Balcones

Tenía la mirada perdida, medio hipnotizado por el sonido de la lluvia y por el humo serpenteando ante él antes de quedar atrapado en una corriente de aire y disolverse. Su mente estaba mas lejos, pensando en días de sol. El verano aquí había pasado muy rápido. Los hombros le pesaban y todo su cuerpo parecía entumecido cuando una voz le hizo volver en sí.

Se fijó en la figura que acababa de entrar, un joden alto de pelo negro y rostro serio. Se incorporó algo sobre la barandilla. No recordaba haberlo visto, aunque tampoco había hecho mucho por confraternizar con sus compañeros de Brontë.
Asintió de una forma algo seca al joven, debatiéndose internamente entre decir algo o no. Una voz interna le obligaba a interactuar y finalmente su mejor reacción fue mirar al desconocido ofreciéndole la cajetilla de tabaco con un cigarro asomando ligeramente, con los labios tan prietos como les permitía el cigarrillo que sostenían.

Sabía que eso no bastaba pero era un comienzo. Notaba el brazo extendido tenso pero mantuvo la mirada y alzó una ceja.

Cuando cogió el cigarro sintió que se aligeraba algo el peso en los hombros. No le gustaba relacionarse con gente extraña, mayormente porque nunca sabía qué decir. Un gruñido y un asentimiento como respuesta a sí tenía fuego parecieron confirmarlo, pero el cansancio de ese día parecía embotarle los sentidos y se veía con fuerzas de tratar de conversar con algo más de normalidad de la acostumbrada.

Se guardó la cajetilla de tabaco y empezó a palparse en busca de las cerillas, las acababa de guardar y ya las había vuelto a perder. Emitió un gruñido frustrado dando otra calada. Finalmente las encontró y se giró hacia el joven.

-Cap- -Se interrumpió. -Shirokiba Jizō -La costumbre de años no se quitaba tan poco tiempo. Una voz en su cabeza le remarcó que si no se relacionaba con nadie nunca lo haría. -Llevo aquí sólo unos meses...Supongo que es normal que no nos conozcamos. -Añadió con su voz rasgada. Con la mano que sostenía las cerillas abrió la caja y con un hábil movimiento de dedos encendió una y ofreció la llama a... al hombre de pelo negro.

Se recolocó algo tenso en el sitio y se forzó a seguir hablando procurando parecer natural.
-Yo tampoco sé el tuyo. -Logró decir finalmente.

Una vez se ha encendido el cigarro apaga la cerilla y la arroja hacia la lluvia. Decide guardar la cajetilla junto al tabaco, a pesar de que odia el ruido que hacen los dos paquetes cuando chocan al caminar. Total, no pretende moverse de ahí en un rato y seguramente no tarde en encenderse otro.
Vuelve la mirada a la lluvia echando el humo por la boca. Nota la mano con la que encendió la cerilla más cálida que la otra. De alguna forma le molesta, aunque puede deberse al cansancio que algo así le incomode.

-Pues no me he fijado. -Da una calada más y le echa un rápido vistazo para asegurarse. Se preguntó si llamaba tanto la atención o si es que se fijaba mucho en los novatos.

Unos años. Entonces era más que veterano, probablemente llevara en Brontë casi desde el principio.

Asintió ante su nombre.
-Lo recordaré. -Dijo simplemente. Casi sonrió cuando le preguntó su procedencia. Qué diplomático. Asintió con la cabeza dando otra calada. -Sí...- añadió-, de Lumen. -Casi sintió que se transportaba a otro sitio al decirlo en voz alta.
Sin apenas girarse volvió la vista a él y añadió con voz ronca. -¿Y tú? ¿Dónde naciste? -Era raro ver una muestra de tacto así, por lo que merecía ser correspondida. De haber tenido que apostar, Shirokiba habría dicho que era un flamma. Y llevar en Brontë tantos años justificaría su bronceado. Pero claro, quién sabe.

El ruido de la lluvia le relajaba bastante y la seriedad de Cierzo también supone un respiro. Ignora el ligero dolor de cabeza que había ido apareciendo con cada calada.
Cuando responde su procedencia no puede evitar arquear una ceja y volver a mirarle.

-Nunca lo hubiera dicho. -Da una última calada y lanza la colilla. Observa el arco que dibuja hasta que se pierde en la lluvia. Cada vez hay menos luz por lo que se ve obligado a centrarse más en su acompañante. -Y de la capital...¿No es difícil moverse por allí? -Era más que evidente que no tenía alas. Sabía lo justo de Ventus pero tenía claro que poder ir por el aire facilitaba bastante las cosas.

Haber guardado todo junto le facilita bastante sacar otro cigarro con agitar un poco la cajetilla. Lo coge con los labios y coge las cerillas. La caja parece muy pequeña en su mano. Repitiendo el movimiento de antes enciende una cerilla y se ayuda con la mano libre para encender un cigarro. Se detiene un instante, casi haciendo que la llama se apague. Le ha pedido fuego.
Mira al joven de nuevo con un gesto de extrañeza algo más evidente que el resto de sus expresiones.

Se muestra bastante interesado el los detalles sobre Ventus. No ha tenido muchas...bueno, ninguna oportunidad de viajar, por lo que le fascina cada detalle. En su rosto apenas cambia nada pero sus ojos chispean.
Sigue preguntándose qué es exactamente el joven pero no le interesa tanto; cada cual con lo suyo.

-Supongo que es más cómodo. -Dio una larga calada cerrando un instante los ojos antes de echar el humo. -Incluso para los que tienen alas. Las ciudades grandes no parecen cómodas para ir volando.

Las ciudades grandes, al menos en las que había estado, eran más bien edificios apretados, como concentrando todas las cosas en un punto pequeño. Sólo que no eran pequeñas.
Eran perfectas para moverse por los tejados rápidamente, pero si tienes dos metros de envergadura de alas no te debe de compensar mucho.

Me recoloco en el sitio. Ahora que he cogido carrerilla me obligo a seguir. Carraspeo y lanzo la primera pregunta que me viene a la cabeza antes de perder el interés. -Y...¿No se te hizo raro venir a Brontë?

No era el colmo de la originalidad pero era un paso. Mira al suelo como si tanta interacción le cansase. No tiene muchos más sitios a los que mirar, la verdad, a su alrededor todo está ya demasiado oscuro.

Escucha atentamente la explicación del joven, mirándole con cierto recelo. Era como si quisiera mantener el misterio. En cualquier caso saber de otros sitios nunca estaba de más, sobre todo si era de primera mano.

Se obliga a sí mismo a mantener la mirada cuanto más tiempo pueda en su interlocutor y asiente cuando toca para remarcar que escucha.

Cuando empieza a contar cosas de su familia confirma la ascendencia flamma, más que evidente. Shirokiba no puede evitar mirarle con curiosidad, aunque poco destaca este sentimiento en su cara poco acostumbrada a ellos.

Aprovecha para dar una calada en la pausa y justo Cierzo comienza a despedirse. Se yergue y hace un gesto firme con la cabeza, frunciendo ligeramente el ceño, a modo de despedida.

-Lo mismo digo, Cierzo. -Se aclara la garganta mientras levanta la mano con el cigarro y hace un gesto con la cabeza. -Yo me quedaré algo más. -Asiente a modo de despedida una vez más.
-Buenas noches. -Añade

Una vez se ha ido vuelve a apoyar todo su peso sobre la barandilla, sintiendo su frío, y da una larga calada de alivio. Hablar con extraños le agotaba mentalmente y ese día estaba ya bastante machacado.
Mirar al frente se había convertido en mirar a una siseante oscuridad con olor a lluvia. Todo el ambiente relajante de cuando había luz había desaparecido, por lo que poco más que por fumar merecía la pena quedarse.
Ante la idea de ir a acostarse apuró el cigarro en un par de largas caladas que le llenaron de calor como un abrazo y lanzó la colilla como había hecho con la anterior.

Tosió un par de veces y se sopló las manos para calentarlas. Esa noche pasaría de la cena.


*fin de escena*

Ahora que el sol baja, comienza mi turno, pero antes, decido revisar el correo. Tengo un par de cartas.
Me apoyo en el balcón y las abro.

Leo la primera, de mi hermano.

CARTA DE EFESTO. :

Le doy la vuelta a la hoja con modorra. ¿Solo esto? Suspiro. Podría mandarme un par de monedas, pues todo lo que gano se lo envío a Summer para los niños.

En fin. Abro la otra carta. Es de Summer.
Observo un carboncillo con la estampa de los niños y de ella. Aquello me hace sonreír. Están enormes.
Se me arruga el rostro en un gesto compungido de rabia por no poder estar allí con ellos, lejos de sus vidas. Leo.

CARTA DE SUMMER:

Aquello me preocupa mucho más. No por Summer. Sé que es una mujer fuerte y podrá arreglárselas hasta que mis padres mueran. Pero lo de ese tipo... ¿Quién será?

Me abanico con las cartas y chasqueo la lengua. Otra vez problemas.
En cuanto la palabra "problemas"  me cruza la mente, el recuerdo de Silvanus Kettleburn lo hace también. Aún recuerdo sus palabras en este mismo balcón. "No abuses de mi benevolencia". Aquello había sido lo último que le escuché decir a aquella rata. Su mirada altiva y fría en el juicio donde perdí la mano... Ni si quiera habló. Estaba allí, estático y vestido como un príncipe. Mirándome con altanería. Recuerdo verlo desaparecer justo antes de ser llevado a la sala del verdugo dejando un rastro de burbujas azules y rosas.
Arrugo el rostro. Aquella vez había sido la última vez que había visto a aquella sabandija, origen de todos mis problemas.

Me relajo. Ahora está muerto. No puede molestarte más, Alex. Ahora está muerto...
Releo la postdata de Summer una y otra vez. ¿Quién podrá ser esa persona? Mierda. Definitivamente, tengo que irme a Caligo, pero... ¿cómo?

*se queda*



*¿El Palacio de Aren se llamaba así, no? Sino, lo siento.

Camina despacio por los pasillos aunque no quiere retrasarse de nuevo en llegar a las habitaciones. Al pasar por los balcones nota el aire frío colarse dentro. "¿Todavía no han cerrado esto?" y se acerca para hacerlo ella misma, uno de los dejes que han quedado tras su tiempo en el servicio.

Entonces ve que hay una persona girándose para volver dentro y conoce esa cara. Ya es tarde para pasar de largo.

-Hola Alexander -Está seria y se agunata un poco el frío. Se agacha suavemente para retirar el cerrojo que mantiene una de las hojas asegurada y su trasero se eleva y redondea, haciendo que su coto pantalón ascienda por el muslo, ciñéndose a la piel. Luego se eleva de forma fluida y armónica para tirar de la puerta acristalada.

Me giro, algo atolondrado. No esperaba a nadie. Guardo las cartas en el bolsillo de atrás del pantalón y me recuesto contra la barandilla, observando con toda la parsimonia y tranquilidad la fantástica visión que Aloe me está proporcionando. Me repaso la lengua en silencio y dejo pasar los segundos hasta que la chica se recompone de su tarea.
—Hola, Mion —hacía tiempo que no coincidíamos. Entre que ella es guerrera y diurna y yo del servicio y nocturno, reconozco haberme olvidado de su existencia hasta este momento.
Chasqueo la lengua con algo de desagrado al admirarla de nuevo—. ¿Qué quieres? No deberías estar despierta y sola por aquí a estas horas —acierto a decir. Su color de piel me irrita.

Pretende dejar ahí la conversación, ignorando si se queda o se va. Sin embargo, el caeruleus vuelve a hablarle. Toma aire y lo mira después de ajustar la hoja de la puerta en su sitio.

-Ya sabes que un guerrero puede tener el horario que quiera -Comenta con calma, acercándose a la otra hoja para volver a agacharse-. y también sabes que el turno de noche del servicio empieza a las en punto -Le recalca, mirándole a los ojos. El cerrojo hace un ruido seco y la claritas vuelve a erguirse para arrimar la otra hoja.

La observo a ceja alzada de arriba abajo y me ahorro el comentario sobre su aspecto de "guerrero". En fin—. Tienes razón, supongo —en cuanto me reprocha mis horarios, dejo salir una leve risa suave y corta.
Decido moverme en silencio a su alrededor, tomándome mi tiempo para pensar una línea de actuación con esta chica. ¿Me sirve de algo? Vamos a investigar.
—Cuéntame, querida Mion —paladeo el aire—. ¿Qué ha estado haciendo la "sirvienta ascendida" todo este tiempo? Puedes contárselo a este "guerrero caído" —tomo aire con fuerza para dejar patente mi respiración cercana, aunque manteniendo las distancias.
Quizá esta tonta pueda iluminarme el camino para salir de Brontë hacia Caligo de algún modo, aunque honestamente: lo dudo muchísimo.

Se detiene en su camino con la hoja al notar como el caeruleus se acerca para hablarle y se le queda mirando. Suspira.

-No me apetece contarte nada, Alexander -Se limita a responder. Ha tratado con él otras veces. Sigue con su tarea autoimpuesta hasta dejar únicamente el hueco para su cuerpo entre la hoja ya cerrada y la que está a punto de cerrar.

-Mejor no tardes en entrar o cogerás frío -Le indica con neutralidad, apartándose de la puerta y dejándola entreabierta para que el caeruleus entre si quiere. Luego le da la espalda para seguir su camino a las habitaciones.

*se va*