Cuartos de los líderes

Recostada finamente, me dejo cubrir por la sábana, que se acomoda a mi cuerpo, amoldándose a la forma del pecho, recorriendo el torso en diagonal, suavemente, dejando la espalda al descubierto y cubriendo de nuevo antes de que esta termina. Tranquila, parezco haberme quedado aletargada por un instante, disfrutando del silencio y de la calma, con una sonrisa perfilada en los labios, que guarda todavía el desafío acostumbrado, pretendiendo sentirse superior incluso ahora.

El contacto de los dedos de mi acompañante no me pasa desapercibido, y pese a todo no me muevo, ni respondo a este. Me mantengo inmóvil, cerrando los ojos un instante, dejando ir el aire por los labios entreabiertos, relajando el cuerpo como no he hecho en mucho tiempo, consciente de mi entorno, pero sintiéndome segura por un breve momento.
Cuando abro los ojos de nuevo contemplo la estancia. Su respiración en mi nuca, atravesando el pelo y rozándome la piel, no me causa esa sensación de malestar o presión que otros sienten. Quizás estoy ya demasiado acostumbrada a él, y no logro temerlo de la misma forma.

Cuando se acerca lo percibo a través del aire, a través de la cama y las sábanas, que se deslizan, y del sonido que producen, y en el calor de su piel que se acerca, y su cabello que me roza suavemente. Llego a sonreír cuando habla, dejando ir una leve carcajada enmascarada, y me vuelvo ligeramente: lo justo como para percibir un rastro de su figura a mi espalda.

-Ya sentía que tardabas demasiado en mostrar tu preocupación, pequeño Aren -comento, con un deje burlón en el tono tranquilo, que permanece laxo pese a todo, en este momento en el que el tiempo parece pasar con una pereza mayor a la usual-. Pero sabes que no disfruto poniéndome en peligro -. Me vuelvo un poco más, para poder alcanzar su mirada con la mía, penetrante, divertida y, más profundamente, al mirar con más atención, seria, notable-. Hay ciertas cosas que he de hacer por mí misma, lo desees o no.

Finalmente me vuelvo por completo, dejando entre ambos el espacio suficiente como para mirarlo, permaneciendo tan cerca que puedo sentir el calor que emana de todas formas. La sonrisa que luzco es menos altiva que de costumbre, como si al desvestirme me hubiese quitado también la máscara habitual y vistiese una versión reducida, más escueta, de la misma.

-No puede evitarse -digo, sin más, rozando con los dedos las puntas de los cabellos que hasta hace un instante acariciaban mi hombro, sin tocarlo a él.

La mujer no tardó mucho en responder a sus palabras, pero no dejó de mirar el inicio de su espalda y sus hombros mientras ésta comienza a girarse. Sus palabras, aunque mantenían el cinismo y jactancia habitual, no le resultaron tan impertinentes como acostumbraban, pues estaba más serio de lo que cabría esperar de él en tal momento.

—Mi preocupación tampoco es un capricho, recuerda que tengo mis propios intereses —Su gesto fue algo más severo, casi reprobatorio, mientras se acomodaba de nuevo cuando ella se dio la vuelta, pasando su vista a su cuello y finalmente a sus ojos. Aunque su actitud no era retadora ni jactanciosa, su mirada se mostraba imponente, remarcando su posición y su fuerza con seriedad adulta.

Se mantuvo en silencio mientras ella comenzaba a juguetear con su pelo y finalmente retomó la palabra.

—Deberás evitarlo en la medida de lo posible —Remarcó aquella primera palabra, marcando el tono de ordenanza. Sabía que no podía evitar que la mujer se hiciese cargo de sus peligrosos asuntos y que no las propias circunstancias la obligarían a desoír sus peticiones y órdenes. La verdadera finalidad era que lo tomase en serio por completo, depurando todos sus juegos de poder y chantaje.

Bajó la vista al pelo blanco que caía sobre las sábanas y acercó su mano para hacerlo deslizarse entre sus dedos.

—Creo recordar que todavía tienes una deuda pendiente... —Lo dejó caer con tono lo suficientemente demandante como para llevar su severidad anterior hacia el nuevo hilo que pretendía abrir, dando a entender que, de haberlo dicho a la ligera, ella no lo tomaría en serio.

La sonrisa crece suavemente, haciendo que sea difícil ver el cambio en su evolución, aunque fácil el verlo al comparar ambas expresiones. Parece que me divierta, aunque sus palabras son algo a tener en cuenta seriamente, que yo, más que nadie, debería secundar. Pero no es algo que tenga que hablar con él, ni que quiera, en este caso.

-Lo evitaré siempre que pueda -. Asiento con suavidad, abandonando sus cabellos, replegando un poco la mano sobre mi cuerpo, observando un momento las uñas con gesto perezoso, comprobando el estado del esmalte que las cubre-. Sabes que se me da bien ser evasiva cuando toca, y delegar si es necesario. No trabajo en vano -. Lo miro de nuevo, con sonrisa controlada, y extiendo el mismo brazo hacia él, recorriéndolo desde el hombro hacia abajo, apenas unos centímetros, con las uñas, suavemente-. Y valoro demasiado mi vida como para no saber conseguir ayuda en caso de que sea inevitable.

El ritmo tranquilo de la conversación, la sensación de silencio apacible, no se rompe cuando él habla, pero sí alzo ínfimamente las cejas, y un brillo especial de atención acude a mis ojos. La sonrisa no se borra, y recorro el camino inverso con las uñas, ascendiendo de nuevo con suavidad hacia la clavícula, repasándolo con aparente desinterés.

-Las deudas nunca han de olvidarse. Ni las propias ni las ajenas -me limito a decir, con un asentimiento suave, sin apartar ya los ojos de los suyos, con gesto tranquilo, pero completamente pendiente de él.

No tengo ningún motivo para jugar con cosas como esta, que me interesan. Él mismo podría quitarme lo que me ofreció si rompo el trato, y me será más necesario de lo que él mismo pueda llegar a imaginar. Pero obtener beneficios siempre implica sacrificios. Estoy dispuesta a ello.

El líder no perdía detalle de su expresión calma, de su sonrisa todavía tranquila, sabiendo que todavía no había entrado en la seriedad hacia la que él pretendía llevar la conversación. Sintió sus uñas contra la piel y llevó a ellas su mano libre, sosteniendo la de la mujer un instante para llevarla hacia su boca y rozar sus propios labios con las yemas de ella.

—Ya no es una cuestión de esperar a pedir ayuda... —Concretó, alzando la vista de la mano a sus ojos, todavía con sus manos delante de la boca. Dejó estar el comentario a medias, soltado suavemente la mano de ella apoyándola de nuevo sobre la zona que ella había elegido en un principio.

Asintió a sus últimas palabras. Ahora sí la tenía en el punto que requería. Se tomó unos segundos mirando el suave movimiento de sus cabellos ondulados entre sus dedos, apretó algunos de ellos muy suavemente entre las yemas de los dedos.

Volvió a levantar la vista hacia ella, asumiendo un suspiro. Los suspiros no resultaban fuertes ni varoniles en momentos como aquel. Alzó la mano que sujetaba sus mechones hacia su cara y acarició su quijada por ambos lados, utilizando índice y pulgar. La miró durante un rato más, unos segundos que se le alargaban más de lo habitual. Tenía la impresión de que ya nunca volvería a ver su cara de la misma forma y quería grabarla en su retina.

Soltó su rostro con un suave toque llegando al final de su mentón, con un amago de falso desdén para no darle demasiadas pistas. Desvió su vista al cuerpo de la mujer cubierto en parte por las sábanas, alzando ligeramente las cejas en una mueca de desinterés que no conseguía borrar la cierta tensión que había mantenido durante la conversación.

—Quiero que me des un hijo —La miró con el gesto más serio y adulto que recordaba desde hacía mucho.

Los segundos tranquilos transcurren sin ningún impedimento. Llego a sentirme ínfimamente conmovida por la sensación de calma que llego a experimentar, pese a la leve tensión que siempre mantengo por mi posición. Y es quizás esta calma tan inusual la que me hace bajar la guardia, aunque sea de forma tan nimia que por otros no hubiese sido perceptible. O tal vez simplemente son sus palabras, tan inusitadas, indudablemente una mentira, una broma de mal gusto, y al mismo tiempo acompañadas de ese gesto, ese tono, esa aura poderosa que las hace parecer tan ciertas...
La sonrisa se me borra, y ni siquiera soy quién para evitarlo. Durante un instante reflejo, sin quererlo, sorpresa, en los ojos, en el rostro, en el cuerpo. Mi propia aura decae un momento, y pierdo algo de presencia, que no tardo en intentar recobrar, sin el éxito deseado, debido a las circunstancias.

Me crispo un instante: los dedos, que se apartan un par de centímetros; el brazo, que se tensa; la mandíbula, que se vuelve algo rígida; la mirada, que se endurece. Tardo en hablar, solo contemplándolo, evaluando todo cuanto puedo, examinando sus ojos, su expresión, repitiendo el tono y las palabras en mi cabeza sin parpadear o hacer ningún gesto.
Y, de pronto, tras la pausa en la que la tensión aumenta, sonrío, y la sensación inestable  de alerta decae un poco, aunque ya no resulta tan tranquila como hace escasos segundos.

-¿De verdad deseas, Aren Darvenwish, gran líder de Caligo, un hijo fruto de una mujer sin pasado, de nombre falso, de unos orígenes tan mundanos como el apellido que ostenta? -inquiero, con tono ladino y una sonrisa, aunque bajo ello se esconde algo más-. ¿Qué tiene Chriselle que no haya otra que pueda servir? -continúo, y en la mirada, pese al gesto altivo, se entrevé cierta preocupación.

A ello lo sigue el silencio. Noto cómo, con suavidad, me relajo, apaciguándome, y aparto la vista de sus ojos. Me siento muy cansada de pronto, y por una vez mi gesto lo refleja y no me preocupa el esconderlo.

-Es posible que no viva tanto como para darte lo que deseas -menciono, bajando la voz y el tono, repentinamente calma.

No dejó de mirar a la mujer ante su reacción, observando como, efectivamente, aquella imagen que había guardado se disipaba sin remedio en la que parecía la misma cara. Llegó un punto en que mantenía fija su mirada en la de ella casi como prestándole un apoyo donde agarrarse tras un tropiezo. Por un momento, perdida entre el gesto que ponía y el que intentaba poner la encontró tan nítida y liberada de adornos que le resultó tan hermosa como casi no recordaba.

Cuando recuperó la sonrisa, supo que sus defensas habían empezado a reconstruirse, sin esperar menos.
Había creído que, dijese lo que dijese, se mantendría sereno y firme, pero las palabras que dijo lo hicieron  tensar más el gesto, frunciendo levemente el ceño y dando oscuridad a su mirada.

—Chriselle no vale nada, Crisentia. Es de ti de quien deseo descendencia, no de la mujer que se pavonea por Brontë en busca de comercio —Dictó, algo tajante. Miro entonces al frente de la habitación, girando la cara por su posición. —No hace falta investigar demasiado par saber que eres una caeruleus de raza, además de tener una enorme influencia y poder sobre los bajos fondos de Caligo que me permite controlar prácticamente la totalidad del continente, sin contar las dotes intelectuales y capacidades físicas que pretendo mantener en mi descendencia. Diría que no existe mujer más apta para mis intereses —Explicó con cierta frialdad, volviendo poco después a mirar a los ojos de la caeruleus, algo más severo.

Pero cuando observó su gesto junto aquellas palabras, sus ojos se crisparon en una mueca de ira y desagrado. En un gesto brusco, agarró y tiró de su muñeca hacia así, irguiéndose al momento de forma que quedó sentado, algo echado sobre ella. La otra mano se había ido a la nuca de la mujer para mantenerla en la distancia.

—¿¿Estás desobedeciendo?? ¡No es algo discutible, Crisentia! Te he dicho que te andes con cuidado y esta es la razón. Después haz lo que te plazca, pero durante un año andarás con pies de plomo y traerás al mundo a un hijo mío que pueda continuar a la cabeza de la dictadura —Su tono era más elevado, rabioso. Miraba a los ojos de la mujer con una ira tan inmediata como un estallido, pero bajo esta, conociendo su mirada, podía distinguirse una enorme aflicción. La miró un momento más en tensión y acabó por soltarla, consciente de su brusquedad. Se giró para dejar de mirarla y quedar sentado de frente.

—Si no vas a poder cuidarte sola, haré que te encierren en una torre —Añadió con desagrado, en un tono mucho más bajo y gruñón, con el cuerpo tenso.

Sus halagos no me resultan conmovedores. No obstante, los acepto sin objección, sin sorpresa. Supongo que por muchos años de esa falsa enemistad que hayamos tenido, realmente ambos supimos siempre la mayor parte de los pensamientos del otro. El orgullo impide que reconozcamos lo que no deseamos admitir, o que nos disculpemos por los errores, pero desvestidos de esa arrogancia innecesaria no hay inconveniente en admitir lo que los dos sabemos.

Su arranque de violencia no me hace tensarme. Le sostengo la mirada, seria, sin reaccionar con miedo, aunque en mi cuerpo quieran dispararse todas las alertas. Solo la calma me dará escapatoria, y eso es algo que he aprendido a controlar hace tiempo. Por mucho que tema, una no debe mostrarlo cuando sea innecesario, pues será su perdición.
Incluso con él he de controlarme de esa forma.

Por mucho que grite no lo entiende. Podrá llevarme a la torre más alta y distante, protegida por todos aquellos más aptos para ello, ailada de nada más, y pese a todo moriría igual que estando aquí o en cualquier otra parte. Más incluso, pues desde un lugar como ese no podría poner solución al gran problema que me acecha, quitándome el sueño.

Retiro la mano con suma suavidad cuando me suelta, completamente seria, acomodándome, mirándolo sin reparos. Tengo un rastro frío en los ojos, controlador, gélido.
Somos tan distintos, Aren. Siempre hemos sido tan parecidos, pero tan distintos.

-Te daré lo que deseas porque es el trato que hicimos -concedo, con un asentimiento inexpresivo-. Pero seré libre de seguir actuando por mi cuenta. No soy estúpida, no pondré en peligro su vida, dado que tanto la necesitas y deseas -. Puedo llegar a vislumbrar un ligero reproche al final de mis palabras, tan leve que no parece consciente-. Y puede que llegue a necesitar cooperación tuya para agilizar los asuntos que me llevo entre manos. Si lo soluciono tendrás lo que quieres sin inconveniente.

Lo observo, completamente serena.

El silencio lo ayudó a relajarse de nuevo, consciente de su reacción y de que ella no respondería a esas provocaciones, porque nunca lo hacía; era lo inteligente. Pero había pensado que lo haría y que respondería y reprocharía y le pondría más impedimentos absurdos e innecesarios y entonces habrían vuelto rápidamente a lo de siempre: las continuas discusiones por orgullo y poderío que indicaban, simplemente, que nada pasaba.

Cuando ella habló el sintió un aguijonazo momentáneo que dejó paso a la tranquilidad. A fin de cuentas había logrado lo que quería y si ella daba su palabra -más tratándose de lo pactado, como el lo había propuesto- no le cabía duda de que decía la verdad.

Giró ligeramente la cara, buscando la de ella pero sin llegar a verla más que por el rabillo del ojo.

—Contarás con ella. Ahora tengo intereses demasiado importantes y no quiero que tus asuntos los echen a perder —Añadió, áspero y más taciturno, pero recuperando ya su actitud inicial.

Se giró hacia ella y la miró serio nuevamente, encontrándose con lo que había temido en un principio. Había algo sobre ella que se escapaba a sus capacidades y tal impotencia le resultaba insultante. Tomó aire y se calmó todavía más. Las cartas estaban ya sobre la mesa.

Se acercó de nuevo a ella y le acarició la mejilla con su amplia mano.

—Tenemos un trato —Sentenció casi en un susurro, declarando una condena mutua. Se acercó entonces para besarla con calma y la pasión lo dejó sobreponerse a ella para volver a tenderla en la cama.

*fin*

Entorno los ojos un momento, mirando por la ventana, seria. Ya queda poco, pero no estoy contenta. No necesito que lleguen hasta la puerta para darme cuenta de que no lo estoy. De que no lo estaré.
Me vuelvo abruptamente, molesta, arrugando el gesto con desagrado y me desaparezco, apareciendo unos cuantos metros a la derecha, junto al escritorio. Con un simple gesto hago que un papel, de varios que hay sobre un montón, se alcé y mantenga a flote ante mí. Lo contemplo, aunque a primera vista no tiene nada escrito, como si leyese un mensaje en él. Inmediatamente después, sin moverme, vuelvo a desvanecerme, y reaparezco junto a la chimenea, apagada, con algunos restos de brasas humeantes, oscuros ya.

Arrugo el papel con desdén, echándolo a la chimenea. Con un movimiento de mano hago emerger unas llamas negras de esta, que lo consumen marchitándolo, pero sin expulsar humo. No es combustión, al fin y al cabo, aunque lo parezca.

Queda muy poco. Por suerte, hay otras formas, pero estoy arriesgándome demasiado. No puedo esperar mucho más. Ya es hora de moverse. La siguiente señal será mandada enseguida.

Tengo demasiados frentes abiertos. No puedo descuidarme porque uno de ellos sea más importante. De hecho, el claritas...

Me desaparezco definitivamente de la estancia. Será mejor que yo misma busque unas cuantas respuestas. Sé perfectamente a quién debo preguntar y dónde encontrarlo.