Tejados

La escuché con atención, en silencio. Sabía que el piscis había sido el primero en huir y sabía de la existencia del pacto. No entendía por qué la flamma había intentado pactar con Brontë, sin embargo, ni por qué el piscis había huido sin más.

Fruncí el ceño. Parecía que no entendía nada. Me sentía estúpida. Por lo que sabía, la caeruleus había dicho que venían en busca del chrysos y de los antiguos prisioneros, pero no veía cómo eso podía explicar la actitud casi pasiva de la flamma. ¿No quería pelear? Y si no quería pelear, ¿por qué había venido? No tenía sentido.

—Gracias por la información —murmuré. Tras un segundo, añadí—: ¿Y de la actuación del chrysos qué opinas? Tanto aquí como en la misión a la que fuisteis.

"Gracias la información", y ya está. Es un poco fría, pero la prefiero así. Me permite ser escueta, ceñirme a sus preguntas. Luego lo otro lo rumiaré yo misma en mi cabeza.
Parece que, al menos, lo que a mí respeta, lo de Jager y todo lo demás... Eso queda algo lejos, aunque yo piense en ello últimamente.

-¿Su actuación?-. La miro, esperando un momento antes de responder-. Supongo que es lo normal, ¿no? Llegó tarde. Él solo vio cómo asediábamos a alguien que quiere. Por más que haya jurado lealtad a Brontë, eso no borra sus emociones como ser humano. Una falta de profesionalidad no implica una traición, exactamente. Lo extraño hubiese sido que la matase a sangre fría. No obstante, cuando hablé con él antes de que todo esto pasara parecía seguir de nuestra parte. Es posible que me mintiese, por supuesto, pero eso es algo que no puedo decir con certeza. Solo digo lo que pienso en función a la información que tengo.

La escuché, seria, mirándola a los ojos. Cuando terminó de hablar, asentí, aún sin decir nada. Finalmente, pregunté:

—¿Dirías que se mostró agresivo, violento contra alguno de vosotros? ¿Que tenía intenciones de atacar o huir?

Crucé los brazos.
Él había dicho que no. Desde mi situación durante la batalla, también parecía que no. Pero tal vez la opinión de alguno de los guerreros presentes físicamente en el momento era diferente. Aunque, por otro lado, tal vez me convendría buscar a otro a quien preguntar.

Niego, serena. En todo caso lo contrario, ¿no?

-Se introdujo en el combate para defenderla de los ataques, pero no mostró agresividad ni voluntad de escapar. No creo que él pretenda atacarnos. Pero aunque fuese en contra de Brontë dudo que atacase sin más: él solo no haría mucho contra todo el palacio-. Mantengo la seriedad. Le debo sinceridad, ¿no?-. En lo personal, no conozco la opinión actual de Lyam sobre esto. No he hablado con él en los últimos días, y la última conversación no me pareció la más productiva. No obstante, creo que él no trató de ir contra nosotros. Aunque quizás usted considere que mi opinión parcial no cuente, dado que tengo una relación de amistad con él que podría considerarse peligrosa para mi percepción de la situación-. No creo que lo sea, sin embargo. Por ahora mi sentido del bien y del mal sigue intacto, y de momento creo que sigo siendo coherente en este tipo de cosas, al menos.

Asiento cuando termina de hablar. De acuerdo. Hasta que no hable con nadie más de los presentes, lo creeré. Pero en caso de que descubra que era mentira, por supuesto, volvería a ver a la chrysos. Y esa vez no sería tan amigable.

—De acuerdo. Está bien. —La miro—. Cualquiera que sea vuestra relación me es indiferente. De momento, no creo tener motivos para dudar de ti, a pesar de todo. —Alzo ambas cejas, curvando un poco los labios, más amable, incluso—. No desconfío por desconfiar. No obstante, espero no descubrir una versión diferente si pregunto a otra persona.

Y eso lo iba a hacer, por supuesto.

Asiento. Una de las cosas que ha dicho es cierta. Y es verdad que las relaciones entre personas hacen que se sean fieles, que se protejan. Y yo no tengo motivo alguno para traicionar a mis amigos. A no ser que la situación sea insostenible, claro. Pero hace tiempo que decidí dónde poner mi lealtad, y lo haré mientras lo considere oportuno.

-Le aseguro que mi posición está con Brontë. Ya cometí errores en el pasado y solo quiero tratar de dejar eso atrás, aunque comprendo que siempre será algo que me acompañe. No quiero borrarlo, pero sí dejar claro que he buscado cambiar desde entonces-. Sus últimas palabras me hacen asentir. Imagino que la desconfianza no es algo inesperado. Como acabo de decir, mi expediente no es el más limpio-. Lo comprendo perfectamente.

Asentí, sin mucho más que decir.

—De acuerdo. —Volví asentir, y aparté la mirada de ella para observar el negro paisaje de nuevo, pensativa. Tenía muchas cosas en las que pensar, y muchas cosas que hacer. Pero no hoy. Mañana, mañana empezaría—. Nos volveremos a ver, señorita Lester.

Y al momento, desaparecí.
No tenía nada más que tratar con ella.

*se desvanece*

Suena ridículo. Vine aquí queriendo estar sola. Y sé que sus preguntas se deben a un motivo estrictamente profesional. Dudo que le preocupen mis preocupaciones personales, mis "sentimientos". Sin embargo, me siento mejor ahora, más tranquila. Es como si esta conversación tan breve e impersonal me hubiese ayudado tremendamente a aclararme.
Al menos siento que me he quitado un peso de encima. Tengo más claro cómo procederé a partir de ahora.

Lo primero, de todos modos, es alejarme de la nieve. Supongo que escaparme a los tejados es algo que puedo hacer una vez, pero siempre he querido enorgullecerme de ser de las que no huyen de las cosas. Quizás pueda empezar a hacerlo de ahora en adelante.

*se va*

Al chrysos no le importó que estuviese lloviendo para salir a los tejados y comenzar a hacer equilibrios en el borde. Llevaba ya un buen rato ahí arriba, con los ojos levemente iluminados y los brazos estirados, avanzando con cuidado por las tejas, manteniendo la mirada fija en ellas, evitando mirar hacia el suelo. Hacer equilibrios siempre le había gustado porque le relajaba de alguna extraña forma, y ahora mismo le parecía una muy buena opción para pasar el tiempo mientras los líderes interrogaban a la flamma. Dena seguía sin decirles nada, ni a él ni al resto, y eso estaba empezando a frustrarle, pero no permitiría que su frustración terminase con él gritando en las mazmorras: una de las últimas cosas que quería ahora mismo era gritarle a la muchacha, a pesar lo exasperante que podía resultar su actitud.

No entendía por qué no hablaba. Por qué no le contaba al menos a él por qué habían ido a Brontë. ¿Era porque sabía que la escucharían? ¿Sabía que la escucharían? Él no recordaba haberlo escrito en ninguna carta, pero quizá sí lo había hecho; en ese caso, el culpable del silencio que se creaba siempre que se veían sería él, de alguna forma. ¿O era porque desconfiaba de él, porque creía que que se lo contaría a los líderes? Esperaba que no. ¿Y lo haría? ¿Le contaría él a los líderes algo que ella le hubiese confiado? No estaba seguro. Otra vez. Últimamente no estaba seguro de casi nada.

Pasó mucho tiempo en los tejados, pero cuando el frío le resultó insoportable, decidió volver a dentro, notando fría la ropa mojada pegada a su cuerpo, que tiritaba sin que él pudiese evitarlo. Era ya bastante tarde y el interrogatorio debería haber terminado ya, pero, sin embargo, a diferencia de otras veces, no había recibido nada que le indicase que así podía haber sido.

*se va*

Con las manos en los bolsillos, avanzaba por los tejados, tranquila. Llevaba puesto uno de los pendientes mágicos de Svend y esperaba a que me llegase algún mensaje. Ahora que Fera se había hecho cargo de las prisioneras, empleaba mi tiempo en aquellas investigaciones que, de momento, parecían no dar sus frutos.

Eso no significaba, claro, que no me preocupase de otras cosas. Aunque no lo hubiese visto ni hubiese interrumpido su discusión, había escuchado al chrysos y a la flamma. Que no me hubiese presentado aún se debía a que no tenía claro qué demonios quería hacer él y la mejor forma para saberlo era esperar a que intentase hacer lo que fuese que quisiese hacer. Suspiré. No diría que me esperaba otra cosa, pero había que ser idiota: a saber qué tenía en la cabeza.

Me acerqué al borde del tejado y miré hacia abajo. Seguía sin escuchar nada; aquel pendiente aún no funcionaba.

*se va*

Tras salir del comedor, el chrysos había estado vueltas por los pasillos hasta que finalmente se decidió a subir a los tejados. Al igual que ayer, había estado bebiendo, y ahora avanzaba por las tejas del borde con la botella que había pedido durante la cena y a la que aún ahora daba algún trago de vez en cuando en la mano derecha, con los brazos extendidos, balanceándose ligeramente hacia los lados en un suave vaivén, sacando tal vez demasiado los pies por fuera del borde antes de pisar con seguridad la teja que le correspondía al paso. 

Al cuello llevaba el collar de Alehyss, que se mecía con cada paso que daba, moviéndose apenas unos centímetros, y en uno de los bolsillos una nota que le había escrito como acompañamiento al collar pero que al final, a pesar de haber estado caminando cerca del dormitorio femenino, no le había llegado a dar. Quizá desde fuera pareciese diferente, pero no era como si de pronto fuese a saltar hacia el suelo (y aunque sin querer se cayese, quizá había un hechizo que impidiese que se quedase aplastado), así que no importaba que no le hubiese devuelto el collar: lo haría cuando ella se lo pidiese. Así se ahorraría cualquier posible reproche, o así. Tampoco quería molestarla. 

Suspiró y se dibujó vaho en el aire. No había intentado bajar a las mazmorras, al final, y quizá, y solo quizá, eso fuese lo mejor, aunque ahora no lo viese del todo. 

*se queda*

Me aparezco bien abrigado con una gruesa capa a unos metros del chico. Ha empezado a nevar hace relativamente poco, pero al chrysos no parece importarle demasiado porque continúa recorriendo el borde de los tejados como si los copos que ahora caen no fuesen más que motas de polvo demasiado gruesas. Lo observo un segundo. Llevo unos días observándolo yo también, pero nunca he llegado a aparecerme porque no soy de los que se aparecen: no es que tenga nada en contra de los guerreros, pero prefiero que ellos me encuentren a que yo los encuentren, es decir, prefiero seguir mi vida normal, sin abusar del poder que es el poder saber dónde se encuentran en cada momento. 

Desaparezco y vuelvo a aparecer a su lado, sujetándole de un brazo con fuerza para impedir la posibilidad de que se caiga si se asusta o sorprende al verme. Es más cómodo que dejarlo caer y recogerlo antes de que se estampe. Así nos ahorramos los gritos, que seguro que hubiesen sonado muy alto y con mil gallos y quita, quita, que es de noche y yo soy claritas y debería estar durmiendo. 

—Llámame loco, pero creo que hay mejores formas de pasar la noche —murmuro, mirando al frente. Aunque solo veo lo que la luz de los ojos del chrysos llega a iluminarme. Dicho así parece romántico y todo, pero no: es que lleva los ojos encendidos. Ventajas de ser chrysos, ya ves.

La primera reacción del chrysos al notar cómo alguien le agarraba fue soltar la botella, que cayó al suelo rompiéndose en mil pedazos, e intentar zafarse y retroceder, molesto, pero el agarre era demasiado fuerte, así que no pudo hacer más que resignarse y esperar a que el líder claritas lo soltase. No lo hizo, ni en un primer momento ni en un siguiente momento ni ni siquiera en un siguiente al siguiente momento. Lyam suspiró. Miró hacia abajo, hacia el suelo, buscando lo que quedase de la botella pero no lo encontró. 

—No estoy haciendo nada malo —murmuró, notando la voz algo pastosa, todavía sujeto por el claritas. Alzó la mirada—. ¿Qué hay ahora de malo en hacer equilibrios?

No respondo en un primer momento a sus comentarios a pesar de que mi expresión debe de mostrar un desacuerdo bastante grande, y en su lugar tiro de él hasta alejarlo del borde y sentarlo en una de las tejas. Se resiste, pero da igual: soy un líder, un líder que da la casualidad de que quizá no sea demasiado fuerte pero sí es un buen mago, y él es un guerrero que no tiene capacidades para resistir mis hechizos, que lo controlan hasta que deja de retorcerse y protestar. Me siento a su lado, tranquilo, y entonces sí hablo:

—También diría que hay una sutil diferencia entre hacer equilibrios con una botella y hacerlos bebiendo a cada poco. —La luz que emite ilumina las tejas hasta el borde, pintando de amarillo los pequeños copos de nieve blanca que caen. Parpadeo—. No es malo de por sí, pero sí peligroso, y como líder no consiento que la gente haga cosas peligrosas si puedo evitarlo. 

También hay una diferencia entre enfrentarse a un guerrero armado estando tú desarmado a hacerlo en las mismas condiciones, pero eso me ahorro decírselo. Ambas son cosas que ya sabe, a fin de cuentas.

Puñetero líder Rybner con sus puñeteros hechizos y su repentino y puñetero también interés en lo que él hacía o dejaba de hacer, joder. ¡Si es que no estaba haciendo nada malo! ¿Le molestaba a alguien? ¿Estaba haciendo ruido? ¡Entonces por qué se metía, hostia! Aunque por mucho que se quejase tampoco podía, pronto descubrió el chrysos, hacer mucho más que resistirse, porque todos sus movimientos parecían verse contrarrestados con la magia del líder. Era todo un engorro, pero al final terminó por detenerse, bajando los brazos que hasta entonces había estado agitando sin mucho resultado, notando al momento cómo el hechizo parecía perder su poder. Había sido como si unas cuerdas invisibles tiradas por cien mil hombres hubiesen estado tirando de él, arrastrándolo en contra de su voluntad. 

Resopló, y mantuvo la mirada fija en las tejas aún cuando el líder habló. Se le ocurrían varias respuestas, pero todas ellas le sonaban demasiado bordes, así que simplemente se limitó a girar un hueso del collar, con el ceño fruncido y una sonrisa torva.

No me sorprende que no diga nada, así que, a pesar de que sí lo miro durante unos segundos, no insisto y aparto mi atención de él, centrándola en el oscuro horizonte en el que sigo sin distinguir nada. La nieve sigue cayendo lentamente. Siendo sincero, debo admitir que me molesta un poco: nunca me ha gustado el frío y esta nevada parece augurar un peor tiempo en el futuro más próximo. Y eso que parecía que ya había llegado el buen tiempo... 

Permanezco un buen rato quieto, callado; él tampoco dice nada ni parece hacer otra cosa que mover el hueso. Tras un rato, sin embargo, vuelvo a mirarlo. Una de las cosas buenas de ser líder es ese control que tienes: puedes ver todo cuanto quieras, y poder ver todo cuanto puedas te hace saber ciertas cosas que los guerreros no saben. 

—¿Realmente todo esto te merece la pena? —pregunto, con suavidad, como si fuese mi propio padre hablándome a mí cuando yo era mucho más joven y hacía tonterías porque estaba triste, o enfadado, o frustrado. 

Yo sé que él está enfadado. ¿Con qué? Quién sabe. Pero lo importante no es eso, es si realmente le merece la pena. Aunque tampoco espero que me responda. Realmente solo vine aquí para impedir que pudiese caerse. Eso hubiese sido desagradable.

El chrysos chasqueó la lengua y miró al líder de reojo, con el labio inferior levantado y el ceño más fruncido que antes, al notar como este lo miraba. Permaneció en silencio mientras el hombre hablaba y, cuando terminó, se encogió de hombros, volviendo la vista al hueso, que volvió a girar. 

Permaneció unos segundos en silencio, mirando el hueso, girando el hueso. Finalmente, a pesar de que sabía que iba a sonar como una provocación, como un irrespetuoso, preguntó:

—¿A ti qué te importa? 

A veces se le olvidaba que los líderes eran, bueno, líderes. Todos sus encuentros con el líder caeruleus, encuentros que no había olvidado, lo probaban. Tampoco le importaba demasiado.

Miró de reojo al líder. Lo había visto varias veces con la líder piscis, así que suponía que eran amigos y sabía casi a ciencia cierta que trabajaban juntos. Quizá estuviese ahí para sacarle algún tipo de información gracias a su carácter mucho más afable que el de la piscis. Tenía sentido que ella lo hubiese enviado para algo así, ¿no? A fin de cuentas, desde el ataque sabía que la líder no se fiaba de él, y debía de haber un motivo por el que de pronto, justo después de decirle a Dena que encontraría la forma para ayudarla, no podía bajar a las mazmorras.

Su encogimiento de hombros es algo más de lo que esperaba, si soy sincero, pero lo que me sorprende no es eso, sino su pregunta. Aunque es una pregunta con sentido, claro: yo soy un líder, un líder y un príncipe, así que no hay motivos para que me preocupe por el estado de uno cualquiera. Supongo que es algo que mucha gente piensa a menudo al verme, pero lo cierto es que es algo bastante falso: en contra de lo que muchos creen, sí me preocupo por la gente. Y estando en Brontë, mi preocupación principal son los guerreros. Y él no deja de ser uno de ellos. Blues no confía en él, pero yo sí que aún le sigo dando ese voto de confianza.

—Eres un guerrero y en Brontë no quiero guerreros que pierdan el tiempo porque están tristes, o decaídos, o enfadados con el mundo—comento, suave pese a todo. No deja de ser cierto, por mal que suene—. Pero aparte, yo sí intento animarte porque me das pena. —También es cierto—. A mí sí me das pena, lo que no significa que todo el que vaya a ayudarte lo haga porque le das pena—añado. 

Su paso por Brontë no ha sido de los mejores, ¿no? A mí a veces me sorprende que aún siga por aquí. 

—Yo no soy quien te ha prohibido el acceso a las mazmorras y no creo que sea justo decirte el motivo siendo como es una decisión que yo no he tomado, pero creo que puedo afirmar que no es, realmente, por algo que tú hayas hecho. Así que ¿realmente te merece la pena dejarlo todo de lado por algo así? 

Me ahorro decirle el motivo porque no creo que sea lo que necesite oír ahora, realmente. 
Tampoco creo que responda a esto, pero no me importa demasiado. A mí mientras no se ponga a hacer locuras... Que somos un ejército ya pequeño, hombre, por favor.

Al oír la primera respuesta del líder el chrysos dejó ir un suave resoplido, una especie de risa, y negó suavemente, más para sí que para el líder, mirando de nuevo el hueso, que ahora ya no giraba. Por mucho que el líder dijese, ¿acaso le daba pena a todo el mundo o qué? El nivel de patetismo que llegaba a alcanzar era a veces demasiado elevado; parecía no tener límite. 

Iba a responder al comentario, pero decidió que decirle a un líder que no quería su ayuda era ya pasarse un poco de la raya, porque quizá en el futuro sí necesitase su ayuda y quizá por ese comentario ya se la denegase. Y él quizá fuese algo irrespetuoso, pero no era, pese a todo, imbécil. Y de todas formas, hubo algo que pronto acaparó toda su atención, haciendo que alzase la cabeza y mirase al líder, con el ceño fruncido, algo confuso. ¿Entonces no había sido por él? Pero ¿entonces por qué había sido? ¿Qué había pasado, qué pasaba? ¿Por qué no se lo decía? 

Contempló al hombre durante unos segundos más, tratando de encontrar algo en su perfil que le diese una respuesta. Luego, tras unos segundos, bajó la vista de nuevo, volviendo a encogerse de hombros, dando la pregunta por respondida. No sabía qué decirle.

Por su expresión, parece que no ha entendido bien el significado de mis palabras. Quizá no quiera entenderlo, quién sabe. Tampoco importa: yo no puedo obligarle a que cambie lo que piense, a fin de cuentas. O bueno, realmente, por poder, podría, pero eso sería poco ético y a mí la ética de momento me cae bien, diría que nos llevamos bastante bien, aunque, como todos, tenemos nuestros más y nuestros menos. Pero es agradable tenerla cerca. 

No responde a la pregunta, pero sí parece sorprendido por lo que digo de las mazmorras. Nada de eso me sorprende. 

Permanezco un rato más, en silencio ahora, en los tejados, observando la oscuridad en la que ya puedo empezar a intuir algunas formas. No creo que mi charla haya servido de mucho, pero yo tampoco soy quien para ayudarlo: no dejo de ser un desconocido, y no creo que los desconocidos puedan, al final, darte la ayuda que realmente necesitas. Tampoco creo que la ayuda de un desconocido sea lo que uno busca cuando está decaído, a no ser claro que se trate de alguien dedicado a eso, y aun así siempre he tenido mis reservas con esa clase de cosas. 

Finalmente, me pongo en pie, posando la mano en su hombro, dejando ir una suave descarga que ayudará a que mañana, por ejemplo, no se encuentre demasiado cansado. 

—Supongo que ha sido interesante —comento—. Ahora ya es tarde para un claritas.

Y sin decir más, me desvanezco. 
Permanezco un tiempo observándolo por si vuelve a tener otra idea estúpida como las que ha tenido últimamente, pero al final termina por irse sin más.

*se van*

A Ben no le molestaba la lluvia más que cuando tenía frío, y aquel día no era el caso. Además, como las nubes tapaban el sol, la luz tampoco era excesivamente desagradable. Era, en definitiva, lo que Ben podía permitirse llamar un buen día.

La chica no tenía mucho que hacer a aquellas horas del día. Hacía ya un tiempo que había comido, y tenía toda la tarde por delante. No sabía dónde se habría metido Frikka (probablemente, Thor la habría arrastrado a algún sitio) ni tampoco se había encontrado con nadie que tuviera tiempo para ella.

Así pues, se dedicaba a jugar con su equilibrio. Boca abajo, apoyándose con las manos, desafiaba la inclinación de un tejado a dos aguas, utilizando toda su habilidad para mantenerse bien apoyada mientras caminaba del revés.

*Fin de escena*

Que ella hubiese dicho en su momento que iba a los tejados incluso cuando llovía no implicaba necesariamente que estuviese allí cuando lo hiciese. Y Johan había comentado que él iba si hacía sol, por lo que no haber ido un día de lluvia como aquel no hubiese sido propio de él. Y la lluvia tampoco se hacía del todo desagradable, porque era fresa, y el calor de dentro de Palacio era algo pegajoso.
Dardo y Rina no pensaban lo mismo. Preferían quedarse a cubierto cuando llovía.

Pasa un rato paseando por las tejas resbaladizas, acercándose al borde y jugando a que camina con despreocupación. Su actitud dice que puede caer en cualquier momento, y estrictamente es así, pues el terreno no ayuda, pero Johan no tiene intención alguna de terminar sus días contra el suelo. Eso no le impide aparentarlo, porque si alguien lo viese podría creerlo, y eso resulta divertido.
Al cabo de un rato se aburre. El flequillo, empapado, le llega hasta los ojos y los tapa en parte. Sacude la cabeza y mira hacia las nubes, y esa posición facilita que el agua aparte el pelo hacia atrás.

Necesita hacer algo, está seguro. Por una vez le apetece ver a alguien. Pero nunca hay nadie fuera cuando llueve, y los que puede haber, como la chica del piano, no están ahí en ese momento. Y el resto de personas...
No sabe decir cuántas valen la pena.
Curtis nunca saldría con un día así. El agua estropearía el pelo, las plumas, la ropa...

Ahí fuera no puede fumar. Otro inconveniente de la lluvia.
Los piscis convencionales, esos que se pasan medio día en el agua, no saben lo que se pierden.

No era un día demasiado veraniego, pero tampoco era realmente desagradable. El sol y la lluvia se alternaban, y ninguno parecía tener demasiada fuerza. Más bien, era como si ambos lo hicieran con desgana. Eso dejaba cierta humedad en el ambiente, a la que Corbin ya estaba acostumbrado, y un día templado, en el que no necesitaba abrigarse ni le molestaba el calor. Aunque, realmente, para alguien como él, acostumbrado a llevar la contraria al tiempo, aquello no era significativo.

Corbin había cogido un par de puñales en la sala de entrenamiento, y había subido con ellos a los tejados. Eran más pequeños que su daga, y tenían un manejo diferente, pero el claritas creía que podría ser útil aprender a controlar armas de aquel estilo. Por supuesto, los tejados, como terreno irregular, eran el perfecto escenario para la prueba.

Corbin no tenía a quién enfrentarse. Era, quizás, el principal problema que tenía aquella prueba. Había examinado las hojas, y trataba de memorizar la forma de la empuñadura en su mano, el peso, la forma y tamaño del arma. Y, consciente de que su objetivo era parar golpes y clavar una de sus armas al enemigo, avanzaba en equilibrio por los tejados, probando distintos modos de usar aquellas armas como defensa, tratando de poner a prueba su velocidad para alcanzar el cuerpo de su adversario imaginario.

Corbin sabía que necesitaba aquella velocidad. Eran armas pequeñas, poco pesadas y muy cortas, pensadas para alcanzar al enemigo en un gesto rápido e inesperado para él. Suponían, además, que solo podía utilizarlas para poner algo entre su cuerpo y el arma enemiga. La fuerza con la que debía parar los golpes era exclusivamente suya, y debía aprovecharse de su peso para que aquella defensa funcionara. Por suerte, en aquello las armas se parecían a sus ya acostumbrados puños, así que Corbin aprovechaba su habilidad con sus armas habituales y la aplicaba a los movimientos de defensa. Al igual que con los puños, cada vez que se cubría buscaba un ángulo cerrado para colar un golpe.

Aunque, quizás, el aire no era el enemigo más adecuado.

*Se queda entrenando*

Ha ido siguiendo a Dardo, que quería salir a los tejados. Sale por una ventana y trepa, y mientras Dardo vuela entre las nubes él recorre las tejas, buscando algo que hacer. Y no tarda en encontrarlo. No algo que hacer, pero sí algo que ver. El claritas, Corbin, cree recordar, se dedica a entrenar en los tejados. Como él ha hecho alguna ve. Y, sin embargo, no ha llegado a encontrarse a la chica del piano en esa zona, y eso que le dijo que estaría aunque lloviese.
No es algo que le preocupe, de todos modos.

No se acerca mucho ni saluda. Se queda mirándolo, sin embargo, atento a sus movimientos. Todavía no ha luchado para Brontë, pero nunca es tarde, o eso piensa Johan, para empezar a prestar atención. Quizás pueda aprender un poco. Y si no se queja el otro de que molesta...

Corbin tenía que plantearse al mismo tiempo qué movimientos hacían sus enemigos y cuáles debía hacer él para contrarrestarlos. No podía limitarse a movimientos simples, porque sabía que sus enemigos no tenían por qué ser novatos. De hecho, siempre esperaba que no lo fueran. Eso hacía que sus propios movimientos tuvieran que ser más complejos, más calculados. Pero, después de todo, su adversario seguía siendo el aire, y era difícil decidir si sus elecciones eran acertadas o no. La próxima vez, se dijo, buscaría a su enemigo en la sala de entrenamiento, en la caja del duende.

Un movimiento por el rabillo del ojo lo obligó a girarse y acomodar su postura al gesto brusco, aunque no detuvo los movimientos de las manos. Lo primero que vio fue un ave rapaz, y pensó que eso era lo que había llamado su atención hasta que sus ojos dieron con el piscis azulado, un poco más allá. Lo observaba, y Corbin le devolvió la mirada un momento.

Corbin no solía molestarse en ocultar cuidadosamente sus habilidades, precisamente porque estas eran seguras y podían llegar a inspirar respeto. Sin embargo, era igualmente consciente de que aquello no eran más que unas pruebas, y no demostraban ninguna clase de habilidad. Más bien, destacaban su inexperiencia en la lucha con puñales, y eso no lo favorecía mucho.

Sin dejar su entrenamiento, comenzó a desplazarse sobre las tejas, alejándose del piscis.