Tejados

Miro un poco más hacia abajo hasta que escucho los pasos alejarse del todo. Todavía espero varios segundos antes de moverme, como si esperase que él se quedase inmóvil, fingiendo haberse ido, cuando solo quería cruzar su mirada con la mía.

Me resulta estúpido.

Me vuelvo y no hay nadie, Aprieto la mandíbula y estiro los brazos, desperezándome. Hastío: eso es lo que siento.

Incómoda, me siento en el tejado y observo un rato el cielo. Sin embargo, no aguanto mucho en esta posición. Tener a Lyam detrás, aunque sea por accidente, me incomoda, y el tiempo que llevo sin mantener relaciones no me ayuda a tener buen humor. Como siga así mucho más, estaré subiéndome por las paredes.

Blasfemo en voz baja.
Tendré que ir a ver a Jager, y no quiero. Nada hay que odie tanto como arrastrarme.

Me levanto y me dispongo a regresar de nuevo al interior.

Quizás haya algo que pueda hacer para aliviar mi frustración.

*entra*

Había estudiado mucho las profundidades, a ver qué tal las alturas. Subo por las pequeñas escaleras que parecen dar a un recóndito rinconcito del tejado. Me hace gracia que existan estas escaleras, es como una petición sobre entendida de "Este tejado debe limpiarse. Y no tenéis excusas".

Doy un pequeños salto con las manos en los bolsillos para llegar a una de las muchas zonas del tejado. Esta en concreto está inclinada hacia abajo con lo que freno con cierta dificultad sintiendo como, bajo mis pies, dos de las tejas se parten.

—Ops, alguien me agradecerá llenar su tiempo libre... —Comento divertido observando las tejas rotas con las cejas levantadas. Luego extiendo la vista al frente. Wow, esto si es un sitio interesante. Parece que te vayas a comer el mundo desde este pequeño palacete. Sonrío para mí cuando el viento me revuelve el pelo hacia atrás. Por un momento me imagino corriendo hasta el borde y dando un gigantesco salto para sentir la gravedad. Claro que no pienso en cómo acabaría ese salto.

Echo la mano a la espalda y saco la katana. La observo durante un momento y paso un dedo por su reverso.

—Espadita, espadita, ¿quién es el más guapo del tejado? —Bromeo, mirándome parte de la cara por el reflejo distorsionado de la katana que me enseña mi ojo más oscuro. De un gesto seco con la derecha, aparto la katana hacia el mismo lado, dejando la punta hacia abajo. Luego me dedico a caminar por el tejado moviendo la muñeca para hacer contonearse al sable. A veces con más técnica, otras como pura gilipollez.

*Ronda*

Tras perderse en un pasillo, Lluvia se topó con unas pequeñas escaleras que no recordaba haber visto nunca. Movida por la curiosidad, la aether comenzó a subir por ellas, preguntándose en qué desembocarían.

Al llegar al último escalón, Lluvia comprobó que las escaleras daban a los tejados y sonrió. Nunca había estado en lo alto de unos tejados. Sus padres decían que una señorita no debía hacer esas cosas y ella nunca les había llevado la contraria. Pero ahora ellos no estaban y ella estaba ahí, a un paso de las tejas y con una curiosidad desbordante.

Ensanchó la sonrisa y puso los pies en el tejado. Pensó que sería una lástima que sus padres se enterasen, pero eso era completamente estúpido: ¿cómo iban a saber que estaba desobedeciéndoles? Caminó por las tejas con cuidado (seguía siendo torpe) y, al llegar a una de las zonas, se encontró con un hombre al que no había visto nunca.

Lluvia abrió mucho los ojos, nerviosa. No se esperaba que ahí arriba hubiese alguien. Y mucho menos que ese alguien fuese un guerrero con o. Salvando a sus familiares, no recordaba haber estado sola con un hombre, así que no sabía muy bien qué hacer.

Se humedeció los labios y repasó mentalmente todo lo que le habían enseñado sobre los modales. Tomó aire. Luego dio un par de pasos más, acercándose al señor de la katana e hizo una reverencia inclinando sólo la cabeza.

—Bu... Buenas noches, señor. Lamento molestarle. Soy Lluvia Al'Lanster y paseaba con los tejados cuando le he encontrado. Siento si he interrumpido su entrenamiento.

Entre paso y paso escucho una vocecilla a mi espalda. Una vocecilla que me llama "Señor". Que palabra más horrible. ¿Cuántos años cree que tengo? Abro bastante los ojos y me quedo quieto, sorprendido más por el comentario que por la voz en sí. Tenía que ser muy niña -porque era una chica- para considerar "señor" a un tipo como yo. Aunque señor, de amo, de caballero con vasallos, no estaba mal.

Me doy la vuelta haciendo girar el sable con mi muñeca para acabar envainándolo a mi espalda de nuevo mientras me acerco a la chica. Ahora que la veo descubro que sí es bastante pequeña, pero no por ser una cría de 12 años, sino por parecerlo. Como el sol casi se ha puesto hago brillar mis ojos para enfocarle la cara y quedarme con ella. Luego los apago para continuar acercándome con desaire.

—Llámame, Gerald y déjate de "señor", Lluvia. A no ser que quieras ser mi limpiabotas. ¿Cuántos años crees que tengo? —Bromeo con sorna, enseñando una sonrisa socarrona y hablándole como si la conociese de toda la vida. —Pss. Si a eso le llamas entrenar creo que debería darte unas clases —Añado, dándole un capirotazo en la frente. —No te voy a preguntar qué hace un pajarito como tú en un tejado tan alto, así que dime tu edad o algo —Comento, desenvuelto, apoyando el codo en una chimenea que veo cerca de ella y sin dejar de mirarla.

Lluvia abrió los labios al ver cómo el hombre encendía y apagaba los ojos. Ya había visto a más miembros de servicio hacerlo, pero seguía pareciéndole curioso. Además, los ojos del señor llamaban mucho la atención.

No obstante, cuando vio cómo el hombre se acercaba, los cerró y esbozó una sonrisa amable que no tardó en convertirse en una sonrisa tímida cuando el hombre habló. Mientras el chrysos hablaba, Lluvia notaba cómo sus mejillas se iban enrojeciendo. Se sentía avergonzada, ya no sólo por haberle llamado señor, sino también por haber demostrado que no sabía nada sobre entrenamientos. Tragó saliva, nerviosa, y observó las tejas que rodeaban sus pies mientras se pasaba una mano por la zona de la frente donde el chrysos le había dado un capirotazo.

—La... Lamento si lo he ofendido, se... Gerald. —Alzó un poco la vista y volvió a sonreír, todavía nerviosa. Tomó aire antes de continuar—. Tengo diecisiete años y, como habrá podido imaginar, no sé mucho de entrenamientos. Lamento mi... Eh... Lo lamento.

Miro como la chica se sonroja y me río. Menuda pequeña tontita. La verdad es que es mayor de lo que parece, aunque sigue siendo una cría. Me sigue tratando de usted y no deja de disculparse entre titubeos. Me paso las manos por el pelo para echarlo hacia atrás y despejarme la cara y suspiro con cierto aire cansino.

—Mira, gotita, te voy a pedir que dejes de tratarme de usted. Ya he tenido bastante con los jefazos y las formalidades como para tratarme tan cortesmente con gente con la que voy a compartir cama —Comento desairado mirando a un lado. Luego me doy cuenta de que puede que en su caso, al no haber habitaciones mixtas, quizás haya quedado un tanto extraño. Me río. —Bueno, me refería a que si vamos a ser amigos no tienes que tratarme de usted —Comento, aun jocoso y algo malicioso. La chiquita tiene cierto punto mono, pero si se sonroja con un saludo me imagino que su cerebro no canalizará demasiado bien ese tipo de cosas. Respecto a lo de ser amigos, supongo que es una forma de colarme entre esta panda de niñatos. "Seamos todos guerreros defensores de la amistad y el amor". Seguro que esta chica pensaba algo así.

—Si no sabes mucho de entrenamientos, ¿cómo peleas? ¿Qué arma usas? ¿Eres una guerrera, no? —Pregunto, apartándome de la chimenea y volviendo a caminar hacia ella para observarla de arriba a abajo y de derecha a izquierda con la finalidad de encontrar algo. Como pechos, por ejemplo.

Lluvia frunció el ceño con confusión al escuchar el apodo que el chrysos le había puesto. ¿Por qué la llamaba así? No entendía los motivos que podía tener el hombre, pero tampoco iba a preguntárselos. Mentalmente, anotó que tampoco debía tratar de usted al chrysos... Y luego enrojeció hasta las orejas. Desorbitó un poco los ojos y miró al hombre, encogiéndose un poco. ¿Qué quería decir con ese comentario...? Ella no tenía intención de compartir cama con el chrysos, y si dejar de tratarle de usted significaba eso, entonces no lo tutearía.

Al escuchar la aclaración de Gerald, suspiró aliviada. Si sólo quería que fuesen amigos, entonces no había ningún problema.

—De... De acuerdo. Lo tutearé... —murmuró mirándolo de reojo. Lo observó durante unos segundos. Cuando volvió a hablar, Lluvia se pasó una mano por la frente y esbozó una sonrisa nerviosa. Se preguntaba qué pensaría de ella si le dijese que no sabía utilizar su arma.

—Pues tengo un arco... Pero se me da mejor la magia —Se encogió de hombros—. Estoy aprendiendo a usarlo, pero pronto lo manejaré correctamente.

La nenita obedece, es lo que le toca a una niña buena y luego me habla de su arco que, al parecer, no sabe ni sujetar. Que se le da bien la magia. Pues no sé de qué huesecito va a sacar la energía para controlarla. Me río.

—A ver, a ver, vamos por partes. Estás en un palacio de guerreros, pero no sabes luchar —Atajo sobreentendiendo sus palabras. —Dime, ¿conoces ya a mucha gente de aquí? ¿Hay gente que sepa pelear? No me digas que esto es así como un "colegio" en el que te dan un cursillo rápido de "superguerrero" —Pregunto con cierta incredulidad divertida. Madre mía, esto parece peor de lo que pensaba. Sin embargo puede que solo sea ella que es una inútil.

Miro al tejado y pateo unas pequeñas piedras que hay sobre él todavía con sonrisa torcida. Luego vuelvo a mirar a la chica, expectante, a ver qué responde.

Lluvia bajó la cabeza al escuchar la risa del chrysos. Se había ruborizado un poco más. No esperaba que se riese. Massen no se había reído.

Escucho lo que decía en silencio, asintiendo de vez en cuando. Cuando terminó de hablar, suspiró.

—No conozco a mucha gente —dijo, observando las tejas—. Pero creo que las dos personas que conozco saben pelear. Y me han dicho que no iban a dar clases.

Se mordió el labio inferior.

Al menos su respuesta parece algo alentadora. Ahora sé que hay gente que sabe pelear en este sitio, aunque si lo dice ella no sé si fiarme demasiado. Supongo que también diría que yo sé pelear solo por verme menear la espalda hace unos quince minutos.

Luego se queda callada y encogida a lo que la miro durante un momento con gesto algo inexacto. No sé si me extraña o no. Ser insegura, vergonzosa e inútil no es una buena combinación para una chica de 17 años. Oh, Mithos, qué desafortunada ha sido, sí, oh...

Resoplo y me estiro.

—En fin... —Dejo caer los brazos y me acerco a la chiquita para levantarle la cara empujando su mentón con mi índice doblado. —Ha estado bien conocerte, ahora ya tengo una amiga. Ya nos veremos, gotita —Dicho esto, paso de largo y bajo las escaleras dejando caer mi cuerpo en ligeros y enérgicos rebotes.

*se va*

Lluvia enrojeció más cuando el hombre le levantó la barbilla. No entendía por qué el hombre se comportaba así. ¿Eran así todos los guerreros de Brontë? Esperaba que no; en ese momento, se sentía bastante incómoda. No obstante, parecía que el chrysos la consideraba su amiga. Aquello también le extrañaba. ¿Hablaba en serio o estaba siendo irónico? No lo sabía.

—Has... Hasta otra —susurró. Luego observó la espalda del chrysos mientras este abandonaba los tejados y después suspiró.

Permaneció un rato más en los tejados, observando tanto el paisaje como las tejas que lo conformaban, y, después, volvió a bajar por la escalera.

*se va*

Estoy escalando por los tejados, aprovechando que el peligro aumenta con la lluvia, cuando escucho el ruido extraño y me acerco a uno de los bordes. Puedo ver como en diferentes zonas parece haber movimientos extraños con lo que asumo que se trata de algo extraño y posiblemente peligroso.

Desciendo por la fachada lo más rápido que puedo para acercarme al lugar más cercano.

Salgo a los tejados, agradecida del cese de las lluvias. Visto lo visto, ya no confío mucho en la estabilidad del tiempo, pero por el momento se puede estar fuera.
No me gusta el agua. La soporto para asearme y si hay que nadar no tengo problema, pero la sensación de mojado y, especialmente, la lluvia... Ya de pequeña evitaba salir a la calle cuando llovía.

Camino por el borde. La sensación de tensión cuando el cuerpo se inclina ligeramente hacia el vacío me agrada. Al revés que la lluvia, siempre me gustaron las alturas. En un principio te sientes frágil, pero en cuanto logras mantenerte arriba... Es como si tuvieras el total control sobre tu vida.

Me alejo del borde y me siento.
Tengo que ver a Jager. No me apetece.

*se queda*

Lyam observaba las nubes tumbado en uno de los tejados, con los ojos ligeramente encendidos y las manos sobre el pecho, sobre un pequeño pergamino. Esa tarde había recibido la respuesta a la carta que había enviado hacía unos días, y había decidido salir a los tejados a leerla: ya que no llovía, aprovecharía y saldría fuera del palacio.

Aquel lugar le gustaba. Siempre le había gustado. Se le antojaba tranquilo, agradable. Los tejados tenían unas vistas bastante impresionantes y el chrysos imaginaba que poca gente se atrevía a subir allí, así que le parecía un sitio perfecto.

El chrysos levantó el papel y releyó un par de frases. Luego volvió a colocarlo sobre el pecho, las manos encima de él, y suspiró. Lo que no le gustaba tanto era tener que responder cartas, y mucho menos cuando apenas tenía información nueva sobre lo que se le pedía.

fdr. nuestra amistad de tantos años no ha servido para que me dejases los tejados, eres horrible : <

Recientemente he visto a gente con la que no he hablado demasiado. Y debería buscar al chico secuestrado. Quizás si doy con él me pueda dar la información que nadie conoce sobre el ataque de los mercenarios. Aunque, bien pensado, no sé si sigue aquí y si es posible hablar con él o está al cuidado de los líderes.

Me pongo en pie y me estiro. Parece que tendré que hacer pesquisas sobre ese niño. Espero que tenga algo interesarte que decir y que el hablar con él, si sigue aquí, no incomode a los líderes.

Me doy media vuelta y regreso al interior. Tengo mucho que hacer para estar aquí perdiendo el tiempo.

*se va*

FdR- Holis >.o

El chrysos frunció el ceño, pensativo. Lo que había contado en la carta era lo que había visto el día del combate con los mercenarios, y lo que le pedían era, entre otras cosas, información sobre el chaval y sobre esos mercenarios. Si respondía sólo con lo que la caeruleus Inger le había dicho, le tacharían de idiota e incompetente. Si no respondía, se metería en un problema (porque eso era, entre otras cosas, poco profesional y propio de un incompetente o desertor). Chasqueó la lengua. La única forma de responder a todo lo que le preguntaban era hablando con el líder parvus. No sabía si podía hablar con el chaval, pero, en caso de que pudiese, dudaba que el claritas tuviese muy claro quiénes eran aquellos hombres. El líder, por el contrario, había demostrado que conocía, mejor o peor, al tal Sanders.

Suspiró. Lo malo de tener que hablar con el líder era que no tenía ni zorra de dónde podía encontrarlo. La última vez que lo había visto, sin contar con el suceso de los mercenarios, había sido en los tejados, pero Lyam recordaba que había dicho algo como que le daban miedo las alturas, así que dudaba que pudiese encontrarlo allí. También dudaba que pudiese encontrarlo en las mazmorras, lugar donde se habían visto por primera vez. En general, el chrysos dudaba que pudiese encontrarlo. Más bien, pensó, el parvus aparecería cuando le diese la real gana, como hacían todos los líderes (como la víbora de Aren, que parecía tener una especie de sensor para encontrarse con la gente cuando nadie quiere verle ni a él ni a otro cualquiera).

Volvió a releer la carta. Bufó. La otra opción era hablar de lo que pensaba de sus compañeros, pero ya había rechazado esa idea antes y la volvía a rechazar ahora.

Fdr. yo pensé que iban a estar cada uno en una esquina x__D Ahora parece que te he echado y no era mi intención x________D

Había oído a unos del servicio que se podía salir a los tejados, pero en cuanto logro, dificultosamente, encaramarme a ellos, me arrepiento. Estoy muy lejos del borde, pero la sensación de vértigo la siento igual. Sentir el viento en el pelo a estas alturas es como... Seguro que aquí solo vienen los guerreros más fieros y los cobardicas, como yo, no deberíamos atrevernos.

Con mucho cuidado, piso las tejas para avanzar. Ya que estoy aquí quiero, por lo menos, ver lo lejos que está el suelo.

Me voy acercando al lejano borde con pies de plomo cuando, de pronto un pie me resbala en una especie de musgo (seguramente nació por las lluvias...) y caigo al suelo, o techo, resbalando hacia el borde. Cierro los ojos para no ver qué pasa. Pronto descubro que todo parece haber terminado y los abro lentamente. Mis pies cuelgan ligeramente por el borde, pero estoy sentado sobre sólido. Enseguida noto como me flaquean brazos y piernas e intento arrastrarme lejos del vacío.
Vaya cafre que estoy hecho...

Un ruido, semejante al que hace alguien al caer, interrumpió el hilo de sus pensamientos. El chrysos, curioso, se puso en pie y, tras guardar la carta en un bolsillo, se acercó al lugar donde creía que alguien se había caído. Le parecía extremadamente peculiar que nadie hubiese gritado ni nada semejante.

Cuando llegó al lugar se encontró con el chaval, el claritas secuestrado, sentado (¿sentado?) cerca del borde de los tejados. Lyam alzó las cejas, sorprendido. Había imaginado que el chaval se había ido, pero parecía que no había sido así.

—¿Necesitas ayuda? —inquirió, sonriente, mientras se acercaba al muchacho. Ya que estaba ahí, como caído del cielo, qué menos que aprovechar para hablar con él.

Una voz me hace volver la cabeza. Ni lo he oído llegar del susto... Con los ojos ridículamente húmedos lo miro. Noto las piernas tan temblorosas que dudo seriamente que pueda levantarme, por lo que simplemente asiento Además, noto la respiración entrecortada y me incomoda un poco. Vaya imagen estoy dando a todo aquel con el que me encuentro. Si me viese el abuelo...

Este debe de ser otro de los guerreros y, sin duda, de los valientes, pues está en los tejados. Valiente o temerario. Pero heroico, al fin y al cabo, pues ha venido a ayudarme.
Quizás sea uno de los que me salvó el otro día... Massen, Fier... También puede que una de ellas lo sea. Tengo que averiguar cuanto antes los nombres de mis salvadores.

El chrysos ensanchó la sonrisa y se acercó al chaval. Supuso, a pesar de que se había limitado a asentir, que necesitaba ayuda para levantarse. O para reponerse del susto. Parecía realmente asustado.

—Menudo susto te has debido de llevar, eh —murmuró, tranquilo, mientras le tendía las manos. Estaba al lado de él, bastante cerca del borde, y sonreía—. Si es que este sitio es una trampa mortal, tan alto, oscuro y sin nada para agarrarse. —Negó con la cabeza—. Si yo fuese tú, vendría por la mañana. Da menos miedo cuando puedes ver.

Él realmente no le tenía ningún miedo a las alturas, pero, en caso de tenerlo y de ser un claritas, se subiría a los tejados por las mañanas, cuando aún hay luz, en vez de por las noches, cuando no puedes ver casi nada. Se le antojaría, suponía, más seguro.

Gracias a la ayuda del chico consigo ponerme de pie y, por suerte, mis piernas sí me sostienen, no como esperaba. Suspiro agradecido y le sonrío. Asiento a sus palabras. Todo lo que dice tiene sentido y es fácil de pensar, pero desde que me salvaron parece que la lógica no se encuentra entre mis pensamientos más habituales. De nuevo, si me viese el abuelo me reprendería severamente. Según él, en un hombre nunca ha de faltar el raciocinio, pues no sería un hombre, sino una bestia.
Suspiro ligeramente. Busco en mis bolsillos y extraigo la tiza y la pequeña tabla de pizarra.

Escribo en ella y luego se la muestro.

"Muchas gracias. Soy Jun."

Esbozo una sonrisa, tratando de parecer simpático. Seguramente, como guerrero, no esté interesado en saber nada de un crío como yo y solo le esté molestando, pero la educación es necesaria en todo caso.

Lyam sonrió y miró al chico, esperando que dijese algo. Desde que había llegado, no había pronunciado ninguna palabra y aquello estaba empezando a incomodarle. ¿Le estaba molestando? No lo parecía, porque sonreía, pero no podía saberlo. A lo mejor sólo sonreía por educación o algo así. Aunque, bien pensado, a pesar de lo asustado que parecía, tampoco había escuchado ningún grito.

Curioso, observó cómo sacaba una especie de tabla y una tiza de los bolsillos. Alzó las cejas, sorprendido, pero pronto comprendió por qué el chico no hablaba: no podía.

Lyam esbozó una corta sonrisa.

—Yo soy Lyam. Encantado, Jun —le dijo. Luego ensanchó la sonrisa—. ¿Cómo llevas tu estancia en Palacio?

Lyam se une a los otros dos nombres en mi cabeza. Por ahora todos los guerreros parecen agradables y educados. No son el tipo de personas que esperaba. Yo me imagino a alguien rudo y serio, imperturbable, cuando pienso en un guerrero, aunque puede que eso sea por leer demasiados libros.
Su pregunta me hace coger de nuevo la tabla. Me tengo que esforzar por hacer la letra más pequeña. Aunque sea útil para comunicarse, a la hora de conversaciones largas termina siendo algo engorroso.

"Bien. Esto es muy grande y apenas lo he visto todo."

Se lo muestro unos instantes. Luego la giro de nuevo y borro con el puño de mi camisa para hacer espacio para el nuevo mensaje.

"Es interesante conocer a guerreros de verdad."

Lyam asintió. El palacio, tal y como el claritas escribía, era un lugar enorme. A él le había llevado varios días verlo todo. Se preguntó, mientras se sentaba, si el claritas necesitaría ayuda para conocer Palacio.

—Me alegro —murmuró, alzando la vista para mirar al muchacho. Sonrió—. Si necesitas ayuda para encontrar los sitios o algo por el estilo, puedo prestártela. —Ensanchó la sonrisa—. ¿Conoces a muchos guerreros?

Que hubiese hablado de guerreros de verdad le había hecho gracia. O, más que el hecho de que se refiriese a sus compañeros como "guerreros de verdad", el hecho de que parecía que lo estaba incluyendo en ese grupo. Lo miró de reojo. Le llamaba la atención su collar.

Niego lentamente. No quiero molestar a nadie para descubrir las diferentes estancias que puedo hallar solo. Además, quizás así encuentre a los guerreros que me salvaron la vida. Ya puestos, todavía no sé si él es uno de ellos.
Lo miro curioso unos intantes, como si esperase ver en su cara escrita la respuesta.

Su siguiente pregunta tiene fácil respuesta.

"No, solo a dos más" le escribo.

Y "conocer" ni siquiera es la palabra. Al fin y al cabo, solo tuve un encuentro con cada una de ellas y en ninguno de los casos pude apenas intercambiar un par de palabras.