Cascada

A cierta distancia del palacio, una cascada interrumpe el curso del río. Se ruega a todos los que se arriesguen a remojarse en sus aguas que tengan cuidado con la fuerza de las mismas.

Caminaba tranquilo junto a Gerald, charlando un poco de cualquier cosa y disfrutando de una agradable y cálida temperatura. La cercanía del río, que en otras situaciones podría haberme molestado, me resultaba entonces agradable y fresca. El agua chapoteaba agradablemente, rebajando el calor y ofreciendo algo de humedad al ambiente.

Apenas habíamos llegado a la cascada cuando Gerald, entusiasta, ya se estaba desnudando y comenzando a trepar. Sonreí de medio lado. ¿De dónde sacaba tanta energía?

Comencé a desnudarme yo también, aunque con mucha más calma.

-Mejor ve yendo, que yo ya voy ahora -gruñí, divertido. ¿Críos? ¿Quién quería críos teniendo su carácter desenfadado tan cerca? ¡Si parecía un niño en una tienda de caramelos!

Terminé de desnudarme y, con calma, me introduje en el agua. Aunque estaba bastante más fresca que el ambiente, era agradable, y no lo suficientemente fría como para causar dolor.

-Yo creo que prefiero la zona más baja, pajarito -ironicé.

Negué con un gesto a su invitación, manteniendo aquella mezcla entre mueca y sonrisa. Lo vi caer desde lo alto y me puse un brazo ante la cara, para evitar que las gotas de agua me entraran en los ojos. Sacudí la cabeza, quitándome algunas gotas de encima, y me acerqué en un par de brazadas a una cierta distancia, llegando a una zona donde no hacía pie.

Recordaba los muchos ejercicios de natación que se me habían impuesto a lo largo de mi vida. Mi madre, obsesionada con hacerme volar, se había empeñado en que el agua me ayudaría a aprender a ejercitar las alas. No había servido de mucho, pero sí me mitigaba el dolor de la espalda y había servido para que aprendiera a nadar en condiciones.

-Un chapuzón está bien -repuse-, pero creo que escalar una cascada sería demasiado para los sacos de huesos que llevo a la espalda. Creo que es más que suficiente.

Y, acompañando mis palabras, arrastré un brazo por la superficie del agua, devolviéndole de lleno su salpicadura, antes de dar unas brazadas hacia atrás y alejarme nadando de espaldas.

Me incorporé de nuevo y lo miré, enarcando una ceja. Hice un gesto con la mano, quitándole importancia a sus palabras.

-Bueno, bueno -repuse-. No será para tanto. Así, a lo pronto, podré hablarles de ti, que amenizabas mi aburrida juventud.

De nuevo, di un par de brazadas.

-Mi madre ya tiene bastante con soportarse a sí misma -repuse con sorna-. Aunque reconozco que es un argumento de lo más tentador.

A su pregunta sobre Fier, lo miré de reojo antes de mirar a lo alto.

-No he vuelto a saber de ella desde hace mucho tiempo -respondí-. Imagino que, finalmente, se iría a ver a sus padres, aunque me extraña que no haya escrito tampoco. En fin, yo qué sé, querrá un tiempo de soledad y meditación.

Solté una especie de resoplido que pretendía ser una carcajada.

-Bueno, supongo que tendrás cosas más impresionantes que contarles; un buen abuelo antepondría sus épicas batallas a un pobre cascarrabias como yo -repuse, sin darle demasiada importancia. A sus siguientes palabras, asentí-. Eso pretendía.

Arqueé una ceja cuando se refirió a Fier, con expresión entre divertida y sarcástica.

-¿Ah, sí? -pregunté, con fingido interés-. Te veo muy enterado acerca de sus actividades a mis espaldas. No será que sabes algo que no me has contado... -sugerí-. Si es eso lo que ha hecho, ha disimulado muy bien, pero en fin, los polluelos deben abandonar el nido.

Me encogí levemente de hombros, incorporándome y girándome hacia él. Fruncí el ceño a su último comentario.

-¿Mujeres muy interesantes? Vaya, yo, aquí, preguntándome qué habrá pasado con esa palomita y tú divirtiéndote a mis espaldas mientras tanto -ironicé.

Negué con la cabeza, suave pero firmemente. Podía insistir eternamente, no pensaba escalar aquel muro de roca cubierto de agua.

De nuevo, solté un resoplido a sus palabras.

-No esperaba menos de ti, Gerald -contesté con solemnidad-. Ah, féminas... Qué podemos saber de su extraño mundo secreto... Un auténtico laberinto.

Escuché toda su descripción con una ceja arqueada. Sonreía de medio lado, divertido por su entusiasmo e interés manifiestos.

-Vaya, desde luego parecen exóticas -comenté, medio en broma medio en serio-. Aunque no sé si yo estoy preparado para tanta energía. No sé, ciertos contextos están muy bien para pelear, pero si no están dispuestas a nada más allá de una pelea...

Puse las manos ante el pecho, con las palmas dirigidas hacia él, como tratando de atenuar el ambiente y en posición defensiva. No podía, sin embargo, reprimir una débil sonrisa.

-Oh, venga, Gerald, creía que hablábamos en el mismo idioma -le recriminé con voz divertida-. Pero bueno, supongo que, al menos, nuestros planteamientos son diferentes. Aunque también es cierto que la diversidad hace el mundo más interesante -. Me encogí sutilmente de hombros-. En fin, creía que velabas por mi bienestar...

Al oír su comentario, tomé conciencia de que era él quien estaba iluminando el lugar, y de cómo su luz rielaba en el agua. Lo miré, divertido. Parecía una luciérnaga.

-Sí, y hace más frío -añadí-. Quizá vaya siendo hora de volver.

Ladeé un momento la cabeza, encogiendo levemente un hombro, conteniendo una sonrisa.

-Me parece un buen trato, la verdad -accedí-. Me gusta eso de ser un beneficiario. Tu generosidad es digna de ser conmemorada -. Hice una teatral reverencia.

Resoplé, divertido. Me llevé una mano al mentón, fingiendo estarme planteando su propuesta.

-También parece una opción interesante -respondí, siguiéndole el juego-. Aunque ya veo que tus puros pensamientos son algo relativos...

Le puse una mano en la cabeza, sacudiéndole el pelo con energía y riendo.

Asentí, serio.

-De hecho, sí que la tienes -confirmé, solemne.

Cuando tomó mi muñeca, di un capirotazo al aire para sacudirle unas gotas a la cara. Lo miré fijamente, atento a sus palabras.

-Tienes razón. Lo tendré en cuenta a partir de ahora. Y debí haberlo sabido, viendo lo poco que te contienes... -repliqué.

A su gesto, ladeé la cabeza, como poniendo la mejilla al beso que él lanzaba al aire. Al final, lo que me gané fue una salpicadura en lugar de aquel beso invisible, con lo que tuve que cerrar un momento los ojos.. En respuesta, me solté de su agarré y recogí agua en mi otra mano, como en una cuchara para lanzársela.

-Desde luego -coincidí, totalmente serio.

Negué lentamente con la cabeza, con gesto triste.

-Creí que yo significaba algo para ti... -me lamenté con fingido dolor.

Lo miré de reojo, con media sonrisa. No tardó en echarse sobre mí, con intención de sumergirme bajo el agua. Tomé aire, ya que a pesar de los forcejeos me superaba en fuerza y acabó por sobreponerse a mí. Así pues, aproveché para hundirme más de lo que él me impulsaba, buceando para alejarme un poco. Di la vuelta a su alrededor para emerger a sus espaldas y, con el impulso, alzarme un instante sobre él, con intención de devolverle la jugada, agarrándolo por los hombros con fuerza.

Caminaba a oscuras por el bosque sin saber bien qué hacía despierto. A mi lado, mi fiel Telma me acompañaba correteando como la mejor de las compañeras de cualquier héroe que se preciase. No en vano sería, algún día, la montura del mejor y más noble guerrero de Brontë cuando recuperase el apellido que me había dado mi padre. Quizás aquel no fuera mi mejor momento como Dehnel, pero estaba cerca.

Un sonido de agua cayendo me hizo sentir repentinas ganas de hacer pis. Heroico pis. Así pues, viendo a lo lejos la sombra de una cascada, elegí un buen arbusto y corrí hacia él. Bajé mis pantalones y extraje mi dragón, que lanzó su llamarada sobre aquella planta.

-Telma, no mires -dije a mi compañera, avergonzado. No quería robar su pureza. Luego exhalé un suspiro de placer-.¡Oh, planta! ¡Has tenido la suerte de dar con la llama regadora del dragón! Ahora crecerás fuerte y digna. No lo dudes.

Una vez aliviado, me subí de nuevo los pantalones. Ahora debía lavarme las manos, que luego comía con ellas o tocaba a Inger o...
Nada, nada...

Me acerqué al río, viendo allí la cascada, y me acuclillé en la orilla, humedeciendo las manos con el agua y frotándolas. Sí, sí. Limpias mucho mejor.

Entonces, un murmullo de voces masculinas me distrajo. ¿Había hombres allí? ¿Contrabandistas quizás? Seguramente... Aún no había dado con su base y con las personas concretas, pero estaba seguro de que había contrabajndistas en aquel lugar... Pero, por desgracia, volvía a ser de noche.
Algo tenía claro: las últimas veces que había hallado a gente en el bosque mi poca visión me había impedido erradicar sus planes, por lo que opté por algo mucho mejor. Me disfrazaría de comprador de contrabandistas.

-No te muevas de aquí -susurré a Telma para evitar que corriese peligro. Luego me acerqué un poco más a la cascada, buscando a los contrabandistas chapoteadores, y esbocé una sonrisa a la semioscuridad-. Hola, caballeros. Quisiera participar en su negocio.

Ahora me dirían qué tipo de droga o esclavos vendían y yo los capturaría. ¡Por Mithos! ¡Qué perfecto plan!

FdR- Cortarrollos

Tras un forcejeo, los dos volvimos a la superficie. Sacudí la cabeza, apartándome el pelo y sacudiéndome el agua.

-Un buen guerrero no debe bajar la guardia -repuse.

Me giré al oír una voz. Una voz extrañamente familiar. Fruncí el ceño y entrecerré los ojos, tratando de distinguir la figura que se acercaba y de ubicar su voz. No conseguí ninguna de las dos cosas.

-¿Quién va? -murmuré, desconfiado.

Escudriñé aquellas sombras. Uno estaba medio iluminado - Malditos chrysos contrabandistas-. El otro... El otro podría hasta ser mi querida madre, que no le distinguía ni las formas.
Fruncí el ceño, avanzando un paso, agresivo.

-¡Soy el tipo de hombre que quiere participar en esto! ¡Tengo un profundo interés, aunque quisiera que me aclaraseis antes las condiciones!

La otra voz... Me resultaba... Completa y... Absolutamente...

¡Malvada!

-¡Soy Rick el Mendigo! ¡¿Y vosotros?! -bramé, seguro.

Los capturaría para recuperar la última sílaba de mi apellido. Y luego podría alzar de nuevo la cabeza.

En el momento en que el tipo reveló su nombre, fruncí aún más el ceño, confuso. Rick, Rick... ¿De qué me sonaba? Tardé un tiempo en descubrirlo, pero mis sospechas quedaron confirmadas cuando Gerald lo iluminó. ¿Era aquello posible? Tuve que contenerme para no taparme la cara con una mano.

-Dehnel... -gruñí, más que hablé.

¿Qué hacía allí aquel tipo? ¿De qué estaba hablando? ¿Qué era aquello de la mendicidad? Conocía su rango, y aunque no era muy alto, sí era notable. Además, que supiera, lo había lucido siempre con mucho orgullo.

-¿Qué estás haciendo en Brontë, Dehnel? -no sabía muy bien si era una pregunta o una súplica, pidiendo que me sacara de mi error, revelando una identidad diferente.