Observatorio.

De nuevo, me mantuve en silencio, firme, escuchando. Parecía que pronto tendría que ponerme en marcha de nuevo. No me vendría mal. Una excusa tan buena como cualquier otra para explicarle a Nýa que tendría que ocuparse ella sola de sus asuntos amorosos. Después de todo, yo no estaba en Brontë para establecer altas relaciones sociales. Y, que supiera, Dehnel tampoco.

Asentí, conforme.

-Gracias, señor. Llevaré a cabo el papel que se me confíe. Aunque, ya que se trata de "mi caso", me gustaría poder conocer la información y escoger mi propia función en las incursiones. Siempre que sea posible, por supuesto.

El regalo me tomó un tanto por sorpresa, y me contuve para no alzar una ceja, mientras examinaba aquella cosa. De pronto, tenía a mi servicio al más hábil de los mayordomos. Desde luego, como regalo era magnífico.

-Gracias, señor -repetí-. Le daré buen uso. Aunque quizás este trabajo no sea el más adecuado para estrenarlo. No me gustaría que cayera en manos ajenas. De todas formas, puede serme útil en otras ocasiones. ¿Tiene datos más exactos de sus habilidades?

Eso es. Tengo ganas de asentir para mí, aprobando su eficiencia, pero no lo hago. Una vez más, dejo que se exprese en silencio, inmóvil de nuevo, observándolo a unos tres metros.

-Te darré la inforrmación cuando llegue el momento, porr supuesto. Serrás el primerro de los guerrrerros en saberrlo. Es lo que debe serr -. Avanzo hacia él, luego, recorriendo esos metros que nos separan. Mientras lo hago, hurgo en varios de los bolsillos de dentro y fuera de michaqueta hasta dar con una hoja plegada que le ofrezco-. Ahí deberrías tenerr todo lo que necesitas saberr. Perro si tienes alguna prregunta más, hazme llamarr y estarré encantado de rresponderrla siemprre y cuando sea perrtinente. Ahorra, sin embarrgo, debo excusarrme, Cierzo. Como podrrás comprrenderr, hay otrros muchos asuntos que nos atañen ahorra. Perro ha sido un placerr volverr a verrte -indico, calmado.

Con una inclinación de cabeza me despido. Antes de desaparecer llego a pronunciar, además, un "buenas noches".

*se va*

El parvus parecía satisfecho con mis servicios, así que no había mucho más que hablar. Asentí a sus palabras y tomé la hoja que me tendía, examinándola por encima antes de volver a mirarlo. Eran datos interesantes.

-Estaré pendiente de cuando se me llame -aseguré-. Puede contar con la total disponibilidad de mis servicios, señor.

Aunque, por supuesto, ninguno de los dos estaba interesado en tareas conjuntas en aquel momento. Lo disculpé en seguida cuando dijo que debía marcharse. Yo, después de todo, también debía dirigirme a mis habitaciones. Me habría gustado poner a prueba a mi nuevo compañero, pero parecía evidente que la luz del día sería mejor compañera para hacerlo.

Así pues, algo después de que el líder Brumm abandonase la sala, yo me dispuse a hacer lo mismo.

*Se va*

El día no prometía mucho. De hecho, estaba más que silencioso. Desde el observatorio resultaba curiosa la visión del paisaje blanco. La nieve, que caía sin pausa, parecía amortiguar todos los sonidos y hacía el día más oscuro. Corbin había experimentado pocos inviernos tan fríos, pero no tenía costumbre de quejarse.

No tenía muy claro por qué había escogido aquel lugar para relajarse. No podía decirse que fuera muy a menudo por allí, pero de vez en cuando subía a aquella torre. No solía preocuparse demasiado por observar el cielo, y los libros de aquella sala tampoco le llamaban demasiado la atención. Pero era un lugar poco concurrido, silencioso, y se hacía agradable para disfrutar de la lectura.

*Se queda*

Lluvia avanzaba con pasos lentos por las escaleras de caracol que daban al observatorio, cargando consigo los mismos libros que ayer había llevado a la sala común. No había estado muchas veces en el observatorio, pero aun así le parecía un lugar interesante: si te gustaba la astronomía, entonces era un buen lugar para investigar. A ella le gustaban las estrellas, sí, pero apenas sabía de ellas, así que por eso no iba muchas veces hasta allí arriba. Hoy, sin embargo, si se dirigía hasta allí era porque sí tenía interés en descubrir algo sobre las constelaciones. Había leído algo en uno de los libros que le había llamado la atención, y pensaba que los volúmenes del observatorio podrían ayudarle a saciarla.

Al entrar, sin embargo, se topó con que había alguien ahí, alguien desconocido. Lluvia, desde la puerta, lo observó, en silencio, sin saber si dar media vuelta o avanzar.

Corbin había perdido la noción del tiempo. Lo supo cuando se le ocurrió mirar en que página iba del libro. Le quedó confirmado cuando, al perder la concentración en la lectura, se dio cuenta de que alguien estaba observándolo. No entendía cómo, después de tantos años, los libros seguían siendo capaces de dejarlo tan absorto.

En cualquier caso, alzó la vista con cautela, serio, para clavarlo en la chiquilla que lo observaba. Era pequeña, menuda, y su aspecto le confería una fragilidad fuera de lo normal. Solo un ala asomaba a su espalda, y Corbin se preguntó si habría perdido la otra o habría nacido con una malformación. En cualquier caso, aumentaba todavía más su aspecto desvalido. No parecía en absoluto peligrosa, pero Corbin sabía lo engañosas que podían ser las apariencias.

-Buenas noches -saludó con voz suave.

¿Habría estado observándolo? Como espía, entonces, tampoco sería gran cosa.

Lluvia había permanecido estática en su posición hasta que el hombre alzó la cabeza. Entonces parpadeó y se apresuró a dibujar una sonrisa amable, adentrándose finalmente después en el lugar con pasos lentos.

—Buenas noches —saludó, bajando la mirada al libro que el claritas llevaba consigo. No dijo más, sin embargo, y tampoco se detuvo frente al guerrero, sino que se dirigió a una de las estanterías que rodeaban el enorme telescopio, alzando el mentón para leer con atención los títulos que allí había.

Tardó un poco en darse cuenta de que lo que estaba haciendo podía calificarse como un gesto maleducado. Nunca antes había visto a aquel hombre y no solo no se había presentado, sino que casi había ignorado por completo la presencia del claritas una vez que dedujo que ya no molestaría su lectura.

—¿Cómo está? Me llamo Lluvia Al'Lanster. Creo que no nos hemos visto antes —dijo, mirándolo un segundo.

Corbin la observó un momento más mientras la chica avanzaba hacia las estanterías, aparentemente poco dispuesta a prestarle la menor atención. Aquello, teniendo en cuenta que lo miraba cuando alzó la vista, tampoco indicaba algo claro. Al final, decidió que tal vez no lo buscara a él y bajó la vista al libro.

Fue entonces cuando Lluvia habló, con lo que Corbin la miró de nuevo.

-Yo también lo creo -respondió. Pero esperaba no olvidarla. A Corbin no le gustaba nada descubrir que había olvidado a alguna de las personas que allí vivían-. Yo soy Corbin. Es un placer, Lluvia.

Y calló de nuevo, preguntándose qué más correspondía. Cuando se dio cuenta de que había obviado una pregunta, volvió a hablar.

-Estoy bien, gracias. ¿Y tú?

Aquella extraña cortesía siempre le había parecido a Corbin muy curiosa.

Lluvia le sonrió.

—Encantada, señor Corbin.

¿Cuánto tiempo llevaría aquel guerrero en Brontë? Quizá mucho, quizá años, o quizá solo unos meses. A Lluvia no le extrañaría ninguna de las dos opciones. No estaba acostumbrada a toparse con mucha gente. Al principio le había entristecido, pero había empezado a no darle importancia: todo el mundo debía de estar muy ocupado.

—Yo también estoy bien. —Volvió la vista a la estantería. Tras un segundo de duda, decidió añadir—. Busco un libro de astronomía.

Corbin no pudo evitar echar un vistazo a los libros que la chica llevaba en brazos. Alcanzó a distinguir un par de títulos, y supo al instante que nada tenían que ver con la astronomía. Se preguntaba si estaría intentando burlarse de él o despistarlo. Al final la miró a ella, luego a las estanterías, al telescopio y de nuevo a ella.

-Lamento no poder ayudarte -respondió, pese a que le era indiferente-. No sé demasiado de astronomía. Me he traído mi libro de abajo, de la biblioteca. Se trata de literatura. De todas formas, tengo entendido que entre estas estanterías tendrás dónde elegir.

Tampoco se había molestado en echar un vistazo más que la primera vez. Corbin no estaba interesado más que en los datos básicos de aquella materia. Utilizaba el cielo para orientarse, pero no conocía más que un par de constelaciones, y apenas sabía nada de los cambios de la bóveda celeste. Después de todo, Falace nunca había dado mayor importancia a todo aquello.

Lluvia negó con suavidad, sin mirarle. Si le había informado de su búsqueda no había sido para pedirle ayuda, sino para que supiese qué hacía ella ahí, así que no veía motivos para que el claritas se disculpase.

—No se preocupe —respondió al cabo de unos segundos. Lo miró de reojo, bajando de nuevo la vista al libro que Corbin llevaba consigo. Lo observó con curiosidad. Luego volvió a alzar la mirada y sonrió—. ¿De qué va el libro? Yo ahora mismo estoy leyendo varios. —Con la cabeza, señaló los que cargaba en los brazos—. Los míos son libros de cuentos, pero hay en uno en el que mencionan algo de las estrellas, así que quería saber qué era exactamente. Siempre está bien saber cosas, ¿no cree?

Ladeó la cabeza.

A Corbin le pareció que mostraba un desinterés y una información que no cuadraban bien, que contrastaban. Y, entre la información, como escondida, una pregunta. ¿Quizá para desviar la atención? De todas formas, no era el dato más importante que podía extraer de él, así que Corbin se lo permitió.

-Este es una novela -explicó-. Picaresca y a la vez cuaderno de viajes. Un joven chrysos que debe ganarse la vida con su ingenio, y se ve obligado a echarse al mundo. Está bien escrita y es una lectura agradable.

Así que sí había una relación entre los libros que llevaba y la información que buscaba. No dejaba de ser curioso su empeño.

-¿Se trata de algo muy específico? -preguntó, por continuar la conversación-. Imagino que, si es algo no muy técnico, te sea más útil buscarlo en la biblioteca, en alguna enciclopedia general.

Lluvia asintió. Parecía una historia interesante, no demasiado original, pero sí interesante, o al menos entretenida. No era la clase de historias que ella acostumbraba a leer, sin embargo.

—Suena bien —dijo sin más, curvando un poco los labios.

Pronto volvió su atención a los libros del observatorio. Había algunos títulos, los que estaban en los estantes más altos, que era incapaz de leer, pero todos los que estaban a su alcance parecían interesantes, así que dudaba que necesitase subirse a una escalera para encontrar uno adecuado.

—No es exactamente específico... —Frunció un poco el ceño—. Es para entender mejor el contexto de la historia. Realmente podría leerlo sin saber nada de astronomía, pero siempre me ha interesado el tema, así que supongo que esto es más bien una excusa para empezar a aprender. —Sonrió. Volvió a mirar al claritas—. Tengo bastante tiempo libre. Entreno y toco el piano, pero paso mucho tiempo sola, así que así también puedo aprovechar ese tiempo.

Pese a sus palabras, la actitud de la joven indicaba a Corbin que no sentía el menor interés por su lectura. El claritas lo comprendía. Viendo los títulos de sus obras, podía imaginar que la suya no coincidía con el perfil. De todas formas, la opinión de una desconocida no podía decirle demasiado.

Corbin escuchó sus explicaciones, preguntándose si ella intentaba explicarle algo o justificar su actitud ante sí misma. En cualquier caso, prestó atención, educado.

-Por supuesto -respondió cuando ella hubo terminado-. Los libros siempre son una buena excusa para profundizar en un tema. Aunque, generalmente, las propias historias te aportan datos al respecto ya. Probablemente ya sepas más tan solo por haberla leído, si es que está bien escrita.

El claritas parecía coincidir con ella en aquello, pero aun así Lluvia se tomó unos segundos para responder, cavilando si estaba aprendiendo algo de astronomía solo leyendo aquella historia. Concluyó, pasado ese tiempo, que sí podía decir que estaba aprendiendo, aunque solo aquello no sirviese para calmar su curiosidad.

—Sí creo que estoy aprendiendo con ella —admitió finalmente, volviéndose hacia el claritas, sonriendo—. Pero quiero aprender más. ¿Usted no siente curiosidad por el espacio?

Alzó ambas cejas.

Desde luego, era una joven extraña. Y, lo más curioso, no parecía darse cuenta. Corbin ya le había mostrado su desinterés por el tema, pero de todas formas, se molestaba en preguntar. El claritas negó con la cabeza.

-No demasiada -respondió-. En general, tiendo a ocuparme de asuntos que me son más cercanos. Sí tengo unas nociones básicas de astronomía, pero tan solo de sus aspectos más prácticos. Nunca me he interesado en profundizar en el tema.

Corbin creía que el cielo estaba demasiado lejos como para prestarle atención. Podía resultar agradable como paisaje, útil en ciertos aspectos, pero eso era todo.

Lluvia lo escuchó con curiosidad, mirándolo con los labios ligeramente curvados. Se preguntaba qué asuntos cercanos eran los que le interesaban al claritas, aunque comprendía su desinterés por el espacio. Sus padres tampoco lo veían como algo relevante, decían que todo aquello estaba muy lejos y que era imposible saberlo todo sobre él, así que no tenía sentido molestarse en comprenderlo. Por eso ella apenas sabía un par de cosas.

—Entiendo —murmuró. Tras un segundo en silencio, añadió—. A mí siempre me interesó, pero a mis padres no les parecía algo tan importante, así que por eso solo sé unas pocas cosas. —Se encogió de hombros—. Pero ahora en Brontë puedo hacer lo que quiera, así que.

Corbin ya había dejado de intentar entender qué le estaba contando ni por qué. A su modo de ver, la chica parecía tener más interés en que alguien le diera conversación que en conocer los secretos que guardaba el espacio. El claritas creyó recordar que ella había hecho un comentario con respecto a su soledad, y quizá aquello explicase su insistencia. Decidió que no había problema con complacerla, aunque no tenía ni idea de cómo proceder.

-Ser autodidacta demuestra un buen autocontrol -opinó, por seguir la conversación de algún modo-. La disciplina impuesta a uno mismo tiene un gran valor, y comienza por el interés.

Aunque Corbin prefería utilizar su autodisciplina en otras tareas más cercanas al combate. Quizá aquella chica estaría mejor en un centro de estudio que en un ejército. Su aspecto decía aquello, al menos.

Lluvia alzó las cejas y esbozó una amplia sonrisa.

—¿Usted cree? —preguntó, a pesar de que ya sabía que el claritas sí lo pensaba. Acaba a de decirlo, a fin de cuentas—. Siempre he tenido maestros, así que cuando vine a Brontë no estaba muy segura de que pudiese valerme sin ellos. Ni aprender sin ellos, claro.

No era una persona demasiado independiente, y lo sabía. Y probablemente varias de las cosas que hacía ahora en Brontë, como tocar el piano o entrenar, no las estaría haciendo si en el pasado alguien no le hubiese dicho que, tal vez, debería dedicar su tiempo a esas cosas. A Lluvia se le daba bien seguir órdenes, pero no moverse sola.

Volvió a mirar los libros. Hubo uno que le llamó la atención, y poniéndose de puntillas, estirando el brazo derecho mientras con el otro apretaba los otros volúmenes contra su pecho para que no se cayesen, intentó cogerlo, sin resultados.

Corbin había tenido una única maestra, y le había parecido suficiente para aprender todo lo que necesitaba. Nunca se había planteado tener varios, ni sabía cómo podrían organizarse entre ellos para instruirlo. Tampoco se había planteado que Falace fuera imprescindible para aprender. Por supuesto, toda la vida había seguido sus consejos, uno tras otro, y los había considerado útiles, pero no había dejado de lado su vida tras la muerte de ella. Corbin había seguido aprendiendo por su cuenta, sin plantearse siquiera que pudiera no ser capaz de ello sin las instrucciones de su maestra, de su falsa madre.

-¿Y has podido? -preguntó por fin.

Por supuesto que habría podido, se dijo. El aprendizaje no era cosa de quien enseñaba, sino de quien asimilaba los conocimientos. Un maestro era prescindible, mientras que el aprendiz era siempre necesario.

Lluvia caviló su respuesta. ¿Había podido? Tras unos segundos, concluyó que sí, sí había podido. Aunque al principio, muy al comienzo de todo, Jun le hubiese ayudado a tirar con arco, ella había sido la que había leído sobre aquello y la que había practicado y la que se había corregido y prometido esforzarse más para la siguiente. Lo había hecho ella sola con sus propias manos, sin maestros, sin ayuda. Así que sí: había podido.

—Sí —dijo finalmente. Asintió—. Sí.

Volvió a intentar coger el libro, pero finalmente acabó por volverse hacia el claritas.

—¿Le importa acercarme esa enciclopedia? Por favor.

El hombre era mucho más alto y grande que ella. Como todos.

Corbin se preguntó por qué le pedía ayuda, por qué lo hacía levantarse. Estaba mostrando una tremenda debilidad, y además, tenía apenas unos pasos más allá una escalera que le habría permitido alcanzar el volumen por sí misma. Pero era evidente que quería que se acercase, y a Corbin no le gustaba aquel juego, que tantas trampas podía esconder.

Por supuesto, no dijo lo que pensaba. Sabía que un comentario así podía interpretarse como la más absoluta falta de educación, y no tenía intención de ofender a nadie. Sería demasiado problemático.

-Claro -asintió, pues, justo antes de levantarse y alcanzarle el volumen.

No tardó en recuperar una distancia de seguridad, poco confiado de sus intenciones. Tenía un aspecto demasiado desvalido para Brontë. Era evidente que ocultaba algo.

-Con tu permiso, voy a retirarme -anunció, decidiendo que ya llevaba bastante tiempo sin aprovechar la lectura-. Buenas noches.

Tras una inclinación de cabeza, se dirigió a las escaleras.

*Se va*

Lluvia esbozó una amplia sonrisa cuando el claritas le cogió el libro.

—Muchas gracias —dijo, agradecida, inclinando un poco la cabeza.

Con el libro en sus manos, Lluvia releyó el título un par de veces antes de colocarlo detrás de los otros volúmenes. Se alejó entonces de las estanterías y se volvió hacia el claritas, que acababa de despedirse. Lluvia asintió.

—Buenas noches. Ha sido un placer conocerlo —dijo. Observó la espalda del claritas mientras este se alejaba, y una vez hubo descendido las escaleras suficientes como para no poder verlo más, Lluvia se sentó en el suelo y comenzó a leer la enciclopedia.

Cuando le entró el sueño, recogió sus cosas y se fue.

*se va*

Veo como limpia apoyado en la mesa mientras paso con la mano las hojas de un libro sin mucho interés mientras que en la otra sujeto una escoba sin hacerle el menor de los casos.

La veo de vez en cuando. Una chica agradable y de buen aspecto, si señor. Siempre que la veo pienso en Summer y en lo lejos que está y... a veces siento que las fuerzas de fidelidad me flaquean. Soy un hombre, al fin y al cabo.
Sin embaro y por ahora, simplemente sonrío con chulería. Aloe es ese tipo de mujer con el que puedes fardar. - Una pelea.- Respondo con aire triunfal y despreocupado.- Una hermosa y enorme pelea.- Le apunto con el mango de la escoba.- No quieras conocer los detalles. No son aptos para las chicas.- Le golpeo con el mango de la escoba en el trasero, cariñosamente.

-En serio, ¿por qué limpias? ¡Si está limpio!- Me desespera relimpiar lo limpio.- ¿Para qué tenemos boros? Descansa un rato, posesa.- Le pico.