Sala de entrenamiento

Cuando quiero darme cuenta, me ha entrado y golpeado. La sorpresa del ataque, para el que no estaba preparada, me hace incluso trastabillar un poco. Dejo pasar un segundo para volver en mí, sintiendo la repentina inyección de adrenalina, jadeando un instante, apretando el shinai con las manos.

Estoy harta. Harta de mí. ¡ESTOY HASTA LOS PUTOS OVARIOS DE TI, FRIKKA!

Me vuelvo, serena, tras recuperar la compostura. Clavo los ojos en los suyos, visibles a través de las rejillas. Siento cómo he cambiado. me he concentrado. Él me ha hecho concentrarme. Papá me enseñó que a veces hay que hacerlo.

Noto cómo mis pies se deslizan por el suelo. Antes de que las puntas de nuestros shinais se crucen, dejo ir un grito amenazante, conteniendo el aire, tensando el diafragma.

No tengo miedo.

Me siento atacar con inusual fiereza, lanzándome contra su cráneo. Si no se aparta, chocaré o me lo llevare por delante. No me importa. Si alza los brazos, iré a por su costado. Sé que no es lo correcto, que yo debería ser más defensiva por mi constitución, pero estoy deseando golpearlo y echarlo todo fuera.

Sea como sea, recuperaré la distancia en cuanto tenga ocasión, volviéndome a lanzar de nuevo si me lo permiten las circunstancias.

Pronto me veo bloqueada. Sí, muy bien. Eres rápido, ágil, fuerte y sexy que te cagas. Quiero decir que eres bueno luchando. Sí. Pero no es la primera vez en mi vida que me bloquean. No soy tan novata. Y por algo hay que entrar con el cuerpo hacia delante, ¿no?
Choco, pero no pierdo el equilibrio. Eso me pasaba los primeros años, cuando tenía catorce, por ejemplo. Nunca fui de entrenar muy en serio, pero ya no cometo ese tipo de errores a la primera. O me habría quedado en casa chupándome el dedo.
De hecho, aprovecho el impacto para presionar contra él y saltar hacia atrás, abriendo enseguida un espacio defensivo entre nosotros.

Si hay algo que he heredado de los piscis, Gerry, es que soy escurridiza como un puto pescado. No me voy a dejar dar tan fácilmente.

Aguardo, en guardia, inmóvil.

El ataque incesante me obliga a mantener la cabeza serena. Hace ciertas cosas que ni siquiera sé cómo se llaman, pero, incluso recibiendo más golpes de los que he podido contar, creo que no he salido mal parada del todo. He esquivado y evitado gran parte de sus ataques, e incluso le he encajado un par que no han estado mal. Aunque de haber sido espadas de verdad llevaría ya un largo rato muerta.

Lo malo de todo esto es mi respiración. Todavía aguanto algo más, pero necesito recobrarme. Y por eso no voy tras él cuando se aparta, aunque quizás eso me diese unos puntos extra de arrojo. Necesito respirar.
Empiezo a sonar un poco forzada. Y eso que he mejorado bastante desde que llegué. Quizás deberé ir a nadar un poco...

Cuando esconde su arma reacciono alzando la mía, llevándola al hombro derecho y retrocediendo la derecha, ganando medio paso de distancia.
¿Qué pretende? Ya sé cuánto mide su hoja. Haberlo pensado antes.

Dejo ir la voz, amenazante, más aguda que antes debido al cansancio. Aguardo, cuidadosa, dejando que exista esa especie de tensión entra ambos. Está demasiado atento como para atacar sin más. Pero si lo hace a lo loco retrocederé medio paso, evitándolo, y me lanzaré a por su cabeza. Tengo ventaja de distancia. Estoy lejos para que ataque sin arriesgarse.

Caigo como una gilipollas. Eso es lo que me da tiempo a pensar antes de que me ensarte.
Luego siento que dejo de respirar. Me noto caer hacia atrás, volar un instante, y derrumbarme. En una ocasión normal solo me levantaría. No ha sido para tanto. No ha sido como para no levantarse.
Pero no puedo respirar.

Boqueo, tomando cada bocanada muy espaciada de las siguientes, de forma ruidosa. Duele. Ya me costaba hace un rato, pero ahora...

Angustiada, me siento sobre los cuartos traseros, arrancándome casi literalmente el mende la cabeza, tirándolo a un lado. Eso me permite más oxígeno, pero todavía me ahogo, y eso es lo peor que me puede pasar.

Estoy mareada.
Procuro sacar pecho, abriendo lo máximo posible las vías respiratorias. Las necesito al máximo.

Por suerte, no es mi primera vez en esto. Pero Gerald... Eres un puto bruto.

Poco a poco, mi respiración se calma, aunque sigue ese sonido sibilino a asma... Para mí suena a asma, sin más. Incluso ignoro el dolor y los moratones, centrada solo en respirar. Pronto me da el ataque de tos, que es de lo más jodidamente horrible de esto. Tos, mareo, debilidad y esa respiración extraña y cansina...

Y pese a todo siento la mano de Gerald en mi pecho. Es fácil, ¿verdad? Es fácil equilibrar mi cuerpo teniendo tan poca grasa en las tetas. Nada estorba.

Toso un rato más, sintiendo cómo se me desgarra la garganta y la cabeza parece liviana. Finalmente se va calmando todo. Tengo los ojos llenos de lágrimas de intentar respirar, sin éxito.

Va mejor...

Con un gesto rudo, lo aparto de mí, poniéndome de pie, tratando de recuperar la entereza.
Cabrón de mierda. ¿A qué vino ese golpe? De haberlo sabido, hubiese bajado el shinai en horizontal, a ver si te rompías los huevos tú solo.

Evitando mirarlo, me acerco a por mi katana, recogiéndola, quedándomela en la mano. Estará contento, por lo menos. Ya he entrenado. Ya me ha humillado, como quería.

Eso, eso. Ven a tocar más los huevos. Ya me cuesta bastante mantener en los ojos las putas lágrimas de la tos. Y unas pocas de humillación, admito.

Me froto los ojos y recupero el ceño fruncido, volviéndome y pasando de largo, evitando mirarlo directamente a la cara de nuevo, tosiendo un par de veces. Recojo el men y mi shinai. Qué falta de respeto tirándolos ahí.

-¿Para qué iba a decírtelo? -gruño, fría-. No creí que fueras a intentar matarme.

No digo nada hasta que viene hacia mí y me agarra por el brazo, obligándome a mirarlo. Acto que realizo con sumo desprecio, por supuesto. Aprieto los dientes con furia, antes de hablar.
No soy una jodida niña. No soy débil.

Soy una mujer.
Soy una guerrera.
No tienes que protegerme.
Estoy...

-En ese caso, olvídalo. Seré así toda la vida -. Me zafo de su agarre con un gesto violento, pero esta vez no me marcho; lo encaro. Y eso que sigo teniendo los ojos algo brillantes-. No pienso permitir que nadie se burle de mí ni me menosprecie por nada. Piensa en mí como en alguien jodidamente sano.

Su primera pregunta me hace apretar la mandíbula un instante, obligándome a apartar la mirada por un momento. Es que de solo pensar cómo empezó todo esto me siento tan gilipollas que me cago en...
A estas alturas es más digno largarme sin decir nada que ponerme a explicar cosas que yo no quiero decir y él no quiere oír. Ambos estamos de acuerdo en que eso no ha pasado y no existe, de modo que por lo menos debería inventarme otra cosa.

¿La regla? No, eso sí sería ridículo.

-Tampoco era mi mejor día -respondo, bajando ligeramente el tono, tratando de relajarme.

No es mi mejor racha. Y al mismo tiempo, de algún modo...

Contengo un suspiro. De hecho, reafirmo mi fruncido de ceño. Vale, me siento algo mejor, pero no por eso voy a ponerme a sonreír y a hacer el mono como si aquí no hubiese pasado nada. Soy una jodida rencorosa de cojones, y de jodida poco. Para jodido él, coño.

Le choco la mano con desgana, sin disimular el mal humor. Asiento un par de veces.
¿Qué le voy a hacer yo? Si no sé cuál de los dos es más imbécil...

-Socios, colegas y todas esas mierdas, sí- murmuro, agitando una mano delante de la nariz, quitándole importancia.

Desear volverme una chica frágil, apoyarme sobre él un instante y cerrar los ojos antes de irme a darme una ducha es lo que me hace débil de mente. Por suerte, no soy débil de acciones.

Todo un poco más, de forma más calma, y comienzo a quitarme el resto de la armadura.

Mientras él guarda las cosas yo hago lo propio, silenciosa. Al final tanto entrenar a escondidas no ha servido para una puta mierda. De haberlo sabido no hubiese movido un dedo. Así, al menos, el resultado del entrenamiento no sería este mal cuerpo. Quizás me hubiese cansado antes de llegar al golpe final.
Ojalá.
Aunque era imprevisible.

Una vez termino y me habla, me encojo de hombros, sin esforzarme por sonreír, pero sin dejar el ceño fruncido. Un punto medio. Ni para él ni para mí.
Estoy algo cansada.

-Antes quiero ducharme -mascullo, estirándome.

Tengo la sensación infantil de que no querré volver a entrenar con él nunca más.

*se van*

Vengo a hacer algo de ejercicio. Es cierto que no puedo moverme como me gustaría, pero como no mueva las partes del cuerpo que sí puedo mover luego me voy a sentir más floja que cuando estuve en las mazmorras. Así pues, decido utilizar un poco las pesas para mantenerme a punto, aunque no soy muy de ese tipo de esfuerzos.
Me siento. Primero caliento los brazos, un buen rato: hombros, codos y muñecas. El músculo tiene que estar caliente para evitar ninguna lesión. No quiero más problemas. Luego tomo un par de pesas pequeñas, de cinco kilos nada más, e inicio una serie de ejercicios de repetición. Las tomo y las alzo, flexionando el codo, llevándolas al bíceps. Tras estar satisfecha con ese ejercicio, con las pesas sujetas, alzo los brazos extendidos, con los dorsos de las manos hacia arriba, dejando los brazos en cruz unos segundos y bajando de nuevo, sin hacer ningún gesto violento.
Cuando siento que los brazos están suficientemente ejercitados por hoy, paso a la pierna sana, poniendo una pesa sobre el tobillo. Aprovecho que he estado practicando el sakröm y lo uso para mantenerla fija. Luego hago varios ejercicios con la pierna, estirándola desde la rodilla primero y luego alzándola entera, desde la cadera.

Al finalizar todo estiro las tres extremmidades con eficacia. Luego recupero las muletas y abandono la sala.

*se va*

Corbin, animado por la idea del mal tiempo, había probado a entrenar fuera, pero había acabado por concluir que no era buena idea. Una cosa era entrenarse contra las adversidades, y otra muy distinta intentar matarse. Y aquel granizo que caía con tanta fuerza, sumado a las lluvias crecientes, en viento y los rayos cada vez más cercanos no parecía dispuesto a dar otras posibilidades.

Probaría a salir si la situación fuera se volvía más estable.

Por el momento, se dedicó a lo de siempre, escogiendo, aquella noche, la sala de entrenamiento. Comenzó por el calentamiento, como siempre. Siguiendo unos movimientos perfectamente aprendidos y perfeccionados con el tiempo, sin ocasión para olvidarlos. Articulación por articulación, fue poniéndose en marcha. Tras dar varias vueltas por la sala con diversos ejercicios de calentamiento, comenzó el entrenamiento en sí.

Corbin ya había recuperado su visión, sin demasiados estragos. Sus ojos aún estaban un poco sensibles, pero en su máximo rendimiento. Y, tras su última experiencia, el claritas decidió que le vendría bien rodearse de ebrain aitchbrëa a la hora de pelear y acostumbrarse a ello. Conjuró, pues, un primer hechizo, y se dedicó a practicar movimientos básicos de combate, principalmente con los puños, pero alternando también con las piernas, preocupándose de mantener el hechizo rodeándolo. Tenía varios objetivos a los que golpear, y los iba alternando en cada nuevo movimiento.

No se detuvo hasta haber dejado "fuera de combate" a todos aquellos supuestos oponentes que lo rodeaban, sin dar ni un momento para que la luz fuera menos brillante en la sala. Llegó, incluso, a usar algún que otro clair ëm yäk como apoyo. Prescindió en todo momento, sin embargo, de los puños de acero.

Una vez estuvo satisfecho con el entrenamiento, Corbin abandonó la sala.

*Se va*

Seguía encerrada allí dentro. Y no por voluntad propia. Empezaba a sentirme como un animal enjaulado. Y aquella gripe, que seguía empeorando, no mejoraba mi humor. Aún así, salir seguía sin ser una solución posible. El tiempo parecía estar dispuesto a acabar con el que se atreviera a desafiarlo. Desde las ventanas se veía caer un granizo de tamaño desproporcionado, acompañado del retumbar constante de truenos y la luz de los rayos, que iluminaba la habitación por la noche.

Sabía que debía descansar, pero no aguantaba más todo aquello. Necesitaba descargar mi energía en algo, y no encontraba un método posible. ¿Por qué no teníamos un lago cubierto o algo así? Con uno pequeñito bastaría. Nada demasiado enorme. Pero la bañera, aunque bastante impresionante para ser una bañera, no me satisfacía después de tantos días sin salir.

La única forma que se me ocurría de descargar energía no era demasiado adecuada para mi estado, pero llegado un momento decidí no darle más vueltas. Entré resuelta en la sala de entrenamiento cuando ya caía la noche, y no perdí tiempo antes de empezar a correr en círculos por la sala, a una velocidad más o menos constante. Pronto me cansé de algo tan monótono y decidí aumentar el ritmo, corriendo tan rápido como me era posible. En mi estado, no aguanté mucho aquellas condiciones, y pronto tuve que detenerme, tosiendo de forma un tanto preocupante. Carraspeé. Estúpida debilidad.

Un día más, no me apetecía sacar a Loksass. Lo curioso era que tampoco me apetecía utilizar la magia. El tedio me había hecho acumular una rabia que necesitaba descargar sin ningún instrumento de por medio. Solo quería golpear algo hasta que me dolieran los puños.

Sin muchos miramientos, arrastré hasta el centro de la sala un muñeco de entrenamiento y me encaré con él, con los puños preparados. No era muy buena en aquello. Si me hubiera podido quedar en Ciudad Nevada, probablemente, habría acabado siendo tan buena como Leen o Minta. Pero ellos eran mayores, e Inwir y Sock no eran muy amigos de las peleas. Cuando luchaba con mis hermanos siempre era demasiado pequeña, demasiado poca cosa. Muchas veces hasta les daba miedo hacerme daño. La mejor era Seranne, que no me menospreciaba. Eso sí, me hacía ganarme unas buenas palizas.

Di el primer golpe, un puñetazo directo. No tenía una técnica maravillosa, y hacía años que no peleaba con nadie de aquella forma, ni siquiera de broma. Muchos años. Curiosamente, encontré con que no me disgustaba.

Al principio me moderé un poco, limitándome a encajar los puños aquí y allá. Al poco, la rabia se canalizaba también en forma de patadas. Me dolía un poco el pecho, pero lo ignoré. Para cuando me di cuenta, estaba echada sobre el maniquí, que había tirado al suelo, sentada a horcajadas y descargando sobre su cara un puñetazo tras otro.

*Se queda*

Para cuando paré, me dolían terriblemente los nudillos. Me puse en pie, dando una última patada al maniquí. Ni siquiera me molesté en recogerlo. Me había relajado un poco, pero seguía de mal humor. Me fui de allí con aquella asquerosa sensación de dolor en el pecho.

*se va*

Aquella extraña tormenta, cada vez más furibunda, continuaba. Corbin empezaba a pensar en ella como en una de esas catástrofes voluntad de dioses que salían en los libros. Tan terrible como cabía imaginar. Negó con la cabeza. Aún podría empeorar. Siempre podía empeorar. Por el momento, el palacio lo cubría.

No le gustaba estar encerrado. No le molestaba en algunas ocasiones. Hasta se hacía agradable cuando se trataba de sentarse a leer, actividad en la que empleaba buena parte de su tiempo. Sin embargo, entrenar todos los días bajo techo se hacía aburrido. Aún así, no podía tomar eso como excusa para no entrenar. Contaba con que el tiempo mejorara pronto y pudiera salir de nuevo, incluso irse de Brontë a nuevas misiones. Con la última había quedado muy satisfecho.

Comenzó como siempre, con el calentamiento que Falace le había enseñado desde siempre. Era como un ritual repetido cada vez, sin excepción. Después de calentar en condiciones, preparó unos cuantos muñecos. Después tomó una soga y se ató con ella las manos a la espalda. No era un nudo complicado ni difícil de deshacer; lo justo para evitar la tentación de utilizar los puños.

Se encaró entonces con sus objetivos, usando las piernas para golpear. Debía mejorar sus habilidades en ese aspecto para ponerse a la altura de sus puños.

*Se queda*

Entro en la sala de entrenamiento con las manos en la nuca, dando largos pasos con las piernas rectas, despreocupada. Es cierto que apenas hace un par de horas que estuve con Gerald, pero el día es tan malo que algo tendré que hacer, y todavía no he sucumbido a la lectura. No es que no me guste, pero soy una mujer de más actividad.

Nada más entrar me encuentro al claritas este... ¿Corbin? Algo así era. Tiene las manos atadas a la espalda y se enfrenta a unos muñecos de entrenamiento con patadas. Es un tipo un tanto peculiar, si mal no recuerdo.

-Hey -saludo, separando las manos y alzando la derecha, dejando la otra en la nuca-. ¿Te han hecho eso ellos? -bromeo, maliciosa, refiriéndome a sus manos.

Corbin vio una pequeña figura entrar por la puerta y se volvió hacia ella, con expresión agresiva, algo animal. Su primer impulso fue inundar la sala con un ebrain aitchbrëa, y solo consiguió detenerse cuando, un momento después, reconoció a la menuda figura que acababa de entrar.

Apretó los puños con fuerza y se volvió de nuevo a los muñecos, continuando con los golpes. Toda la respuesta que la caeruleus recibió fue un hosco gruñido que pretendía ser un "no" pero que no resultó demasiado inteligible.

A Corbin le agobiaban aquella clase de interrupciones. No se le daba bien detener una pelea, le costaba relajarse. Suerte que la hubiera reconocido o, probablemente, se habría lanzado contra ella.