Desaparición en las minas.

En cuanto ambos empujaron, la puerta no tardó en ceder. Era pesada, y arrastrarla por el suelo resultaba algo complicado, pero incluso un par de personas normales hubiesen podido llegar a abrirla con empeño.
La roca arañaba el suelo dejando el paso libre, finalmente, para que ambos pudiesen entrar en la habitación que tenían ante ellos: era un cuarto de planta circular y con forma de cúpula, mucho más alto y amplio que el pasillo. En el centro, un cristal de un gris apagado, grande, imponente pero opaco, se alzaba con más de seis metros de radio y tan alto que la punta se hundía en el techo también, haciendo, quizás, de pilar para la extraña estancia. De la pared sobresalían gemas de diferentes colores que brillaban cuando la luz del farol las alumbraba. Ayne podía reconocer gran parte de ellas, y su valor, pero aquello no era todo.

Varias figuras se encontraban sentadas en el suelo cuando ellos llegaron: un par de hombres de mediana edad, un chico joven y una mujer. Tenían un aspecto bastante demacrado, ellos con barba de varios días y todos con la ropa sucia, húmeda, y los labios agrietados. Todos volvieron la vista hacia Zacharyas y Ayne cuando estos entraron, con gesto sombrío, apagado, cansado, y no hicieron ningún gesto.

Cuando Ayne llamó a los que se encontraban dentro de la habitación, estos mantuvieron sus ojos hacia ella, con cansancio y movimientos perezosos, ralentizados. No obstante, ninguno de ellos parecía tener intención de ir a acceder a su petición o, al menos, a responder de algún modo. Resultaba difícil decirlo por la escasa luz que Ayne podía conseguir en aquel entorno, pero parecían tener la mirada apagada, como consumida, mientras la miraban. Aunque habían respondido a su entrada, de alguna forma era como si ellos no supiesen lo que las palabras que ella les dedicaba significaban.

En aquel momento tampoco parecía contar con el apoyo de Zacharyas, que simplemente se había alejado de ella para examinar el gran cristal del centro. Cuando el caeruleus lo tocó, no hubo ninguna respuesta por parte de la enorme gema, que permaneció, como hasta aquel momento, de un gris lechoso apagado, opaco, que parecía no reflejar siquiera la luz del farol de Ayne.

El lugar se mantenía en un silencio absoluto, en aquel momento, salvando las intervenciones y movimientos de los guerreros.

Nadie parecía verdaderamente interesado en Ayne hasta que aquella atacó al cristal central. En el momento en el que el primero de los hechizos arrancó una esquirla de la roca, haciéndola saltar, todo se puso en movimiento, de pronto. Los cuatro caeruleus del pueblo y Zacharyas parecieron reaccionar a la vez. Los civiles se pusieron a gemir, como si aquel golpe les hubiese dolido a ellos mismos, y pronto todos estaban de pie y cargaban contra Ayne a una velocidad inusual para el aspecto débil y cansado que presenciaban, algunos armados con piedras y otros con las propias manos, con una mirada rabiosa, fuera de sí.

Solo Zacharyas logró detenerse, y con dificultad, pese a todo. A ratos, el cuerpo vencía a la mente y daba otro paso, y uno de los brazos se despegó de su cuerpo sin que el guerrero pudiese impedirlo, luchando contra la fuerza que oponía, alzándose, apuntando, finalmente, a Ayne, con pulso inseguro por el temblor de la rigidez, pero con evidentes intenciones ofensivas.

Aunque se lanzaban contra ella con cierta velocidad, Ayne pudo evitarlos abriendo una grieta entre ellos y ella. Pudo ver cómo el chico joven, que iba el primero, caía en la grieta sin inmutarse ni quejarse al hacerlo, quedando encajado allí. E incluso desde su posición la miraba con los ojos desorbitados y lanzaba una de las grandes piedras que llevaba con envidiable puntería, que la hubiese alcanzado de no ser porque ella se movía. Ayne pudo, de todas formas, verla pasar al lado.

Cuando su ataque alcanzó el cristal, las voces de todos volvieron a sonar, en una especie de alarido doloroso y furioso al mismo tiempo. EL cristal, por su parte, sonaba a quebrado, y las grietas comenzaban a recorrerlo. No obstante, pese a que los trozos iban cayendo con los ataques, su evidente grosor y dureza hacían que no cayese solo con aquello. Y para cuando Ayne quiso darse cuenta, uno de los hombres y la mujer corrían hacia ella por otra ruta viable a la que el brrogëo no había llegado mientras el otro se dirigía hacia el cristal para interponerse entre la guerrera y él y el chico trataba de salir de la grieta con torpeza.

En aquel preciso momento Ayne pudo ver, también, como el hechizo de Zacharyas, más peligroso que cualquier roca que pudiese ser lanzada por los caeruleus, volaba peligrosamente hacia ella.

Mientras Zacharyas trataba de librarse de aquella sensación hipnótica, haciendo progresos muy lentos, Ayne mantenía su pequeño cuerpo en movimiento, huyendo de aquellos que la seguían, entorpeciendo su avance abriendo el suelo, con su meta puesta en el gran cristal gris opaco del centro.
Cuando detuvo el hechizo de su compañero, el baadha se rompió, disolviendo con él el hechizo, dejando a la guerrera sana y salva. Ayne pudo, por tanto, lanzar una nueva ofensiva contra el cristal. En aquel momento, sin embargo, uno de los hombres se encontraba junto a la enorme gema, por lo que cuando el hechizo lanzado por Ayne desprendió más fragmentos fue él el que recibió los golpes, comenzando a sangrar por un lateral de la cabeza.

Con aquel tercer golpe, se había desprendido una buena capa de una zona concreta del pilar a algo más de dos metros de alto, y allí podía verse una evidente división de componentes. El cristal exterior era de un gris lechoso, pero una veta de un color violáceo comenzaba a entreverse en aquel punto concreto, e irradiaba un leve fulgor que la hacía visible cuando Ayne no apuntaba con su farol en aquella dirección.
En cuanto aquella zona quedó desprotegida, antes de que el guerrero pudiera unirse a la ofensiva contra el cristal, los caeruleus se desplomaron, inconscientes, allá donde estaban. Solo había uno, en aquel momento, que permanecía en pie: aquel al que el cristal consideraba en aquel momento de mayor utilidad.

Zacharyas Blacksmith.

El caeruleus alzó la mano de nuevo hacia Ayne, moviéndose al mismo tiempo hacia el pilar, situándose junto al hombre inconsciente desplomado en la base, y desde allí clavó sus ojos oscuros en Ayne, con el rostro inexpresivo, preparado para defenderlo.

-Âchnam -siseó, y de nuevo una bola oscura partió en su dirección.

De nuevo, Ayne logró evitar aquel ataque, lanzando dos nuevos que destrozaron casi la totalidad de aquella capa exterior del cristal, dejando al descubierto más de la zona que emitía luz. Por otro lado, a medida que golpeaba los puntos, el techo parecía vibrar un poco, y se escuchaba el sonido de la roca crujiendo de modo sospechoso. Al fin y al cabo, aquella gema gigante se encontraba en el centro, haciendo, de alguna forma, de pilar central, sosteniendo la estancia.

Los ojos de Zacharyas, por otro lado, se desorbitaron, y el guerrero jadeó con dolor y rabia, lanzándose a la carrera hacia Ayne, a la que alcanzaría en pocos segundos, con una agilidad poco dada en sus gestos habituales. Sus ojos emitían también un brillo extraño, violáceo, ponzoñoso, como aquel que salía de forma cada vez más evidente de la gran gema central.

-¡GARVES! -llamó primero, cegándola-. ¡ULD! -decía luego, y cinco elementales lo rodeaban, sin que Ayne pudiese tener claro si los lanzaba o no, ni su trayectoria.

En mitad de su carrera a Ciegas, Ayne pudo sentir cómo varios de los uld la golpeaban de el pecho y la cabeza, llegando a hacer que perdiese el impulso por un momento y que sintiese el sabor a sangre en la boca llegando desde la comisura, pero también sintió cómo su arma encontraba algo que golpear cuando lanzó el ataque. Recuperó la vista para ver a Zacharyas apuntándole directamente a la cabeza, a una distancia tan corta que podría llegar a hacerle mucho daño. Sin embargo, su mano temblaba, y tenía los dientes muy apretados y el gesto contraído.

-Â...ch...n...

Ayne tuvo tiempo a hacerlo. Pudo lanzar un último hechizo antes de que el de su compañero partiese en dirección a ella, y con aquel golpe el cristal cedió, explotando, liberando un fuerte chorro de luz y luego apagándose, y en aquella ocasión fue Zacharyas el que cayó arrodillado mientras la estancia comenzaba a temblar de forma un tanto más peligrosa, inestable.

Un par de los caeruleus del suelo comenzaron a moverse levemente. Otros dos, sin embargo, seguían completamente inmóviles, y el que estaba junto al pilar estaba medio enterrado entre los escombros del cristal y los hechizos.

Pese al temblor de suelo y paredes, no les fue difícil sacar de allí a los cuatro caeruleus. El hombre inconsciente al que Ayne arrastró fuera parecía ser el que en peor estado se encontraba, debido a los golpes de la trifulca. Presentaba algunos cortes sangrantes en brazos y piernas y una brecha no muy grande en la cabeza. Los otros tres, sin embargo, ya estaban completamente despiertos cuando se alejaron tanto de la sala como para no estar en peligro por el desmoronamiento. Todos ellos parecían débiles, ojerosos, y tenían los labios algo cortados por deshidratación, pero estaban vivos.

El más joven de ellos tuvo que pararse para apoyarse contra una pared, llegado el momento, jadeante.

-¿Qué era todo eso...? -inquirió a los guerreros, con cierta debilidad. Era el primero que hablaba-. ¿Por qué estamos aquí? ¿Qué ha pasado?

El herido, por su parte, debía ser tratado para evitar el sangrado. No eran heridas importantes, pero su aspecto tampoco era demasiado saludable, por lo que la mejor idea parecía estabilizarlo un poco antes de seguir.
Todavía faltaba bastante para llegar al pueblo.