Tejados

No tarda mucho en verlo, y Johan le devuelve la mirada con un amago de sonrisa tranquilo en los labios. Y eso que ha llegado a sentir peligro fugazmente ante el gesto del hombre. Apenas lo conoce, pero ha determinado que es peligroso. O que lo parece, al menos. Hay muchos animales que fingen ser fuertes para disuadir a sus enemigos. Aunque no cree que se necesiten guerreros con esa habilidad si en el fondo son débiles, por lo que Johan acaba decidiendo que la amenaza es cierta.

Eso quiere creer. Estará bien tener un aliado de esos que te cubra las espaldas.

Pero el claritas no parece interesado en que lo observen mientras entrena. Johan suele saber cuándo retirarse, aunque no siempre lo haga, de modo que en cuanto capta la señal se aleja con las manos en los bolsillos, encendiendo un cigarro.
Ese tampoco va a ser un problema. Hará otra cosa.

Lo que he visto... Creo que era cierto. Un enorme dragón (estaba lejos, pero el tamaño era considerable) ha aterrizado en los terrenos de Brontë. Desde aquí no pude verlo bajar, pero creo que aterrizó en la parte delantera. Y de pronto una se pone a pensar si no descenderá de él un ejército de enemigos dispuestos a atacar, aunque es evidente que, de ser eso, los líderes no lo hubiesen dejado entrar.
Supongo que tienen poder para impedir eso.

Sea como sea, es suficiente motivo para dejar el entrenamiento a medias. No guardo el arma, la kusarigama, pero me acerco a uno de los salientes de los tejados para descender al balcón más cercano. No hay tiempo para tomárselo con calma.

*entra*

He venido aquí a estar sola. Supongo que es porque me encuentro en una situación delicada, ahora mismo: Gerald sigue en la enfermería, con Cierzo, y aún no he podido verlo; por otra parte, es mi cumpleaños. Ambas están estrechamente relacionadas, por supuesto. No puedo ir a la enfermería a verlos, así que me agobio. Es mi cumpleaños, pero no es momento de celebrar esas cosas. Porque Gerald y Cierzo están en la enfermería.
Por eso quiero estar sola, aquí, porque aquí no viene nadie. Así no pensaré que la persona que me encuentre en los pasillos, la biblioteca, o el baño, no dirá "eh, felicidades, vayamos a tomarnos algo" porque resulta que no sabe qué día es. O quizás porque me parece un poco frívolo y egoísta querer darle importancia a un día como hoy dada la situación. Si pudiese pedir algo, pediría tener un día como los de antes, cuando todo estaba bien y nadie se había ido a Humus.

Me recuesto sobre las tejas, abriendo los brazos y las piernas. Ahora tengo forma de estrella.

Supongo que estarán al caer las cartas de casa. Yo sigo teniendo una visita pendiente...

*se queda*

Ben la había visto llegar, pero se aprovechó de sus habilidades para escabullirse y se camufló como pudo, intentando no ser vista. Decir que se camufló en las sombras no tenía sentido, teniendo en cuenta que su Fif veía tan bien en las sombras como ella misma. O incluso mejor que ella misma. El caso era que no había terminado el regalo cuando su Fif llegó, y por tanto no era momento de saludarla. Su plan, de hecho, era haber ido a buscarla ella misma, pero el caso era que se le había adelantado apareciendo. Bueno, eso ahorraba lo que podían haber sido horas de búsqueda. Como para quejarse.

Dio los últimos retoques con el papelito de lija y observó su obra. No tenía muy claro que pudiera ser útil, pero tampoco que no pudiera serlo. Y funcionaba, eso lo sabía bien. Ya lo había estado probando, y no era su primera obra del estilo. Sopló una última vez para eliminar el polvillo de la madera, lo observó un momento más, y luego se lo guardó en el bolsillo, junto con la lija.

Entonces se reacomodó donde estaba sentada y, poniendo las manos frente a la boca, produjo un sonido que, aunque no perfecto, podría llegar a confundirse con el de una ave nocturna. A continuación se arrastró por las tejas, tratando de no hacer ruido, avanzando hacia su amiga. Cuando estuvo cerca, sonrió.

-Ho-la, Fif -canturreó, bajito, cerca de su cabeza.

Y se sentó.

Un bostezo descarado se ve interrumpido por una vocecilla familiar que me hace abrir los ojos, sobresaltada. Lo disimulo enseguida, claro. Todo planeado.
Esbozo una sonrisa al instante, aunque estoy algo cansada y no es mi mejor día. Retales no tiene la culpa de eso, y quizás su compañía no sea desagradable. Ella no es un cualquiera de esos que pasean por los pasillos.

-¡Hey! -saludo, quizás algo sobreactuada, sentándome-. Creí que no me encontrarían aquí. Tienes suerte de ser especial, Retales -recito-. Muchos otros pagarían caro ese intento por sorprender a la gran Njorthbiartr en mitad de la noche.

Le sonrío de medio lado y me inclino un poco hacia ella, apoyando mi hombro sobre el suyo y dándole un pequeño codazo en el costado. ¿Le habrá pasado algo también?

-¿Qué haces aquí arriba? ¿Venías a entrenar tus acrobacias?

Ben hinchó pecho, orgullosa. Los tejados eran un poco su territorio, así que tenia bastante dominado el arte de ocultarse (o no) entre tejas. Fif era sabia al decir que era especial, al menos a ese respecto.

-En realidad, hoy venía de incognito -explicó, asintiendo con seguridad-. Ya sabes, por lo oculto. Ahora ya no hace falta, claro. Es una suerte que hayas aparecido, porque buscarte podía haber sido un rollo.

Quizás no debería haberlo dicho así. Arruinaba la sorpresa. Bueno, es que no se le daban nada bien las sorpresas. Quizás era mejor no hacerse la misteriosa. Sacó, directamente, el tubito en el que había estado trabajando, y se lo ofreció con ojos algo inquietos.

-Ten, por tu... esfuerzo cumpliendo años. Y felicidades. ¡Sorpresa!

Perfecto.

De "incognito", eh. Dejo ir una risilla prepotente.

-Pues te has confundido de día. Conmigo la llevabas clara. Una guerrera experta como yo huele a los demás a lo lejos, y la noche no guarda secretos para mí-. Hincho el pecho-. Comprendo que intentes luchar contra lo inevitable, pero...-. Callo y alzo las cejas, extrañada-. ¿Buscarme?

¿A mí? ¿Por qué? ¿Ha pasado algo? ¿Sabe alg...?
Clavo los ojos en lo que me tiende, extrañada, y termino por tomarlo con cierta confusión. Y entonces me envuelve una calidez muy agradable, pero eso no se lo puedo decir.
¿Lo sabe? Espera, se lo dije. Es solo que...

-Te has acordado... -murmuro, más para mí que para ella-. Ben...-. Ni siquiera me fijo en lo que me tiende y me echo sobre ella para abrazarla con fuerza, mucha fuerza, aferrando la madera con la derecha-. ¡Gracias!

Siempre parece que quiera convencerme de que estoy sola, pero no es así. Soy un poco idiota y un poco egoísta al querer pensarlo. Me agobio y no razono como debo, pero las cosas no funcionan así.
No estoy sola para nada.

Ben rió entre dientes, entretenida. No podía negar que Fif fuera una experta, su veterana, pero siempre le había hecho gracia la forma que tenía de recordárselo al mundo cada día.

El abrazo le hizo sentir un agradable cosquilleo que le subía desde la base del vientre. Correspondió encantada, aunque con suavidad, y cerró los ojos para disfrutarlo. Un abrazo nunca venía mal a nadie, y Ben era lo suficientemente inteligente como para saberlo y apreciarlo. Y si encima era un abrazo de su Fif...

-Claro -respondió, orgullosa-. Tenía que hacer algo. Prueba que funcione, no se haya agrietado la madera. Seguro que a Thor le gusta. Y si no, siempre puede servir para hacer ruido. El ruido no siempre es mala idea.

La miró con una sonrisa, sintiendo cómo crecía la sensación de ansiedad que había empezado a invadirla.

-¿Te... te gusta...?

La oprimo un poco más cuando está hablando, pero termino por darme cuenta de que también tengo que hacer caso al regalo. Al final ni lo he visto, solo una ojeada. Cuando me aparto no puedo evitar que la sonrisa sea evidente, por lo que trato de camuflar la ilusión en arrogancia, orgullo o algo así.

¿Qué cojones es esto? Bueno, es de soplar. Que funcione, ¿no? Me lo llevo a los labios y soplo. Sabe a madera, pero suena. De nuevo, se me escapa una sonrisa.
Y pensar que de cría me cabreaba si me regalaban alguna chorrada. Al final uno aprende a distinguir las cosas materiales de la importancia de las personas. Esto es mas importante que muchas cosas más caras.
Merece saberlo.

-Qué guay... -digo, con una sonrisa algo tonta. Vuelvo a soplar. Luego miro a Retales, con los ojos muy abiertos, contenta-. La has hecho tú, ¿no? Es genial. Me encanta-. No es que siempre haya querido un silbato. No creo haberlo pensado mucho. Pero creo que me has hecho el mejor regalo que podía esperar. Gracias por acordarte de mi-. De verdad. Es el mejor regalo que me han hecho nunca.

En casa era una cría estúpida que solo quería llamar la atención. Como ahora, bueno. La pequeña de cinco, a la que no miraban salvo que gritase por encima del resto. Cuando Gerald y Cierzo se fueron y los despedí, ninguno se volvió. Lo que tenían por delante era tan importante que mirar atrás no podía concebirse. Y aunque lo sabía pensé que me hubiese gustado que lo hubieran hecho. Siempre tiendo a sentirme abandonada, quizás me considero demasiado importante.
Gracias por darte la vuelta y mirarme, Ben. Tendría que aprender a caminar más deprisa.

-Es "incógnito", por cierto -añado, con tono burlón.

Es ese tono que uso para quitar importancia a las cosas cuando tengo miedo de echarme a llorar, o alguna mierda como esa.

Ben esperó la respuesta, impaciente. En seguida empezó a notarse cómo la sangre se le acumulaba en la cara bajo la piel lechosa, igual que le resultaba imposible ocultar la sonrisa. Asintió con suavidad, controlando a duras penas el impulso de sacar la lija con que acababa de terminar de pulir el pequeño silbato.

Pero, ante las palabras de Frikka, no pudo sino abrir los ojos de par en par y parpadear, asombrada.

-¡¿Tanto?! -exclamó, sin entender-. Ay, pobre... Yo creía que...

¿Y si no había entendido cómo funcionaba lo de los regalos? A ella le parecía que la riñonera era maravillosa, y que el silbato no era nada en comparación. ¿Era porque no sabía tasar las cosas? Pero Ben tenía una idea bastante clara de cómo hacerlo, fruto de años de trabajo en la toma de decisión de qué objetos ajenos era más interesante llevarse. Quizás llevaba años engañada...

A la puntualización de Frikka no pudo sino parpadear de nuevo y asentir, tratando de dar un sentido al comentario en su cabeza, sin éxito.

-Sí, claro -concluyó.

Su reacción me hace reír. No de esa risa burlona de siempre, sino la otra. La de cuando algo te hace gracia. La verdad, es la hostia. Creo que siempre se me olvida valorar a Retales lo suficiente.
Soplo de nuevo el silbato, más suavemente esta vez.

-Los mejores regalos no son los que más cuestan -acabo por decir, encogiéndome de hombros-. Y este lo has hecho tú. Por eso es genial. Has aparecido justo en el momento que lo necesitaba con la solución a mis problemas.

Suspiro y miro hacia los jardines. No se está mal aquí ahora, eh... En unos minutos parece que la vista, el entorno, mi día, han mejorado de golpe. La rodeo con el brazo, atrayéndola en un aspaviento exagerado.

-Deberíamos hacer más cosas juntas. Ir de misión, ¿no? Que no te puedo enseñar nada si no hacemos nada juntas. De trabajo, me refiero. Trabajar con colegas siempre está bien. ¿Te conté la vez que fui con Gerald a Humus y acabamos por los aires? -le pregunto, animada.

Ben se rascó una oreja, algo confusa por la revelación. Pues sí que sabía ser oportuna de la nada. Estaba bien, eso. De hecho, era la leche con panceta. Porque Fif estaba un poco en las nubes últimamente, y Ben prefería cuando quería juerga. Amplió la sonrisa.

-Pues sopla, sopla -la animó, dándole unas palmaditas en la espalda con expresión divertida.

Se sentía francamente halagada, pero no podía hacer hincapié en ello. Porque, si lo hacía, era probable que acabase pensando que flotaba en el aire y se cayera de los tejados. Tenía francas ganas de reír como una posesa.

Se dejó atraer con gusto, sintiéndose arropada. Fif era genial. Y, cuando habló, asintió con entusiasmo.

-Para componer canciones al respecto. A lo mejor podíamos hacer una. Pero cuéntamelo otra vez, y así lo hacemos bien desde el principio -propuso, animada, tamborileando con los dedos sobre su pierna como si lo hiciera sobre los agujeros de la flauta.

Era noche de parranda, y se lo iría haciendo saber poquito a poco.

*Fin de escena*

Hace un poco de frío para estar en los tejados, pero las vistas lo compensan. Kyoti no viene por aquí muy a menudo, pero de vez en cuando le gusta asomarse. Es un lugar donde no suele haber mucha actividad, y menos de noche, así que se puede disfrutar en condiciones del silencio. Como es precavido, se ha abrigado antes de subir, y aunque puede ver el vaho de su aliento, no se siente a disgusto.

Mira hacia arriba, contemplativo. Las nubes ocultan buena parte del cielo, pero todavía dejan margen para ver unas cuantas estrellas. Kyoti no tiene ni idea de astronomía, pero no hace falta ser un experto para admirarlas.

En algún momento, se da cuenta de que se ha quedado aterido y de que ha perdido la noción del tiempo. Se estremece. ¿Lo de adormilarse con el frío no era mala señal? Suspira, mirando al cielo. Quizá otro día, con un poco más de temperatura y menos nubes, pueda quedarse más tiempo a disfrutarlo.

*Se va*

Johan ha salido por una de las ventanas del piso superior con algunos carteles en las manos. Se los acaba de dar Anna y ha decidido ir a ver si ya habían llevado alguno a esa zona, pero parece que ha acertado sobre el lugar. Una vez en los tejados, haciendo equilibrios, se dedica a pegarlos en algunas tejas bastante separadas entre sí. No pega dos seguidos, no quiere ahorra tiempo a costa de hacer mal su trabajo.


Dedica un pensamiento a la chrysos. Lo cierto es que no sabe si Anna ha entendido del todo el tema del bizcocho. O quizás lo ha hecho. En cualquier caso, lo preparará.

Antes de entrar ve a Kyoti con Ben en los jardines, y haciendo hueco entre sus manos, grita:

-¡Kyoti, ven a la fiesta!

Una vez se siente conforme con lo que ha hecho, volviendo sobre sus pasos para asegurarse de que ninguno ha volado, se sonríe, toma los que le quedan y vuelve dentro.

*se va*