Biblioteca

Asiento, esbozando una leve sonrisa.

-Quizás no pase nada por probar -. El recuerdo del lider parvus, Nagorr Brumm, proponiendo encerrarnos a Dehnel y a mí el día de mi llegada llega enseguida a mi mente. Aunque no creo que eso en concreto lo haga severo. Me parece, más bien, un hombre extraño -. Aunque Nagorr Brumm me resulta curioso y no tengo claro cómo reaccionará.

Me doblo por la cintura, inclinándome ligeramente hacia él, apoyando ambos codos en el borde de la mesa. Mi sonrisa se ensancha, volviéndose casi sibilina.

-Tengo una pregunta que hacerte, Corbin -siseo entretenida, sin despegar mis ojos de los suyos.

No tengo tiempo para rodeos. Ya es hora de dejar las cosas claras.

Frunció levemente el ceño.

-Supongo que, si lo conozco en persona, entenderé mejor de qué hablas -comentó.

La observaba fijamente, siguiendo atentamente cada uno de sus movimientos. Algo en su actitud lo hacía ponerse a la defensiva. Arqueó las cejas ante sus palabras, que no hicieron sino acrecentar aquella guardia que el claritas había interpuesto entre ambos.

-¿Ah, sí? -preguntó, con tono de cierta prudencia, quizá un tanto agresivo.

Asiento sin borrar mi segura expresión, lentamente.

-Es una cosa que me llamó la atención en un primer momento -. Hablo lento y claro, casi arrastrando las palabras, asegurándome de que ninguna de ellas se queda sin ser escuchada-. Un hombre como tú... Alto... Fuerte... Atractivo -. Mis ojos chispean un instante, divertidos, con cierta picardía que me obligo a mostrar-. Tienes una caligrafía excelente y una letra pulcra. Cuidas mucho tus escritos. Se ve que eres alguien cultivado.

Me aproximo a él apenas un par de centímetros, dejando todavía una considerable distancia entre ambos.

-¿De dónde ha salido alguien tan misterioso como tú?

Lo miro fijamente. Aún no es el momento, pero casi. Si avanzo un poco más, soltaré el anzuelo. No quiero ganarme su desconfianza, pero no parece muy cerca de abrirse a mí en alma y cuerpo, por lo que quizás hacerlo con seguridad, por la fuerza, sirva para averiguar algo.

FdR.: Roleo pausado

Con las palabras de la chrysos, la expresión de Corbin se había ido endureciendo. Tenía la mandíbula tensa y los ojos fijos en los de ella, y aunque no movió un músculo, había un claro brillo de advertencia en sus ojos.

Escuchó en silencio lo que ella decía, sin hacer amago de intervenir en ningún momento. Cuando formuló su pregunta, Corbin se mantuvo unos segundos en silencio, como masticándola. Finalmente, se humedeció los labios.

-De Lumen -respondió secamente.

Ensancho la sonrisa, aunque esta se vuelve algo tirante. Me yergo de nuevo, recuperando por completo la compostura.
De Lumen. Qué sorpresa.

Me aparto un mechón de pelo de la cara con seguridad y me dirijo hacia él, mirándolo de arriba abajo. Parece que todavía no está preparado para que le arranque nada de su secreto. Demasiado alerta. No es interesante.

-En fin -comienzo, regresando a mi lado de la mesa y empezando a recoger mis papeles-. Tengo que enviar esta carta, así que ya nos veremos en otro momento. En la sala de entrenamiento, espero.

Es una pena que no sea el momento. No sé si me quedará mucho tiempo para arrebatar información a la gente.

-Hasta pronto -me despido, comenzando a acercarme a la puerta. Antes de salir, completo la frase mirándolo una última vez-, Corbin.

*se va*

Incluso cuando ella hizo amago de retirarse, Corbin aún tardó en relajar el gesto.

-Sí -respondió de mal talante-. Habrá otras ocasiones más propicias.

La vio marchar en silencio, todavía en tensión. Al cabo de un rato, inspiró hondamente y soltó poco a poco el aire. No se olvidaría de aquello, eso lo tenía claro. Alehyss buscaba algo que él no podía ofrecerle. Por la memoria de Falace y por su propia seguridad.

Finalmente, se levantó él también y abandonó la sala. Quizá fuera precisamente entrenamiento lo que necesitaba. Eso lo ayudaría a relajarse.

*Se va*

Lyam contemplaba los libros con interés, pensativo. Como todavía no podía entrenar (las heridas de su último entrenamiento todavía no habían sanado demasiado), había decidido aprovechar su tiempo de otra forma. Así pues, aquella tarde había ido a la biblioteca en busca de bestiarios y libros sobre magia. Recordaba las palabras del padre de Flastio y también la extraña bestia con la que se habían encontrado al final de su rescate, y quería saber qué era aquello. O, mejor dicho, cómo pudo hacerse aquello. El extraño flamma se había referido al ser como "creación", algo que alguien le había regalado. Y Lyam se preguntaba cómo demonios podía crearse algo así. Por otro lado, también sentía cierta curiosidad por los horrdtes. Pese a que Alehyss le había explicado lo que eran y qué hacían, todavía tenía algunas preguntas. Además, quería asegurarse de algo.

Tras observar las estanterías durante un buen rato, finalmente acabó escogiendo un par de libros, que depositó en una mesa. Cogió pluma, tintero y papel y, después, tomó asiento. Leer no le gustaba demasiado, y estudiar algo mucho menos, pero cuantas más cosas supiese, más fácil sería hablar con la flamma.

*se queda*

Entro en la biblioteca para no molestar a nadie. Por los pasillos o allá donde vaya solo hago eso: intervenir. Por ello me siento tan estúpido cuando... Bueno... Cuando veo a Lyam sentado en la biblioteca.

Suspiro, mirando al chrysos y haciendo una breve reverencia de disculpa para tomar de nuevo la puerta y salir.

Desde luego, Jun, estás hecho un estorbo...

*se va XD*

El chrysos había comenzado con ánimo sus lecturas. Incluso había empezado a tomar notas cuando apenas llevaba un par de páginas, anotando cualquier cosa que le pareciese curiosa o medianamente relevante. Sin embargo, conforme fue adentrándose en el libro, su empeño fue disminuyendo, cambiando su interés por incomprensión y hastío. Lyam frunció levemente el ceño, confuso, y alzó la vista del libro. No entendía casi nada de lo que ponía ahí. Evidentemente, era capaz de captar lo que las letras decían, pero se veía incapaz de sacar algo en claro de ellas. Los conceptos que las palabras intentaban transmitirle se escapaban de su comprensión, y generaban en él una sensación de frustración poco agradable.

Había empezado leyendo un pequeño libro de magia porque pensó, iluso él, que podía entender algo, pero apenas había un par de cosas en aquel libro que entendiese. Suponía que era porque la magia se le daba realmente mal y porque apenas tenía nociones sobre ella, pero aún así, no podía evitar sentirse un poco estúpido, viéndose incapaz de imaginar lo que las páginas le decían. Pensó que, tal vez, sería buena idea hablar con algún mago experto. Tal vez alguien entendido en la materia podría resolver sus dudas. El problema estaba en quién podía ser aquel mago. En un primer momento, pensó en Dena, pero la idea era tan absurda que no tardó en rechazarla. Luego pensó que Rais, aquel flamma tan extraño, podía servirle de ayuda, pero hacía tanto que no lo veía que lo descartó. Finalmente pensó en Eld, la caeruleus de las jornadas intensivas, pero la idea no acababa de convencerlo. La caeruleus no le caía bien, y estaba convencido de que se mofaría de él si le contaba sus problemas de entendimiento. Suspiró y cogió el papel donde había escrito un par de notas. Realmente no sabía a quién podía preguntarle. En caso de no encontrar a nadie mejor, se conformaría con la caeruleus, pero esperaba que hubiese alguien más.

Concentrado como estaba en aquello, no se dio cuenta de que Jun había entrado, ni tampoco se percató de que se fue. Todavía con el papel en las manos, se arrellanó en la silla y chasqueó la lengua. También podía seguir intentándolo. A lo mejor, en vez de preguntar, debía coger libros más sencillos, como los que probablemente diesen en las escuelas (porque hablaban de eso en los colegios, ¿no?). Suponía que ahí sí habría cosas que ya sabía y que probablemente serían bastante aburridos, pero aún así...

Volvió a suspirar, desanimado. Apoyó el papel en la mesa y, de reojo, observó las vendas de su brazo izquierdo. Se preguntó cuánto tardaban en curarse las quemaduras. Prefería entrenar a leer libros. No se sentía tan estúpido.

Lentamente, comenzó a recoger todos lo que había sacado. Devolvió la pluma, el tintero y los papeles  a su sitio y colocó los libros, salvo un bestiario, en las estanterías. Luego, con el bestiario y las notas en la mano, abandonó la biblioteca.

*se va*

Me asomo a la biblioteca. He encontrado al chrysos aquí varias veces. Quizás se encuentre de nuevo en este lugar. Aunque no parece que sea así.
De todos modos, entro en la habitación y me introduzco entre los pasillos, asegurándome de que, efectivamente, estoy sola en el lugar.

Tras suspirar, abandono la sala. Nadie dijo que fuera a ser fácil.

*se va*

Entré velozmente en la biblioteca, sin preocuparme quién o qué se entrometiera en mi camino. Miré hacia ambos lados de la habitación, para posteriormente volver a mirar al frente.

- ¡Guau! ¡Cuantísimos libros! - Grité pasmado al ver toda aquel montón de libros, aunque realmente aborreciese la lectura -. Ojalá tuviese más en casa... Serían un adorno perfecto.

Comencé a dar vueltas y vueltas sobre mí mismo, sin cansarme de observar aquel maravilloso lugar. Decidí correr alrededor de las estanterías, que parecían laberintos. Tras haber realizado varias vueltas, volví a colocarme en la entrada de la biblioteca.

- Jo... No hay nadie... - comenté un poco decepcionado; no era tan divertido como pensaba.

*Me fui*

*se queda despertándose*

Abro la puerta de un puntapié y me adentro en la biblioteca, mirando a ambos lados. Vaya aburrimiento. Tantos libros y tan poca diversión... Pero aún no me he dado por vencida cuando veo a un tipo con una pinta de empanao que no puede con ella... Sonriendo con picardía, me acerco a él con largos pasos, aún con la katana a los hombros.

-¡Buenas noches, hermosa princesa durmiente! No debiste de ser un alumno muy aplicado si te duermes así sobre los libros... ¿O te estabas sumergiendo en la lectura? -bromeo, señalando las babas que hay todavía en su cara.

Vaya palacio más lleno de vagos. Y luego Buscador se enfada porque no entreno... ¡Pues no veo que sea la única!

Se lo toma todo con bastante pachorra, la verdad. Será un tipo seguro de sí mismo, que es lo que parece. Apuesto más por eso que por un enfado interno consigo mismo por haber parecido tan indefenso.
No obstante, a su favor... Yo también tenía ganas de suicidarme cada vez que tocaba poner los codos. Aunque mejor los codos que las rodillas, como hacían algunas...

Su pregunta me hace fruncir el ceño. Será cabrón, el 'joputa...

-Buscaba a mi abuela -respondo, dibujando una sonrisa infantil, pero hablando de forma claramente socarrona-. Tendrá más o menos su edad, señor.

Tuerzo la sonrisa, sacando pecho altanera, como si me declarase vencedora. Si no lo soy, debe saber que lucharé por ello.

Río una única vez, estridentemente, burlona, sin preocuparme por si me encuentro en la biblioteca o en medio de un mercado, entre pescaderas. Me importa un auténtico bledo.

-No creo que seas su tipo -respondo con una sonrisilla.

Ataca de nuevo, seguro. Nombre y edad... Tan directo como los tipos a los cuales mis hermanos me dijeron que evitase. Aunque... ¿Cuándo hice caso yo a mis hermanos? Lo que no hacían por joder lo hacían por follar.

-Mi nombre es Frikka Njorthrbiartr, aunque puedes llamarme solo Njorthrbiartr si te resulta más fácil, y tengo veintiséis años -respondo con una sonrisa, pero procurando sonar natural, aunque siempre algo divertida-. Y el palito es de atrezzo. Prefiero matar con las manos.

Entrecierro los ojos, inclinándome un poco hacia delante, sin borrar la sonrisa afilada en ningún momento.

¿Fi-Fi? Frunzo el ceño un instante, sin borrar la sonrisa.
Cabrón bastardo...

Cuando dice lo de Gerald y quince años suelto una risilla divertida. Apoyo los codos sobre la mesa, inclinándome hacia adelante, clavando los ojos en los de "Gerald, quince años". Vaya si es precoz.

-Un poco pronto para decirme cuánto tardas en correrte, ¿no crees? Es algo inapropiado...

Y así que el chico precoz también tiene un palito. Eso es más interesante. Enarco una ceja, ladeando la cabeza para mirarlo de reojo.

-Espero que no te refieras a tu precoz pilila, campeón -termino diciendo, esbozando una sonrisa bromista.

Mis hermanos hablaban tanto de sexo que me he habituado mucho a esos chistes. Espero que no se lo tome como una ofensa, porque sería todo un carcamal. Y con solo quince años.

Ignoro su primer comentario. No me gustaría tener que quitarle las esperanzas tan pronto. Además, no es un tema que dé más de sí ahora mismo, la verdad. Prefiero lo de su palito.

Desenvaina la espalda y pronto me encuentro con su filo junto a mí, tan cerca que asusta. Admito que impone un poco, pero mis hermanos me las han tramado peores. Nada de qué preocuparse.

Silbo, impresionada. Adular un poco nunca viene mal.

-Joder con el palito... La verdad es que no está nada mal.

No hago demasiados aspavientos y me yergo. Tomo la vaina de mi katana con la izquierda y la desenvaino con la derecha, disfrutando del sonido metálico con deleite y luego aproximándola a la suya, sin tocarla, como hizo él con mi mejilla.

-La tienes más larga que yo. Habría que ver cómo la usas.

No presumiré mucho, que aún va a ser un maestro y me voy a comer mis palabras.

Envaino a la vez que él, intentando sin demasiado éxito que ambos comencemos y acabemos el gesto al mismo tiempo. Hubiese quedado muy de coreografía.

-Así que ventaja, eh -comento, divertida, mirándolo mientras saco pecho un poco más, mostrándome segura-. Pues estaré encantada de que nos batamos. No todo el mundo sabe usar la katana como presume.

Por desgracia, me temo que la que presume de más ahora mismo soy yo. Sí, mi padre me enseñó, y era francamente bueno, pero...

A su bostezo respondo frotándome la nariz con un dedo, relajada.

-Ahora que lo dices, una poca sí que tengo... Es mi hora del desayuno.

Corbin avanzaba por entre las estanterías, cogiendo y dejando libros, fijándose en los títulos de las obras y escogiendo aquellas que le parecían apropiadas.

Hacía tiempo que había dejado ya de documentarse, pues consideraba que tenía la información suficiente para escribir. Sin embargo, los libros lo llamaban, no podía evitarlo. Tras una etapa de abstinencia, que había dedicado a entrenar, le apetecía retomar su trabajo, pero también su ocio.

Tras largos paseos y muchas dudas, se decidió al fin por un par de volúmenes. Estuvo a punto de sentarse a leer allí mismo, pero acabó por cambiar de opinión; había un sitio mejor.

*Se va*