Sala común

Entré en la amplia sala común, la cual se encontraba muy bien decorada; mejor de lo que yo recordaba. No me importaba tomar un poco de tiempo libre.
Había estado revisando las habitaciones de los jefes, y aún faltaba uno por llegar, ¿quién sería? No conocía más que a dos, y esos eran los dos primeros en llegar -excluyéndome a mí-.

Paseé por la habitación, observando muchos de los pequeños y curiosos objetos que se hallaban sobre los muebles; incluso llegué a coger algunos para investigarlos más a fondo haciéndolos girar.

Había algún que otro cuadro adornando la pared, y pude observar que todos habían sido pintados por la misma persona, a pesar de no haber podido descifrar la firma de tan esplendoroso artista.
También pude comprobar la existencia de mesas de ajedrez; no es que destacase mucho por saber jugar a ese juego, pero conocía las bases y de vez en cuando lograba derrotar a mi torpe maestro -mi padre-.

Tras haber observado con detalle casi todos los instrumentos, cogí un de los pocos libros que había en el cuarto y soplé el polvo que formaba casi una coraza.

- Ya lo limpiarán los Boros - afirmé haciendo mención a esos pequeños animalillos que se dedicaban a dar vueltas por el castillo.

Leí las letras doradas que destacaban sobre la portada del viejo libro: "Anatomía del cuerpo humano". Tras abrir el libro y observar varias imágenes que se exponían en el cuaderno me di cuenta del por qué de la presencia de ese libro en el salón común, donde la gente suele reunirse por diversión y para reírse un rato.

Me quedé leyendo el libro tras leer varias peculiaridades que desconocía absolutamente sobre el cuerpo humano y que el libro afirmaba con impresión de gran seguridad.

*Me quedé*

Tras dejar mis cosas en el lugar que me han indicado unas agradables jovencitas que parecían del servicio, recorro varios lugares hasta dar con la sala común, en la que no he entrado en años. La apariencia de la misma es prácticamente igual a como la recordaba, y es bien sabido que los parvus tenemos una memoria prodigiosa, a excepción de la jovencita que leía de espaldas a mí, a la cual no recordaba de mi última visita a esa sala.

Carraspeé gravemente antes de hablar para que advirtiese mi presencia.

- Debes de serrr Jillian Campbel, jefa de los Chrrrysos. ¿Me equivoco?

Esbozo una sonrisa que asoma bajo mi barba.

- Te rrecuerrdo... De cuando errras una niña... ¡Apenas levantabas un palmo del suelo! Aunque, también, mirrra quién habla AJAJAJAJAJA-. Rio sonoramente mi propio chiste antes de seguir-. Aunque no crrreo que tú me recuerrrdes.

Al escuchar una risa sonora mi cuerpo se estremece del susto y sin querer se me cae el libro al suelo. Giro la vista y observo a un hombre de enana estatura, supuse que era Nagorr.

Me agaché para coger el libro y rápidamente lo coloqué sobre el mueble que tenía al lado. Me dí media vuelta y sonreí.

- Buenos días... Señor Brumm - saludé mientras inclinaba mi tronco superior hacia el que se suponía que era el jefe Parvus.

Tras incorporar mi posición me centré más en el Parvus.
Comprobé su piel aparentemente curtida y oscura, sus sobrios ropajes y su pelo castaño y corto que conjuntaba con el tono de su piel. Sus ojos eran oscuros y su cuerpo era robusto.

El señor Brumm mencionó que me había visto en el pasado, cuando tenía apenas dos o tres años. Yo no le recordaba, pero probablemente me habría hecho gracia ver a un hombre tan bajo de pequeña en Fulmen, donde no conviven más que Chrysos y Flamma, y es muy raro ver a alguien de otro continente -menos Ignis-.

- Mi padre me ha hablado de usted - comenté con tono dulce -. Siempre comentaba lo juerguista y animado que era el jefe Parvus - añadí pasando a un trato un poco más irrespetuoso que ell anterior, sin llegar a ser ofensivo -desde mi punto de vista-.

Sonrío cortésmente.

-Su padrrre y yo siempre nos llevamos bien. Perrro no sabía que me trrrataba de animado y juerrrrguista. Crrreí que le habrrría dicho que yo errra un irrresponsable y brrruto cabezahueca.

Me encojo de hombros y suelto una carcajada. La observo mejor entonces.

- ¿Puedo prrreguntar qué leía con tanto interrrés? No me tome porr un maleducado, pues solo intento sacarrr un tema de converrrsación agrrradable. Los viejos como yo no sabemos qué decirrr a las jovencitas que pueda serrr interesante.

Un nuevo torrente de animadas carcajadas sale de mi boca.

Entre risas y carcajadas el jefe Parvus me preguntó qué libro estaba leyendo. No me molestó en absoluto la pregunta, a pesar de que responderla me daba un poco de vergüenza, no me gustaría que pensara que era una infantil.
Cogí el libro que había dejado hace medio minuto sobre el mueble y colocándoselo en frente de los ojos señale el título.

- Es un libro de anatomía humana - aclaré con un tono fingido serio -. Tiene datos muy interesantes sobre las capacidades del cuerpo humano y las estructuras que utiliza para llevar a cabo diferentes funciones que para nosotros resultan de lo más simples.

Un silenció se apoderó por un momento, pero rápidamente continué con mi explicación y con la cara ligeramente ruborizada.

- La anatomía aporrrta imporrrtantes conocimientos en muchos campos. Desde la medicina hasta el combate... Crreo que es un tema muy interrresante -. Sonrío-. Nunca sabe cuando le serrrá de utilidad.

Giro entonces sobre mí mismo, observando todo lo que hay a nuestro alrededor.

- Rrrecuerrdo la última vez que estuve aquí... - murmuro melancólico-. Hacía mucho que no abandonaba Humus... ¿Ha visitado Humus alguna vez?

Tras observar como el señor Brumm giraba sobre si mismo negué con un movimiento de cabeza horizontal, como respuesta a la pregunta que acababa de formular.

- Sólo he visitado las tierras de fuego (Ignis) y las de agua (Aqua) - aclaré -. No solemos permitirnos el lujo de viajar a cualquier parte por diversión.

Agaché la cabeza, mirando fijamente al suelo; no sé por qué, pero las conversaciones con otros jefes solían intimidarme.

Volví mi mirada al jefe Parvus y, como anfitriona que soy del castillo, le hice un ofrecimiento.

- Disculpe... No se lo he ofrecido antes... ¿Quiere tomar algo? tenemos café, té y pastas en el comedor - mis palabras trataban de sonar amables con ese hombre que resultaba ser muy alegre y simpático.

- Pues me parrrece bien-. Asiento-. Uno no siempre puede tomarrr algo tan bien acompañado. Crrreo que aprrrrovecharrré que se me ofrrrece la ocasión.

Dejo escapar un par de carcajadas más, esta vez más suaves, antes de clavar mis ojos en la Chrysos.

- Cuando quiera, jovencita.

Tras recibir la respuesta del jefe Parvus me dirigí ala salida, donde ofrecí que pasara él primero para abandonar el lugar.

Justo cuando el señor Nagorr salió volví rápidamente para colocar el libro donde lo había encontrado.

Me di la vueta y me fui junto a él.

*Se van*

Aún sin soltarse, ambos líderes llegaron a la sala común donde reinaba un calor acogedor gracias a la chimenea que había en el lugar. Aren, más sonriente que antes de entrar, tomó una mano de Cynara para hacerla pasar delante hasta uno de los sofás que había en el lugar y, una vez que esta se sentó, él se quitó el abrigo y tomó asiento también, con el cuerpo girado hacia su interlocutora, apoyando un codo en el respaldo del sofá para reposar su mejilla en el puño del mismo y mirarla. Con la mano derecha -la que quedaba libre- apartó un mechón de la cara de la chica.

-¿Y ahora qué pensais de mí y mis secretos? -Comentó con cariño, sin reproche o ataque en su tono y manteniendo una sonrisa de medio lado acompañada de una mirada apacible.

Entramos en la Sala común, donde Aren me sentó y me sentó en frente suya -en el mismo sofá-. Mi hizo una pregunta relacionad con "sus secretos".

- Me gustan los hombres misteriosos - respondí sonriente mientras lo miraba a los ojos -. Y tú eres de entre ellos el que más.

Sentí como apartaba un mechón de mi pelo. me encantaba que jugueteasen con él, me daba una sensación muy agradable y de confort.

El hombre sonrió y asintió ligeramente con la respuesta de la chica, luego descruzó las piernas y se acercó a ella, acariciando su mentón con la mano derecha.

-Me alegra saberlo, al menos es mejor que la impresión que mencionabas al principio -. Comentó con tono suave y envolvente, tratándola de tú a tú, apartando las formalidades. Se acercó más a ella, sin perder su mirada, y acercó su cara con la mano que la acariciaba. - Cynara... líder... amor... -. Susurró antes de volver a besarla con algo más de entusiasmo, poniendo énfasis en el segundo referente para dotarlo de una connotación más privada. No cambiaría las tornas, era demasiado pronto para eso, pero si concedería licencias, licencias que le otorgasen cierto poderío.

Nunca llegué a pensar que acabaría besando a un jefe que me llevase veinte años, y sin embargo en ese momento era lo que más deseaba.

Un nuevo beso brotó de los labios del seductor caeruleus, esta vez uno más "profundo". Me incliné ligeramente hacia Aren y rodeé su cuello con mis brazos.

Nuestras lenguas bailaban al son de la "música" que cada vez era más marchoso.

Me incliné un poco más hacia él, ordenando sin palabras que se tumbase. Hacía ya tanto tiempo que no sentía algo así que mi corazón no podía detenerse.

El hombre interpretó correctamente la orden posicional de la chica y se recostó en el sofá buscando un postura agradable sin separarse de ella. Pensaba que, a pesar de las palabras, ella aun se mantendría prudente, pero parecía que la situación rodaba mejor de lo que el caeruleus había pensado. Agarró la cara de la chica con ambas manos y se separó un poco para luego continuar con el apasionado besuqueo.

Se atrevió entonces, a pesar de que aun se le antojaba pronto, a herguirse ligeramente para quitarse el chalecho y abrirse la camisa, manteniendo -lo mejor que podía en aquella posción- la unión con la boca de Cynara. Sus cerbicales gritaban algo molestas, pero su espalda estaba suficientemente curtida para aquellos movimientos. Puso las manos en la espalda de la chica y la acarició hasta que se dispusieron en su cintura, situándola contra su cuerpo sin forzar demasiado. Aun no sabía hasta dónde le permitiría continuar, pero al menos ya tendría nociones de cómo era un Darvenwish.

Aren se tumbó en el sofá y yo sobré él, repartiendo mi peso por diferentes zonas del sofá. Nuestros labios y lenguas seguían conectados mientras él quitaba su chaleco y desabrochaba su camisa, dejando al descubierto sus pectorales y abdominales marcados.

Coloqué una me mis manos sobre su pecho y la arrastré lentamente mediante caricias hacia sus abdominales. Su cuerpo estaba caliente, aunque quizás lo confundiese con la temperatura de mi cuerpo, ya que apostaría a que tenía todo el cuerpo ruborizado del calor que tenía en ese momento.

Con la pasión del momento mi mano se deslizaba y acariciaba todo su torso desnudo, sintiendo un enorme cosquilleo en el estómago. Esta era una de esas cosas que la labor de líder nunca me había permitido hacer, poder tener tiempo con alguien que no sea por razones sociales o políticas.
Por segunda vez en mi vida, estaba manteniendo un momento de gran lujuria y deseo; sólo que esta vez podría repetirlo para siempre.

Las caricias de la chica agradaron en gran medida al caeruleus, que deslizaba su cuerpo al son que pedía la mano de Cynara mientras, con las manos que se disponían en su cintura, subía la camiseta de la flamma. Una vez colocada más arriba de sus refulgentes pechos, donde quedaba perfectamente sostenida, agarró los brazos de la chica para atraerla hacia sí, pegándo ambos cuerpos. El roce de la piel sueave de los flamma le encantaba, era realmente agradable al tacto.
Entonces cesó un poco de besarla y la miró a los ojos desde la poca distancia. La chica se le hacía tan tierna y apetecible, pero su cara delataba ya cierto cansancio y algo de preocupación. La abrazó y la dejó descansar en su pecho. Era suficiente por aquella vez.

Sentí como sus manos subían mi camiseta mostrando mis pechos al descubierto. Poco después me apoyé encima de él, donde me quedé reposando. El besuqueo se detuvo y fue entonces cuando me di cuenta de lo cansada que estaba.

Le planté un pequeño y corto beso en los labios, apenas acariciándolos.

Aren también se encontraba cansado.
Tras lisonjear unos minutos, los dos se quedaron dormidos sobre el sofá.

*Se quedaron dormidos*

Llevaba ya demasiadas horas en duermevela pues el líder caeruleus nunca había necesitado dormir demasiado y prefería hacerlo a partir de las primeras horas del amanecer. Pero se había quedado allí dejando descansar a la chica e incluso había sentido el paso de algunas personas mientras se mantenía relajado con los ojos cerrados. Tras el tentempié con la flamma había descansado durante unas cuatro horas y después había remoloneado, pensado, había recolocado con cuidado la ropa de Cynara y había aprovechado el momento para escrutarla con más calma y cercanía y finalmente había vuelto a echar alguna cabezada más que nada para pasar el rato. Pero ya estaba cansado de aquello, necesitaba moverse y desentumecerse.

Con delicadeza, paciencia y cuidado se separó de Cynara dejándola dormir plácidamente en el sofá y la tapó con una manta que había a disposición de cualquiera en la sala. Recogió su chaleco y su abrigo y se miró unos minutos. Debía ir junto Barthemius para que lo asease, menuda pinta tenía.

Antes de abandonar la sala echó un último vistazo a la chica. Que niña la veía ahí durmiendo... Finalmente se marchó del lugar.

*se va*

Abrí los ojos lentamente notando el calor propinado por una manta de lana. Me encontraba sobre una superficie demasiado blanda y cómoda para ser Aren, por lo que supuse que ya se habría ido.

Me destapé y levanté casi al mismo tiempo. Tenía el pelo algo alborotado y la vista espesa.

Tras estirar los brazos abandoné la sala.

*Me fui*

Entré en un lugar en el que no había estado antes. Estaba lleno de mesas y sillones, pero no parecía servir para una misión fundamental: comer, dormir, entrenar... Supuse que serviría para relajarse, o algo así, algo que un poderoso guerrero como yo solo necesitaba hacer de vez en cuando.

- Vaya vaya...

Miré a mi alrededor con satisfacción y tomé asiento en un cómodo sillón.

- Me gusta la decoración de esto-. Sonreí.

*se queda*

Escuché ruidos no muy bruscos dentro de la sala común, y eso sólo podría significar dos cosas. Alguien estaba tramando sus malévolos planes en ese lugar, o los boros se habían quedado encerrados mientras limpiaban.

Abrí la puerta con lentitud y esmero, dejando una pequeña franja de espacio para poder observar lo que ocurría en el interior. Un chico de aproximadamente mi edad estaba estudiando aquel lugar, lo que le hacía muy sospechoso.

- ¡Tú! - Grité abriendo la puerta totalmente con fuerza -. ¿Cómo osas adentrarte en nuestro territorio? Ya veo que el destino nos ha unido para ser rivales... - apreté los nudillos de mis manos.

Me sobresalté al oír gritos a mi espalda. Vi entonces a un chaval algo enclenque aparecer. Una sonrisa se dibujó en mis labios al escuchar sus palabras.

- ¿Rivales? ¿Pretendes ser mi rival? ¡Creo que no sabes con quién hablas! -. Saqué pecho con orgullo-. Si lo supieras no serías tan idiota... ¡como para desafiarme! ¡¿Quién eres tú, desconocido?! ¡¿Y cómo osas acusarme a mí de adentrarme en un territorio que he pisado antes que tú?!

Tsk... Lo que faltaba, afán de superioridad a tope.

- Disculpa, pero dudo mucho que hayas pisado este castillo antes que yo - comenté con una sonrisilla escondida -. Porque mi espíritu siempre ha estado aquí, esperado a que el destino me trajese.

Di un paso hacia adelante y señalé al hombre de pelo rojo "flammeante".

- Tú eres un simple peón que se ha entrometido en mis planes de dominación del elementalismo - exclamé acusándolo de aquel crimen tan horrible.

Sonreí.

- Ju...

Aparté su mano con la mía, más fuerte.

- No deberías señalarme con esa tranquilidad, chaval... ¡A mí! ¡Rick Dehnel, hijo de Reick Dehnel, hijo de...! ¡Me debes un respeto! ¡Y, aunque tu espíritu lleve aquí mil años, me da igual, porque el honor de mi familia lleva sirviendo a la justicia mucho más! ¡Tú eres el intruso!