Desaparición en las minas.

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Tras las duras palabras de la guerrera, la pequeña comitiva no tardó en reanudar la marcha. Los tres caeruleus avanzaban tras Zacharyas, con gesto cansado y pasos lentos. A veces trastabillaban, pero lograron, pese a todo, seguir un ritmo aceptable que, al cabo de una media hora, los plantó de nuevo frente a la escalinata que subía al piso superior. Allí el avance se dificultaba, pues uno de los civiles seguía inconsciente, y trepar con él a la espalda para pasar por un hueco tan estrecho parecía complicado e incluso peligroso. Corrían el riesgo de cometer algún fallo, y la caída era suficientemente grande como para no ser admisible.

-Eres Blacksmith, ¿verdad? -inquirió el hombre de mediana edad que estaba despierto con tono cansado, tras haber estado buena parte del viaje mirando de reojo a Zacharyas-. El hijo... del herrero. Creía que habías dejado el pueblo definitivamente.

Calló, sin embargo, tras una mirada incisiva de la mujer, que no dijo nada y comenzó a subir las escaleras en primer lugar.

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Ayne avanzaba en un silencio sombrío, sin prestar atención a los que iban con ella más que para asegurarse de que no se detenían. Al llegar a la escalinata, echó un vistazo arriba y luego al chiquillo y su carga, indecisa. Acabó por, llegado su turno, empezar a subir.

Cuando estaba a media altura, se volvió hacia el chiquillo y le tendió una mano, reclamando parte del peso del que no se movía. Ella tiraba y el chiquillo sostenía, y así podrían subirlo. Porque aquel loco no despertaba.

Una vez arriba, podrían continuar la marcha.

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Zacharyas asintió a lo que el hombre preguntaba, serio y poco atento, pero sin centrarse mucho más en él, pues tenían cosas más importantes a las que atender. Tras la mujer, Ayne comenzó a escalar, y él esperó. No contaba con la oferta de ayuda, pero se encaramó un poco a la escalera para permitir que ella agarrase en parte al hombre y trató de, a partir de aquel punto, subir con ella. Una vez llegasen arriba dejarían el paso libre para los que quedaban, y para ayudarlos en caso de que lo necesitasen.

Por una vez, de algún modo, Zacharyas ya no buscaba dolor o sufrimiento. Sentía la amarga sensación y el mal humor de querer acabar con aquello enseguida y dar parte a Brontë y regresar a casa.

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Trabajando entre los dos, los guerreros llegaron a la cima de las escaleras y pudieron pasar al hombre inconsciente por el hueco. De nuevo, de allí en adelante, el avance fue lento, pero sencillo. Y aunque tardaron un tiempo en alcanzar el exterior y necesitaorn algunas pausas breves por la salud delicada de los civiles, Zacharyas y Ayne consiguieron llegar nuevamente al pueblo, donde algunos vecinos y un médico no tardaron en salirles al paso para encargarse de los caeruleus.

Antes de irse con el resto, la mujer metió la mano en uno de sus bolsillos y entregó a Ayne en agradecimiento una gema de color rojo intenso de las muchas que había incrustadas en la pared de la cueva: un rubí que ocupaba el puño completo de la parvus. A Zacharyas le dedicó, por su parte, un asentimiento suave y una breve sonrisa. Luego se marchó con el resto.

MISIÓN CUMPLIDA

Recompensa:

-3 puntos de experiencia para Ayne
-2 puntos de experiencia para Zacharyas
-Un rubí con un precio en mercado nada desdeñable
-Un gesto de aprobación de parte de una mujer del pueblo
-Más prestigio para Brontë
-Alguna cosa más en cuanto los heridos se mejoren, seguramente

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