Claustro.

La vi muy contenta de pronto. Todo parecía decidido. Sonreía, pero al mismo tiempo me sentía algo aturdido, como si no encontrase de todo la gracia a aquello. Y sí. Me parecía entretenido quedarme con el pequeño Lyo, ayudarla era una buena idea, pero mis capacidades paternales aún no estaban pulidas del todo.

-¿Ah? ¿Me lo quedo ahor...? ¿Entonces no te ayudo a buscar a los líd...? ¿Pezones en...? -. Me ruboricé, sacudiendo la cabeza de lado a lado. Aquello no podía decirlo. Miré de nuevo a Lyo, que se revolvía entre mis brazos-. ¿La toma? ¿Y que le...? -. Arrugué el ceño, confuso-. ¿Chupar un bistec? ¿Cómo voy a...? -. Hablar con los de la enfermería. Aquello sí era una buena idea-. Por supuesto. Hablaré con ellos. Y Lea no es mi... -. Abrí mucho los ojos, confuso-. ¿Un mes? ¿Vas a tardar tan...? -. Cerré la boca. No debía quejarme. Procuré componer una sonrisa noble, asintiendo-. Por supuesto. Tómate el tiempo que necesites. Es un tema importante -. ¿No? Al pensarlo bien...

Ella siguió hablando y luego se despidió.

-Estará bien. Lo prometo -aseguré, con gesto viril y caballeroso. Palidecí con su última frase. Me lo creía. Pero asentí de todos modos-. Buena suerte.

Y se fue. Y nos quedamos solos, allí, junto a la fuente. Bajé la vista al niño, de nuevo. Guardé silencio varios segundos.
Pensándolo bien... ¿Qué demonios acababa de hacer?

-¿Y ahora que hacemos? -inquierí, sin recibir respuesta.

Un olor me recordó el inicio de la conversación.
Pañal...
Yo nunca había...
Mithos...

-Socorro... -murmuré, dirigiéndome al interior.

*se va*

Tras una tarde que ha sido una puta mierda, por cierto, y una cena insulsa he decidido tomar el aire. Las cosas por aquí son un rollo sin esos dos. No es que viese mucho a Cierzo, tampoco, así que la lista de culpables mengua... Y ahora no me venía mal Narbe con sus palitos mágicos de hierba. Una pena...

Por desgracia llueve. Ya empieza otra vez. Aquí parece que son de extremos. Así que no me queda otra que mantenerme bajo techo y dejarme salpicar por algunas gotas de lluvia con cara de circunstancias guion mala hostia. Ni el tiempo está de mi parte, joder...

Era un buen día para quejarse a Massen, por ejemplo.

*se queda*

Me sobresalto al sentirlo aparecer a mi lado, cómo no, pero intento ocultarlo porque soy la polla y no quiero parecer una cría fácilmente impresionable. Y porque no estoy de buenas hoy.
Escucho su perorata, también, sin demasiado ánimo. Qué me importará a mí el gato de nadie.

- Mi madre dice que sin un poco de humedad no se puede vivir, que el agua es esencial -respondo, monocorde, echando una nueva mirada a la lluvia, que sigue cayendo. Claro.

Su comentario sobre mi estatura me arranca un mohín. Con la nariz arrugada, esta vez sí, vuelvo el rostro hacia él. "Pues parecía usted más viejo hablando así de viejas historias", estoy a punto de escupirle, pero me muerdo la lengua. Que no es un cualquiera.

- Soy pequeña de todos modos, pero le aseguro que no tengo antepasados parvus -termino por divagar, con tono neutro.

Enarco una ceja, echando una nueva mirada al agua que cae y luego al viejo. Puedo pensar en él como viejo, ¿no? ¿O me leerá la mente?

- ¿Y más volatilizada no es peor para los huesos? -inquiero, con algo de mala leche en el fondo, pero esbozando al fin una sonrisa-. Aunque si no hay humedad se resienten la garganta y los pulmones.

Nadie está contento nunca. Así son las cosas.

Me miro las manos cuando se pone a hablarme que si de claritas, caeruleus, piscis y todo eso. No creo seguirlo mucho.

- Al final poco importa lo tangible que sea el agua, ¿no? -inquiero, clavando la vista en el paisaje. Extiendo una mano hacia el exterior -. Âchnam -murmuro, y el hechizo brota y se pierde en la lluvia-. Al final soy lo que soy, con o sin agua.

Aunque pueda parecer lo contrario, según se mire. Aunque mi madre desease lo contrario.
Se me escapa una sonrisa a su mención a la lluvia.

- Los excesos no son buenos, pero "incluso los que menos aprecian la lluvia se alegran alguna vez de ver llover" -recito. Esta vez son palabras de mi padre.

No tengo claro si estamos hablando o solo soltando una sarta de memeces y refranes. El abatimiento me deja algo viejuna, eh.

Me rodeo los ojos con los dedos, formando círculos con los pulgares y los índices, como si me pusiese dos lentes, y observo así el panorama. Se me escapa una sonrisa, algo triste.

-¿Sabe? ver de noche es igual que ver de día, porque donde yo vivo las cosas son así: la gente sale por la noche y duerme durante el día. No hay la más mínima diferencia. Pero, si se da cuenta, aquí solo nosotros vemos en la oscuridad, y todos los demás necesitan luz -. Bajo las manos, abatida, y lo miro de reojo-. Al final somos la raza más solitaria, ¿no cree? Podemos fingir, vivir de día, y somos útiles a los demás sirviendo de vigías nocturnos. Pero al final estamos separados, de algún modo.

Es algo triste. Y mis padres se quieren, supongo. Pero al final somos seres solitarios. Alguien tiene que sacrificar algo, ya sea la oscuridad o la luz. De algún modo, creo que somos los más distintos.

Su palabrería sobre especiales, distintos y demás no me dice demasiado. Supongo que tiene razón, que aún no me "he dado cuenta", sea de lo que sea. No me considero más especial que nadie, aunque sí me considero más especial que muchos, no sé si me explico. Es más a nivel personal.

-¿Y si le anuncian una tormenta? -inquiero-. Una más larga que la última, todavía. Una que no sabe cuándo acabará. ¿Qué haría entonces? ¿Salir de todos modos, aunque llueva? ¿Mirar por la ventana encerrado en casa? Al fin y al cabo, nadie puede evitar la lluvia. Solo podemos esperar mientras intentamos llenar el tiempo con otras actividades...

Pero la mierda llega cuando no tienes otras actividades, cuando hasta que empezó a llover no te habías planteado que quizás debiste haber pensado antes qué harías si llovía.
Me siento algo pesimista, y aquí estoy, contándole mis penas a un viejo.

Al final no es más que un viejo que cuenta historias, como tantos otros; ni siquiera historias más interesantes, solo historias. Parece frágil con todas esas pesadas alas que tienen pinta de pesar de cojones.

- ¿Tiene una nieta?- inquiero con cierto aire divertido en una voz que suena algo apagada desde hace rato-. Siempre he imaginado a los líderes como personas tan ocupadas que apenas tienen tiempo para familia y cosas así.

Bien pensado, tiene sentido que no sea así. Ha sido un pensamiento ridículo.

Observo sumament entretenida la forma extraña que tienen sus gafas de flotar, como esperando a que las coja en alguna estantería invisible. Parece tan sencillo para él... Joder... Es que parece que ni lp haga él, que sean las gafas.

-Es bien sabido que no hay que pensar mucho en la lluvia mientras cae, no más de lo necesario, no si no se puede hacer nada-. Aspiro profundamente, llenando los pulmones-. La gente es algo masoquista. Nos gusta torturarnos con hipótesis y tal... Supongo que somos todos gilipollas. Perdón, poco cabales- me corrijo.

Estiro los brazos hacia arriba, desperezándome. Me sentiré algo sola, pero si hablar con un viejo ayuda debería plantearme que lo que tengo es serio.

- ¿Sabe? Creo que es hora de que deje de ver llover y haga algo para no desaprovechar el día -murmuro con una sonrisa que tiene también algo de mueca-. La noche- corrijo al instante, relajando la expresión.

Si por culpa de ese imbécil, al final, hasta casi me llego a volver diurna. Tendré que resarcirme con mi raza...

No estaba atardeciendo mal el día. La lluvia no acompañaba demasiado, pero eso no era impedimento para tomar un poco el aire bajo la cornisa del claustro. Al fin y al cabo, no hacía tanto viento como para empaparse por estar allí un ratito. Y, con la gorra sobre los ojos, la luz que se colaba entre las nubes no era demasiado molesta. Era hasta relajante. Aquella maldita casona de ricos era relajante. ¿Por qué nadie la había invitado antes?

Sentada sobre el muro de piedra, con medio cuerpo bajo la cornisa y el otro medio en el pasillo, con las piernas cruzadas y la espalda apoyada en una columna, Ben entonaba una suave melodía con la flauta. Las notas, lentas y fluidas, hacían un bonito efecto mezcladas con la lluvia, aumentando aquella sensación de relajación.

*Se queda*

Un sonido extraño me llama la atención cuando paso junto a la puerta que da al claustro. De reojo, compruebo un instante que, efectivamente, sigue lloviendo. de todos modos, decido asomarme un instante. Enarco una ceja al sacar la cabeza, y enseguida paso el resto del cuerpo, cerrándola a mi espalda. Por suerte, a cubierto no me mojo: no es que haya una brisa demasiado fuerte.
Me apoyo contra el muro, junto a la puerta, contemplando con curiosidad, en silencio, a la chica que toca. Enseguida paso de contemplarla a ella a ver llover, sin más, elevando la vista al cielo, evaluando el suelo, los charcos, inspirando un poco del aire humedecido.

Me siento algo incómoda por estar aquí, como siendo partícipe de una escena privada, de modo que no dejo de tenerla en mi campo de visión, aunque sin mirarla nunca fijamente, esperando a que, con un gesto tímido o lo que sea, me haga marcharme, si le estorbo.
Resulta agradable, aunque sea para pensar en mis cosas. No es que la chica, en concreto, me resulte trascendental.

Cuando una llevaba toda su vida viviendo sin techo, debía estar atenta a cualquier sonido o movimiento que pudiera suponer un peligro. Y, aunque en aquel palacio de ricos no se sentía nunca en peligro, a Ben no le pasó desapercibida en ningún momento la presencia de la morena que acababa de aparecer.

Continuó tocando, sin detenerse ni dudar en ningún momento. A veces se preguntaba si era ella o sus dedos los que decidían los movimientos. No era algo demasiado importante, mientras el resultado fuera agradable al público. Daba igual si el público era alguien más o solo ella.

Sin detener la melodía, cambió de postura, sentándose sobre el muro con los pies hacia el claustro, observando a la recién llegada. Debía ser algo mayor que ella, y era bastante más alta. Tenía un algo elegante. Desde luego, no desentonaba tanto como ella con el ambiente.

Sin dejar de tocar, le dirigió una pequeña sonrisa y un saludo con la cabeza, acompañado de un ligero cambio en la melodía, que se volvió más rápida por un instante.

Nada más verme, se vuelve hacia mí, pero no parece que mi presencia la haya incomodado, por lo que no tengo motivos para abandonar este lugar. Simplemente respondo a su gesto con uno propio, más vago, sin sonreír, pero sin mostrarme fría tampoco, y paso a dejar de evitar mirarla, permitiéndome el contemplar el movimiento de sus dedos, ágil y exacto, mientras me dejo llevar, inmóvil, pero relajada, por la música que surge del instrumento.

La música y yo siempre hemos tenido una relación muy extraña. No diría que me desagrada, y eso que sí hay muchas cosas que lo hacen, aunque cuando el estruendo es excesivo llega a incomodarme. Digamos que, no obstante, si es algo como esto, sencillo, sin demasiada instrumentación, sin voz incluso, consigue relajarme un poco. Es una buena manera de evadirse y no pensar en nada concreto, o de dejarse llevar simplemente por la situación.
La lluvia, sin embargo, que tiende a disgustarme, se entremezcla como sonido secundario y genera un colchón bastante apropiado. En resumen, resulta agradable, aunque lo era más cuando la melodía era más apagada, en mi opinión.

Apoyó ambas palmas en la pared, detrás de mí, sintiendo la roca fría contra la piel, y recuesto suavemente el cuerpo sobre ellas.

La morena correspondió al gesto, afianzando un momento más la sonrisa de la mestiza. A Ben le gustaba tener público, sobre todo si era un público respetuoso. Y aquella chica, en concreto, no había dicho ni una palabra que interrumpiera la melodía.

Se inclinó un poco hacia adelante, observándola sin tapujos, con curiosidad. Con los codos apoyados en las rodillas y las piernas moviéndose sutilmente al ritmo de la melodía, continuó con la misma mientras analizaba a su audiencia. Sutiles gestos en la expresión podían determinar qué partes de la música gustaban más, y Ben había aprendido, por su propio bien, a leer estas expresiones. En su opinión, la música debía gustar en conjunto, pero un profesional no debía echar sermones a la clientela, y ella era una buena profesional.

Así pues, se dedicó a jugar con la música, experimentando, en busca de gestos que le indicaran por dónde debía continuar su pieza improvisada. Aunque, a juzgar por el aspecto serio y tranquilo de su compañera, mejor sería no darle mucha marcha.

Desde que estoy aquí, no he tenido muchas oportunidades de escuchar música. No es, como he dicho, uno de mis intereses más elevados, pero dado que puedo afirmar que es algo que llega a gustarme, está bien descubrir que hay quien se dedica a ello, y no de forma aleatoria o chirriante. También pude escuchar una pequeña pieza al piano de la joven aether que luego perdió un ala, a la que vi en la enfermería, pero al final es complicado dar con alguien que toque en un momento que te puedas permitir el escucharlo, y en el que te lo permitan.
Es extraño: siempre me ha agradado, en cierto modo, y sin embargo nunca he llegado a acceder a ella. Y no por haber tenido impedimentos al respecto. Supongo que simplemente no me coincidió, o que no me llamó la atención lo suficiente. Estoy segura, sin embargo, de que me resultaría relajante, pero no siento la motivación necesaria para ponerme a aprender.
Sería cuestión de esfuerzo y rutina, por supuesto, pero puedo aprender otras cosas con ese esfuerzo y esa rutina. Nunca he sido muy artística, supongo, y eso es todo, al final.

Cambia, y yo contemplo el césped mojado. Termino por relajar el gesto hasta que deja de parecer serio. Tampoco es una sonrisa, pero sí está lo suficiente tranquilo como para que parezca abstraída, sin más.

Era agradable, aquello. Normalmente, cuando tocaba en la ciudad, era necesario dar marcha a la melodía para que la gente se parara a escuchar y apreciarla. Muchas veces, incluso, era imposible conseguir público sin baile. Así que se le hacía extraño aquel nuevo público, tan serio y tranquilo, tan abstraído que no sabía muy bien cuándo parar.

Porque Ben tenía sentimientos encontrados, incapaz de decidirse a detener la melodía, ya que disfrutaba tocando, y al mismo tiempo queriendo hacerlo para conversar con su público. Decidió mantenerla un poco más, haciéndola suave, lenta, continuando con las armónicas notas en función de la expresión de la chrysos, que parecía a gusto.

Y, así, la música, al cabo de un rato, murió por sí sola. Ben separó los labios de la flauta y apoyó la cabeza en ambas manos, con una sonrisa, mirando a la otra chica, sin saber todavía si hablar sería buena idea. Parecía algo cruel romper así el ambiente.

Cuando ella deja de tocar solo queda la lluvia. Dejo pasar un par de segundos, como si me acostumbrase a la nueva situación, al nuevo silencio. Deslizo la mirada por el suelo, ágil, pero lenta, hacia ella, hasta alcanzarla de nuevo. Esbozo una sonrisa, esta vez sí, y la acompaño de un leve asentimiento, un nuevo saludo.

-Siento si he interferido -comienzo, disculpándome, aunque sé que no es así. Es simplemente un modo de abrir conversación con educación-. No he podido evitar quedarme a escucharte.

No soy de las que dicen "excelente" o "increíble" en vano. El hecho de admitir que no he podido evitar quedarme es mi manera de decirle que me ha gustado. No soy la persona de la que esperar un aplaudo o un piropo de buenas a primeras, y no creo que ella pueda imaginar hasta qué punto es extraño que yo diga algo como eso.
Me peino el flequillo con los dedos, suavemente, un instante, mientras la miro. Supongo que a estas alturas no hay marcha atrás.

-No te había visto antes -comienzo, evitando la monotonía en mis palabras-. Soy Alehyss.

Relajada, pero seria. Así la observo.

A Ben le reconfortó enormemente el hecho de que la chica no se fuera sin más. Le parecía evidente que era la música la que la había atraído, pero le resultaba un tanto desesperanzador que la gente se marchara cuando terminaba de tocar. El hecho no solo de que se quedara, sino también de que comenzase a hablar le pareció encantador por su parte.

Se incorporó un poco, encogiéndose de hombros, sin abandonar la sonrisa.

-Me gusta que la gente me escuche -replicó, asegurándole que no era molestia.

Inconscientemente, sus dedos continuaban posándose y destapando los agujeros de la flauta, con un ritmo más rápido que cuando estaba tocando. Ladeó la cabeza, observando a la chica. Alehyss. Le quedaba bien aquel nombre, por algún motivo.

-Yo soy Ben -respondió-. Llevo poco por aquí, y tampoco tengo unos horarios muy comunes. Pero me alegro de conocer a los veteranos. ¿Desde cuándo estás aquí tú?

Asiento, esbozando nuevamente una sonrisa. Me ha reconfortado escucharla, y ha mejorado mi humor, incluso pese a la lluvia. Eso podría llevar a muchos a hacer chistes sobre lo que sucede con la música y las fieras. No obstante, solo está ella, y no conoce mi naturaleza, así que no habrá burlas incómodas e infantiles por parte de nadie.

No he dado mi apellido, ella tampoco lo hace. Hubo un momento en el que daba el nombre completo. Ahora lo hago según me cuadra, un poco, depende de lo que el cuerpo me pida. Será el cambio de trabajo, supongo.

-Un placer -respondo, a la mención de su nombre. Y a su pregunta no tardo demasiado, siquiera, parándome apenas un instante a pensar-. Hará tres años en un par de meses.

No lo reflejo, pero mi propia respuesta me sorprende. De hecho, es así. Hubo un momento en el que este sitio era nuevo para mí, pero llevo tres años en él, primero como espía, casi como enemiga de Brontë, y ahora... Ahora no lo tengo claro.

La examino sin pudor. Estoy segura de que su extraño aspecto tiene una extraña historia familiar correspondiente, pero ese tipo de cosas ya no son asunto mío, de modo que paso a lo que realmente tiene sentido en esta situación.

-¿Dónde te han enseñado a tocar así? -inqiero, haciendo alusión a la flauta con la barbilla, suavemente.

Ben dejó ir un silbido de admiración, alzando ambas cejas, ante su respuesta. Sabía que la mayoría de la gente llevaba mucho más que ella viviendo en aquel sitio y trabajando allí, pero tres años era más de lo que nadie le había dicho hasta el momento.

-La madre que la trajo, no esperaba tanto -reconoció-. Como para no fiarse de lo que tú sepas, entonces...

Bajó la vista a la flauta, dándose cuenta entonces de que sus dedos seguían tocando. Los crispó un instante, sorprendida, antes de dejarlos posarse, relajados, sobre los agujeros. Apenas había alzado la vista de nuevo y los movimientos habían vuelto a empezar.

Era difícil explicar aquello, ya que no había conseguido el instrumento por medios demasiado ortodoxos.

-Bueno, ya sabes, la práctica es el mejor maestro, o algo así, ¿no? -replicó, evasiva-. Un día te encuentras con un tubito de madera en las manos y mucho tiempo libre, y al final pasa lo que pasa. Y al final, mira por dónde, alguna comida hasta me la he ganado con esto.

Su forma de expresarse no es la más correcta del mundo, pero tampoco blasfema, necesariamente, y me ha apaciguado la tarde, haciendo que mi primera imagen de ella sea positiva. Se lo puedo permitir, por tanto.
Asiento, suavemente.

-Podría mentirte y fingir modestia, pero lo cierto es que si tienes alguna duda sobre Palacio creo que podré resolvértela -. Siempre que no sea demasiado privada ni enrevesada, por supuesto.

No me ha pasado desapercibido el movimiento de sus dedos. Debe de utilizarla mucho. Su cuerpo reproduce los movimientos automáticamente. La memoria digital es algo que solo se consigue mediante práctica.
No me pasa desapercibida su poca concreción, pero tampoco la estoy interrogando. Si ha aprendido sola, que es lo que ha respondido, me basta. Sus asuntos privados, si es que los tuviera, no me conciernen, y no estoy lo suficientemente interesada en ellos como para indagar.

-Se te ve muy desenvuelta -confirmo, contemplando un instante la lluvia, encendiendo los ojos lo mínimo para no molestarla-. Has debido de dedicarle mucho esfuerzo. Se nota que te gusta -digo, sin más, algo seca, tomándome un mechón suavemente.

"¿Por qué has venido aquí?" es una pregunta demasiado común, y no tengo tantas ganas de hablar.

-¿Qué te parece esto? -inquiero, refiriéndome Brontë, clavando los ojos en ella, un instante.

Me iré a cenar pronto, pero ya que la he saludado no quiero ser descortés. Un momento, por lo menos.

Ben asintió varias veces con energía. No tenía ninguna duda en aquel momento (¿y qué duda podría tener?) y tampoco era muy dada a hacer preguntas, ya que no estaba acostumbrada a recibir respuestas, pero era bueno saber que había alguien a quien dirigirse si así lo necesitaba. O algo por el estilo.

-Ya te buscaré por ahí si me haces falta -aceptó, contenta.

Su sonrisa no hizo sino ensancharse ante las palabras de la chica. Pues claro, a eso se dedicaba habitualmente. Era más agradable tocar la flauta que quitarle cosas a la gente o dejarse tocar, así que intentaba mantenerlo como principal fuente de ingresos. Claro que no era una fuente de ingresos de lo más efectiva, pero hacía lo que podía.

-Pues claro -respondió, orgullosa-. Ayuda cuando estás sola y también cuando no lo estás. Es una panacea en toda regla.

Ben miró a su alrededor, algo más seria, pensativa. ¿Que qué le parecía? Le parecía muchas cosas, y bastante interesantes.

-Así a grandes rasgos, un pozo de oro -respondió, resuelta-. No sé, que a lo mejor soy yo que soy rara, pero no había visto tanta pasta junta en mi vida. ¿Se gana mucho con el oficio?

Asiento, relajada. Ya llevo dos recién llegadas, y no es que pretenda convertirme en un icono, en una guía para los nuevos (hay muchos otros que pueden cumplir esta función), pero tampoco tengo problema alguno con ayudar un poco si es necesario. Al final relacionarse no está tan mal, supongo, y no parece que vaya a darme especialmente la lata. Es, simplemente, por tener alguien con quien contar.

-Seguramente será mejor compañía que muchas personas -le digo, encogiéndome suavemente de hombros.

No mucho más que decir al respecto.
Pronto responde a mi pregunta.

-No diría que se gana mucho. Acabarás teniendo para gastos, por supuesto, pero tampoco tendrás mucho de eso. Se está bien -. Me encojo nuevamente de hombros, esbozando una sonrisa-. Ten en cuenta que hay gente comprobando que cumples continuamente. Si te encuentran entrenando, ayudando con algo, o si te apuntas a alguna misión, no tendrán quejas contigo.