Plaza.

Atravesando las calles donde se forma el mercado, llegamos a una pequeña plaza que conecta otras cuatro calles del pueblo. En el cruce de estas se encuentra una gran fuente de piedra que tiene el fondo repleto de pequeñas monedas. A los niños les gusta poner los pies dentro del agua.

El aether vio a la muchacha sentada en aquel banco y esbozó una sonrisa, acercándose al lugar. Descubrió su rostro, quitándose la capucha.



-Alehyss...

Se acercó a ella, agitando ambas alas, como desentumeciéndolas. Tomó entonces asiento a su lado, observando al frente mientras hablaba, sin mirarla.

-¿Has traído el informe?

Aunque su voz era suave y aparentemente amable, tenía un punto seco y algo agresivo. Todavía no se habían calmado sus formas tras su último encuentro.

Jager tomó el sobre que ella le ofrecía y lo rasgó con delicadeza, desplegando las hojas de papel y leyéndolas con detenimiento, no mirando a la chrysos ni diciendo nada hasta que hubo acabado. Luego, doblándolas de nuevo, la volvió a meter dentro del sobre. Esta vez sí, Jager clavó su ojo en Alehyss, risueño.



-¿Hablar conmigo? Habla pues. No te voy a morder..., a menos que sea eso lo que quieres.

A pesar de todo, su voz seguía teniendo un matiz duro que no dejaba espacio a la broma.

El azul ojo gélido del aether se iluminó en un instante, haciéndolo parecer de pronto enormemente satisfecho. Acercó su rostro a ella, al rostro de ella, esbozando una complacida sonrisa.



-Es la mejor noticia que me han dado en mucho tiempo. En cuanto lo tengamos seremos recompensados, no lo dudes. Pronto tendrás esa libertad que quieres. ¿De quién se trata?

Jager alzó las cejas cuando recibió el nombre, aunque no borró la sonrisa. Pero no la interrumpió. Dejó que dijese todo lo que tenía que decir sin hacer interrupción alguna.



-Vaya... Así que Lyam. Entonces no debería resultarte muy difícil traerlo aquí, ¿cierto? Estoy seguro de que esta noche podrías tenerlo aquí sin ningún problema, ¿verdad, Alehyss?

Una sonrisa de tiburón apareció en sus labios. Se lo veía realmente exultante. Normal. Al fin y al cabo, había llegado por fin aquel día. Había trabajado mucho para conseguir todo aquello.

Después de la gran cantidad de conversaciones y actividades a lo largo de la tarde decido acercarme a la plaza de la fuente para darme un respiro. Me siento en el borde y mojo las manos en el agua para luego pasármelas por el pelo y refrescarme. Apoyo las manos en el margen de la piedra, hacia atrás, y tomo aire con tranquilidad. No estaría mal mudarse aquí en vez de pasarse la vida metidos en el palacio.

Mientras estoy sentado descansando un grupo de críos vienen corriendo a jugar por la zona y veo como se pelean entre ellos con palos y piedras, diciendo que son grandes guerreros. Después de un rato observando no puedo evitar levantarme para unirme a ellos.

—Ey, chicos, ¿qué es eso de que sois fieros guerreros? —Sorprendidos y algo cortados se me quedan mirando hasta que uno con un palo se adelanta y habla.

—Mi padre estuvo en el ejército así que yo voy a ser un guerrero mejor que él.

—No, yo voy a ser mejor que tú —Replican.

—¿Qué dices? ¡Tú no sabes ni tirar una piedra! —Y ya empiezan con empujones y gritos de nuevo.

—Eh, eh, chicos, calma... Si queréis ser guerreros supongo que habréis cogido algún arma —Comento, interesante. Eso de hablar con críos me priva. Todos se quedan mirando un momento.

—¡Yo he visto la de mi padre cuando se la lleva a reparar!

—¡Yo también la he visto, pero te ha dicho si la has cogido, idiota!

—¡Tú  sí que eres idiota! ¡Claro que la he cogido! —Otra vez como gallinitas.

—Bueno, bueno, callaos un poco. Escuchad, yo soy un guerrero de Brontë, ¿sabéis? Y si queréis os puedo enseñar cómo se coge una espada —Comento, jactancioso, agarrando uno de los palos para mirarlo y darle un par de vueltas. Finalmente lo tiro por ahí.

—Eres un mentiroso, ¡qué vas a ser tú un guerrero de Brontë! Tienes la edad de mi hermano —El resto corean con él. ¿De verdad no tengo pinta de guerrero? Vaya...

—Claro que soy un guerrero de Brontë y, de hecho, pertenezco al ejército de Caligo y he pertenecido al de Fulmen —Explico. Ellos pedorrean.

—Eres un mentiroso, en el ejército de Caligo solo entran caeruleus. Bah, vámonos a entrenar por ahí...

Maldita sea, ¿dónde se ha metido mi carisma? Desenfundo mi katana cuando se apartan un poco, haciendo resonar el metal contra la empuñadura. Todos se quedan helados y alucinados.

—Ésta es mi arma como guerrero. Soy el más diestro con ella. Y esta es mi insignia de sargento —Explico llevándome la mano al bolsillo y sacando una pequeña chapa con mi rango en Caligo. Ahora los chavales se acercan con "wo" y "wa" para verlo. Estúpidos críos incrédulos. Vuelvo a guardar la insignia.

Entonces empieza las batería de pregunta con lo que, después de responder unas cuantas todavía dejándoles ver mi espada, acabo por acallarlos.

—Venga, ya está bien, alto. Si queréis ver cómo se utiliza mi arma os daré una pqueña clase. El que no esté interesado en ser guerrero ya puede largarse —Así que en un momento los tengo a todos en fina con sus palos. No es que sea lo más adecuado para practicar, pero así se entretenien un rato y me entretienen a mí.

Después de explicarles lo básico de los básico -si me lío mucho se aburren como ostras y no hay quien los aguante- empezamos a hacer ejercicios con los brazos, colocando bien la postura de los pies y haciendo cortes verticales. No voy a hacerles entrenar en serio, pero yo aprovecho para estirar los brazos y practicar un poco.

—Venga, imaginaos que cortáis en dos una sandía —Les explico.

Luego empezamos a dar cortes caminando, dando un corte vertical con cada paso. Y luego con cortes ligeramente diagonales hacia derecha e izquierda. Después de cuatro cosas más los chicos están hartos de cansarse y ya se les han quitado un poco las ganas de ser guerreros con lo que dejo que descansen y les muestro parte de lo que sé.

En un espacio amplio me dedico a realizar cortes, bloqueos y fintas imaginándome a diferentes enemigos invisibles para ponerle entusiasmo. Movimientos rápidos de pies para cambiar la dirección del ataque y cortes contundentes y certeros para que se marquen bien en el aire. Cuando me canso, envaino y me fijo que a nuestro alrededor hay ya un grupo de gente viendo que, cuando termino, aplauden o simplemente siguen su viaje. Les dedico una sonrisa amable. Qué cosas...

—Así que ya sabéis, si queréis ser guerreros tenéis que hacer esto y más todos los días o simplemente seréis unos gandules inútiles —Les explico, divertido, frotándoles la cabeza a un par de ellos. Después de un par de plabras más los chicos se marchan y yo vuelvo a sentarme en la fuente.

Sonrío para mí. Ha sido bastante divertido. Aunque si tuviese que soportar a esos críos durante todo el día creo que acabaría por cargármelos a todos.

—Ha sido un buen espectáculo. Al menos han dejado descansar a las palomas —Escucho una voz suave a mi lado y al girarme me encuentro con una mujer desconocida. Tras la sorpresa inicial, le dedico una sonrisa amable.

—Vaya, gracias. Solo intentaba matar el tiempo —Explico, desairado.

—Llevo un rato mirándote por culpa de tu aspecto. Esos niños siempre vienen por aquí y cuando vi que te acercabas a ellos y sacabas tu arma pensé que eras algún bruto o bandido —Sin duda es franca. A mí me da un poco la risa.

—Ya, bueno, sé que tengo una pinta un tanto rara, pero bueno... Aunque tampoco creo que la gente deba fiarse de mí o de cualquiera —Explico. Ella acaba sonriendo, algo avergonzada.

—Pero al final has hecho caso a esos niños. Sus padres no suelen prestarles atención y suelen dar mucho la lata. Me llamo Cerces —Así que la señorita tiene un bonito nombre.

—Gracias por el cumplido entonces, pero si tuviese que pasar más tiempo con esos críos creo que acabaría por ser desagradable —Confieso —Soy Gerald —Le tiendo la mano y ella la estrecha.

Después de compartir un poco más de conversación acabo por acompañarla a dar una vuelta. En mi opinión el hecho de haberse acercado solo porque he estado dando el cante con esos niños la vuelve un poco extraña, pero es de lo más agradable. Si puedo rematar bien la tarde, mejor que mejor.

Tras la terrible tormenta, la fuente central de la plaza había quedado inundada y desbordada, dando lugar a un enorme charco a su alrededor y un amplio barrizal que se extendía un par de metros sobre las calles que se cruzaban en la zona.

La fuente en sí tenía algunas zonas rotas y los muros y márgenes de los caminos habían sufrido algún desprendimiento por zonas, algunos por el agua que iba drenando hacia los campos, otros por caídas de árboles, otros simplemente por el viento.

Las gentes ya echaban mano de piedras, restos de casas o árboles para ir devolviendo el orden a la zona.

*El pueblo empezará las obras, cualquiera es libre de ir a ayudar*

La plaza estaba bastante vacía a aquellas horas, porque ya había empezado a oscurecer y porque el tiempo ya no era lo que había sido. De todas formas, la figura, el hombre demasiado bajo como para no ser parvus y demasiado alto como para, en principio, serlo se mantenía sentado en uno de los bancos, sin moverse. O más bien sin desplazarse, pues se movía, y mucho, sobre la madera, mirando de un lado a otro a cada poco o reacomodándose en el sitio, o simplemente con pequeños gestos nerviosos, impacientes.

En las manos llevaba un cuaderno marrón, desgastado, y un lápiz pequeño con el que escribía en una hoja ya bastante llena, cuidándose de la lluvia amparado bajo un árbol, desordenado y sucio, a cada poco, entre vistazo y vistazo, entre gesto y gesto. Pero, por encima de todo, sonreía, a cada poco, nervioso, con una pizca de ilusión, quizás, enérgico y animado.

Y todo aquello podía verlo cualquiera que se fijase un poco en Gunar Flinn en aquel momento.
Evidentemente extranjero, evidentemente esperando.