Plaza.

He venido acompañada por Lino, que, aunque se ha sentido intranquilo caminando por las calles, ya se muestra más seguro que al principio. Ha crecido.

No tardo en llegar a la plaza, y una vez ahí busco con gestos rápidos, ávidos de alguna forma, entre la gente. Hoy el mercado trabaja, y se nota: las calles están más llenas y la gente parece animada. Muchos de ellos miran a Lino con curiosidad, y el híbrido de las nieves se pega a mis piernas, buscando amparo.

-¡Te lo juro! Había un dragón en el cielo -oigo decir a un niño que pasa a mi lado con otros tres, que ríen. Sigo caminando.

Encuentro a Charlie sentada en un banco, junto a la fuente, pero Charlie me encuentra antes. Los ojos se le iluminan, o quizás es la sonrisa que de pronto cruza su rostro, aburrido hasta ese momento. Puedo ver el instante exacto del cambio.

-¡Anna! -exclama, apoyando ambas manos en la madera para impulsarse y levantarse.

Y ya no pierde impulso. Corre hacia mí y se me echa encima. Hago lo que puedo para no perder el equilibrio, retrocediendo varios pasos para contrarrestar el impulso. Algunos mechones me hacen cosquillas en la cara.

-Felicidades -escucho, muy cerca, junto al oído.

Luego vienen los tirones. No puedo evitar la sonrisa, pero la aparto un poco de mí, con suavidad. Algunas personas nos miran al pasar, probablemente por la explosiva situación que acaba de darse.
No tardo mucho en encaminar el recibimiento a algo un poco más serio. También caminamos un poco, alejándonos del tumulto.

-¡Oh! ¡Lino está enorme! -exclama Charlie varios metros más adelante, ya apartadas, rebasándome para agacharse junto a él-. ¿Te acuerdas de mí?

-Charlie -la llamo, con tono suave.

Ella me mira de reojo.

-¿Qué pasa? Creí que te alegrarías más de verme-. La sonrisa sigue en su expresión, pero creo notar un matiz de frialdad en sus palabras-. ¿No quieres ver tu regalo?-. De nuevo, inocencia y entusiasmo-. Bueno, tu regalo soy yo, claro. He tenido que cerrar la tienda para venir. Pero además de eso he...

-Estoy asustada -le digo, aunque el tono es tranquilo. De todos modos su expresión pasa a ser preocupada.

-¿Qué?-. Y se levanta, volviéndose hacia mi-. ¿Qué ha pasado?-. El agobio es evidente-. ¿Te ha pasado algo? ¿Estás bien?

Asiento.

-Sí-. Yo sí-. Pero ha pasado algo en una misión hace apenas dos días. Querría contártelo -explico, sin que la tranquilidad se quiebre.

Pero tengo miedo.
He tratado de no pensar en ello desde que lo supe. No me tocó directamente y me fue sencillo apartarme un poco. Pero ahora...
Empiezo a hablar con voz suave, y le cuento lo que he podido saber sobre lo que ocurrió en el desierto.

Camina al lado del piscis, mirando a la gente de alrededor. El pueblo es un buen lugar para dar una vuelta y ver caras nuevas. Escucha al piscis, asintiendo a sus explicaciones. Aprender más sobre Fulmen no está de más.

-No de limón. Mejor algo más suave para mí -Comenta con amabilidad- Puedo pagarlo yo, pero si insistes... -Le responde agradecida. Luego niega- Está bien un helado, pero no sé si los harán en estas fechas -. Lo sigue hacia uno de los puestos de la plaza- Creo que será más sencillo encontrar un chocolate caliente -Añade, mirando alrededor.

Coge el chocolate junto con el piscis y le deja que la invite. El olor de la bebida caliente ya le hace cosquillas en la nuca.

-Claro, aquí está bien -Le agradece el gesto de la silla, aunque sea innecesario. Luego se toma un momento para probar le chocolate y primero da un sorbo pequeño, a la espera de comprobar su sabor. Rápidamente aprieta los ojos por la intensidad de la bebida y los sabores se separan en su boca. Cacao de hace un par de meses, con sabor terroso y húmedo, leche de bismonte rebajada con mucha agua de una fuente de pueblo en la que se mezclan los aromas de las cañerías y los ahumados; también bastante miel para compensar la rebaja del agua y un poco de harina para espesarlo. Tiembla un momento por el escalofrío, pero acepta que no está mal a pesar de todo. Los próximos sorbos no serán tan intensos.

-Hacía mucho que no tomaba chocolate -Le comenta al recuperarse de su percepción. Luego escucha su pegunta.

-Pues seguiré entrenando y ya te dije la otra vez que estoy buscando una nueva arma. Aunque entrene, soy poca cosa así que quiero aprovechar mi magia, pero no sé mucho de armas -Bebe otro sorbo de chocolate. Ahora su reacción es mucho menor. Se fija en como el piscis se relame los labios. Debe de gustarle mucho...

-Tú dijiste que quieres ser líder, ¿no? Es verdad que son poderosos y viven bien, pero yo no creo que las personas como nosotros puedan llegar a tener esos privilegios -Comenta.

La claritas asiente mientras bebe un poco más, se soprende un poco de que le resulte tan extraño su propósito.

-Hasta ahora yo he usado un cuchilo o algo similar. Más cosas con punta que armas en sí. Quiero un arma con la que sentirme segura -Aclara con suavidad-. No entrenas, no te gustan las armas, no usas hechizos... ¿por qué estás en Brontë? -Pregunta con curiosidad, ladeando ligeramente la cabeza.

El piscis relame su taza, pero ella todavía va por la mitad. Piensa en lo que acaba de decirle.

-No creo que sea poque nosotros no "podamos". Pero esta sociedad tiene una estructura y yo al menos he nacido abajo del todo. Los que están por arriba sólo se codean con gente de su mismo escalón y no dejan paso a los demás -Explica su punto de vista con calma y cierta frustración-. Yo vengo de Lumen y allí hay una familia real. En Lumen la gente siempre dice que somos afortunados por tener un rey con la sangre heredera de los dioses que lo hace justo y cercano porque nuestros hermanos caeruleus tienen una dictadura militar rígida y demandante. Sin embargo, yo no me siento afortunada -se toma un momento, mirando su taza mintras la mueve suavemente- no me parece que el rey sea justo, ni me parece que sea diferente al líder de Caligo. Supongo que al menos él ha tenido que ascender, no ha "nacido con la sangre de los dioses" -Bebe un poco- y lo que conozco de Fulmen es lo que me acabas de decir. Eso de que se elija a los líderes ya me suena bastante increíble, pero sigo pensando que para que te elijan te tiene que conocer mucha gente y la gente sólo conoce a los que tienen dinero y poder -Acaba.

—Un cuchillo... —alguna vez he fantaseado con clavar un cuchillo a alguien. ¿Quién no? Pero siempre ha sido como una especie de deseo inalcanzable. Una cosa que sabes que está tan mal, que solo pensarlo me revuelve las tripas. Pensar en lo que le debe estar doliendo a la otra persona, pensar en su cuerpo, en todo el dolor que estoy generando... no. Definitivamente, el acero cortante no es para mi. No sería capaz. Entonces, su pregunta me aborda como te abordan las olas de la playa cuando te quedas dormido al sol y ha subido la marea y te mojan la toalla. Sé que es un ejemplo muy rebuscado, pero eso es lo que he sentido en cuanto termina de hablar. Una sensación de sobresalto que pone alerta a mi cerebro. Hay muchas cosas detrás de esa inocente pregunta. Sin embargo, no estoy listo para abrir ese cajón. No obstante, hago una pequeña excepción y decido sincerarme con la chica—. Vine porque asesinaron a mi hermano —entorno los ojos y veo hacia otro lado. Apoyo mi barbilla en mi muñeca mientras jugueteo con la taza vacía. Sin embargo, no quiero aguarle la fiesta a mi compañera, por lo que rápidamente recupero una sonrisa—. No te preocupes —intento quitarle peso al asunto pero la verdad, espero que no siga tirando de la manta—. Fue ya hace algunos años.

Escucho sus argumentaciones con una sonrisa. Me gusta oírla hablar. Me gusta su voz y su forma en la que toma aire. Cuando termina, respondo—. Mi padre siempre decía que no hay que echar la culpa a los de arriba por como son. Creo que la gente que está más alta que nosotros, ve... todo, desde una perspectiva diferente. Diferente no es bueno ni malo. No podemos culparles porque no quieran que los de abajo luchen por subir. Si yo fuese el dueño de una granja, por ejemplo, no me gustaría que mis empleados montasen sus propias granjas. Sé que es un ejemplo estúpido, no se me da bien esto —tomo aire y medito unos segundos—. Quizá tengas razón y quizá nos quedaremos abajo para siempre, aunque a mi personalmente no me gusta meter a toda una clase social en un mismo saco. Los de arriba pueden ser memos o buenas personas —pienso en Abaddom—. Hay asesinos ricos y pobres —resumo. No quiero aburrirla, por lo que rápidamente, cierro aquel tema, intentando resolver cualquier duda que quedase sobre mi—. Por lo que a mi respecta, quiero empezar a aprovechar mi vida al máximo. Quiero ser una buena persona, un tipo feliz y que sepa desenvolverse. Voy a empezar a remar por mi vida. Por mi. No por transformarme en uno de los de arriba, pero si llegase a serlo, no sería más que un hecho colateral. Ya he sido un vago mucho tiempo —uso mi índice y corazón como piernecitas que corren por la mesa— toca ponerse un poco las pilas. ¿No crees?

Entonces observo cómo un pajarito picotea una mesa cercana, haciéndose con unas migajas. Por muy bien que pudiese usar una espada, no sería capaz de matarlo.
—Algo que me sirva para atrapar a los malos sin matarlos. Ese es el arma que quiero —resuelvo.

Escucha con curiosidad y nota como el piscis se viene un poco abajo. Espera un momento.

—Lo siento. Es verdad que Brontë es un sitio peligroso a fin de cuentas —Mira la mesa un momento y luego vuelve a mirarle— Yo vine como trabajadora del servicio, pero luego me convertí en guerrera y poco después escuché la llamada —Procura compensarle.

Acaba su bebida y deja la taza a un lado mientras escucha el punto de vista del chico. Asiente para mostrar que escucha.

—Eres bastante ingenuo. Tienes razón en que hay gente buena y mala en todas partes, pero si yo tuviese una granja, me alegraría de que la gente que me ha ayudado a mantenerla pueda tener su granja también y pueda ser feliz y prosperar —Le explica. Luego se apoya en la mesa, acomodándose, y sus pechos se desparraman hacia los lados. Suspira—. Está bien que te esfuerces y de verdad espero que puedas llegar a ser alguien importante, pero no creo en eso de que los sueños se cumplen y los bondadosos ganan —. Mira en la dirección del piscis para comprobar qué le resulta tan interesante y entonces escucha su comentario.

—Atraparlos no siempre los detiene —Comenta en el mismo tono ensimismado, más para sí misma que para él.

¡Ey! Eso sí que no lo habría imaginado. Noto un leve cosquilleo bajo los botones de mi pantalón al imaginármela vestida de sirvienta, con sus medias por los muslos y su ropa interior de encaje y con volantes. Blanca, restaltando sobre el lienzo moreno que la envuelve. Prrr me sacudo las mejillas rápidamente para centrarme en lo que dice. No quiero que me echen del local por escándalo público.

Me llama ingénuo y escucho su argumento. Entonces mi respuesta no se hace esperar—. Ya. Todo muy bonito hasta que los demás granjeros y tú comenzáis a competir por los precios. Empezarán las disputas y terminaréis enfadados o peor, arruinados porque alguno de vosotros no ha podido mantenerse en el mercado. Es inevitable. Del otro modo, el capataz de la granja puede pagarles un sueldo cada mes y todos se llevarían bien —divago sobre aquel ejemplo sobre el que trabajamos. Me gusta hablar de estas chorradas que en el fondo no llevan a ninguna parte pero que te permiten conocer cómo piensa una persona.
Entonces remata con una frase poco esperanzadora—. No recuerdo mucho de mi época cuando competía, pero sí de una frase que solía escucharse por los vestuarios: "Dale a las manos y a los pies. Atraerás a los tiburones o llegarás a la meta. Sea lo que sea, es mejor que morir ahogado" —callo unos segundos y sonrío— o algo así —me rasco la nuca, azorado.

—No me convertiré en un asesino —resuelvo. Me envalentono y le froto el dorso de su mano—. Y tú tampoco deberías —añado—. Que, ¿nos vamos ya? Es tarde.

La chica se encoje de hombros escuchando al piscis.

—No sé nada de granjas ni de negocios, pero al menos todos habrán tenido las mismas oportunidades. No es agradable trabajar toda la vida de sol a sol para que sólo coma uno —Añade con tono indiferente. Tampoco vamos a arreglar nada poniéndonos de acuerdo.

—Sí, sea como sea, lo importante es seguir adelante —Añade como colofón, estirándose hacia atrás. Su camiseta asciende suavemente hasta mostrar parte de su ombligo y entonces vuelve a su posición. Lo mira de nuevo con curiosidad con su último comentario.

—Definitivamente eres demasiado inocente. Anda, vámonos —Ponen rumbo al palacio.

*se van*