Río.

No me gusta... Jager se está descontrolando. Por suerte, todavía no ha comenzado a usar la fuerza bruta, pero Lyam tampoco parece muy dispuesto a colaborar. Si lo hiciese... Quizás podría salvar la vida.
Frunzo levemente el ceño. Si pudiera presionarlo para que hablase...

-Lloyd -murmuro. Miro a Lyam a los ojos. No puedo evitar que cierta preocupación se refleje en mis ojos, tanto por él como por nosotros-. Por favor...

Sé su nombre, lo oí hablar con aquella chica junto al río... Él iba a entregarse. No dejo de recordar eso... Frustrante.

Lyam miró de soslayo al aether, pero no tardó en volver a clavar sus ojos en los de la chrysos. Mientras la miraba, escuchaba las palabras de Jager y diferentes chispazos recorrían su rostro.

Cuando Alehyss mencionó su nombre, apretó la mandíbula, más furioso consigo mismo que antes. No sólo había sido un estúpido que no había hecho ninguna puta pregunta, sino que también había sido un irresponsable que había sido incapaz de evitar que nadie escuchase aquella conversación.

—¿Tú qué crees? —gruñó, mirando a la chrysos. Luego tragó saliva y, en un tono mucho más apagado, añadió—. ¿Alguna vez te he preguntado algo?

Se sentía estúpido.

Sostengo la mirada al chrysos, pero finalmente, cuando dice su última palabra, la aparto. Asiento lentamente, alzando la vista hacia Jager.

-Nunca dije nada a Lyam relacionado con nosotros. Pudiera ser que él me hubiese visto hacer algo irregular, pero de todos modos confío en lo que dice.

Miro de nuevo al chrysos. Tomo la mano de Jager con intención de que la aparte, de que suelte al chico. Luego clavo los ojos de nuevo en Lyam, algo más entera que antes.

Lyam observó a la chrysos unos segundos más, antes de bajar la mirada. Nunca le había hecho ninguna pregunta, ni tampoco la había seguido en ningún momento. Tampoco había dado información relevante sobre ella, sino que se había limitado a mencionarla lo menos posible, justificándose con argumentos como "no la he vuelto a ver" o "no parece interesante". En ese momento, tendido en el suelo, incapaz de levantarse, pensó que debió haberlo hecho. Que debió haberle hecho las preguntas pertinentes, que debió haberla tratado como al resto. Pero no lo había hecho. Y ahora ¿qué? En otro momento, en otra situación, si no hubiese discutido con Dena, tal vez ella apareciese. Eso era lo que había hecho siempre: aparecer en el momento justo, como por arte de magia, antes de que le hiciesen picadillo del todo.

Pero no estaba en su ciudad, ni tampoco tenía quince años, así que ella no iba a aparecer.

—No es de tu incumbencia —gruñó, volviendo la vista hacia el aether.

No tenía pensado decir nada más. Aunque probablemente fuese lo más sensato, no iba a contarles nada. No quería.

En cuanto oigo el gruñido de Jager y veo su actitud corporal sé que algo va mal. Verlo tomar la guadaña no es más que la absoluta confirmación de ello. Se lanza contra Lyam. Me temo que lo partirá en dos si nadie lo impide.

Me interpongo entre el chrysos y Jager con serenidad. Lo miro fríamente. Una chispa recorre mi rostro.

-Basta -gruño.

Su guadaña se detiene a escasos centímetros de mi rostro. Veo que todavía es capaz de detener sus impulsos estúpidos.
Aprieto la mandíbula con furia. Todo está yendo mal.

No podemos quedarnos aquí mucho más. Cualquiera que viva en el pueblo y que salga a dar un paseo a horas inoportunas podría encontrarnos...

Lyam no apartó la mirada del aether. Ni cuando gruñó, ni cuando abrió las alas y tomó la guadaña, ni cuando llegó hasta él y alzó su arma. Tampoco se movió. Ni varió demasiado su expresión. Si bien sí que alzó las cejas cuando desenvainó la guadaña, no tardó mucho en volver a fruncir el ceño, casi desafiante, y así se mantuvo hasta que la chrysos se interpuso entre ambos.

Entonces alzó las cejas, sorprendido, confuso. Y observó su espalda.

Lyam frunció el ceño cuando Jager empujó a Alehyss, dispuesto a protestar. No obstante, antes de que pudiese articular palabra, notó el peso de la guadaña en su pierna. El aether no lo amenazaba con el filo, sino que había decidido clavar el extremo del mango en su rodilla. Lyam lo miró, preguntándose si tenía pensado rompérsela. Por la expresión del hombre, parecía evidente que sí, que si no hablaba lo haría. Sin embargo, esto tampoco hizo que el chrysos decidiese hablar.

Tenía, aunque no lo pareciese, sus motivos para no hablar. ¿Qué harían si él les respondía? ¿Ir a por su organización, a por todos ellos y atacarles, sin excepción? Probablemente. Y él, aunque sí estaba dispuesto a hablar ante Brontë, no iba a contarles nada a ellos. Por mucho que lo amenazasen, por muchas rodillas que le partiesen o brazos que le arrancasen.

—No —repitió.

Esperaba que, al menos, Alehyss entendiese por qué no hablaba. Pero lo dudaba.

De pronto me veo empujada con violencia. Logro evitar caerme y recuperar el equilibrio a tiempo para ver a Jager preparándose para romper la rodilla a Lyam. Es una lesión de lo más desagradable... Enseguida comienzo a buscar una razón que pueda evitar que lo haga.

-No va a hablar -digo desde mi posición-. Ofreció a la chica que estaba con él en el río que se escapase con él. La está protegiendo, como...

Guardo silencio. Como yo a vosotros. Él también está protegiendo a alguien importante para él.
Oh, Alehyss... Te obligaron a traerlo aquí. Deja de sentirte tan rastrera...

Jager aparta la guadaña y pega una fuerte patada en las costillas derechas de Lyam.

FdR- Rol pausado

Los golpes recurrentes que Jager propina a Lyam se detienen de pronto. No puedo evitar sentirme aliviada un instante, pero no tengo tiempo para eso en este momento. El alivio, pues, no dura. Todo mi cuerpo se tensa y mi mano desenfunda la kusarigama como primera reacción, antes siquiera de haber evaluado la situación por completo.

La Brigada de Inteligencia de Ventus...
Los he traído hasta ellos. Hasta Jager.

Mis ojos recorren a la mujer que va delante mientras ella se quita el yelmo que cubre su rostro. No puedo evitar sentirla familiar. He visto ese rostro en algún lugar...

Lanzo una fugaz mirada de reojo a Jager. "Hay que salir de aquí", pero... ¿Cómo? Ya se ven, tras los guerreros, arqueros preparados para disparar. Nos superan en número y...
El corazón me late en la garganta.

La mujer. La mujer del retrato.
Maldito cabrón...

El chrysos, pese a que en un primer momento pensó en no mostrar ningún síntoma de dolor, fue lentamente encogiéndose sobre sí mismo, tratando de aplacar el dolor de alguna forma. Su respiración comenzó a agolparse, y de su garganta empezaron a brotar algunos quejidos conforme las patadas del aether aumentaron. Deseaba poder desatarse, y durante un tiempo, cuando el dolor era aún soportable, movió las muñecas en un vano intento por soltarse.

Se sentía indefenso. Y humillado.

Cuando notó el crujido en sus costillas, apretó la mandíbula y cerró los ojos con fuerza, encogiéndose más. Soltó un nuevo quejido, pero este fue acallado por una potente voz de mujer. Desconcertado, el chrysos entreabrió los ojos y, inclinándose como pudo, observó su alrededor, tratando de buscar a aquella desconocida. Sus ojos se posaron primero en el aether, luego en Alehyss, y finalmente en el grupo de guerreros recién llegados. No reconoció a ninguno de los presentes, pero se sintió de alguna forma aliviado.

Cuando una niebla comenzó a cubrir el lugar y el aether se arrojó hacia el grupo, buscó con la mirada a la chrysos. Aunque no tardó demasiado en tumbarse, cansado, dolorido. Tomó aire.

Cuando veo a Jager lanzarse contra ellos a través de la niebla se me escapa el aliento. Doy un paso hacia donde ha salido volando. Maldito estúpido...
Las flechas vuelan. Van pasando los segundos y todo se agolpa alrededor del mismo lugar. Oigo sus quejidos al recibir cada uno de los golpes, pero pese a ello no se detiene.

-¡NO!

Lo matarán... Por mi culpa... Por haberlos traído aquí... Por no darme cuenta de que...
Me lanzo hacia la posición de Jager, pero uno de los chrysos me detiene.

Cuando la niebla se despeja puedo ver a Jager caído, todavía amenazándolos, presuntuoso como siempre, animándonos a lanzarnos sobre ellos y derrotarlos. Analyn, desde su posición, intenta hacerle caso, pero Kourt la contiene. Yo, por mi parte, solo puedo contemplar el cuerpo herido de Jager.

-¡CIERRA LA BOCA!- grito, notando un tono agudo algo desesperado escapárseme.

Pero es tarde. Lo golpean y, finalmente, lo veo caer. El chrysos me agarra, inmovilizándome, pero pese a ello me revuelvo, tratando por todos los medios de deshacerme de sus brazos.

-Jager -siseo por lo bajo, casi para mí, escuchando la misma palabra gritada en boca de la caeruleus.

Tras una breve oposición termino cediendo. Me siento temblar. No lo habrán matado, seguro que no... Y no lo matarán... Se lo llevarán, nada más...

El chrysos avanzaba por la orilla del río con pasos seguros y directos, sin detenerse en ningún punto concreto, dirigiéndose a una zona del terrerno que recordaba a la perfección. No recordaba haber pasado por aquel lugar desde hacía dos años, pero por algún motivo hoy, poco después de despertarse, decidió que se acercaría. En todo el tiempo que había pasado desde entonces había intentado evitar pensar en ello, en parte porque le resultaba un recuerdo desagradable, en parte porque así se le hacía más fácil tratar a según qué gente, pero desde hacía un tiempo llevaba recordando ese día una y otra vez. Quizá porque Alehyss los había mencionado, quizá por su propia situación.

Lyam se detuvo al llegar a la zona y observó, iluminando ligeramente los ojos, el terreno. Le resultaba sencillo situar a todos los participantes de la escena y también ordenar todos los sucesos. Como si todo hubiese sucedido ayer. No le sorprendía, pese a todo, recordarlo tan bien.

El agua estaba tranquila, apenas moviéndose, y apenas se escuchaba ruido alguno. El chrysos parpadó. Sentía cierta intranquilidad, como si esperase que alguien saliese de los árboles, aun a pesar de que era consciente de que no había nadie allí. Suponía, no obstante, que no era una sensación sorprendente, que resultaba de alguna forma normal, esperable. Tragó saliva. Si después de aquello se hubiese ido de Brontë, ¿qué hubiese pasado? ¿Hubiese ido a Aqua? ¿Hubiese vuelto con la flamma? Y en ese caso, ¿se hubiese él enfrentado a Brontë en la misión de Aqua? Quizá. Podía imaginarse haciéndolo, aunque no era capaz de visualizar un final para aquello. Y si no se hubiese quedado en Brontë, si nunca hubiese bajado a las mazmorras a hablar con Alehyss y se hubiese ido en cuanto sus costillas estuvieron bien, ¿estaría ahora con la flamma? ¿Estarían ambos en prisión? ¿O estarían en una nueva base?  

El chrysos apretó la mandíbula. Quizá aquella extraña presión que sentía fuese arrepentimiento. A fin de cuentas, ¿qué? ¿Qué había ganado? O quizá no, quizá no lo fuese. Al hacerse todas aquellas preguntas también sentía una sensación desagradable que no parecía estar realmente relacionada con la flamma.

Era extraño.

*fin de escena*

Es posible que en Brontë no puedas volar, pero no puedes prescindir eternamente de las alas. Parecen ya mustias por la falta de ejercicio. ¡¿Cómo ibas a permitir que estén mustias?! Te has levantado temprano, como cada mañana, y aunque el día promete una nueva lluvia, tienes la intención de aprovechar mientras esta no caiga para ejercitarte un poco. Ya habrá tiempo de los cuidados diarios por la tarde. Debes aprovechar mientras el cielo no se nubla.

Te has vestido acorde para la ocasión. Llevas un vestido cómodo, deportivo, y una chaqueta acorde con él. Te has recogido el pelo en un precioso moño, como solías hacer en tantas actuaciones, dejando un par de mechones sueltos para mostrar tu lado más rebelde. Unos bucles así nunca deben esconderse del todo. Sería un crimen. Además, te has armado con tu precioso carcaj, que fijas a tu espalda, sobre las lumbares. Lo has tenido muy abandonado, pero nunca has llegado a olvidarlo. Y es hora de recordar cuánto aprecio le tienes.

Llegas caminando (qué remedio) hasta las afueras del palacio. Asegurándote de mantener los movimientos elegantes que te caracterizan, vas moviendo las alas con suavidad, tentando el aire, buscando anhelante el momento de volar. Al final, cuando ya sientes que puedes hacerlo, echas a correr, majestuosa como el viento, y extiendes las alas en toda su plenitud, sintiendo cómo una radiante sonrisa ilumina ese rostro precioso y perfecto que tienes. Y apenas un aleteo son suficientes para que despegues los pies del suelo, e inspiras profundamente, encantada con la sensación de mantenerte en el aire, de volar.

Las nubes te reciben, y hasta parece que el sol luche contra ellas un poco más para llegar a tu encuentro. Y las alas parecen gritar su agradecimiento, su júbilo, porque por fin les has permitido demostrar lo capaces que son de dejar al mundo entero sin aliento. Te alzas más y más, probando tus límites, sintiéndote incluso más ligera de lo que eres, dejando que el instinto natural y salvaje pero siempre hermoso que te caracteriza sea quien te guíe. Las piruetas, las cabriolas, el baile con el viento, todo llega pronto, saludándote de nuevo, declarando cuánto te ha echado de menos, lo triste que resulta sin ti. Y tú correspondes a la sensación con toda tu energía, con todas tus ganas, sintiéndote completamente renovada.

Te entretienes en ejercicios de vuelo, te lo permites, pero acabas por mostrar, junto a tu poder de seducción, tu lado más letal y mortífero. Y entonces tomas la primera jabalina, la haces girar en el aire, la manejas con total precisión y la lanzas con toda facilidad, ligera, veloz, exacta. La jabalina se clava en el suelo, y tu te permites volar a ras, sin escatimar en giros y piruetas, hasta llegar a su altura y tirar de ella, recogiéndola. Es entonces cuando te alzas de nuevo en el aire, magnífica, casi irreal, pero de hecho no lo eres, eres real, eres así, tan increíble y tan cierta. Guardas la jabalina de nuevo y continúas con tu vuelo danzante, aprovechando como sabes cada instante, cada detalle del aire, del entorno, para volverlo a tu favor.

Aunque, de hecho, es evidente que es el propio entorno el que quiere estar a tu favor, independientemente de lo que tú hagas. Tu magnetismo es algo contra lo que no se puede competir.

*Se queda entrenando*

Protegido con la capa y un paraguas que había pedido al servicio caminaba junto al río en dirección al pueblo de paso. Después de haber visto a Cassandra con Lyo me había planteado volver a buscar, pero el tiempo no me había ayudado demasiado. Y tampoco aquel día pintaba mejor, aunque por el momento las nubes no habían comenzado a descargar. Pero al final uno tenía que poner unas prioridades, y a mí la lluvia nunca me había estropeado los planes.

Y no era el único con algo que hacer, según pude ver cuando ya estaba suficientemente lejos de Brontë, llegando ya al pueblo. Alcé las cejas y me detuve al encontrarme con aquella grácil figura haciendo piruetas en el aire.
Desde luego, como los aether no podían volar en Brontë, y en Fulmen lo que más había era chrysos, era raro ver una imagen como aquella por la zona. ¿Haría, acaso, llegado una compañía de artistas al pueblo? Quizás, si fuese el caso, Lea quisiese ir a verlos...

No pude evitar quedarme un poco a observar. Desde luego, el cielo quedaba muy lejos de mí, a mi juicio.

No tardas en sentir las mejillas arreboladas, con un saludable y atrayente color rojizo, aunque probablemente no sea visible bajo el maquillaje. Pones mucho cuidado en esas cosas, después de todo. Mantenerte impoluta es una prioridad, de eso no cabe la menor duda.

Y con razón. Porque, cuando estás a cierta altura, haciendo malabarismos y juegos con una de las jabalinas, una figura allá abajo te reclama con su atención. Vaya, y tú justo ibas a lanzarla. Pero sabes que un público que se sienta amenazando será un mal público, así que en lugar de ello, haces una floritura elegante que te sirve para guardar la jabalina en el carcaj, junto con las demás.

Cuando desciendes ante él, lo haces con suavidad, ligera, delicada, como sí tú misma entera fueras una pluma posándose sobre la esponjosa hierba. Y lo miras con una sonrisa arrebatadora, y te permites recolocarte uno de los bucles sueltos. Merece, como todos, disfrutar de tu ser.

-Buenos días -saludas con esa voz dulce y melodiosa que te caracteriza-. O, bueno, espero que se mantengan buenos tanto como sea posible.

Ríes con suavidad, encantadora. Y, mientras tanto, lo analizas. Su aspecto te hace pensar que quizás venga de Brontë. Y, de hecho, teniendo en cuenta el camino que ha seguido, tiene bastante sentido.

No supe si alegrarme o sentirme culpable cuando comenzó a descender. ¿Había bajado por mí? ¿Acaso la había molestado en mitad de su trabajo? No podía permitirme cosas como aquella. Debía proteger a la gente, no robarle su tiempo.
Aunque lo cierto es que cuando se dirigió a mí no parecía muy contrarizada. Enseguida dibujé una sonrisa heroica, con la que corresponder a la suya, e hice una pequeña reverencia, como saludo y muestra de respeto. Parecía una dama, a fin de cuentas.

-Lo mismo digo por mi parte -respondí con suavidad a sus palabras-. Aunque vengo preparado por si se da el caso de que no suceda así -añadí, alzando un poco el paraguas-. Espero no haberte estorbado en lo que hacías. Era fascinante, pero no quería interrumpirte.

Un caballero, como debía ser. Por supuesto.

Ah, aquí está, aquí llega. Es difícil encontrar a aquellos que no son capaces de ver, pero una vez das con uno, parece que todos los demás pierdan capacidades hasta que demuestran lo contrario. No te molestas en ocultar cuánto te complace que sepa verte tal y como eres. Fascinante. ¿Era? Y es. Eres. Y lo sabes, y él lo sabe, y tú no dejas de mostrarte perfecta y encantadora para él. Para que entienda que es tu esencia la que crea ese efecto, y no algo puntual o externo.

-Oh, en absoluto -respondes, con un ineludible pestañeo-. ¿Quieres que vuelva a subir? El aire está tan puro esta mañana... Y hay que aprovecharlo, por supuesto.

Aleteas graciosamente, sintiendo cómo tus pies se separan un instante del cielo antes de bajar de nuevo. Es una sensación agradable. Ojalá en Brontë tuvieras ocasión de disfrutar de ella. Verte sobrevolar el palacio sería una escena sobrecogedora.