Sala de entrenamiento

Seguro que Telma se alegraba de verla por allí. Y yo podría reponerme un poco de aquel dolor de garganta. Y bueno... Ella... Lea estaría encantada de ir a las cuadras. Aquello se veía de lejos. ¡Era como si me hubiesen ofrecido ir al lugar más noble del mundo pero lloviese fuego, y entonces me diesen un escudo antifuego! Pero en Lea.
Pero la conversación no seguía por allí. Dejé las pesas a un lado, incómodo, frotándome las muñecas. De modo que habían hablado del ataque.
Bajé la vista un instante, pensando algo bueno que decirle.

-Efectivamente, hemos tenido más ataques -murmure, alzando la vista y clavando los ojos en los suyos, verdes y hermosos-. Aunque ninguno fue como este. Los otros fueron bastante menos... Jamás había visto a los líderes salir a luchar -confieso, pasándome una mano por la nuca, despelmándome el pelo-. No pienso demasiado en esas cosas... -confesé, algo abatido-. Supongo que Brontë es algo nuevo y extraño, y que hay muchos enemigos ahí fuera, dispuestos a venir a atacarnos. Pero esta vez fue distinto. Jamás había visto cundir tanto pánico-. Apreté los puños, poderoso-.  Estoy seguro de que los líderes no dejarán que suceda de nuevo. Pero aunque viniese el mal hecho persona a matarnos a todos, no dejaré que te corten el cuello -determiné, muy serio y seguro, sosteniéndole la mirada un momento. Había quedado bastante heroico. Cualquier chica hubiese caído a mis pies-. Yo creo que aquí estamos más a salvo que en cualquier otro lugar. Tenemos a los líderes, a otros guerreros y a nosotros mismos.

Callé unos segundos, mirando de reojo a Värdjas. Terminé por sonreír, casi cansado.

-Pero claro. Eso lo digo yo, que si no estuviese aquí estaría luchando en otro lugar-. Me pasé un dedo por el tabulique nasal, frunciendo el ceño con una sonrisa-. Pero mientras Rick Dehnel esté aquí, no debes temer.

Porque daría la vida por ti si tuviese que hacerlo, llegado el momento. Los protectores eran así. Luchaban y vivían para los demás.

Entro en la sala, charlando con Massen, dispuesta a patearle el culo a Gerry. Seguro que entre las dos nos lo comemos con putas patatas. Le doy tres segundos. Y uno es el del saludo, eh, que ya soy generosa.
Al abrir la puerta, sin embargo, solo están Lea y un tipo grande al que no me suena haber visto. Pero ni rastro de Gerald.

Miro de un lado a otro, molesta. Por tarde que sea, él siempre se queda un rato más entrenando. No me puedo creer que no haya avisado de que no venía por un tirón o una mierda así. ¿O es que al ver a su guarrilla con otro se le ha roto el corazón?
Frunzo el ceño, malhumorada.

-Ese cabrón se ha escaqueado -murmuro a Massen, molesta.

No esperaba exactamente lo que dice, y no es tampoco lo más tranquilizador del mundo, pero por algún motivo, me siento conforme con ello. Expresado así tiene un poco más de sentido. Tiene sentido que siempre haya alguien intentando sobreponerse, ir más allá de las barreras y dar un buen golpe. Lo que me preocupa es la facilidad con que eso pueda hacerse.

Trato de ignorar las últimas frases. Muy bonito, Rick, pero no estoy esperando a un príncipe que me salve. Prefiero no tener deudas y encargarme yo misma de mantener la cabeza sobre los hombros. Niego lentamente.

-Prefiero aprender a defenderme sola -replico, algo seca.

Lo miro un momento de reojo. Sigue escamándome el asunto. Sigo sin sentirme del todo segura.

-¿Son muy frecuentes esos ataques menores? -pregunto.

Miré un momento hacia la puerta, para encontrarme, ni más ni menos, con la criaja desagradable. Con otra criaja, más concretamente. Decidí ignorarlas. Total, tampoco era que la enana fuera muy agradable conmigo, así que...

Llegamos juntas hasta la sala de entrenamiento, pero para cuando quisimos entrar, nos encontramos con que Gerald, como yo había sospechado, no estaba allí. Los únicos dos que había eran Rick y una chica castaña, a los que dirigí un pequeño saludo. Me volví a Frikka con cara de circunstancias.

-A lo mejor aún está en la enfermería... -murmuré, algo consternada.

Miré a Frikka. Parecía ofendida por no encontrarlo allí. Me mordí el labio. No quería preocuparla, pero tampoco podía dejar que se enfadara con Gerald por esto. Tampoco él tenía la culpa de no haber podido venir.

-Frikka, ayer Gerald se puso muy mal de repente -expliqué-. Estaba tranquilamente hablando conmigo y de repente se puso tieso y apenas podía moverse o hablar. Me pidió que lo llevara a la enfermería, así que puede que aún no se haya recuperado. No creo que no haya venido por voluntad propia...

Estoy mascullando un par de cosas, a punto de berrearles a los lagartos para ver si ellos lo han visto y lo han espantado, o algo, por probar, cuando Massen vuelve a hablarme. La palabra enfermería me hace quedarme helada, un momento. Aunque claro... Será una chorrada.
La miro, repentinamente nerviosa. Escucho su explicación, notando cómo mi expresión se deforma, pasando de serena a preocupada, casi diría que asustada, desgraciadamente.
Maldita sea... ¿Qué dice...? Tiene que ser una jodida broma. Una broma. Una mentira. Solo una mentira.

Niego un momento, retrocediendo un paso.

-Tengo que irme -murmuro, con cierta angustia.

Acto seguido me vuelvo, tomando la puerta, corriendo. Si sigue allí entonces... No puede haberle pasado algo tan malo. Ese capullo es fuerte.

*se va*

Al final, parecía que no había conseguido que no se preocupara. Llámalo intuición. Llámalo que de pronto la veía más pálida de lo normal. No tardé mucho en sacar conclusiones, y menos cuando vi que, al volver a abrir la boca, no salían de ella más insultos, sino una despedida apresurada. Una despedida que tampoco podía permitir. ¿Cómo iba a dejarla sola en aquella situación?

-¡Eh, Frikka, espera! -exclamé, echando a correr tras ella.

A lo mejor ya no estaba en la enfermería. Lo último que había sabido de él era que había ido allí, pero podía ser que ya estuviera bien. Después de todo, había sido repentino, así que bien podía ser repentina también su recuperación. Nada aseguraba lo contrario, y no quería imaginarme qué pasaría si Frikka llegaba a la enfermería y se encontraba con que no estaba. O peor, si llegaba a la enfermería y se encontraba con que estaba peor de lo que yo creía.

Pronto me quedó bien claro que la chica era rápida, pero hice mi mayor esfuerzo. No pensaba quedarme atrás.

*La sigue*

Vi entrar a Massen con otra chica, pero no pude más que hacerles un gesto. La conversación con Lea era importante, y tenía miedo de distraerme. La nobleza requería de oídos para escuchar a las damas.

No dudaba de que la guerrera pudiese defenderse sola. ¡Estaba seguro de ello! Inger se había enfadado mucho cuando había intentado protegerla de uno de aquellos bandidos, y comenzaba a comprenderla. Ellas eran guerreras, no simples damiselas. Pero de todas formas yo quería proteger a la gente que pudiese, a la gente que me importaba. Pero no insistí. Aquel no era el tema importante.

¿Frecuentes? Arrugué el ceño, pensativo.

-El de las bestias fue hace casi tres años -murmuré, levantando un dedo, llevando la cuenta-. La muerte de Adela... -. Bajé la vista un instante, apretando la mandíbula-. Creo que sobre un año más tarde. El secuestro de Silvanus fue poco después -. De nuevo, me tensé, recordando la muerte de Prosper en su rescate. Qué recuerdos más desagradables-. Hace un año, más o menos, salvamos a un chico de unos bandidos. Y ahora esto...-. El tema me incomodaba por triste, pero era capaz de hablar de ello perfectamente. Los caídos merecían ser recordados-. Ha habido uno al año, supongo. Aunque yo el de las bestias y lo de haber salvado al muchacho no lo cuento, realmente.

Me rasqué la barbilla, pensativo, mirándola. Esperaba que aquello le sirviese, o que preguntase más cosas si lo necesitaba. ¡Yo estaba para ayudarla!

Vi marchar a las chicas por el rabito del ojo. Qué raras.

Me mantengo seria, escuchando la retahíla. A mí no me salen las cuentas de uno por año, pero acabo por entender lo que dice. Asiento lentamente, un tanto taciturna.

-¿Y te parece lógico? -pregunto, al fin-. Es decir. ¿Crees que se puede considerar, con ese historial, que Brontë es un sitio seguro?

Entiendo que puede haber incidentes de vez en cuando. Y más si somos el punto de mira de alguna organización o ejército. O incluso de varios. No tengo datos al respecto, pero no me parece descabellado. Sencillamente, me asusta un poco. Cuando atacaron aquellos seres me sentí muy perdida, muy fuera de lugar. A lo mejor era que, efectivamente, yo no servía para esto.

Me apoyo en una columna, con cierto desánimo y aspecto algo cansado. Esbozo una sonrisa un tanto amarga.

-A lo mejor es solo que no estoy hecha para esto -murmuro. Al final sí que soy débil.

Su pregunta me hizo pensar, de nuevo. Fruncí el ceño un instante, pero terminé por mirarla fijamente. Era difícil explicar todo aquello. Al fin y al cabo, yo iba a Brontë a luchar, y no me importaba tanto lo seguro que fuese mientras pudiese enfrentarme al mal...

-Comprendo que el mundo es un sitio peligroso -murmuré, todavía creando aquellas ideas-. Cada vez somos más fuertes. Pero si hay alguien contra nosotros, supongo que nos atacará para derrotarnos, y eso puede hacer que Brontë parezca un sitio inseguro, por muchas medidas de seguridad que tenga.

Era más fácil que atacasen la guarida de los nobles guerreros que un campo inútil. ¡El mal no tenía fin! Busca acabar con nosotros en nuestra propia casa. Qué innoble por su parte. Pero el mal era innoble por naturaleza.

Al verla, triste de pronto, como cansada, apoyada contra la columna, me sentí algo triste. Sus palabras me provocaron un cosquilleo desagradable en el vientre. Parecía dudar de querer estar allí. ¿Quería irse?
Telma la necesitaba. Yo quería que se quedase. No podía irse.

Fruncí el ceño, severo de pronto. ¡¿Cómo podía ser yo tan egoísta?! Si ella no quería estar allí, yo debía protegerla venciendo al doble de enemigos. Me encargaría de los suyos.

-Si sientes que no tienes motivos para luchar, lo mejor es que no estés en un lugar como este -le dije, serio, mirándola muy fijamente. ¿Qué más deseaba yo que que ella se quedase?-. El miedo y la inseguridad pueden hacer que pierdas la vida.

Podría decirle que era fuerte, porque lo era. Que si había sido llamada era porque era capaz. Que la quería a mi lado, cubriéndome las espaldas. Pero era ella la que tenía que desear algo como aquello.
No quería que muriese. Pedir que se quedase, sin más, si ella no estaba segura, por egoísmo, por no dejar de verla... ¿Solo por desear tenerla cerca? Su vida estaba por encima de mis deseos.

Aparté la mirada, algo afectado, temiendo que notase aquella inseguridad innoble en mis ojos.

Asiento lentamente, pensativa.

-Sí -respondo, distraída, mirando algún punto perdido-. Eso creía.

Vuelvo a mirarlo cuando habla otra vez. Ni siquiera estaba segura de si había hablado en voz alta, pero parece evidente que sí. Me quedo un momento en silencio. Eso ha sido un golpe directo. Creo que es la primera vez que alguien me sugiere tan abiertamente que no sirvo. Cuánto tacto. Maravilloso.

Desvío la mirada, con un suspiro, y echo a andar de nuevo a donde estaba. Muy bien, pues no sirvo.

-Puede ser -murmuro, ya a una cierta distancia.

Sin mirarlo, comienzo otra vez con los movimientos. No soy tan mala con la espada. Eso siempre me lo han dicho, que no se me da mal. Lo que me falta es determinación y frialdad. Soy blanda. Eso lo sé, siempre lo he sido. Lo único que me hace no serlo es la idea de tener que volver cerca de Io. Antes que eso, cualquier cosa.

La observé alejarse. Parecía algo apagada. Lo que le había dicho había sido algo duro, pero lo veía necesario. No quería tener que enterrar su cuerpo porque no tenía claros los motivos de su lucha. ¡La paz! ¡El honor! ¡El deber! Cualquiera servía. Pero sin una motivación no había guerrero. Cuando había que enfrentarse a la muerte, uno necesitaba algo a lo que agarrarse con fuerza para no salir huyendo. De allí nacía el valor.

La miré alejarse y suspiré, revolviéndome el pelo, cansado. Llevaba un tiempo que no hacía más que meter la pata con Lea. Y no era capaz de hacerlo bien ni una vez.

-Cuando fuimos a salvar al guerrero secuestrado, a Silvanus, tuve que cargar con el cadáver de un hombre que nos acompañaba. Prosper -. El rostro se me ensombreció. La voz afónica quedaba muy apropiciada-. Al final no pude sacarlo de aquel lugar del demonio y devolverlo a su familia-. Me sentía extrañamente rabioso, molesto, furioso-. Yo estoy aquí para proteger a la gente.

Y no pude.

La miré un instante, sin saber bien qué quería decirle. Me encontraba mal. Algo mareado.
Me acerqué a uno de los muñecos de madera que había colocados en la sala y puse una mano en su cabeza, como si acariciase un perro.

Cierro un momento los ojos, continuando con los movimientos, una palada tras otra, tratando de ignorar lo que dice. Sin embargo, no me veo capaz. Acabo por suspirar, detenerme, bajar el arma. Rick Dehnel, tan noble como siempre. Me vuelvo hacia él, con aspecto un tanto contrariado.

-Muy bien, Rick -respondo, casi como un reproche-. Eres un perfecto guerrero. Eres fuerte, tienes ideales limpios. Todo lo que quieres es ayudar a la gente. Siento que no todos seamos como tú, que no hayamos venido aquí movidos por el altruismo. Y hablo por mí. A lo mejor, efectivamente, todos los demás son como tú. Yo no. Yo he venido aquí para escaparme de mi vida. Nunca había luchado antes en un combate real, ni tampoco me ha mentalizado nadie de cómo es. Puedes decir que soy débil. Tampoco sería ninguna mentira. No creo que eso cambie si me marcho, pero entiendo que puedas considerar que si no he traído de eso de casa, no debería estar aquí -. Resoplo, como una especie de risa-. De hecho, probablemente tengas razón.

No sé muy bien por qué me molesta tanto, en realidad. Está siendo realista. A su manera, por supuesto. No deja de ser Rick Dehnel, pero no está diciendo nada descabellado. Y si voy a asustarme porque aquí ha muerto gente, si me va a acobardar que haya ataques o secuestros, puede que simplemente no tenga que estar aquí.

Retomo los movimientos, ahora más enérgicos debido a mi ánimo.

Me volví de nuevo hacia ella. Y entonces empezó a hablar. Parecía francamente descontenta. ¿Por mi culpa? Empezaba a sentirme culpable también por enfadarla. Pero empezaba a estar enfadado yo también. No con ella. Simplemente enfadado.
¡Enfadado!
Me sorprendí soltando una carcajada como... de que me reía de que lo que decía no era verdad. Fue algo desagradable. No conocía el adjetivo.

-¡¿Perfecto guerrero?! -exclamé, con una sonrisa tensa-. Ve a decirle eso a mis padres. ¡Qué decepción de hijo mayor! -. Di un puñetazo con la diestra al muñeco-. Supongo que ni con estar aquí les habré demostrado nada todavía -gruñí, más para mí que para ella.

El gran Reick Dehnel, increíble, poderoso y fuerte. Por mucho que lo admirase, parecía un sueño inalcanzable. No veía en mi padre la mirada que yo le dedicaba a él. Ellos miraban así a Nadia. ¡Pero seguiría esforzándome por ser digno!

Pegué un nuevo puñetazo al muñeco, abollando la madera. Ignoré el dolor de la mano. Al menos no sangraba.
Resoplé, molesto, y me volví hacia ella, frunciendo el ceño.

-La decisión es tuya, al fin y al cabo -murmuré-. No te considero débil. Si quieres ayuda, te ofrezco toda la que pueda darte. No sé si mi experiencia sirve de algo. No tengo más.

Esbocé una sonrisa torcida, cansado. La borré enseguida.
Ayudarla a ser consistente de la realidad de la lucha... ¿Podría yo hacer aquello? ¿Llegaban mis nobles intenciones? No conocía tanto de lucha como para ser un maestro, ¡pero sí de motivación!

Un tercer golpe a la cabeza del muñeco la hizo partirse. Sacudí la mano, dolorido, pero aliviado. Quería que se quedase, pero no podía suplicarlo. Mi único modo de retenerla era aquel: ofrecer mi ayuda.

Lo miro con ceño. Ah, que ahora resulta que esto es un chiste. La cosa mejora por momentos. Ahora resulta que todo esto es un drama familiar.

-Oh, vale, ya entiendo -respondo, con tono venenoso-. Así que ese es tu problema, ¿no? ¡Pobre incomprendido Rick Dehnel, que intenta demostrar sin éxito su valor al mundo! ¡Pero cuidado! ¡Que nadie se meta de por medio! ¡Tú no sirves, Lea Seimz, vuelve donde tu hermana te tenga bien vigilada! ¡Tú no tienes nada que demostrar! ¡No tienes nada que hacer aquí! ¡Dejádselo todo al gran Rick Dehnel!

Lo miro, incrédula. Si es que esto es lo último que me faltaba.

-Oh, mil gracias por cederme el derecho a decidir sobre mi vida -escupo-. Jamás hubiera creído que llegaría a tenerlo. A cada momento la cosa mejora. Claro, ahora no soy débil. Ahora la decisión es mía. Pero mejor que me vaya, que aquí no pinto nada. Aquí soy la loca esa que se dedica a recoger estiércol por gusto. Claro que, con un poco de ayuda, se la puede enderezar. Me pregunto cómo. ¿A base de golpes?

La mire, consternizado. Mi rostro viril representaba la más ancha sorpresa, mezclada con incredulidad y frustración. ¡¿Qué hechizo le habían lanzado a aquella mujer que me gritaba aquellas cosas?! ¡Solo quería ayudarla, por Mithos! ¡¿Tan duro había sido que no merecía más que gritos y reproches?!
¿Hermana? ¡¿Qué decía?! Yo no había hablado de Nadia. Solo de mis padres.

Resoplé, tratando de encontrarle el sentido a aquello. ¿Qué había hecho yo? No quería que se fuese, solo que fuese una guerrera de corazón, no obligada. No quería que muriese, nada más. No quería darle golpes, ni mandarla a casa, ni...

-Lo siento... -murmuré contrarizado, bajando el tono, relajando el gesto, mirándola con cierta desorientación.

Mi padre siempre decía que cuando una mujer te echaba la bronca te disculpases porque solía tener razón. Y él también solía tener razón. No entendía por qué había enfadado tanto a Lea, pero me gritaba por algo, así que me disculpaba.

Lo miro un momento, desafiante, esperando una respuesta. Aunque no, desde luego, la respuesta que me da. Resoplo, aún enfurecida, y me paso una mano por la cara, apartándome unos mechones que se me han soltado de la coleta. Niego entonces con energía y le doy la espada, acercándome a la pared, donde apoyo la espada. Después me siento en el suelo con un suspiro.

-Da igual -respondo, desganada, de mal talante-. Tampoco es culpa tuya.

Allá se ha ido todo mi ánimo de entrenar. Estarás contento, Rick.

Con expresión sombría, recojo las piernas, abrazándomelas, y apoyo la cabeza en las rodillas, sin mirarlo. Menuda semana que llevo.

¿No era culpa mía? ¿Entonces por qué me gritaba así? Había llegado a pensar que le había hecho algo verdaderamente malo. Aún iba a ser que solo era una mujer malhumor... ¡¡NO!! Un caballero jamás hablaría de aquel modo de una dama. Qué falta de respeto, solo de haberlo pensado. Pagaría por aquella infamia.

La vi sentarse de aquel modo. Daban ganas de abrazarla y arroparla. Me quedé así un par de segundos, solo imaginando que me dejaba hacerlo, pero aquello no era posible...
Caminé hasta mis cosas y saqué el extraño escudo de madera de debajo de mi capa. Luego me acerqué a ella y lo dejé delante de sus pies. Tras contemplarla un instante más, me senté a su lado. Casi rozaba su ropa. Podía olerla un poco desde donde estaba. Era lo más cerca que me permitía estar, pero estaba bien. Ya bastante había hecho quizás enfadándola o quizás no.

Me giro a mirarlo cuando me acerca la tabla de madera. Tras dudarlo un momento, alargo una mano para cogerla y la examino con curiosidad. Es algo tosca, pero probablemente efectiva. Esbozo una sonrisa cansada.

-Nunca se me habría ocurrido -admito, girándola entre las manos para examinarla bien-. De no ser por ti, bien podía quedarme dando vueltas y esperando para ver a Telma hasta que pase la tormenta.

Con un suspiro suave, dejo de nuevo la tabla a mis pies, con cuidado. Niego lentamente con la cabeza.

-A veces no sé cómo me aguantas -murmuro.

Ni tú ni nadie.

Esbocé una sonrisa. Parecía de mejor humor. Seguramente mi increíble invento la había hecho comprender el alcance de mi genialicidad.

-Tuve que llevarme algún golpe antes de que se me ocurriese -confesé, recordando mis moratones con una sonrisa nustálgica-. He dejado allí algo de comida y mantas limpias, así que si quieres pasar la noche allí no hace falta que lleves más.

La miré de reojo. Estaba tan cerca que podría tocarla con moverme un poco. Y no era la primera vez que la tocaba. No podía ser tan difícil, ¡por Mithos! Pero me había hecho respetar tanto su espacio que no era capaz de arriesgarme. Casi era mejor así, para no romper el momento.
Sus palabras me sorprendieron. Carraspeé para aclararme la voz. Llevaba tanto hablando que me dolía más.

-Podría decir lo mismo -murmuré, con una sonrisa de disculpa. Era algo pesado con ella, al fin y al cabo. Negué con suavidad-. No es tan difícil. Disfruto de tu compañía.

Y sufría por no poder llevarla más allá. Y a veces por no entenderla. Pero por lo demás, estaba bien. No era para tanto.

No había estirado y ya tenía los músculos fríos. Qué irresponsabilidad.

Lo miro con expresión un tanto reprobatoria, pero aún con una sombra de sonrisa. La verdad, viendo cuánto se ha esforzado por ir a verla, me siento un poco negligente. Quizá debería haber hecho yo también algo al respecto. Pero es evidente que Rick tiene mucha más iniciativa que yo.

-Por tu voz, diría que no es lo único que te has llevado por dedicarte ignorar el mal tiempo -observo-. Veremos quién va a ver a Telma cuando estés tirado en cama y con fiebre. Si es que no piensas nunca las cosas, Rick.

Casi parece que lo esté regañando, pero la verdad es que me alivia tener información fiable del estado de las cuadras y una forma de acceder a ellas. Casi me dan ganas de ir allí ahora mismo, aunque sé perfectamente que no debería hacerlo. Empujo un poco hacia él la tabla.

-Me haré una propia -propongo-. Así no tendrás que estar turnándote conmigo para ir a ver a Telma.

Tuerzo un poco la sonrisa y le doy un par de palmaditas en el brazo. Es casi como cuando se las doy a Telma o a cualquiera de los otros. De alguna forma, Rick no es tan diferente a ellos.

-Eres un buen chico, Rick -comento-. Y también eres un buen guerrero, aunque tus padres no puedan verlo.

Me llevé una mano a la garganta, frunciendo el ceño. Sus palabras me habían dejado un poco contrarizado. Bajé la vista, casi con gesto de disculpa, al ser acusado de no pensar las cosas. Las pensaba lo justo, pero pensar demasiado acortaba la vida, o algo así.

-Pues espero que vayas tú -murmuré, mirándola un poco extrañado. ¿Quién sino?

Por otro lado, un Dehnel no se enfermaba de una forma tan ridícula. Un poco de lluvia como aquella no bastaba para enfermarme. Haría falta por lo menos cinco veces más agua. O diez.
Empujó la tabla hacia mí, y la miré un momento. Terminé por sonreír con amable virilidad, inventándome una excusa.

-Pruébala antes primero. Seguro que se te ocurre cómo mejorarla. Además, Tel tiene más ganas de verte a ti que a mí.

Aquello tampoco era mentira del todo. Yo no podía ser como Lea para Telma. Desde que la había conocido, la bismonte se había vuelto un poco más caprichosa que antes y era más exigente. Qué lista era cuando quería...

Sus palmaditas en mi brazo me sorprendieron. De pronto sentí su contacto, y fue extraño. Rompió aquella barrera que yo no era capaz de superar. Era extraño en ella. Hacía mucho que no lo hacía. Noté incluso cierto y ridículo rubor virginal ante sus palabras. Tenía que responder de modo impresionante para quedar mejor que ella. Un piropo como ninguno. ¡La mejor de las frases del mundo!

-Uhm... -. Asentí, algo cortado-. Tú sí que... -. Nada-. ... Da igual.

Tenía la mente más en blanco que el pecho de una caeruleus. Vaya decepción de semental, Dehnel. Tu padre se avergonzaría de ti.

Me estiré, dejándome caer hacia atrás en el suelo, tumbado. Cerré los ojos un momento. El frío del suelo me hacía pensar en cosas alejadas de la flamma.

Lo miro, frunciendo el ceño, fingiendo cierta ofensa.

-¿Y me vas a dejar a mí sola a cargo de todo? -recrimino, supuestamente alarmada-. Menuda decepción de aprendiz de porquero, entonces...

No tardo en volver a sonreír. Con lo lento que es, este es capaz de pensarse que vuelvo a estar enfadada. Aunque sería divertido verlo tratando de poner las cosas en orden otra vez, alarmado. Pero tampoco soy tan mala, así que dejo bien claro que no pasa nada.

Repaso con un dedo el borde de la madera, pensativa.

-Eso lo dudo mucho -replico-. Como sigas insistiendo tanto en que no te quiere ver se va a acabar pensando que eres tú el que no la quiere ver a ella... Deberías apreciar un poco más el tiempo que estáis juntos. Telma te quiere mucho.

Lo miro con aire un tanto escéptico, aunque tratando de mantener la calma. La verdad es que no estoy segura de si es como un animalito o como un niño pequeño. Suspiro, dejándolo estar.

-Sí, da igual -coincido, antes de que suelte alguna tontería.

Vuelvo a mirar la tabla. La idea de volver a meterme en las cuadras es tan tentadora...

Alcé mucho las cejas, arrepintiéndome enseguida de haber dicho aquello. ¡Dar por hecho que ella se ocuparía de Tel había sido muy innoble! No tenía ninguna obligación, por supuesto. Incluso llegué a abrir los labios para decir algo, pero ella sonrió de nuevo y me detuve. De modo que todo estaba bien.

Me senté de nuevo, cambiando un poco de postura, estirándome perezoso. Ya esa bastante tarde.

-No digo que no me quiera. Solo que hace más que no te ve.

Alcé un hombro y ladeé la cabeza para poder rascarme la oreja sin usar las manos. Aproveché para rascarme también la barbilla, ya que estaba. Tras un breve silencio, me estiré y me puse de pie. ¡Ya iba siendo tarde!

-¡Bueno! Creo que hace ya tiempo que es hora de dormir -declaré, mirándola con severidad, sonriendo un momento después-. Y necesitarás descansar mucho, porque voy a obligarte a entrenar a partir de ahora-. Mantuve aquella sonrisa desafiante, poderosa y valiente como durante un segundo. Luego la borré, arrepentido, pequeño de nuevo-. Realmente no. Es broma...

Me daba miedo que pusiera mala cara, como siempre que bromeaba. Mejor, pensé, no hacerlo. Era una dama seria de ambas tomar.

FdR- Yo hoy me iba a ir temprano a la cama y me quedé viendo series ;_;

Me encojo de hombros, sin añadir más. No voy a ponerme a discutir ahora por la bismonte. Ella está a gusto con ambos, así que es tontería debatir al respecto. Aunque a veces me pone un poco nerviosa ver a Rick lamentándose de que no le hace el caso suficiente.

-Iré a verla pronto -prometo. No será por falta de ganas...

Rick se levanta entonces, y tras un momento de duda acabo por imitar su gesto. Tras semejante encontronazo, ya no me apetece nada entrenar, y además se ha hecho tarde. Recojo la espada y me la cuelgo a la espalda, como suelo hacer.

Cuando habla de entrenar, lo miro alarmada, y estoy a punto de abrir la boca para replicar cuando dice que es una broma. Suelto aire, aliviada. Por un momento he pensado que me esperaba una nueva discusión. Desvío un poco la vista. Aún así, ya que saca el tema, aprovecharé.

-Mira, Rick, te agradezco tu interés -comienzo-. Pero prefiero encargarme yo misma. Ya sé que debería entrenar más, pero lo mejor será que me cree yo un ritmo, una rutina o lo que sea -. Alzo la vista un momento-. Aunque no me molestaría entrenar contigo. Alguna vez. Si no le pones más entusiasmo del que yo pueda enfrentar.

Trato de componer una sonrisa que resulta algo cansada.

Al final el día había acabado bastante bien. Salía contento de aquello. Incluso pese al afoniquismo y al problema del caballo, que esperaba que los chicos a los que había avisado hubiesen solucionado.
Hundí una mano en mi pelo, con una sonrisa algo tirante, asintiendo a las palabras de Lea. No insistiría más, de acuerdo, de acuerdo. No quería ser pesado de nuevo.

-Cuando te apetezca me avisas -dije, más calmado, sin sacar a mi noble yo interior-. Estaré a tu disposicisión-. Fruncí el ceño un instante. No era así la palabra-. Prometo contener mi energía.

Sonreí, animado, doblando el brazo derecho con energía. Luego un bostezo me obligó a usar la mano para cubrirme la boca.

Ambos parecíamos cansados, así que recogimos nuestras cosas. Tendría que entrenar el doble el día siguiente para compensar aquello.
Nuestros caminos no tardaron en separarse y nos despedimos. La observé alejarse unos metros y luego, tras estirarme a placer, también me marché.

*se van*