrirme con sus problemas. Pero yo nunca he ocultado mi descaro.

Alzo las cejas con su explicación, confesión, petición, lo que sea. Sea borde o no, sabe hacerse entender cuando le conviene. Buena chica.

Me incorporo en el sofá, sentándome y dejando caer la pierna que está en el lado del borde hacia el suelo para que me sirva como punto de apoyo. Luego me acerco un poco más a ella.

—Esas son las palabras mágicas —Comento con tono de listillo, entornando ligeramente los ojos, traste. Pongo una mano ligeramente sobre su muslo, para tener un punto más de apoyo que me permita acercarme lo justo. Llegada una distancia, la media sonrisa deja que se separen ligeramente mis labios. A veces parezco hasta casto.

Sonríe a pesar de su ambiguo estado. Aunque diría que ella es ambigua normalmente. Demasiado esfuerzo si uno tiene prestarle atención continuamente. No me extraña que el enclenque esté tan amargado y resumid, debe de gastar toda su energía en entenderla. Que daño hace encoñarse.

Me gusta el roce de sus dedos en mi brazo, aunque su comentario me haga sonreír de forma un tanto diferente. Algo tirante, algo retadora. Rápidamente pasa de nuevo a la picardía normal.

—Ni yo que te importasen ese tipo de cosas —Finalizo. Paso de comentarios al respecto. Si te gustas, te dejaré pensar que son por gusto. Si no te gustan, piensa que no son culpa mía. Da lo mismo.

Acabo por acercarme todavía más para ir a por su boca d euna vez. He empledo ya demasiado tiempo en ella y no voy a seguir esperando a que haya algo nuevo que interrumpa mi acercamiento. No busco un beso suave, ni una prueba, sino que pego a ella buscando que vaya abriendo la boca. Sin brusquedad, no vaya a ser que haya quejas de la convaleciente.

Su respuesta tarda incluso menos de lo esperado. ¿Mucho que quemar o demasiada necesidad acumulada? Como sea, así es más divertido.

En respuesta a su mayor agresividad, pongo los movimientos de mi lengua y boca a su altura. No más, ¿para qué? Yo no necesito plasmar nada en mis movimientos, sólo quiero disfrutar.

Sin separarme de su boca me acerco al reposabrazos hasta que mi rodilla choca en él. Rodeo su cintura con uno de mis brazos y succiono su lengua hasta sostenerla un momento con los dientes. Al poco acabo por separarme de ella, lamiéndome la comisura izquierda por un momento. Si no tuviese la pierna jodida habría tirado de su cintura hacia a mí sin siquiera separarme. Si no estuviese cabreada seguramente también.

El caso es que le sonrío de medio lado por un momento y me levanto para ponerme frente a ella. Sin dejar de mirarla a los ojos, acaricio sus rodillas desde el centro, abriendo sus piernas a medida que mi caricia avanza hacia los muslos hasta que mis manos se cuelan bajo éstos y hasta su trasero. Cuando la aferro a esa altura, mi cadera ya se ha interpuesto entre sus piernas, pero ahora mismo es un mero gesto.

La levanto y giro hacia el sofá de forma que su pierna mala queda hacia la parte de fuera y no corre riesgo de que mi cuerpo la aplaste contra el respaldo. Luego la deposito en el cojín propiamente, hacia el centro del mueble, quedando yo encaramado a ella al final. Demasiado atento para una mujer así. En otras circunstancias habría entablado una pequeña guerra para conseguir ponerla de cara al respaldo.

—No te conviene moverte demasiado —Malmeto, en parte, en una especie de burla por verse con ciertas incapacidades en el juego. Olvidando pronto las palabras, vuelvo a ir hacia ella, lamiéndole la boca para luego hundirme en su cuello y dar algunos bocados. Sé que llegado a un punto mi contención se esfumará.

Pronto noto sus manos en torno a mí. Una en mi pelo, casi sosteniéndome. Me gusta cuando lo hacen, me hace sentir como animal al que intentan frenar por el pellejo. La otra busca mi torso y mi piel reacciona con mayor sensibilidad a sus dedos. Siento el vello erizarse por mi cuerpo y un cosquilleo que me recorre la pelvis hasta unirse en cascada bajo mi ombligo.

Al sentir su boca en mi oreja suelto una risilla ronca que se ahoga en su cuello mientras tiro ligeramente de su piel con los dientes. Con un amplio lametón recorro la zona de su aorta hasta su quijada, dando esa zona por explorada, y no tardo en continuar bajando hasta que mi boca se topa con su canalillo. No tardo en subir mi izquierda, frotando su vientre y uno de sus pechos en un calmo recorrido hasta llegar al primer botón y desabrocharlo. A medida que voy haciendo lo propio con los demás, mi cara ya está incrustada de nuevo en su piel y voy besando y lamiendo la superficie de su pecho que el sujetador va dejando ver.

Una vez su camisa está abierta, me dedico a hundir mi cara en sus pechos. Disfrutar de su tacto en las mejillas, de su particular olor, del sabor de su piel y el frescor que adquieren al humedecerse con mi saliva. Acabo por volver a sus labios, más ávido que antes, mientras acaricio su espalda con la izquierda llegando al broche del sujetador.

Vuelvo a separarme de ella justo en el momento previo a soltarlo, pues quiero deleitarme viendo el ligero movimiento que genera en sus pechos la pérdida del sustento, el ataque de la gravedad. Ese leve gesto siempre da un matiz enormemente apetitoso a los pechos.

Suelto un ligero suspiro y aparto la prensa para volver a llevar mi cabeza a donde estaba. Los acaricio con mas mejillas y hago el amago de morderlos, rozándolos con los dientes. Su tono las hace muy atrayentes y no me canso de hundir mi cabeza entre sus tetas. Acabo sosteniendo su pecho derecho con mi mano izquierda, utilizando la derecha todavía para soportar mi peso, y lamo su pequeño pezón una sola vez, mirándola luego con picardía.
Paso a lamerlo con más salero, pasando rápidamente a succionarlo y disfrutarlo. Aunque disfruto escuchando o sintiendo como disfrutan las mujeres, lo cierto es que soy egoísta.

Masajeo su pecho con la mano mientras repaso su pezón con la boca y mi espalda se arquea, haciendo que mi cadera se mueva ligeramente para que su mano atrevida vaya rozándome con facilidad.

Sus dedos apretando mi carne generan una especie de reacción directa sobre mis propios movimientos, haciendo que mi mano se vuelva más violenta en su masaje, mi boca más intesan. Paso mi cara al pecho abandonado y me dedico a él, sin soltar mi mano del anterior. Sus arañazos me acarician con un cosquilleo áspero que mi piel agradece y disfrutar.

Sprieto los glúteos para adelantar la cadera cuando su mano se cuela en mis pantalones y suelto un gemido ahogado, ronco, cuando la siento presionar. Una vez mi entrepierna se endurece, la presión se vuelve más notoria y agradable. Cuánto gana el placer cuando está en el límite del aguijonado de dolor.  Ella no aprieta hasta tal punto, pero mi mente genera imágenes más allá del momento presente que me hacen excitarme con premeditación.

Me alejo de su pezón para acercarme al centro y comenzar a descender hasta su ombligo con la lengua. Me duele tener que abandonar ese calor, esa turgencia blanda que me llena la boca, pero quiero continuar la marcha.
De igual forma, mi descenso aleja su mano de mis pantalones, algo que mi cuerpo también lamenta, pero no hay prisa.

Me acomodo en el sofá, trazando círculos con la lengua en torno a su ombligo e introduciendo la punta de la misma en él, recorriéndolo al tiempo que llevo mis manos a sus pantalones para empezar a retirarlos.
Los bajo lentamente, bajando con ellos mi cabeza también y pronto llega a mí el particular olor de la codiciada zona. Me detengo y aspiro con fuerza, pasando la lengua en horizontal por la fina piel previa al pubis. Un olor tan característico, tan penetrante. Puramente prometedor.

Acabo de retirar el pantalón bajándolo por sus muslos y acabo moviendo su pierna sana para liberarlo sin tener que molestar a la herida. Simplemente, dejo que el pantalón penda de su otra pierna, sin necesidad de retirarlo del todo.

Vuelvo a centrarme en mi posición, a la altura a la que estaba antes de retirar del todo sus pantalones. La visión perfecta del triángulo que generan los muslos escondiendo aquellos labios prohibidos y ese olor más penetrante todavía que antes, prometiendo un escondite húmedo y delicado al mismo tiempo. Me muerdo el labio inferior antes de humedecérmelo con la lengua, notando cierta salivación. Tanto tiempo sin contemplar este dulce paisaje, sin rellenar cada uno de mis sentidos con la maravilla natural de las mujeres.

No puedo esperar mucho más y hundo mi poca en ella, pasando la lengua primero, de abajo a arriba, queriendo trazar un recorrido que abra un pequeño camino. Luego simplemente me aferro a ella, casi succionando, mascando, sorbiendo y depositando cada hilo de humedad que se genera en el contacto. Sostengo sus muslos con las manos, aferrándolos con mayor o menor intensidad dependiendo de los movimientos de mis boca. Rebusco en ella, a veces buscando su cumbre, otras buscando su profundidad, y me regodeó en tan delicioso bocado, sintiéndolo como el refrescante sabor de una jugosa fruta madura en pleno verano.

No se resite mucho a pesar de que parece querer quitarme la autoridad de movimientos. No puede, apenas le resulta agradable moverse y es más sencillo y más placentero quedarse quieta. Déjamelo a mí, querida. -conmigo no tienes que ser presuntuosa ni contenida, me importa poco que grites más o grites menos, que te retuerzas mucho o poco. Quiero devorarte a mi manera, disfrutando de cada uno de mis gestos sobre tu cuerpo, te guste más o te guste menos. A mí me gusta, y no hay publicidad negativa.

Continúo disfrutando de ella, moviendo la cabeza como un perro que revuelve con el hocico entre los restos de su comida. Qué clase de pensamientos sexuales podrían sonar limpios y dulces. Esto es sucio, desvergonzado, antiestético para muchos, y eso es lo que lo vuelve maravilloso. Un placer corporal que requiere del olvido de la etiqueta. El morbo guardado en mostrarnos como somos para nuestro propio disfrute.

Relamo una y otra vez, tirando ligeramente de su piel con los labios de vez ne cuando. Sigo sus gestos, sus sonidos, la forma en que tira de mi pelo, para saber dónde rozar más o dónde evitar tocar en un tiemo para que resulte más sabrodo después.
Acabo llevando una de mis manos entre sus piernas, coordinándola con mi boca. Primero jugueteo un poco, trazo círculos allá donde la piel se humedece y muevo los dedos con cuidado de no atravesar todavía esa zona hasta su interior. Finalmente acabo por introducir dos de mis dedos en ella, mejorando la experiencia y al poco mi zurda está apartando mis pantalones para frotarme un poco, que no me viene mal en este momento. Mis suspiros o sonido quedan hundidos en su carne.

Al poco, doy un último y largo lamentón y me separo un poco de ella, llevándome la cara hacia el hombro para deshacerme de la humedad excesiva. Mi diestra sigue dentro de ella.

—Si acabas ahora, no voy a dejar que te marches —Advierto, desvergonzado y manteniendo la media sonrisa ladina. Estaría encantado de hacerla gritar y apretar las piernas con la boca, pero luego no puede cerrar las piernas y largarse. Es un trato vinculante. Me da igual cuantas veces acabe si yo voy a poder hacerlo también.

Echo la cabeza ligeramente hacia atrás, dejándome llevar por su tirón y soltando un gruñino socarrón. Se ve que la chica quiere más contundencia. Por mi parte, me parece perfecto.

Vuelvo a bajar por un momento, retirando la mano y dando un último repaso a la zona a modo de despedida. Luego subo con la lengua hasta su ombligo y voy ascendiendo por su cuerpo, acomodándome en él.

En mi ascenso no dejo indiferente ninguna de sus cumbres ni recobecos y repaso el cuello mientras apoyo mi ya libre entrepierna sobre su zona más húmeda.
Voy a por su boca de nuevo. Espero que no sea quisquillosa, me gustaría volver a tirarle de la lengua un rato.

Comienzo a mover la cadera para rozar mi miembro contra su carne fresca. Ahora ella tiene más prisa que yo, así que no está de más molestarla un poco. No doy demasiados rodeos, sin embargo, y al poco me coloco en la zona justa que me indica el lugar de entrada. Empiezo entonces a hacer presión contra ella, sintiendo como mi piel va ronzando la suya, ya lo suficientemente lubricada como para que la entrada resulte muy cómoda.
No evito un jadeo sobre ella, apretando los muslos mientras me introduzco con lentitud buscada y no tan necesaria. Una vez que llego al fondo, empiezo a moverme sin vacilar. Bastante he preparado ya el terreno.

Llevo mis manos de nuevo a su pecho mientras me muevo y varío entre moverme con algo más de ligereza sin apartar mi pelvis demasiado de ella y realizar movimientos más largos y pausado, amenazando casi con separarme. A estas alturas respiro con gran agitación y suelto slgún que otro jadeo o gruñido mientras voy apretando sus pechos. Siento que el sudor vuelve a cubrirme la espalda, debido a que mi cuerpo todavía no había descendido del todo la temperatura del entrenamiento. Pero este ejercicio es mucho mejor que las flexiones.

La siento en mi oído, en mi cuello. Sus suspiros y gemidos, menos intensos que en otras mujeres, me producen un profundo cosquilleo y escalofrío alrededor de la nuca mientras no dejo de moverme, sintiendo como ella también lo hace, moviendo la cadera lo que su posición se lo permite.

Gruño con más fuerza al sentir algunos de sus arañazos al tiempo que consigo movimientos más eardecedores, gustoso y deseoso de más. Y me muevo continuamente en ritmos que más tienen que ver con la búsqueda de entretenimiento que con el deseo propio de llegar al placer del cúlmen.

Bajo las manos hasta poco antes de su cintura, utilizando su cuerpo como apoyo para erguirme un poco y mover la cadera de forma más libre, más ligera. Esto me da una rapidez repentina que me lelva a apretar los ojos, tensando mis piernas, pelvis y abdomen para que soporten el esprín momentáneo. Adoro el sonido del choque rápido de la carne y está bien por un momento. Luego prefiero tomar aire y volver al anterior ritmo. Más calmo, pero no demasiado lento.

Llegado un momento pongo mi mano izquierda en el interior de su muslo izquierdo, agarrando la ingle para abrir más sus piernas, aprovechando que la pierna herida la tiene estirada y desplazada. Con este gesto me adentro más en ella, resumo mis movimientos para que sean concisos y profundos, apenas sin separarme, no cesando en la presión que hago sobre sus aductores. No puedo evitarlo y acabo por volver a los movimientos largos en los que mi cadera se aleja enormemente de la suya. Llego incluso a salir de ella unos centímetros para volver a entrar al momento, apenas la cabeza. Una y otra vez. El polvo con Lea había sido tan apurado y violento que apenas había podido divertirme con este tipo de cosas. Pero Alehyss no puede moverse demasiado, ni escapar rápidamente de una postura que la perjudique. Esa pierna tiene su lado bueno.

Suelto su muslo al fin y vuelvo a apoyar mi mano en el sofá, quedando un momento quieto y pegado totalmente a ella, hundido en su interior. Bajo mi torso para volver a pegarlo con su piel y respiro en su cuello, dejando que mi peso recaiga ligeramente sobre ella para que pueda sentir mi pecho respirando con fuerza. Vuelvo a moverme entonces. Cuánto rodeos, cuántas subidas y bajadas. Siento la cabeza embotada en un placer altibajo, casi sin sentido.

Esta vez ya va en serio y me agarro con fuerza al sofá, arqueando la espalda hacia afuera para poder apoyar mi cabeza cerca de sus pechos. Me muevo con algo más de fuerza y violencio y aprieto los dientes mientras los hago. Ahora sí son movimientos progresivos, atacantes. mis embestidas se hunden atravesando su carne y busco encontrar un mayor roce en cada movimiento.