Comedor

Había dado, por fin, un descanso a mis tareas epistolares para bajar a cenar. La humedad y el frío se habían manifestado ya en Brontë desde hacía algún tiempo, y de nuevo la falta de incomodidad que aquello suponía me sorprendía. Tenía demasiado asociadas las ideas de invierno y dolor como para tomármelo con tanta tranquilidad, pero lo cierto era que llegaba a sentirme a gusto.

Una pequeña figura llamó mi atención al llegar al comedor. O, más que la figura, algo en su fisionomía. El muñón que sobresalía de su espalda no me era desconocido; no era que la hubiera visto muchas veces en mi vida, pero sí recordaba habérmela encontrado en una ocasión, y por entonces, al parecer, aquella marca era reciente. No podía evitar preguntarme cuál era su actitud al respecto, si habría tenido aquello algún efecto en su magia o en sus actividades, si sentiría ella el dolor que a mí solía causarme el frío. Aunque, por supuesto, una parálisis y una mutilación no eran lo mismo. Por otra parte, el hecho de que siguiera en el ejército indicaba que no estaba siendo una situación insostenible para ella. O, al menos, eso era lo que transmitía.

Incliné ligeramente la cabeza al pasar a su lado, en un amago de reverencia.

-Buenas noches -saludé.

Hice después un gesto a un criado, reclamándolo para encargarle mi cena.

Una voz desconocida llamó la atención de la aether, que entonces apartó la vista del papel y alzó la mirada, levantando un poco las cejas, curiosa: a su lado estaba el aether que recordaba haber visto en la enfermería la noche en que perdió el ala.

—Buenas noches —murmuró, bajando un instante la mirada a la espalda del hombre, al espacio donde deberían estar las alas.

Lluvia no sabía cómo se llamaba, pero aun así, movida quizá por la relativa semejanza que había entre ellos, le ofreció sentarse frente a ella, señalando el espacio libre con la mano derecha, curvando un poco los labios.

—Puede sentarse si quiere —añadió, volviendo la vista a la mesa.

Incluso si la había saludado, mi intención no era sentarme con ella; después de todo, ni siquiera la conocía. Y, pese a ello, rechazar su oferta parecía una falta de educación, así que aparté la silla y tomé asiento frente a ella. Pronto se había acercado un criado, al que pedí un guiso de bismonte con verduras.

Señalé el papel que tenía entre las manos con un cabeceo.

-Espero no estarte molestando -señalé-. Puedes terminar tu lectura, si quieres. No te preocupes por eso.

Lluvia negó suavemente, sonriendo, al tiempo que doblaba la carta y la devolvía al sobre. Ya la había leído, y releído, un par de veces; ahora solo tenía que responderla, pero eso no pensaba hacerlo esa noche, ni tampoco en un lugar tan público como el comedor. Necesitaba pensar qué escribir y no quería que la interrumpiesen, o peor: que alguien pudiese leer su contestación. Aquello era algo bastante nuevo para ella y no quería estropearlo.

—No me molesta, señor —respondió, volviendo a mirar al aether—. Ya había terminado de leerla. Además, comer solo es un poco triste. —Ladeó la cabeza—. ¿No? Aunque puede irse si quiere. No se sienta obligado.

Ella estaba acostumbrada a comer sola, pero no por ello se le hacía menos amargo. Y si ambos estaban solos, ¿por qué no comer juntos?

—Me llamo Lluvia, encantada.

Sonrió de nuevo.
La chica de servicio que la había atendido antes volvió entonces con la sopa que había ordenado. Acompañadas con un gesto de cabeza, Lluvia le dio las gracias, y la muchacha se fue.

Negué con la cabeza, serio. Dudaba que yo fuera la clase de compañía que una niña estuviera buscando, pero eso ya no era problema mío. Si me invitaba a cenar con ella, no había razón para negarme más allá del rechazo, y no quería hacerme enemigos. Incluso si esos enemigos eran una chiquilla enclenque.

-No, no me siento obligado -repliqué con voz rasposa-. Siempre es más agradable que comer en silencio.

Eso no era del todo cierto, pero no tenía por qué decírselo a ella. Tenía un cierto aire de delicadeza, o quizás fuera más adecuado decir debilidad. No parecía del todo hecha para enfrentarse a la realidad, por algún motivo.

Le dediqué una nueva inclinación de cabeza cuando se presentó. Lluvia. Un nombre bastante tradicional. Aunque yo no era quien pare decir mucho al respecto.

-Yo soy Cierzo -respondí.

Mi cena no tardó mucho en seguir a la suya, acompañada, como siempre, de una buena jarra de cerveza bien fría.

-¿Qué tal han sido los últimos meses? -pregunté, por darle conversación-. He estado fuera.

Lluvia inclinó la cabeza al escuchar el nombre de su acompañante. Cierzo. Por algún motivo le hizo gracia que su nombre también pudiese utilizarse como una palabra normal, igual que el suyo.

—Encantada, señor Cierzo —dijo, sonriendo. Parpadeó—. ¿Lleva mucho tiempo en Brontë? No recuerdo haberlo visto demasiado.

Aunque, bien pensado, ella no solía ver a mucha gente. Sabía que no conocía a la mayoría de los guerreros de Palacio, y estaba convencida que muchos de ellos llevaban más tiempo que ella en Brontë. A veces se preguntaba si debería hacer algo para integrarse más, pero luego recordaba lo débil que era en comparación con los demás, se imaginaba qué podían decirle los poderosos guerreros del ejército y decidía conformarse con lo que conocía.

A su pregunta, frunció un poco el ceño, pensativa. Qué había pasado en Brontë... Para ella, pocas cosas habían pasado, más allá de las misiones a las que había ido y de aquellos asesinatos, pero estaba casi segura de que eso era por su falta de contactos dentro de Palacio. Seguramente habían ocurrido más cosas en todo ese tiempo y ella no se había enterado por lo descolocada que estaba de todo el mundo.

—Una compañera y otra chica han muerto, pero no sabía quiénes eran —murmuró—. Ocurrió hace unos meses y todos nos asustamos mucho. Pero creo que ya se sabe quién ha sido el culpable. Algunos guerreros fueron a Ignis, creo que a buscar respuestas, pero no estoy segura. —Bajó la vista—. No conozco a mucha gente, y yo no fui personalmente, así que tal vez debería preguntarle a otra persona. —Volvió a mirar al aether—. También algunos líderes han dado clases. El señor Brumm nos enseñó un hechizo, por ejemplo, y luego otra chica dio lecciones de curación, o algo parecido.

Parpadeó.
Se preguntaba dónde había estado, pero, por supuesto, no iba a manifestarlo. En su lugar, tomó la cuchara y, lentamente, comenzó a comer.

Asentí. Aunque, por más que lo pensara, no era capaz de darle una fecha más o menos exacta. Había perdido un tanto la noción del tiempo sirviendo al palacio, y el hecho de dejarlo y acompañar a Gerald no había ayudado mucho a ese respecto. Aunque, probablemente, sería tan fácil como comprobar la fecha de las primeras cartas que tenía archivadas, pero no me había parado a hacerlo.

-Bastante -respondí-. Pero no me dejo ver demasiado, generalmente.

Tenía mis propios asuntos que atender, y poco interés en conocer la vida de todo el mundo. Salvo contadas ocasiones, como aquella, me dedicaba a mí mismo o a mis círculos más cercanos, que ya eran de por sí más que reducidos.

Escuché la información, aunque no era demasiado exacta. De todas formas, sí podía decir que era bastante fiable. Había oído comentarios al respecto las pocas veces que había preguntado a miembros del servicio, aunque nadie hablaba del tema desde un punto de vista muy cercano. Quizás hacía ya tiempo de aquello, o quizás no había dado con personas que tuvieran mucho contacto con las fallecidas. Lo más probable era que ambas se diesen.

-Algo así he oído -comentó-. Supongo que seguiré preguntando por ahí. No parecen muy buenas noticias.

Y, en general, los datos eran bastante inexactos. Con respecto a las clases, parecían, de hecho, una consecuencia de lo primero, aunque como medida resultaban bastante adecuadas. Probablemente señalaban otra clase de medidas tomadas por los altos mandos, más allá del conocimiento de los guerreros. Dudaba que dos muertes en Brontë dejaran a los líderes indiferentes.

-¿Qué clase de hechizo enseñó el señor Brumm? -pregunté.

Lluvia volvió a sonreír.

—Entonces como yo —murmuró, sin mirar al hombre, con la vista fija en la sopa que, suavemente, removía con la cuchara, como si se estuviese decidiendo qué hacer con el líquido.

El aether despertaba en Lluvia cierta curiosidad, por algún motivo. Tal vez fuese su ausencia de alas, o el hecho de que apenas se dejase ver por Palacio, o que su nombre significase algo como el de ella, no lo sabía, pero al oírle hablar Lluvia se sentía cómoda, tranquila, y a la vez sentía cierta identificación con aquel hombre.

—Creo que los líderes ya lo han resuelto, o al menos en parte. —Clavó sus ojos en los de Cierzo. Frunció un poco el ceño—. Tal vez debería preguntarle a alguno.

Tomó una nueva cucharada de sopa. Luego, tras tragar, explicó:

—El señor Brumm nos enseñó un hechizo defensivo; se llama baadha, y crea una barrera. —Sonrió—. Tal vez, si se lo pida, el señor también pueda enseñárselo a usted; a fin de cuentas, no es culpa suya que las clases se diesen cuando usted no estaba.

En interés de la joven por que buscase toda información en los líderes resultaba hasta llamativo. O, más que eso, parecía que intentara alejar de ella toda responsabilidad, hasta la menor de las atenciones. Tampoco parecía que pudiera aportar mucho, como ella misma decía, así que no había razón para insistir.

Asentí, pues, a su propuesta.

-Lo haré si tengo oportunidad.

En cuanto al hechizo, resultaba ciertamente interesante. Y, en cierto modo, confirmaba mis sospechas (o las acentuaba, al menos) de que se trataba de una respuesta al ataque recibido; una defensa más para aquellos que pudieran sufrir daños. Una idea básica, pero no por ello innecesaria.

Asentí.

-Es posible que esté dispuesto -coincidí-. En general, suelo valerme del ntendbit si necesito defenderme, aunque no creo que sobre una segunda opción.

Callé un momento, pensativo.

-¿No se ofreció una alternativa a aquellos con poco dominio de la magia?

Una defensa poco eficaz no podría ayudar mucho a nadie, por buenas que fueran las intenciones.

Lluvia frunció un segundo el ceño, pensativa, tratando de recrear lo que había visto el día de la clase del señor Brumm. La aether recordaba que había ido mucha gente, mucha que ella nunca antes había visto, y que el señor había enseñado el hechizo de una forma curiosa, extraña, pero no recordaba que hubiese dado otra alternativa. Sin embargo, sí creía recordar haber oído que la otra chica, la que enseñaba curación, sí había dado diferentes opciones, ajustadas ambas a las capacidades de los guerreros. Pero como no había estado, no podía asegurarlo, y por eso, cuando finalmente respondió, lo hizo sin demasiado convencimiento:

—El señor Brumm solo nos enseñó el hechizo, pero creo que la otra chica, la de curación, sí enseñó otro método para los que no fueran muy duchos con la magia. —Se encogió de hombros, bajando la vista—. Pero yo no estuve, así que no puedo asegurarlo...

Parpadeó. Luego, más bajo, añadió:

—A lo mejor nos dan más lecciones más adelante...

Asentí, pensativo. En cualquier caso, seguía siendo mejor que nada. No iba a ser yo quien reprochara a los líderes sus decisiones y enseñanzas. De hecho, tal y como había dicho, me parecía interesante tratar de obtener aquel hechizo. Después de todo, mi principal aportación a Brontë era la magia, así que me convenía poder ampliar mis capacidades tanto como me fuese posible.

-No deja de ser una idea interesante -comenté. Asentí de nuevo a su comentario-. Estaré atento si ese es el caso. Cualquier cosa que puedan enseñarnos mejorará nuestro rendimiento. Es conveniente para nosotros, pero también para ellos. Veremos qué nos ofrecen.

Me preguntaba si Gerald se habría enterado de algo de todo aquello. Dudaba que tuviera menos interés que yo en favorecerse de la situación. Después de todo, él siempre dedicaba mucho más tiempo a la preparación para el combate.

Lluvia asintió, en silencio. Tal y como decía Cierzo, todo lo que los líderes les enseñaran serviría para que ellos mejoraran, y eso no solo les convenía a ellos mismo, sino también a los propios líderes. Cuanto más fuerte fuese un ejército, más fácil sería la victoria, en teoría, y menos bajas se producirían. Lluvia se mordió el labio inferior, apenas un segundo; parpadeó. Luego volvió a mirar al aether.

—Espero que los líderes nos enseñen muchas más cosas de aquí en adelante —murmuró. Bajó la vista—. Yo no soy muy fuerte, pero me gustaría mejorar.

Aquello era cierto.
Llevaba tiempo intentándolo, practicándolo, pero le costaba hacerlo: nunca sabía cómo empezar, ni qué hacer más allá de lanzar flechas a dianas o muñecos. A veces Lluvia pensaba que con un maestro aprendería mucho más rápido, pero nunca se atrevía a pedir ayuda; no quería molestar a los guerreros con sus problemas, mucho menos a los líderes, y por eso esperaba de verdad que se realizasen más clases como las del señor Brumm y la de aquella chica, a la que no había podido ir.

Me encogí de hombros de aquella forma tan particular en que estaba acostumbrado a hacerlo. No resultaba algo inverosímil en absoluto. Su aspecto, su condición de tullida, su actitud incluso dejaban claro que no estaba muy entrenada en el arte de la guerra. De hecho, resultaba extraño ver a niñas como ella en un ambiente como aquel, aunque sabía bien que no era la única que había.

Bien pensado, hasta Frikka parecía más entera que aquel polluelo. Al menos ella se empeñaba en intimidar, aunque nunca llegara a conseguirlo. Por supuesto, yo no era quien de desanimar a alguien como Lluvia. Capaz o no, ya había pagado un precio por su actividad en Brontë, y decirle que había pagado por nada no iba a ayudarla en absoluto.

-El tiempo y la dedicación suelen ayudar en eso -apunté-. Por supuesto, la propia constitución es una base que puede darte o no ventaja, pero nada impide cambiar las cosas.

Y, en su caso, era evidente que necesitaría cambiarlas si quería mejorar.

Lluvia bajó la vista a sus muñecas, delgadas y pálidas, huesudas, y ladeó un poco la cabeza; varios mechones le cubrieron entonces el rostro, cayendo por las mejillas. Parpadeó. Su constitución no era la constitución de un guerrero, ni lo sería nunca: siempre había sido así de pequeña, así de insignificante, y siempre sería así de pequeña y de insignificante. El hecho de que casi no se hubiese desarrollado durante su adolescencia parecía una prueba evidente, algo que afirmaba que nunca dejaría esa debilidad que desde siempre la había caracterizado: por mucho que practicase con el arco, por muchos hechizos que aprendiese, ella siempre sería Lluvia Al'Lanster, la chica que con dieciocho años parecía una niña, la niña que siempre se caía y que siempre lloraba cuando se rascaba los brazos y las rodillas, la niña que era alérgica al pescado y al marisco y a la que ahora le faltaba un ala y tenía que hacer ejercicios para que no le doliese la espalda, la que no se atrevía a nadar por si se hundía. Esa era.

—Nunca tendré la constitución de un guerrero, por mucho que me esfuerce —murmuró, sin mirar al aether. Se mordió el labio inferior un segundo—. Y probablemente no crezca más, porque en unos meses cumpliré diecinueve y ya seré bastante mayor.

Permaneció un segundo en silencio. Luego alzó la vista.

—Pero si sigo practicando, seguro que acabaré mejorando. Ya he mejorado un poco. Antes no sabía hacer casi nada; ahora sé utilizar el arco, y tengo bastante buena puntería.

Ahora solo faltaba todo lo demás.

No pude sino asentir a sus palabras. No tenía motivos para engañarla, y menos aún cuando ella misma lo aceptaba con tanta naturalidad. Aunque no era aquello a lo que yo me refería; precisamente quería decir que no necesitaba esa constitución, aunque no parecía que me hubiera entendido. En cualquier caso, estaba repitiendo lo que había dicho, así que no había motivos para aclararlo.

-Si ya has empezado a trabajar en ello, no hay más que esperar -apunté-. Todo lo traerá el tiempo.

En ese sentido estábamos al contrario. En mi caso, parecía mi constitución la que facilitaba mis mejoras. Porque, en general, llevaba una vida bastante sedentaria.

De nuevo, la aether bajó la vista, mordiéndose el labio inferior. Las palabras de Cierzo eran certeras: el tiempo podía convertirla en una guerrera si seguía practicando. Pero ¿qué pasaba mientras practicaba, mientras no era fuerte? ¿Qué iba a hacer? Los ataques a Brontë parecían ser más frecuentes de lo que había pensado en un primer momento, hacía mucho tiempo ya, cuando había llegado a Palacio. Y ella ya había perdido un ala; no quería perder nada más, ni tampoco quería perder a ningún compañero más, aunque no los conociese personalmente.

—Espero no tener que esperar mucho —murmuró. Alzó la vista—. O que no haya muchos problemas mientras espero.

Parpadeó.

Negué con la cabeza. Yo esperaba que aquello no se convirtiera en un juego de suspiros y autocompasión. Me parecía muy bien lo de compartir la cena, pero no iba al comedor a escuchar las penas de nadie. Aunque, realmente, de mi cena poco quedaba ya, y pronto apuraba el último trago de cerveza.

-Eso dependerá de tu esfuerzo -remarqué-. Para lidiar con los problemas tienes gente a tu alrededor. Mientras te apoyes en ellos sin ser completamente dependiente podrás tener una protección mientras te preparas para afrontar las cosas por ti misma.

Hice un gesto a una criada para que se acercara a recoger mi plato. Luego me volví de nuevo hacia la chiquilla.

-Se ha hecho tarde -comenté-. Debo retirarme ya. Ha sido un placer cenar contigo, Lluvia. Veremos si nos volvemos a encontrar pronto. Siempre y cuando nos dejemos ver, por supuesto. Buenas noches.

Dicho aquello, me dirigí a las habitaciones.

*Se va*

Lluvia torció una sonrisa, apenas un segundo, y después asintió ligeramente. Cierzo tenía razón, como la había tenido a lo largo de toda la conversación: todo dependía de su esfuerzo. Eso ya lo sabía.

—Por supuesto —respondió, mirando al aether. Curvó un poco los labios, amable esta vez—. Por eso intento esforzarme un poco más cada día.

Aquello, de nuevo, era cierto. Después de su última misión había aumentado el número de entrenamientos que realizaba a la semana, y aunque estaba segura de que para sus compañeros aquello no sería nada, para ella era un gran paso: a diferencia, suponía, de muchos de ellos, ella todo lo estaba aprendiendo en Brontë; no partía de una base, de un conocimiento previo, y todas sus lecciones las configuraba ella misma a base de lecturas e intentos, prácticas donde trataba de realizar aquello que los libros le explicaban.

Cuando el aether se despidió, Lluvia hizo un gesto de cabeza, como una reverencia. Sonriendo de nuevo, dijo:

—Espero que nos veamos otra vez, señor Cierzo. Que descanse.

Y sin decir mucho más, dejó que el hombre abandonase los dormitorios.
Lluvia parpadeó varias veces; luego bajó la cabeza, dejando de nuevo que varios mechones cubriesen su rostro, y se mordió el labio inferior, con más fuerza que antes, sin llegar, pese a todo, a hacerse sangre. Se pasó una mano por los ojos, frotándoselos, y tras unos segundos, se levantó.

*se va con la carta*

Debería aprender a levantar una ceja...Aunque no sería el primero en creer que soy más joven de lo que soy...¿Cómo será de alto? A ver quién es el pequenín, cara tinta.

-Supongo que si hay gente amigable no es difícil. Puede que no haya encontrado gente suficientemente interesante. Lo importante es la calidad después de todo, ¿no? -Sonrío inocentemente tras mi comentario.

Inclino ligeramente la cabeza a un lado. No es la vez que más he comido...aun así no sé por qué la gente se sorprende siempre tanto...

-Es más porque soy inquieto, la verdad es que hace bastante que no vuelo. Hay un estúpido hechizo que hace que no se pueda. Bueno... Al parecer planear sí, pero no lo he probado. -Era un tema que me seguí jodiendo. A ver cuándo me llevaba la enana esa al pueblo. Me veo tirándome desde una torre intentando planear y que resulte que Rick estaba equivocado...

-Pues un par de meses sólo, la verdad. Gerald. Mmm...Me suena haber oído ese nombre.-Por un momento una chispa cruza mi mente. -Yo soy Adain F. Stoke, es un placer.

Hago una ligera reverencia con la cabeza. Vaya, vaya...¿No será este el famoso archienemigo de Rick? Habrá que tener cuidado...Menuda semana, la novia de y el enemigo en un par de días. Me falta encontrarme a su abuela en la sala de entrenamiento o algo.



FdR: Pausa, que Gerald se ha atragantado con el chuletón. Bocados juiciosos, Gerald, bocados juiciosos.