Sala de entrenamiento

Llegamos corriendo. Ella tira de mí, y no llego a oponer resistencia en ningún momento. Cuando veo la puerta siento una ligera opresión en la garganta, pero ella entra sin ningún problema y me arrastra dentro. Con cierto aire confuso y la respiración algo agitada, contemplo, quieta, cómo coloca cosas por la sala, sin dejar de moverse ni un instante. La sigo con la mirada, cargada de confusión, y pronto me veo arrastrada de nuevo por ella, que se enfrenta sola a unos muñecos como si se tratase de adversarios reales, de enemigos.

Oculta tras su pervatia, algo despeinada, la observo. Finalmente trago saliva y consigo el aire para hablar, algo contrariada.

-Yo... Yo no tengo forma de atacar desde lejos -explico, enarcando suavemente las cejas, casi con decepción.

Me asomo un momento, contemplando el muñeco desde mi posición, oculta tras el pervatia, y bajo la vista de nuevo, pensativa. Busco entonces por la sala, con cierta desesperación en la mirada, comenzando a reflejar cierto decaimiento en los músculos de la cara cuando veo la guadaña que ella tomó antes. No está tan lejos.
Extiendo una mano algo temblorosa hacia ella.

-Sakröm-murmuro, sin demasiado convencimiento.

La guadaña hace un amago de moverse tan seguro como mis palabras, deslizándose ligeramente hacia mí, casi imperceptible.

Bajo la vista un momento, pero al segundo siguiente ella se apoya sobre mí, alentándome. Inspiro profundamente y dirijo una nueva mirada hacia la guadaña, sin demasiada determinación. Sin embargo, acabo por fruncir levemente el ceño.

-Säkrom -repito, esta vez más alto, con más fuerza. En respuesta, la guadaña reacciona, y se acerca a ras de suelo, soltando un leve chirrido mientras se arrastra más rápido cuanto más cerca se encuentra. Finalmente logro rozarla con los dedos, y entonces la tomo por el mango y dejo ir un suspiro cargado de alivio. Enseguida miro a la señorita Ayne, con una sonrisa tímida, algo desorientada-. ¿Y ahora qué? -inquiero, asiendo torpemente el arma.

Pestañeo con cierto pudor, y pronto soy arrastrada de nuevo. Una vez más, no opongo resistencia. Me dejo llevar hasta que me encuentro frente al muñeco inerte, de madera. Entonces, de nuevo, me mantengo inmóvil por un momento, alternando la vista entre el arma y el muñeco, sin demasiada seguridad. Acabo por deslizar la mano hacia arriba, hacia el filo metálico de la guadaña, hasta que mis dedos índice y corazón lo rozan, y entonces simplemente apoyo la punta del arma sobre la madera del muñeco.

-Chrysantae.

Como resultado, tras el chispazo, un cierto olor a quemado, pero no mucho más, por supuesto. Dedico una sonrisa a Ayne, encogiéndome suavemente de hombros.

-La madera no conduce la electricidad -comento, dejando ir una risa algo tensa-. Aunque he de admitir que no soy demasiado intrépida -añado, mirando de nuevo el objeto que llevo en la mano.

Vuelvo a asirla por el mango y lanzo un golpe al muñeco, como si fuese un martillazo, de forma que la punta se hunde donde estaría la cabeza. No puedo evitar un sutil escalofrío.

-Si fuese una persona, creo que no sería capaz -murmuro, tirando un poco hasta arrancarla de nuevo.

Sacudo un poco el vestido con la mano libre. Se ha arrugado un poco con el ajetreo, pero no hay demasiada solución aquí. Termino por dejarlo estar. Amago un par de cortes al aire, entonces, sin mucha intensidad, imitando movimientos que creo haber visto en algún sitio, aunque con un arma distinta. Trato de emularlos, pero el resultado es más torpe que el recuerdo.

Me detengo cuando se dirige a mí, y le dedico una sonrisa suave. Resulta algo extraña, como un poco forzada, de alguna forma.

-Tengo motivos para ello -respondo con suavidad, acomodándome las gafas-. Es difícil de explicar...

Me encojo de hombros un instante. Luego, con pasos cuidados, me acerco a donde guardan las armas para dejar ahí la guadaña. Me vuelvo de nuevo hacia la sala, contemplándola.

-Te ayudaré a recoger esto -propongo, acercándome al primero de los muñecos-. No he dormido mucho esta noche, y no rendiré a estas horas. Pero a partir de ahora entrenaré -aseguro, dedicándole una sonrisa más dulce de lo acostumbrado-. Muchas gracias, señorita Ayne.

Llevo el muñeco a su sitio y vuelvo junto a mi compañera, a por otro. De pronto alzo las cejas, ensanchando un poco la sonrisa. Me vuelvo hacia ella, risueña.

-Por cierto. Te haré una armadura de cuero -ofrezco. Más bien, por el tono, informo-. Tengo algún encargo antes, pero luego irá la tuya -indico, con bastante seguridad, antes de seguir recogiendo.