Sala de entrenamiento

Ensanchó la sonrisa y se adentró en el lugar, dirigiéndose al armario de armas, ignorando las miradas que el aether le lanzaba. Mientras rebuscaba entre el armamento, escuchaba las palabras de Heylel, sin mirarle. Cuando finalmente encontró varios puñales, observó a su compañero durante un instante, de soslayo.

Asintió.

—Desde luego, estoy mejor que cuando te fuiste —admitió, acercándose al centro de la sala, con las armas en las manos. Sonrió—. Aunque he pasado casi un año bastante deprimido. —Se encogió de hombros—. Nos hemos encontrado en un buen momento, sin duda.

Observó al aether, que había vuelto a su entrenamiento, durante unos segundos. Poco después, añadió:

—¿Cómo estás tú? —Parpadeó—. Qué raro que hayas decidido volver.

El chrysos arqueó las cejas y miró al aether, curioso.

—¿Qué crees que parece augurarse? —inquirió. Probablemente, pensó, se refería a lo sucedido con todas aquellas catástrofes, hacía meses. Tal vez el aether pensaba que aquello era una señal, un aviso de que las cosas iban a ir a peor. Pero también podría hablar de cualquier otra cosa; al fin y al cabo, ese tío no dejaba de ser uno de los espías que había tenido Brontë.

Lyam sonrió.

—Pensé que te quedarías en casa, con tu familia —murmuró. Ensanchó la sonrisa—. Tanto tiempo diciendo que no eras un guerrero, y ahora que podías quedarte en Ventus decides volver. —Suspiró—. Qué contradictorio.

Lo miró de reojo.

—Siempre he pensado que los mensajes en el tablón se refieren más a la situación de Palacio, que suele ser horrible, que a la situación del mundo en general. —Se encogió de hombros—. De todas formas, tienes razón con lo de la energía: algo parece que no va bien.

Y él dudaba que un ejército como el de Brontë pudiese hacer algo para solucionarlo. Durante un segundo, el chrysos pensó en Dena, y en sus antiguos compañeros, y en cómo de fuertes, organizados y numerosos le parecían en comparación con Palacio. Una lástima que ya no compartiese sus intereses.

Torció una sonrisa.

—Por supuesto. —La ensanchó—. ¿Cómo está Masslow, por cierto?

Lyam también se encogió de hombros.

—Quién sabe —dijo, sin más.

No iba a discutir sobre a qué se referían o a qué dejaban de referirse los anuncios; aquello sería estúpido, y había cosas más interesantes de las que hablar con el aether. El chrysos dio un paso hacia Heylel, observándolo con curiosidad, torciendo una sonrisa. Al ver cómo Tuldvin lo miraba, Lyam alzó débilmente las cejas. Luego asintió, y esta vez, cuando habló, se notó un cambio en su tono, que sonó mucho más amigable, dulce incluso.

—Me alegro.

Sonrió. Durante unos segundos se planteó hablarle al aether del ataque que Brontë había sufrido, y de su teoría, de alguna forma casi confirmada por Madame, de la posible relación qué podía haber entre esos bichos y el conjuro de espionaje que había tenido el pequeño, pero decidió no hacerlo.

El chrysos observó al aether en silencio; su sonrisa se torció.

—Deberíamos entrenar juntos algún día, si te parece bien. —Lo miró—. Creo que podría ser interesante; nunca he combatido contra ti.

El chrysos ensanchó la sonrisa al escuchar la respuesta de Heylel. Tenía mucho interés en combatir con el aether; sería, sin duda, interesante.

—Claro. Cuando mejor te venga. —Lo miró—. Con un poco de suerte, para la próxima no nos encontraremos tan tarde. Buenas noches.

Hizo un gesto con la mano, a modo de despedida, y observó cómo el aether abandonaba la sala. Torció el gesto; apretó con fuerza los mangos de los puñales. Luego, todavía con las armas en las manos, con pasos lentos, abandonó la sala de entrenamiento.

*se va*

El chrysos llegó a la sala de entrenamiento con los puñales que había cogido ayer en las manos. Estaba empapado; la capa que llevaba goteaba, y ahora que se había quitado la capucha, se veía cómo su pelo estaba húmedo y apelmazado, con varios mechones pegados a la frente.

Lyam suspiró, se pasó una mano por la frente, y se acercó al armario de armas. Lo abrió, sacudió los puñales como pudo, tratando sin muchos resultados de secarlos un poco, y los guardó. Luego cerró el armario y observó la sala.

La conversación que había tenido ayer con Heylel había sido extraña. Desde que supo que el aether había vuelto, el chrysos había estado evitando toparse con él, pasando el menor tiempo posible en los dormitorios, los baños y el comedor, lugares donde sería bastante sencillo encontrarse con Heylel. Había imaginado que al verlo no sería capaz de contenerse, pero al final, ayer, cuando se vieron, se había comportado con una cierta entereza. Lo había tratado con más frialdad de la que había esperado, y aquello era extraño; se había sorprendido a sí mismo.

*se va*

Una tras otra, hacía series de flexiones, de abdominales, de lumbares, o corría de un lado a otro por la sala, sin un patrón concreto, pero sin dejar de moverme. A ratos tomaba un arma y daba golpes al aire: llegué a probar un hacha y una lanza, curioso. También saqué unos muñecos y me enfrenté a ellos con los puños, como si fuesen una banda rival, pero lo cierto era que ni con todo aquello lograba deshacerme de aquella sensación que me invadía y me obligaba a moverme más de lo normal. Ni siquiera notaba demasiado el hambre, aunque apenas había querido comer, y eso que lo había hecho a medias dos veces.

Agité la cabeza, tratando de despejarme, pero me sentía incapaz. Aquella noche, al volver del encuentro con Aloe, había encontrado sobre la cama un sobre, y en él una nota, y con ella había descubierto cuál era la letra de Lea por primera vez en mi estancia en Brontë.

Parecía que las horas pasaban despacio y rápido a la vez, y tenía que mantenerme ocupado para no acabar impacientado o aterrorizado.
Al final me rendí, abandonando la sala de entrenamiento. Mejor sería hacer otra cosa...

*se va*

Entré en la sala de entrenamiento, animada. Después de la conversación con Corbin, había retomado poco a poco los entrenamientos. Oírle hablar de su misión me hizo recordar las ganas que tenía yo de irme a alguna, y si no quería hacer el ridículo en un encargo, debía estar en buena forma. Por eso, desde hacía un par de días, iba todas las noches, y pasaba allí un par de horas.

Al entrar, vi que ya había alguien dentro; una chrysos a la que no había visto antes estaba colocando un muñeco en el centro de la sala. La observé durante un segundo; luego, sonreí ampliamente y me acerqué a ella.

—Buenas noches. —Señalé el muñeco—. ¿Te ayudo?

Asentí enérgicamente al escuchar su respuesta, y ambas movimos el muñeco al sitio donde la chrysos quería ponerlo.

—De nada. —Ensanché la sonrisa—. Yo soy Inger Nielsen, Anna. Encantada de conocerte.

La miré un segundo. Luego me alejé de ella, me acerqué a una de las paredes, y empecé a correr, alrededor de la sala, recorriendo las cuatro esquinas con la marcha, intentando no molestar a la chrysos. Después del calentamiento, tendría que decidir qué quería practicar. Había llevado la espada conmigo, así que probablemente acabase cogiendo yo misma un muñeco para practicar.

Me detuve un instante al escucharla, sorprendida. La miré. ¿Había oído hablar de mí? ¿Por qué? Francamente, yo no era una persona demasiado popular; no se me ocurría ningún motivo por el que alguien decidiese que yo era un buen tema de conversación. Tampoco se me ocurría ningún motivo que llevase a otra persona a decirle a un compañero que me buscara.
Era extraño.

—¿De mí? —Parpadeé—. ¿Y eso? ¿Quién te dijo que me buscaras? ¿Por qué?

Negué con suavidad con la cabeza.

—Oh, no te disculpes... —Sonreí, amable—. Es solo que me ha cogido por sorpresa.

Todavía quieta, observé cómo empezaba a correr. Por su forma de trotar, no parecía muy acostumbrada a hacerlo, pero de todas formas, esperé hasta que estuvo cerca mía para reanudar mi marcha, quedando de esta forma a su altura.

Al escuchar su respuesta, no pude evitar alzar las cejas, sorprendida. Que Alehyss hubiese hablado de mí con alguien era sorprendente; que lo hubiese hecho para recomendarme como compañera de entrenamiento, lo era aún más. Sin embargo, a pesar de que entendía por qué Alehyss me había propuesto (imaginaba que nuestra última conversación había propiciado la recomendación), no comprendía por qué no entrenaba ella con Anna. Ella misma entrenaba, así que ¿por qué no podía acompañar a la chrysos? ¿Acaso temía que Anna bajase el nivel del entrenamiento con el chrysos? ¿O simplemente no quería tenerla delante?
Suspiré.

—Oh, no te preocupes. —La miré. Esbocé una tímida sonrisa—. Podemos entrenar juntas si quieres... Eh... ¿Qué sabes hacer?

Alcé los ojos, de nuevo sorprendida. ¿Nunca había luchado, ni siquiera como practica? Entonces ¿qué hacía en Brontë? La miré, y de pronto, la chrysos me dio un poco de pena. Seguro que se sentía perdida.

—Entiendo... —murmuré. Le sonreí—. Entonces creo que tenemos que empezar por el principio, ¿no?

Ensanché la sonrisa. Giré al llegar al final de la sala y continué por un nuevo lado, siguiendo a la chrysos. De nuevo, me fijé en sus movimientos, que eran más torpes de lo que uno esperaba de un guerrero.

Suspiré. Si mi hermano estuviese aquí, él mismo le hubiese ayudado. Simon era un excelente profesor; sabía cómo sacar lo mejor de todos durante un entrenamiento, veía los puntos fuertes y los puntos débiles de sus compañeros, y les ayudaba a potenciar los primeros y a ocultar los segundos. Yo, sin embargo, solo sabía lo que él me había enseñado. No tenía ningún talento natural para la lucha, y desde luego, era incapaz de analizar los estilos de combate de las personas igual que él. Era una peor versión de mi hermano; esperaba que a Anna le sirviese.

—Tal vez deberíamos empezar escogiendo un arma para ti. —Le sonreí—. ¿Sabes usar alguna?

Me detuve cuando ella se detuvo, y la observé, con una pequeña sonrisa en los labios. Tal vez lo primero no era enseñarle a usar un arma.

—Tranquila. —La miré—. Si vamos a hablar, será mejor que no lo hagamos mientras corremos.

Ensanché la sonrisa.
Ahora que la veía así, dolorida, pensé que lo primero que deberíamos hacer era mejorar su forma física, eliminar esa torpeza que se veía en sus movimientos. Mientras mejorábamos su condición física, podíamos practicar su punto fuerte: la magia. Y después, cuando ya estuviese lo suficientemente en forma como para poder simular un combate, podríamos empezar a practicar con alguna espada.

—A lo mejor deberíamos centrarnos en mejorar tu condición física. —La miré—. ¿Cuánto ejercicio haces? ¿Cuánto crees que puedes aguantar corriendo, moviéndote de un lado a otro, sin parar?

Asentí. Tal y como parecía, la chrysos no hacía demasiado ejercicio. Supuse que, visto el panorama, lo mejor que podíamos hacer era, efectivamente, conocer sus límites y tratar de aumentarlos. Eso nos serviría como base para perfeccionar su estilo, pues dependiendo de lo ágil, veloz, resistente o fuerte que fuese, usaría un arma u otra.

—Entonces creo que deberíamos empezar por eso, sin duda.

Le sonreí.

—Podemos empezar corriendo un poco todos los días, si quieres...

Primero, no obstante, tendría que enseñarle cómo respirar, pero eso no debía de ser complicado.