Tejados

Zacharyas la observó, algo ausente. Su mente no se encontraba por completo allí. Seguía pensando en saltar y ver qué pasaba. Pero una pequeña parte cuerda de su interior lo hizo agacharse frente a Stalon, postrando una rodilla sobre las tejas, y colocar su gran mano derecha sobre el cabello de la chica, esbozando a la vez una extraña sonrisa.

-No puedo volar -dijo, aclarando que no era lo que intentaba. Luego cambió de tema a uno banal, como le había enseñado su padre-. ¿Cómo estás?

Negué con la cabeza cuando habló. En apenas un momento, ya me había sentado a su lado, y extendiendo un pie ante mí, jugueteaba con el cordón de mi zapato, mirándolo sin verlo en la oscuridad.

A su pregunta, alcé la vista hacia él, confusa. Fruncí el ceño. Me miré los brazos y me los palpé, como queriendo comprobar su forma, textura y dureza. Fruncí los labios hacia la derecha. Luego me encogí de hombros y lo miré de nuevo.

-No lo sé -respondí-. Estoy.

Alcé un dedo y, con él, repasé la línea de su dedo índice, posado sobre mi cabeza.

-Tú también estás. Creo.

Zacharyas esbozó una sonrisa. Se quedó luego ausente un instante, no mirando nada en particular. Finalmente, observó a la parvus, carraspeando al mover los ojos del vacío a ella, como en una especie de acto reflejo extraño.

-Ambos estamos -dijo con voz ronca-. Existimos aquí, al mismo tiempo, en este lugar-. Zacharyas carraspeó. De nuevo, parecía algo ausente-. Pero la existencia es muy frágil... La línea que separa vida de muerte, felicidad de sufrimiento, placer de dolor... es tan fina...

Y en su caso, a veces, inexistente.

Me mantuve un momento en silencio, mirándolo, ya sin sonreír. Volví la vista al cordón de mi zapato, taciturna. En un momento dado, miré de reojo el vacío a mi lado.

-Como caerse.

Aparté la vista de aquella negrura. Era una negrura absorbente. Con los ojos cerrados, alcé un brazo hacia ella y cerré el puño, como si así pudiera atraparla. Aquello sí sería un tesoro fantástico. Solté una risita.

Llevé las dos manos a la cabeza y tomé dos mechones de pelo, tirando de ellos hacia los lados.

-Pero estoy -repuse, triunfante.

Zacharyas suspiró. Una amplia sonrisa llegó a sus labios, y el caeruleus se pasó una mano por el pelo hacia atrás, apartando el flequillo de su rostro y dejando este perfectamente a la vista, algro muy inusual en él. Se dejó caer sentado sobre las tejas, completamente relajado.

-Soy un aburrido -dijo, irónicamente con cierto tono divertido en la voz-. Zacharyas no sabe hacer locuras... Zacharyas solo sabe ir paso a paso, despacio, de forma aburrida.

No sabía bien qué le pasaba, pero se sentía extraño. Aquello que decía salía de su interior. Él solo lo dejaba ir.

Me puse de nuevo en pie y me acerqué a él, apoyando ambas manos en su hombro y mirándolo. Entrecerré los ojos.

-La aburridititis se cura con un buen choque -informé, extendiendo mi mano para golpear con la palma su mejilla, con suavidad-. Así, ¡bum! Y luego ya no sabes qué ha pasado, pero se ha ido. Hay que echarla de golpe. Se busca otra casa.

Apoyándome en sus hombros y su espalda, caminé por detrás de él, hasta colocarme al otro lado.

-Hay una sombra y grita. Hay un pájaro y salta. Hay un tenedor y pincha. Y cambia.

Lo solté y caminé por el borde del tejado, haciendo equilibrios y alejándome un poco. Hurgué en mis bolsillos y di con un bulto caliente y duro. Fruncí los labios en una extraña mueca.

-Los dragones volverán un día.

Zacharyas se llevó una mano a la mejilla, pensativo. Aquella sensación era estimulante. Ella golpeándolo... Le recordó los latigazos de Aren Darvenwish, y ese recuerdo le trajo otros muchos sobre sangre, siendo el último aquel de las escaleras. Avergonzado, bajó la vista. Quizás, pensó de pronto, sin querer, Rick Dehnel tuviese razón en algo.

-Podríamos -. Carraspeó- repetir lo de... -. Carraspeó. De hecho, carraspeó dos veces. Luego negó. Por suerte, ella habló de sombras, tenedores y dragones, lo que lo hizo alzar la vista-. ¿Qué dragón? -logró preguntar, por elegir uno de los elementos.

Al llegar a cierta distancia, di media vuelta y deshice el recorrido. Una vez volví a estar cerca del chiquillo, saqué la piedra caliente del bolsillo y la apoyé en su mejilla.

-Pero no es un huevo -murmuré, separándola de su cara y acariciándola.

Miré al cielo, cuajado de estrellas y casi tan oscuro como el suelo bajo mis pies. Apreté la piedra entre las manos, apoyándola contra mi pecho. Me mordí un momento el labio inferior, con el ceño fruncido.

-Pero, ¿arriba también estará duro? ¿Como una cabeza?

Suspiré, negando lentamente.

-Será suave como una mantita.

Aquello con lo que ella lo tocó era extrañamente cálido. Zacharyas no sabía de qué se trataba, pero no había tocado algo así antes. Ella parecía tenerle cierto aprecio. Pero, por mucha curiosidad que tuviese, el caeruleus nunca se atrevía a preguntar, por lo que se centró en sus otros comentarios, mirando también al cielo mientras ella lo hacía.

-Parece más suave que duro... -dijo, algo ausente, como si hablase solo-. ¿Cómo flotaría si no fuese suave y ligero?

Sus oscuros ojos bajaron del cielo a la parvus, a la que observó.
Uno aprendía las cosas de formas distintas: a veces una explicación de alguien más experto te hacía comprender algo, otras parecías saber lo que fuese desde siempre y había momentos en los que, de pronto, te dabas cuenta de que acababas de comprender el significado de algo.
En aquel momento, por ejemplo, Zacharyas comprendió qué significaba "cobarde".

Llevé la piedra a mis labios y, tras un momento de duda, le di un suave beso. Luego volví a guardarla en un bolsillo.

De nuevo, me senté junto al chiquillo. Tras arrimarme un poco, me apoyé contra él.

-¿Te escondes? -pregunté.

Me separé de él de nuevo y apoyé las manos en las mejillas. Como si un imán la guiase hacia allí, mi vista volvió a clavarse en la negrura del vacío. Mis pies, expuestos a él, jugueteaban en el aire, adelante y atrás.

-¿Me escondo?- preguntó él para sí, como paladeando las palabras.

Suponía que sí se escondía. Se escondía en la oscuridad. Se escondía bajo sus capas o bajo su pelo. Se escondía bajo una permanente sonrisa y evitando temas que le resultaban complejos de tratar. Se escondía. Se escondía mucho.
Ella no se escondía, sin embargo. O quizás lo hacía, pero en ese caso sería de forma distinta. Ella se lanzaba. Ella decía lo que pensaba. Hacía lo que pensaba. Mientras Zacharyas se escondía, ella tiraba de él para sacarlo de su fortaleza.

Zacharyas frunció el ceño.

-Quisiera repetir de algún modo, si no resultase inconveniente, parte o la totalidad -. Carraspeó. Qué artificial sonaba, pensó- de los acontecimientos acaecidos aquel día.

Dejó ir un suspiro atropellado. Estaba muy nervioso, pero lo había dicho.

Mis pies se detuvieron de golpe en mitad de un arco. Me quedé un momento muy quieta y luego los dejé caer.

-El día -murmuré.

Sentí una diminuta bola de energía que se me formaba dentro. Al momento, se deshizo en pequeñas hebras, extendiéndose hasta desaparecer. Me encogí, abrazando mis rodillas y pasé un dedo por los labios, trazando círculos sobre ellos.

-¿Por qué?

Ruborizado, Zacharyas apartó la vista. ¿Cómo podía hacer aquello Rick Dehnel? ¿Cómo podía hacer aquello cualquier persona humana sobre la faz de la tierra? Esas y otras preguntas circulaban por su cabeza mientras sus axilas comenzaban, como era ya común, a producir más sudor del normal.
Le entró la tos, lo que lo tuvo ocupado medio minuto. Luego se dio cuenta de que el silencio seguía y tenía que responder.

-No sé... -murmuró con voz seca. Carraspeó para aclararse la garganta. Luego carraspeó por nerviosismo-. Es una sensación... -. Carraspeó- Noto que...

Negó para sí. Lo estaba haciendo mal.

Mi mano descendió de la boca a la rodilla. Luego, recorrió lentamente la pierna hasta llegar al cordón del zapato, que atrapó y comenzó a enredar. Muy bajito, comencé a tararear una melodía alegre pero lenta.

En un momento dado, giré la cabeza hacia el chiquillo, apoyando la oreja en las rodillas.

-¿Sí? -pregunté, divertida-. ¿Dónde?

Aunque apenas lo veía, lo miraba fijamente, con la cancioncilla entre los dientes y los dedos enredados en el cordón. Sonreía, pero era una sonrisa diminuta.

Zacharyas, confuso, notaba que aquello lo superaba. Una vez más, como siempre, quería tirar la toalla y, por qué no, tirarse él del tejado, pero por una vez logró sobreponerse. Quería tratar aquello porque era adulto, y se suponía que los adultos trataban los temas hablando y con seriedad.
Carraspeó.

-No te rías -pidió, avergonzado, antes de decir nada-. Es como si hubiese comido avispas... O como si una cuchilla me rasgase la garganta por dentro...

Por supuesto, Zacharyas estaba describiendo buenas sensaciones, aunque cualquiera que lo escuchase pudiese pensar lo contrario.

No dijo nada más. Lo veía suficiente.

Durante un par de notas, aumenté notablemente el volumen de mi canción. Después volví a tararear en bajito. Finalmente, callé.

-¿Es grave, doctor? -pregunté-. Duele.

Apoyándome en una mano, me incorporé y me acerqué a él. Apoyé una mano en su frente y la otra en su mentón y le eché la cabeza hacia atrás. Luego hice descender la mano de su mentón a su garganta, repasándola con las yemas de los dedos arriba y abajo, sintiendo la aspereza de su barba incipiente y las curvas de la nuez. Por último, posé un suave beso en la misma. Luego me separé y lo miré.

-Y eso sin sangre. Entonces es grave.

Zacharyas, entre curioso y avergonzado, entreabrió los labios.

-¿Duele? -inquirió, confuso, pero no pudo decir mucho más, pues ella se acercó y cogió su rostro de forma muy extraña, acariciando su garganda. Se preguntó por un instante si lo estrangularía, pero ella no hizo nada parecido.

El beso contra el hueso fue extraño. Daba la sensación de que iba a hundir su nuez y ahogarlo, pero eso no pasó en ningún sitio más que en su imaginación. Luego ella dijo algo que sí lo hizo ruborizarse nervioso.

-¿Grave? -. Carraspeó como pudo, aunque notaba la garganta seca-. ¿Crees que es -. Tosió- grave?

Obviamente, aquello era algo nuevo para él. Podría parecer que no era grave, pero lo era, porque le resultaba desconocido.

Sonreí y me encogí de hombros. Puse el dedo índice en la punta de su nariz.

-Tú eres como arriba -. Alcé el dedo de su nariz al cielo-. Y no se sabe.

Bajé de nuevo el brazo a la altura del otro. Por enésima vez, desvié la vista más allá del tejado, pero no tardé en volver a mirar a Zacharyas.

-Hoy no eres la sombra, pero tampoco el chiquillo.

Zacharyas miró arriba. Las estrellas cubrían gran parte del cielo, pero el caeruleus no supo ver allí a qué se refería ella. A veces se le daba tan mal comprenderla que se sentía torpe y fuera de lugar. Aunque no era una sensación extraña en él.

Tragó saliva aparatosamente.

-¿Qué soy entonces? -inquirió, bajando un poco el tono. La contempló varios segundos más en silencio.

Zacharyas frunció el ceño. Inspiró por la nariz. Luego tomó una determinación, o eso pareció según su rostro, y se acercó a la pequeña, apartando el cabello de ella de su mejilla con tanta torpeza que la despeinó más que peinarla. Pero, pese a ello, no se detuvo. Avanzó despacio y temblando (aunque pará él aquello era seguro) hasta que sus labios encontraron los de Stalon, torpes.

Zacharyas no temía al dolor o a las sombras. Lo que sucedía en momentos como ese, sin embargo, sí que daba miedo a Zacharyas.

Me mantuve inmóvil un tiempo, limitándome a tratar de distinguirlo en la oscuridad. Luego, una vez más, llevé mi índice a los labios.

-Zacharyas -nombré, sin más.

Cuando lo sentí acercarse, retiré la mano de mi boca y fijé los ojos en su cara, apenas distinguible con la escasa luz. Me mantuve seria, casi solemne.

No reaccioné a su mano revolviéndome el pelo. De hecho, al principio, tampoco reaccioné a sus labios que, temblorosos, casi parecían querer atacar a los míos, más que unirse a ellos. No parecía tener muy claro qué hacer con ellos, y menos aún con su nariz, que chocaba aquí y allá contra mi cara. Finalmente, me decidí a echarle una mano.

Con una risita divertida, apoyé ambas manos en sus mejillas, recolocando su cara frente a la mía. Al principio dejé ir sus labios, pero ni ellos parecían estar haciendo lo que querían ni yo, por más que lo intentaba, conseguía seguir el absurdo patrón de sus movimientos. Así pues, me separé un poco y volví a unir nuestros labios, moviendo los míos sobre los suyos más despacio de lo que él hacía. Hice unos pocos movimientos repetitivos, tratando de guiarlo en un determinado ritmo, antes de cederle de nuevo las riendas, curiosa por ver qué haría.

A esas alturas, le resultaba raro ser Zacharyas. Al menos para ella, que para el caeruleus solía usar algún sobrenombre mucho más a menudo que su nombre real.

Como cada vez que lo intentaba, la aproximación de Zacharyas fue un desastre. El caeruleus no sabía de dónde sacaba las fuerzas para volver a intentarlo, y no sabía si la ayuda que le ofrecía la muchacha era de agradecer o, simplemente, una ridícula corrección a su negligencia. De todos modos, prestó toda la atención que podía prestar en aquella situación, y luego lo intentó de nuevo.
Esta vez Zacharyas se había asegurado de girar su rostro para no chocar con su nariz, que parecía un apéndice inútil en aquellos momentos. Pegó, tratando de que fuese "suavemente", los labios a los de ella y, tratando de superar su vergüenza, hizo una leve presión hacia adelante, entreabriendo la boca y besando a la chica como buenamente pudo. Retrocedió apenas un milímetro un solo instante antes de retomar el contacto, acariciando los labios de la chica con los suyos al entreabrirlos para luego, de nuevo, cerrarlos en lo que él suponía que se correspondía con concepto de beso.
No podía estar mucho peor que antes, pensó, pues difícilmente era posible.

Sentía, mientras tanto, un extraño hormigueo en el estómago. A la tercera repetición, se detuvo. Se sentía extrañamente nervioso. Su pulso era más rápido, fruto de lo que identificó como descarga de adrenalina. Pero no entendía por qué su cuerpo producía adrenalina en aquellos momentos.

Cuando Zacharyas se detuvo, tuve que hacer un gran esfuerzo para separar mi rostro del suyo. Sentía trepar por mi estómago un instinto de mecña que busca el momento justo para saltar sobre su presa.

Apreté las manos, aplastando sus mejillas contra los dientes y agolpando los labios. Posé en ellos un nuevo beso, ligero y suave. Dejé de ejercer presión sin haberme separado del todo aún y, con ganas, dejé salir el instinto del mecña y le di un pequeño pero agudo mordisco. De nuevo, me separé, esta vez un poquito más, y sonreí.

-Es porque estás.

FdR- Rol pausado

Zacharyas soltó una buena cantidad de aire por la nariz, sintiéndose, sin saber por qué, algo más cómodo al deshinchar sus pulmones. La miró entonces, resistiéndose a alejarse, pues lo cerca que ella estaba de él le resultaba de lo más incómodo. Decidió distraerse pensando en cuerpos despellejados de animales. Aquello lo relajó un poco.
Mientras él pensaba en aquel tipo de cosas, Stalon jugaba con su rostro como si se tratase de un cadáver. Apretó sus mejillas y lo besó de nuevo, fugazmente, obligando al caeruleus a tragar saliva. El mordisco que siguió a aquello le hizo estremecerse, pensando que, de haber sido un mordisco verdaderamente fuerte, podría haber arrancado un buen trozo de su carne.

Cuando la oyó, el caeruleus se peinó el flequillo hacia adelante, avergonzado e incómodo, tapando sus ojos al estirar las ondas de su cabello.
Carraspeó.

Al fin, solté sus mejillas y me di la vuelta, alejándome de él unos pasos, con los brazos en cruz para mantener el equilibrio. Volví a mirar hacia arriba.

-¿La gente oscura tiene piel de eso? -pregunté, señalando al cielo. A continuación, señalé al vacío, más allá del tejado-. ¿O de eso?

Una repentina brisa me provocó un escalofrío. Encogí los hombros y el cuello y cerré un momento los ojos con fuerza. Cuando pasó, volví a sentarme al borde del tejado.

-Lo ideal era caer hacia arriba.

Zacharyas la vio alejarse, sintiéndose extrañamente decepcionado. Exhaló un suspiro y se puso en pie torpemente, como si le doliesen las articulaciones al incorporarse y tuviese que hacerlo con sumo cuidado. Algunas de las cicatrices de los latigazos tiraron agradablemente de su piel.

Gente oscura... Claritas. Aunque, por un instante, el caeruleus pensó en gente como él.

-Depende -dijo, pensativo. Sonaba, quizás, algo seco-. Tendrías que preguntárselo a alguno de ellos...

Zacharyas contempló el cielo. También él querría probar aquello de caer hacia arriba, pensó, escudriñando las estrellas.

-No dejarías de caer nunca... -murmuró para sí, pensando en voz alta.