Sala de entrenamiento

Lluvia notó cómo se le humedecieron los ojos y cómo su labio inferior empezó a temblar, así que bajó la cabeza. No quería llorar, ni que el claritas la viese llorar, pero poco podía hacer para evitarlo. Siempre que algo la apenaba, por pequeño que fuese, acababa llorando, por mucho que quisiese mantenerse estoica. Sus padres le habían dicho varias veces que tenía que llorar menos y ser más seria, pero era incapaz de hacerlo.

—Pero sí que sirves, seguro que sirves... —murmuró, llorosa. Sorbió—. Y yo no quiero que te vayas.

¡Tenían que hacer muchas cosas! No habían tirado con arco juntos, ni habían dado un paseo juntos, ni había hecho aquel banquete. ¡No podía irse!

Se me cae el alma a los pies. Ver sus ojos brillantes... ¡Oh, Jun! ¡¿Qué has hecho?! No solo no sirvo de nada, sino que hago llorar al fuerte ejército de Brontë... Soy una calamidad...

Me acerco nervioso a Lluvia. Primero pienso en abrazarla, pero no me atrevo, así que decido poner las manos sobre sus hombros, pero tampoco... ¿Toma su man...? No, desde luego no...
Doy unas palmaditas en su espalda con rostro apenado. Lo cierto es que me está partiendo en dos... Casi...

Enseguida lo noto. Mis ojos se humedecen un poco también. No... No soporto verla llorar... Si es que soy como un crío...
Sorbo.

Lluvia, al notar las palmaditas de Jun en su espalda, no se sintió más animada, sino todo lo contrario, pero intentó que no se le notase. Tragó saliva, llorando, y parpadeó varias veces, intentando parar las lágrimas. Luego se pasó la mano izquierda por los ojos, intentando limpiar las pruebas de su lloriqueo, pero las lágrimas no tardaron en volver a recorrer sus mejillas.

Al principio lloraba en silencio, pero cuando vio los ojos húmedos de Jun, gimió. Y entonces el llanto, hasta entonces silencioso, cobró sonido, y ya no se preocupó porque la gente la viese llorar o no.

—Pero... pero... —balbuceó.

... Soy un inepto...
Quiero consolarla, pero... ¡OH! Jun no puede hablar. No pueden salir de mi boca palabras que calmen lo que he provocado. Y, por si fuera poco, también de mis ojos caen algunas lágrimas.
Finalmente, me atrevo. Abrazo a la aether con fuerza para tratar de ver si así deja de llorar... Que me estoy sintiendo cada vez más culpable. No esperaba que nadie se sintiese mal por mi partida, pero llorar...

Me siento algo torpe al abrazarla. Además, como tiene esas alas no sé bien por qué parte de la espalda... Así que... Finalmente opto por la cintura. Pero por nada de meter mano, eh... Es que arriba están las alas.

Lluvia se sorprendió cuando el claritas la abrazó, pero no paró de llorar. Se sentía muy triste. No imaginaba que la noticia la entristecería tanto, pero lo había hecho. Suponía que era porque no se lo esperaba, aunque también influía el hecho de que conociese a tan poca gente. Hacía mucho que no veía a su maestro y a Fier, y no había vuelto a ver a Massen desde el primer día, así que, de alguna forma, aquello la asustaba. ¿Por qué se iba todo el mundo? ¿Por qué no se encontraba con nadie? No lo entendía. Como tampoco entendía por qué ella tenía que quedarse; por qué ella no podía irse, como el resto.

En otra ocasión, probablemente se hubiese sonrojado al notar las manos del claritas en su cintura, pero ahora sólo lloraba.

El corazón comienza a latirme muy muy fuerte. Y no de nada raro... Es que estoy muy nervioso porque no deja de llorar. Ni con un abrazo. Aunque lo doy por normal... ¿Quién soy yo para consolar a una guerrera de Brontë? Pero no sé qué más hacer, porque no puedo decir palabras tranquilizadoras...

Pienso, pienso, pienso...

La suelto y me froto los ojos con la manga, secándolos. Nervioso, borro lo que pone en mi tabla y escribo. Muestro el texto a Lluvia, esperando que lo vea y que... Sirva. Que sirva de algo.
Ojalá.

Dibujo una tímida sonrisa en mis labios.

Lluvia alzó la vista cuando el claritas la soltó, ligeramente desorientada. El abrazo la había calmado un poco, pero todavía lloraba y no le hubiese importado que la siguiesen abrazando. Observó al muchacho, todavía con los ojos húmedos, y leyó lo que escribió en la pizarra.

Parpadeó un par de veces, como si le costase entender el mensaje. Poco después, no obstante, curvó ligeramente los labios. Todavía tenía las mejillas mojadas y respiraba agolpadamente, pero sonreía. Un poco, pero lo hacía.

Miró al claritas.

Ensancho la sonrisa, aliviado. Ha funcionado... No puedo ni creérmelo. Para que luego digan... Y sin hablar, que es más de lo que muchos pueden decir en libros. Quizás deba escribir yo uno.

Borro la palabra escrita en mi pizarra y tomo la tiza de nuevo.

"No merece la pena llorar."

La miro. Me ruborizo. ¿De qué demonios voy tomándome esas confianzas con una poderosa guerrera?

"Seguro que podemos vernos alguna otra vez."

Lo dudo, pero... Para cuando ella lo sepa, si llora, al menos no estaré ahí para ser inútil...
Oh, Jun... Eso es un pensamiento totalmente egoísta por tu parte.

Lluvia se enjugó las lágrimas cuando el claritas sonrió y tomó aire. Lentamente, se fue tranquilizando, y al cabo de unos segundos, su respiración volvió a la normalidad.

—Lo siento... —murmuró, bajando la vista, sonrojada.

Había hecho el ridículo. Había llorado como una niña pequeña y ahora se avergonzaba de sí misma. ¡Si sus padres la viesen! Seguro que le reñían. Llorar como una cría delante de alguien a quien sólo había visto dos veces... ¡Menuda falta de seriedad!

—¿Seguro que nos veremos otra vez? —preguntó, volviendo a mirar al claritas. No sabía muy bien cómo, porque, básicamente, apenas se conocían. ¿Cómo estaba tan seguro de aquello el muchacho?

Niego, manteniendo mi sonrisa. ¿Cómo va a disculparse por llorar? También yo he llorado... Y fue todo por mi culpa. En todo caso, yo debería disculparme. Siempre causo problemas.

"Sí tú quieres, nos veremos", le muestro, frunciendo repentinamente el ceño y asintiendo seguro. Espero que no sea una mentira, porque yo no quiero mentir...

¿Estará realmente triste por mi partida? Apenas me conoce... ¿Estaría triste alguien más si lo supiera?
Aunque Chi Yeon lo dejó claro...

Lluvia asintió, decidida.

—Claro que quiero. —Lo miró a los ojos. De pronto, sonrió—. Me debes unas clases de tiro con arco...

Ensanchó la sonrisa. Todavía estaba un poco triste porque se iba, pero ya se había calmado y no tenía pensado llorar más.

Recogió el arco del suelo, que se había caído cuando había empezado a llorar. Luego, dio un par de pasos y se acercó al claritas.

—Puedes darme tu dirección. Si quieres, claro. —Lo miró a los ojos—. Te enviaré cartas.

Sonrío. No puedo evitarlo. ¡Es la primera vez que alguien quiere verme fuera de la torre! Al menos, la primera vez que lo expresa. Asiento efusivo, contento.

"La clase cuando quieras." escribo veloz, emocionado. Aunque, ¿qué podré enseñarle yo a ella? Más bien, debería ser al revés. No soy ningún experto.

Cuando ella recoge el arco creo que va a decirme que ahora mismo, pero en lugar de eso me pide mi dirección. ¿Me permitirá el abuelo dársela? No lo tengo claro.

"Te escribiré en cuanto llegue.", escribo, asintiendo tras mostrarle el mensaje, asegurándole que lo cumpliré.
De hecho, debería escribir a todos al llegar. Eso sería muy educado por mi parte.

Lluvia negó con la cabeza. Ya que la clase la iba a dar él, qué menos que él pusiese la fecha. Además, era él el que se iba, el que seguro que tenía que despedirse de mucha gente. Ella, por su parte, apenas estaba ocupada: o paseaba por Palacio o leía. No tenía otras obligaciones.

—No, no. Cuando tú quieras.

Le sonrió, y apretó con fuerza la madera del arco, emocionada, contenta. Le hacía ilusión que fuese a intentar sacar tiempo para darle una clase.

—Y yo te responderé cuando llegue la carta —respondió, ensanchando la sonrisa. Aquella sería la primera vez que se carteaba con un amigo. Se preguntó qué dirían sus padres. Seguro que se opondrían, porque apenas conocía al muchacho, pero le dio igual. No tenían que enterarse.

Asiento, contento. Estará bien tener algo que hacer en la torre además de leer y escuchar al abuelo, para variar. Quizás eso fuera lo que le faltaba a mi aburrida vida. Seguro que de ese modo no me sentiré tan mal, aunque tenga que irme de este sitio.

Un bostezo asoma a mis labios. Al cerrarse mi boca esbozo una sonrisa avergonzada. Normal que la gente crea que soy un niño pequeño.

"¿Te parece bien mañana?"

La miro, curioso. Tengo más personas de las que despedirme, pero espero tener un momento...

Lluvia asintió enérgicamente. ¡Claro que estaba bien! Mañana no tenía pensado hacer nada (aparte de volver a intentar tirar con el arco), así que era perfecto.

—¡Claro! Me parece perfecto. —Sonrió ampliamente, ilusionada—. ¿A qué hora quedamos? ¿Quedamos aquí? ¿O en otro sitio? Tú dime dónde y a qué hora y allí estaré, preparada.

Clavó sus ojos en los del claritas, curiosa.

Pienso un rato. Lo cierto es que no sé si estaré ocupado o no. Finalmente me encojo de hombros y escribo:

"Mañana te lo haré saber."

Un nuevo bostezo.

Sería incómodo tenerla esperando para luego no aparecer. Ya la he hecho llorar hoy. No quiero que se sienta peor mañana, sola.

La miro interrogante. ¿Le parecerá bien?

Lluvia asintió, conforme.

—De acuerdo.

Bien pensado, seguro que el claritas tenía muchas cosas pendientes, así que era normal que no supiese qué hora exacta tendría libre. Las cosas importantes solían alargarse y todo eso. Lo entendía.

Como Jun parecía tener bastante sueño y ella empezaba a encontrarse algo cansada, ambos decidieron que lo mejor sería irse a descansar.

*se van*

Fdr. cutreiro.

Entro en la sala de entrenamiento y me siento en el suelo, apoyando la espalda contra la pared. No sé si a Lluvia le habrá llegado mi aviso, la verdad. De todos modos, no tenía nada que hacer ahora mismo, por lo que no me importa esperar un rato.

Me dedico a observar algunas armas desde mi cómoda posición. Las espadas siguen estando chulas, pero hay una lanza que tiene una pinta muy chula...
Esbozo una sonrisa y me pongo en pie, acercándome a la lanza y tomándola entre las manos. La meneo un poco en el aire. La verdad es que parece poco manejable.

*se queda*

Lluvia recibió el aviso de Jun cuando estaba cenando. Apurada, terminó lo que había pedido y salió corriendo del comedor, en dirección a los dormitorios. No quería hacer esperar al claritas. ¡Era lo que faltaba! Aún por encima que le dedicaba unos minutos de sus últimos días en Palacio...

Al llegar al cuarto de las chicas, abrió su baúl y sacó su arco y el carcaj. Luego, con la misma velocidad con la que se había ido del comedor, abandonó el lugar, dejando el baúl abierto y un montón de ropa encima de la cama. Ya la recogería más tarde.

Atravesó los pasillos con rapidez, a pesar de que se cayó un par de veces y de que tropezó otras tantas, y, cuando llegó a la sala de entrenamiento, se detuvo antes de entrar, jadeante. Después de recuperar el aliento, cosa que le llevó bastante tiempo (no estaba acostumbrada a correr tanto), abrió la puerta y entró, sonriente.

Una sensación de deja vu la invadió cuando vio al claritas con la lanza. Sin poder evitarlo, la aether chilló.

—¡Su... Suelta eso!

El repentino abrir y cerrarse de la puerta, sumado a la expresión y las palabras de Lluvia hicieron que soltase repentinamente la lanza, cayendo esta al suelo... ¡Y vaya susto me da! Cae de punta entre mis pies y choca metálicamente contra el suelo.

Jadeante, tembloroso, miro a la aether. Me esfuerzo por sonreír y me alejo un paso del arma, alzando ambas cejas. Qué miedo... Entonces alzo la mano y la saludo. Veo que ha traído su arco.

Por suerte no ha pasado nada.

Lluvia se cubrió el rostro con los brazos cuando la lanza cayó al suelo y ahogó un gritito, asustada. Lentamente, entreabrió los ojos y observó por encima de sus brazos qué había pasado, esperando que la respuesta fuese nada. Para su alivio, la lanza sólo se había caído, y Jun tenía todas sus extremidades en su sitio. Suspiró.

—Jolín... —se quejó, observando al claritas. Dio un par de pasos hacia él e hizo un mohín—. Deberías dejar de coger esas cosas tan peligrosas y malas y feas.

Observó de reojo la lanza. Qué miedo.

Me encojo de hombros, esbozando unas pequeña sonrisa traviesa. La verdad es que para ser una guerrera, no da mucho el pego. Casi... Casi es peor que yo, y eso es mucho decir. Siempre tengo miedo cuando es de noche y estoy solo, o cuando escucho ruidos raros.
Escribo en la pizarra.

"Son chulas."

Lo cierto es que si fuese un guerrero me gustaría tener un arma genial como esas... Solo de imaginarme con una gran espada, una lanza... ¡O un hacha! Las hachas... Son más de parvus, creo. Mejor una lanza.

Lluvia frunció el ceño y negó con la cabeza, horrorizada. ¿Chulas? ¿Dónde eran chulas? ¡Si parecían estacas enormes! No podían ser chulas. Las estacas, donde se clavaban cosas, no eran guays, y una lanza, que servía para atravesar a la gente, tampoco. Eran mejores que las espadas, pero seguían siendo espeluznantes y horrorosas.

—No lo son. —Miró de soslayo el arma—. Son feas. Y peligrosas. Y malas. Y horribles también. Especialmente horribles.

Se imaginaba aquella lanza llena de sangre y de restos de carne, y con un cuerpo clavado en la punta, y la imagen le ponía los pelos de punta. ¡Aquella sí debía ser una muerte horrible!

—Muy feas...

Me encojo de hombros, pero no borro la sonrisa. Desde luego, sí que es gracioso de ver cómo una persona que está en Brontë tiene esa imagen de las armas. Con lo impresionante que es ver a dos personas enfrentarse... Aunque, claro... Yo con un arma sería patético, más bien.

"¿Los arcos no?"

La miro, curioso. Quizás lo que la asusta es tener las manos ocupadas, o algo así... Si es arquera tiene sentido.

Lluvia boqueó, sin saber bien qué decir. ¿Los arcos? Nunca se lo había planteado, pero ahora que el claritas lo mencionaba, también le veía una parte mala a su arma. Los arcos no eran tan espantosos como las espadas o las lanzas, pero tenían su parte horrible. Como toda arma, servía para matar, y aquello era espeluznante. Además, las flechas servían para atravesar la carne, al igual que la punta de la lanza, así que en eso se parecían. Sin embargo, a diferencia de las espadas o las lanzas, los arcos se usaban desde la distancia, así que no eran tan directos: no te manchabas las manos de sangre, no se llenaba el arco de restos humanos, ni veías la cara de tu enemigo si no querías verla. O al menos eso pensaba ella.

—También, pero menos.

Sonrió, satisfecha con su respuesta. Luego miró al claritas.