Cuartos de los líderes

Primero lo escucho sin mediar palabra, sonriendo solo con los labios, inmóvil, silenciosa. Es cierto que, a la hora de la verdad, a la gente le importan poco las consecuencias. Una vez han conseguido lo que buscan, demostrando así que su capacidad es más que suficiente para mantener el orden, dejan de preocuparse por el resto. Para mí, en mi trabajo, ello suele representarme algo beneficioso, pues hacen que desaparecer de las miradas públicas sea sencillo: basta con buscar un cabeza de turco para que todo el mundo crea que, habiendo sido capturado, ya están seguros y, de ese modo, poder seguir trabajando en las sombras sin llamar la atención del populacho. Sin embargo, ahora mismo son ellos los que tienen algo que quiero, y la forma negligente de hacer las cosas, algunas veces tan útil para mí, no es ahora más que un engorro.

Junto las yemas de los dedos de ambas manos en mi regazo, imitando un gesto suyo. Me asquea tener que estar pendiente de unos niños solo porque los pajaritos no son capaces de cuidarlos ellos solos. No me gusta hacer de niñera, aunque sea a través de otros.

-Comprendo que no les importen. Esos muchachos no son nadie. Se ganaron un nombre en su momento, pero nunca fueron más que una pequeña banda, inofensiva a la hora de la verdad. Al haberlos atrapado deben de sentirse muy satisfechos consigo mismos, pero, personalmente, yo busco algo más. Llevo un tiempo siguiendo a su organización, y el contar con esos chicos para infiltrarme, obtener información y destruirla desde dentro me resultaría mucho más sencillo que comenzar desde el principio. Aunque no sé si a esos vejestorios les interesa, realmente, hacer algo de provecho.

Lo sencillo que sería: utilizo a los chicos para meterme en la organización, me hago con los datos que quiero, la destruyo, ellos quedan a salvo, cumpliendo así mi trato con Lester... Ellos ganan quedar con vida y yo consigo deshacerme de la competencia, valiosa información y una interesante subordinada...

-Seguramente consideren demasiado inmoral el utilizarlos para llegar hasta dentro de la organización y conseguir destruirla así, aunque no consideraron tan inmoral el aprovecharse de Alehyss para capturar a sus amigos-. Me encojo de hombros, sonriendo-. Esperarán a que la situación sea insostenible para comenzar a buscar datos, pero para entonces el tuerto y sus amigos estarán muertos y habrán perdido todo lo que podrían exprimir de ellos-. Aprieto el puño con firmeza, aunque lentamente, como si estuviese aplastando algo con la mano-. Si vas a sacrificar a tus peones, ello debería servirte, al menos, de algo, ¿no crees?

FdR: Rol pausado

Su pregunta me obliga a sonreír, bajando un poco la cabeza. No me sorprende que me haga esa pregunta. Es un hombre cuidadoso, precavido. No en vano ocupa el cargo que ocupa y sigue vivo, con poder, y respetado o temido, llámesele como se quiera, por su pueblo y otros muchos.

-Admito que la organización resulta peligrosa. Se dedica a diversos campos, entre ellas al chantaje, y la mayor parte de la gente importante tiene secretos que podrían destrozar su reputación si llegasen a los oídos de gente inapropiada, pero -. Alzo de nuevo la vista, clavando los ojos en los de Aren, sin borrar en absoluto la sonrisa-, Aren... Si te soy sincera, yo tengo algo personal contra ellos. No solo relacionado con la competencia que pueden llegar a hacerme, que me preocupa, pero no excesivamente... Sino porque ellos pueden tener acceso a algo que me interesa, y que podría ser tremendamente dañino para mucha gente. Y me temo que me hallo entre ellos.

¿Qué hay de verdad y de mentira en mis palabras? Muchos de esos asuntos son mis asuntos, y solo le confieso parte de los mismos porque es él, y de algún modo le corresponde más confianza y respeto que a otros.

El que mencione mi edad no me hace sino ensanchar la sonrisa, adquiriendo un matiz algo tirante. Sin embargo, esta vez no respondo a su provocación con una propia. Este no es un tema que suela hacerme sentir ganas de ponerme altanera.
Con lentitud, descruzo las piernas e invierto su orden, pasando esta vez la izquierda sobre la derecha, con delicadeza. Luego también mis manos se posicionan sobre la de arriba. Me muestro entera, serena.

-Supongo que incluso la perfección tiene a veces sus pequeños descuidos. Y créeme si te digo que no hay día que no me lo recuerde a mí misma. El sentirse seguro provoca, muchas veces, que uno se considere intocable. Por suerte, actualmente no resulta demasiado problemático, pero la prevención es necesaria, en este caso.

No digo más. Cierro los labios, sellándolos a la perfección. Pronto comienza a tocarse el tema que me interesa, así que no tenemos que continuar con lamentaciones.

-Ganar... -murmuro, como paladeando la palabra. Es una de mis favoritas. Pronto una sonrisa sibilina y relajada acude a mi rostro-. Negociemos. Quizás haya algo que anheles y que pueda conseguir para ti -aventuro, zalamera, enarcando una ceja.

Somos viejos amigos. Con él puedo permitirme hasta el ser amable. Si necesita información y es equivalente, la tendrá, y lo mismo si se trata de otras cosas que, del mismo modo, equivalgan a lo que me ofrezca. Y, por ser él, con un descuetnto inclusive.

Mi sonrisa no se borra ni en el momento en el que me pide lo que menos me hubiera esperado en un momento como este. ¿Será solo para demostrar alguna clase de supremacía sobre mí, demostrándome que puede arrebatarme lo que es mío? ¿Le gusta, quizás, la chica, y quiere tenerla como concubina? Sea lo que sea, no me hace gracia, y no porque tenga a la chrysos en alta estima, ni nada similar. Es cierto que hice un trato con ella, prometiéndole ciertas cosas, y ella a cambio se entregó a mí. Ninguna de las dos contemplaba la opción de que sirviese como material de comercio, pero es perfectamente normal que yo pueda comerciar con algo mío. Y en este caso...

He quitado importancia a los acontecimientos por no elevar el precio del favor. Pero dado lo que me juego...

-¿Alehyss? -. Dejo ir una suave risa, adquiriendo cierto matiz sorprendido en el rostro-. No me esperaba que me pidieras a la muchacha. Eres de lo más caprichoso, y admito que creí que pedirías algo de más valor.

Si acepto, le deberé un favor. No me hace mucha gracia deber favores. Por desgracia, este es un caso especial. Corro el riesgo de perder algo importante, muy importante... Pero si acepto sin más... ¿No quedará mi necesidad en evidencia?

-¿Acaso tratas de conseguir que te deba un favor? Sabes que negociar con favores futuros en mi oficio es peligros, ¿verdad?-. Pese a todo, hablo calma, con un tono casi anecdótico-. Cuántos perdieron todo lo que habían ganado con el trato solo por saldar luego las deudas...

Lo escucho silenciosa, sin dejar jamás de sonreír, luciendo esa curvatura de labios perfectamente cortés como máscara. Me conoce, pero no implica nada. Quizás me lea mejor que otros, pero no sabe qué sucede, ni tampoco lo que busco, lo que quiero conseguir. Porque eso solo yo lo sé. Me he asegurado de no hablarlo con nadie. Todos los que han realizado misiones relacionadas para mí lo hacían sin saber absolutamente más de lo necesario, y nunca teniendo nada que ver con mi persona. Así pues, no sabe la importancia que tiene.

Aprecio a Aren, para qué negarlo. Pero un favor es algo que no me gusta deber a nadie. Ni siquiera a alguien como él, o especialmente a alguien como él. No me gusta la amarga sensación de saber que en cualquier momento se te puede requerir para hacer algo gratis que puede resultarte tremendamente inconveniente. En las calles no ascendía el que debía favores, pero tampoco el que engañaba demasiado. Tienes que ser una persona a la que se respete, cumplidora, alguien de fiar... Pero nunca dejar que te fíen. Los más grandes sucumben por favores, y llegados a ese momento, tienes la obligación de cumplirlo.

No obstante... ¿Qué otra opción tengo?

-Oh, querido -. Esbozo una sonrisa cuando toma mi mano y la acerca a sus labios-. Sabes bien que no soy una mujer celosa.

Una leve carcajada musical abandona mis labios, delicada, controlada a la perfección. Recupero enseguida la compostura, mirando al dictador con ojos risueños.

-Me resulta un intercambio justo. Pese a todo, quisiera tomarme un par de días para pensarlo. No me malinterpretes. Es un mero trámite -. Me encojo elegantemente de hombros-. De no hacerlo me sentiría demasiado impulsiva, y con el tiempo he aprendido a no serlo.

Me gusta dejar que las cosas reposen, aunque sean obvias. Alehyss terminó acudiendo a mí, yo solo tuve que sembrar la semilla, y estoy segura de que Massen terminará haciendo lo propio en algún momento. A veces, el mero hecho de dejar que pasen unos días hace las cosas más interesantes.

Finalmente, el tema se zanja por el momento. Como es obvio, tendré que verme las caras con él pronto, pero no es algo por lo que preocuparme ahora mismo. Tendré tiempo para hacerlo estos días. Prefiero centrarme, como él, en el tema que surge. Lo cierto es que, desde que me encuentro aquí, jamás había coincidido que me acercase a visitar las habitaciones del pequeño Aren.

-Tampoco los míos han tenido el placer de contar con tu presencia -respondo, sonriendo ladina-. He de admitir que no son tan lujosos, pero no se quedan demasiado atrás.

De hecho, hemos tenido menos contacto del esperado, aunque también menos discusiones. La verdad, esperaba muchas más niñerías por parte de ambos, como suele suceder. ¿Quizás hayamos madurado al fin? No lo creo. Será una etapa de esta adolescencia nuestra en la que nos mostramos más respetuosos.

Asiento suavemente, sin despeinar con el gesto uno solo de mis cabellos.

-Por supuesto -respondo a su propuesta, bajando el tono, y añadiendo también a mi voz cierto matiz pícaro, aunque sin perder nunca la compostura-. Hace años que no nos vemos. Seguramente tengamos ambos muchos asuntos que tratar, y sería una pena desaprovechar el encuentro...

 
 

*se van al dormitorio*

El cuarto de la líder flamma era, sin duda el de más difícil acceso pues para llegar a él, antes había que pasar por dos grandes estancias que se correspondían con los cuartos de Branne, Eld, Tuli y Felhlo. Las dos primeras nunca se llevaron bien y, para desgracia de ambas (y después de que la parvus le ganase la posición de segunda a la caeruleus) su relación era tan tensa que rara vez se escuchaba un sólo ruido en aquella sala. Branne y Eld ocupaban la habitación que justo después daría lugar a la habitación donde Flavia y Vatra dscansaban. Pues, desde siempre, la primera tiene el enorme privilegio de compartir habitación con su señora. Ninguna de las cuatro restantes han estado por tanto, en la habitación de su señora.

En cuanto a la cuarta y la quinta, Tuli y Felhlo, tenían la sala más alejada de la de su señora y era la primera a la que debías acceder si querías llegar hasta la líder. A ellas no se le estaba permitido el avance a las estancias superiores a diferencia del resto, que sí podían (y debían, pues no había otro camino) utilizar su cuarto para pasar. Era una habitación muy modosita, la cual siempre intentaban tener muy limpia pues no querían causarle una mala impresión a las demás mujeres que formaban el sexteto.





[...]


Felhlo estaba sola en la habitación. Aquel bote con el líquido verde dentro era gracioso. Nunca había tenido muchos amigos. Desde pequeña todo el mundo se había metido con ella por su falta de vello y pelo y muchas veces, en momentos de tristeza y soledad, llegó a repudiarse y a darse verdadero asco. Sin embargo, desde que su señora la había acogido dándole un puesto entre sus protectoras y haberle enseñado gran cantidad de técnicas y luchas diferentes, se sentía muy querida.
Le habría gustado mucho hacer amigas de su edad o parecido en palacio. Aquellas dos jovencitas, Massen Dew y Nagore Brumm habrían sido grandes compañeras de juegos y de aventuras. Sin embargo, se quedó con las ganas pues cuando quiso darse cuenta, las dos habían volado de Brontë, por lo que únicamente se dedicaba a seguir a Tuli a todas partes.
Tuli le decía que se buscase alguna amiga, pero era demasiado tímida como para entablar conversación con cualquier chica desconocida. Ella siempre fue muy amable y dulce y la visión del resto de guerreras que quedaban no parecían de su agrado. Alehyss Lester la intimidaba, Elektra... parecía ir más a su royo. Le dio miedo estar a su altura. Había estado espiando a las chicas, en busca de alguna que pudiera o quisiera ser su amiga, pero nunca se atrevió a dar la cara con ninguna de ellas.

Sin embargo, había encontrado a una especie de gelatina que hablaba y aquello era lo más divertido que le había pasado en meses.



-Eres bastante divertida.- Dijo ella, boca abajo en cama, apoyando su cabeza en las palmas mirándole con curiosidad. Le dio un par de golpecitos al cristal.
-Eh... no hagas eso.- Rió el líquido verde.- Que me haces temblar.- Dijo con una sonrisa.
-Jajaja por cierto, mi nombre es Felhlo.- Aclaró la jovencita.
-¡Oh! Cierto, no te he dicho como me llamo.- Se excusó con una voz dulce y aguda.- Mi nombre es Miceliong, pero puedes llamarme Mii- Dijo sonriente.
-¿Miceliong? ¡Qué nombre más raro!
Ambas rieron.
-¿Quieres ser mi amiga, Mii?- Preguntó
-¿Amiga? ¡Por supuesto!- Dijo el extraño y denso líquido verde agitándose en el interior del cristal. -A partir de ahora, seremos grandes compañeras.- Digo dándole un beso al cristal desde dentro.
Felhlo, contenta, correspondió al beso y le dio un fuerte besote al cristal.

Ambas rieron.


*se quedan haciendo el mico*

Me mancho los zuecos con la sangre de Tuli mientras veo a ambas muertas. Mis labios están apretados. Aquel monstruo pudo vencer a dos de ellas él solo. Al parecer, al dividirse perdió algo de poder. O eso intuyo al menos sino esta escena no tiene sentido.
-Vatra.- La llamó.

Esta dio un par de pasos hacia delante, magullada y algo cansada.- Sí.- Dijo con la vista perdida en la habitación. Había visto más muertes de las que le habría gustado.

-Dile a Eld que venga a recoger "esto". - La he mandado a ella no por gusto ni por hacerla sufrir. Sino porque alguien le hizo el favor en el pasado de arrancarle los ojos. Desearía ahora mismo yo su cegera para no haber visto aquella masacre.

En silencio y renqueante, me voy a mis dormitorios.

Es agotador. Una gota de sudor resbala por mi rostro, desde la sien, hasta perderse en medio de mi barba. Me encuentro sentado en una butaca de piedra, salida directamente del suelo de la habitación. Cada una de las manos se aferra a los reposabrazos, que están rematados en dos esferas que coinciden perfectamente con el tamaño de mis palmas, encajando en ellas, como no podía ser de otro modo.
Cada vez que una piedra de hielo choca contra las paredes del palacio, logrando superar otra protección, la piedra se refuerza de nuevo, se repone si el muro llega a agrietarse lo más mínimo, y se mantiene igual de estable. Solo son rayos, solo es hielo y viento, solo es agua. Mientras no haya un terremoto que abra la tierra, podré soportar la estructura. No creo que, siquiera, corra verdadero peligro sin mí; como mucho los cristales o el tejado. Pero, pese a todo, he de cuidar de la estructura. Por lo que pueda pasar.

Abro los ojos y esbozo una sonrisa bajo mi espesa barba, clavando la mirada en mi compañero, sentado frente a mí.

-Esperro que esto no durre mucho, porrque voy a acabarr porr tenerr que irr al baño tarrde o temprrano -murmuro, con tono jocoso, aunque la situación actual no me deja hablar tan tranquilamente como quisiera.

La tenue luz anaranjada que iluminaba suavemente la superficie de la oscura habitación era ligeramente distorsionada por la bruma humeante del incienso. El falso silencio, adornado por la respiración suave y los sutiles gestos, junto a la temperatura templada por la presencia humana daban al lujoso dormitorio un ambiente íntimo y exclusivo.

El líder respiraba tranquilo, tumbado a lo largo del amplio colchón descansaba su cuerpo apenas cubierto hasta la cintura con las finas sábanas. Apoyado sobre su costado izquierdo, dejaba que su pelo cayese libre por su espalda y sus hombros, rozándole ligeramente el pecho, y dos de los dedos de su mano derecha acariciaban la suave piel del hombro de la caeruleus en un recorrido suave y monótono.

Su cabeza descansaba sobre su mano izquierda, con el brazo flexionado, apoyado cómodamente en la almohada, y respiraba, apenas a unos centímetros de distancia, el aroma que emanaba el cuidado cabello blanco mientras dejaba salir el aire caliente sobre la suave nuca de la mujer. Su olor le gustaba más en aquellos momentos, cuando el perfume dejaba ya los últimos retazos y el verdadero olor característico emanaba de su piel. Observaba su nuca con calma y nostalgia, recordando lo idéntica que había sido siempre aquella imagen.

Sus cuerpos compartían todavía el calor que guardaban en las zonas que mantenían unidas entre el torso de él y la espalda de ella. No le veía la cara, pero en ese momento no lo veía necesario. Adelantó su rostros con un leve movimiento y uno de sus mechones acarició el pálido hombro que estaba sosteniendo.

—Te advertí la última vez que te mantuvieras a salvo —Pronunció con voz aterciopelada y tono suave, con un implícito ápice de gravedad, haciendo alusión a su reciente regreso.