Sala de entrenamiento

Asintió. Las palabras de la chrysos eran inteligentes. Ya habían atacado el Palacio con anterioridad y, tal y como ella decía, armado serviría de mucho más.

Dio un par de pasos, acercándose al lugar donde se guardaban las armas, y las observó durante unos segundos, pensativo. Luego se giró y volvió a mirar a la chrysos.

—Tienes razón. —Le sonrió—. Debería coger alguna y, luego, buscarme la vida. Es lo más inteligente. Y no puede ser tan complicado.

Ensanchó la sonrisa. Después, se acercó, de nuevo, a la chica. La observó, en silencio.

—¿Qué tal estás? —inquirió finalmente.

Obviamente, tengo razón. Lo que no entiendo es cómo todavía no lo ha hecho, cuando ya hemos vuelto hace un tiempo. Especialmente si, como ha parecido, ya no es la primera vez que se enfrentaba a esa flamma enorme.

Luego vienen las preguntas de cortesía. Me aparto sin interés un mechón de la cara, aunque pronto cae de nuevo sobre ella.

-Estoy -. Mi respuesta es escueta, y le informa, espero, de que no está siendo la mejor semana de mi vida. De todos modos, no tengo ganas de profundizar demasiado en mi estado de ánimo-. El rescate de Silvanus fue duro y aún no me ha vuelto el buen humor.

Mentira. La culpa es de lo ocurrido con Jager y el resto. Lo demás ayuda, pero esa es la razón principal. Pero, claro, eso no se lo puedo decir.

Torció el gesto. Parecía que el humor de la chrysos no era precisamente excelente. Según lo que decía, la misión le había afectado de alguna forma. Eso, por algún motivo, lo cogió por sorpresa. No había imaginado que lo ocurrido en Ignis le hubiese afectado tanto. Tenía razones, sin duda, pero aún así...

—Espero que te mejores entonces. —Sonrió—. Y que tu buen humor no tarde en volver; es agradable.

Ensanchó la sonrisa.

Asiento. No tengo nada en qué mejorarme. Nada que dependa de mí, al menos.

-Todo llegará.

Supiro. Tras el combate no estoy de demasiado buen humor. Quizás sea por este dolor de cabeza tan desagradable.

-En fin. Tengo cosas que hacer.

Tengo que terminar el informe, llevárselo a Jager y...

Nos despedimos. Luego abandonamos la sala de entrenamiento, pero cada uno parte en una dirección.

*se van*

Entro en la sala de entrenamiento con mirada curiosa. Lo cierto es que no sé cómo funciona lo de la tal Vatra. Cuando se fue nos dijo que la semana que viene nos veríamos, de modo que difícilmente se encontrará aquí, pero espero, de algún modo, que otras personas pasen a sustituirla el resto de los días. No obstante no tardo en averiguar que no es el caso.
Suspiro para mí. Supongo que serían poco más que imaginaciones. Nadie dijo en ningún momento que me fuese a encontrar aquí a nadie. De todos modos, ya que estoy, entrenaré un rato.

Dejo a un lado la kusarigama y comienzo con un calentamiento leve. Mientras troto, pienso. Recientemente he tenido la oportunidad de ver a varias personas en acción. De ese modo, he podido estudiar la utilidad de las armas de largo alcance frente a ciertos enemigos. Mejor dicho al revés: las armas de corto alcance son peligrosas porque implican una gran cercanía al atacar, y no siempre se puede acceder por la espalda.
Unos leves estiramientos interrumpen el fluir de mis ideas, pero pronto las retomo. Cuando mi cuerpo está a punto me enfrento a uno de esos muñecos que tantas veces he usado como oponente.

Si un arma es corta, como la hoz de mi kusarigama, cuentas con un alcance mínimo. Voy a tratar de aumentarlo. Así pues, mi arma será mi mano. Si la punta de mis dedos alcanza mi objetivo, mi arma, sin duda, lo habría hecho, por ser más larga.

Me pongo frente a mi objetivo, al que he atado en una de sus "manos" una vara que hará de arma a esquivar. Apunta directamente a mi pecho. Luego me pongo a una distancia de seguridad y enseguida me lanzo.
La carrera es segura y ágil. Si das pie al enemigo a ver tu duda estarás muerto. Al llegar frente a él me agacho para pasar veloz debajo de su arma, pero esta roza un poco mi espalda y me detengo. Muerta.
Vuelvo atrás de nuevo y arremeto una vez más. Al llegar al metro y pico que delimita el bastón, me lanzo al suelo, rodando con una grácil voltereta, y al acabarla me incorporo enseguida, aprovechando la propia inercia de la vuelta para erguirme, tocando con la punta de los dedos en el tórax del muñeco.
Esto solo serviría si te lanzas con seguridad.
Respiro y vuelvo atrás. Esta vez me pongo a la derecha de la figura. Quiero atacar a su lado izquierdo. me lanzo a por él en cuanto me veo segura y al llegar junto al bastón me impulso con las piernas hacia arriba, inclinando el cuerpo enseguida hacia delante, tratando de pegar las rodillas al pecho. Sin embargo, antes de conseguir dar un mortal, mi cuerpo se enreda con la vara y caigo al suelo de lado, exhalando el aire al golpearme contra el piso.
No tengo suficiente fuerza en las piernas... Lo que pensaba.

Me levanto y me preparo para probar otra cosa.

*se queda entrenando*

No hay nada mejor en todo Mithos que ver a alguien torpe sufrir por su propia negligencia, sin ayuda. Me deleito, pues, unos instantes con la caída de Lester teniendo que resistirme para no aplaudir al final, como si se tratase de una especie de espectáculo al que asisto.

-Veo que estás en forma -digo en alto, manteniéndome junto a la puerta, con tono irónico y dulzón.

Mis tacones resuenan en el suelo mientras me acerco a ella. Qué excelente sonido. Me resulta como el terrorífico sonido del fin. Así es como quiero que lo escuche ella, pues los hago sonar a propósito.

Su sutil olor a sudor, casi imperceptible, me resulta encantador. Antes yo también sudaba a menudo, cuando tenía que hacer ciertas cosas indeseadas... Pero ahora que soy quien soy...
Una sonrisa perfila mis labios.
Hace mucho que no sudo por algo que no sea placer.

Una voz conocida me obliga a volverme, alerta. No la he oído entrar. Supongo que no habrá utilizado la puerta.
A veces, cuando hablan, el tono y las palabras no me permiten diferenciarlos correctamente al uno del otro. Ambos tienen apariencia de serpientes venenosas y crueles. Me pregunto cómo de bien se conocen.

-Buenas tardes, madame Desmarais -saludo con tono monocorde, pero respetuoso-. He estado buscándola.

Pese a la desconfianza que me provoca, no me aparto. No quiero estropearlo todo por un gesto involuntario.

Su saludo no hace más que ensanchar mi sonrisa. No hay nada que me guste más que un jovencillo bien educado, aunque en este caso se trate de una mujer. No me gusta del mismo modo, pero me sirve para lo que deseo de ella. De hecho, muestra su inteligencia, y eso también es preciado para mí. Es necesario que la joven sepa someterse cuando sea necesario.

-Querida Alehyss Lester... Ya sé que lo has hecho. Pero no esperarías que apareciese a la primera, ¿no? -. Pese a mi sonrisa, mis labios cerrados no dejan asomar ni un solo diente. Acerco mi pálida mano a ella y mis uñas largas y letales recorren su mejilla con cariño-. Solo los perros responden cuando los llaman. ¿Me tomas por una perra?

Aguardo, divertida, por su respuesta. Es verdad que me ha resultado entretenido seguir sus frustrados pasos por los pasillos, aunque tuve cosas más importantes que hacer que seguirla todo el día. Pero, como digo, si me dejase encontrar tan fácilmente se creería lo que no es así. No quiero que en ningún momento dude que yo solo aparezco cuando lo veo oportuno.

-En fin... ¿Qué buscaba alguien como tú en mí? -inquiero, entretenida, separando finalmente mis uñas de su delicada piel, tan fácil de rasgar.

Preparo la sonrisa que pondré cuando oiga lo que deseo escuchar.

Me cuesta mantenerle la mirada cuando habla. Parece un desafío. No sucede exactamente igual que con Aren Darvenwish, pero sí me siento como si cualquier gesto involuntario fuese a causar una catástrofe. ¿Será tan susceptible como el líder? Se me asemejan tanto que no puedo evitar imaginármela también a ella portando un látigo y azotando indiscriminadamente, no importa si se trata de un guerrero o un enemigo.

-No, madame Desmarais -digo en voz baja, pero tan alta como para que se escuche en el silencio de la sala.

Trago saliva. Al fin, me pregunta para qué la buscaba. Dudo que no lo sepa, si sabía todo lo demás, pero supongo que necesita probar su poder obligándome a someterme.

-... Deseo... -. Alzo la vista, clavando mi mirada en sus pupilas. Si desde el principio soy débil, siempre lo seré-. Deseo aceptar su ofrecimiento -. Hablo segura-. Pero quisiera establecer antes las condiciones.

¿Y si me estoy metiendo en algo peor de lo que quiero salir? Aunque no me puedo permitir dudar.

"Madame Desmarais". Me gusta. Al menos no tendré que enseñarle disciplina. Parece bien educada.

Comienzo a girar a su alrededor, dejando entre ambas apenas un espacio de cinco centímetros, mirándola desde arriba continuamente, con seguridad y los labios curvados, como un depredador que busca el punto exacto al que lanzarse a morder. Y ella está indefensa en el lugar que ocupa, más bajo y pequeño. Aunque se revolviese, no podría huir.
No lleva su kusarigama. La ha dejado en un rincón para entrenar.

-Tu arma es muy curiosa, Alehyss Lester -. Continúan las vueltas alrededor de su cuerpo. Me detengo en un momento dado, a su espalda, y acerco mi rostro a su oído, acercando mis uñas a su cuello por el lado contrario, como si la amenazase-. ¿La usabas para atacar por detrás?

Hago cierta presión contra su garganta con las uñas. Luego me aparto con gracilidad y sigo rodeándola, acechándola.

-Tienes la piel oscura -. Al pasar por su lado, las yemas de mis dedos rozan sus mejillas- y los ojos verdes -. Me detengo en un punto, al clavar los míos en los de ella sin pudor-. Eres ágil. Seguro que eso te hacía ideal para esconderte tras arbustos o en árboles, ¿cierto? Una pena que en el ejército no te sirva de tanto ser invisible. Pero si alguna vez planeamos una emboscada, prometo que te recomendaré. Confío en tu capacidad de matar por la espalda.

Suspiro, gratificada, y doy una vuelta completa a su alrededor, plantándome finalmente frente a ella. Los centímetros que le saco me hacen parecer más amenazadora, pero no solo eso. También mi presencia, mis ojos y todo lo demás.

-¿Qué condiciones quieres poner?

No respondo a sus primeras preguntas ni a sus comentarios. A nada. Sé que lo dice para deleitarse, pues ya sabe la verdad. Sabe de mí lo suficiente como para hacerme sentir débil. Ya hago bastante no marchándome y escuchándola, pero que no pretenda que responde a las provocaciones. Mi lenguaje no verbal ya lo hace por mí.

Solo abro los labios cuando se refiere a las condiciones.

-Sea lo que sea que quiera hacer con mi organización, quiero que haya tres personas que queden al margen de todo -. Si los salvo no tendré que preocuparme más por ellos-. Ni muertes, ni entregarlos... Nada. Quiero que esas personas salgan sanas y salvas de todo esto.

La fulmino con la mirada. No sé si esta petición será siquiera evaluada. Quizás se ría en mi cara y desaparezca.

Ensancho mi segura sonrisa. Ya sé de qué habla. De sus compañeros. De la maga, el del escudo y el jefe. No me extraña que quiera proteger a los suyos, al fin y al cabo. Aunque si no ha intentado fugarse con ellos he de suponer que, o bien hay una seguridad muy grande o bien ellos están en contra.
Asiento, condescendiente.

-Haré todo lo posible por evitar que sufran daño tus amiguitos. Siempre y cuando ellos no pretendan hacérmelo a mí, claro, pero descuida-. Mi mano toma su mentón y le alza la cara. me acerco a ella, llegando a percibir su respiración sobre mi rostro-. A cambio, espero que cumplas todo aquello que te mande sin discutir. Si eres obediente, estarás ganando una buena aliada.

Es una muchacha hermosa. Una pena que sea mestiza... Pero con la formación adecuada, podría terminar siendo una pieza importante en mis manos. Y... ¿Quién sabe?

-Entonces... ¿Estás dispuesta a servirme?

Aguardo apacible por su respuesta. No me gusta presionar. Esto es un acuerdo, un trato. Ella misma me ha buscado, y, por tanto, no hay nada de injusto en ello.
Una pena que las razones de su decisión sea la preocupación por otros. Eso tendré que enseñarle a dejarlo de lado. La gente importa, pero no más que una misma.

No parece la persona más digna de confianza del mundo, pero... ¿Tengo alguna otra opción? Ya he llegado hasta aquí, y fue porque creí que sería lo mejor. Creí sinceramente que así podría salvar a Jager, al resto y, al mismo tiempo, elegir mi camino, aunque no fuese la elección que desease.
Aliada o esclava... No sé qué seré... Pero aprieto los puños y, lentamente, asiento. Que pase lo que tenga que pasar. Si me equivoco... Ya estoy pagando por un error... ¿Importa, acaso, cometer otro?

-Acepto... -murmuro, clavando mis ojos en los suyos.

Sonrío, satisfecha. Me encanta que los negocios salgan bien. Especialmente cuando ninguna de las dos partes está amordazada y tiene un cuchillo en el cuello. Si lo pienso fríamente, la chica sí se encuentra un poco en esa situación, pero no es mi culpa. Yo solo me aprovecho.

-Imagino que ya sabrás que delatarme o hablar de esto con alguien implica un castigo.

No creo que haya dudas al respecto. Es solo por asegurarme.
En fin...

Me acerco a ella y muevo un dedo, paralizándola y luego levantándola en el aire con una extraña fuerza. Por mucho que lo intente, no podrá moverse.
Con mano delicada, alzo su camiseta. ¿Cuál será un buen lugar? Recorro su vientre con la yema de los dedos, notando su forma. Finalmente llego a su pecho, sin introducir la mano bajo el mismo. Sería demasiado obvio. Así pues, deslizo el índice hasta su costado, sobre una de las primeras costillas, junto al pecho izquierdo. Sin demasiado teatro, mi uña rasga su piel, dibujando una línea curva perfectamente ensayada tantas otras veces. En vez de sangrar, la herida se torna violeta un instante y luego, cuando el color se apaga, queda allí una cicatriz rojiza. No debería llamar demasiado la atención.

Detengo el hechizo y la chica cae al suelo.

-Cuando te llame, lo sabrás. He pensado que tus pechos son preciados para ti, así que te los he dejado intactos. Una muestra de mi buena fe.

Una sonrisa macabra se dibuja en mi rostro.

-El contrato está firmado. Y no recuerdes que tienes que seguir fiel a tu organización para que no sospechen.

Hago una leve reverencia y me vuelvo, alejándome de ella con pasos cortos, abandonando el salón.
Definitivamente, los buenos acuerdos alegran el día a cualquiera.

*se va*

Asiento. Obviamente, no la delataré. Ya no solo por lo que pueda hacerme, sino por mí misma. Si dijese las cosas que estoy haciendo se vendría sobre mí tanta gente que no sé de quién debería empezar a defenderme primero.

Lo que pasa a continuación no me lo espero. De pronto, cuando quiero darme cuenta, no puedo moverme. Y apenas un instante después estoy suspendida en el aire, todavía inmóvil.
Asisto, impotente, a cómo ella me retira la ropa y recorre mi cuerpo con casi dulzura, como si estuviese decidiendo qué parte de mí comerse primero. Cuando noto el corte exhalo algo de aire, incapaz de moverme debido a la inmovilización.
Se recrea un buen rato en el dolor y, al acabar, tal y como empecé a estar suspendida, dejo de estarlo. Jadeante, sentada en el suelo, la observo marcharse. Cuando se va, consigo observar lo que me ha hecho.
La cicatriz parece antigua. Es de lo más escalofriante. No sé para qué sirve, aunque las cosas que me imagino no son buenas.

Me pongo en pie y recoloco mi ropa. Todavía algo impresionada, pero recobrando la calma, salgo del lugar.

*se va*

Lluvia, en vista de que no daba encontrado ni a su maestro ni a nadie que le pudiese enseñar cómo tirar con arco, decidió entrenar por su cuenta. Había leído mucho acerca de arcos y de cómo usarlos, así que esperaba que, por lo menos, pudiese lanzar alguna flecha. No pedía acertar en la diana ni mucho menos; sólo quería comprobar que era capaz de usar el arco para algo. Con el tiempo aprendería apuntar.

La aether cogió una diana de uno de los armarios y la colocó en mitad de la sala. Luego tomó su arco, una flecha, la colocó e intentó lanzarla, sin demasiado éxito. Nada más soltar la cuerda, la flecha cayó al suelo, a un paso de donde ella estaba. Pese a ello, Lluvia no se desanimó. Imaginaba que al principio no tendría demasiada fortuna, así que no abandonó su entrenamiento en ese momento. En su lugar, recogió la flecha y volvió a probar. La conversación con Follow, el extraño piscis, la había animado lo suficiente como para intentar aprender por su cuenta. Tal y como el piscis había dicho, sus pesadillas parecían surgir por su miedo a ser incapaz de hacer nada, por su debilidad y desconocimiento. Y para combatir aquellos miedos, sólo veía una solución: entrenar; hacerse más fuerte y aprender a defenderse. Cuanto antes lo lograse, antes alejaría sus pesadillas. Y aquello, en ese momento, era lo que más quería.

*se queda*

Tras pasar por varios lugares, viendo que allá donde voy molesto, decido ir a la sala de entrenamiento. Quizás si hay tanta gente en las escaleras, en la biblioteca...
¡Pero no! ¡También aquí!
Suspiro. Desde luego, Jun, hoy no es tu día.

Lanzo una segunda mirada a la sala. La chica que ¿tira? con arco no es otra que Lluvia. Parece concentrada.

¿Qué clase de raro entrenamiento está haciendo?

El ruido de alguien al abrir la puerta sobresaltó a Lluvia, que dejó caer el arco. Sorprendida, y levemente sonrojada, se giró para comprobar quién había entrado, deseando que no fuese un guerrero. No quería que alguien con nivel la viese haciendo el ridículo.

Lluvia relajó la expresión al ver que quien había entrado era Jun. Más calmada, recogió el arco del suelo y saludó al claritas con una amplia sonrisa.

—Buenas noches.

Se acercó al muchacho. Hacía mucho que no lo veía, ¿qué tal estaría?

Cierro los ojos, sobresaltado, al oír caer el arco. Me duele, en cierto modo, que un arma tan hermosa sufra de esa forma, pero supongo que ese es su cometido. Aunque la artesanía debería guardarse y cuidarse bien, no usarse a golpes...

Sonrío a la chica cuando me saluda y se acerca. La saludo agitando una mano, relajado. También la molesto, no cabe duda, pero su apariencia me hace sentirme menos incómodo. Los otros guerreros parecen tan mayores y ocupadas.

Hago referencia a ella con la barbilla, arqueando las cejas interrogante, sin dejar de sonreír. "¿Cómo estás?". Eso debería entender.

Lluvia ensanchó la sonrisa.

—Bien —respondió—. Estaba entrenando. Y, bueno, por lo demás, bien también. Sin mucha novedad.

Se encogió de hombros. Lo cierto era que no había hecho demasiadas cosas. Había estado leyendo y se había encontrado con Follow, pero, por lo demás, no había mucho que contar. Seguía teniendo pesadillas, sí, pero prefería no hablar de ello.

—¿Tú cómo estás?

La escucho, encantado. Lo cierto es que me gusta mucho escuchar lo que la gente tiene que contar. Quizás entre las paredes de mi torre he leído muchos libros, y es cierto que el abuelo me ha enseñado también buena cantidad de cosas, pero el escuchar las palabras de alguien, narrando simplemente sus acciones cotidianas e intensas, me resulta mucho más agradable. Envidio mucho que puedan ser tan libres sin siquiera darse cuenta.

Cuando termina de hablar mi sonrisa se borra ligeramente. Me encojo de hombros y saco mi pizarra, escribiendo rápido en ella para luego volverla hacia la aether.

"Me iré uno de estos días."

No puedo evitar recordar a Chi Yeon... Ella estaría de acuerdo con lo que hago, seguro.

Lluvia borró la sonrisa al leer lo que había escrito Jun y frunció levemente el ceño. Confusa, parpadeó un par de veces, y releyó el mensaje de nuevo, como si esperase encontrar un significado distinto. No lo encontró.

—¿Te vas ya?

Alzó la vista y miró al claritas, apenada. No se esperaba que se fuese tan pronto. Recordaba lo que habían hablado la primera vez que se vieron, pero, aún así, pensaba que se quedaría más tiempo. Aquello la había cogido por sorpresa.

—¿Por qué tan pronto?

Al ver que borra la sonrisa... Bueno... Me preocupo. Es decir... Nunca quise generar infelicidad en nadie, ni una poca, y menos en la única persona en la que me he detenido... ¡Si lo sé, no la molesto!
Suspiro y trato de dibujar una sonrisa algo animada. Borro el mensaje con el puño y reescribo.

"Vienen a buscarme." Borro. Escribo."Y aquí solo incordio."

Lo cierto es que si al menos me hubiesen puesto a limpiar, pues aún... Aunque los boros son mejores para eso...

Lluvia boqueó, sin saber bien qué decir pero con ganas de replicar. No entendía por qué se iba tan pronto, ni por qué decía que era un incordio. ¡No lo era! Era un muchacho muy agradable, no alguien molesto. ¿Por qué decía esas cosas?

—Pero... pero, pero... —balbuceó. Frunció nuevamente el ceño. ¡Si es que no lo entendía! —. Pero no...

Miró al claritas a los ojos. Luego bajó la vista. No quería que el claritas se fuese. Era una de las pocas personas que conocía, y, además, no le gustaban las despedidas.

—No eres un incordio...

Verla tan frustrada me hace sentirme entre culpable y halagado. Lo cierto es que creo que llego a ruborizarme un poco, y se me escapa una sonrisa tímida.

"Gracias, pero yo aquí no sirvo de nada." escribo, dedicando un gesto amable a la aether.
Luego bajo un poco el rostro, mirando al suelo con cierta tristeza.

"Es el abuelo el que decide," "de todos modos."

Había demasiadas cosas que apoyan mi partida. Para empezar... El que me llevará a la torre no debe de andar muy lejos ya...