Tejados

Puso los ojos en blanco.
Los nombres no atraían a la muerte, el mero hecho de existir lo hacía. Independientemente de que adoptases o no un nombre, al final acababas bien muerto. Lo único que la ausencia de nombre podía darte era, tal vez, libertad para hacer lo que quisieras. Pero al final ocultarlo no servía para evitar a la muerte, como parecía que aquella tía pensaba.
De todas formas, él no estaba para hacer que se replantease sus ideales, allá ella con sus creencias. Por eso mismo, se limitó a encogerse de hombros al escuchar sus palabras. Ni tan siquiera respondió a su segundo comentario, ignorándolo por completo. Y cuando la muchacha se fue, se limitó a observar el camino que había hecho, en silencio.

Menuda chiflada.

Volvió de nuevo la vista al horizonte, al que observó durante unos segundos más, antes de adentrarse de nuevo en Palacio.

*se va*

La primera vez que asciendo a los tejados en tanto tiempo... No puedo evitar sentirme de buen humor ya solo por esto, mientras me paseo por el borde, al límite del abismo, dejándome llevar por ese agradable vértigo, disfrutando de las alturas.

Inspiro profundamente y cierro los ojos un instante, dando un par de pasos a tientas, rozando la superficie con los pies antes de avanzar, sintiéndolo a través de los zapatos. Es importante este tipo de percepción, también, para cuando no puedes contar con los ojos. Y, simplemente, porque es una tensión agradable. Incluso ahora el cuerpo sigue dando aviso de peligro.

Tras un buen rato disfrutando de la brisa y de, simplemente, los tejados, decido que es hora de trabajar un poco. Me descuelgo, entrando por una de las ventanas.

*se va*

Ahora que está nublado y que es buena hora para ir saliendo del interior de Brontë, como me apetece tomar un poco el aire y cambiar de rutina, decido venirme aquí, a los tejados. Me descuelgo por una ventana y trepo, como hacía cuando era más pequeña en casa, o ahora mismo con los árboles en el bosque, cuando me apetece: algo bueno de ser ligera y menuda como una cría. Quizás no tenga buenas peras, pero flexibilidad y manejo no me faltan.

Me dedico a pasearme por las tejas con las manos en la nuca, relajada, contemplando el panorama con los ojos estrechados. Cada vez el sol cae más tarde y es un puto engorro, pero bueno... Por mucho que lo odie, es lo que hay, y tengo que vivir con ello. Puta gente diurna de los...

-¡Hey! -exclamo, con una risilla burlona, acercándome a una tía que está currando un poco por aquí. Y yo con estos pelos, relajada como ninguna-. ¿Te han castigado aquí sola? -inquiero, acuclillándome a su lado, contemplando su trabajo risueña, y luego a ella.

Dónde se encuentra uno a la gente, eh...

Río entre dientes ante su respuesta. Me gusta que la gente sea sincera. Mejor eso que falsas sonrisas condescendientes si lo que están es hasta los huevos de dar el callo.

-Pues yo subí a ver si me escaqueaba de alguna cosa, pero parece que me has pillado bien por banda, eh... -murmuro, encogiéndome de hombros y sentándome, finalmente, en las tejas, que me pesa el culo que da gusto-. No me suena haberte visto -confirmo, mirándola de arriba abajo para, efectivamente, corroborar que así es.

Alzo las cejas, con sonrisa divertida, a su petición, cogiendo la herramienta. ya tiene guasa intentar algo así conmigo, que me suda la polla un poco lo que seas o dejes de ser, pero...

-Pues no veo hijo alguno por aquí. ¿Se te ha escurrido por las tejas? -bromeo, dando vueltas al martillo en la mano, como si fuese la primera vez que veo uno-. Joder. Me da una pereza que...

Y pese a mis gruñidos, me pongo a currar un poco, que el día acaba de empezar y me viene bien moverme. Así caliento. Y me siento menos sola: menos mal en el que pensar.

-Soy Njorthrbiartr -. La miro de reojo, sonriente. A ver si esta también se lía-. Frikka, si se te hace jodido.

Río, entre dientes. Eso es mucho más responsable, por supuesto. Y vista la edad que aparenta, o es un crío o es una putilla de estas que a los catorce años ya tienen uno colgado de cada pezón.

-Djosseh -respondo, alzando una mano como gesto de saludo. Mi acento es un poco malo, pero menos da una piedra, ¿no? Saco pecho, enseguida-. Pues quizás te hayas encontrado con una a la que tampoco le gana tu madre -respondo, arrogante, sonriente, siguiendo con el trabajo, sin demasiada ansia-. Cassandra, eh... -. Una idea brilla en mi cabeza-. ¿Tú no serás medio-medio, no? -inquiero, refiriéndome, por supuesto, a que no es pura.

Fera me dijo algo una vez de una que era como yo pero al revés. ¿Será esta?

El chrysos, tumbado en los tejados, observaba sin demasiado interés el cielo. Tenía a su derecha un libro abierto, pero hacía tiempo que había dejado de leer y hacía bastante también que el aire había movido las páginas hasta hacerle perder por completo el punto donde se había quedado. Suspiró. Aquella era una ridícula forma de perder el tiempo, tirado sobre unas tejas y con la mente en blanco, contemplando los pequeños puntos que eran las estrellas, pero por algún motivo le relajaba. Además, no tenía ningún interés ni en leer ni en volver a dentro.

Se pasó una mano por la cara. ¿Cómo demonios se llamarían las constelaciones que estaba viendo? No tenía ni zorra.

*se queda*

A pesar de que escuchó unos pasos, el chrysos no saludó, ni se movió del lugar, ignorando a quien fuese que acabase de entrar; en su lugar, se mantuvo estático, observando ahora con un cierto interés las estrellas, tratando de intentar recordar si en algún punto de su vida alguien le había dicho el nombre de alguna. No fue capaz de evocar momento semejante, o quizá simplemente no tuvo tiempo para recordar la posible escena, pues poco después de que el extraño apareciese este, que resultó ser esta, se cayó, sin que él pudiese evitarlo, ni comprenderlo del todo, sobre él.

Lyam reprimió un quejido, y apartó los brazos para que estos estuviese bien alejados del cuerpo de la muchacha, intentando en todo momento no rozarla siquiera, notando como las manos de ella sí palpaban su pecho. No dijo nada en un primer momento, pues no estaba familiarizado con el hecho de que una desconocida se le cayese encima (no era algo que sucedía habitualmente en su vida), pero finalmente, al escuchar sus disculpas, murmuró:

—No te preocupes. Estoy bien.

Y esperó, pacientemente, a que saliese de encima suya.

En cuanto la muchacha se levantó, Lyam se incorporó, sentándose sobre las tejas, y se pasó una mano por el pelo, despeinándolo. Luego, de reojo, miró a la muchacha. Era una claritas no muy alta a la que no recordaba haber visto jamás, y de la que no recordaba haber oído ninguna historia. Supuso, a pesar de su escaso contacto con sus compañeros, que sería una guerrera recién llegada, pues dudaba, por experiencias propias anteriores, que alguien con un color de pelo tan peculiar pasase tan desapercibido.

—No te preocupes —repitió, curvando ligeramente los labios—. No ha sido nada. —Clavó sus ojos en ella—. ¿Tú estás bien? —aguardó una respuesta, y posteriormente, añadió—. Lyam, por cierto. Encantado.

Le tendió la izquierda.

El chrysos ensanchó la sonrisa, acompañando el gesto con un leve asentimiento. Luego, tras plantearse durante un segundo que tal vez la muchacha no pudiese verle bien, se iluminó ligeramente, lo suficiente como para ser visto sin problemas pero no tanto como para llegar a molestarla.

Con cierta dificultad, ambos se dieron la mano, de forma extraña, y el chrysos, al notar cómo la claritas acariciaba la suya, frunció el ceño, apartando la mano al instante, tal vez con cierta brusquedad. Hacía bastante que no llevaba guantes porque ya no le importaba que la gente preguntase por los cortes, pero también hacía bastante que no se presentaba a nadie y que nadie se fijaba en sus cicatrices, así que el gesto de la chica le tomó por sorpresa. Su pregunta, no obstante, hizo que soltase una risa suave.

—Más o menos —respondió. Negó al momento, aumentando la intensidad de la luz que emitía su palma derecha, mostrándosela después—. Están bastante magulladas, de ahí el tacto tan... —frunció el ceño un segundo— áspero.

Movió los dedos, apagando la palma poco después.

—¿Llevas mucho por aquí? No te he visto nunca —inquirió, mirándola de reojo.

Al escuchar las disculpas de la muchacha, el chrysos se apresuró a negar, manteniendo la sonrisa. No le resultaba incómodo que preguntase; simplemente, por algún motivo, no se lo había esperado, de ahí su brusquedad.

—Oh, no, no. No te preocupes —aseguró—. No me resulta incómodo, no te preocupes. En serio.

Mantuvo su mirada en la claritas unos segundos más, esperando convencerla de que realmente no tenía inconveniente. Después la apartó, posándola en los árboles que se veían en el horizonte. Se pasó una mano por el pelo, echando los cortos mechones que formaban su flequillo hacia atrás. Al instante volvieron a su posición natural.

Sin mirarla, escuchó las palabras de Aloe, sorprendiéndose por el hecho de que no fuese una guerrera, sino que se tratase de un miembro de servicio. Aquello, que tenía todo el sentido del mundo, le sorprendía y no sabía por qué: al verla ya había asumido, tal vez por costumbre, que se trataba de una guerrera, y no se había planteado la posibilidad de que fuese una trabajadora. Acertó, eso sí, en que no llevaba demasiado tiempo por aquí.

—Había dado por hecho que eras una guerrera —admitió, observándola de reojo. Sonrió—. Yo llevo aquí un par de años ya. —Frunció el ceño, pensativo. ¿Cuánto tiempo había pasado? No se acordaba; años, seguro, pero ¿cuántos? Negó con la cabeza—. No sabría decirte cuántos, ahora mismo. ¿Dos? ¿Tres? Por ahí anda.

Suspiró. Tras unos segundos en silencio, añadió:

—¿Qué tenías pensado hacer? Antes de tropezarte conmigo, digo.

Aparte del pequeño farol, no llevaba nada consigo. Tal vez hubiese ido a contemplar las estrellas; quién sabía.

Ladeó ligeramente la cabeza, observando a la claritas con más atención. A primera vista, no tenía aspecto de guerrera, pero él mismo tampoco y aún así estaba ahí, en Brontë, ayudando cuando la situación lo requería. Se encogió de hombros.

—Yo no tengo aspecto de guerrero y aquí estoy —murmuró, curvando ligeramente los labios. Parpadeó. No obstante, si la muchacha no se creía capaz, él no sólo no iba a insistir, sino que no iba a hablar del tema: a fin de cuentas, últimamente Brontë le despertaba más hastío que otra cosa.

No respondió a su segundo comentario, guardando silencio cuando comentó que quería servir de ayuda en algo, pero pensó que él, de tratarse de ella, intentaría ayudar en otro lugar y de otra forma. Permaneció callado unos segundos más, observando el horizonte, distraído, y no cayó en la cuenta de que la muchacha lo miraba hasta que habló. Entonces frunció ligeramente el ceño, llevándose una mano a la cabeza, y torció una sonrisa. Se encogió de hombros.

—Es... Sí, bueno. —Asintió—. Sí, lo es. —Se despeinó de nuevo, esta vez con las dos manos—. Está a medio camino entre algo liso y rizo y peinarlo puede ser un coñazo, así que sí: es complicado.

Negó con la cabeza, suspirando, y de nuevo, observó el cielo, alzando ligeramente el mentón hacia arriba. Desde esa posición, mirando a la muchacha por el rabillo del ojo, escuchó lo que decía, y cuando terminó, negó con la cabeza. No hacía falta que se marchase; él, a fin de cuentas, no tardaría en irse. Desde que había empezado a correr con Alehyss estaba más cansado.

—No es necesario, no te preocupes. —La miró—. Yo me iré en breves, así que... Todo el tejado para ti.

Sonrió débilmente. Luego añadió, recordando las palabras de la chica:

—Es un buen sitio para ver las estrellas, si te gustan.

Una suave lluvia moja mi máscara. No lleva a ser lluvia. Más bien recuerda a un sutil manto de agua, cuyas gotitas son tan finas que simplemente le hacen parecer un rocío intenso.

Me rasco un hombro con suavidad. Mañana buscaré a la parvus interesada en mis capacidades. Comenzaré por ganar poder. Ya encontraré algún modo futuro de conseguir a Follow.

La luna es preciosa.

*se queda*