Cascada

Corbin no hizo preguntas. Acababa de volver, así que todavía no se había preocupado en buscar nuevas tareas. Quería perfeccionar sus habilidades con sus nuevas armas antes de hacerlo. De todos modos, asintió, y se propuso revisar los trabajos disponibles cuanto antes. Quería comprobar hasta qué punto era cierto lo que decía su compañera.

Corbin no tardó en encontrar la respuesta a su pregunta, aunque eso no lo ayudaba demasiado. A él no se le daban bien esa clase de quiebros y piruetas. Había visto a su compañera en acción y sabía que no era su caso, pero él no tenía una técnica demasiado útil en ese aspecto.

-No creo que un consejo por mi parte pueda ayudarte mucho -admitió-. No es un área de combate muy en consonancia con mi estilo.

Tuerzo una sonrisa y vuelvo la cabeza hacia la cascada, pensativa. Lo cierto es que me está dando más problemas de los que esperaba, pero tampoco puedo esperar que sea él el que me dé una solución. Me acomodo un poco el pelo, que sigue mojado, pero ya no empapado.

-Supongo que es una respuesta que he de encontrar sola -murmuro, encogiéndome de hombros-. No parece que saltar desde la cascada vaya a dármela-. Inspiro hondo, pensativa-. Aunque tuve la sensación de haberlo conseguido una vez -añado, más para mí misma que para él. Lo miro, con interés-. ¿Estás entrenando algo en concreto? -le pregunto, entonces.

El claritas asintió, pensativo. No acababa de entender cómo podía ayudarla el saltar de la cascada, pero, de nuevo, se sabía ignorante de esos asuntos, así que no dijo nada. Ladeó un momento la cabeza, frunciendo ligerísimamente el ceño un instante. En seguida había recuperado su expresión habitual.

-Quizás hablar con alguien más experto en esas cosas sí pueda ayudarte -repuso, de todos modos.

Apretó un instante la empuñadura de su nuevo puñal ante de girarlo en la mano, pasando a sujetarlo por el filo, y tendérselo a su compañera. Sabía que no era nada de lo que presumir, pero le llegaba a resultar interesante hacerse a él.

-De mi último encargo obtuve este puñal y una espada -explicó-. Obtuve un par de armas más, que cedí a Brontë. Si voy a conservar estas, quiero acostumbrarme a ellas y estar seguro de que de verdad me son de utilidad. Aún estoy evaluando cómo me pueden ser útiles.

Me estiro un poco. El agua sobre el cuerpo, en la ropa, es una de las cosas más desagradables que he sentido. De este tipo, por supuesto. Cosas triviales, de la vida cotidiana.
En Ventus me ayudó Buere. Aquí...

-¿Se te ocurre alguien en concreo? -le pregunto, pensativa. Quizás esa chica, Ben... Ella sabía hacer ese tipo de cosas.

Escucho su explicación, entonces, y esbozo una sonrisa. No esperaba ese tipo de actos generosos por parte de Corbin. Al final, sin embargo, supongo que se reduce a esa forma de ver las cosas que tiene. Si trabaja para Brontë, ceder armamento también puede considerarse parte de su trabajo.

-¿Qué armas eran? -inquiero, con curiosidad.

La pregunta de Alehyss lo cogió desprevenido. Corbin frunció el ceño y trató de hacer memoria. Pero, pese a sus años en Brontë, no había estudiado la forma de combate de tantos compañeros. Trató de hacer memoria un momento, y acabó por mirar a la chrysos.

-Quizás la niña piscis... ¿Massen? Tú la conocerás mejor, imagino. Pero por lo que he visto, es bastante capaz y se mueve de forma más parecida a ti en ese aspecto -apuntó.

Dejó que ella estudiara el puñal, sin reclamarlo.

-Una maza diseñada para usuarios parvus. Demasiado pesada y corta como para considerarla útil. Y otro puñal como este, que consideré innecesario. Me hice con una daga interesante cuando trabajamos juntos y me es útil. Creo que es mejor que estudie el uso de un único puñal antes de decidir si me compensa hacerme con más. Cualquier arma que no me sea útil será un peso extra inútil -razonó.

¿Massen? Lo pienso, pero solo un momento. Enseguida niego. Massen es veloz y ágil, pero no realiza este tipo de acrobacias. Es más de tierra firme. O de agua, en último caso.

-Massen podría ayudarme en muchas cosas, pero creo que para esto necesitaría la ayuda de alguien que tuviese menos "los pies en la tierra" -comento, sonriendo con suavidad. Quizás un aether, como Buere. Podría hablar con Heylel o con Adain. O la chica nueva... ¿Se llama Curtis?-. Buscaré a alguien -termino por decir, asintiendo con suavidad-. Tiene que haber una forma.

A su explicación sobre las armas, no puedo sino asentir. Es pragmático, y es algo que me gusta de él. Muchos otros se regirían solo por avaricia o ambición.

-Armas -murmuro-. Sigo teniendo que ir a Aqua. Y quería buscar la forma de mejorar la mía -añado, pensativa-. Al final, no tengo mucha variedad. Supongo que pienso un poco como tú -observo. Aunque no me molestaría adquirir más armas prácticas y portátiles.

Corbin lo pensó un momento. De los que se le habían ocurrido, la piscis era la que le parecía más dada a esa cle de ejercicios. Trató de plantearlo de nuevo.

-¿Un aether? -preguntó-. No conozco a ninguno demasiado personalmente. Estaba... ¿Luzbel? No estoy seguro de si ese era su nombre. Participamos juntos en una misión hace mucho tiempo, pero no fue un trabajo que me permitiera analizar demasiado sus habilidades. Y, en mi caso, suelo buscar más guerreros con otra clase de habilidades.

Sabía que Alehyss se movía más que él en lo que a entornos sociales se refería. Era probable que se le ocurrieran a ella muchas más personas de las que él pudiera sugerir.

-Yo no creo que mucha variedad haga a uno mejor necesariamente -declaró, firme-. Es más fácil hacerse hábil en una única modalidad o en unas pocas, y mantener ahí un nivel alto. Si de verdad se es bueno, eso no hace a nadie previsible. Aunque, por supuesto, cerrarse demasiado puede dar problemas. Conviene tener un as en la manga.

Una manera de engañar al enemigo. Sabía que Alehyss estaba de acuerdo con eso.

-Todavía no he tenido oportunidad de medirme de verdad con tu kusarigama. Sigo esperando.

¿Luzbel?
Frunzo el ceño, pensativa. Pero no tengo muy claro de quién me habla. Ni siquiera cuando me da los datos adicionales: ha ido con él a una misión. Ladeo un poco la cabeza.

-Descríbemelo -pido, finalmente. Así será más fácil saber de qué me habla.

Lo que dice tiene sentido. Yo siempre me he especializado en el cuerpo a cuerpo a media y corta distancia y en aprovechar mi agilidad. Pero siempre pienso que si tuviese alguna habilidad inusual podría aprovecharme de ella en los momentos más complicados. Aunque si intento centrarme en algo que se me da peor, pierdo la oportunidad de centrarme en lo que se me da verdaderamente bien.

Alzo las cejas cuando dice lo último, y sonrío de lado. Ladeo la cabeza, mirándolo, entretenida. Es verdad, quería luchase contra él.
Me deshago de la camiseta y la echo a un lado, al suelo. Es más agradable así.

-Es cierto -admito-. Te debo eso. Y parece que tú tienes nuevas habilidades que enseñarme.

No obstante, no la he traído aquí. No me gusta mojarla si es innecesario, aunque en principio no debería ser perjudicial.

Corbin arrugó el ceño, pensativo. Lo cierto era que hacía mucho que no veía a aquel hombre, así que ni siquiera podía asegurar que siguiese por allí. Quizás no tendría que haberse molestado en proponerlo.

-Pues si no recuerdo mal es algo más bajo que yo, de pelo y alas claras. No recuerdo que tuviera ningún rasgo que me llamase la atención, así que no puedo ser más exacto. Hace ya mucho tiempo que trabajé con él. Años -acabó por explicar, poco convencido de que sirviera de algo lo que decía.

Un brillo de interés se asomó a los ojos de Corbin cuando la vio levantarse tan dispuesta. Observó el puñal, que seguía en la mano de ella, y metió las manos en los bolsillos mientras se alejaba un par de pasos, poniéndose en guardia.

-No creo que me arriesgase contra ti con habilidades recién adquiridas. No antes de perfeccionarlas -admitió-. Salvo, por supuesto, que me dieras una oportunidad ideal para ello.

FdR- Pausa

La descripción termina por darme las pistas que busco, y termino por asentir con una sonrisa tras caer en la cuenta. Entonces ha pensado en la misma persona que yo, aunque no me haya parecido el más adecuado al tenerlo en mente.

-Creo que te refieres a Heylel -le digo. Luzbel. Es curioso, gracioso-. Es amigo mío -comento, asintiendo-. Le preguntaré. La verdad es que no hay demasiados aethers, pero me parecen la mejor opción.

Lo cierto es que no he visto a Heylel recientemente, y sé, por cómo es, que lo que ha pasado le ha afectado. Massen sí me dijo que lo había visto, y que le contó lo que pasó. No necesito más detalles que esos para imaginar los demás. Heylel siempre ha sido algo sensible.

-No tengo la kusarigama conmigo -digo, cuando veo el interés de su mirada. Evidentemente, no va a ser por el aumento de mi desnudez. Le devuelvo el puñal que me tendió antes por el mango, sujetándolo por el filo. Luego, en un movimiento veloz saco el estilete de entre los pliegues del pantalón y se lo muestro sin empuñarlo, sin amenazas-. Solo esto-. Y estoy algo cansada tras el entrenamiento Guardo el arma de nuevo-. Pero no estaría mal otro enfrentamiento -añado, como si quisiese autoconvencerme. No me siento cómoda, porque yo apenas tengo nuevas habilidades para enfrentarlo, y el hecho de que me ciegue, sumado a su fuerza, siempre me causan problemas-. Corbin -llamo, entonces-. ¿Cómo te enfrentas a un oponente si no puedes ver y él sí?

Imagino lo que dirá, pero eso no sirve tan bien si tu rival es de tu nivel.

Heylel. Sí, le sonaba. Era posible. Y, por supuesto, Alehyss siempre sabía más al respecto. Corbin asintió, dejando que ella misma se lo plantease. Al final, a él poco le incumbía. No era la clase de entrenamiento que buscaba, ni sabía más que ella cómo realizarlo.

Le costó ocultar la decepción de su respuesta, aunque la esperaba. A fin de cuentas, aquello era demasiado improvisado para poder realizarse de la nada. Tomó el puñal que ella le tendía, sin sacar de su bolsillo el puño que había estado a punto de coger. Lo guardó en su funda y se mantuvo alerta, aunque comprendió que no tenía por qué atacar leyendo la actitud de la chrysos.

Meditó su pregunta.

-En una ocasión, en otro contexto, me pediste que cerrase los ojos -la evaluó, serio-. Entiendo que en ese caso, la vista podía considerarse un estorbo a mis demás sentidos. En un combate sucede lo mismo. Si no puedes ver, más te vale cerrar los ojos y aprender a interpretar otras señales. Los ojos ciegan más que ayudan, y no solamente cuando no se puede ver.

Dirigió una mano hacia ella e invocó un dëk äl diä para mostrárselo.

La respuesta que me da no es la que espero. Ladeo la cabeza casi imperceptiblemente, con curiosidad, y no aparto los ojos de él. No puedo evitar una sonrisa al recordar el momento al que se refiere. Pero también comprendo que sus palabras son ciertas, y que expresado de esa forma no hay nada que pueda decir contra el razonamiento. Aunque la practica de dichas acciones no es tan sencilla de llevar a cabo como lo es en la teoría.

Ilustra su explicación con un hechizo, y llego a tensare al percibir los movimientos en la periferia. Comprendo lo que dice, porque no he escuchado nada, ni tampoco he percibido presencia alguna, pero no todos los enemigos se notan cuando aparecen.

Relajo la postura de nuevo y tomo la mano que ha extendido con la mía. La elevo con suavidad, si me lo permite, para dejarla a un palmo de mi rostro, con la palma extendida. La suelto entonces, cerrando los ojos.
Los olores se perciben, aunque uno no vea, o la temperatura, o las pequeñas turbaciones del aire cuando hay un cuerpo cerca. Hay animales ciegos, o incluso personas, que inventan otras formas de "ver". Pero Corbin es demasiado fuerte como para pensar que con cerrar los ojos de repente podré enfrentarlo. Siempre perderé precisión y capacidad para reaccionar.

-Seguiré estando en desventaja, pese a que mejore -le digo, sin abrir los ojos.

No puedo notarlo todo. Quizás sea algo que deba entrenar más a fondo, también. Es fácil con enemigos vulgares, pero no lo es tanto cuando los enfrentamientos se vuelven difíciles, y en Brontë no siempre luchamos contra bandidos mediocres y alimañas.

Corbin apoyó los dedos sobre los párpados de ella, acompañándolos cuando los cerró. Rozó ligeramente la piel bronceada de ella antes de retirar la mano, y permaneció donde estaba, quieto. Después de que ella hubo hablado, se movió con pies ligeros a su alrededor, para situarse a su espalda.

-Cinco sentidos bien utilizados siempre tendrán ventaja -admitió-. Si no fuera así, nadie tendría interés en cegarte. Nadie pretende que obtengas una ventaja en una situación de inferioridad. Si la consigues, querría saber cómo lo has hecho. Necesitas desarrollar tus sentidos para resistir la situación de desventaja, y buscar la manera de recuperar la igualdad... o, por supuesto, cambiar las tornas por completo.

Corbin se había visto en muchas ocasiones en situaciones de ese tipo. Cuando el enemigo era débil, no suponía un problema. Pero, por supuesto, una ventaja era una ventaja.

Siento su piel al apartarse y trato de seguir esa sensación, aunque no sea con el cuerpo. Es como rastrearlo, aunque sabe ser silencioso y sutil, y eso lo hace difícil. En este caso, sus palabras me guían cuando habla, pero trato de que mis otros sentidos lo busquen también. Lo he perdido un instante en el que pudo haberme matado. No es solo cuestión de posición: sus intenciones también podrían averiguarse así. El olor cambia, o el sonido, o la sensación de presión que una persona ejerce sobre el resto.

Cuando uno camina a ciegas está más inseguro. No puede saber si hay obstáculos inesperados. Un paso en falso y caerá al vacío sin quererlo.
Nunca pregunté a Jager cómo había afrontado esa parte de su pérdida. Un solo ojo hacía a uno más vulnerable en muchos sentidos. Pero él siempre sonreía.

Sin moverme, echo una mano atrás con suavidad, buscando su brazo, aunque al final lo que toque no lo decidiré yo, ya que no conozco su postura.
Darle la vuelta, ¿cómo podría hacerlo?
Sonrío.

-¿Puedes enseñarme? -le pregunto, con tono suave.

Él ha vivido una vida más dura que la mía, y se ha visto obligado a aprender. Yo también, en cierto modo, pero no de la misma forma. Quizás tuve que aprender muchas cosas, pero siempre quedaba la opción de huir de ello si me asustaba lo suficiente.

Corbin extendió la mano hacia la de ella, permitiendo que lo tocase, pero no hizo más movimientos. Ella debía entender sus propias sensaciones, asimilarlas y utilizarlas en su favor. De nada servía que él la guiara si lo que quería era entender cómo debía proceder.

Enseñar. No lo había pensado en serio. Corbin nunca se había considerado un apto maestro, pero menos en los últimos tiempos. Por una parte, consideraba que no tenía la paciencia para ello. Por otro, no necesitaba pensarlo mucho para decidir que no se le ocurriría aplicar sobre Alehyss la metodología que Falace había aplicado sobre él.

-Podría intentarlo -concedió-. Pero depende más de que te expongas a la debilidad que lo que yo pueda hacer. Cúbrete los ojos, evita tu propia luz por la noche. Es importante que te expongas a ambientes que te obliguen a estar ciega, porque tu instinto te pedirá que abras los ojos si tienes oportunidad.

Asciendo superficialmente desde el puño por su brazo, palpando la forma de sus músculos y tendones, o de las propias venas que se dibujan bajo la piel en algunos puntos. La simple forma de su brazo indica el entrenamiento, la fuerza. Termino por dejarlo ir y me vuelvo hacia él, todavía con los ojos cerrados. Como él mismo dice, llegado un momento incluso mi cuerpo, poco habituado a tenerlos así, parece pedir que los abra, como si lo antinatural fuese que estuviesen cerrados, aunque cuando uno duerme no haya inconvenientes.

Tomo nota de sus consejos. Quizás debería seguir uno de esos entrenamientos intensivos suyos: perderme en el bosque más de un día, en mi caso con los ojos vendados, y comprobar cuánto aguanto en esa situación.

Creo tenerlo justo en frente, pero al abrir los ojos tengo que corregir un poco mi postura para estar frente a él. Es un error nimio que podría significar mi muerte.

-Probaré lo que dices -termino por decir, sonriendo de lado, con suavidad.

Por algún motivo, me siento algo inquieta ahora, aunque sonría o no me muestre nerviosa. Su cercanía me perturba, de alguna forma. Genero una tensión involuntaria. La reconozco perfectamente, como es evidente, porque es algo que he vivido más veces. Lo que no es común es que se repita. No muchos han seguido pareciéndome interesantes tras un par de veces.
Pero esa actitud tan calmada que tiene, por no haber sido educado en eso, me llega a intimidar. Supongo que temo el momento en el que rechace el contacto, como si eso me fuese a dejar en evidencia. Es un poco infantil por mi parte. En mi experiencia hay también, por supuesto, rechazos.
Me gusta estar dentro de su espacio, porque ahí siento el peligro que supone, la tensión. Me gusta enfrentarme a él, porque no le asusta ir con todo lo que tiene, sin menospreciar a su rival aunque parezca débil. Me gusta su mirada, tan oscura que es casi imposible de leer. Me gusta ese aura intimidante que flota a su alrededor.

Pestañeo, relajando la compostura.

-Bueno, creo que, sea como sea, dejaré lo del salto para otro momento. Ahora no sacaré nada en claro -decido.

Corbin permanecía quieto, calmado, pero tampoco hacía esfuerzos ya por mantenerse oculto a sus sentidos. Actuaba con naturalidad, sencillamente. Siguió el recorrido de los dedos cuando ella palpó el brazo, y observó cómo corregía la postura al abrir los ojos. Corbin la había cegado muchas veces, y quizás de ahí viniesen sus preguntas. Sin embargo, no se había planteado que ella considerase ese detalle un punto especialmente débil.

-Dímelo si quieres compañía -ofreció como respuesta a su resolución-. Puedes buscar elementos que definir por tu cuenta, pero suele ser más sencillo empezar por algo que se mueve y hace ruido. Supongo que si es alguien consciente de tu entrenamiento, lo será todavía más.

Centró la vista en la piel de ella, descendiendo desde la cara por el cuello, el busto y el vientre. Buscaba marcas que le dieran información. Cicatrices, heridas, el dibujo de los músculos bajo la piel. Alzó la vista cuando ella habló de nuevo y asintió.

-¿Has terminado? -preguntó.

Cuando me ofrece su compañía pronuncio un poco más la sonrisa, que deja de ser un esbozo. Lo miro con curiosidad y guardo silencio el tiempo suficiente para que se haga evidente que me lo estoy pensando, pero no tanto como para que derive en un rechazo. Desde luego, la propuesta es tentadora. Estoy acostumbrada a trabajar con él, y sé que es alguien del que fiarse, que se toma en serio su entrenamiento. Puedo mejorar mucho más a su lado que al lado de algún incompetente. Pero también puede que me distraiga más a su lado.
Las distracciones también tienen su momento.

-Me gustaría -declaro finalmente, con firmeza-. Quizás haya algo que yo pueda enseñarte también-. No. Seguro que lo hay. Como lo ha habido antes. Somos diferentes, tenemos cosas que ofrecernos mutuamente.

Él es más apto en combates directos, de potencia, que yo. Quizás con lo que aprenda de este adiestramiento pueda, al menos, plantarle cara cuando no vea. No es que mi objetivo sea fortalecerme para derrotarlo, pero es interesante querer mantener un nivel en el que puedes sorprender a la otra persona, aunque ya os hayáis mostrado varias veces alas habilidades mutuamente.

Cuando me mira guardo silencio, observándolo yo misma, buscando alguna reacción en su habitual inexpresividad. Que sea difícil de leer también me resulta interesante.

-He terminado -corroboro, con un asentimiento.

Y estoy más descansada. Quizás no haya sido un entrenamiento exitoso, pero he dejado un poco aparte la frustración.

Corbin asintió, pensativo. Pasó un momento en silencio, dudando de si estaría bien o no que expresase en voz alta lo que le había venido a la cabeza. Esbozó una mínima mueca, quizás una sombra fugaz de sonrisa.

-Tu kusarigama -respondió, no del todo consciente de estar haciendo una broma.

Esperó a que ella diera definitivamente sus ejercicios por terminados. Asintió entonces una vez más y dio un par de pasos hacia los árboles, siguiéndola con la mirada para ver si aceptaba lo que le proponía.

-Entonces acompáñame -invitó-. Hay un par de lugares interesantes para empezar a probar tus capacidades a ciegas.

Esperó a que se uniera a él, y se internó con ella entre los árboles.

*Se van*

Thor corretea con ánimo, saltando y agitando las alas para elevarse de vez en cuando. No diría que sabe volar, pero tampoco que no sabe, porque lo cierto es que lo he visto subir bastante alto y mantenerse en el aire un poco, aunque siempre en movimiento. La verdad es que las alas lo hacen parecer más ágil, porque cuando salta de un lado a otro se ayuda de ellas para moverse. Me recuerda a la copia de Adain a la que me enfrenté en la sala de entrenamiento, que con un batir de alas añadía uno o dos metros a su jodido salto hacia atrás.

Yo no tengo alas, pero tengo sueño y un paquete de castañas asadas que voy comiendo a medida que avanzo junto al río, perezosa. Alguna vez Thor deja sus juegos para venir y pedirme una, y entonces empieza el juego. Se la enseño, y la sigue con la mirada, atento, inquieto.

-¿La quieres? ¿La quieres? -le sonrío, burlona, y la lanzo lejos-. ¡A por ella!

Él se vuelve loco y se lanza a buscarla, tratando de cazarla en el aire, aunque no pone pegas a comérsela del suelo.
Con lo que ha crecido desde que lo encontré un par de castañas le sabrán a poco...

*se queda*

No podía decirse que haga una tarde maravillosa, pero al menos no llovía. Y, con una buena capa, un paseo junto al río no tenía por qué ser desagradable. Poco a poco, parecía que todo volvía a su curso, y eso me ofrecía la posibilidad de relajarme un tanto. Aunque, por supuesto, no demasiado. No estaban las cosas para relajarse demasiado.

Oí a Frikka antes siquiera de verla. Y, de hecho, vi antes al bicho que la acompañaba a todas partes que a la chica, al doblar un recodo en el camino. No tardó mucho en aparecer ante mi vista ella también, de todas formas.

-Buenas tardes -saludé, al tiempo que me acercaba.

Estoy atrayendo a Thor con otra castaña cuando la voz de Cierzo me hace mirarlo y sonreír, mostrando los dientes, burlona. No por nada. Es sonrisa de camaradería, sin más.

-¡Cierzo! -saludo, elevando la derecha hacia él-. ¿Qué hay?

A Thor le molesta, y enseguida deja ir un gruñido indignado, llamando mi atención. Le echo un vistazo, borrando la sonrisa, y me acerco a Cierzo, sin embargo, acercándole el paquete de castañas asadas.
Thor tiene que aprender que yo decido, no él. Soy la poderosa.Nada de enfadarse.

-¿Quieres una? No están perfectas, pero empiezan a saber -le aseguro.

Bueno, se la veía de buen humor. Teniendo en cuenta nuestros últimos encuentros, era algo que agradecer. Tras dedicar una breve mirada al bicho, cogí una de las castañas y la aplasté entre las palmas para pelarla. No tenía mucha costumbre de comer castañas así.

-Ya es la época -asentí, más para mí que para ella. No solía estar muy pendiente de aquellas cosas. Normalmente, la comida llegaba a mí sin que yo tuviera que preocuparme demasiado al respecto.

Me la metí en la boca entera y mastiqué, saboréandola. Incliné ligeramente la cabeza a un lado, concesivo. No tenía demasiado sabor, pero no estaba mal del todo.

-Algo saben, sí -acepté, todavía saboreándola.

Me froté un poco los dedos, en los que me había quedado un resto de hollín. Comer con las manos traía aquellos problemas.

-¿Cómo va todo?

Lo observo comer con las cejas algo alzadas y los labios entreabiertos sutilmente, como si estuviese presenciando una situación extraña. Y lo es, ¿no? Comer castañas es bastante campechano. Aunque él bien que se mete una cerveza entre pecho y espalda y la riega con jamón y queso, o al revés.
Abro yo misma una castaña y muerdo la mitad, lanzando la otra a Thor, que enseguida corre a buscarla. La mastico pensativa y termino por dedicar una sonrisa a mi ami...
Cierzo. No sé por qué si pienso en él como amigo me siento intranquila. Una casi puede esperar ver a Gerald a su espalda bramando "es mío" al cielo mientras te sujeta por la ropa.

-Bien, bien -respondo asintiendo-. Tan pocas novedades que me toca los huevos, pero mejor sin novedades que con novedades malas-. Tuerzo el gesto. No más pérdidas de miembros, ya sean miembros de Brontë o miembros de dichos miembros de Brontë-. Conocí a un nuevo hace un par de semanas que era así un poco como tú-. Guardo silencio-. Serio -aclaro. No vaya a ser-. Quizás te cayese bien.

Me quedé un momento mirando cómo el animal se iba corriendo en busca del trozo de comida que ella le lanzaba. Qué existencia más triste, persiguiendo migajas allá donde se las lanzasen, con devoción digna de admirar. Tampoco era mi problema que el pobre bichejo fuera tan simple.

Me volví hacia Frikka, alzando una ceja, cuando mencionó a su nuevo conocido. La miré un momento fijamente, bajando ligeramente el rostro hacia ella.

-Así que te cayó en gracia, ¿eh? -me permití bromear. Por otra parte, no tenía muchas ganas de empezar otra lista de conocidos recomendados. Aunque no podía evitar sentir curiosidad-. ¿A ti te parece que estoy solo, Frikka?