Observatorio.

Asiente a sus palabras. El caeruleus siempre es bastante fanfarrón al hablar, con lo que no se toma en serio su siguiente comentario y ríe un poco. Lo mira y frunce el ceño con gesto de molestia, pero entretenida. No se lo toma en serio.

—Seguro que te la cortó una chica a la que intentabas meter mano —Le responde, divertida, con un tono algo picajoso. Luego lo mira pasear.

—Porque hay que mantenerlo limpio. Estamos aquí para eso. Si no limpias, no va a seguir limpio. ¿Prefieres que te echen a la calle y perder tu trabajo? —Le responde, tirándole el paño a la cabeza desde el altillo del telescopio. —Qué descuido, ¿crees que puedes devolvérmelo sin cansarte? —Bromea.

Frunce el ceño con cierto desagrado al escuchar la historia del caeruleus aunque sepa que es una historia falsa para pasar el rato.

—Entonces esa chica hizo una buena obra. Aunque yo te habría llevado a un circo. "El increíble caso del hombre pulpo". Seguro que ganaba mucho dinero con eso —Responde mientras carga un pequeño cubo con agua escaleras abajo.

—Los boros hacen bastante limpiando el polvo, pero también dejan pisadas por todas partes, al igual que los guerreros. Dejan marcas de manos, restos de comida y demás. Como sigas así voy a pedir que te pongan a lavar platos todo el día en la cocina —Regaña un poco, pese a seguir con un tono amigable y distendido.

Acaba por pasar a su lado y sacarle el trapo de la cara, volviendo a darle con él en el hombro antes de llevárselo para humedecerlo. Se agacha hacia el caldero, de forma que su falda se tensa hasta casi llegar al borde de sus muslos y hunde el trapo en el agua, escurriéndolo luego para dejar que las gotas sobrantes caigan. Se pasa una mano por la frente antes de erguirse y, cuando lo hace, todavía hay alguna gota de agua que recorre sus manos hasta caer al suelo.

—Venga, mientras yo acabo de fregar las mesas podrías ir fregando el suelo —Le indica algo más seria. Tiene ganas de acabar el trabajo.

Pensaba salir de nuevo a correr fuera cuando vi cómo un Cierzo se escapaba por las escaleras de caracol hascia el observatorio y allí me fui tras él. Hace tiempo que no le dedico tiempo.

Subo dando pequeños saltos y llego arriba con ánimos. Me acerco sin decir nada, casi a urtadillas, pero ya cuando estoy cerca del escritorio abro los brazos con entusiasmo.

—Cierzooooo —Saludo dejándome caer encima de su chepa, soltando los brazos por encima de sus hombros. Debe estar escribiendo o algo, pero es igual.

—Una maligna fuerza nos ha mantenido lejos. Pensé que te habñian secuestrado en el bando estúpido de Brontë —Comento, divertido, frotando la cabeza en su espalda. —¿Qué haces? —Apoyo la cabeza en su hombro para mirar por encima. Qué pereza me da ver tanta letra.

Cosas de esas ultra oficiales de su casa, qué asco. A veces parecía tener un cuartel general en lugar de una familia.Por una parte parecía más útil que las tonterías familiares habituales, pero tantas responsabilidades estúpidas me saturaban demasiado y eso que ni siquiera eran mías. Aunque lo de Dehnel fue una gran noticia.

—Tú sí que sabes cómo hacerme feliz —Bromeo, apoyando la sien contra su cabeza mientras mantengo el mentón sobre su hombro izquierdo. —Dile que venga de visita, seguro que apañamos algo —Bromeo.

Me paro a pensar un momento en su pregunta.

—No mucho. El viejo ahora me está obligando a hacer recuento de síntomas y tonterías, pero seguimos como siempre. A veces voy, me hacen gritar una hora y apenas se despega un centímetro. Pero es más rentable tomárselo con humor —Le explico. Luego me yergo y le doy unos golpecitos sobre los hombros para luego sentarme en la silla contígua.

—Se ve que sigue llegando gente. He conocido a un crío y a una chica nueva. Los dos flamma. Al crío sólo lo he visto el otro día y es bastante rarete. La chica te caería bien, se llama Vest. Tengo que presentártela. Tiene unos cántaros de impresión —Comento, repiqueteando con los dedos en la mesa, acomodado.

Sonrío con su comentario de que no dejará de llegar gente. Es eso que sabes pero por alguna razón nunca asimilas del todo. Debe ser porque llega más gente nueva a este palacio de las que se alista normalmente en una legión en el mismo periodo de tiempo. También influye la falta de rangos. Lleves aquí un o cinco años siempre te toca cruzarte con novatos.

—Yo vine buscando pelea así que casi prefiero a los que vienen informados y no se quedan pálidos al escuchar que aquí pasan cosas —Comento siguiendo su línea. Frunzo el ceño por su queja.

—¿Quéle quieres? Esos lagartos son una plaga cada vez más grande. No tengo la culpa de que todas las tetonas tengan la misma procedencia. Aunque eso de la piel suave y caliente tampoco me molesta —Añado, entretenido. —¿Un piscis que no se aleja del crío o de la tía buena? Porque ya me haces dudar de tus gustos viendo que ninguna te hace tilín —Pico, dándole con el pie en la pierna.

Miro como le cambia la cara antes de que e pregunte y la verdad es que lo he apartado totalmente de mi cabeza. Me quedo callado un momento y pierdo la vista en otro sitio, como intentando recordar algo trascendente.

—Mientras me decidía a preocuparme en bajar o no ya se había largado. Me habría gustado saber qué se le pasa por la cabeza. Igual me habría ayudado a aclararme —Acabo por reír, con un deje algo amargo. No dejo de verme algo en común con Errald. Vuelvo a mirar a Cierzo, apoyando la cabeza en la mano.

—¿Es que se supo algo más? He estado bastante perdido —Pregunto.

—Papi Cierzo. Eso te pasa por tener esa cara de gruñón responsable. De todas formas lo del pueblo ya lo sabíamos desde hace mucho —Comento con una sonrisa cómplice y divertida. Apoyo los pies y me echo hacia atrás en la silla, balanceándome.

Escucho lo de Errald. Así que lo habían cogido. Por la forma que había desaparecido pensaba que se habrían encargado de él al encontrarlo más tarde, no que no hubiese llegado a salir de Brontë. Me ataca una horrible sensación de cárcel y de repente me da bastante repelús quedarme aquí dentro.

—Entonces habrá que preguntar. Aunque sea para dejarlos en evidencia si se lo han cargado —Sentencio. La sensación de rabia por no poder satisfacer mi curiosidad con el parvus aumenta al pensar en que lo hayan sacado de en medio. Niego con la cabeza.


—Dices que te han estado molestando últimamente. ¿Han intentado tocarte la fibra sensaible poniendo pucheros? Se ve que no te puedo dejar solo —Comento, retomando un tema más distendido. Entonces me dejo caer hacia adelante para que la silla vuelva a apoyar sus cuatro patas, acordándome de una cosa.

—Por cierto, ¿has estado con Frikka? —Pregunto.

Al parecer es un tipo más peculiar de lo que parecía. Si no se lo han cargado pues mejor, digo yo. Lo miro algo sorprendido. Si llego a saber que la enana iba a salir en el tema no me habría adelantado.

—¿Frikka estaba con él cuando intentó largarse? Tendré que preguntarle entonces —Dejo estar el tema. Entre unas cosas y otras estoy perdiendo control del entorno. A este paso me matarán en la cama y se me acabó la tontería.

Cuando dice que ha visto bastante a Frikka casi llego a sentirme algo avergonzado. Como cuando tienes una cita y lo recuerdas al día siguiente.

—¿Y cómo la ves? Las últimas veces que me he cruzado con ella parecía no levantar cabeza —Le acabo preguntando. Empiezo a pensar que soy yo que la pongo de malas como al resto.

No puedo evitar aliviarme cuando me dice que está mal en general. Hay que ser consciente de que uno no es un modelo de altruismo. Aunque esto me hace pasar a la otra vertiente: de verdad se me ha roto.

Sonrío con su propuesta. La verdad es que no niego haber pensado algo parecido.

—El chaval este -que, por cierto, se llama Kyoti- me dijo que la conocía y la verdad es que pensé en que sería un buen candidato para echarle un amigote; pero creo que es muy paradito como para que Frikka tenga mayor interés. Sé que había teniado algún rollito con un flamma hace un tiempo. Tenía la cara agujereada de hierros y pinta de bobo, pero no sé qué fue de él. Se ve que no cuajó la cosa —No sé en qué momento la conversación a pasado a "parejas de Frikka", pero aquí estamos.

—Le daré algo de conversación cuando la vea. La última vez no estaba muy habladora —Acabo comentando. Luego suspiro y me dejo caer sobre la mesa, estirando lo brazos.

—Que aburrido estoy de todo —Me quejo, bastante infantil. Ya hacía tiempo que no me aguantaba.

Niego con la cabeza, resabido.

—Por eso es demasiado paradito. Necesita a alguien que la espabile un poco —Comento, divertido.

Remoloneo sobre la mensa un poco, estirándome y apoyando la cara de frente o de lado, buscando la mejor postura.

—Estuvo bien. Sobre todo al principio cuando podíamos parar en varias tabernas —Respondo con una sonrisa pícara. —Me vale con unas cervezas. Hace tiempo que no tonteamos borrachos. Esas cosas de la vida no se pueden perder —Bromeo con la cara contra la madera y gesticulando con los dedos; negando con el índice. —Además aun no me has dicho a qué te dedicas en mi ausencia además de a quejarte de las niñas —. Me yergo entonces y vuelvo a repasar sus papeles.

—¿Te corre mucha prisa todo esto? —Por lo menos darle margen al señor.

Siempre espero que, en lo que tardo en volver a preguntarle, le haya pasado algo gracioso que contar, pero sigue siendo el mismo aburrido de siempre. Sin embargo, me despierta la curiosidad cuando saca algo del bolsillo y lo pone sobre la mesa.
Lo miro un momento. Es una bola oxidada. Me acerco a ella y luego miro a Cierzo. Vuelvo a alejar la cara del aparato.

—Cierzo, tío, ya sé que te sientes solo, pero de ahí a tratar a una bola como a tu mascota... —Le digo, incrédulo y picajoso. Empujo la bola con un capirotazo y al final la acabo cogiendo para pasármela entre las manos.

—Yo te acompaño a donde sea, pero ya me explicarás por qué quieres buscar a una familia de pelotas metálicas —Lo agito un poco. —No, en serio, ¿qué se supone que hace? —Pregunto intrigado. Como ha confirmado él mismo que los papeles quedan para otro día, espero ansioso su respuesta.

Se toma su tiempo mientras recoge y me tiene esperando hasta que acaba de ponerlo todo ordenadito como al señor le gusta. Al final me acaba quitando la bola con uno su cara de gruñón y le hace un conjuro para que acabe siendo un canijo metálico y queda firme delante de nosotros.

—... Definitivamente te sientes muy solo —Cocluyo. Luego acabo por reír y levantarme para toquetear al bicho metálico. —Bueno, pero está bastante chulo. ¿Tiene nombre? ¿Te llama "maestro"? —Bromeo, dándole un tono burlón a la última palabra. Acabo dando un par de golpes en la cabeza del bicho con los nudillos.

—La verdad es que está bien como carne de cañón. ¿De dónde lo has sacado? —Pregunto, apoyándome en la cabeza del autómata. El viento golpea la ventana y me hace mirar fuera un momento. —Bueno, me lo puedes ir contando entre birra y birra o se nos va a hacer de día —Propongo.