Tejados

Lyam asintió y observó al muchacho. Se preguntaba quiénes serían las dos personas que había conocido. También se preguntaba si él sabía por qué lo habían secuestrado, o quiénes eran aquellos mercenarios, pero dudaba que preguntárselo de forma tan directa fuese adecuado.

—¿Puedo preguntar sus nombres? —Esbozó una amplia sonrisa—. Llevo mucho tiempo por aquí, así que conozco a bastante gente, y, bueno —se encogió de hombros—, lo cierto es que tengo curiosidad.

Lo miro fijamente un instante. Parece que realmente quiere saber de qué personas hablo. Cuando soy consciente de mi mirada seria la cambio, esbozando una sonrisa en su lugar.

"Fier y Massen" escribo.

Quizás pueda decir algo de ellas. Quizás, simplemente, es muy curioso. No tengo ni idea.

Borro la tiza y escribo de nuevo. Se lo enseño, esbozando una mueca de vergüenza.

"¿Eres de los que me salvaron?"

Sonrió.

—Fier y Massen son muy agradables. Si yo fuese tú, intentaría hacerme su amigo. —Ensanchó la sonrisa—. Has tenido suerte encontrándote con ellas.

Pensó en cuándo él llegó. Las primeras personas que había visto habían sido Silvanus y Hewina, y el primero estaba desaparecido y de la segunda no sabía nada. Chasqueó la lengua. Aquello no resultaba del todo agradable.

Cuando el claritas escribió si era uno de los que le habían salvado, rió suavemente.

—Bueno, por una parte sí, pero no creo que salvarte sea la palabra adecuada. —Lo miró—. Fui uno de los que se enfrentó con los mercenarios, y también cargué contigo durante un rato, pero yo diría que quien te salvó fue el líder parvus, Nagorr Brumm. —Esbozó una sonrisa—. Él nos salvó a todos, así que, si quieres agradecerle algo a alguien, agradéceselo a él.

Parece, entonces, que las chicas a las que encontré son agradables. No sé si eso significa que todas lo son o que he tenido mucha suerte. De todas formas, casi prefiero encontrar a un chico, como en este caso.

Así que Lyam sí es uno de mis salvadores. Sonrío ampliamente.

"Ya le di las gracias al señor Brumm" "Muchas gracias a ti, Lyam"

A medida que escribo, voy mostrándole los mensajes.
Entonces... Si él me salvó... Tiene que saber qué otros lo hicieron. Si me lo dice será mucho más rápido de agradecer a todos que, al fin y al cabo, pronto el abuelo me hará venir a buscar para volver a la torre.

"¿Quienes eran los otros?" "Quiero agradecérselo a todos."

Negó con la cabeza, sonriente.

—No me des las gracias.

Realmente no pensaba que mereciese que le diesen las gracias. Tal y como había dicho, el líder parvus era el verdadero salvador: si él no hubiese aparecido, el final de aquel encuentro habría sido diferente.

—Pues lo cierto es que no estoy seguro de cuántos participaron —murmuró, contemplando las preguntas escritas en la pizarra. Luego alzó la vista para mirar al claritas—. Creo que participó bastante gente, pero no sé cuánta exactamente, así que me limitaré a hablar de los que sé que participaron. —Sonrió—. Si me entero de que alguien más estuvo por ahí, te lo diré.

Se pasó una mano por el flequillo, echándoselo hacia atrás, y luego continuó:

—Massen, a la que ya conoces, estuvo. —Miró al claritas—. Luego también estuvieron Rick Dehnel, que es un flamma pelirrojo y muy grande y fuerte; Corbin, que es un claritas, como tú, de pelo oscuro y bastante largo; Zacharyas, un caeruleus al que no conozco personalmente; Inger, que es una caeruleus pelirroja; Alehyss Lester, que es una chrysos morena, con el pelo oscuro y los ojos verdes y algunas pecas por la cara; y un piscis muy raro que no sé realmente quién es.

Se encogió de hombro y observó a Jun. Había hablado bastante despacio, así que esperaba que no le hubiese costado seguirle.

Cada nombre va acompañado de una descripción. Es muy amable por su parte, aunque al final quizás la imagen mental que me haga de cada uno sea tan opuesta que no tenga absolutamente nada que ver con la realidad. De todos modos, me quedo con los nombres. En cuanto vaya conociendo a esas personas, iré agradeciéndolo. La primera debería ser Massen Dew, pues ya me encontré con ella una vez y no lo hice.
Y, bueno, luego queda ese piscis cuyo nombre no me ha dado, pero malo será...

Sonrío, mostrando mi gratitud.

De todas esas personas, destaca Alehyss Lester. Es de la que ha dado una descripción más concreta. Eso suele atribuírse a una cercanía mayor. Quizás sea su pareja o su mejor amiga. De todas formas, esa información es mero cotilleo y no me hace falta. Aunque se me hace difícil imaginar a alguien moreno con pecas... ¿Será morena como yo o morena de sol...?

Lyam observó al claritas durante unos segundos, esperando que escribiese algo en la pizarra. No lo hizo; en su lugar se limitó a sonreír, agradecido, y el chrysos, aparte de devolverle la sonrisa, se preguntó qué podía decir.

—Son todos... Simpáticos—murmuró. Luego esbozó una corta sonrisa, pensando que, realmente, simpático no era el adjetivo que mejor cuadraba con la primera imagen que alguno de ellos transmitía—. Bueno, tal vez a primera vista no lo parezcan, pero en el fondo lo son. También son buena gente y... Eso.

Se encogió de hombros. Volvió a dedicarle un rápido vistazo al collar, pero, de nuevo, no preguntó nada.

Parece que ninguno de los guerreros de este sitio coincide realmente con la imagen ruda y seria que yo tenía. Casi mejor, pues a la gente ruda y seria no suelo gustarle. Me ven simplemente como a un crío y me dan uno o dos caramelos antes de mandarme a jugar... Es muy frustrante.

"Gracias de nuevo." "Los buscaré a todos para darles" "las gracias personalmente."

En cuanto acabe con esto haré una lista de nombres. Tengo buena memoria, pero lo que se pueda tener en papel que no sea arriesgado a perderse en el olvido.

Sonrió.

—De nada...

Apartó la vista del muchacho y observó, durante unos cortos segundos, el paisaje, pensando en si estaría bien o mal que le preguntase acerca de los mercenarios. Por un lado, pensaba que no sería muy adecuado, pero mentiría si dijese que no se moría de curiosidad: era cierto que pensaba que el líder parvus sabría más cosas acerca de ellos, pero tal vez el muchacho tuviese algo interesante que contar. Lo miró de reojo.

—Acerca de ese día, ¿conocías de algo a los hombres aquellos? —inquirió, tranquilo, observándole. Luego esbozó una cálida sonrisa y añadió—: Si no quieres responder, no es necesario que lo hagas.

Endurezco un poco la expresión al escuchar su pregunta. No es un gesto consciente, pero pensar en ello me trae recuerdos no demasiado agradables. Y tampoco hay mucho que pueda decir sobre los tipos en general. Quitando al líder, los demás eran bastante simples y poco habladores.

"Ellos me transladaban."

Borro el mensaje, algo pensativo. ¿Que si los conocía? ¿A qué llama conocer?

"No los conocía antes."

Asintió. Por lo que escribía, no parecía que conociese a aquellos hombres. Lyam frunció levemente el ceño y observó al muchacho con interés. Se preguntaba qué habían visto en él para secuestrarle. ¿Sería su familia poderosa? ¿Rica? Imaginaba que debía ser alguien bastante importante, pues de lo contrario no lo hubiesen secuestrado. O al menos eso le parecía.

Volvió a sonreír.

—Entonces no se te ocurre ningún motivo para que estuviesen interesados en ti, ¿no?

Lo miro, sereno. Sonríe. Me pregunto qué piensa.
El abuelo puede llegar a saber qué piensa la gente. No sé si es magia o experiencia. Si estuviera aquí, quizás pudiera sondear la mente de Lyam y saber qué se pasa por ella. Yo, sin embargo, solo puedo aventurar en mi cabeza.

Escucho atentamente su pregunta. La cavilo un instante y luego tomo la tiza. Escribo con trazos limpios y luego se lo muestro.

"Sé exactamente el motivo."

Que los conozca o no poco tiene que ver con eso.

El chrysos alzó las cejas, claramente sorprendido. Por lo que había dicho, había imaginado que no conocía el motivo por el que se habían interesado en él. La respuesta del claritas lo había descolocado por completo. Frunció el ceño; parpadeó, y, luego, volvió a mirar al muchacho. Se preguntó si se lo diría si se lo preguntase. No tenía ni idea de si le respondería o no, pero, evidentemente, no iba a quedarse con la duda.

—¿En serio? —inquirió, dejando patente tanto su confusión como la sorpresa. Luego esbozó una sonrisa—. ¿Sería muy impertinente, metomentodo, etcétera si pregunto cuál es...?

Lo miro fijamente. Quizás simplemente tenga curiosidad. Yo no sé juzgar esa clase de cosas. No sé diferenciar a alguien peligroso de alguien curioso si lo oculta bien. Eso es un problema para mí, que para colmo ando de noche solo por lugares abandonados y no puedo gritar para pedir auxilio.
Miro de reojo el borde del tejado. Sería tan fácil matarme... No creo que él lo haga. No soy, realmente, interesante de matar. Pero si él tuviese algo que ver con ellos y solo quiere hacerme bajar la guardia...

Borro de nuevo la tablilla, con lentitud, para tomar la tiza y volver a escribir. Tengo los dedos blancos y llenos de polvillo.

"Lo siento."

Dentro de poco volveré a la torre y allí estaré a salvo. Nunca debí salir. El abuelo tenía razón. Aquí corro peligro, aunque sé que el señor Brumm cuida de mí. Y si le digo a Lyam la verdad, ¿no es acaso peligroso? Porque algo que hace a gente querer secuestrarte no es algo que deba contarse por ahí.

Lyam observó al muchacho en silencio, expectante. Que el chaval supiese el motivo por el que lo habían secuestrado había hecho que su curiosidad aumentase. ¿Por qué lo sabía? Por un lado, la idea de que era realmente alguien importante había cobrado fuerza, pero no podía estar seguro. A lo mejor no era importante en el sentido de que su familia tenía un gran poder, sino que su importancia radicaba en que él, Jun, tenía un gran poder. A lo mejor era un gran mago. A lo mejor había descubierto algo que nunca debió descubrir. A lo mejor tenía una habilidad sorprendente. Realmente tenía mucha curiosidad, y tal vez por eso se sintió ligeramente decepcionado al ver la negativa del muchacho a hablar. No obstante, entendía que no quisiese contárselo. También entendía que, tal vez, había sido bastante brusco.

Negó con la cabeza.

—No te disculpes. El que debería hacerlo soy yo, que me meto donde no me llaman. —Esbozó una corta sonrisa—. Perdona.

Ensanchó la sonrisa.

Al oír su disculpa niego suavemente. Es normal tener curiosidad. Yo soy curioso. Quizás en otro sentido, porque los secretos de la gente no son lo que más me llama, pero los secretos del mundo... Esos sí me hacen sentir curiosidad, y si alguien los tuviera, me encantaría averiguarlos, aunque fuese pesado con las preguntas.
Esbozo una sonrisa, quitándole importancia.

"Yo debería ir entrando" escribo. "El tejado no es muy seguro para mí."

Ya llevo bastante fuera, pero sigue sin gustarme esta sensación de que puedo caer al vacío en cualquier momento. Quizá suene muy cobarde, pero casi todo me da miedo, y tras lo que pasó ya no me siento realmente seguro en ningún sitio.

Lyam le devolvió la sonrisa y leyó lo que el muchacho escribió en la pizarra. Luego, de reojo, miró a su alrededor. Lo cierto era que era bastante tarde. Si mañana quería hacer algo productivo por la mañana, sería mejor que se fuese.

—Yo también debería ir entrando —murmuró. Después se puso en pie y estiró los brazos. Sonrió. Luego miró al claritas y, tras meditarlo durante unos largos segundos, se animó a tenderle una mano. Si se había caído antes, Mithos sabía si volvería a caerse o no, y si se caía de verdad, si se caía al suelo, ambos tendría un problema (y la escena sería muy desagradable). El claritas, no obstante, rechazó su gesto. Aquello no le sorprendió demasiado. Él, si fuese un chaval, también lo rechazaría (y, a sus años, si un tío le tendía la mano para que no se cayese por el tejado, también lo rechazaría).

El chrysos esperó, no obstante, a que el claritas caminase para seguirlo. Todavía pensaba que se podía caer, así que supuso que lo mejor sería ir a un par de metros de él, preparado por si tropezaba, caía y comenzaba a rodar tejado abajo.

*se van*

Observo serena la oscuridad. Tengo los ojos ligeramente encendidos, emitiendo un resplandor tenue apagado, que ahora mismo concuerda con mi estado de ánimo. Llevaba un tiempo bastante bien, y ahora se junta todo. Mal humor, recuerdos desagradables, frustración, tristeza, impotencia...

Analyn está en el pueblo. Jager me lo ha dicho. Quizás debería ir a verla. Hace mucho que no hablo con ella. Sí, debería hacerlo. Aunque sea solo por formalidad. Aunque sea solo por no ser "la borde de siempre". A veces me siento como si fuese la única que tiene los pies en la tierra. Ellos parecen disfrutar de esto, pero... Si es lo que quieren, ¿qué puedo hacer? O todos o ninguno, ese era el trato.

Me descalzo y dejo los zapatos a un lado, alejados del abismo. Me acerco entonces al borde y cierro los ojos. Mis dedos sienten el vacío. Podría caerme ahora mismo y morir. El aire me mece y noto mi propio balanceo sutil, como un pequeño péndulo que oscila. El corazón me late más rápido, advirtiendo el peligro.

Si Jager estuviese aquí, ¿saltaría? ¿Confiaría en él como llegué a hacerlo? Dije a Corbin que el trabajo en equipo requería poner tu vida en manos del otro. ¿Saltaría si mi vida dependiese de alguien? ¿Habría alguien dispuesto a cogerme? Seguramente sí. Este lugar está plagado de "héroes". Pero yo no confiaría mi vida a ninguna de estas personas. Quizás por desconfiada. Quizás porque me sentiría culpable.

Abro los ojos y veo el suelo metros más abajo. Me alejo del borde y me calzo, silenciosa y lenta. Camino de nuevo hacia el interior, con pasos monótonos y pesados.

Seguramente si no hubiésemos llegado a aquello yo no estaría aquí atrapada. Pero esta es ahora mi misión. Tengo que escribir más, investigar, enviar más cartas, delatar al espía... Porque si ellos saltan, tengo que sostenerlos. Y lo mismo pasa conmigo. ¿No es así, Jager? Somos todos o ninguno.

*se va*

Lyam paseaba por los tejados, pensativo. Llevaba un buen rato ahí arriba, dando vueltas de un lado a otro, preguntándose qué haría exactamente. Al principio, la idea de ir a la fiesta se le antojaba absurda, y mucho más después de su discusión con la chrysos, pero finalmente, tras meditarlo con calma, había decidido que sí, que iría. Más que nada porque tal vez pudiese hablar con el líder parvus; si había alguna posibilidad de que pudiese sonsacarle algo del suceso de los mercenarios, esa posibilidad se daría ahí, en su propia fiesta. Lyam se imaginaba al parvus bebiendo y bebiendo, y pensaba que aquello no podía ser tan difícil. Los borrachos siempre decían la verdad, y, francamente, ¿qué motivos tendría el líder para no emborracharse en su propia fiesta? ¡Ninguno! 

Evidentemente, no todo sería sencillo. El chrysos sabía que encontraría problemas para hablar con el señor Brumm. El primero, y más evidente, era encontrarlo. Tal vez se estuviese moviendo toda la noche, sin detenerse demasiado en ningún lugar, serpenteando por culpa de lo ebrio que estaría, y eso, sin duda, complicaría su propósito. No obstante, Lyam confiaba en que el parvus se sentase en algún momento a descansar, o a comer o a beber más. Dicho esto, con el líder sentado aparecía otro problema: la gente. Él no conocía al líder parvus, no sabía cuántos amigos tenía o dejaba de tener, pero estaba convencido de que alguien se acercaría a saludarle o a felicitarle. La gente, por algún motivo, hacía eso aunque no conociese de nada al cumpleañero, y si era alguien importante, la gente se apiñaba aún más a su alrededor. Sin duda alguna, todas esas formales personas serían un problema, pues él no tenía ningún interés en que sus compañeros se enterasen de que iba por ahí recaudando información como si fuese un ratón royendo queso. No por nada, pero seguro que alguien empezaría a creerse las historias de contrabandistas que Rick Dehnel contaba por ahí, y eso, evidentemente, no le hacía especial ilusión.

A pesar de que el chrysos consideraba serias aquellas dos cuestiones, todavía había algo que le preocupaba más: él mismo. Francamente, se conocía muy bien. Llevaba veintidós años conociéndose y sabía perfectamente cómo era. ¡Se conocía tan bien que hasta supo antes de ponerse un traje que había usado en otros trabajos que la chaqueta le iba a quedar grande! Y como se conocía, era consciente de lo que pasaría si no se controlaba. Así pues, mientras deambulaba por los tejados, concluyó que, si quería averiguar algo, había cosas que tendría que hacer: la primera, no beber, negarse a coger cualquier tipo de licor. Cuando bebía en fiestas, solía olvidar qué estaba haciendo antes de coger la copa y despertaba en camas que no eran la suya, así que aquello estaba descartado. Si alguien le ofrecía algo, él muy cortésmente lo rechazaría, negando con la cabeza y sonriendo. 

La segunda era no distraerse. Podía hablar, pero no empezar largas conversaciones sobre la vida de uno en Palacio que no llevarían a nada. Aquello lo distraería del líder parvus, que seguro que se levantaba y comenzaba a pasear de nuevo por el palacio, así que también estaba descartado. Especialmente si la persona con la que hablaba era Alehyss Lester. Aunque no tenía pensado acercarse a ella, tal vez se diese la casualidad de que, por algún remoto motivo, tuviese que decirle algo. En ese caso, intentaría  no hablar demasiado. Hablar con Alehyss Lester era sinónimo de distraerse, y él no quería distraerse, por lo que tendría, en caso de que hablasen, que ser escueto. ¡Además, se suponía que estaba molesto con ella, por borde! Así que no tenía por qué ser amable. 

El chrysos tomó aire. Realmente, lo único que tenía que hacer era centrarse en lo que debía hacer. Cuando antes supiese qué había pasado con los mercenarios y con el niño, antes podría decidir qué poner en la carta. Y cuanto antes decidiese qué poner en su respuesta, antes podría decidir qué poner en la siguiente. Tenía pensado administrar la información para poder escribir muchas cartas sobre el tema. Si se limitaba a contar aquello, no tendría que pensar qué pondría de sus compañeros, y así ahuyentaría varios problemas. 

Lyam suspiró y se pasó las manos por la frente, echándose el flequillo hacia atrás. Esperaba que encontrar al líder parvus no fuese tan complicado. Cuanto antes hablase con él, mejor. 

*se va*
fdr. sí, son las seis, pero mi inspiración es una salvaje xD

Lluvia llegó al tejado tras subir unas escaleras. Se había despertado hacía poco de un mal sueño y, tras haber vagado por los pasillos, había decidido subir a aquel lugar. Como recordaba dónde quedaban las escaleras que había usado la primera vez que subió, no tardó demasiado en aparecer.

La aether, como no veía demasiado bien, no se acercó demasiado al borde, sino que, en su lugar, tomó asiento a un par de baldosas de la puertecilla por la que había salido. Luego encogió las rodillas, las rodeó con los brazos y, curiosa, observó el paisaje.

Lluvia, absorta como estaba en el estudio del paisaje, no percibió los movimientos del extraño hasta que se lo topó frente a ella. Sorprendida, la aether ahogó un grito y se echó hacia atrás. Tragó saliva, nerviosa, y estrechó los ojos, intentando ver mejor al extraño que, en aquellos momentos, era poco más que un borrón oscuro.

Durante unos segundos, Lluvia pensó que podía ser un monstruo en vez de una persona; luego, al percibir mejor algunos rasgos humanos, se planteó si no sería un extraño mitad humano, mitad monstruo; finalmente, cuando sus ojos se acostumbraron del todo a la oscuridad, concluyó que era una persona. Sin embargo, su descubrimiento no la animó demasiado. Si era una persona, era una muy extraña. La aether no entendía qué hacía ahí, como había llegado ahí ni por qué llevaba una máscara. Tal vez, pensó, fuese un bandido. O un contrabandista. Había oído hablar de esas malas personas, gente que mataba, secuestraba o traficaba jóvenes para saciar sus ansias de maldad y de riqueza o de aquello a lo que aspirase la gente mala. Y, pese a que esperaba que no fuese así, la idea se le antojó tan factible que no pudo evitar sentirse asustada. De hecho, si lo pensaba bien, llevaba ya un buen rato asustada, casi encogida, deseando fusionarse con las baldosas y desaparecer. Para su desgracia, la fusión no se produjo, por más que la deseó, así que, armándose de valor, habló:

—¿Qu... Quién... Quién eres tú...?

Cuando vio cómo el extraño se acercaba, Lluvia retrocedió, alejándose más de él, nerviosa y asustada. Sin embargo, cuando el malvado bandido se quitó la máscara, Lluvia notó una repentina sensación de sosiego, y pronto comenzó a tranquilizarse. El bandido no era realmente ningún bandido, sino que se trataba del piscis de la huerta: Follow. Lluvia recordaba que su primera conversación no había terminado, desde su punto de vista, demasiado bien, pero aún así dudaba que el piscis fuese a hacerle algo. Como mucho, pensó, la llamaría estúpida, pero eso era mucho mejor que ser secuestrada o mutilada.

La aether clavó sus ojos en los del piscis, que se había acuclillado, y, de pronto, notó un fuerte rubor recorriéndole las mejillas. ¡Por Mithos, ahora sí que pensaría que era estúpida! ¿Cómo había podido comportarse de aquella forma, como una niña asustada? ¡Se suponía que era una guerrera, no una cría! Y se suponía que sabía defenderse. Al menos, esa era la idea que debía dar a los demás, aunque luego la verdad fuese diferente. Lluvia se sentía estúpida. Seguro que ahora se ríe de mí, pensó, más sonrojada que antes, mientras bajaba la vista a las baldosas, deseando poder colarse por ellas.

Cuando segundos después escuchó la voz del piscis, la aether lo miró de reojo, sin saber muy bien qué esperar. Las palabras de Follow le resultaron, cuanto menos, extrañas. No tenían nada que ver con sus hipótesis (al menos ella pensaba que no la estaba llamando tonta), pero no las entendía. ¿Qué quería decir exactamente?

—Estoy en el tejado porque tuve una pesadilla —explicó, posando sus ojos en los del piscis. Frunció ligeramente el ceño—. Entonces vine porque pensé que me ayudaría a dormir... —Se encogió de hombros—. Y la lluvia se ha ido, pero no creo que yo tenga algo que ver... —Sonrió inconscientemente—. Bueno, realmente eso último no lo he entendido muy bien.