Tejados

Lluvia alzó ligeramente las cejas, sorprendida porque el chico se hubiese sentado. Como la última vez que se vieron se había ido con tanta rapidez, había esperado que esta vez haría lo mismo, pero parecía que se había confundido. No pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa.

Escuchó con atención las palabras del piscis. Se preguntaba cómo era capaz de dormir ahí arriba y si no le asustaba. Podía rodar hacia abajo mientras dormía, y podía caerse. ¿No le daba un poco de vértigo?

—¿Y no te da miedo que te puedas caer? De los tejados, digo. Cuando duermes, digo —preguntó, curiosa. Luego añadió, en voz más baja—. Yo tengo muchas pesadillas. Es una suerte que tú no tengas.

Y volvió a sonreír, sincera. Realmente le alegraba que el piscis no tuviese pesadillas. Las pesadillas eran horribles y a ella no le gustaban nada. No le deseaba eso a nadie.

Cuando el piscis volvió a hablar, Lluvia lo observó con interés, más curiosa que antes. Recordaba que la última vez que se habían visto también había mencionado el destino, pero no se acordaba de por qué ni en qué sentido. No recordaba demasiado de aquel día, salvo que el piscis casi había huido de ella. Quizá por eso, porque la última vez casi no se había despedido, el hecho de que dijese que era posible que se volviesen a ver le hizo sonreír más ampliamente. Aunque no entendía a qué se refería con lo de extraño.

—¿Qué es extraño? —inquirió—. ¿Que nos hayamos vuelto a ver? ¿O es otra cosa?

Lluvia observó, absorta en sus palabras, al piscis mientras este se explicaba. Un ninja. Eso explicaba muchas cosas. Como, por ejemplo, cómo había llegado ahí arriba. Ella no lo había visto subir por las escaleras, ni tampoco entrar por las ventanas, así que tuvo que haber usado otro método. También explicaba que no tuviese miedo a dormir ahí arriba, próximo a una caída, y también explicaba por qué llevaba máscara.

No obstante, había algo en sus palabras que la entristecía de alguna forma. ¿Realmente era bueno que no tuviese nombre? Tal vez la muerte no pudiese alcanzarle, pero, siguiendo ese razonamiento, ¿podían alcanzarle otras cosas? Y además, ¿cómo sabía quién era? ¿De quién era hijo, de dónde venía, quién eran sus antepasados? No tener nombre implicaba muchas cosas y no todas le parecían igual de buenas que la capacidad de huir de la muerte.

—¿Y qué pasa con el resto de las cosas? Si la muerte no puede alcanzarte porque no tienes nombre, ¿pueden hacerlo otras de su misma, o semejante, naturaleza?

Realmente el tema le interesaba. Había muchas cosas que no entendía, y, por algún motivo, quería comprender la forma de pensar del piscis. Le parecía curiosa, peculiar. Extraña y enigmática. Era como un completo misterio. Nunca antes se había topado con alguien con aquellas ideas.

Hablar de sus pesadillas, por otro lado, le producía la sensación contraria. No le gustaba hablar de ello, tampoco le interesaba. Pero ya que el piscis le había preguntado, supuso que no perdía nada por explicarlas. A fin de cuentas, ya había hablado con Jun, el claritas, de aquello. Además, agradecía de alguna forma las palabras del piscis. Aunque no sabía si su intención era animarla, tenía razón: no había que temer a los sueños.

—Sueño con que me persiguen y me caigo. Con que intento defenderme pero no soy capaz porque no tengo arma. O porque se me cae y no puedo cogerla. Otras veces sueño que al intentar defenderme le hago algo a alguien a quien no quería hacer daño, y otras sueño con que me pierdo en un gran combate y nadie me ve y me tiran y pisan. —Frunció levemente el ceño—. No me gustan.

Volvió a mirar al piscis y se encogió de hombros, sin saber muy bien qué decir. Cuando él volvió a hablar lo agradeció internamente. Sus palabras, al igual que las primeras, le parecieron igual de enigmáticas.

—Espero que lo que suceda sea bueno... —murmuró, esbozando una tímida sonrisa—. Y que no tardes mucho en comprenderlo.

Lo miró.

Lluvia se encogió de hombros, ligeramente sonrojada.

—Pues no sé. O sea, cosas de la vida, no sé. La amistad o el amor o cosas de ese estilo. Y la tristeza, pero la tristeza es mala, así que mejor que no te alcance. —Negó levemente con la cabeza—. No sé.

Realmente no sabía muy bien qué quería decir. Era extraño. No entendía del todo la forma de ver la vida del muchacho, así que no sabía si sus preguntas tenían sentido o no. Hasta entonces, nunca se había planteado las cosas de aquella forma, así que encontraba problemas para explicarse.

A sus siguientes palabras, la aether respondió con un leve asentimiento. Evidentemente, sabía que entrenando, haciéndose más fuerte, probablemente ahuyentaría aquellos pensamientos. Pero no sabía cómo entrenar. Hacía mucho que no veía a su maestro y ella nunca antes había entrenado. Sabía muchas cosas teóricas, pero no prácticas. ¿Cómo iba a entrenar? Por otro lado, había leído algo de entrenamientos intensivos, pero ¿aquello le serviría a ella? Entendía que guerreros más avanzados encontrasen algo provechoso en ellos, ¿pero ella? Se imaginaba a sí misma, siendo incapaz de seguir el ritmo de los demás y de la maestra, intentando inútilmente repetir sus movimientos.

—Pero no sé con quién entrenar... —murmuró, bajando la vista a las baldosas.

Lluvia frunció levemente el ceño. Pese a que intentaba comprender al piscis, había conceptos que se le escapaban, que era incapaz de entender. No comprendía, por ejemplo, por qué la amistad era una consecuencia. ¿Era una consecuencia de la vida? ¿O de qué? ¿Del destino? No lo sabía. Pero el piscis no parecía querer seguir con el tema, así que decidió dejarlo pasar. Ya se encontrarían otra vez, y ya podría hacerle todas las preguntas que pasaban ahora por su mente en ese momento. No tenía prisa. No mucha, al menos.

Lo que dijo respecto a los entrenamientos la animó de alguna forma. Pese a que no se había ofrecido para entrenar con ella, cosa que ni tan siquiera esperaba que sucediese, sí que dijo que podían pelear si ella sabía cómo hacerlo. Y aquello no dejaba de ser un ofrecimiento. El único problema, claro estaba, era que ella no sabía pelear. Pero podía esforzarse para poder pelear con él. Sólo necesitaba encontrar a alguien a quien no le importase perder su tiempo enseñándole.

—De acuerdo... —murmuró, curvando ligeramente los labios. Luego observó cómo el piscis se alejaba—. Buenas no...

No pudo terminar la palabra porque, al ver cómo el piscis desaparecía por el borde, no pudo evitar exhalar un grito ahogado. Asustada, la aether se levantó y se acercó al borde, pensando miles de cosas que esperaba que no se hubiesen cumplido. Al ver sobresalir la cabeza del piscis, Lluvia suspiró con alivio, notando cómo su ritmo cardíaco comenzaba a calmarse. Bajo el piscis, dedujo, debía haber algo, un balcón o algo semejante.

Tras tomar aire de nuevo, sonrió, como respuesta al comentario de Follow.

—No me caeré... —aseguró y, después, contempló cómo el piscis desaparecía. No permaneció mucho tiempo más en los tejados. Con cuidado, rehízo el camino hacia la puertecilla y abandonó el lugar, esperando poder conciliar ahora el sueño.

*se va*

A Tuli siempre le gustaron los lugares altos. Por desgracia, en el desierto había poco de eso, por lo que aprovechaba ahora que podía para vislumbrar el paisaje desde lo más alto del tejado. La semana pasada nadie había dado con ella, por lo que decidió saltarse las normas un poquito y sacó una flauta azul de su zurrón y comenzó a tocarla. Su melodía, atrayente, llamaría la atención de algún que otro guerrero y, con suerte, sería buscada.
Se aburría y quería ser encontrada.
Una víbora marrón descansaba enroscada en su cuello, profundamente dormida y tranquila.
Todo paz.

*se queda tocando muy dulcemente*

Lo vio acercarse, pero no paró de tocar el azulado instrumento. Sin embargo, cuando él habló, ella cesó. - Mi nombre es Tuli del Desierto, Cuarta guerrera de nuestra señora Flavia Gnaea Seia Herennia Sallustia Severa Magna- habló con fuerza. - Y tú eres Gerald - corroboró.- Mi presa-.
Sacó una cerbatana y rápidamente le lanzó un dardo a una de sus piernas, sin que este pudiera evitarlo.- Me lo agradecerás- aclaró.

Entonces sacó de su zurrón una flauta roja y negra y se la llevó a los labios rápidamente.
Comenzó a mover sus dedos de un lado a otro, tocando una melodía que Gerald no podía escuchar en absoluto.
Sin embargo, la víbora de su cuello abrió los ojos de par en par con un tono rojizo muy poco o nada natural y del zurrón de Tuli comenzaron a salir decenas de escorpiones que le cubrían las piernas, los brazos, los senos y el rostro.

Ratán, que así se llamaba la víbora, saltó como un muelle hacia la cara de Gerald, con el fín de darle caza.
- Tócame y no dejes que te toquen y habrás vencido -. Expuso las normas, para luego, seguir tocando su inaudible canción.

FDR: lo que le inyectó es un antídoto por si resulta herido y que no muera XD por eso no dejé que lo esquivara.

FdR: Pensábamos que no pero vamos a tener que pausar el roleo.

Ratán vuelve a la carga, completamente hipnotizado por el sonido de la flauta de su dueña, por lo que se desplaza rápida como una sombra entre las tejas, sin hacer el más mínimo ruido.

Gerald se movió quedándose lo más alejado posible de los dos enemigos.
Tuli sonrió de medio lado y comenzó a tocar la flauta moviendo sus dedos esta vez muchísimo más rápido. Su agilidad dactilar era impresionante.

Cuando Gerald se quiso dar cuenta, tenía la serpiente abalanzándose sobre él a una velocidad impresionante. Velocidades incapaces de alcanzar por una serpiente normal o, al menos, una serpiente no hechizada.

Ratán mordió su pierna derecha con fuerza y Tuli habló. -Tu rival soy yo, no él- dijo abriendo los brazos.

-¿No me das las gracias?- sonrió ella cuando vio que Ratán lo había alcanzado-. Te he salvado la vida -aclaró, dando a entender el contenido del dardo.

Sin embargo, cuando la víbora recibió el hechizo, Tuli temió por la vida de esta, por lo que decidió cambiar de estrategia.

Ahora su enemigo se abalanzaba sobre ella, por lo que retrocedió lo más rápido posible. Sin embargo, no fue lo suficiente, por lo que la punta de su arma alcanzó algo su vientre, que ahora sangraba superficialmente.

-El... Viento del desierto... es maravilloso...- dijo sacando su cerbatana y, rápidamente, disparó tres dardos hacia él, mientras los escorpiones la recorrían.
No le importaba perder sangre. Ya había perdido más.

-Y viceversa-aclaró ella- Ya estarías muerto- le espetó.- Así que en teoría ya he ganado yo.

Abrió los ojos de par en par cuando vio tanto desprecio por la integridad humana y encogió la cabeza entre los hombros al sentir el golpe en la cabeza-. Creo que los dardos te habrían dolido menos- rió.

Sus escorpiones volvieron a la bolsa tranquilamente y dejó de tener un aspecto tan amenazante. Se acercó y con una sonrisa le tendió una mano, contenta. -Ha estado bien -lo ayudó. Era la más amable de las cinco-. No soy muy fuerte, ¿sabes? -y la más modesta de todas también.
Se llevó una mano a la nuca. -Eres ágil, y eso está muy bien. Tu golpe me ha sorprendido, y eso que soy la más ágil y escurridiza de todas... Pero en el cuerpo a cuerpo...- rió, dulce.

-Dime, ¿te has encontrado con alguna?- rió, ya relajada, mientras Ratán le subía por la pierna hasta el cuello.

Acarició la cabeza de Ratán- Él soy yo también- dijo mordiéndose la lengua.

Puso los brazos en jarra y asintió, para luego levantar el pulgar. -Has aprobado- respondió risueña.

-Jajaja, ¿Vatra aceptando ir a tomar algo? Es el mejor chiste que he escuchado en mucho tiempo- comentó con una sonrisa de oreja a oreja.
Ratán se dejó tocar, por supuesto-. ¿A que es bonita?- repuso ella-. Bueno, no estaría mal ir a tomar algo al comedor. ¿Vamos?


*se van*

En algún momento de la noche, a Zacharyas se le ocurrió encaramarse al tejado para observar mejor el cielo. Caminando entre las tejas, con el viento meciendo su pelo, se sentía extrañamente a gusto. Quizás, pensó de pronto, él hubiese podido vivir en Ventus, aunque de hacerlo seguramente acabaría saltando sin querer en uno de sus días de bajo autocontrol, queriendo saber qué se sentía al precipitarse hacia el suelo.
Se le antojó divertido pensar que así, por lo menos, visitaría Humus, pues nunca había estado allí.

Se asomó al borde del tejado y observó la amplia extensión de terreno que se extendía. Le hubiese gustado tener alas para poder saltar desde allí, sentir que caía, pero, antes de partirse los huesos contra el duro suelo de los jardines, desplegar las alas y, vivo, notar el cosquilleo de la adrenalina, de la cercana muerte, en todo su cuerpo.

*se queda pensativo*

Avanzaba con pasos extraños sobre las tejas rojas, tratando de ver dónde ponía los pies sin demasiado éxito. Caminaba, concentrada en mantener el equilibrio, hacia la encorvada figura que se asomaba al borde del tejado.

A apenas unos pasos de ella, tomé asiento. Tenía que hacer fuerza con los brazos para no resbalar del tejado, aunque finalmente conseguí estabilizarme. Tomé el borde de una teja y apreté, haciendo palanca con el pulgar, para romper una esquinita. La miré un momento, acercándomela bien a la cara, y luego me la pasé por una mejilla, dejando un rastro vertical de polvillo rojo. Por último, guardé el trozo de teja en un bolsillo.

Miré hacia arriba. La figura, de pie a mi lado, parecía aún más alta de lo habitual. Esta vez, confiaba, no me había equivocado. Le dediqué una amplísima sonrisa, tensando al máximo las comisuras de mi boca y mostrando dos filas de dientes blancos.

Zacharyas había perdido el sentido de la realidad. Tanto pensar en volar, en caer, en saltar, en adrenalina, en resbalar... Lo había hecho dejar de escuchar, de ver y de sentir nada que no fuera aquel abismo que se abría a sus pies y que él, dada su raza, distinguía con soberana claridad.

Sus pies se movían sin él consentírselo. Quizás, en el fondo, les dejaba moverse porque deseaba aquello. Deseaba acercarse más y más al borde hasta que la mitad de cada pie, prácticamente, asomaba.

Su cuerpo se balanceaba, apacible, como mecido por el viento. Solo un paso más, pensaba aquella oscura parte de él, y sentiría un dolor superior a cualquiera que hubiese sentido antes.

No reaccionaba, y eso me hizo pensar que, quizás, de nuevo me había equivocado. Mi sonrisa se fue borrando al no verlo reaccionar, y permanecí un momento quieta, mirándolo, esperando algo. Algo que no llegó.

Él se dedicaba a avanzar muy despacio, con pasitos muy cortos, balanceándose. Ladeé la cabeza.

A gatas, me acerqué a él por el borde del tejado, y al llegar a la altura de sus piernas, aparté la fina capa que lo cubría y, con dos dedos, agarré su pantalón y la piel de su pierna con él. Lentamente pero con fuerza, retorcí el trozo de tela, piel y carne que tenía entre los dedos.

-¿Esta vez eres la sombra o el chiquillo? -pregunté con calma.

Zacharyas se sentía tremendamente interesado en aquel suelo tan lejano. Algo lo retenía, lo obligaba a no lanzarse, pero le parecía al mismo tiempo tan atrayente... Incluso sentía cosquilleo en aquella situación tan ínitima. Un cosquilleo extraño en su vientre, que lo animaba a lanzarse. ¿Por qué no se atrevía? ¿Acaso era aquello pudor?

Un pellizco en la pierna, agradable e intenso, hizo a Zacharyas volver a la realidad repentinamente, encontrándose en aquella situación tan extraña. El corazón se le aceleró un instante, sorprendido, y el caeruleus retrocedió un paso, recapacitando. Se volvió hacia la pequeña, entonces.

-Stalon-dijo, sin aliento, como si encontrarla allí lo sorprendiese. De hecho, así era-. ¿Sombra? Soy Zacharyas -añadió, inseguro.

Solté su pierna cuando vi que reaccionaba a mi gesto. A su voz, solté una risita satisfecha. Esta vez no me engañaba una sombra.

-Sí -confirmé, como si hubiera preguntado en lugar de asentir.

Me puse en pie y miré al suelo. Como tantas veces, lo encontré negro y distante. Un absoluto misterio. Alcé la vista hacia él.

-¿Vas a volar?

Formé una nueva sonrisa, aunque bastante más escueta que la anterior.