Comedor

Volvimos junto al chiquillo y le cogí la mano y sonreí. La apreté fuerte. Estaba muy contenta de ir a ver el oscuro. El oscuro era un sitio con mucha gente guapa, aunque no pudiera verlos porque no se veía nada. Pero como tenía tesoros muy chulos, podría verlos igual.

Miré al gigante rojo.

-Si no volvemos no vas a poder ver al bicho. ¿No lo ibas a cuidar? -respondí, con el ceño fruncido y algo enfadada. Miré al chiquillo-. Quiere cuidar al bicho, ¿sabes?

Zacharyas observaba a Rick, curioso, mientras este hablaba, cuando Ayne no estaba. Y aunque no era la primera vez que hablaba con él, y aunque podía a ver considerado que él y Rick tenían, en comparación con sus otras relaciones con los guerreros, una mayor cercanía, en aquel instante Zacharyas no sabía bien cómo reaccionar a sus palabras, y acababa, sin darse cuenta, callando y asintiendo, esperando a que el otro llevase la conversación a donde él desease, aguardando a tener idea de qué decir.

-¿Lyo? –inquirió, al oír aquel nombre, en un intento por tirar por aquel punto. Y volvió a hablar, al fin, ante la pregunta del flamma, que lo miraba animado-. No sabemos todavía –explicó, reforzando un poco la sonrisa-. Primero iremos, y allí decidiremos –añadió, carraspeando al acabar, encogiéndose de hombros.

Ayne regresó entonces, tomando su mano. Zacharyas la miró un momento, sintiendo cierta calma en aquel instante, apretando un poco con su gran palma la pequeña de la parvus.
Ella se encargó de responder.
A lo que le dijo, el mago alzó las cejas. Miró entonces a Rick, serio, como extrañado, ausente. Pero, de nuevo, sonrió. Y entonces Zacharyas se dobló desde el vientre, ofreciendo una reverencia al guerrero que tenía ante sí.

-Muchas gracias –dijo, con tono algo rasposo.

Y sin embargo, Zacharyas pensó, extrañamente, que era verdad. Aunque no comprendía con exactitud de dónde venía aquella sensación.

Zacharyas estaba callado. ¿Quizás estaba asustado, al fin y al cabo? Que le pusieran a uno a un niño en los brazos no era algo que se soportase como si nada. Y quizás incluso él, que siempre parecía estar en su mundo, y tan entero, se asustaba por aquellas cosas.
Traté de tranquilizarlo, entonces, cuando preguntó por Lyo. ¡Saber aquello lo ayudaría!

-Estuve a cargo del hijo de una guerrera, del pequeño Lyo, por seis meses. Al principio se hace cuesta arriba, lo admito, pero enseguida uno se acostumbra. Y ganas más de lo que pierdes. Por eso, si necesitáis ayuda, contad conmigo, por supuesto -. Saqué pecho, animado, asintiendo para mí mismo-. Escribid si tardáis mucho en volver, por supuesto. Se agradece saber de los que no están –pedí, algo más serio.

En aquel momento regresaba la pequeña Ayne Stalon. Ella se encargó de aclarar un poco mis dudas, y la sonrisa que me arrancó fue más bien de alivio. Me había asustado sin motivo, al fin y al cabo.

-Aguardaré entonces vuestro regreso aprendiendo más trucos todavía para cuidarlo, aunque como la experiencia creo que no hay nada… -. Ladeé un poco la cabeza, curioso-. Tranquilo, hombre. Déjate de formalismos. Somos amigos, ¿no? Diría más bien que lo cuido porque quiero. Me gustan los niños, ¿sabes? Y los hijos de mis amigos son… -. Me rasqué la barbilla, pensativo. Terminé por reír-. Mis amigos, supongo, aunque queda extraño teniendo en cuenta que todavía no ha nacido.

Se tomaban de la mano. Era extraño verlos, de alguna forma. Recordaba, tiempo atrás, al tímido Zacharyas, viniendo un día, al fin, a pedir consejo.
Antes buscaba que él encontrase la felicidad que yo tenía. En aquel momento, sin embargo, y sin quererlo, al verlos llegaba a sentir, innoblemente, cierta envidia…

Asentí, segura.

-Es normal que quieras ser su amigo, porque es muy majo -le expliqué, muy seria-. Así que vendremos, ya verás. Además, si no venimos no va a saber lo que hay aquí, y se lo tenemos que enseñar todo -. Miré al chiquillo-. ¿A que sí?

La comida estaba lista y vino en paquetes, y la cogí y la cargué. Ya estaba todo. Otra vez miré al chiquillo.

-Listo.

Zacharyas escuchó la curiosa historia del guerrero, asintiendo. Tenía ganas de hacer preguntas, de saber si el niño, tan frágil, había sufrido enfermedades, caídas, golpes…, o si los lloros habían causado que sus horarios se destrozasen, y sus nervios. Pero no era apropiado, pensaba entonces.

Amigos.
Zacharyas arrugó el ceño, sin quererlo, al escuchar aquello, aunque este quedó oculto tras su desordenado flequillo. Se preguntó, de pronto, quién determinaba aquello. Por qué aquello era así. Por qué Rick Dehnel podía, sin más, afirmarlo, con aquella seguridad, pidiendo su confirmación como mera formalidad, pero sin contar con ella, en el fondo.
Pero acabó por esbozar una sonrisa, y entonces, junto con él, asintió.

-Te lo presentaremos cuando nazca –se oyó prometer, con voz seca, casi, dentro de lo que era él, con ánimo.

Contempló entonces a Ayne. Aquella situación lo mareaba, por algún motivo, porque debía estar a demasiadas cosas, y a él le costaba aquello. Pero de alguna forma, pensaba, tampoco era algo que no le gustase. El propio mareo sería agradable para él.

-Yo llevaré eso –indicó, tomando él los paquetes de comida, dado que iba más descargado que ella-. Todo –confirmó, asintiendo. Separó la vista de ella, buscando entonces a Rick, con expresión repentinamente grave-. Va a entender de verdad. Más que muchos.

Tras un breve silencio, Zacharyas movió los dedos de la mano izquierda, pegada a su cuerpo, libre, como si no hubiese sido consciente de ellos hasta entonces. Tras una breve duda, cambió los paquetes de comida de mano, dejando libre la diestra, y una nueva sonrisa rajó su cara en dos.
Le tendió la mano al flamma.

-Que te vaya bien a partir de ahora, Rick. Y hasta que nos volvamos a ver –le dijo, y su voz pareció sonar, por una vez, menos rasposa que de costumbre.

Aquello debía ser feliz. No era una despedida para siempre. Todos merecían un descanso alguna vez.
¿No?
De hecho, pensando en aquello, en la carta de Nadia que tenía en el bolsillo, yo mismo llevaba bastante sin tomarme uno. Pero no me sentía preparado. Porque, pensaba, no había hecho suficiente para ganármelo todavía. Faltaba algo más, y entonces me lo podría permitir.

-Estoy deseando conocerlo –dije, ensanchando la sonrisa, asintiendo. Miré a la pequeña Ayne Stalon-. Habladle bien de mí, ¿de acuerdo? Antes de que nazca ya, que dicen que escuchan.

Alcé las cejas, algo sorprendido, al encontrarme la mano de Zacharyas ante mí. La miré un par de segundos, y entonces sonreí. Tomándosela, tiré un poco de él, y mientras se la estrechaba le pasé el brazo contrario por los hombros, abrazándolo un instante.

-Que os vaya bien a vosotros también. Ante cualquier problema, sabéis dónde encontrarme.

Hinqué una rodilla en tierra, entonces, haciendo una reverencia desde esa posición a Ayne, como haría un verdadero caballero a su señora.

-Los hombres somos torpes con estas cosas tan complicadas. Va a necesitar mucha ayuda, así que dásela aunque no la pida.

No sabía si me habían buscado allí, o si simplemente se hubiesen ido de no haberme encontrado. Fuera como fuese, me alegraba de haber podido decir hasta pronto, al menos.

-Buen viaje -. Era una despedida heroica, desde luego-. A los tres.

¿Por qué hacía, entonces, que me sintiese algo nul… nust… nostal… gico? No me preocupaban ellos, que estarían bien.
Quizás simplemente era aquello.
Que me sentía un poco solo.
Quizás…

Pero la mejor forma de despedir a alguien era, siempre, con una sonrisa. De aquel modo se atraía la buena fortuna, o algo así.

Asentí, convencida.

-Claro que escucha -confirmé, muy seria-. Y además es muy listo. Como ya te conoce, preguntará sobre ti, así que tendremos que decirle todo del gigante rojo. Y de todo lo demás. Así será el más listo, y además se hará muy fuerte, porque puede, y será el mejor.

El chiquillo cogió las bolsas, y nosotros cargamos lo demás. Estaba muy contenta.

-¡Adiós, gigante rojo! -me despedí, dándole un abrazo.

Y nos fuimos los tres de la mano. Al oscuro.

*Se van*

Verlos partir se hacía extraño, pero mantuve la sonrisa en todo momento, sin perderlos de vista. Correspondí al abrazo de Ayne, y luego me levanté.

-¡Buen viaje! –repetí, por decir algo, parte de todo lo que quería decirles, por lo menos-. Cuidaré de esto en vuestra ausencia.

Y entonces se fueron. Y me quedé allí en medio, de pie, con el sabor amargo de la cerveza en la boca y una sonrisa satisfecha en los labios. Me volví a uno de los del servicio, que estaba por allí, y me encogí de hombros, casi con reasignación, pero contento de todas formas.

-¿Te tomas una conmigo? –inquiricé.

Al fin y al cabo, beber solo no era tan divertido…

*fin de escena*

Un bostezo. Cómo no. Esta no es puta hora de estar de pie. Pero lo dije, ¿no? Dije que me empezaría a despertar más temprano, y lo estoy haciendo. Es la única forma de aprovechar el tiempo, supongo. Aunque a veces pienso que para estar aprovechando el tiempo pasa bastante a su bola.
No pasa nada. Es normal. Él a su vida y yo a la mía. De todos modos estoy bastante más animada desde que volvieron, y eso no lo incluye solo a él. Me siento mejor. Con el mundo.

Tomo asiento y espero a que vengan a ofrecerme mi desayuno. Un chocolate. Empieza a hacer frío. Sentará bien.
Luego simplemente… Bueno, espero.

De verdad que estoy agotada, hostia…

*se queda*

Ben entró en el comedor con su aire habitual, con los dedos bailando sobre los agujeros de la flauta mientras soplaba a través de ella, dejando ir una animada melodía. Tocaba bajito, y la pieza era una canción popular de Fulmen, una de las que más fácilmente podían ganarse la colaboración de la gente. Especialmente en un día festivo. Y a Ben, como a la mayoría, le gustaba.

Había llegado con intención directa de hacerse con algo de comer, pero su atención se distrajo al ver una figura conocida sentada ante una mesa. ¿Desde cuándo su atención sobre la comida podía distraerse por algo así? Pero de hecho así era, y aunque Ben tenía bastantes ganas de hacerse con su desayuno, no tenía hambre, sino apetito. Y era una sensación hasta agradable, a sabiendas de que tenía forma de satisfacerla.

Así que en lugar de asomar la nariz directamente a la cocina, como solía, se dirigió junto a Frikka y se sentó al borde de su mesa, con los pies colgando y dando pequeñas patadas al aire y una sonrisa en los labios. Había dejado de tocar.

-¿Qué hay, veterana? -preguntó, tan risueña como era habitual-. ¿Empezando el día o terminándolo? Esto es un follón de órdago.

Aspiro el vapor del chocolate cuando llega, y antes de que pueda probarlo alguien aparece. No me voy a quejar porque me cae bien. Incluso esbozo una sonrisa, y eso que estoy que me caigo.

-La hostia… Cuánto sin charlar un rato contigo. Últimamente he estado que no estoy, eh –comento, estirándome un poco en la silla-. Estoy empezando el día, y nunca mejor dicho. Bueno, supongo que para los putos diurnos esto ya no es empezar, pero… -. Me llevo la taza a los labios. Al entrar en contacto con mi lengua-. ¡JODER! -. Duele de cojones. Hago una mueca-. ¿Y tú qué horario sigues?

Debí haber pedido agua.

Ben llegó a esbozar una mueca por pura compasión al ver los aspavientos de su compañera. No era una gran amiga de las quemaduras, así que sencillamente no pudo evitarlo. Quizá fuera mejor pedir un poco de leche fresca, visto lo visto... Leche. Quién lo hubiera dicho.

-Ah, no, yo ninguno -respondió, encogiéndose de hombros-. El que cuadre. El que haga falta. Pero, ¿sabes? Hace mucho que no me reclaman para trabajar. Empiezo a sentirme algo mal al respecto... No quiero salir de aquí de una patada en el culo, entiéndeme.

Cuando el camarero se acercó a ver que quería, Ben se encontró, como siempre, con serios problemas para contener la risa. Un sirviente trabajando para ella. El mundo estaba loco, se había dado la vuelta. Claro que no iba a ser ella la que le devolviera la cordura.

-Una bandeja de tostadas de aceite y tomate -pidió, con tanta seriedad como fue capaz de reunir-. Y un tazón de leche fresca. ¡Ah! ¡Y unas magdalenas!

No hubiera sabido decir qué era mejor: si el hecho de que le trajeran cualquier cosa que pudiera pedir o el hecho de que las cantidades fueran tales como para impedirle engullirlo todo. Aquello siempre suponía que podía llevarse algo para pasar el día. ¡Y aún así solían sobrar cosas! Se sentía mal por dejar comida en la mesa, pero no podía evitar dejarse llevar a la hora de pedir. ¡Y hasta estaba engordando!

Se volvió hacia Frikka con una sonrisa más que satisfecha. Era pura felicidad.

Hago un breve mohín y me froto el ojo derecho con desgana, con el puño. Con lo que me cuesta madrugar y esta parece hacerlo y sin que se la sude. Supongo que no puedo decir que sea mi mayor habilidad.

Ante su preocupación suspiro. No puedo evitar un breve asentimiento, mientras hago girar la taza en las manos en un intento por bajarle un poco esos humos que se trae y no quemarme otra vez. Supongo que me siento un poco como Ben, aunque recientemente esté menos para romperme la cabeza por esas cosas.

-También hace bastante que no cumplo. Supongo que siempre puedes matar el tiempo entrenando. Yo estaba algo asfixiada aquí dentro, pero las cosas han cambiado un poco.

No me reconozco. Estoy demasiado seria. Aunque bueno, el puto madrugón ayuda. Y aún con todo eso…

Ladeo una sonrisa al verla pedir, sorbiendo finalmente un poco de chocolate.

-Veo que te acostumbras de puta madre –comento, divertida.

Venga, Fifi. Despierta, hostia.

Ben se llevó un dedo a los labios, como si además de ser un gesto de silencio sirviera para ocultar la enorme sonrisa que tenía en los labios y que era incapaz de borrar.

-Nunca sabes cuándo va a ser la próxima vez que puedas comer -apuntó-. Mejor mantener el estómago lleno mientras sea posible.

Acabó por decidir que, quizás, aquello de sentarse en la mesa no era exactamente lo más adecuado. Tampoco era que tuviera costumbre de sentarse a la mesa, ni a la silla, ni a nada, pero eso no quitaba que lo hiciera correctamente cuando tenía oportunidad. Que luego venían los problemas.

-¿Qué haces cuando entrenas? -preguntó, muy seria-. No sé cómo hacerlo. Yo las cosas las hago, no las practico.

Nunca saber cuándo va a ser la próxima vez que puedas comer. Suena demasiado irreal, pero de hecho es cierto. Solo que nunca he vivido una de esas épocas de crisis familiar en la que falta la comida, así que supongo que no puedo asentir y decir que tiene razón; supongo que no me lo creo, aunque de hecho sepa que es cierto.

-Dudo que por aquí te falte de comer. Aunque nunca se sabe. Si viene un asedio muy largo o si volvemos a quedarnos encerrados, pero más que la última vez, quizás haya de qué preocuparse. Una chica inteligente –indico, alzando la taza y brindando con el aire con una sonrisa escueta.

Bostezo descaradamente mientras se sienta. Me da igual que vea lo que tengo en la boca porque sabrá que no es mierda. Eso es suficiente. Luego apoyo los labios en la cerámica, en el borde de la taza, cavilando un momento su pregunta. Aunque no es que tenga mucha complicación. Estoy segura de que hay un lugar de mi cabeza que existe solo para almacenar rutinas y entrenamientos.

-Mi padre enseña a usar la katana. Es maestro, y tal –explico, vaga-. Me enseñó también a mí, y repito los movimientos para perfeccionarlos. Por ejemplo. Otra cosa es mejorar las capacidades físicas-. Me encojo de hombros-. Ya sabes… Mejorar la fuerza, la resistencia… Es más fácil de enseñar que de explicar-. Bebo un sorbo, y me apuro a tragar para acabar de hablar-, pero si estás interesada podemos practicar juntas un día. Un enfrentamiento es más estimulante que un millón de putos abdominales.

O al menos tener a alguien para charlar mientras mueves el culo.

Ben no lo consideraba inteligencia, sino simple instinto de supervivencia, pero no discutió. Sabía que nunca podías asegurar que tendrías delante un nuevo plato de comida hasta que de hecho lo tuvieras, y que no podías asegurar que no fuera a desaparecer ante tus ojos hasta que te lo hubieras comido. Se limitó a sonreír, pese a todo, con los dedos bailando en ritmos vertiginosos sobre la mesa mientras esperaba su desayuno.

Cuando se presentó ante ella, su expresión de incredulidad y agradecimiento parecía exagerada para un par de bandejas de tostadas y magdalenas, pero ella no era consciente de eso. Agradeció efusivamente al camarero (pff, el camarero) y procedió a atacar la comida con evidente entusiasmo. Pronto masticaba a dos carrillos.

Asintió, entusiasta, a la propuesta de Frikka.

-Caro, efo audaría ucho -respondió, aún con la boca llena. Tragó aparatosamente; tendía a meterse más comida en la boca de la que hubiera sido recomendable-. Yo es que a eso no estoy acostumbrada.

Pronto volvía a tener una tostada en la boca.

Me dedico en silencio a mi chocolate mientras ella hace su teatrillo raro con una evidente sonrisa en los labios. El chico me mira un momento y le hago un leve gesto con la cabeza. ¿Qué pasa? ¿No te gusta la gente amable?
Pronto estamos solas otra vez.

-Estoy segura de que sí –respondo a sus palabras, extendiendo un brazo para tomar una de sus magdalenas. Espero que el permiso no haya que pedirlo, y sino que se lo tome como que la comida viene y va-. No tiene gran cosa, la verdad. Es decir, ser un maestro de algo es difícil, pero zurrarle a unos gilipollas lo puede hacer mucha gente. Es más eso de intentar asegurarte que en el proceso de pateo de culos no seas tú la que acabe en el suelo llorando, nada más.

Comienzo a trocear la magdalena y la echo en mi taza, hundiéndola con la cuchara para que se empape bien. Estos son algunos de los placeres de la vida, sí señor.

Era difícil para Ben encontrar un momento para hablar entre bocado y bocado, así que acababa por hacerlo todo a la vez. Asintió, concentrada, a lo que Frikka decía. Sonaba bien, desde luego, pero no era exactamente lo que ella necesitaba.

-Bueno, me han pateado el culo unas cuantas veces, y yo he hecho lo mismo otras tantas -explicó, muy seria-. Eso lo sé hacer. Aunque no tengo mucha fuerza, se me da mejor escabullirme. Pero si hay que dar leches, las doy. El problema es cuando tengo que practicar darlas. Eso es lo que no sé cómo hacer.

La velocidad a la que la comida desaparecía era bastante llamativa.

Tengo esa sensación incómoda de que no nos estamos entendiendo del todo. A ver, que tampoco es que sea malo, o que sea exactamente así, pero es como tener un trozo de comida entre dos muelas: toca los huevos, pero sobrevives.

-Pero practicar… -. Me encojo de hombros. Es que lo está haciendo un poco difícil, todo-. Practicar y hacerlo es lo mismo. Si sabes darlas, practicar es solo darlas. No tiene más.

No le veo la dificultad. Bueno, a ver… A la teoría, al menos.

Tras terminarme la magdalena sumergida me bebo el chocolate que queda de un trago, y paladeo golosamente el que me queda en las comisuras de los labios antes de pasarme la mano por la boca para eliminar los restos. Como el de casa ninguno, pero a este no le hago ascos.

-Si te es más fácil así, nos pegamos y vía –propongo, con una sonrisa socarrona, apoyando el codo sobre la mesa e inclinándome hacia adelante más dispuesta.

Ben negó con la cabeza. No era tan sencillo. Levantó un dedo.

-No puedo patearle el culo al aire porque no voy a ninguna parte -explicó, resuelta-. Aunque eso ya lo has solucionado proponiéndote voluntaria para que te patee el culo a ti. Te lo agradezco de corazón.

Engulló una magdalena de golpe, levantando un segundo dedo. Qué delicia de desayuno.

-No greo gue el ojetío sea hafer añio -apuntó, e hizo una pausa para tragar-. Alguna alternativa tendrá que haber para no arrancarse los ojos mientras practicas arrancar ojos, ¿no? ¿O la cosa va de dejar al otro inútil?

Ladeó la cabeza, masticando ruidosamente una tostada que acababa de hacerse. Acabó por encogerse de hombros, con una sonrisa.

-Si no queda otra...

Frunzo los labios un momento, arrugando la nariz. Entiendo su planteamiento, pero no es que haya que llevar las cosas hasta el final, ¿no?

-Bueno, por una parte me resulta escalofriante que propongas arrancar ojos como un entrenamiento normal –comento, con una sonrisa socarrona, llevándome las manos a la nuca y recostándome perezosamente en el respaldo-. ¡Ah! -. Me incorporo de nuevo, repentinamente-. ¡Pero hay algo! Hay una especie de duende en la sala de entrenamiento que puede convertirse en gente, y seguro que con eso puedes arrancar todos los ojos que quieras. Y conmigo practicar otras cosas menos… jodidamente turbias.

Ojos…
¿No se le ha ocurrido nada menos asqueroso? Como romper narices, por ejemplo…

Cuando Ben rompió a reír, sin poder evitarlo, tenía la boca llena, y estuvo a punto de atragantarse. Negó con la cabeza, haciendo también gestos de negación con las manos, divertida por la reacción de la chica. Se limpió la boca con la manga antes de hablar.

-No, no, mujer -respondió, divertida-. Que era un ejemplo... Creo que puedo decir sin miedo a equivocarme que no le he sacado nunca los ojos a nadie. Dejémoslo en patear culos. Aunque eso de un duende... no suena mal.

Sacó del bolsillo un pañuelo y lo extendió en la mesa. Aún masticando una última tostada, ya con lentitud, dejando claro que había llegado a su límite, puso sobre el pañuelo cuatro magdalenas e hizo un paquete, atándolo hábilmente. Una tenía que saber almacenar comida de forma práctica, después de todo.

Cuando hubo terminando la tostada, bebió la leche de una vez y se volvió a limpiar con la manga, dejando ir un suspiro de satisfacción. Aquello si era vida.

-¿Vas para allá ahora? -preguntó.

Dejo ir el aire entre los dientes. Y, bueno, su reacción me hace reír un poco más evidentemente. Si es que…

-Si eso he supuesto, pero eso no quita que tu cabeza resulte escalofriante-. Apoyo la palma en la mesa, impulsándome hacia adelante, llegando a ponerme de pie, con una sonrisa ladeada y la ceja izquierda alzada-. Quiero decir… ¿Debería aceptar a alguien que tiene esas ideas de la nada? Ahora pienso que quizás mis ojos corran peligro-. Vuelvo a apoyar el culo, negando con suavidad-. Pero bueno. No te dejaré patearme el culo de todas formas. Solo intentarlo –indico, desafiante, de mejor humor ya.

La contemplo mientras almacena comida para el invierno. Es normal, los vientos se han vuelto fríos y los suministros se enviarán una vez al mes, nada más. Espero que los viejos carromatos de palo no se pierdan en las grandes nevadas que nos asolan.
Se le van a quedar revenidas, amos.

-¿Ahora? -. Me encojo de hombros-. Pues mira. No es como si tuviese mucho más que hacer -. Asiento, hundiendo las manos en los bolsillos-. Y para bajar el chocolate pues de puta madre. Venga.

Ben mantenía una sonrisa bien amplia, y llegó a encogerse de hombros, con una indiferencia desafiante, como haciéndose la interesante.

-Peores cosas se han visto -replicó, sacudiéndose las manos-. ¡Esa es la actitud!

Con la afirmación de ella, Ben se levantó y tomó su paquetito, resuelta. Y, al hacerlo, sintió la pesadez en el estómago.

-Yo primero me daría un paseo -declaró-. Antes que bajar la comida hay que asentarla. No me apetece perder tan rápido lo que acabo de conseguir. Pero podemos ir tirando.

Salió con Frikka del comedor, de lo más animada.

*Se van*

Sentada en una mesa apartada, sola, Lluvia leía la carta que le habían entregado hacía unos minutos, en los pasillos, cuando se encaminaba al comedor. En el tiempo que llevaba en Brontë, la aether apenas había recibido correspondencia: salvando las cartas que ella y Jun se enviaron cuando el muchacho se fue, y las que sus padres le mandaban cada tres meses, la muchacha no se había carteado con nadie, ni siquiera con los demás miembros de su familia con los que, a fin de cuentas, tampoco tenía mucha relación: conocía sus nombres, y había visitado sus casas, pero solo se veían en acontecimientos especiales, como el cumpleaños del abuelo o navidad, épocas en la que toda la familia se desplazaba a la enorme mansión del señor Al'Lanster. Por eso mismo, cuando el chico del servicio le dio la carta, la aether alzó mucho las cejas, sorprendida, y dudó un instante antes de coger el sobre, convencida de que tenía que haber un error.

No había error alguno, sin embargo, y ahora Lluvia se encontraba observando el sobre, todavía cerrado, sin saber muy bien qué hacer. No sabía quién podía haberle enviado la carta, porque Jun era evidente que no había sido, y sus padres firmaban los sobres, y tampoco podía pensar en alguien que tuviese interés en cartearse con ella; nunca había tenido muchos amigos, si es que alguna vez había tenido alguno, y no sabía ni qué podía encontrarse ni cómo respondería a aquella misteriosa persona que se había dirigido a ella. Finalmente, se decidió a abrir el sobre, con lentitud y cuidado, sin mucho convencimiento pese a todo. Sacó la carta, leyó la primera frase, el nombre, y sintió que se ponía más nerviosa, y que se sonrojaba un poco. Siguió, pese a todo, leyendo, solo deteniéndose un momento para pedirle algo de comer a la chica del servicio que se había acercado.

*se queda*