Río.

Alcé las cejas un momento, sin perder la sonrisa, y no pude evitar echar una mirada al cielo, breve, como esperando verla allí de nuevo al mismo tiempo, aunque la tuviese en frente. Enseguida la miraba de nuevo a ella.

-Ah, como lo veas oportuno. Si con ello enmiendo mi interrupción estaría encantado. ¿Eres artista? ¿Vas a actuar en el pueblo de paso?-. Me alegraba la idea de tener algo que hacer en aquel lugar, más allá de lo acostumbrado-. Si es así dime cuándo e iré a verte sin duda.

Desde luego. Y si a Lea no le apetecía, que en lo personal prefería que le apeteciese, siempre podría remover cielo y tierra hasta encontrar a Cassandra y pedirle llevar a Lyo. Solo con haberlo visto una vez habían florecido de nuevo los sentimientos paternales. O lo que fuesen.

¿Es eso, entonces? Sabe que no has desperdiciado tu talento, y se siente culpable por poder disfrutar de ti sin las transacciones habituales. Pero, de hecho, no es un problema. Has decidido, por el momento, que las transacciones están sobrevaloradas. El mundo merece verte como un hecho natural de la existencia, y no tienes por qué convertirte en un objeto de mercado. No: tú estás por encima de eso.

-Soy artista, sí -confirmas, aunque sabes que a él no le quedaban dudas ya-. Pero no estoy trabajando ahora, lo siento. Me limito a ejercitarme por placer. Claro que no me molesta bajar a conversar, en absoluto. Ahora me alojo en Brontë. He empezado a trabajar allí hace poco.

Y por eso no te había visto todavía. Porque parece que viene de allí, y sabes que en apenas un tiempo todos sabrán de ti en el palacio. Cada vez es más evidente que eso sucederá pronto.

Alcé las cejas de pronto, cuando me dio un detalle con el que, desde luego, no contaba. Ya no se trataba de si había o no había actuación, sino de…

-¿De Brontë? –pregunté, sorprendido, sin poder evitar que la sorpresa fuese evidente-. Vaya, tengo que estar más atento. Creí que más o menos conocía a todos los que se alojaban, aunque fuese de vista, pero veo que se me había pasado una persona importante…-. De nuevo, una leve reverencia, gentil-. Ruego que me disculpes-. Me sentía como si a cada cosa que decía estropease más la situación-. ¿Y cuál es tu nombre?, si me lo permites. Ahora que he sabido de ti no olvidaré los detalles que me ofrezcas.

Siempre pasaba lo mismo. Cuando una persona no tenía el fiero aspecto de un guerrero parecía que ya no podía serlo. De no habérmelo dicho ella no se me hubiese ocurrido una posibilidad como aquella.

¿Que se le había pasado? ¿Pero qué...?

Pero no tienes tiempo de ofenderte. Es un hombre gentil y bueno, que sabe reconocer sus errores y apreciar la belleza en todo su esplendor. Sí, definitivamente, ha entendido lo que eres, lo ha visto y lo ha sabido evaluar. Correspondes a su disculpa con una reverencia llena de gracia.

-Soy Curtis Ginger, sé que es un placer -te presentas, sin escatimar tus encantos-. Seguro que a partir de ahora podrás tener más detalles. Me gusta tratar con la gente. De hecho...

Te interrumpe una sensación minúscula, pero suficiente como para preocuparte. Alzas la vista y una nueva gota te cae sobre la mejilla. ¿Ya llueve? Pero si...

-Vaya, parece que no quiere aguantar más... -comentas, un tanto afligida.

Me dio su nombre y estaba a punto de responder con el mío cuando la vi alzar la vista. Tardé un instante en descubrir yo mismo qué la había hecho distraerse en mitad de una frase. No tardé demasiado en actuar como se debía: abrí el paraguas que llevaba en la mano y lo acerqué a ella, de forma que estuviese cubierta, de modo que no se mojase. Aunque todavía llovía poco.

-No siempre llueve a gusto de todos –comenté, con tono divertido-. O de ninguno, en este caso. Me temo que se nos ha estropeado el día a ambos. Me alegra poder servirte, al menos-. Era una dama, a fin de cuentas. Y, además de hermosa, parecía simpática-. Soy Rick Dehnel, por cierto. Es un placer conocerte.

La respuesta de él es tan exacta, tan precisa y adecuada que no puedes evitar una mirada de reconocimiento. Tampoco es que tengas por qué hacerlo, bueno. Esos ojos preciosos, pura miel, hechos de dulzura... Merecen que alguien los reconozca. Parpadeas un par de veces, y acabas por mostrar tu más encantadora sonrisa, acercándote un poco para que le resulte más fácil cubrirte. Sí, sabe con quién está hablando, es evidente.

-Gracias, Rick -respondes, cautivadora-. Estoy mucho más cómoda ahora. Oh, no me malinterpretes, la lluvia es maravillosa, pero... creo que no está hecha para mí, ¿sabes? Me hace temer por mi estado.

Para mantenerte perfecta debes mantenerte sana. Además, el agua estropea el pelo y el maquillaje. ¡Por no hablar de la ropa! Y las plumas, por supuesto. No, la lluvia no es para ti. No mientras no estés bajo un paraguas, como ahora.

Desde luego, resultaba encantadora. Y era una artista, a fin de cuentas. Quizás acabase viendo una actuación, una demostración de sus habilidades. Hacía tiempo de aquello. Desde mi llegada a Brontë apenas había podido acceder a algún espectáculo. Eran una buena forma, por experiencia, de pasar el tiempo. Quizás en verano, o en la propia primavera, llegase alguno al pueblo.

- No te preocupes, lo entiendo –respondí a sus palabras, con una sonrisa educada. Las mujeres eran delicadas, muchas veces. Aquello no era malo. Era parte de su belleza-. Sería una pena que te mojases. No te preocupes. Me encargaré yo mismo de que llegues sana, salva y seca a Brontë.

Al final no había podido ver a Lyo, a Cassandra ni nada. Por suerte la lluvia me había encontrado acompañado, y parecía que la excusa para regresar era mayor.
Si me resfriaba Lea no iba a dejar que la tocase…

*se van*

El camino al río no fue largo, pero para mí sí lo pareció. Al final, incómodo por ver su espalda mientras avanzaba, me había puesto a su lado, pero aquello no lo había hecho más cómodo. Al final, aunque era cierto que se me daba mal atajar esas cosas, terminé por detenerme, cuando ya habíamos alcanzado la zona del río.

-¿Qué es lo que te ha molestado tanto? -termine por inquierir, algo agobiado-. No pretendía molestarte. Solo bromeaba...

Si era lo del anillo..., si había sido aquello, no había sido más que una broma. ¿O quizás había sido lo de acusarla de haber puesto una mala cara? ¿O algo diferente...? Algo de lo que no me había dado cuenta.
Era un idiota. ¡¿No me había burlado de ella de alguna forma, acaso?! ¿Cómo se me había ocurrido? ¿Y mi respeto por Lea?

FdR- Pause XDU

Acabo por detenerme en una zona aislada, sin hacer demasiado caso de Rick. En lugar de responderle, llamo a Lis, que sigue en mi muñeca. Se presenta con cierto aire entre curioso e intimidado, y no tardo en ofrecerle sus dulces, con una sonrisa tranquilizadora.

-¿Por qué no llevas a Vilo a dar un paseo? -sugiero, tranquila en todo momento.

No tengo que decirlo dos veces, porque lo ha entendido perfectamente. Puede que parezca inocente, pero no es tan infantil como pretende hacer creer. Cuando se ha ido, me vuelvo hacia Rick, ya sin rastro de sonrisas ni dulzura. Este asunto hay que aclararlo cuanto antes, o acabará por convertirse en un auténtico problema.

-Me molesta esto -respondo entonces, señalando... ¿la situación?- Me molesta que pase lo que pase y en cualquier contexto, todo lo que importe sea lo que yo opine o la cara que ponga. Ya puedo estar siendo la persona más caprichosa o irracional del mundo. A ti te da igual. Tú vas a seguir haciendo lo que yo diga, aceptado lo que yo haga, concediendo hasta el más mínimo detalle como un servil caballero. ¡No soy perfecta! ¡No lo sé todo ni lo tengo todo calculado al dedillo! ¡Y no todo lo que haga tiene un significado profundo y es digno de estudio! ¿Cuándo vas a decirme que no estás de acuerdo, o que no tengo razón, o que no esté tan seria, o que no me ría o lo que sea? ¿Hasta cuándo vas a seguir aceptando sin dudar todo lo que creas que me complace por el simple hecho de que crees que yo lo quiero?

Viese como viese la situación, no parecía la más agradable. Y cuando llamó a Lis creí que iba a alegrarme, aunque el ambiente no fue mucho más animado. Y cuando le dio los dulces aún tuve algo de esperanza. Pero cuando la mandó irse a dar un paseo con Vilo... y aquella mirada que Lis me lanzó, solo un instante, corta pero tan evidente, como las traviesas miradas de Nadia de "te la has cargado" que no comprendía hasta que aparecía mi padre. Y entonces vaya si lo entendía...
Tenía un pequeño nudo en la garganta, y enseguida sentí un cosquilleo desagradable extenderse por mi cuerpo desde el estómago. Y, desde luego, si algún modo tenía de darle la razón para apaciguarla, de pedir disculpas sin tener claro el motivo, ella me lo arrebató con sus palabras cuando al fin habló.

-No es todo lo que...-. Vale, me preocupaba por ella. ¿Qué había de malo? Me interesaba saber qué opinaba, para bien o para mal, para que estuviese a gusto-.Yo no he dicho...-. ¿Caprichosa? ¿Acaso se daba cuenta de que no era apropiada? Pero seguía haciéndolo. Bueno, todos cometíamos errores, a fin de cuent...-. No he dicho que seas per...

Pero callé, porque seguía hablando. Y la escuché, sintiendo cómo aquella sensación incómoda, debilitadora, iba expandiéndose y ocupando cada rincón de mi cuerpo, desde dentro.
Abrí la boca para responder cuando acabó, pero tuve que intentarlo una segunda vez, cuando lo hube pensado mejor.

-Pero no lo hago porque crea que es lo que quieres oír-. ¿O sí? Mientras hablaba no podía evitar pensar que...-. Es lo que me sale hacer o decir.

Y comprendí, nada más cerrar la boca, que era una pequeña mentira.

Enarco una ceja. Lo peor de todo es que es evidente que lo único que quiere es que me calle, finja que no ha pasado nada y me eche a sus brazos amorosamente. Por supuesto, aceptará sin cuestionarlo que no lo haga, porque eso supone escucharme y atender a aquello que me preocupa. Por supuesto, tratará de demostrar que está de acuerdo conmigo y no simplemente intentando calmar los ánimos.

Mithos, ¿no tiene sangre en las venas?

-¿Ah, no? -pregunto con cierta ironía en la voz-. No, claro, es que en cuanto oyes mis celestiales palabras entiendes que, así esté diciendo lo contrario a lo que has dicho, tengo toda la razón del mundo y ningún argumento, tuyo ni de nadie, podría quitármela. Te sale pensar que lo que pretendías era una tontería que lo le importa a nadie, ni siquiera a ti, y que no vale la pena discutir por ello. ¡Cualquier cosa menos discutir! "No, Lea, no te enfades." ¡Ni siquiera! "Espera, Lea, tienes toda la razón del mundo al enfadarte, pero por favor, entiende que yo no quería, me olvidaré de ello, no volveré a hacer ni decir nada al respecto, lo siento tanto, haré cualquier cosa con tal de que me perdones." ¿Y a quién le importa si tengo razón o no? Lo único importante es que esté tranquila, ¿no?

Aquello empezaba a hacerse un poco incómodo de más. Vale, algunas veces me callaba algunas cosas, y otras le daba la razón... ¡Pero también podía tenerla! ¿No? ¿No podía ser que la idea de irme a casa en un arrebato porque una muchacha quería casarse conmigo hubiese sido una tontería? ¿O que comprar una casa por poder dormir una noche con ella, de vez en cuando, era un poco exagerado? ¿O que...? ¡Demonios!

Pues desde luego, sus celestiales palabras no eran aquellas. Me moví un poco en el sitio, incómodo, inquieto.
Fruncí levemente el ceño cuando terminó de hablar.

-Bueno, dicho de esa forma parece que cada vez que te enfades no tengas la razón y que yo me la invente para ti. Casi siempre me haces replantearme las cosas y por eso te la doy.

Hablaba con calma, pero muy serio. Era una sensación extraña.

Me paso la mano por la cara, cansada. Eso, tú desvía el tema. "Estás siendo demasiado dura contigo misma, Lea." "Es que a veces sí tienes razón." No me digas, genio.

-No he dicho eso y lo sabes perfectamente -replico, molesta-. Siempre me das la razón. Siempre aceptas todo como te lo planto. Una cosa es que consideres mi punto de vista, y otra diferente que lo cambies automáticamente por el tuyo. Sí, si defiendo las cosas es porque creo que tengo razón al defenderlas. Evidentemente. Pero dudo, y lo dudo muy seriamente, que tenga razón absolutamente siempre. Dime cuántas veces recuerdas que me hayas llevado la contraria. No me preocupa lo convincente que sea lo que yo pienso, me preocupa lo poco que confías en lo que piensas tú.

Me cruzo de brazos, con el ceño fruncido. ¿Por qué tiene que ser tan vulnerable? ¿Por qué tiene que dejarse influir por la primera idea ajena que encuentre? ¿Por qué no puede ser un poco egoísta, aunque sea lo mínimo, lo que resulte sano?

Que siempre le daba la razón, que siempre le daba la razón. ¡No siempre le daba la razón!
Y mientras pensaba en aquello no podía evitar recordar a mi padre de fondo, diciéndome cosas como que me disculpase siempre que una mujer se enfadara, porque seguramente tendría razón y la culpa fuese mía, aunque desconociese el motivo, o como que tratase bien a las damas y no les llevase la contraria a no ser que...
Mithos... Lo peor de todo era que... ella tenía razón. ¡Y como para dársela!

-Pues... hay varios momentos-. Pensé un par de segundos, poniéndome más nervioso por momentos-. Como...-. Qué incómodo. Me había enfadado una vez con Inger. ¿Valdría aquello?-. Ahora mismo no se me viene nada a la cabeza -terminé por mascullar, ya algo molesto. Fallarme mi memoria en un momento como aquel-. ¡Confío en lo que pienso! -terminé por decir, alzando un poco la voz-. Pero haces que uno se sienta tan inseguro... -añadí luego, bajando de nuevo el tono.

Cualquiera no le daba la razón. Te pintaba algo como espantoso y luego te decía "pero si lo quieres, hazlo". Mucha libertad, pero tampoco era una libertad total. Ataba bastante.

A medida que habla voy arqueando la ceja, hasta que la siento tan tirante que llega a resultar doloroso. Mithos, lo peor es esa forma de intentar convencerse de que no da la razón de todo al primero que pasa.

-¿Estás segura de que soy yo, Rick? -pregunto, tratando de no sonar tan agresiva-. Sinceramente, la mitad de las veces parece que haya sido otro el que te ha metido según qué ideas en la cabeza -. No puedo evitar pensar de Gerald. Creo que gran parte de todo este asunto, de todo lo que me molesta, viene de ahí. Si Gerald puede burlarse de él con tanta facilidad, manipularlo tan fácilmente, incluso cuando es tan evidente que intenta manipularlo, cuando ni siquiera se molesta en ocultarlo, ¿de quién está a salvo?- Obviamente, si no estoy de acuerdo con alguna idea tuya y te lo digo es para que lo reconsideres. Pero existe una diferencia entre reconsiderar tus ideas y descartarlas al momento. Y tú haces lo segundo.

A veces me pregunto cuántas de las cosas que tiene en la cabeza son realmente conclusiones propias.

Pareció calmarse un poco. ¿Iba por el buen camino, entonces?

-No he dicho que seas...-. Alcé algo las cejas, dándome cuenta de que, de hecho, sí lo había dicho. Bajé la vista entonces, incómodo, con la expresión algo tirante, seca-. Puede ser -murmuré taciturno, encogiéndome de hombros-. Se me ha educado de una forma muy estricta socialmente-. ¿Y no estaba huyendo con aquello?-. Ya bastante me salto las normas...-. Y luego...-. Y siempre he seguido yo mismo...

¿Unos principios de nobleza propios?
Alcé la vista para mirarla de nuevo. No hablé enseguida, aquella vez. me quedé rumiando mis pensamientos un momento, todavía.

-No funciona así. Lo estás exagerando -terminé por decir, incómodo.

Osea, que se pasa la vida dándome la razón y cuando de verdad necesito que entienda la situación me lleva la contraria por primera vez en su vida. Perfecto. Maravilloso. Qué más da. Haga lo que haga, tengo una manera de hacérselo entender. De hecho, lo ideal es que se lo haga entender a sí mismo. Necesita más seguridad.

-¿Cómo funciona, entonces? -pregunto, manteniendo un tono tranquilo.

También es posible que esté metiendo más aspectos en esto de los que debería, o que esté pasando algo por alto. Que hable. Que me explique lo que piensa. O que aclare lo que piensa diciéndolo en voz alta.

No respondió más que aquello. Y no era una respuesta, sino una pregunta.
Apreté la mandíbula ligeramente, pensativo.

-Yo...-. La presión aumentaba por momentos. La miraba y me sentía agobiado, como si encogiese, como si me estuviese haciendo más y más pequeño con cada segundo que pasaba. ¿Y qué le iba a decir?-. Tengo miedo de hacer que te enfades y...-. Aparté la vista, incómodo. Entonces estaba admitiendo que era cierto, para empezar-. Tengo algo de miedo-. Me sentía tremendamente agobiado de repente, como si hubiese estallado algo dentro de mi cuerpo y lo hubiese dejado todo descolocado dentro-. Siempre estás tan segura de lo que dices...-. Parecía que no decía nada de lo que no estaba segura, de alguna forma. Y entonces...-. ¡Y yo también estoy seguro de algo muchas veces! Y entonces dices lo contrario y me lo planteo... y es como si fuese tan diferente a ti que no encajo.

Era tremendamente pequeño. Siempre le causaba problemas.
Siempre había pensado que la nobleza y la firmeza eran el camino a seguir. ¿Y dónde estaban? Se suponía que yo era como era porque miraba hacia adelante y actuaba como consideraba correcto, aunque no fuese lo que todos pensaban. Noble y valiente. Alardeaba de aquellas virtudes, o lo había hecho. ¡Tenían que existir en algún rincón de mí, al menos!

Suspiro. Hasta llego a poner los ojos en blanco. Lo peor es que no me está diciendo nada que no sepa. La parte importante es, probablemente, que lo está admitiendo en voz alta. Acepta que lo sabe y acepta que yo lo sepa. Eso ayuda bastante.

Acabo por acercarme. Le rodeo el cuello con los brazos y me estiro para dejarle un beso en la mandíbula. Me pregunto hasta qué punto será capaz de entenderlo.

-Me enfado -acepto, resuelta, manteniendo la seriedad en la voz-. Claro que me enfado. Tengo un genio fuerte, soy caprichosa e irascible. ¿Cómo no me voy a enfadar? Da igual la cara que pongas o lo que digas. Acéptalo, Rick: me enfado, y además me enfado con frecuencia. Me enfado aunque no sea para tanto. ¿No es desastroso que nadie me pare nunca los pies? -Me separo un poco, frunciendo algo el ceño-. Las personas no están hechas para ser gotas de agua. No existen personas iguales. Ni siquiera dos gemelos van a ser iguales, Rick. Ni tú encontrarás nunca a un amigo que sea igual a ti, ni tampoco un amor. Acéptalo. Es muchísimo más interesante cuando no es así, además. Muchísimo más entretenido y muchísimo más útil. No es malo que tengas ideas diferentes a las mías. Ni siquiera contrarias. Lo que es horrible es que las dejes completamente de lado con tal de que no te rechacen. Y te advierto que en lo que a mí respecta, tienes muchas más posibilidades de que te rechace si me das la razón en todo que si no lo haces. ¿De qué tienes miedo? ¿Qué te asusta que salga mal? ¿Te parece que las cosas están mal?

Dejé que se acercase, pero no reaccioné a su gesto y mantuve la vista fija en el suelo, a un par de pasos de nosotros. Me calmó de alguna forma, de todos modos. Fue como haber inspirando hondo, muy profundamente, o algo así.
Sí la miré cuando habló. Me sentía serio, rígido, por fuera y por dentro, como si hubiese caído entero en yeso o algo así y tuviese las articulaciones bloqueadas.

¿Era mi deber pararle los pies? Asentí vagamente. Era como... ser un equipo, claro. Consistía en aquello. No en servir. Rossel lo había dicho alguna vez. Quizás había recordado demasiado los consejos de mi padre y muy poco mis experiencias con mujeres. O quizás recordaba demasiado a aquellas damas caprichosas que solo querían que las llevases un par de días de compras y que se hiciese lo que ellas querían.
Pero Lea no era una dama. Aunque lo fuese.

-No me parece que las cosas estén mal -dije primero, notando la voz algo ronca, algo grave. Aunque estuviese diciendo algo bueno-. Me siento inseguro de todas formas. Desde que todo empezó...-. Hacía tiempo ya, y no dejaba de tener aquella sensación algunas veces, aunque no le diese tanta importancia-. Yo no he podido dejar de pensar en la suerte que tengo-. Qué suerte tenía. Qué suerte que ella había aceptado al fin estar a mi lado-. No dejo de pensarlo. Lo pienso cuando puedo estar un rato contigo, cuando puedo dormir contigo, si me besas...-. Era horrible, de alguna forma-. Pero nunca he pensado "eh, qué suerte tiene"-. La voz surgió algo más alta-. Podría comprarme una casa ahora mismo, si fuese a Palacio a por dinero. Tengo un estatus social elevado. Creo que soy amable. Intento ser justo, buena persona, ayudar a los demás-. Saqué pecho, irguiéndome-. Soy alto y fuerte. Siempre me he considerado atractivo -añadí, brevemente incómodo por mis palabras-. Y no hablo solo del físico. ¡La cuestión es que soy como soy porque quiero ser así! ¡Porque no es que mi padre lo desease, ni que mi madre lo desease! Yo quiero ser una buena persona. Y creo que soy una buena persona. Tengo defectos, claro, pero también tengo virtudes. Pero no dejo de pensar la suerte que tengo. Y llega a ser... como si no me lo mereciese. Como si simplemente fuese eso, suerte. Es suerte. He tenido suerte-. Siete meses de suerte, luego ocho meses de suerte... ¡Era frustrante! Y un insulto para ella. ¡Demonios!-. Y sé cómo eres. Y sí que me molestan algunas cosas, algunas veces. Pero pienso que a lo mejor si te digo "oye, Lea, estás sacando las cosas algo de quicio ahora mismo, ¿no lo crees?" se me acabe a suerte. Ni siquiera es algo que piense exactamente, es como algo que está ahí, de fondo.

Ni que ella fuese una mujer vengativa, demonios. Yo ya sabía que ella no haría algo que no quisiese hacer. Y no parecía forzada, realmente. Había visto cosas buenas de ella, aunque también las había visto malas. ¡Y estaba bien! Yo estaba muy contento. Tanto que a veces me sentía más animado a armarme de valor. Pero en el momento clave, al final, siempre tenía aquel temor.
Lo odiaba. Estaba muy enfadado.
Estúpido Dehnel.

De nuevo, lo de siempre. Lo que ya sé. Es difícil llegado este punto. Es como que, una vez consigo conducirlo hasta aquí, me quedo en blanco. Vale, ¿y ahora, qué? ¿Qué se supone que viene después? ¿Cómo se arregla el problema?

Me crucé de brazos de nuevo.

-Pues no tienes ninguna suerte -replico, con cierta dureza-. No soy una buena oferta que encontraste en una tienda. No soy un premio en un sorteo. No soy una apuesta que hayas ganado. Soy una persona, exactamente igual que tú. Y exactamente igual que deberías hacer tú, tengo que ofrecer algo para que las cosas vayan bien, y exijo algo a cambio. Y tal y como lo planteas, parece que nada de lo que pueda ofrecer valga en absoluto, en comparación con lo que supuestamente obtienes. Yo no estoy aquí para hacerte sombra ni para tenerte de marioneta. Y que pases por alto cualquier incomodidad por mantenerme contenta no me parece bonito, me parece estúpido y agobiante. Así que antes de decidir qué significo yo para ti, empieza por entender qué significas tú para ti mismo. Y aprende a ser un poco más egoísta, o te pasarás toda la vida amargado.

Ya lo sabía. Yo ya sabía que Lea no estaba fingiendo que le interesaba por mantenerse ocupada. Era evidente que no era así. Porque ella no era así.

Terminé por dejar ir un suspiro y por frotarme la nariz un momento. Estaba agobiado. Había acumulado mucha tensión de golpe. ¿O quizás llevaba mucho tiempo acumulando mucha tensión y la tenía guardada para momentos como aquel?

¿Qué significaba yo para mí? Había ido descubriendo un poco aquello en Brontë, con el paso del tiempo. Había dejado algunos de los juegos atrás. Había roto con Inger porque quería a otra persona, pese a lo que hubiese podido dolerle a Inger. Había ido en contra de mi padre. Había empezado a pensar un poco de otra manera.
¿Y si Lea se iba? No podía ser que no me quedase nada más a lo que aferrarme.
Aquello era como lo que había dicho Rossel. Que era muy joven y no sabía lo que quería. Y ya no era tan joven, y sabía lo que quería. Quizás solo tenía que aprender a querer otras cosas también.

Terminé por asentir, callado. Era incómodo. Pero no dejaba de ser verdad.

-Si ya lo sé...-. Daban ganas de disculparse por innoble-. Tengo demasiadas cosas metidas siempre en la cabeza-. Y al final acababa igual todas las veces. Podía ir aprendiendo. Vaya un desastre estaba hecho-. Quiero hacerlo bien y lo hago peor. Debería soltarme, sin más -reflexiono, algo intorspectivo.

Compongo una mueca, algo incómoda. Esto empieza a resultar un engorro. Siempre tengo la esperanza de que reaccione, de que responda. Pero, como siempre, se calla y se guarda sus conclusiones. ¿Es que es imposible que se abra un poco?

-Sí, deberías -confirmo, con tono en cierto modo acusador.

Pero es que es lo que pido siempre, y lo que siempre me niega. No puedo pasarme la vida persiguiéndolo para que confiese qué le preocupa o qué le llama la atención o qué le apetece. Gastaría demasiado tiempo y sería agotador. Pero, desde luego, tener un muro de silencio no es mucho más tranquilizador, que se diga.

No dijo mucho. Yo, por mi parte, aún estaba pensando un poco, callado. Y de repente era como haber llegado a un punto muerto. No podía ponerme a decir lo que haría y lo bien que lo haría. Lo que debía hacer un hombre, como siempre había dicho mi padre...
Lo que debía hacer alguien era cumplir promesas, pero no hacerlas. La nobleza, o lo que fuese, no se demostraba con palabras.

Me atreví con una sonrisa, una un poco cohibida, algo cansada, pero que quitaba un poco de tensión a la situación. Al menos a lo que yo sentía. Me hacía sentir un poco más relajado, más desenvuelto.

-Me va a costar un poco -advertí, tras aquel tiempo dedicado a cavilar-. Pero tienes razón. Y esta vez la tienes de verdad -me apresuré a añadir, no fuese a ser-. Estamos al mismo nivel, aunque me obceque con lo contrario-. Qué impensable hubiese sido en su momento ponerme al mismo nivel de una dama, de la mujer a la que quería por encima de todo lo demás-. Pero si luego no te doy la razón no te enfadarás más, ¿no? -inquiricé entonces, frunciendo suavemente el ceño, inquieto.

No fuese a ser que cambiase de idea... No era el estilo de Lea, de todos modos. Pero sí recordaba una vez que le había llevado la contraria, antes incluso de haberla tocado de ninguna forma. Y no se lo había tomado muy bien aquella vez.

Me permito acercarme un poco, y cuando pregunta, me encojo de hombros.

-No lo sé -respondo, ladeando ligeramente la cabeza-. Supongo que depende de en qué me estés quitando la razón. En cualquier caso, no será más terrible que si me la das cada vez que no coincidimos en algo.

Termino de acortar distancias y me estiro de nuevo, dejándole un beso suave en los labios. Cuando me he separado, le doy un golpecito con el puño en el pecho, un gesto parecido al que hice antes de que empezara toda esta discusión.

-Lo que me importará más no es que me des o no la razón, sino que aprendas a defender aquello en lo que crees. Y con eso no me refiero a tus ideales de caballería, así que no empieces con que defiendes la justicia y el amor -advierto, con la mirada fija-. Te estoy hablando de la persona, no del caballero. Acuérdate de la persona.