Sala de entrenamiento

Sonreí ampliamente. No estaba mucho con Corbin, pero al verlo decir "te escucharé" con aquella viril y solemne expresión uno se daba cuenta de que se hallaba ante un caballero de los de verdad, y no de los falsos que pretenden serlo, pero no llegan a las suelas de los zapatos. Era un buen amigo. ¡Debía verlo más!

-Pues verás... No sé qué es lo último que te conté... -. Me rasqué el mentón, pensativo-. La historia ha cambiado mucho, y yo mismo he cambiado un poco, según creo. Ahora puedo ver cosas que antes no veía, y me siento más sabio y bondadoso.

Ladeé ligeramente la cabeza. Sería muy caballero, pero no sabía usar la espada. Aquello era un problema, desde luego. Miré la mía propia.

-En general, podría decirte que tiene una pura técnica que estudiar, y sería verdad, pero al final se trata solo de usarla, ¿no? -. Me rasqué el pelo con la izquierda, pensativo-. Estocadas tienen mayor alcance, pero son más sencillas de esquivar y menos dañinas -expliqué, haciendo varios ejemplos diferentes. ¡Qué ligera era, Mithos!-. Los cortes profundizan menos, son más fáciles de atinar, pero también de bloquear. Si haces fintas quizás evites eso, o siendo veloz...-. Sonreí, animado, mostrando un par de movimientos más. Finalmente me detuve-. Creo que has visto a otros usarla. Piensa en ella como una prolongación de tus propias manos. Si veo que te desenvuelves mal te informaré de ello, pero creo que un tipo como tú no debería tener problemas para captarlo velozmente.

Corbin negó con la cabeza.

-Las últimas veces no me hablaste de historias, y hace bastante de las últimas veces -apuntó, sin concretar demasiado-. Veo que has cambiado.

Acabó por desenfundar el arma, tomándola tal y como hacía su compañero. Sus palabras no resultaban muy ilustrativas, pero sus gestos sí ayudaban. Corbin los imitó, atento, moviéndose con tiento pero sin inseguridad. Asintió, convencido, formando una guardia.

-Probaré entonces -dijo, a la espera. Aunque le gustaba tomar la iniciativa, prefería evaluar al flamma en primer lugar por aquella vez.

Así era como yo lo recordaba. Lo había visto con Lester, pero hacía ya meses, y de aquella la situación era muy distinta. Los hombres debían hablar, pero no lloriquear. ¡Y como yo ya estaba curado del dolor del corazón podía dejar de lloriquear y hablar como un auténtico hombre, sin miedo ni vergüenza!

-¡Bien dicho! -exclamé, tomando una guardia fontal, ladeándome ligeramente. Aquello era como portar una espada de palo de madera barata, de lo ligero que era-. Pues resulta, en primer lugar, que la relación que tenía ha terminado -comencé, tras inspirar hondo, torciendo un momento el gesto. Hablar de aquello como un hombre me ayudaría.

Avancé hacia él, lanzando un corte diagonal a su torso. No me enfurecería demasiado, ni sería muy duro, que le estaba enseñando, al fin y al cabo.

Frente a la guardia frontal de Rick, Corbin adoptó una lateral, considerando que el arma lo cubriría mejor de aquella forma. Esperó, pues, a que se acercara. A su afirmación, alzó un momento las cejas.

-Inger -nombró, como asegurándose de que seguía el hilo. Ella había resultado ser la dama de Rick. Aunque llevaba tanto sin verla que ya no tenía ni idea de dónde estaría-. ¿Qué sucedió?

Al ver cargar a Rick contra él, trató de calcular bien los movimientos, y ante el golpe del flamma antepuso el arma, dispuesto a recibirlo. Se movió a continuación a un lado, buscando el flanco que quedaba abierto al detener el arma, aunque en un movimiento no excesivamente rápido. Se sentía como haciendo un experimento.

Vi como se armaba y asentí. Quizás pareciese algo torpe, ¡pero así eran los primerizos! Tras algunas estocadas le cogían el gusto a las espadas. Solía ser así. A mí me había pasado de aquella forma, al menos, y a otros muchos conocidos.

-Inger -repetí, asintiendo, encogiéndome de hombros con un leve suspiro, sin perder la sonrisa. ¡Que era una charla de hombres! Nuestros hierros se cruzaron, y cuando fue él el que atacó yo mismo lo detuve con la mía, ágil y preciso como si estuviese hecha de plumas, que así parecía-. Pues verás...-. Forcejeé con la suya, buscando apartarla para poder lanzar una estocada hacia su vientre, avanzando hacia él con seguridad-, he tenido tiempo para pensar en ello, pero al final no tengo clara cuál de las dos opciones es la respuesta...-. No lo perdía de vista, para cuando se moviese-. Ella estuvo fuera mucho tiempo, yo cometí errores a lo largo de la relación... Se me ocurre que ese distanciamiento hiciese que me diese cuenta de que no era el hombre adecuado para ella... Esa es la primera opción.

Rick tenía bastante más mano con aquello, y también algo más de fuerza, así que, aunque Corbin no solía contar mucho con su velocidad, tenía que intentar ser rápido para no verse en apuros. El flamma parecía manejar el arma con total tranquilidad y experiencia, y aquello también era un punto en su contra. Aún así, hacía lo que podía.

Se echó a un lado cuando lanzó una nueva estocada, tratando de utilizar el arma como escudo en todo momento. Y, cuando tenía oportunidad, intentaba rodear el filo de su oponente, intentando llegar a él.

Mientras tanto, el relato continuaba.

-Es curioso renunciar a una dama, poco habitual -murmuró, más para sí que para él-. Aunque supongo que puede ser lo apropiado. Espero que encuentres el camino y continúe la historia.

Arrugué el ceño. Había que decir que en parte tenía razón, pues aquello no era muy caballeresco, pero me forcé a preguntar de todos modos. ¡Aquello no quedaría así sin más, desde luego!

-¿Por qué sería curioso? ¿Crees que he hecho lo incorrecto solo una primera impresión?-. Evadía sus intentos de penetrar en mi defensa con un buen juego de muñeca, interpusiendo la espada para detener la suya. Era un principiante y no íbamos tan en serio como para herirnos, lo que lo hacía más fácil-. Y, Mithos... -. Fruncí el ceño, contrarizado, esbozando una sonrisa. Lancé un corte descendente a su brazo derecho, aquella vez-. ¿No vas a preguntar cuál es la segunda opción? De verdad, Corbin, que eres un poco seco a veces...

Corbin hacía lo que podía, y aunque su compañero no parecía ir en serio, la diferencia de habilidades lo ponía en un apuro. Se le hacía raro aquella clase de lucha, aunque veía aquel entrenamiento como algo productivo. Trataba de esquivar cuando no conseguía interponer su arma, buscando aprovechar sus pocas opciones para penetrar en las defensas del flamma.

-Bueno, no es lo que suele contarse en las historias -explicó-. Aunque supongo que tiene su sentido, dado que es una historia a medias -. Calló, y al oír su pregunta se extrañó un poco. ¿Segunda opción? Bueno, no concebía gran cosa respecto a aquellas cosas, y no se había parado a pensar en aquello. Quizá era aquel el motivo...- Bien, ¿y cuál es la segunda opción?

En un momento dado en el que se acercó demasiado, tuve que apartarme de un impulso. Era fluido y aquello, desde luego, era interesante. No quería agobiar a mi buen amigo Corbin, pero no lo hacía mal para ser su primera vez conmigo. ¡Era un buen profesor, desde luego! Y él un buen alumno, era de suponer.

-Has de saber, Corbin, que las historias dicen las verdades a medias -informé, sacando pecho con orgullo, lanzando una finta que parecía ir a su cuerpo para luego girar la muñeca buscando su brazo-. Es cierto que todo caballero elegiría a la mujer ideal y se quedaría con ella para siempre, protegiéndola, pero...-. Traté de apartar su arma de un golpe- lo cierto es que esos ideales no siempre suceden. ¡Y sí suceden! Pero no siempre el guerrero es el adecuado, ni la dama... ¿Me sigues?

Y aquello nos llevaba al segundo punto. Cuando hizo la pregunta mágica, sonreí, animado.

-¡Esperaba que te picase la curiosidad, amigo mío! -exclamé, contento-. Pues resulta que llevo un tiempo con unas dudas que cada vez me asolan con más fuerza, y no logro encontrar la solución... Quizás sea una de estas preguntas imposibles de responder, como por qué las mujeres sangran unos días al mes... -. Me encogí de hombros-, pero la cuestión es que...-. Bloqueé un ataque con la hoja, ceñudo-. He conocido a una mujer. Al principio parecía una dama más..., pero un día me di cuenta de que deseaba acercarme a ella. Y no tengo claro si deseaba acercarme a ella porque Inger ya no estaba tan presente en mi corazón o si Inger no estaba tan presente en mi corazón porque... ¿Qué llegó antes: la leche o el bismonte? -. Agité la cabeza varias veces, negando-. ¿Me sigues?

Ante la finta, Corbin se vio un poco descolocado y trastabilló un momento, en su afán por evitar el golpe aunque fuera en el último momento. Aquello no estaba bien. Una cosa era no manejarse con la espada, y otra dejarse engañar por una finta. Trató de ganar terreno a duras penas, intentando recomponerse.

Asintió.

-Lo sé replicó-. Precisamente por ello es extraño tener tantos detalles. Aunque así no es una historia superficial. Tiene más interés.

Corbin escuchaba sus narraciones con interés. Aunque, personalmente, le gustaban más otro tipo de narraciones; algo con un poco más de acción y sangre, a poder ser. De todas formas, comprendía que toda historia debía tener sus matices, y aquello era una parte más a tener en cuenta.

-Una nueva dama, entonces -resumió-. ¿Cuál es la diferencia? ¿Por qué ella y no Inger? ¿O cualquier otra?

Aquello era algo que no acababa de tener sentido en su cabeza. Ajeno a las relaciones, no acababa de ver qué importancia tenía aquello. En su caso, solía prestar atención a aquellos que se acercaban más a él, sin más. Aunque, con lo poco que se había relacionado a lo largo de su vida, era lógico que no lo entendiese del todo.

Todo marchaba perfectamente. Yo ganaba terreno, más experto que él en la espada, aunque su capacidad era sorprendente. ¡Nada parecido a los jóvenes del pueblo que se batían conmigo con espadas de madera cuando ya empezaba mis andanzas como héroe!

"¿Cuál es la diferencia? ¿Por qué ella y no Inger? ¿O cualquier otra?"

Me detuve por un instante, ensanchizando los ojos, pero su espada me rozó el brazo, rasgando la camisa y la piel, haciéndome volver en mí enseguida. Aquellos pensamientos y una espada no eran buenos compañeros. Bajé, pues, la espada un momento, dando a entender que no iba a atacar.

-Inger es dulce, es guapa, delicada, una chica maravillosa... Cualquier hombre desearía estar con ella. Es mejor que esa Lester, de hecho, por si te animas...-. Me froté una patilla, pensativo, esbozando una sonrisa-. Inger es una dama. Y, por malo que pueda parecer que yo diga esto, creo que esta otra chica no es exactamente una dama... Es una mujer, pero... Sí es una dama, pero no es una dama... Y, pese a no serlo, es tan real... Corbin, ¿alguna vez te ha gustado una mujer sin conocerla más que de vista?

Lo miré fijamente.

Corbin tardó un momento más de lo normal en entender que el combate se había detenido, pero supo verlo antes de ensartar a su compañero. Después de todo, no era más que una práctica ligera, y no estaba siendo demasiado agresivo, así que podía distinguir perfectamente la situación. Más o menos. Tragó saliva e inspiró hondo, concentrándose en escuchar y obligándose a bajar el arma.

Le costaba seguir el razonamiento de su compañero. Más de lo habitual. Era un asunto complicado. Cuando preguntó, Corbin cayó un momento, tratando de poner sus pensamientos en orden, con el ceño fruncido, en busca de una respuesta.

-Alehyss no se parece a Inger en absoluto -coincidió, pensando que si empezaba por ahí le sería más sencillo responder-. Alehyss es poderosa. Profesional. Es buena como guerrera y sabe desenvolverse perfectamente en batalla. Es alguien en que se puede confiar. Inger es... No la he visto luchar tan a menudo, pero diría que no se desenvuelve tan bien. Con Inger se puede hablar más fácilmente. Sabe guiar una conversación para que resulte interesante.

Aquello no respondía a la pregunta, comprendió. Frunció un poco más el ceño. Al final, negó con la cabeza. ¿Qué respuesta buscaba?

-Nunca me ha gustado una mujer -declaró, finalmente. En realidad, cuantas más vueltas le daba, menos seguro estaba al respecto, pero...- No busco algo como tú. No puedo responderte. Busco compañeros de combate, no una dama.

Nunca se le había permitido interesarse por algo así, después de todo. Y, en los últimos tiempos, había llegado a despertarse en él una cierta curiosidad, pero le era demasiado poco familiar como para entenderlo él mismo.

Aunque Lester no me parecía, específicamente, "alguien en quien se podía confiar", estaba claro que había embaucado bien al pobre Corbin. Tendría que explicarle algún día por qué estaba tan equivocado... Pero aquel no era el tema importante. Yo quería llegar mucho más lejos de aquello. ¡Mucho más lejos!

-¿Nunca? -. Fruncí el ceño, sorprendido-. Resulta increíble. Es una pena, la verdad... La batalla despierta nuestro poder y nuestra fuerza, pero una mujer despierta unas sensaciones cálidas y agradables que no se quedan atrás...-. Esbocé una sonrisa, algo nervioso-. Llevo años buscando una dama. Encontré a Inger, una auténtica dama... ¡Y la dejé marchar! Y entonces me dije que quería intentar acercarme a esta otra dama, y resultó no serlo. ¿Qué crees que pensé? -. Lo miré, esperando un gesto, una respuesta, aunque pronto, con o sin ella, seguí hablando-. Es tan real... No vivo en un libro; no soy su caballero, ni ella mi dama... Ni siquiera es mía, ¿sabes? Y yo estoy a sus pies, sin embargo... Y me he enfrentado a mil peligros, pero tocarla parece complicado.

Me eché el pelo hacia atrás. Estaba algo nervioso. No sabía bien por qué, aunque... ¿No era acaso la primera vez que decía aquellas cosas en voz alta? Hasta me notaba como algo frío en las manos...

-No sé explicar qué cambia. Ella... -. Tragué saliva, incómodo-. ¿De verdad nunca lo has sentido? Su presencia te apacigua, su tacto te relaja y te excita a la vez, no puedes dejar de pensar en ella y... No es una dama. Es una mujer. Y la quiero. Eso es todo.

Suspiré, algo agobiado, frotándome la cara. Mithos...

Corbin negó con la cabeza, muy serio. Luchaba por su propia supervivencia. Se había criado bajo una misión muy específica que se había difuminado con el paso del tiempo. Y, después, se había limitado a buscar un motivo para seguir con vida. Aunque su objetivo era borroso, el camino había sido fuertemente marcado, y nada le hacía cuestionarse el salir de él. Rick, en cambio, parecía tener el caso contrario; un objetivo claro, pero un camino sin definir.

-Quizá es más fácil aferrarse a algo que mantenerse firme dejando pasar opciones -dijo, frunciendo el ceño, sin saber muy bien si aquello podía aplicarse a la situación de Rick. Corbin no solía aplicar sus ideas a las mujeres; tampoco entendía muy bien cómo hacerlo.

Era extraño oírlo hablar. Era como oír a un experto leñador hablar de tipos de madera sin saber distinguir un árbol de otro. Todo sonaba a algo con sentido, pero el sentido estaba más allá de la comprensión. Era un tanto confuso. Corbin empezaba a ver la importancia de aquellos asuntos para sus compañeros, aunque le costaba ponerse en situación.

-No sé de qué hablas realmente -respondió, algo agobiado-. Es difícil de entender. Es algo que me resulta muy lejano. No sé si yo puedo experimentar algo como eso.

No sonaba algo en lo que confiar, desde luego. Sonaba tal y como Falace lo había descrito en su momento: a una distracción que podría costarte la vida.

Negué suavemente, con una sonrisa de disculpa, girando la espada en la mano, suspirando. Aquello también era difícil para mí, y eso que era un experto en damas y viudas. Un experto en damas y viudas, comprendía, pero no en mujeres, que era algo diferente.

-Sinceramente, Corbin... Sería una pena que no pudieses -aseguré, encogiéndome de hombros-. Verás... Un hombre puede ser fuerte, poderoso, inteligente..., pero llegará un momento en el que no haya que luchar más, o no se pueda, o simplemente no se quiera... Yo creo que las cosas importantes son las que quedan cuando desaparece lo demás. Por eso creo que he cambiado. Antes de esto pensaba que tenía que ser muy noble, muy poderoso y el héroe más grande de Mithos...-. Sonreí, tenso, pero animado-. Ahora sigo deseando mejorar, luchar por el bien y todo lo que pensaba hasta ahora. Pero creo que ella es más importante que la fama, que la gloria, que la nobleza... -. ¿No era muy noble que una mujer fuese más importante que la propia nobleza?-. ¿Para qué luchas, Corbin? ¿Solo para seguir luchando?

Lo miré fijamente. Quizás sus intenciones fuesen igual de nobles.

Corbin callaba, escuchando, pero le costaba darle la razón a su compañero. Y lo más frustrante era que veía su propia incomprensión, su estrechez de miras, como motivo para ello. Sin embargo, cambiar su situación no era tan sencillo como admitir algo así. Aquella conversación suponía para él un enorme esfuerzo, casi un dolor de cabeza.

-¿Y por qué una persona por encima de eso? ¿Qué puede aportar una persona? -Los individuos podían ser poderosos, pero no tanto como para dar sentido a una existencia. ¿O sí? Falace había dado sentido a la existencia de Corbin una vez. Pero Falace era su maestra, la maestra, y aquello lo hacía diferente. ¿Quizá unas personas buscaban en otras una aportación similar a la que él había obtenido de Falace? Le parecía mucho pretender, sobre todo en adultos; era mucho más fácil aportar algo a un niño, que conocía menos-. Estoy buscando el motivo. Lo perdí hace algún tiempo. Ahora intento recuperarlo. Por ahora, lucho por Brontë. Así será hasta que encuentre algo mejor.

Abrí mucho los ojos, sorprendido, casi ofendido.

-¿Qué puede aportar una persona? -. Casi era cruel escuchar aquello. Casi era cruel decir lo que dije, de la misma forma-. ¡Todo! ¡Todo lo que nada más puede aportar! Luchas por las personas, luchas contra las personas... ¡Tú mismo eres una! ¿Para qué luchas si no puedes aportar nada a nada, a nadie? -. Negué ,cruzándome de brazos-. Ahora lucho por mis ideas, y quiero hacerlo. Pero yo quiero crear un mundo mejor. Lo ideal sería que no hubiese que luchar porque todo es perfecto. Lucho por eso. Quiero que la gente esté a salvo, toda la que pueda salvar, y principalmente la gente a la que quiero. ¡Todo es por las personas! Verás, Corbin...-. Sonreí, algo tirante, cansado-. Me gustaría tener hijos algún día, y una mujer que me quiera, a la que yo quiera. ¿Qué harás cuando no puedas luchar? ¿Dejarte morir?-. Negué varias veces-. Si luchas por ti mismo ya estás luchando por una persona. Pero el mundo es más grande. Limitarizarse a algo tan pequeño como uno mismo es como creer que lo sabes todo por conocer tu casa. Lucho por las personas, y me apoyo en ellas. ¡Y si necesitas ayuda te ayudaré! Y algún día, si llegamos a ser tan viejos que no podemos luchar, entonces hablaremos, porque no podremos hacer más. Y entonces comprenderás que luchar no tiene sentido si no queda nada cuando no puedes seguir haciéndolo.

Fruncí el ceño, con los brazos cruzados, esperando su viridito.

Corbin escuchaba en silencio, completamente serio. Realmente, él mismo había planteado aquellas cuestiones en su cabeza apenas antes de que Rick las mencionara. No todas, por supuesto, pero sí algunas. Se sentía extraño oyendo hablar así al flamma. Se sentía... ¿apartado? No hubiera sabido afirmarlo con seguridad. Pero sí sentía que algo no funcionaba. Corbin tenía la costumbre de mantener la vista al frente, centrado en su siguiente paso, sin mirar más allá. Después de todo, no había gran cosa que mirar más allá. Mantenerse en su futuro próximo le daba una extraña sensación de seguridad.

Mientras estuvo con Falace, nunca se había planteado que ella faltase. Pero después había faltado, y Corbin, sin más que hacer, había quemado la casa, y con ella a su maestra, y se había dirigido a Brontë. No tenía objetivos ni motivaciones. Tan solo un vago instinto de supervivencia. Quizá la lectura, pero la lectura no mantenía un vínculo cerrado con la supervivencia.

Algo mareado, Corbin envainó la espada y la dejó en su lugar, sin mirar a su compañero. Sí era extraño. Sí le molestaba aquella sensación de desorientación. El problema era que no podía hacer gran cosa al respecto. Se volvió hacia su compañero.

-Buenas noches, Rick. Ha sido agradable hablar contigo. Espero que volvamos a vernos pronto.

Y, sin más explicaciones, abandonó la sala, taciturno.

*Se va*

Parecía que por fin había conseguido entrar dentro de su cabeza y que comprendiese, porque no dijo nada en contra. Aunque me había desviado de mi tema principal: Lea. Pero, por otro lado, mi objetivo era ayudar a la gente, no contar mis problemas, de modo que había hecho algo correcto también.

Suspiré. Al final el que tenía la cabeza llena de ideas confusas era yo. Esperaba encontrarme a Lea en los días siguientes y poder pensar al respecto con ella delante. Necesitaba un oído amigo que no fuese Corbin, que comprendiese y me ayudase a desintreñar mis pensamientos.

-Buenas noches -respondí, con una sonrisa algo tensa-. Ha sido un placer encontrarte. Entrenemos juntos otra vez.

cuando salió dejé la espada donde la había cogido, con gesto frustrado.
La quería. Lo había dicho. Y no estaba desnudo con su cálido cuerpo encima. ¿Aquello lo hacía cierto? Debía de ser cierto... Y entonces debía decírselo, pero decírselo parecía una muy mala idea.
Lo era, sin duda. Me daba miedo.

Me froté la cara, cansado y me marché.

*se va*

Está por llegar el verano, supuestamente, pero aquí sigue lloviendo. Es una puta mierda, en resumen, pero no tengo mucho que hacerle. Y como no me apetece salir, todo lo que me queda es volver a recluirme en este sitio como un alma en pena. No tengo noticias de esos dos, ni nada que hacer, y estos días los pasillos parecen tan vacíos que da hasta pena. Vaya basura, sinceramente.

Al final entrenar es lo mejor que hay contra el aburrimiento. Bueno, lo mejor que me queda.
Maldita sea mi estampa, como dicen en los libros esos viejos... O, como digo yo... Hostia puta.

Lo primero es un calentamiento, para poner el cuerpo en marcha. El trote ligero ya es el pan de cada día, y unos buenos estiramientos de todo el cuerpo para evitar agujetas y lesiones. Tras todo eso, dejando la katana a un lado, me pongo a hacer ejercicios de desplazamiento, moviéndome de un lado al otro de la sala, descalza, con las plantas de los pies bien pegadas al suelo, el derecho delante y el izquierdo detrás, comenzando con lentitud y acelerando poco a poco. Las manos van bien afianzadas en la cintura, y al cabo de unos diez minutos añado un pisotón cada tres pasos, con el que me impulso con mayor eficiencia.

Tira del gemelo, pero va bien.

*se queda practicando*

He terminado la primera parte de los desplazamientos, y ahora he cambiado el normal, en el que avanzo el pie derecho y empujo con el izquierdo, que está retrasado, por una diferente, en la que cruzo las piernas, haciendo cada zancada más larga, eficaz para barrer distancias mayores. He de asegurarme en todo momento de no perder el punto de equilibrio del cuerpo, y de que las plantas se mantengan pegadas al piso en todo momento.

Giro un momento la cabeza al ver entrar a un tipo, al que hago un gesto, sin interrumpir mi entrenamiento por él.

-Hey -saludo, sin más.

Él se pone a sus cosas, y yo sigo con las mías, pero termina por dirigirse a mí de nuevo. ¿Y a mí por qué me cuenta este su vida? Como si fuera el primero que se ha ido a casa. Pues mira qué de puta madre por ti, campeón.
Me encojo de hombros, con simpleza. No tengo un día muy bromista.

-Claro -murmuro, asintiendo una vez-. Sinfa. Yo soy Frikka.

Heylel... Es que ni me suena de haberlo escuchado.

Enseguida veo que debe de ser la primera vez que hace esto. Y por cómo camina, debieron de haberle implantado pies nuevos ayer, porque hostia... Pero bueno... No está de más reírse un rato, ¿eh? Que tengo una vida muy aburrida.
De todos modos, me sigo haciendo la seria, que así de profesional debo de estar quedando como la puta ama. Pronto mi fama será mejor que la de Gerry, y cuando vuelva se convertirá en mi discípulo.

Cuando me doy cuenta, ha hablado. Se ve que este no tiene amigos...
Río entre dientes, entretenida, acercándome a él.

-A ver, Heylel, ¿no? Vamos a hacerlo más fácil, eh... -. Me pongo trás él y lo empujo hacia un extremo de la habitación, haciéndolo caminar por delante de mí-. Es que esto, así de fácil que parece, son ¡años! de entrenamiento. Que lo sepas. Mira, ponte así -indico, adelantando la derecha y alzando el talón de la izquierda-. Pies paralelos, a la altura de los hombros. Que los dedos de la izquierda queden por detrás del talón. Y ahora te mueves así -explico, comenzando a andar-. Derecho, izquierdo, sin cruzar. Derecho, izquierdo. Deslizando. ¿Lo pillas? A ver qué tal va así.