Comedor

Me esperaba una tarde de entrenamiento con espada. No había encontrado ni a Lyam ni a Rick para pedirles ayuda, pero eso no significaba que fuera a dejar oxidarse aquel arma. Ya que me había hecho con ella, debía aprender a manejarla. Era algo que me negaba a cambiar.

Cuando entré en el comedor me estaba haciendo aún una trenza con la que dejar todo el pelo recogido. Cuando la estaba atando, vi a Jun de espaldas, sentado a la mesa. Vaya, por una vez podía no comer sola. Le di un par de palmaditas en la espalda cuando llegué a su altura, sentándome a su lado, con una sonrisa.

-Que aproveche -dije.

Hice un gesto al camarero y, tras echar un vistazo al plato de Jun, le pedí otra ración de lo mismo. Una grande, que tenía hambre.

Me volví hacia él.

-Uf, qué envidia me estás dando, a ver si llega el mío rápido -comenté, cogiéndole un trozo de pan para ir matando el gusanillo.

Cuando alzo la vista veo llegar a Massen y esbozo una sonrisa, saludándola con la mano. Y de pronto esta se me quiebra en el rostro. La sigo, pero con los labios entreabiertos, las cejas alzadas, preocupación... Trato de recobrar la compostura en cuanto puedo, pero aún cuando se ha sentado no puedo evitar mirarla fijamente, y el tajo que le cruza la cara de lado a lado.
¿Quién ha...?

<<¿Qué ha pasado? ¿Fue en Ignis?>>

Estupor.
Sabía que se había ido de misión, pero es la primera vez que la veo desde que volvió. Como no había habido bajas no pensé que... No se me ocurrió pensar que...
Aprieto las manos sobre la mesa y bajo la vista un momento, contrariado. No sé describir, ni siquiera, la mezcla de sensaciones que estoy sintiendo ahora mismo. Es... Resulta...

¿Agobiante? No... No sé... No sé...
Me vuelvo de nuevo hacia ella, frunciendo el ceño, apoyando una mano en su hombro, oprimiéndolo un instante, muy serio.

<<Estás bien, ¿verdad? No te ha pasado nada más, ¿verdad?>>

Muevo las manos violentamente, nervioso, para comunicarme. Me siento muy tenso. Me crispo, poco a poco.

Se me borró la sonrisa al ver su cara. Claro... Eso otra vez... Me llevé la mano a la cara, sintiéndome enrojecer, tapando la marca y encogiéndome un poco. Ya había vuelto a olvidarlo. ¿Cómo podía olvidarlo con tanta facilidad? Sentí los ojos raros, como con amago de llenarse de lágrimas, y carraspeé, apartándome un poco.

-No... no es nada -balbuceé, algo intimidada por aquella reacción. Desvié la vista-. No es nada, Jun. Solo es un corte. No pasó nada.

Nada, salvo aquello. Maldije el haberme recogido el pelo. Aún con la mano sobre la marca, inspiré hondo y alcé la vista, mirándolo.

-Cálmate, ¿vale? -pedí-. Me atacaron desde arriba. No la vi hasta que ya la tenía encima y no pude apartarme. Pero fue el único golpe. Ni uno más.

De hecho, haciendo memoria, no era capaz de recordar muchos golpes más a lo largo de aquel tiempo. Parpadeé un par de veces, tratando de recuperar la compostura.

Siento la mandíbula tan rígida que hasta me duele. Sin embargo, su gesto me altera de forma diferente, porque de pronto ella misma se rompe un poco. Supongo que no he tenido mucho tacto. Siento un calor extraño salir de mi interior.
Es frustrante.
Me enfada.
Me enfada.

La abrazo un momento, torpe. Se me ha acelerado un poco la respiración. Todos los músculos se me crispan, y tengo que esforzarme para no convertir el abrazo en una especie de estrangulamiento. Cuando me aparto, la miro. Asiento.
Tengo que calmarme... Ya está.
No pasó nada.
Ya está.

¿Por qué ellas? ¿Por qué ellas?
Apoyo la izquierda sobre la mesa, apretada, y un trozo estalla, convirtiéndose en astillas, haciéndome apartarla al instante. Niego un par de veces, apretando los ojos. Inspiro profundamente, y luego espiro. El collar me aprieta, pero menos que de costumbre.
La miro. Esbozo una sonrisa algo... Bueno...

<<Lo siento. Me he alterado.>> Me tiemblan algo las manos al gesticular.

Suspiro y refuerzo un poco la sonrisa. Me brillan los ojos, pero lo que me faltaba ahora era llorar...

<<Lo conseguisteis, ¿no? Oí que todos estabais bien, y algo de un traidor.>>

De pronto me sentía intimidada. Me dejé abrazar, sin hacer nada, y lo dejé estar, hasta que me pareció suficiente. Más que suficiente. Lo tomé por los hombros y lo miré fijamente, muy seria.

-Jun -llamé-. Ya vale. Tengo una cicatriz en la cara. Sí. Es fea. Es horrorosa. La odio. Y me dolió. Sí. Sí a todo. Pero ya vale. Ya está.

Por fin pareció calmarse un poco y yo suspiré, recodándome en la mesa. Cada vez que alguien me la recordaba, de pronto era como si pudiera sentirla, como un pegote en la cara. Ojalá fuera un pegote en la cara.

Me encogí de hombros.

-Bueno, las cosas fueron mejor que la última vez -suspiré-. Desmantelamos el lugar y salimos todos vivos. También descubrimos que Errald nos había vendido. Errald es un parvus alto que llevaba aquí un tiempo. Fue duro, pero algo sacamos en limpio. Aunque los jefazos siguen por ahí sueltos, pero ahora ya no tienen el despliegue de medios que tenían. Y creo que hemos salvado a bastante gente. Había mucha gente esclavizada ahí abajo.


FdR- Pausa.

Poco a poco esa sensación de calor se apaga, y la escucho hablar, concentrándome en sus palabras, en su narración, asintiendo. "Salimos todos vivos". Eso suena mal. Suena como si fuese una sorpresa, un alivio... Sé que las cosas por aquí no son un juego, pero no termino de aceptar esa realidad tan terrible. Aunque el ala de Lluvia, ahora la herida de Massen, las muertes...
Es cierto, a fin de cuentas.
La traición de Errald...
Las muertes...
Son cosas desagradables que son verdad. Pero entonces, cuando escuchar hablar de gente esclavizada que ha sido salvada... Al oír eso... Eso también es verdad.

Me vuelvo hacia la comida, pensativo, moviendo el arroz con el tenedor. Entonces, de repente, alzo la vista. Y la miro, muy serio.

<<Quiero enfrentarme a ti. Ahora.>>, pido, con la mirada de más determinación que he tenido en... nunca.

Porque estoy asustado siempre porque pasan cosas malas a mi alrededor, pero yo quiero hacer algo para arreglar las cosas malas que le pasan a los demás. Quiero ser útil.

Jun estaba más calmado, pero eso no acababa de tranquilizarme. Aparté el codo de la mesa cuando llegó mi comida, dando las gracias, y me volví hacia el plato. ¿Qué tenía que hacer para que la gente dejara de reaccionar así? ¿Ponerme una máscara?

Miré a Jun cuando vi que hacía gestos, y entonces sacudí la cabeza, frunciendo el ceño. ¿Qué? ¿Qué quería decir con eso?

<<¿Ahora?>> Repetí.

¿A qué venía eso de pronto? ¿Qué le había dado? Y, sin embargo, una parte de mí lo estaba deseando. Yo también quería enfrentarme a él. Lo supe de pronto. Quería enseñarle cómo hacer las cosas para servir en condiciones a Brontë.

<<Primero comemos.>> Indiqué. <<Luego vamos.>>

Asiento a su pregunta, pero entonces caigo en que acaban de traerle la comida y no puedo evitar darme cuenta de que soy un poco tonto. Asiento, sin embargo, dibujando una sonrisa algo torpe y me pongo a comer, que yo apenas he empezado y se me ha quedado frío ya. Ni me preocupo por el pimiento, ahora. La verdad es que estoy como... encendido. No sabría... De repente tengo como una energía extraña que me inunda.

Apuro la comida. Lo cierto es que tengo hambre, ahora que me doy cuenta. Y, si lo pienso bien, estoy algo nervioso. Yo nunca he...
Bueno, qué más da. La verdad es que siento curiosidad. Y eso que no tengo ni idea de qué voy a hacer. Porque ella es una experta y yo... Yo, bueno...

Cuando termino espero, paciente, que no es cosa de meter prisa.

Me sentía muy rara con tantos cambios bruscos. Había entrado al comedor con mucha hambre. Luego, al ver a Jun tan alterado y ponerme a pensar en Ignis, se me había cerrado el estómago. Y ante la perspectiva del enfrentamiento, de pronto, tenía hambre otra vez. Así que no me demoré mucho en la comida, sino que comí rápido, tratando de no perder tiempo. Aunque tampoco era la idea atragantarse, que no quería ponerme mala por comer demasiado deprisa.

Al final, Jun acabó antes que yo, y cuando terminé mi plato llené un vaso de agua y me lo tomé. Lo miré, sonriente.

-¿Quieres postre o prefieres que te machaque ya? -lo piqué.

Tomé una servilleta y me limpié, y después me sacudí las manos y estiré los dedos.

Su comentario me hace alzar las cejas un momento, y enseguida esbozo una sonrisa desafiante. Creo que la respuesta está clara, ¿no? No puedo pensar en comer ahora mismo.

<<Machácame ya, y acabemos con esto.>>, respondo, pero no me amilano.

Me levanto. Ella viene detrás.

Me siento grande, hoy. Como si acabase de darme cuenta de que soy mucho más alto. Como si, por primera vez, me viese en el espejo, y entonces descubriese que ya no tengo diez años. Puedo nadar, puedo salir aunque llueva o aunque sea de noche... No soy un niño. Ya ha sido suficiente de ser un niño. Ha estado muy bien eso de vivir protegido por todos siempre, encerrado en una torre, real y también metafórica. Pero ahora que me doy cuenta de las cosas malas que pasan a mi alrededor cada vez me cuesta más seguir sonriendo como si nada pasase.

Y ya está bien.

*se van*

Con aspecto algo demacrado, por haber dormido menos horas de las que acostumbraba a hacerlo, Zacharyas entró en el comedor a atender a otra de las que eran, supuestamente, necesidades primarias de las personas, y por ello suyas también.
Pese a que era temprano, se fijó, curioso, en que una de las mesas ya estaban ocupadas, y tras un par de segundos de duda hizo una reverencia hacia la extraña.

-Buen provecho -le indicó, entrando definitivamente en el comedor, sentándose en una mesa cercana a la de ella, pero desde la que tenía que volver el rostro hacia la derecha si quería verla.

Esperó un minuto o dos, y un chico se le acercó, entonces. Tenía las mejillas carnosas. Zacharyas pensó que, de tener que alimentarse de personas, seguramente aquel sería un buen individuo del que hacerlo.
Pensando en aquello, pidió algo de carne y esperó.

El caeruleus esperaba la llegada de su comida silencioso, con la mirada algo ausente, perdida en la pared que tenía en frente, la de la puerta. Cuando el plato llegó, no obstante, el silencio se agotó, y también llegaron las palabras de la mujer.
Zacharyas la contempló, curioso, respondiendo a su comentario con una sonrisa.

-Gracias -murmuró, con voz ronca, copiando el patrón que ella parecía haber iniciado, aunque dedicándose luego a su comida. 

No obstante, apenas había ingerido un trozo de carne cuando ella habló de nuevo. En aquella ocasión la miró con una atención especial. A primera vista, a Zacharyas se le hacía anodina, de alguna forma. Le parecía extremadamente común, y aquello, de algún modo, llamaba también su atención, por no llamarla. Ella nunca habría sido escogida como víctima, pensaba.
Quizás sus gafas, se le ocurrió. De estallar en pedazos la cegarían. Las esquirlas perforarían los ojos, derramando el humor por su rostro.

-Anna Hélix... Anna... -repitió para sí, cavilando un instante. Ladeó entonces la cabeza, muy sutilmente, apoyando un codo en la mesa y los labios sobre el puño, reflexivo-. ¿Eres Anne Ayna? -inquirió entonces, estrechando muy suavemente los ojos.

FdR_ Pausado hasta que vuelva del super

Zacharyas la escrutó un instante, a fondo, como si pretendiese verle las entrañas a través de la piel y los músculos. No dijo nada por un tiempo, cavilando en lo que ella había dicho, pero finalmente asintió, y esbozó una sonrisa.

-Entonces sí eres la mujer de la que me habló -dijo sin más, como si aquello solucionase todas sus dudas. Se volvió un momento hacia su plato, pensativo, pinchando la carne, sangrante, con expresión satisfecha-. Gracias por cuidar de ella -murmuró, con voz algo ronca, sin mirarla, con las pupilas pendientes del líquido rojo que brotaba de su comida cada vez que la presionaba-. Soy Zacharyas Blacksmith -se presentó, finalmente.

Zacharyas la escuchaba hablar, y sin darse cuenta había dibujado una sonrisa de satisfacción, extraña y algo oscura, como todas sus sonrisas, mientras la oía. Involuntariamente se encontró asintiendo, conforme con sus palabras, de alguna forma.
Aunque no vio necesario, por otra parte, decir nada más al respecto. Al fin y al cabo, Zacharyas pensaba que cada persona tenía derecho a pensar lo que quisiese de las demás, y él no era quién para entrometerse en aquellos pensamientos tan profundos. Si ella pensaba cosas buenas de Ayne, ¿qué más podría decir él que añadiese algún punto a todo aquello?

-Me pasaré entonces -. A aquello sí debía responder, sin embargo-. Gracias por la oferta.

El resto de la comida transcurrió en un silencio mayor. Ella intentó hablar, alguna vez, y Zacharyas respondió educado, hasta que ella, que había comenzado antes y contaba con una comida más ligera, la dio por finalizada.

Tras despedirla, Zacharyas se quedó algo más, terminando lo suyo.
Se sentía bien, de alguna forma. Y el sabor a sangre de su comida se lo recordaba.

*se van*

De vez en cuando, y solo porque a veces uno se sentía con ganas de algo como aquello, sentaba bien tomarse una cerveza y olvidar las penas. Era como un borrado, aunque si la memoria permanecía terminaba siendo mejor, por experiencia. Servía para relajarse, respirar y ver las cosas de otro modo, entonces. Y, desde luego, podía decir que tenía muchas cosas en las que pensar. Al menos desde que me había quedado sin Lyo. Y es que aunque hubiese pasado ya un mes de aquello, un mes largo y algo vacío, los recuerdos no desaparecían por arte de magia, y terminaban llenando la cabeza de nuevo cuando no había nada más en qué pensar.
Y desde luego que tenía cosas en qué pensar, por supuesto, y no solo en Lyo. Hacía escasos minutos me habían entregado una carta de casa, y con ella en las manos la cerveza sabía un poco mejor. Nadia, como siempre, entre bromas, me desfundaba el ánimo que necesitaba para seguir sonriendo con la fuerza de mil heroicos nobles. Leer aquel primer “hermanito” siempre era como una cura para mi alma.
La añoraba, desde luego. Debería, pensé, ir pronto a verla, porque tras tanto tiempo sin hacerlo parecería, seguramente, mucho más mayor.

Me había mandado un retrato, aquella vez, y no daba crédito. Aquella joven de la imagen no podía ser, ni de lejos, la niña que había dejado en casa la última vez que la había visto. Mi dulce y tierna Nadia… Ya tenía dieciséis, desde el verano… Costaba hacerse a la idea.

Crecían rápido, sin duda…
¿Y yo qué hacía, si ya no crecía? ¿Envejecía? Necesitaba, sin duda, una historia heroica, y pronto, para poder contar cuando ya no pudiese vivirlas.

*se queda*

Entré corriendo, e iba muy muy cargada y tiraba del chiquillo. Y, cuando entramos, lo solté y seguimos corriendo solo nosotros, y nos acercamos a la mesa del gigante rojo y le tiré de la ropa para llamarlo.

-Nos vamos ya -anuncié.

Y me recoloqué todas las cosas, que eran muchas. Había conseguido muchos tesoros en casa de los gigantes.

Zacharyas se dejaba guiar por los pasillos. Llevaba algunas cosas en un zurrón, el espadín prendido a la cintura y una capa especialmente gruesa, de color gris oscuro, sobre la habitual, aunque no iba especialmente cargado. Ayne lo arrastraba y él, sin mostrar impedimento alguno, la seguía con expresión algo ausente, aunque risueño.
Cuando entraron en el comedor ella lo soltó, lanzándose enseguida a una de las mesas, en la que se encontraba, como Zacharyas pudo ver enseguida, Rick Dehnel, el flamma, al que hacía ya tiempo, pensó, que no veía.

El mago se acercó también, aunque con más calma que la chica, y terminó por posicionarse en un lateral de la mesa, con gesto entretenido, contemplándolos a ambos.

-Buenas noches, Rick –expresó entonces, con tono calmo y una sonrisa relajada en su pálido rostro.

Alcé la vista de la jarra al ver cómo la puerta se abría, y una sonrisa acudió enseguida a mis labios. Antes de darme cuenta ya estaba de pie, en un gesto ágil y poderoso, para recibirlos con ánimo.

-¡Qué alegría veros! Zacharyas, te creía desaparecido -. Reí un poco, animado-. Aunque veo que no eres de los que huyen ante el peligro. ¡Muy bien! Como debe ser, por otro lado.

Dejé mi monologuismo cuando la pequeña Ayne Stalon se me acercó, y alcé las cejas al escucharla. Enseguida mi sonrisa se reforzó, alegre, y no fui capaz de no asentir con ánimo, por algún motivo.

-¿Ya ahora? –inquiricé, curioso, de buen humor-. ¿A Caligo? ¿Y no tomáis una cerveza antes, para celebrar la noticia? -. Me acerqué a mi amigo entonces, aprovechando que estaba de pie, y le di una palmada en el hombro, contundente-. ¡Felicidades, papá, por cierto! Ella me lo ha contado todo ya.

Lo que me recordaba, por otra parte, que debía ver a Heylel también. Cuántas tareas de amistad…

Negué con fuerza, sacudiendo mucho la cabeza.

-Nonó -recalqué-. Venimos a por comida. Y nos vamos. Cogemos y fuera. Tenemos que llegar al oscuro y está lejos, así que ya nos vamos.

Echamos a andar hasta la puerta de la cocina y pedí la comida allí. Tenía que ser mucha porque éramos muchos, pero poca porque llevábamos muchos tesoros. Después de pedir la comida, volvimos con ellos.

Zacharyas llegó a encogerse de hombros, y pudo parecer, incluso, de alguna forma, que lo hacía con cierta timidez, añadiendo al gesto un carraspeo suave.

-Lo siento –dijo, sin embargo, una vez Ayne se hubo pronunciado, con una sonrisa de disculpa-. Debemos… salir-. Un leve titubeo. Una duda. Era evidente, de alguna forma, que el caeruleus si estaba siendo anormalmente retraído, en aquella ocasión-. Gracias –terminó por decir, mirando a Rick con su habitual sonrisa, y que sin embargo no era tan habitual como siempre. Ayne caminó entonces hacia la cocina, pero el mago se quedó allí-. ¿Qué tal? –preguntó, hundiéndose de alguna forma en sus ropas, como escudándose en ellas, como si fuesen sombras y no tela.

Fruncí un momento el ceño, aunque no por ello perdí la sonrisa. Era una verdadera pena escuchar algo como aquello. Realmente hubiese estado bien, ¿no? Hacía mucho que no disfrutaba de un momento como aquel, con amigos, charlando de la simple vida.
Pero tenían su vida. Estaban ocupados. Y en ella, al menos en aquel momento, no había un hueco para Rick Dehnel. ¡Era algo normal! Iban a ser padres al fin y al cabo, ¿no?

-¡Bueno! Supongo que será para la próxima-. Tomé la jarra de la mesa y le di un largo sorbo, apuntando primero a Zacharyas con ella-. A vuestra salud entonces. –me limité a decir, apurando la jarra de un trago, dejándola de nuevo sobre la mesa-. Menuda aventura os espera… No creo tener, ni de lejos, nada parecido que contar. Quizás lo de Lyo… -comenté entonces, con una sonrisa divertida-. ¿Estaréis mucho tiempo fuera? Si os vais ahora, quizás hasta que… ¿nazca? -. De pronto me asusté. Me sentí palidecer-. ¡¿O ya no pensáis volver?! Siendo padres quizás…

O, Mithos… ¡Sentía que me quedaba solo!