Comedor

Asentí de nuevo. Hablaba muy poco de mi familia, y llegaba a hacerse extraño.

-De mis hermanos yo soy el único aether -expliqué-. Fumä es el mayor, el padre de la niña. Además de él tengo dos hermanas pequeñas, ambas flamma. La mayor de ellas también está casada, y no creo que la pequeña tarde mucho en hacer lo mismo. Como mi padre tiene títulos en Ignis, todos ellos hacen su vida allí. Yo soy el único con derechos sobre el patrimonio de Ventus, así que ellos están muy alejados de la vida de las islas. No creo que Nina llegue a obtener mucho más de allá arriba que esas alas.

Quizás llegara el día en que madre comprendiera que no podía esperar nada de mí y recurriera a ella. Pero para eso, la niña tendría que tener magia aether además de las alas. Y separarse de sus padres. Dudaba mucho que Fumä lo permitiera. Por no hablar de Nina, claro. Si era tan territorial con mi hermano, no quería imaginármelo con su hija.

Fruncí ligeramente más de lo habitual el ceño al oírla hablar con tanta seriedad. Era evidente que había espabilado. Podía decirlo sin haberla conocido demasiado de antes. Asentí con suavidad.

-He oído que las cosas han sido difíciles el tiempo que hemos estado fuera -comenté, con voz ronca, acercándome la cerveza-. ¿Es tan grave como cuentan?

Aether...
Da igual cuánto lo diga. Sigue sonando como medio falso. Pero de todas formas sé que es cierto. Así que procuro pensar más en lo que me cuenta que en lo otro. Y mientras habla también llega la comida, de modo que puedo llenarme mientras lo escucho.

-Espera -lo detengo de pronto, cayendo en la cuenta-. ¿Casadas? La mediana y la... ¿Cuántos años tiene la pequeña?-. Alzo una ceja, escéptica, revisándolo un momento-. ¿Cuántos años tienes tú, Cierzo?

No me lloriquees y me lo ocultes. No me seas mariconazo, por favor.
Bueno, no creo que le importe, ¿no? No tiene cara de que le importe. De que le importe nada en absoluto.
Pero aún así me escribió... Es un buen tío.

Me llevo un buen trozo de carne con patatas a la boca y mastico en silencio, cavilante. Lo bajo todo con un sorbo de agua.
Ha sacado un tema peliagudo.

-Bueno, a ver... No fue tan horrible como lo que pasó en enero. Pero las consecuencias supongo que impactaron más porque se hizo fácil sentirse vulnerable, de alguna forma-. Yo vi la muerte más a principios de año que aquella otra vez, pero claro...-. Supongo que no todo el mundo está igual de preparado para estas cosas. La presión afectó a la gente y cundió algo el pánico. Y aunque ha vuelto a normalizarse la cosa a mí ya me va quedando ese resquicio de... Como de que ya te lo esperas, ¿sabes? Que mañana estés durmiendo y de repente...

Froto una patata por el plato, pinchada en el tenedor, mirándola con semblante algo sombrío. No obstante al alzar la vista para mirarlo compongo una sonrisa algo seca y me encojo de hombros.

Llegué a esbozar una sonrisa un tanto amarga. Bueno, las cosas funcionaban de forma diferente en los círculos nobles. Yo era un poco una excepción a aquello, y tan solo porque mis opciones, desde el punto de vista oficial, eran tremendamente reducidas y apenas había mujeres con el perfil necesario. Una excusa perfecta para no preocuparme de aquello que, por el momento, no me interesaba apurar.

-E'lhin se casó el año pasado, algo antes de que naciera Nina. Fue un año ajetreado... Tenía veintiún años entonces. Nýa está intentando seguir sus pasos, aunque no parece que tenga todo dispuesto, ni mucho menos. De todas formas, está en buena edad para solucionarlo. No cumplirá los veinte hasta principios del próximo año -. El problema era que empezaba a sentirse apurada, por lo visto-. Yo cumpliré los veinticuatro en un par de semanas.

La escuché, pensativo. Desde luego, era evidente que a ella la habían cambiado las experiencias. Era mejor así. Había que estar dispuestos a todo. Asentí, haciendo amago de empezar mi cena.

-Supongo que la acumulación de ataques también afecta -apunté, serio-. Espero que haya sido suficiente como para que las defensas se hayan fortalecido tanto como sea necesario. Prefiero trabajar fuera de estas paredes, sinceramente. No me gusta unir más de lo debido descanso y trabajo bajo un mismo techo.

Me estremezco solo de pensarlo. Veintiuno... Veinte... Escucho todo eso y me dan ganas de colgarme. Agradezco no tener ya un anillo en el dedo puesto por mi madre. Porque si ella tuviese que decidir también sobre eso lo haría.
Por suerte ahí no se meta. Ya bastante suerte creerá que tiene porque no soy lesbiana.
Aunque con uno le llegaba, supongo.

-Qué locura -comento, componiendo una mueca-. A mí me pasa eso y creo que me muero. Espero que al menos con los niños sea más paciente, estar hermana. Y que la otra se lo tome con calma. Mírame e imagíname casada. No, ¿verdad?-. Alzo las cejas, curiosa, cuando menciona lo de su cumpleaños-. ¿Y qué días es, por cierto?

Ya que comenta... Si me acuerdo le diré algo. Que no cuesta nada.

Asiento, completamente de acuerdo con sus palabras. Me llevé un trozo de pimiento a la boca, sin embargo, antes de hablar. Ni con aquello se me pasaba el hambre... Había que tener estómago para estar en un ejército como aquel, claro...

-Lo cierto es que eso de pensar que vienen a buscarte mientras duermes da escalofríos. Llegas a sentirte vulnerable. Pero, como tú, espero que no haya más fallos. No soy una suicida. Si voy a morir que sea haciendo algo, no durmiendo mientras se cuelan...

Me estremezco.
Mejor no pensar en morir, bueno... Ya bastante tenemos con el problema de Gerry, que de momento a aguantando...

Negué, llegando a soltar un suave resoplido, un amago de risa. Tampoco yo imaginaba a mis hermanas como una espada en las manos cumpliendo misiones para Brontë. La niña tenía una visión un poco limitada de las cosas.

-No tienen mucho de parecido a ti más allá de la edad -recalqué-. En su entorno es perfectamente normal. Cuando E'lhin se casó llegaron a hacerse comentarios de que había tardado algo más de lo previsto. Y casos como el mío son muy poco habituales. No sabes las que tengo que aguantar con el tema por parte de mi madre. Es su gran preocupación en este momento.

Y en el momento anterior, y seguiría siéndolo en el momento siguiente. Un día se me iba a morir del disgusto. O al revés, no descansaría hasta que viera cumplidos sus objetivos y asegurado su patrimonio. Nunca se sabía con ella.

-El veintiuno -respondí a su pregunta.

Volví a negar cuando se refirió a los ataques. Lo último que le convenía a su moral era que se inventase historias al respecto.

-Por el momento no he visto que busquen a nadie particular en sus ataques. A no ser que nos estés ocultado tú algo -le recordé, serio-. Ni he visto que hayan conseguido llegar a las habitaciones. Tendrías tiempo de levantarte de la cama antes de que te pillaran en ella, por eso no te preocupes. Además, no sé si soy el único con esa sensación, pero creo que siempre hay un ojo vigilante en Brontë. Dudo que exista un momento en que todos durmamos a la vez, incluso reduciéndolo al grupo de líderes. ¿Volvieron a actuar durante los nuevos ataques?

Bueno, supongo que sí. No es que muchas chicas tengan parecido conmigo. No me acostumbro, simplemente, a esas mentalidades arcaicas. La mujer ha de serlo sin un hombre y...
Bueno, que viva el matriarcado, pero no el de mi madre. Fuera amas de casa, hola guerreras. Algo como eso, ¿no?

Resoplo.
La verdad es que resulta escalofriante. Casi más que el tema de los ataques.
Bueno, no tanto. Ese es más serio. No me gusta bromear al respecto.

-Yo también tengo esa sensación de que siempre hay vigilancia -admito. Además, recuerdo aquella vez que vi a Fera. Ella me había dicho algo así, también. Que no tenía que preocuparme por los horarios de todos-. La última vez el ataque no sucedió en Palacio. Los líderes actuaron, sí, pero a posteriori, cuando se enteraron. La cosa empezó, al parecer, en una casa del pueblo. Nos avisaron en medio de la noche de que habían muerto dos guerreras y todo se revolucionó. Entonces...

Le contaría toda la historia. Lo de la ninja y la chica de la líder Flamma, lo de la casa del pueblo y lo que se había dicho que había pasado con ellas por los pasillos, la explosión cuando los líderes habían ido a investigar... Hay bastante que decir, ciertamente.
Y luego... Bueno... Lo que he oído de la misión de los que fueron a Ignis y lo de Errald. Para mí fue un duro golpe enterarme. Habíamos charlado un par de veces y me caía bien.

Hay mucho que decir. Tendré para un buen rato.

*fin de escena*

Para cuando entré en el comedor, encontré en él una figura más que conocida. Aunque, en aquella ocasión, Gerald ya había dado buena cuenta de su cena, por lo visto. Eso no quitaba que fuera buena idea sentarme a su mesa para dar cuenta de la mía. Por supuesto, no pedí permiso para sentarme.

-¿Ya ni me invitas a cenar? -ironicé únicamente-. ¿Qué nos ha pasado?

Pronto pude yo mismo pedir mi cena, una buena ración de costillas a la brasa con variado de verduras. Y, por supuesto, una señora jarra de cerveza para acompañar. Mi rubia favorita, sin lugar a dudas.

-También hace mucho que no vienes a molestarme -añadí.

Enarqué una ceja, mirándolo con cierto desdén.

-Creo que tus mensajes no llegan a su destino -expliqué, acomodándome en mi asiento-. Compruébalos para la próxima vez. Por ahora no tengo un amuleto que brille cada vez que necesitas atención. Y Mithos me libre de conseguirlo.

La cerveza fue lo primero en llegar. Un sistema bien pensado, con métodos eficientes. Tras probarla, volví la vista a Gerald.

-¿Darme celos? -pregunté-. Dudo que pudieras encontrar uno a mi altura.

Si esa persona existía, tendría que postrarme a sus pies.

Al parecer, ya se había puesto en marcha para volver a crear problemas. Me preguntaba cuánto tardaría en volver a verlo entre rejas.

-Casi prefiero que lo dejes estar -informé-. Por el momento yo he conseguido evitar a tu amorcito, pero temo que si insistes acabe por reclamar mi intervención o decidir aconsejarme con respecto a ti. No me apetece tener que aguantar tonterías, sinceramente. Prefiero sus banalidades habituales, si da conmigo.

Una bandeja de costillas y verdura se plantó ante mí poco después. El servicio, desde luego, era rápido. Nunca había tenido queja con la cocina en Brontë. Procedí a servirme.

-Yo me he dedicado a lo de siempre -comenté-. Ya he puesto en orden el negocio y he conocido a un par de compañeras. Nadie que tú no conozcas, imagino. Tampoco puedo decir que me dejaran huella.

Negué con suavidad, frunciendo ligeramente el ceño.

-Sabes que no tardaría un minuto en tirarlo por la ventana -declaré, firme-. Mi hosca paciencia tiene un límite, y tengo bastante claro dónde está.

Hice una leve inclinación de cabeza, una suerte de reverencia.

-No sabía que fuera malo que hubieras dado tan rápidamente con lo mejor que podías encontrar -repuse, con un levísimo encogimiento de hombros-. Desde luego, demuestras que no conoces tu propia fortuna. Quizás tenga que buscar yo un pesado con el que cargarte y ocupar tu tiempo para que aprecies mejor tu condición.

Asentí, pensativo. Como si Gerald me fuera a explicar a mí algo de Dehnel. Quizás no lo tenía cerca con frecuencia, pero eran muchos años de conocerlo.

-Lo sé, lo sé -asentí-. Aunque no estoy muy para bromas con él. Se avecina tormenta, y prefiero retrasarla tanto como me sea posible.

No había olvidado aquella carta. La carta. No una de tantas. Aunque olvidarla habría sido algo fantástico, desde luego.

Puse los ojos en blanco, comenzando a dar cuenta de mi cena.

-Una cosa es esperar al amor de mi vida y otra crearme problemas por entrar en mojigatas -repliqué, con una mueca de desagrado-. Esas son las que más se te cuelgan luego. Y cuando hay títulos de por medio, créeme que es mucho peor. Prefiero ocupar camas ajenas en el pueblo que aquí. Hay que separar placer de trabajo.

Pasando por alto su tono ofendido, negué con la cabeza, tranquilo. Qué extraño verlo entrar al trapo con tanta facilidad.

-Ah, no te preocupes -repuse, manteniendo el tono indiferente-. He encontrado un buen número de sitios en los que disfrutar del silencio, así que no me molestará la voz humana. No te contengas por mí.

Suspiré, exasperado. No quería hablar de aquello. Bastante dolor de cabeza me levantaba la simple idea como para desarrollarla en una conversación.

-Me pasa mi hermana -gruñí-. Ahora se le ha metido en la cabeza que necesita un marido. Un marido flamma y noble. Adivina quién se le ha ocurrido como primera opción de buen partido. Y, por supuesto, sabe que ambos estamos aquí, así que me ha pedido que los ponga en contacto en lo que ella mueve hilos desde Ignis. Yo por el momento lo he dejado en un "lo pensaré". Era lo último que me faltaba.

Negué con la cabeza.

-El decoro, Gerald -le recordé con teatral sarcasmo-. Un plebeyo como tú no puede comprenderlo, claro, pero en mis círculos cualquier mal gesto puede ser peligroso. Aquel a quien des tu nombre puede mancharlo antes de que tengas tiempo de evitarlo. Y todos sabemos que las mujeres son muy retorcidas.

Lo dejé estar, asintiendo vagamente mientras me dedicaba a la comida. Nada perdía por dejarle algo de ilusión al hombre. Que se veía que lo disfrutaba.

Negué, algo frustrado.

-Lo siento, pero la otra está casada. Siempre puedes intentar convencer a la pequeña de tus numerosos antepasados en la nobleza de Ignis, que nunca se sabe -propuse-. Aunque no sé si tiene la cabeza tan llena de pájaros como para que lo acepte. Tendrías que trabajar en ello.

Resoplé, en un amago de risa.

-Que no te oiga mi madre -respondí con sorna.

Por supuesto, no entendía el problema. No era una cuestión de que nadie le fuera a dar crédito. Era una cuestión de limpieza. Los chismorreos entre gente poderosa podían llegar a tener más influencia de la que uno podía pensar en un primer momento, incluso si la base de los mismos estaba en el pueblo llano. Y, en mi caso, ya cargaba unos cuantos a mi espalda.

Acabé por negar, volviendo a la cerveza.

-Siento tener que recordarte que me considero más un misántropo que un misógino -apunté.

Incliné la cabeza a un lado y a otro, pensativo. No podía quitarle del todo la razón.

-No puede decirse eso de la mayor -puntualicé, seguro-. No le falta en absoluto inteligencia. Pero la pequeña sí es una auténtica atolondrada. Ni siquiera puedo decir que haga mala pareja con Dehnel en ese sentido. Tendrían esa clase de hijos que o bien se pasarían la vida comiéndose los mocos o bien torearían a sus padres desde el primer momento y sin la menor dificultad.

Asentí, serio y seguro. Más le valdría ir asumiéndolo.

-Algún día lo aceptarás -respondí, convencido.

Su petición me pilló un tanto por sorpresa, y lo miré con cierta extrañeza. Acabé por limpiar el tenedor en la servilleta, sin apartar la vista de él.

-¿Tan rápido pasas de los votos a lo carnal? -pregunté, irónico-. La verdad es que te pega lo del masoquismo, pero...

De todas formas, siguiendo su indicación, acabé por atacar su mano, aún con la vista fija en él. Si tenía algún problema al respecto, que él lo dijera. No tenía muy claro qué estaba intentando.

Fruncí el ceño, mirándolo con extrañeza.

-No es eso a lo que me refería -repliqué, arrugando la frente, con una ceja alzada-. Pero supongo que de lo que uno quiere en seguida puede convencerse, y a ti el victimismo te apasiona. Pero yo hablaba de la facilidad de manipulación. Aunque viendo que Dehnel se te resiste, quizás es que no lo encuentras tan sencillo.

Me encogí de hombros, torciendo una sonrisa un tanto oscura.

-No diría notar -corregí-. Más bien confirmar. Los hechos, tarde o temprano, salen a la luz como evidencias.

Retiré el tenedor, viendo su ausencia absoluta de reacción. Llamé entonces a un criado, al que pedí un nuevo tenedor y otra servilleta, en lo que limpiaba el tenedor con la mía. Observé a Gerald, serio.

-¿No puedes pegarte un chispazo, a ver si reacciona? -propuse, mirando su brazo con cierta desconfianza-. Al menos date un pase por la enfermería, digo yo.

Entro algo alicaída. No he vuelto a ver a Massen desde la vez que lo hice en la sala de entrenamiento. Quizá esté cansada de mi... parecía algo huraña la última vez...

Estoy enfadada. Y algo depre.
Me veo el pecho y me lo toco, como hago mil veces al día con el mismo resultado: sigue sin haber nada.
Me enfado conmigo misma y me doy con el puño en la cabeza, rabiosa.

Sin embargo, mi corazón se calma al verle ahí sentado.

Con una sonrisa, me acerco y me siento rápidamente cerca. - Hola Follow.- Comento, echándome un mechón por detrás de la oreja. Me pregunto si Follow será de esa clase de chicos que les importe el fisico o bueno... no sé. Tengo que estar muy segura. No puedo arriesgarme a que sea un fracaso y se lo vayan diciendo a todo el mundo.

-¿Qué tal? Te he echado de menos...- Le dejo caer.- ¿Tú a mí no?- Le sonrío, contenta.

Su comida llega. No voy a pedir nada. Estoy un poco a dieta.
-Tiene buena pinta.- Sonrío, apoyando los codos en la mesa y mi cabeza en mis manos mientras le veo, como quien admira un cuadro.

Le observo con diversión. Me recuerda a uno de esos monitos que tienen algunos vagabundos que usan para hacer tonterías a cambio de monedas. Siempre aletra, siempre eléctricos, siempre pendientes de cualquier cosa en el suelo, de cualquier perro que quiera acercarse demasiado... Sin duda, se parece.

Como no: una de sus maravillosas respuestas. Una ya se va acostumbrando a ellas y cada vez son más llevaderas.- Demosle gracias pues al destino.- Río.- ¿Todo bien? Yo algo aburrida, la verdad.

- Oh, oh.- Pongo con sutileza las manos delante de la comida.- Lo siento, estoy a dieta. No quiero perder la línea. La poca que tengo.- Río, echándole la lengua con diversión. - Come come tú. Seguramente estarás cansado. Caminar por el techo cansa mas que hacerlo por el suelo, ¿no es así?

Me acerco un poco más a él. Sutilmente.

Es tan... guapísimo...
¿Cómo me verá a mi?