Sala de entrenamiento

No he borrado la sonrisa, ni tiempo me ha dado, cuando me ciega con su hechizo. Dejo ir un grito de horror, llevándome las manos a los ojos, dolorida, apretando enseguida los dientes. He desplegado las membranas sin querer. ¡Será hijo de la gran puta!

-Garves -siseo, cuanto antes, notando enseguida el alivio, pudiendo ver de nuevo para fulminarlo con jodido odio-. ¡¿Qué cojones se te ha pasado por la cabeza?! -le espeto entre gruñidos-. Vaya imbécil...

Todavía me escuecen los ojos. Menos mal que no estábamos a oscuras por completo, porque habría sido horrible. Odio a los jodidos claritas con sus hechizos de luz.
Me meto las manos en los bolsillos, mirándolo de reojo, despectiva, frunciendo los labios con desagrado. A ver si también yo me dedico a atacar al primero que entre. Qué gracioso, ¿verdad?
Y una mierda.

Me hundo las manos en los bolsillos y vuelvo hacia la puerta, abriéndola de golpe.

-Cuando te calmes vienes y te disculpas -ladro, impostando con voz grave.

Y cierro la puerta al salir. De un portazo.

*se larga de malas*

Voy de camino al dormitorio, pero al pasar por delante de la sala de entrenamiento un sonido llama mi atención. Alguien entrenando, por supuesto. Y el aburrimiento me hace sentirme tan curiosa que termino por asomarme.
Me agrada ver a Corbin, de modo que entro y cierro la puerta detrás de mí. No lo veía desde nuestro regreso. Parece en forma de nuevo. Qué envidia.

Espero, tranquila, a que termine, valiéndome de la muleta y la pared para no apoyar en peso en la pierna izquierda.
Es más entretenido que ver llover.

La caeruleus abandonó el lugar tras unos cuantos gritos que Corbin ignoró soberanamente. Continuó con su ejercicio, tratando de "acabar" con sus enemigos acertando en sus puntos vitales. Corbin era fuerte, pero no especialmente ágil, y eso era algo que necesitaba mejorar a toda costa.

La segunda vez que la puerta se abrió, Corbin se volvió a ella con intención de repetir la acción de la última vez. Esta vez se zafó de las cuerdas que él mismo se había atado y conjuró un clair ëm yäk, dispuesto a lanzarlo contra el nuevo visitante. Con un soberano esfuerzo, logró desviar la mano en el último momento, lo que sumado a su poca puntería impidió que el hechizo alcanzara a la chrysos.

Corbin inspiró con fuerza por las aletas de la nariz, tratando de relajarse para no lanzarse contra ella, que seguía sin haberse recuperado. Sin embargo, en su mirada había un claro brillo de amenza.

-Buenas noches -logró mascullar en una especie de gruñido.

Tiró con ambas manos de la cuerda, tratando de concentrarse en descargar así la adrenalina. Por supuesto, era un pobre consuelo.

La respuesta de Corbin, imediata, agresiva, me hace abrir los ojos un instante, casi con sobresalto, aunque no me muevo. Parece alterado, aunque no sabría determinar el motivo. Creo que jamás lo he visto de este modo.
Ladeo la cabeza, contemplando la trayectoria del hechizo sin inmutarme. No me asusta. Estoy más débil que él, pero aquí dentro no puedo morir. Y aún si estuviera fuera me mantendría impasible.
Resulta un tanto animal. Atractivo, llegaría a decir.

-Buenas noches -imito, con tono suave-. Si te incomodo puedo marcharme -ofrezco.

Estoy aburrida, pero no quiero serlo. Lleva tiempo siendo una hora apropiada para dormir.

Corbin apretó los puños con fuerza, mirando fijamente a la chica. Se quedó un momento en silencio. Por último, con gran esfuerzo, negó con la cabeza.

-No importa -gruñó, arisco.

Sacó de los bolsillos los dos puños de hacerlo y encaró uno de los muñecos, esta vez combinando golpes de las cuatro extremidades. Al parecer, no había sido suficiente. Seguía queriendo golpear. Después de haber podido enfrentarse de verdad a otros, llegando a matarlos, se hacía más difícil aceptar como oponentes a simples muñecos.

Clavó un puño directamente en la cara de uno de los muñecos y lo dejó ahí un momento, tratando de recobrar la respiración. Era difícil encontrar el límite. Muy difícil. Sin embargo, estaba obligado a hacerlo.

Cerró un momento los ojos, inspirando de nuevo con fuerza. Después, con gestos lentos, guardó de nuevo los puños y se volvió hacia Alehyss, despacio.

-¿Cuándo podrás caminar? -preguntó, aún con voz agresiva, pero algo más calmado.

Corbin me escama, llega a resultarme extraño, difícil de entender a veces. Llego a sentir más curiosidad en su vida que antes. Pero no es un asunto que me compita. Otro día, quizás.

Lo observo golpear el muñeco, entretenida. Cuando termina se vuelve hacia mí. Parece más desahogado.

-No lo tengo claro -respondo, contemplando la pierna un instante-. Ya puedo apoyarla, pero no soporta mi peso. Sin embargo el tratamiento resulta muy eficaz -. Espero que pronto, en conclusión-. Veo que tú ya te encuentras perfectamente.

Corbin trató de concentrar su atención en las palabras de la chica. No le daba igual el estado de Alehyss, pero tampoco le parecía un tema de especial interés. Sin embargo, necesitaba una distracción si quería librarse de aquella extraña sensación que lo invadía. Se le hacía raro no acabar tirado en el suelo cada día, no sentir patadas en las costillas, no oír un constante "levántate, Corbin". Se le hacía tan extraño que acababa por resultarle incómodo. Por eso necesitaba alguna otra voz que lo alejase de su situación.

Asintió despacio.

-Ya hace tiempo -respondió con su habitual voz monocorde-. Pero debo cuidarme de otros ataques como ese, o perderé visión.

Se dio la vuelta una vez más, tomando dos de los muñecos y llevándolos a un rincón de la sala. Suficiente por aquella vez. No debía excederse.

Asiento a sus palabras. El viaje de vuelta fue mucho más incómodo para ambos que el de ida. Incluso habiendo pasado aquellos días en la casa del médico. Su visión, desmejorada, y mi pierna. Por suerte, aquello va quedando atrás, junto con otros recuerdos desagradables que quiero olvidar.
Pero no debo. Ni lo haré.

-¿Has hecho algo interesante desde que regresamos? -inquiero, perezosa.

No sé si sabe algo del ataque que hubo cuando no estuvimos, pero no soy la más indicada para hablarle de ello. No quiero que me culpe por haberse "perdido la acción", o algo semejante.

Corbin cogió el tercer muñeco y lo arrastró junto a los anteriores. Después, tomó una toalla doblada en un banco y se limpió el sudor con ella. Mientras lo hacía, se encogió de hombros, sin demasiado entusiasmo.

-Entrenar. Leer -lo mismo de siempre. A él le parecía interesante, pero sabía que no era una novedad.

Se pasó la toalla por el cuello y por la cara, por los brazos y las manos. Tomó entonces de los bolsillos los guantes de acero y, con suma atención, los limpió también de sudor. De nuevo, se los guardó en los bolsillos.

-¿Y tú? -preguntó sin mirarla.

Nada nuevo. Comprendo. Supongo que así está bien. Ese tipo de sorpresas no son del estilo de Corbin.
Yo, por mi parte, me encojo de hombros.

-Supongo que puedo decir lo mismo -. Entrenar, leer, charlar, descansar y alguna cosa más. Nada interezante-. Y esta extraña tormenta -añado, bajando la vista un momento, seria, pensativa-. Resulta muy incómodo no poder salir fuera.

Y no parece una tormenta normal. He vivido en Fulmen toda la vida y jamás había visto algo como esto. Me parece absurdamente exagerada.

Corbin desvió la vista hacia la ventana, pensativo. Dejó a un lado la toalla, con expresión algo sombría, y acabó por asentir.

-Limita demasiado -coincidió-. Y no parece del todo natural.

Avanzó hasta situarse frente a la ventana, mirando al exterior. Se oía el viento silbar, y el granizo golpeteaba en los cristales. Los rayos que de vez en cuando iluminaban la noche le parecían agradabes a Corbin, pese a todo, pues permitían que su visión mejorase un momento. Los truenos, por su parte, le parecían útiles para ser más sigiloso.

-¿Llegó bien el encargo a su destino? -preguntó, esta vez con algo más de interés.

Contemplo el exterior, como él, solo que yo me quedo apoya contra la pared, sin aproximarme, y miro desde la distancia. Sé que es poco probable, pero a vees fantaseo con que una piedra de hielo rompe la ventana y termino empapada con el agua que entra. Es una idea de lo más odiosa. Aunque, por supuesto, dudo que un simple trozo de agua congelada pueda con estas ventanas, protegidas por a saber cuántos hechizos.

-Supongo que pronto recibiremos una explicación -murmuro, algo ausente, pensando en otras cosas.

La pregunta de Corbin me pilla desprevenida. No tardo en asentir.

-Sí, por supuesto. Nuestro trabajo ha sido satisfactorio -. Luego, por protocolo, añado una disculpa, aunque dudo que a él le importe-. Espero que no te haya resultado engorroso.

Es, más bien, una forma de sacarle información.

Corbin no se había planteado aquel detalle. No había pensado que, tal vez, alguien pudiera tener una explicación para aquello. De hecho, pensándolo detenidamente, le parecía una idea un tanto absurda. ¿Quién se iba a molestar en justificar una tormenta, por extraña que esta fuera?

-¿Tú crees? -preguntó, no muy convencido.

Con respecto al paquete, no hizo ningún gesto, pero en sus ojos se percibió, por un instante, un reflejo de aprobación. Todo había salido bien.

-Me alegra oírlo -respondió, satisfecho. Después negó con la cabeza-. Para eso estoy aquí. Me gustaría poder participar en esa clase de actividades con más frecuencia.

Lo miro un instante, como sorprendida por sus dudas. Aunque, por otro lado, quizás le falten datos para comprender mi planteamiento de las cosas.

-Siempre he vivido en Fulmen, y jamás había visto ni escuchado de una tormenta, siquiera, la mitad que esta. Por supuesto, son especulaciones.

La cicatriz de Madame ha recuperado su nitidez. Supongo que pronto tendré noticias suyas y quizás pueda enterarme de algo. Hasta entonces, o hasta que los líderes hablen...

La expresión de satisfacción de Corbin me arranca una propia. Me alegra que se encuentre dispuesto, aunque no sé si precisaré de él en el futuro. De todos modos, es un alivio.

-Cuando me haya recuperado, querría volver a entrenar contigo. Quisiera mejorar mi cuerpo a cuerpo.

Sé desenvolverme, pero a su lado y sin un arma estoy en clara desventaja. Quiero pulir eso y mejorar.

Tras escuchar a la chica, Corbin miró por la ventana con mayor atención. Era cierto que él llevaba un tiempo considerable en Brontë y no había visto nada, pero eso no tenía por qué significar que aquel tiempo no fuera común. Era de esperar, pero no necesario. Sin embargo, con los datos que Alehyss ofrecía todo se volvía un poco más oscuro.

-¿Y crees que ellos lo saben? -preguntó, aún algo escéptico.

Corbin se volvió hacia ella cuando expuso su interés. Nada tan interesante como aquella clase de propuestas, eso el chico lo tenía bien claro. Asintió, aceptando.

-Estaré pendiente para cuando te mejores -respondió. Entonces recordó un detalle-. ¿Qué ha sido de tu arma? Sería interesante enfrentarse a ella.

Me encojo de hombros ante su pregunta, mirándolo fijamente a los ojos, casi escudriñandolo. Es una pregunta cuya respuesta también deseo. De hecho, no sé hasta dónde llega la tormenta, pero quiero saberlo.

-Espero que sí, pero no puedo asegurarlo.

Y a lo del entrenamiento, cómo no, se muestra interesado. Creo que puedo aprender mucho de su estilo de lucha, aunque no me gusta ser tan frontal.

Avanzo, con paso lento, hacia las armas que hay en un rincón. Tomo una cuerda que hay, y ato un peso en el extremo. Dd nuevo, me vuelvo a Corbin.

-Ahora mismo no la tengo conmigo -murmuro, con cierta decepción. Comienzo a girar la cuerda hacia delante. Gracias a la pequeña pesa realiza círculos perfectos-. Lo solucionaré pronto.

Y si no lo logro, buscaré otra. No puedo estar desarmada.

Corbin frunció levemente el ceño, pero no dijo nada. No sabía muy bien qué pensar de la falta de seguridad de Alehyss con respecto a aquello. Sus respuestas eran ambiguas, y la tormenta en sí no parecía dar muchas pistas. Al menos, no para Corbin.

Corbin observó a la chica sin intervenir. Cuando ella llegó a la zona de armas, Corbin tuvo claro que echaba aquel instrumento de nuevo. La miró un momento, como hipnotizado por los movimientos del peso. Volvió a mirar a la chrysos.

-Es un arma interesante. Te desenvolvías bien con ella. Sería interesante enfrentarse a ella -comentó.

No tenían mucho más que decirse, al menos por parte de Corbin. Tras algún que otro comentario más sin importancia, ambos decidieron, casi por acuerdo tácito, retirarse. Corbin se despidió de la chrysos en los pasillos y echó a andar hacia las habitaciones. Alehyss siguió su propio camino.

*Se van*

Entré en la sala de entrenamiento, cansado, tras hablar con un chico del servicio que me prometió que se harían cargo de las cuadras. Debía volver junto a Telma, pero no quería volver a salir a la tormenta, así que decidí entretenerme entrenando un poco.
Me froté la cara con las manos primero, luego dejé a Värdjas en un rincón y me puse a trotar con paso ligero, dando vueltas alrededor de la sala, concentrado en correr. Seguí así por unos veinte minutos y luego comencé a calentar las partes del cuerpo por separado antes de empezar con una buena serie de abdominales, colgado en una de las barras de metal que había usado Gerald para sus acrobacias, boca abajo, para hacerlo más difícil.

No había nada mejor que el ejercicio. Para todo. Si estaba cansado, ejercicio para activizarme. Si estaba aburrido, ejercicio. ¿Preocupado? Ejercicio. Era una de las mejores formas de pasar el tiempo.

-Cincuenta y una, cincuenta y dos...

Y llevar la cuenta era el mejor modo de mejorar día a día.

*se queda*

Tras el contratiempo en la enfermería, que se ha alargado más de lo que me gustaría, me dirijo, como era mi intención inicial, a la sala de entrenamiento. Si tan peligroso es este sitio, tendré que ponerme en forma. Además, después de la misión me he quedado un poco acomodada otra vez a base de tener que hacer reposo. No puedo seguir así.

Según estoy entrando en la sala me voy recogiendo el pelo para que no me moleste, mientras trato de hacer un esquema mental de los ejercicios que debería seguir. No estoy acostumbrada a entrenar sola, así que me siento un poco extraña cuando lo hago. De todas formas, no me queda más remedio.

Una voz llama mi atención en el mismo momento de entrar y echarle un primer vistazo a la sala. Pronto localizo a Rick, colgado bocaabajo en unas barras. Me quedo un momento quieta, mirándolo. La verdad es que quería hablar con él, pero ahora mismo tengo la sensación de que lo estaría molestando. Suspiro, exasperada. Para una vez que quiero hablar con él y de repente está ocupadísimo, ¿no?

En fin, ya le diré algo cuando vuelva a tener los pies más cerca del suelo que la cabeza. Por el momento me limito a dejar la espada a un lado y, sin mirarlo, comienzo a calentar. Lo primero después de esto serán los ejercicios del hombro. No quiero que se me vuelva a salir del sitio.

Los abdominales eran sencillos. ¡Si un hombre trabajaba su cuerpo día a día ningún ejercicio tenía por que ser complicado! El poder del esfuerzo era increíble. Aunque había algunas cosas que eran difíciles de conseguir por mucho que uno se esforzase. Yo, por ejemplo, nunca podría volar como Heylel. O nadar como un piscis. Pero lo compensizaba con otros panceptos igual de importantes. ¡Un guerrero no se venía abajo por no poder conseguir algo! ¡Luchaba el doble de fuerte!

Llevaba más de doscientas repeticiones cuando la puerta se abrió. Vi entrar a Lea y me sorprendió. ¡¿Qué hacía ella en aquel lugar?! ¿Acaso había tomado por fin la determinación de volverse una noble y poderosa guerrera?
Iba a bajarme de allí y correr hasta ella, pero entonces pensé que no la dejaría entrenar y continué un rato más. Tampoco yo podía dejar el entrenamiento a medias. La saludé, sin embargo, con un movimiento de cabeza.
La contemplo a ratos, mientras calienta, sin bajar el ritmo. Ahora ya no cuento en voz alta. No quiero que mi enorme poder la avergüence.
Al llegar a trescientas cincuenta me relajé, dejándome estar boca abajo un instante, inspirando profundamente. Luego extendí los brazos hasta apoyarlos en el suelo, liberando las piernas, pasando de estar colgado a hacer el pino. Eché las piernas hacia delante pisé al fin el suelo, irguiéndome.

-Buenas tardes -saludé, con una sonrisa, secándome el sudor de la frente con una toalla y bebiendo un poco de agua-. ¿Ya estas en condiciones de entrenar?

Debía seguir con las flexiones y luego ejercicios de espada. ¡Un Dehnel no abandonaba su deber por ninguna dama! Lo primero eran la nobleza y el valor.

Tras los ejercicios de calentamiento doy unos pocos saltos en el sitio, sin demasiadas ganas, soltando el cuerpo. Por último, me dirijo hacia el rincón en el que he dejado apoyada la espada y la cojo. Avanzo entonces unos pasos, sin adentrarme mucho en la sala. Por ahora no necesito demasiado espacio.

Comienzo entonces a hacer movimientos repetidos, una y otra vez. Son simples y fáciles de seguir, permitiendo un ritmo constante. Voy utilizando los dos filos, adelantando primero uno y luego otro, como si remara. Al mismo tiempo, avanzo, situando los pies con firmeza al ritmo de las paladas. Tras avanzar un poco vuelvo a retroceder, continuando con los mismos movimientos, sin imprimirles fuerza ni velocidad, limitándome a soltar los brazos y seguir la inercia de los movimientos.

Rick acaba su propio ejercicio y se acerca entonces. Me encanta cuánto le importa el hecho de que esté ocupada. Cuánto tiene en cuenta que yo no haya ido a interrumpir su ejercicio. Lo miro, seria, sin responder, hasta que vuelvo al punto inicial, y entonces detengo los movimientos.

Me lo pienso un momento antes de responder. No se me vaya a emocionar ahora porque me he pasado un día por la sala de entrenamiento.

-Más o menos -murmuro al final.

Trato de poner en orden mis ideas. Tengo varias cosas de que hablar con él, pero necesito seguir un orden. Empiezo por lo más básico.

-¿Sabes algo de Telma?

Su entrenamiento era casi hipnótico. Era aquella espada tan extraña, que todavía no terminaba de entender. Era de lo más curiosa. Pero aún así se detuvo para poder responderme.
Sonreí, satisfecho con sus nuevas ganas de hacerse poderosa. La próxima vez que entrenáramos juntos esperaba una adversaria mucho más letalizal.
Cuando me preguntó por Tel, asentí, risueño.

-He conseguido estar bastante en los establos -respondí, con voz ronca. Tosí. Me picaba la garganta-. Está perfectamente. Se nota que te echa de menos, eso sí. Todos.

Me planteé decirle lo del caballo. No sabía si eso haría algo más que preocuparla. Al fin y al cabo, ya había gente encargándose de ello.

Me llevé las manos a la cintura y me arqueé hacia atrás. Era momento, pues, de los brazos. Fui hasta las pesas y cogí solo un par, de diez kilos cada una, comenzando a calentar los brazos con ellas, con ejercicios lentos, concentrado. No quería incomodarla. Estábamos trabajando.

Le dirijo una mirada entre escéptica y de extrañeza. Miro un momento por la ventana, como para comprobar lo que ya sé, que sigue lloviendo y tronando como si le fuera la vida en ello. De nuevo miro a Rick.

-¿Cómo que bastante? -pregunto, al final, casi exigiendo una respuesta-. ¿Con este tiempo?

¿Y no se ha matado aún?

No parece con mucho ánimo de mantener una conversación, porque pronto se va de nuevo, esta vez a hacer pesas. Bueno, Rick Dehnel, ahora que me has interrumpido no te vas a escaquear así como así. Necesito hablar con alguien, así que si no querías hablar, no haber aparecido.

Me acerco con decisión, con la espada en la mano hasta donde él había ido. Me planté frente a él, con gesto serio. Si no tenía ganas de hablar, iría directa al grano.

-Ayer conocí a Inger -solté, sin más-. Me contó algunas cosas que me dejaron bastante descolocada. Me gustaría saber tu opinión.

Asentí, animado. Tenía que mostrarle mi invento. Seguro que le gustaba.

-Sí. Hice una especie de escudo de madera y lo llevo sobre la cabeza para evitar el hielo -expliqué, contento, haciendo como si me cubriese con él-. Si quieres ir a verla te lo dejo -ofrecí, con una sonrisa.

Las pesas no me impedían hablar. Eran tan ligeras que podía continuar con los ejercicios mientras charlábamos. Porque ella pareció tan conmovida por mi conversación que vino hacia mí de nuevo, dejando el entrenamiento a un lado.
Pero aunque no quería hacerlo... Me detuve al escucharla. Mi sonrisa se desvaneció.
Había conocido a Inger. Inger le había dicho cosas. Cosas malas. Cosas desagradables. Cosas sobre Cassandra, seguramente. Y mi vida como mendigo.
Me tensé al instante, frunciendo un poco el ceño, incómodo.

-Fue un accidente -murmuré-. Yo no soy así.

Carraspeé, incómodo. La garganta seca hacía que me doliese más hablar.

Así que tiene una forma de ir. Él tiene una forma de ir y yo estoy aquí, encerrada como una idiota, tirándome de los pelos por no poder ir a verla. ¿Qué es lo que estoy haciendo con mi vida? En cuanto se ofrece a dejarme el supuesto escudo que ha hecho, asiento con entusiasmo, sin poder evitarlo.

-Me encantaría -declaro.

Ante y revelación, parece nervioso. Frunzo el ceño, sin entender muy bien el por qué. ¿Él no es así? ¿Pero de qué habla? A veces se me olvida su extraña capacidad de asociación de ideas. A saber qué se le ha ocurrido ahora.

Suelto un suspiro exasperado.

-Mira, no sé qué estás pensando exactamente que me ha dicho, pero creo que prefiero no saberlo -respondo, cortante-. El asunto es que me ha dejado preocupada. Por lo que me ha dicho, el ataque de hace un par de meses no es el único que ha habido. Entiendo que esto es un ejército y que es normal que pasen ciertas cosas, pero hay una diferencia entre salir al campo de batalla y que el ataque venga directamente a la sede del ejército. Y, visto que aquí nadie dice nada y que os lo tomáis con tanta calma, me gustaría saber qué garantías hay de que no venga alguien a cortarme el cuello mientras duermo.

A medida que hablo me voy dando cuenta de que estoy pidiendo explicaciones a la persona equivocada. ¿Y qué sabrá Rick de todo esto? Puede que él lo haya vivido, pero eso no implica que tenga el control de la situación, hecho que, desde luego, no espero de él. Quizá debería intentar hablar con algún líder del asunto.