Cuartos de los líderes

Fera, pese a los esfuerzo de Crisentia, no da ninguna muestra de cambiar de parecer. Aunque la escucha, sigue concentrada en su té, perfectamente tranquila.

-Por supuesto, querida. Enemistarnos es lo último que me gustaría -responde, y en sus ojos también hay una cierta advertencia, tan sutil y calculada que podría tomarse por la imaginación de quien la ve-. Pero comprende que no se trata de un juego de alianzas. Te he acogido bajo mi techo, con la protección que ello implica, y espero que entiendas que tus acciones repercuten en tu situación. Por supuesto, sé que respetas la limpieza de la labor de Brontë, y que seguirá siendo así. Sin embargo, como ya te he dicho, no estoy en situación de ofrecer ningún dato. No insinúo que tú seas una persona como cualquier otra, pero ¿imaginas lo que supondría ofrecer información a la primera persona que solicitase audiencia y ofreciera promesas de servidumbre? -Hace una pausa, dejando las palabras en el aire, en lo que disfruta de un nuevo trago de su bebida-. Sería un auténtico desastre. Estoy segura de que tampoco esa actitud entra en tus políticas. En el comercio de información debe estar muy medido qué es lo que se filtra, ¿no es así, cielo? -Una nueva pausa, tan relajada como todas las demás-. Debo recordarte, tesoro, que has sido tú quien ha venido a buscarme, y no al revés. Si quieres ofrecerme tus servicios, lo cual aceptaré encantada, tendrás que trabajar bajo mis normas. Con tus capacidades, estoy segura de que lo comprendes.

De nuevo, una carga de peticiones, cada vez más explícitas. Llega a resultar curioso, desde luego. Quizás merezca una cierta vigilancia, dada su situación.

-Oh, querida, pero este asunto no me pertenece, sino que yo pertenezco a él -puntualiza, entretenida. Enarca entonces una ceja, evaluándola con cierta peligrosidad-. ¿Introducirte? Creía que me ofrecías tus servicios, no que venías a infiltrarte en ellos. Disculpa, cielo, supongo que tengo que considerarlo desde una nueva perspectiva -. Hace tiempo, como si se lo pensase, remueve lentamente lo poco que queda ya en su taza-. Lamento tener que decirte que no es para mí ningún negocio. No estoy interesada en inmiscuirme en tus asuntos, ni tampoco en extorsionarte. No entra dentro de mis políticas, amor -. En su mirada hay una intención oculta, difícil de descifrar-. Claro que tu propuesta, debo reconocer, es muy tentadora. Veo una clara intención de colaborar. Quizás podamos obtener un beneficio de ello. Si estás dispuesta a aceptar mis condiciones, por supuesto. Tendrás tiempo para planteártelas. Mis investigaciones seguirán adelante como hasta ahora, por supuesto, y tú podrás ofrecerme tus servicios siempre que así lo quieras.

Guarda silencio, esperando una respuesta con toda la paciencia del mundo.

Cuando sabe que su invitada está dispuesta por completo a escuchar, Fera la mantiene en vilo un tiempo, aún removiendo el final de su taza, tan tranquila como lo ha estado siempre. Por último, reacomoda su postura, relajada, y comienza.

-Debes saber que me considero generosa en mis ofertas, querida -declara, manteniendo ese amago de sonrisa que parece perenne en su elegante rostro-. Mis condiciones son sencillas, y todas ellas se considerarán prueba de tu lealtad y dedicación. La primera se refiere a un obsequio. Como prueba de tus buenas intenciones, me cederás todo tu poder sobre Alehyss Lester. Podrás seguir beneficiándote de sus servicios, pero lo harás de la misma forma en que te has beneficiado de los de otros guerreros, como Corbin o Gerald: siempre bajo su total acuerdo y a su voluntad. Esto es una prueba, en respuesta, de mi buena voluntad, ya que todos los derechos que ejerces sobre ella pasarán a mi persona -. Hace una pausa, dejando que sus palabras se posen en el ambiente y se acomoden-. En segundo lugar, ofrecerás tu primer servicio a mi investigación de forma completamente gratuita. Has ofrecido información, así que eso es lo que requeriré de ti. De ti depende decidir cuánta información y con cuánto detalle vas a aportarme. Por supuesto, a mayor dedicación en tu tarea, mayor será la recompensa que puedas obtener. Serás tú quien decidas qué quieres sacar de todo esto -. De nuevo, una pausa, y de nuevo las palabras se asientan en el ambiente, se acomodan, se afirman en él-. Por último, y aunque huelga decirlo, cualquier mancha en la investigación, cualquier traición o venta de información o de cualquier otro tipo de moneda de cambio repercutirá tanto en tu situación para con la investigación como para con Brontë. Cualquier doble juego, cualquier arma de doble filo, cualquier elemento oculto -. La risa, como un torrente, limpia de un golpe toda la tensión que se ha ido creando-. Perdona, cielo, cualquiera diría que te estoy acusando. Nada más lejos de mi intención. Sencillamente, confío en que comprendes tan bien como yo la seriedad de este asunto. En fin, dejo la decisión en tus manos.

Por último, toma suavemente la taza y vuelve a llevársela a los labios. Para cuando la deposita de nuevo sobre el platillo, ya no queda nada en el fondo. Los ojos helados no se apartan de los violetas, el felino no deja de acechar a su presa, atento a cualquier reacción, a cualquier oportunidad de hacerse con ella.

Fera asiente, tranquila. Llega a pensar que, pese a los inconvenientes, la respuesta es bastante favorable. Es consciente, como bien ha dicho, de su propia generosidad, pero no pretende por ello que la caeruleus se tome confianzas.

-Una traición lo es en cualquiera de sus formas, querida. Valoro tus palabras, pero valoraré más tus actos -advierte, relajada-. Podrás comenzar a considerarte parte de mi equipo cuando hayas cumplido mis dos primeras condiciones. La tercera, como bien comprenderás, será una constante durante tu trabajo.

La información recibida de forma tan privada no hace sino provocarle una suave risa argentina. Se encoge sutilmente de hombros, con esa sugerencia tan natural en ella, permitiendo que sus rizos bailen un momento más en torno a ella.

-Un regalo es más valioso si ofrecerlo supone un esfuerzo -replica, despreocupada-. Confío en que cumplirás con mis exigencias hasta el último detalle. Por supuesto, dispones de todo el tiempo que quieras. De ti depende cuándo quieres comenzar a trabajar en la investigación.

Fera deja libre a Alehyss en el mismo momento en que aparecen en las habitaciones, dándole, tal y como ha dicho, libertad para moverse. Ella, por su parte, no duda en acercarse a uno de sus sillones y tomar asiento, siempre prestando atención a la situación de la chica. Media sonrisa asoma en sus apetecibles labios, y en su expresión, entremezclado con el acecho, se deja ver un deje de ternura.

-Bueno, querida -comienza de nuevo, como si fuera la primera vez-. De ti depende cuándo quieras recuperar tu libertad. No tengo intenciones de someterte, supongo que no se te habrá ocurrido considerarme de esa forma. Desde luego, sí me gustaría que aprendas a considerarme como alguien a quien recurrir, pero no considero que me corresponda imponerte algo como eso. Liberarte para que vuelvas a caer en una situación semejante sería bastante frustrante. Espero que lo consideres.

Y, una vez más, espera a que ella dé su respuesta.

La aparición es tan repentina, tan abrupta, que tardo un instante en recomponerme. He llegado a quedarme sin aliento. Cuando soy consciente de la situación ya no me encuentro pegada a ella, aunque su presencia es tan notable que puedo notarla contra la piel aunque ya no me toque.
La busco con la mirada hasta hallarla. Llego, no obstante, a revisar el lugar un momento, atenta a los detalles, a la decoración, pero pronto vuelvo a estar centrada en ella y en sus palabras.

Libertad. Es una palabra que suena opaca al principio, pero poco a poco, a medida que la asimilo comienzo a ser verdaderamente consciente. Mis perspectivas de futuro desde que hice el trato con madame Desmarais no contenían demasiada "libertad". Esto es algo completamente inesperado.
Me permito esbozar una sonrisa al fin, aunque sigo algo aturdida.

-Ahora es buen momento, si es posible-. Lo que dice a continuación también resulta evidente. Tiene tanto sentido que llego a avergonzarme por haber podido aventurar siquiera la posibilidad-. No he querido insinuar algo como eso. Sé que no me encuentro frente a alguien así.

No parece algo que ella haría. Tiene formas de pedir aquello que desea, y puede obtenerlo de forma eficiente sin necesidad de coaccionar. No tiene esa necesidad. O no la ha tenido conmigo, al menos.

El asentimiento es leve, suave, y deja bailar los bucles un instante en torno al cuello. Fera ofrece con un gesto todo lo que la vista alcanza, en una invitación a acomodarse y servirse de aquello que desee. Pese a que acaba de sentarse, se levanta de nuevo, avanzando con pasos lentos por la habitación hacia ella.

-El sello, amor -reclama entonces, mirándola fijamente-. Por lo que sé, necesitaré que te quites algo de ropa para ello. No me gustan las marcas innecesarias, tesoro. Y menos aún las contraproducentes.

No hace, sin embargo, ningún gesto para acelerar el proceso. Deja que sea ella la que le indique el lugar en el que lleva la marca, pese a que la recuerda a la perfección.

Acepta enseguida, sigo el movimiento que realiza, tan sutil como suelen serlo, pero tan evidente al mismo tiempo. No necesita hacer grandes esfuerzos para hacerse con la situación, incluso si hay otros además de ella.

Cuando vuelve a alzarse, cuando marca con sus pasos, lentos, la dirección que la trae hacia mí, no puedo evitar contemplarla. Es aquello que envidiaría, o que al menos hubiese envidiado alguna vez, y sin embargo no logro hacerlo. Lejos de eso, todo lo que ha logrado despertar en mí es una suerte de admiración, una atracción magnética extraña o el respeto que me causa, alejado del temor o la mera educación que debo a otros.

Asiento vagamente a sus palabras. No pongo pegas a lo que pide. Enseguida deslizo la primera prenda con un gesto fluido, acomodándola brevemente sobre mi brazo. Luego llevo una mano a la espalda, y tras un movimiento preciso, un mero pellizco, siento que la presión cede.
No siento pudor. Me muestro serena en todo momento, incluso cuando al perder la ropa me erizo levemente.
Es una acción repetida incontables veces, ya fuese por un motivo u otro. Y en esta se trata del esperado fin de un contrato. Nunca pensé que llegaría. No obstante, el aire me resulta algo pesado.

Me llevo una mano hacia el costado izquierdo, rozando con la yema de los dedos la zona donde la piel fina da paso al pecho, la unión de ambos puntos, reconociendo un instante la marca irregular que hay sobre la piel, la firma de Madame, indicando al mismo tiempo aquello que pregunta.
Es un gesto breve, y pronto abandono la zona, dejando de ocultarla.

No se molesta en fingir ningún recato, sino que la contempla con cierta aprobación, quizás por la diligencia, quizás por lo que esta supone. Avanza con seguridad, con esos pasos elegantes, sensuales, tan silenciosos y a un tiempo tan visibles.

Espera a que Alehyss retire la mano antes de rodearle la cintura con la derecha, manteniéndola firmemente sujeta contra sí. Apoya entonces con suma delicadeza la izquierda sobre la piel, tapando ella misma la marca, mientras sus ojos se beben los de la morena.

-Espero que te hayas despedido ya, vida.

Y entonces, el flujo de energía comienza, con más fuerza de lo que Fera le ha dejado sentir nunca. Inevitablemente, el sello se resiste, se aferra, pero la energía que recorre por completo el cuerpo de la guerrera se introduce en ella más profundamente, deshaciendo el agarre de la magia, y con ella todo lo que supone. Poco a poco, el torrente inicial se va reduciendo, hasta convertirse en un suave cosquilleo.

Se acerca y la espero. El cuerpo, inconsciente, parece querer prepararse, aunque lo que viene a hacer no sea lo que el ambiente sugiere. El primer contacto es el que me afianza, y alzo un poco el rostro para mantener los ojos fijos en los suyos, pese a la presión que supone.
No hacerlo sería faltar al respeto. Se lo debo, entre otras cosas, por el agradecimiento surgido de lo que se encargará. Y, al mismo tiempo, es una especie de satisfacción personal. Prefiero poder mirarla mientras ella lo hace.
No es igual a lo que pasaría en ocasiones semejantes con personas diferentes. No siento ese poder o ese control que viene del deseo ajeno. Tampoco me veo pequeña o avergonzada, como si la temiese o me impusiese nada. Es más bien como una especie de electricidad.
Electricidad en el aire que llena. Electricidad en la piel, que tapa la marca que pronto será borrada.

-Nunca he sido demasiado romántica -respondo a sus palabras, dando con eso las despedidas por terminadas.

Volveré a ver a madame Desmarais, estoy segura. Se encargó de insinuarlo la última vez que nos vimos. Solo que mi posición será diferente esa vez.
Resulta tremendamente agradable.

En cuanto la sensación comienza a fluir, la verdadera electricidad, y no esa presión que surge de su presencia, resulta relativamente incómoda, aunque plenamente satisfactoria por lo que representa. Como habitualmente, la puedo notar recorrerme por dentro, aunque con más fuerza que siempre, como si rastrease y arrancase algo desde dentro. No es hasta el final que cesa esa sensación de tirantez y se vuelve de nuevo la caricia habitual, y dejo ir el aire con alivio cuando considero que eso implica que ha terminado al fin.
Llego a bajar la vista hacia su mano, buscando entre sus dedos alguna marca en mi piel, como resquicio del contrato, imborrable quizás.
Luego la miro de nuevo. Es ella la que tiene la verdadera respuesta, y no lo que pueda haber en mi piel.

-¿Ya está? -inquiero con suavidad, como una consulta mansa, sin hacer gesto alguno que indique prisa por cambiar la situación actual.

Me sorprende, simplemente. Me sorprende que aquello que lleva tanto atormentándome pueda resolverse en unos segundos.

Espera hasta el final, hasta que el último resquicio de magia ha sido eliminado, antes de aflojar el agarre, de cesar el contacto con una última caricia, recorriendo sin reparo la piel oscura. Y entonces, finalmente, asiente.

-A partir de este momento tienes la responsabilidad completa sobre cada decisión que tomes -responde, con evidente tranquilidad-. De nuevo, te pediría que no te vendieras entera con tanta facilidad, cielo. Aprende a valorarte. Y a negociar, por supuesto.

En el cuerpo de Alehyss no han quedado marcas. La piel morena vuelve a tener su aspecto natural, como si nunca antes hubiera habido en ella nada extraño. Fera la contempla con detalle, dueña, pese a sus palabras, de la situación.

-Es todo, amor -declara, con su magnética media sonrisa.

Parece mentira cuando lo dice, pero sé que no miente. No tiene necesidad ni motivos para hacerlo. No es ningún tipo de broma, tampoco.
Soy responsable de mis actos de ahora en adelante. Ni siquiera es algo que me inquiete. Asumiré la responsabilidad de estos cuando sea necesario. Nunca he tratado de escudarme por miedo a las consecuencias, a ese respecto.

-Cuando me entregué así no sabía realmente lo que hacía. He aprendido mucho de ello, y no volveré a tomármelo a la ligera. Creo que he podido aprender mucho de ello-. Hago una pausa. Cuando vuelvo a mirarla busco sus ojos, tremendamente firme-. Creí que nunca me desharía de mi error. Me había comprometido a vivir con ello. No se me hubiese ocurrido pedir ayuda porque yo misma hice el trato, y estaba cumpliéndolo-. No sé qué la ha llevado a liberarme. No veo motivos y a la vez veo más de uno-. Muchas gracias-. Me atrevo con una sonrisa, notando que las palabras suenan más sinceras de lo que lo han hecho en mucho tiempo. No tiendo a emocionarme, y sin embargo podría decir que llego a hacerlo un poco-. Gracias, Fera.

Es una sensación extraña. Lo noto hasta irrespetuoso, de alguna forma, inconscientemente, y más debido al inesperado regalo.
Al recorrer la piel con los dedos la noto otra vez suave, como lo fue antes de estar marcada. No hay nada más que eso, nada más que piel.

Llego a dudar de nuevo, un momento. Siento cierta osadía, pero nunca tanta como para sobrepasar el respeto. Me he inculcado siempre esa obligación de no ir más allá.
He de admitir que llegué a pensar que creí que buscaría algo a cambio. Quizás a modo de pago. De gratitud. Y aunque no parezca serlo, la actitud no muestra lo contrario, tampoco.

-¿Hay algo que pueda hacer?

Soy fiel a Brontë y haría lo que fuese necesario. Participaré en las misiones que deba, y ayudaré en Palacio si se me necesita. Pero el verbalizarlo añade, quizás, una sumisión que no suelo ofrecer.
Y, más allá de eso hay, sin que pueda evitarlo, un resquicio que me hace preguntarme si ofrezco o si todavía pido algo.

FdR- Pausa

Por un instante, el gesto, los labios, la sonrisa, todo se vuelve ligeramente más evidente, más abierto, más sincero. Y sin perder su esencia habitual, resulta evidente hasta qué punto el satisfacen palabras tan simples. Asiente con suavidad, manteniendo la seriedad pese a la ternura del gesto.

-Sé a qué te refieres, tesoro, y no creo que estuvieras equivocada en tu forma de proceder -responde, mirándola con seguridad-. El momento de pedir ayuda es antes del compromiso, no una vez te has propuesto cumplirlo. No trato de infravalorarte, pero no veo cómo podrías haber salido de ello por tu cuenta.

La risa de plata toma una vez más el foco, el protagonismo, inundándolo todo con su fuerza, recorriendo cada rincón de la sala. Una vez más, el gesto de invitación de Fera es evidente.

-¿Poder? Puedes hacer muchas cosas, amor, pero que no sean para pagarme esto. Sabes que mientras te mantengas dentro de las normas, te ofrezco la libertad de hacer cualquier cosa que desees.

No le falta razón, aunque en su momento, con todo sucediendo de forma tan rápida, no tuve mucho tiempo, o quizás más que tiempo debería decir que no usé mucho la razón, para decidir si lo que hacía estaba bien. Supongo que siempre supe que no lo estaba. Corrijo: siempre he sabido que no lo estaba. Pero pensaba que merecía la pena, que estaría bien mientras enmendaba mis errores.
Con esta segunda oportunidad no voy a hacer lo mismo. Un error es suficiente.

-No hubiese podido -coincido, con un asentimiento-. De ahí la gratitud. Pero no se repetirá.

He aprendido desde entonces, y las cosas han cambiado mucho.

Su risa llega a turbarme un poco. Llego a sentirme algo desprotegida. Es una sensación a la que no estoy acostumbrada, aunque ella, en concreto, tiende a despertar cosas como esa. No hablo de mí, es un hecho. Pero yo también percibo el aura que la envuelve, peligrosa pero interesante. Y no querría ser ella, pero no me importaría acercarme un poco más. Porque por más entereza y seguridad en mí misma que tenga al final siempre hay un momento en el que flaqueo, y ella, sin embargo, parece tener la clave para mantener el control hasta el último momento. Tanto que no sé decir si se trata de admiración o de algo diferente.

-No es mi intención pagar nada -digo en primer lugar-. Se hace difícil pedir o buscar cualquier cosa. No puedo evitar pensar que has hecho mucho por mí, muchas veces, y que acaparar más tiempo del necesario sería una falta de profesionalidad por mi parte. Que ya he ocupado demasiado.

Vine a Brontë a investigar, pero me he quedado a servir. El ocio y otras actividades tienen cabida, pero llega un punto en el que no parece que sea lo apropiado.

Fera ladea suavemente la cabeza, mirándola con curiosidad, y una sombra entretenida baila un instante en torno a su sonrisa, antes de desvanecerse como si nunca hubiera estado allí. Asiente a sus palabras, con la suavidad habitual, pese a que parece un gesto más de reflexión que de acuerdo.

-Pero querida, ¿qué haría con mi tiempo sino dedicároslo a vosotros? -inquiere, enarcando una ceja con gesto divertido-. ¿Qué podría proporcionarme más placer? Desde luego, tengo tres discípulas a las que educar, y puedes estar segura de que siempre las tengo en consideración, pero se me pidió que volviera a casa para teneros atendidos. Aquel tiempo que no os dedico directamente lo empleo en su mayor parte a atenderos de otra forma. ¿Qué me interesa más que atender vuestras peticiones? Administro mi tiempo en torno a vosotros, y en cierto modo, está en vosotros decidir cómo lo utilizo. Si no tuviera tiempo para ti ahora, te lo haría saber, como lo hago cuando así es, ¿no te parece, amor?

No todos los tipos de atención son el mismo. No insisto en un tema como ese, sin embargo, consciente de que ella lo sepa mucho mejor que yo, seguramente. Tanto lo que es su trabajo y lo que no como lo que sucede ahora mismo.
Y por mucho que trate de escudarme en lo contrario, hay una palabra cierta entre las suyas, una de tantas otras: petición. Porque al reflexionar en ello puedo ser consciente de que no es otra cosa lo que me ronda la cabeza. Una egoísta, inapropiada y poco profesional.

Asiento con calma, manteniendo los ojos en los suyos, moviéndome un poco, apenas, para relajar la posición del cuerpo. En todo el tiempo que ha pasado siento que la seguridad en un momento como este se me quiebra igual de fácil.
Es como no haber dado un solo paso.

-Estoy segura de que no perderías tu tiempo -digo primero, con un tiento inusual-. Pero también me sentiría demasiado arrogante si pensase que, solo por estar algo inquieta, tengo derecho a pedir ayuda para relajarme. Dudo-. Dudo-. Dudo que eso entre entre el papel que debes cumplir como líder.

Ampararme en que fuese su trabajo tampoco tendría interés alguno.

Mientras la escucha, aún sin dejarla escapar de su penetrante mirada, Fera llega a entreabrir los labios, aparentemente de forma casual, dejando a la vista un colmillo, que repasa suavemente con la punta de la lengua. No tarda en dejarlo para ampliar la sonrisa, dando un paso hacia ella, atrayéndola de nuevo con una mano, retomado el abrazo a su cintura, mientras la otra acaricia con infinita ternura la mejilla, a escasa distancia de sus labios.

-Sé que es algo que a todos os cuesta entender, Alehyss -murmura con su voz como un arrullo-. Pero no solo estoy en Brontë para ser vuestra líder. O, al menos, así me gustaría que así fuera. Sabes que no tienes por qué limitar tus propuestas al ámbito laboral, amor.

La ceja se enarca de nuevo, interrogante. Fera sabe que es algo que nunca queda suficientemente claro.

Me mantengo firme, aunque hacerlo por completo es imposible, debido a esa peligrosidad que emana. Y aunque sus palabras resultan comprensibles, aunque ha sido evidente desde siempre que busca más que ser simplemente alguien por encima del resto, mostrándosea abierta a la comunicación, lo cierto es que esa presencia suya dificulta bastante la tarea de sentirse a su altura.

A una distancia tan corta, con los cuerpos en contacto a través de la mano que regresa a mí, podría decirse que esa presencia se amplía, y que el aura de poder me envuelve hasta que paso a formar parte de ella, quedando en su interior, aunque sin poder absorber mucho de esta.

-De no tenerlo en cuenta, no me habría atrevido a decir nada como esto -aseguro de todas formas, comprendiendo hasta qué punto podría tratarse de insubordinación.

Aunque no se trate de algo como eso. Ni de una obligación. Es simplemente algo ocasional que surge, como un deseo o un capricho, por así decirlo. Y hoy he recibido una muy buena noticia.

Termino por acortar la distancia yo misma, viendo en ello una forma más sencilla de cargar con la presión de su presencia que simplemente mantenerla, sosteniendo la mirada desde tan cerca. No acostumbro a hacer cosas como esta, en concreto, porque mi relación con las mujeres tiende a ser distante en este aspecto. No se trata de una preferencia sexual, en mi caso. O quizás sí, aunque en ese caso la preferencia son los hombres. Pero ha habido veces, aunque no demasiadas, en las que las normas  personales se han saltado, y en esas situaciones no veo la necesidad de preocuparme o buscar un motivo.
Como cuando apetece comer algún dulce porque el nivel de azúcar en la sangre es bajo, el cuerpo sabe cuándo pedir según qué cosas, y él comprende por qué lo hace. Basta con ello.

Soy consciente de que no existe dominancia que ejercer. Tampoco la deseo. Desde el principio soy consciente de que no hay forma de que así sea. Pero eso no me impide comenzar la acción, no me impide buscarla y declarar una intención tanto inusual como evidente.

Una vez más, acepta la respuesta con un suave asentimiento. Deja que se atreva más, que recorte distancias, que pruebe lo que se le ha concedido. La acepta, la acoge, responde. Con suavidad, la atrae ligeramente, un poco más, haciendo contacto pleno entre ambos cuerpos, afianzando el contacto que ella ha propiciado.

Le da un momento para llevar las riendas. No hay por qué imponer autoridad en una situación así, y lo sabe de sobra. Puede dejar que ella experimente, que explore sus posibilidades, antes de guiarla en sus acciones. La boca, entreabierta, la incita a probar, a introducirse en ella y explorarla. La mano izquierda que no tanto antes acariciaba su mejilla desciende por la mandíbula, la repasa en un roce ínfimo, llegando hasta el lóbulo de la oreja.

Sin magia, por una vez. No en cada acción es necesaria.

Sin tener sus ojos frente a mí, helados, sumamente atentos, sin verla y sintiéndola solo a través del resto de sentidos, resulta más sencillo que la mente y el cuerpo se relajen un poco, y aunque provoque una presión evidente pese a todo, es más posible obviarla y centrarse simplemente en esos movimientos aprendidos, aunque diferentes cada vez. Llego a estremecerme al roce que desciende por el rostro, aunque no haya magia que recorra el cuerpo desde dentro y que arranque ese cosquilleo insconsciente que aunque provenga de sus acciones llega a parecer tan propio.
Yo, por mi parte, juego a ver cuánto me atrevo a arriesgar, a probarla con los labios, con la lengua o con los propios dientes, que actúan con suavidad, atreviéndose, y mientras lo hago soy consciente a la vez de las formas extrañas que mi cuerpo encuentra diferentes: del pecho que halla contra el mío, de la piel suave, de la propia fragancia o de los gestos.

No estoy acostumbrada a esto, pero pronto soy consciente de que ni siquiera se trata de un género, sino de eso que ella quiere que obvie: de su posición. Porque de ser otra, como algunas lo fueron antes, sé que podría moverme con más osadía. Pero el permiso no llega para sentir la confianza total. Y entonces llego a sentirme torpe, pero el pudor tiene menos cabida cuando sabes que tu posición no debería variar por tus fallos.

La diestra termina por buscar su cintura, por amoldarse a su cuerpo buscando algún apoyo, un recorrido que hacer. La zurda, mientras tanto, llega al brazo primero, ascendiendo hacia el hombro en una caricia lenta.

Ella es la que tiene esa capacidad de hacer que uno piense que no tiene poder sobre sí mismo o la situación. Quizás sea eso. Tal vez esa sea el aura que se percibe, la que la rodea.