Sala de entrenamiento

Pesimismo... Casi podría llegar a llamarlo autocompasión. Aunque es normal que la gente se deje influir por las opiniones del resto. Todos lo hacemos en algún momento. La gente se ve afectada, finge que no se ve afectada o, si tiene suerte, realmente no se ve afectada por lo que otros digan. Pero siempre hay alguien que sí importa.

Me pongo más seria.

-¿Qué más da lo que piensen? -inquiero, severa-. Parecer débil puede ser una ventaja. Todo puede serlo-. Es todo actitud. Si pareces fuerte te verán fuerte. Siempre habrá quien te menosprecie o se haga una idea equivocada de ti. Yo parezco fuerte, y la última vez que luché acabaron conmigo. No puedo correr, me siento débil, y pese a todo parezco fuerte.

Me froto la cara con la mano. No me quiero poner tan seria con ella. Son formas de ver las cosas, es experiencia, es la personalidad... Hay demasiados factores. El mero aspecto físico, incluso.

-¿Qué te parece si cenamos algo? -inquiero, de pronto.

Podremos seguir charlando allí, si quiere.

Massen no pone ninguna pega y dejamos la sala de entrenamiento.

*se van*

Bueno... Venga, Jun... Por un día no pasa nada...

Empujo la puerta de la sala de entrenamiento, procurando no echarme atrás. Tampoco es que sea tan duro. Me gusta tirar con arco, es relajante. Y después de haberme encontrado con Follow el otro día, y de que me recordase todo aquello... Hay demasiada gente que opina que debería hacer un poco más, incluido yo mismo, así que está bien que deje los libros a parte de vez en cuando para dedicarme a otros menesteres, como entrenar. Sudar un poco tampoco está mal a mi edad. Dicen que sirve para crecer un poco más. No sé si es cierto, pero por probar... A lo mejor no me quedo tan resumido.

Despliego un par de dianas de tamaños diferentes y me pongo a una distancia aceptable. Empiezo a lanzar flechas, deteniéndome a apuntar y a hacer el tiro lo más vistoso posible, calentando el brazo. Aunque, claro, al cabo de un rato tengo algo muy claro: si dependo de esto para salvar mi vida, moriré.
Necesito velocidad.

Cambio la estrategia. Recupero las flechas y empiezo con algo diferente: ahora tengo que intentar disparar lo más velozmente posible y, a poder ser, que la flecha vaya de todos modos a donde quiero que vaya...
No es tan fácil como puede parecer. Hay gente que cree que las flechas se tiran solas.

*se queda tirando*

Estoy por un buen rato, incluso creo que de verdad he hecho algo de provecho. Finalmente, tras recoger todas las flechas, decido que ya es suficiente. Otro día más.

*se va*

He venido, como me prometí ayer, a primera hora de la mañana para poner completamente a punto mi cuerpo. Comencé con un amplio calentamiento: un trote primero suave y luego más ligero, rotaciones de articulaciones, algunas flexiones, abdomilanes y lumbares, una breve serie de sentadillas y un estiramiento muscular suave. Tras aquello, dispuse un par de muñecos de práctica y me envolví las manos en una venda, para evitar lesiones y astillas que me perjudiquen por la tarde.
Empecé con golpes suaves, lentos incluso, probando mi cuerpo, buscando el lugar exacto por encima de la fuerza. La flexibilidad nunca fue el problema, y realizar patadas altas con lentitud era una buena forma de mejorar el equilibrio.

Con el paso del tiempo comencé a aumentar la agilidad de mis golpes, buscando ser ineludible, encontrando con satisfacción los puntos vitales. Sin embargo, no me agoté de aquel modo. Tras un buen rato de repeticiones, en el que busqué sorprenderme a mí misma con nuevas fintas y ataques, me alejo de los muñecos para dirigirme a las armas.
Busqué un par de minutos hasta dar con una hoz que me pareció adecuada. Se hacía más gruesa en el final del agarre, con lo que solo necesité una cuerda y una pequeña pesa circular perforada para hacerme un arma adecuada. No es como la mía, le falta equilibrio y es menos resistente, pero vale para una emergencia.

Estuve practicando un buen rato, repitiendo movimientos y ataques, intentando buscar ideas nuevas con las que sorprender a Corbin para derrotarlo. Tras degollar por décima vez al muñeco, me detuve.
Este arma no conduce la electricidad. Otro detalle en contra de la cuerda. Pero no tengo más.
Estiro cada extremidad, cada músculo, ahora concienzudamente, hasta que los siento todos flexibles y hormigueantes, relajados. Recojo entonces las cosas y salgo, en dirección a los baños.

Ha sido satisfactorio.

*se va*

después de haber visto aquel combate en el prado el otro día, por llamar de alguna forma a aquella increíble visión... ¿No debería yo también moverme? Sé que no estoy a la altura, ni mucho menos, de gente como esa, pero si hago algo quizás sea capaz de salir corriendo lo suficientemente rápido como para que nadie tenga que protegerme si pasa algo. Sería un consuelo poder hacer eso, por lo menos.

Así pues, llego a la sala de entrenamiento y me pongo a trotar en círculos, como he visto a hacer a la gente varias veces, como yo mismo he hecho alguna. Si llevo bien la respiración y no le aprieto mucho al ritmo debería ser capaz de mantenerme sin jadear por un buen rato. Aunque este dolor de piernas no ayuda demasiado. Es como si tuviese fisurados los fémures, muy poquito, y cada paso fuese un martirio...
Por eso mismo solo estoy unos minutos, hasta empezar a fatigarme, y luego paso a los estiramientos, algún ejercicio de salto y así para soltar el cuerpo y, bueno..., por fin despliego un par de dianas y cojo el arco. Tendré que darle algo de uso a las flechas.

El tiro con arco es una actividad relajante. La monotonía, la concentración, ayudan a que la mente se centre y a que el tiempo pase más rápido. La última vez intenté aumentar mi velocidad de tiro, por lo que hoy seguiré con eso. Primero caliento un poco, tirando con calma, pero cuando ya he vaciado el carcaj una vez y recupero las flechas decido que es buen momento para ponerse en serio.
Bueno... En serio... En serio a mi manera, que no es nada increíble, pero está bien, supongo... Sin práctica uno no puede aproximarse a la inalcanzable perfección.

La idea es encadenar flechas, una detrás de otra, primando la velocidad por encima de la puntería, que es importante, pero vendrá luego. La agilidad manual es tan importante como dar en el blanco. Al final, en un hipotético combate real, es muy probable que me tiemblen tanto las manos como las rodillas, pero si consigo disparar tres flechas en lo que ahora lanzo una supongo que con el tiempo alguna hará algo... ¿No?

*se queda tirando un ratoy luego se va*

Llego a la sala en pocos minutos, tras dejar la habitación de las chicas, directamente, sin detenerme en ningún otro sitio. Nada más entrar inicio un calentamiento: trote lento primero y ligero después, terminando con elevaciones de rodillas, casi en el sitio, cada vez más rápidas. Tras el trote hago una breve serie de abdominales, flexiones y estiramientos de dorsales. Finalmente, estiro todo el cuerpo, de abajo arriba, sin forzar demasiado los músculos; lo suficiente como para que estén flexibles.

Hoy voy a dedicarme a hacer algunas series de patadas, dado que no tengo tanto tiempo como de costumbre. Dispongo uno de los muñecos de madera y me posiciono frente a uno de ellos. Inicio una serie de patadas, repitiendo cada una de ellas treinta veces, a un ritmo constante para reducir la llegada de la fatiga: comienzo con las altas, a la sien; después a la barbilla, con la suela del zapato, y lo mismo a la cara. me aseguro de no apoyar el pie en el suelo hasta que he repetido el golpe las treinta veces, obligándome a mantenerme concentrada y relajada para evitar tirones o desgaste excesivo.
Sigo con patadas medias: al pecho, a las costillas, al vientre, a la pelvis y a la entrepierna. Llegada a este punto, siento el sudor en las sienes, pegándome el pelo a la frente, y descendiendo por los laterales del cuello, pero no me detengo.
Para finalizar, las patadas bajas: rótula, espinilla, tobillo, empeine y dedos, aunque esos últimos golpes ya ni los considero patadas.

Al finalizar, inspiro profundamente, secándome el sudor con la manga. Comienzo una serie de estiramientos de piernas, esta vez más minuciosos, sintiendo cómo se van relajando a medida que aplico los diferentes ejercicios. Perder la elasticidad sería lo peor que me podría pasar, y ya bastante problema me ha representado la lesión de la pierna izquierda, cuya cicatriz me recuerda constantemente que debo ser más cuidadosa.

Para finalizar, me cuelgo bocabajo de una de las barras de ejercicios, estirando así la espalda, y me extiendo todo lo que puedo, estirando los brazos hacia el suelo, tratando de tocarlo. La gravedad ayuda y es relajante.

Tras sentirme conforme con el trabajo hecho, prometiéndome que ampliaré pronto mis ejercicios, abandono la sala.

*se va*

Corbin contaba con que, si todo iba bien, no tardaría mucho en marcharse. Y, mientras tanto, continuaba manteniéndose en forma para ello, esperando el momento. Llevaba buena parte de la tarde encargándose de ello, entrenando, como era habitual en él, la lucha cuerpo a cuerpo. Sin embargo, aquel día no estaba especialmente inspirado para ello, por raro que aquello pudiera sonar. Tanto era así que acabó por cambiar de actividad.

Guardando los puños en los bolsillos, echó a un lado los muñecos con los que había estado practicando. Tomó en su lugar una bolsa con polvillo azulado y se la ató a la cadera. Después, procedió a echar algo de polvo en el suelo, sobre el que pisó con pies descalzos, además de frotarse con él las manos. Sabía que aquello era darse facilidades, pero ¿por qué no probar?

Procedió en primer lugar a acercarse a las barras. El techo de la sala era alto, y en la pared había espacio para escalar bien alto por las barras. Sin embargo, como era lógico, aquello no tenía dificultad alguna, por más normas y prohibiciones que se pusiera al respecto, así que no tardó mucho en dejarlo.

Se dirigió entonces al rocódromo, evaluándolo. No solía practicar allí, y menos aquello, pero no parecía algo que debiera pasarse por alto. Tal y como estaba diseñado, avanzaba en vertical en la parte baja de la pared, para luego volverse rugosa y, por último, inclinarse hacia adelante. Los agarres, por su parte, se iban haciendo también más pequeños. Parecía una buena forma de ponerse a prueba, así que no lo dudó mucho antes de comenzar.

Tomando algunos agarres, avanzaba despacio, analizando el terreno para ver dónde le convendría más sujetarse. Después de todo, avanzar a lo loco no tenía sentido. Su objetivo era, por una parte, poner a prueba la fuerza en brazos y piernas. Por otra, intentar llegar al techo, o lo más cerca posible de este. Contaba, además, con que si no lo conseguía, si perdía pie, tendría que conseguir una buena caída para no hacerse daño.

*escala*

Entro con las manos en la nuca, relajada, con largos pasos, sin doblar las piernas para darlos, avanzándolas completamente rígidas. Noto cómo la katana se me balancea de un lado a otro, a la espalda, al ritmo de mi cuerpo.
Sí, me apetece una mierda mover el culo con lo de la partida de Gerry, estoy como tristona y desanimada Sin embargo, si quiero machacarlo cuando vuelva va a ser que voy a tener que hacerlo sí o sí, eh. Así que a dejar de tocarse los huevos de una vez, que el ejercicio no se hace solo.

Nada más entrar ubico una figura, ascendiendo por el rocódromo. Enseguida estrecho los ojos, molesta, y arrugo la nariz con cierta incomodidad. En el mismo lugar, además, por si osaba olvidar la última vez que nos vimos.
Bufo, molesta, y le apunto con la mano, esbozando una sonrisa maquiavélica.

-Garves -siseo, con maldad, sin permitir que me escuche, ensombreciendo más mi expresión.

No pasa nada, por supuesto. No soy tan puta como él. Solo es una broma.
En fin...
Suspiro profundamente e inicio un trote suave por la habitación, aumentando poco a poco el ritmo, sin quemarme demasiado, que no es a esto a lo que he venido.

Corbin mantenía un ritmo más o menos constante en su ascenso, relativamente lento pero seguro. Pronto se hizo a la forma de los salientes, tanto con manos como con pies, tratando de adaptar sus extremidades a los agarres, mientras se aseguraba de mantener el cuerpo tan pegado a la pared como le era posible. Después de todo, así evitaría un peso que no le convenía.

No tardó en topar con un primer inconveniente. Al rato de escalada, sintió una presencia a sus espaldas, y movimientos por la habitación. De espaldas a la puerta como estaba, comprobar quién era el recién llegado no era sencillo. Giró como pudo la cabeza, tratando de localizarlo.

Era una caeruleus, pequeña y delgada, que corría por la sala. Corbin ya la había visto más veces, aunque no recordaba su nombre. Sin darle mayor importancia, o fingiendo al menos no dársela, continuó trepando. Mantenía el oído atento, por si algún gesto de ella resultaba peligroso.

Lo miro de reojo, a ratos, con expresión despectiva. No puedo evitarlo. Es que de mirarlo me duelen los ojos otra vez. Si se cayese seguro que me reía un trecho, por lo menos, y aquí tampoco es que le pueda pasar algo muy peligroso, así que no pasa nada, ¿no? No son malos deseos, exactamente... ¿No?
Como si me importase ser una mala chica, de todos modos.

Sigo corriendo, intensificando el ritmo. No me esfuerzo al máximo porque siempre dicen que hay que guardarse un poco para uno, que luego se sabe todo, pero sí me dejo ir, ágil y escurridiza, alternando con la carrera diferentes movimientos, como desplazamientos en zig zag, repentinos acelerones y cambios de dirección y todas esas cosas que sirven para algo, supuestamente.
Se nota que llevo una semanita y pico de bismonte, que o es que sea tan floja como cuando llegué, ni mucho menos, pero he tenido tiempos mejores. Y el culo de Gerald no se va a patear solo.

Parecía que la chica se limitaba a correr, sin más. Mientras no fuera una molestia, a Corbin no le importaba tener compañía. Y, además de relativamente rápida, la chica era sigilosa, así que tenía su aprobación.

Continuó un poco más arriba, situándose ya en la zona de rocódromo inclinada. Era complejo mantenerse allí, y más cuanto más avanzaba, pues aumentaba la presión. La pequeñez de los salientes no lo hacía en absoluto más fácil. Corbin, terco, se empeñó en continuar hasta que no tuvo oportunidad de seguir. Y, cuando se hizo imposible, se situó bien para saltar.

No era una caída fácil, y menos desde tanta altura, pero Corbin sabía cómo debía caer, manteniendo cierta firmeza en el cuerpo, pero sin rigidez, de forma que repartiera tan bien el peso como fuera posible. Una vez en el suelo, se incorporó enseguida, asegurándose de que todo estaba en orden, antes de proceder a acercarse de nuevo. Dirigió tan solo una pequeña mirada a su compañera, con el fin de mantenerla vigilada.

Se debe de creer muy chulo siendo una araña, pero Buscador trepa cien veces mejor que él, así que tampoco me impresiona mucho. Yo sigo con lo mío, cambio de direcciones y sentido y todo eso hasta que me harto, momento en el que decido caminar, bajando un poco las pulsaciones, y enseguida me pongo a hacer una breve serie de estiramientos: nada importante.

Ahora viene lo bueno. Desenfundo la katana y comienzo a calentar los brazos. El ritmo es constante, aunque tiende a una levísima aceleración. La idea es hacer cincuenta cortes de cada, con los brazos relajados, sin llevar tensión a los hombros. Empiezo con cortes largos, desde la espalda hasta casi el suelo, pero sin rozarlo, para no mellar el filo. A continuación haré lo mismo, pero esta vez haciendo que los cortes tengan una leve inclinación, alternando un lado y el otro, avanzando y retrocediendo un paso por cada uno de ellos.
Por respeto (por llamarlo de algún modo) no hago más sonido que el de la respiración, apretando el vientre y expirando con cada ataque, marcando la individualidad.

Si me viese mi padre se caía de culo...

En su segunda prueba, Corbin ascendió con algo más de velocidad, tratando de mantener el ritmo sin perder la capacidad de evaluación. Como no quería aprenderse los movimientos, comenzó su ascenso en un punto distinto, bien dispuesto a que la segunda escalada no fuera idéntica a la primera.

El ascender a mayor velocidad lo obligaba a pensar más rápido en cómo proceder, y las nuevas formas de los agarres pedían distintas adaptaciones de sus pies y manos. Hubiera sido interesante, pensó, soltar algunos de los agarres para limitar más el acceso a las zonas más altas. Quizá llegara a proceder a ello más adelante; por el momento, debía centrarse en lo que tenía manteniéndose en tensión, pegado a la pared, pero sin que sus gestos fueran demasiado rígidos como para entumecerle los músculos.

Poco a poco los movimientos van acelerando, pero consigo evitar tensarme. Pronto termino las dos series, tampoco es para tanto, y entonces repito el mismo proceso, pero esta vez deteniendo el filo a la altura de una hipotética cabeza enemiga, seccionando hasta la barbilla. Lo importante, de nuevo, es no tensar, no usar demasiada fuerza, sino permitir que la propia inercia del corte lleve la punta al lugar indicado, e individualizar cada corte. Me supe la teoría muchos años, pero la verdad es que desde que llegué a Brontë he mejorado más de nunca. Y ahora, con o sin Gerald, tengo que seguir mejorando.

A estas alturas, la velocidad es bastante aceptable, y el filo corta el aire, silbando suavemente. Es un sonido maravilloso. Sin embargo, no puedo seguir así por siempre, y paso, tras las cien repeticiones, a hacer un último ejercicio, esta va mucho más rápido que los anteriores, casi dando la impresión de que salto adelante y atrás, de nuevo en velocidad ascendente, aunque en realidad controlo a la perfección el movimiento de mis pies: derecho-izquierdo, adelante; izquierdo-derecho, atrás. Esta vez haré cien, intentando llegar casi al máximo, guardándome el último empujón en la reserva para no desfallecer. Solo es calentamiento.

La parte más interesante de todo aquello era la más alta, aquella en la que la pared se inclinaba. Allí era donde realmente disfrutaba Corbin, obligado a mantener una gran fuerza, soportando su propio peso contra la gravedad, sin que apoyarse contra la pared fuera suficiente para reducir la tensión y permitirle descansar.

Avanzaba, tratando de acoplarse a los agarres, de formar parte de la pared, de evitar, en todo lo posible, que la gravedad lo venciera. Debía afianzar los agarres, pero detenerse demasiado en cada uno suponía aumentar la tensión y las posibilidades de ceder a soltarse. De todas formas, sí tenía la fuerza suficiente para aguantar un tiempo.

Al final, sin embargo, tampoco llegó arriba esta vez. Se dejó caer de nuevo, esperando un poco más que antes para incorporarse, asegurándose de mantener la respiración y el cuerpo en buenas condiciones.

Cuando cae al suelo por segunda vez acabo de terminar, y estoy recuperando el aliento. Con una sonrisa socarrona, me paso el brazo por la frente, secando algo de sudor. Debería ponerme una cinta o así la próxima vez, que solo la coleta alta no llega. No sé por qué no lo he hecho. Ni que fuese la primera vez que... Que da igual, bueno.

Me echo la katana al hombro, alzando la barbilla, con esa sonrisa que tanto me recuerda al gilipollas de Gerry, pero que es mía desde que recuerdo. Lo miro, chula.

-¿Qué pasa, Corbin? ¿Cansado? -inquiero, con tonillo condescendiente, moviendo el cuello en círculos, relajando las cervicales.

Extiendo las manos hacia arriba, estirando la espalda, y luego toco el suelo. Finalmente envaino la espada y voy a por uno de los muñecos esos que tienen por aquí para que los cortemos. Me pregunto cómo hacen para arreglarlos y todo eso...
Lo arrastro hacia una zona despejada.

Corbin se incorporó entonces, soltándose el saco de polvo y dejándolo en el suelo. Se volvió un momento hacia la caeruleus, con su habitual expresión seria. Ella sí lo recordaba. Y eso no hacía sino remarcar el hecho de que él había sido muy descuidado al olvidar su nombre.

-He terminado -se limitó a responder. Y, tras dudarlo un momento, añadió-: ¿Cómo era tu nombre?

Observó un momento el rocódromo. Debería volver a utilizarlo otras veces; había sido útil. Sin embargo, como comienzo había sido suficiente. Recogió el saquito y lo llevó donde estaba, antes de proceder a estiramientos para relajar el cuerpo. Esperaba irse pronto.

Dejo el monigote en el sitio que me conviene y roto los hombros un momento. Me siento, de pronto, helada, al escuchar sus palabras. Se me borra la sonrisa. Me vuelvo hacia él, algo rígida.
No.
No puede ser.
¿Ha osado olvida mi nombre?
El problema no es el jodido nombre, claro. Es el puto hechizo que me cegó la última vez que nos vimos. Y esto solo añade puntos en su contra.

-Njorthrbiartr -digo, estrechando los ojos, mirándolo fijamente.

Olvídatelo ahora si te atreves. Aunque, bien pensado... Quizás la otra vez le dije este y por eso no se acuerda...
¡NO! ¡No hay compasión!

Nada más escucharla, Corbin entendió por qué no se acordaba y dejó de darle importancia. Se limitó a asentir, aunque sin prestar mucha atención. No iba a perseguirla ni esforzarse en memorizarlo. Tampoco la veía tan a menudo, y si empezaba a verla con frecuencia por el motivo que fuera ya tendría tiempo de hacerse al mismo.

Continuó, pues, sus estiramientos, sin prestarle la menor atención. Una vez hubo terminado caminó un poco por la sala, por el simple placer de aflojar los músculos, antes de abandonarla, sin más. Había sido una tarde productiva.

*Se va*

No dice nada y arrugo el gesto. Enseguida le doy la espalda y comienzo a practicar diversos cortes con el muñeco, clavando la espada en él sin llegar a partirlo. Busco agilidad, fintas, encadenamientos, y todo eso. Pero estoy algo descentrada. Por su culpa, claro.

Miro de reojo cómo se va, y mascullo por lo bajo una vez la puerta se ha cerrado.

-Será capullo...

Capullo. Gilipollas. Maldito bastardo de mierda. Y pensar que una vez me caíste bien. Pues ahora vas a tener que arrastrarte mucho por un poquito del amor de Fifi.
Joder con el tío. Que ya parece que le haya hecho algo yo a él, y no al revés. Me cago en la puta.

Sigo un rato más, cortando de forma más profunda, descargando los insultos en el monigote. Luego, conforme, devuelvo lo que queda de él a su sitio, envaino, estiro y me largo con las manos en los bolsillos. Una ducha sí que cunde ahora...

*se va*

Tras dejar a Lyo en manos de un simpático muchacho me dirigí a entrenar un rato, para hacer justicia a lo que había prometido a la hermosa Fera. El tiempo volvía a ser malo, y aunque llovía poco no tenía especiales ganas de mojarme aquel día, por lo que quedarme dentro era una opción mucho mejor.

Lo primero que hice nada más internarme en la sala fue poner brazaletes de varios kilos alrededor de mis muñecas y tobillos, así como un cinturón con pesos. En total, quizás sumasen veinte kilos extra. No eran demasiados, pero estaba bien para un entrenamiento ligero. Y si los mantenía cuando usase a Värdjas ya serían casi cuarenta. No estaba tan mal, aquello. Había que saber luchar con una dama a cuestas, si hacía falta.

Empecé trotando, animado, para calentar las piernas, aunque sin entretenerme demasiado con aquello. Tras ello, me dediqué a diferentes series de ejercicios: abdominales, flexiones, lumbares, sentadillas y diferentes tipos de saltos. Tenía para un buen rato haciendo aquello, pero el ejercicio impedía el aburrimiento. me concentraba en sentir cómo los músculos se fortalecían, poderosos, gracias al esfuerzo.
Un hombre como yo no podía descuidarse, pues cualquier pérdida de poder era una catástrofe. ¡Tenía que seguir complaciendo a la hermosa Fera como hasta aquel momento! Aquello era lo que me había pedido.

*se queda entrenando*

Corbin, satisfecho con su último entrenamiento, había decidido repetir aquella noche. Dispuesto a una nueva sesión de escalada, entró en la sala de bastante buen humor, planteándose ya la estructura exacta que seguiría su entrenamiento. Al entrar, se encontró una vez más con que la sala estaba ocupada. Rick Dehnel, esta vez. Hacía tiempo que no lo veía.

-Buenas noches -saludó con una inclinación de cabeza.

Tras ello, procedió a comenzar por un pequeño calentamiento. Como solía hacer, empezó por poner en marcha sus articulaciones, de abajo arriba, con atención pero sin perder en ello un tiempo excesivo. Concentrado, serio, seguía cada movimiento con actitud marcial. Y, una vez lo dio por terminado, procedió a aflojar los músculos.

A continuación, comenzó un circuito de trote ligero por la sala, con intención de ponerse en marcha.

Ya estaba terminando con las sentadillas cuando Corbin hizo aparición, y los ojos se me iluminaron un instante, sin poder evitarlo. ¡Hacía tanto que no tenía una charla de hombre a hombre con, valiera la rebuznancia, aquel hombre! Aunque, por supuesto, un guerrero de verdad sabía no molestar a sus compañeros ocupados, así que no me lancé enseguida a hablar con él.

-¡Buenas noches! -respondí, enérgico, a su saludo, continuando con mis ejercicios.

Cuando terminé con las sentadillas pasé a estirar todos los músculos que había utilizado, empezando, ya puesto, por las piernas. Lo observaba correr, mientras. Vaya un hombre serio. Seguro que añoraba también las charlas de hombre a hombre y mis historias. ¡Y tenía muchas para él!

-Hacía tiempo, eh -comenté, sin detenerme-. ¿Qué tal te ha ido todo últimamente?

Pasé de las piernas a los brazos, estirando hombros y rotándolos para que no enfriasen.

Corbin, para cuando Rick volvió a hablar, acababa de detener su carrera, y se preparaba para una nueva serie de ejercicios, esta vez, correspondientes a los movimientos más básicos de su estilo de combate. Comenzó por puñetazos simples, avanzando un paso a cada golpe, afianzando los pies, enfrentándose al aire.

-Todo en orden -respondió, sin detenerse-. Está siendo una temporada provechosa. Espero que siga así.

Tras unas cuantas series de puños, en que alternó directos, verticales y cruzados, Corbin pasó a dedicarse a patadas. Llevaba un tiempo entrenando aquello por su cuenta, y sus entrenamientos con Alehyss habían resultado provechosos en aquel aspecto. Por supuesto, no contaba con la habilidad de la chica, pero podía adaptar los movimientos de ella a su condición.

-¿Qué hay de ti?

Asentí, contento, a sus palabras, tomando un par de pesas y empezando a hacer algunas series con ellas, ya más en serio. El poder de mis brazos debía aumentar. Aunque a veces pensaba que había que entrenar más que fuerza. Quizás debía probar otros entrenamientos más específicos. Un héroe era bueno en todo, y no solo en algunas cosas.

-Me alegro -respondí, simple y sonriente a sus palabras, acelerando los movimientos que hacía con las pesas, empezando a resoplar a veces, pero todavía capaz de hacer muchos más esfuerzos sin caer abatido.

Tras un rato aceptable, dejé las pesas, aflojado los brazos, relajándolos. Fui entonces a las armas y tomé una espada, en vez de a Värdjas, evaluizando sus formas antes de decidir si era esa o tal vez otra la que quería usar.
Me volví hacia Corbin, cuando peguntó. La emoción me salía por los ojos, chispeante. Tomé otra espada como la primera, envainada, y se la lancé con un gesto animado.

-¡Ten! -exclamé, asiendo yo la mía propia-. Podría mentirte, pero te diré la verdad: recientemente mi vida no deja de tener cambios, y a estas alturas tengo tantas historias novedosas que no sabría por dónde empezar.

Desenvainé el arma y la contemplé un instante, satisfecho.

Continuó con sus ejercicios un rato más, antes de cambiar. Esta vez, alternó en las series patadas y puñetazos, tratando de hacer fluidos sus movimientos, avanzando continuamente. Poco a poco, iba a haciéndose a aquella nueva forma de combate.

Tomó la espada que Rick le ofreció, mirándola con curiosidad. Después observó al flamma. No estaba muy acostumbrado a las armas de filo. Y, teniendo en cuenta sus planes, eso no era algo muy conveniente. Desenvainó la espada, al igual que su compañero. Quizás aquella fuera una buena oportunidad.

-Te escucharé -aseguró. Luego miró la espada de Rick, alerta-. No estoy acostumbrado a estas armas. Enséñame algo.